QUINTA
SEMANA DE CUARESMA
(Año Par. Ciclo A)
P. Julio González Carretti ocd
Lecturas
bíblicas:
La primera lectura, corresponde a la
última parte de la visión de los huesos secos de Ezequiel. Es toda una invitación a la esperanza, ya que
Yahvé les promete sacarlos del sepulcro de su exilio babilónico, país de
muerte, para plantarlos en el país de la vida. Todo ello será fruto de haber
recibido la infusión de su espíritu creador en ellos, vuelven a la vida humana
y divina, personas libres, relacionadas con el prójimo y con Dios. La intención
del autor sagrado, apunta a la pronta liberación del exilio y no a la resurrección
de los muertos, como más tarde lo entenderán los Padres de la Iglesia, pero eso
no quiere decir que la imagen de los huesos que vuelven a la vida, desborda la
intención original del autor. El hecho de evocar la imagen de la creación del
hombre en el paraíso, al presentar la muerte biológica del ser humano, el
reconocer a Dios como Señor de la vida y la muerte, el profeta, establece la
victoria de la vida sobre la muerte, esencia del mensaje pascual. Desde ahora
todo cristiano podrá contemplar en estas páginas el símbolo de la resurrección
de Cristo Jesús y de cada bautizado.
San Pablo, nos presenta la antítesis
carne-espíritu, es decir, al hombre que sólo cuenta con sus fuerzas o el hombre
que se fundamenta en la gracia salvadora
de Cristo Jesús (cfr.Jer.17,5-10). Andar según la
carne, vendría a significar, ir por la vida de espadas a Dios, es quien va
camino de muerte, porque rechaza la salvación. En cambio, el hombre del
espíritu, camina seguro porque posee la vida en sí, la que le da el Espíritu Santo de Dios. El
soplo de Dios, es la señal de la vida, superación de la fragilidad y de la
caducidad. Con el Bautismo, muere el hombre de carne y al ser injertado en
Cristo, nace el hombre del espíritu, porque su cuerpo se salva de la muerte por
la resurrección de los muertos. La semilla de eternidad, que el Espíritu Santo
siembra en el alma del cristiano, lo destina a configurarse con Cristo (cfr.
Rm.8,29), para resucitar al final de los tiempos.
El evangelio nos presenta la
resurrección de Lázaro. El evangelista en este signo de Jesús, quiere resaltar
no sólo la superioridad de Cristo sobre la muerte, sino que quiere dar entender
a los creyentes, discípulos y lectores, que estar íntimamente unido a Cristo
Jesús, nadie, ni la muerte, podrá
separarlos de su amor. Quien cree en Cristo Jesús, no muere para siempre. En el
diálogo de Marta y Jesús, encontramos la enseñanza central del texto: “Yo soy
la resurrección y la vida” (v. 24). La resurrección de Lázaro, es el resultado del poder y la eficacia de la
fe, y no sólo un signo de Jesús; el fruto precioso de la fe es la posesión de
la vida eterna, en el hoy, y no en el futuro. No hay que esperar al final de
los tiempos, como creía Marta, la vida nueva está aquí y ahora, es Jesucristo
(v. 24). Lázaro verdaderamente murió, lo que sucede, es que la muerte, no tuvo
poder sobre él ante la presencia de Jesús; desafía a la muerte, y la vence en
la persona de su amigo. Paradojalmente a mayor revelación de Cristo, mayor
odiosidad de parte de sus enemigos, los judíos incrédulos, lo que provoca en
ellos el deseo de darle muerte (v.8; v.53); al dador de vida se le quiere dar
muerte. En todo este relato, el movimiento
de personajes, no hay que olvidar la motivación de Jesús, y la de Juan, al
redactar su evangelio: suscitar la fe. Sin fe en Cristo Jesús, no hay vida, ni
resurrección. A Marta, le requirió este dato fundamental: “¿Crees esto?” (v.
26), y el apóstol Juan, al finalizar su evangelio, confiesa que lo que ha
escrito es para que crean que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que
creyendo tengan vida en su Nombre (cfr. Jn. 20, 31). Desde ahora, el que vive
en Cristo, vive más allá de la muerte (v. 25), el creyente que vive en ÉL, nunca
morirá espiritualmente. Jesús, es vida y resurrección, por lo tanto, el que
vive en ÉL, vive en el Espíritu (cfr. Jn. 3, 6; 5, 24-25); el que cree ahora, vive más allá de la muerte
física (cfr. Jn. 5, 28-29; 6, 40-54). La clave del creyente está en responder
como Marta: “¿Crees esto? Sí, Señor, yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de
Dios, el que iba a venir al mundo” (vv. 26-27). La resurrección de Lázaro
es anuncio de la resurrección de Cristo
y de la nuestra. ÉL es la respuesta, la única, ante el enigma de la muerte del
hombre. La comunión con Jesucristo, por la fe del bautismo, nos viene la vida
eterna, que alcanza al hombre entero, cuerpo y alma; el cristiano contempla la
muerte, no como los hombres sin fe, tiene un sentido nuevo, es el paso a la
plenitud de la vida, la unión con Dios definitiva, sin los velos de la fe, sino
que es el cara a cara, la visión beatífica. Quien cree en Jesucristo, se siente
salvado de la muerte eterna, engendrada por el pecado. La muerte física, la
padeceremos todos, Cristo, también murió. El cristiano está liberado de la
tiranía de la muerte, del miedo y el sin sentido de la vida, pasión inútil, que
acaba en la nada. La muerte es la liberación, que abre la puerta a la plenitud
con Cristo resucitado. Es gracias a Cristo Jesús, vida y resurrección nuestra,
que por ser el Hijo de Dios, vence la muerte, para siempre.
Juan de la Cruz, comentado los versos:
“Decidle que adolezco, peno y muero” de la segunda estrofa de Canto Espiritual,
el místico comenta: “Las hermanas de Lázaro le enviaron a decir, no que sanase
a su hermano, sino que mirase que al que amaba estaba enfermo: “Señor, aquel a
quien tú quieres, está enfermo” (Jn. 11, 3). Y esto por tres cosas: la primera,
porque mejor sabe el Señor lo que nos conviene que nosotros; la segunda, porque
más se compadece el amado viendo la necesidad del que lo ama y su resignación;
la tercera, porque más seguridad lleva el alma acerca del amor propio y
propiedad en representar la falta que en pedir lo que a su parecer le falta. Ni
más ni menos hace acá ahora el alma representando sus tres necesidades; y es
como si dijera: Decid a mi Amado que adolezco y él sólo es mi salud, que me dé
mi salud, y que pues peno y él sólo es mi gozo, que me dé mi gozo, y que pues
muero y él sólo es mi vida, que me dé vida” (CB 2,8).
Lecturas
bíblicas:
La narración de la primera lectura,
nos lleva a considerar hasta dónde puede llegar la maldad, de quien se deja
guiar por sus pasiones, en este caso concreto, la lujuria de dos jueces
ancianos. La oportuna intervención del profeta Daniel, en el juicio que le
presentan a Susana y a su casa, la salva de morir lapidada por adulterio, ese
día se salvó una vida inocente (v. 62). Susana, había sido criada en la fe de
sus padres, y en la Ley de Moisés, por lo que supo orar diciendo: “Oh Dios
eterno, que conoces los secretos, que todo lo conoces antes que suceda, tú
sabes que éstos han levantado contra mí falso testimonio. Y ahora voy a morir,
sin haber hecho nada de lo que su maldad ha tramado contra mí”. El Señor
escuchó su voz” (vv. 42-44). De los ancianos se esperaba cordura y virtud, en
cambio, escondían pasiones, que en definitiva, los llevaron a la muerte. La
virtud de Susana, su castidad matrimonial, Dios la preservó, porque ella la
defendió con valentía y con una oración
confiada a Yahvé.
El evangelio nos presenta el caso de
la adúltera, sorprendida en flagrante adulterio; la adúltera, si era culpable,
la Ley mandaba, apedrearla hasta morir (cfr. Lv.
20,10; Dt. 22,22-24). Pasamos de la inocencia y castidad de Susana, al pecado
de adulterio, por parte de una mujer casada, sorprendida en flagrante
rompimiento de la fidelidad matrimonial. Jesús esa noche la había pasado en
compañía de su Padre, en oración, en el huerto de los Olivos (cfr. Jn.7, 53;
8,1; Lc. 4,42; 6,12; 9,18; 11,1; 21,37-38; 22,39-46). A la mañana siguiente al regresar
al Templo a enseñar, reunido todo el pueblo, los escribas y fariseos, le
presentan a Jesús el caso de una adúltera. Jesús,
los fariseos y la mujer (vv.3-6). Dato
trágico, puesto que la mujer queda en medio entre Jesús y el pueblo, consciente
que debe enfrentar la muerte, los fariseos se la presentan para desafiar a
Jesús (vv.4-5). Ellos saben lo que dice la Ley, lo que haría Moisés, pero
capciosamente le piden su opinión, pero con la intención de poner a Jesús en
conflicto con Moisés y la Ley (v.5). La mujer es sólo un pretexto, para colocar
al joven rabino contra la enseñanza secular de Moisés. En caso de adulterio, el
marido ponía la demanda de divorcio, que se concedía automáticamente. Desde ese
momento, el marido no tenía ya obligaciones para con la mujer infiel, era toda
una desgracia frente a su propia familia (cfr. Nm.
5). Al divorcio, seguía el castigo. La ley de Moisés, consideraba el adulterio,
como contrario a la voluntad de Dios, un mal para la sociedad, por eso, el
castigo era la muerte. Si bien, en el tiempo de Cristo, ya no se aplicaba con
tanto rigor, serán los doctores de la ley y fariseos, quienes propician la
condena de la mujer. El celo de éstos por cumplir la ley, es toda una trampa
para comprometer a Jesús. Buscaban la opinión de un joven rabino, que le habían
escuchado opiniones propias sobre la Ley. Querían que se pronunciase, en un
caso complejo. A Jesús se le presenta un proceso, puesto que buscan una
incoherencia en su doctrina. Jesús se
inclina y escribe en la tierra (vv.6-9). No sabemos el significado de este gesto
pero se presume indiferencia ante la pregunta, por haber convertido a la mujer,
en controversia u objeto legal, incluso decepción ante el modo de proceder de los judíos. Ante la insistencia,
se levanta, restablece el diálogo y dice: “Aquel de vosotros que esté sin
pecado, que le arroje la primera piedra” (v.7; cfr. Lev.24,1-16;
Dt.13,10; 17,2-7). Si bien, no se especifica el pecado a que alude Jesús,
seguramente lo relacionaron con pecados del ámbito sexual. Se vuelve a inclinar
y sigue escribiendo en el suelo, pero todos se marcharon, comenzando por los escribas
y fariseos, los viejos, hasta quedar sólo Jesús y la mujer (v. 9). Nadie puede
sostener que esté libre de pecado, de acusadores pasan a ser acusados;
permanecen la desdichada mujer y la encarnación de la misericordia, enseña San
Agustín. Jesús y la mujer (vv.10-11). Jesús
y la mujer solos (vv.10-11). Las palabras de Jesús a la mujer: “Incorporándose
Jesús le dijo: «Mujer, ¿dónde están? ¿Nadie te ha condenado?» Ella respondió:
«Nadie, Señor.» Jesús le dijo: Tampoco yo te condeno. Vete, y en adelante no peques
más.” (vv.10-11). Son las primeras palabras de Jesús a la mujer a quien se
dirige como un tú, una persona, no un objeto, se convierte en alguien con la
que Jesús puede conversar. A su vez ella lo llama Señor, nadie la ha condenado.
Jesús le devuelve la vida, los fariseos de no intervenir Jesús se la hubieran
quitado. El mandato de no pecar en adelante, establece una nueva relación de
hija con Dios su Padre.
San Juan de la Cruz, exhorta a vivir
pendientes del querer de Dios, por toda esa bondad demostrada al perdonar
nuestro pecado; su gracia nos ayudó a superar e iniciar el camino de
perfección. “Pero aunque Dios se olvida de la maldad y pecado después de
perdonado una vez, no por eso le conviene olvidar sus pecados primeros al alma,
pues dice el Sabio (207): “Del pecado perdonado no quieras estar sin miedo”; y
esto por tres cosas: la primera, para tener siempre ocasión de no presumir; la
segunda, para tener materia de siempre agradecer; la tercera, para que le sirva
de más confiar para más recibir; porque si estando en pecado recibió de Dios
tanto bien, cuando está puesta en tanto bien en amor de Dios y fuera de pecado,
¿cuánto mayores mercedes podrá esperar?” (CB 33,1).
Lecturas
bíblicas:
En la primera lectura, el pueblo de
Israel se queja, como muchas veces en su travesía por el desierto, esta vez por
la carencia de alimentos y agua (v.5). A las penalidades del desierto, como el
cansancio, el hambre y la sed, se agregan los peligros de serpientes y
escorpiones, animales venenosos (cfr. Dt. 8,5; Is.14,29;
30,6). Yahvé, educador en la fe de su pueblo, les envía precisamente serpientes
venenosas, para exhortarlos al arrepentimiento, por haber hablado contra ÉL, y
su enviado Moisés. El pueblo reconoce su pecado y Moisés intercede, la
respuesta de Dios es el perdón y la serpiente de bronce, un signo, con el cual
sanaba sus picaduras. Bastaba mirar la serpiente de bronce y recobrar la salud.
Mirado desde fuera y a la distancia de siglos nos parece un rito mágico, pero
Dios se valió de ese signo para encaminar al pueblo de Israel a la fe. En ello tenemos
el dato de las serpientes del desierto, la creencia de virtudes curativas de la
serpiente, vestigios del culto que la serpiente tenía en Oriente, como dios de
la salud sobre todo en Canaán (cfr. Sb. 16,6); será el rey Ezequías quien
suprima el culto que todavía daban los israelitas a la serpiente de bronce en
el templo de Jerusalén (cfr. 2Re. 18,4); griegos y romanos, la veneraban como
Esculapio o Asclepios y a su templo en Epidauro,
acudían enfermos de toda Grecia a escuchar su oráculo, buscando salud. Aquí la
serpiente, sin ese halo divino, simplemente remonta a Yahvé providente con su
pueblo, la mirada se dirige a Dios que sana con su poder, el que supera al otro
aspecto de Dios que castiga la falta cometida, por medio de la mordedura de las
serpientes. Ella aparece como principio de muerte, pero a su vez de sanación y
de vida, que se convierte en fe en el Dios que más allá del juicio hacer
resplandecer su gracia y misericordia. Moisés sube a Dios y ora por su pueblo,
para descender con el perdón y la vida. Juan en su evangelio, relacionará la
serpiente de bronce, con la Cruz de Cristo, para obtener, vida eterna (cfr. Jn.
3, 14).
El evangelio nos presenta, qué
significa que Jesús sea luz del mundo. Cuando Jesús se marche los judíos no lo
podrán seguir, lo buscarán, pero no lo encontrarán, porque ellos no lo podrán
seguir. Se revela la necesidad de los judíos y de toda la humanidad, de Jesús
como luz del mundo y de la vida (v.12). El rechazo de esa luz, les impide ir
donde Jesús se dirige, a la muerte por amor a los hombres, no por suicidio.
Jesús sabe a dónde va, dar la vida, pero ellos no aceptaran un Mesías
crucificado, buscan su propia gloria, no estarían dispuestos a dar la vida por
el pueblo. Jesús inicia su éxodo, pero ellos no abandonarán su posición. Jesús
revela lo que le ha oído al Padre, hace lo que le agrada, lo que impide a los
que lo rechazan salir de su pecado, entendido como oposición al proyecto
salvífica de Dios. La lejanía de Dios, salir de ese pecado, se resuelve con
creer el: “Yo soy” de Jesucristo, que es la clave para comprender este
evangelio. Yo soy que se refiere a Yahvé (cfr. Ex. 3,14; Dt. 39,39; Is.43,10; 45,18; Jn.6,20). Afirmación muy fuerte que viene a
significar, que a quien denomina Padre se expresa en ÉL, se encuentra en ÉL;
Jesús sería, figura de Yahvé que los hombres pueden contemplar en ÉL. La
reacción de los judíos, es preguntarle por su identidad: ¿Quién eres tú? (v.25). Jesús remite a su experiencia
profunda del Padre, que se muestra veraz en ÉL, lo que habla al mundo, es lo
que ha oído al Padre (vv.25-26). Como percibe su incredulidad les remite ahora
a su exaltación, cuando el Hijo del Hombre sea elevado, lo que implica la
crucifixión y resurrección en la mentalidad del evangelista Juan, entonces
sabrán quien es “Yo soy” (v.28). En el fondo, les anuncia que los
acontecimientos salvíficos, de los que serán testigo, les hará reconocer como
Hijo de Dios, Hijo del Hombre, el Yo soy. En esa hora el Padre está con Jesús,
no lo abandona, (v.29), según Juan. El Padre resplandece en la vida de Jesús,
que la entrega en la cruz, para la salvación del mundo, momento en que la
gloria de Dios, alcanza su mayor manifestación. El Padre se hace presente para
confirmar cuando el Hijo es levantado quién es Yo soy (v.28). Si bien fueron
muchos los que creyeron en Jesús, la adhesión, era más bien intelectual, un
consentimiento efímero, pero Jesús no se fiaba de ellos (cfr. Jn. 2, 23-35). Se
puede concluir, que mientras no se viva el amor al prójimo, habiendo renunciado
a la injusticia, no se es verdadero discípulo de Jesús, no se ha comprendido su
evangelio. Mirar a Jesucristo, crucificado y resucitado, es para escucharle imitarle
para obrar como ÉL, entrar en su intimidad con el Padre, nuestro Padre desde
ÉL, hacer lo que a ÉL le agrada. Dar la vida como ÉL por el prójimo. Progreso,
avance en la entrega mutua, entre Dios y el hombre, signo de sana vida
espiritual.
San Juan de la Cruz nos sitúa en dos
planos: junto al árbol de la caída de nuestros primeros padres, Adán y Eva, y
junto al árbol de la Cruz, donde la vida empieza: “Esto es, debajo del favor
del árbol de la cruz, que aquí es entendido por el manzano, donde el Hijo de
Dios consiguió victoria, y por consiguiente desposó consigo la naturaleza
humana, y consiguientemente a cada alma, dándole él gracia y prendas en la
cruz; y así, dice: Allí conmigo fuiste desposado. Allí te di la mano” (CB 23,
3).
Lecturas
bíblicas:
La primera lectura, nos presenta la
mirada del profeta, que desde una
situación de persecución con Antíoco IV Epífanes, su
intención es mantener la fidelidad de la comunidad judía, vuelve su pensamiento al destierro babilónico y
narra la historia el testimonio de los tres jóvenes en el horno ardiente. Si
bien Nabucodonosor, había reconocido al Dios de Israel, como el único Dios
(cfr. Dan. 2,46-49), cambia de actitud, y exige adoración de su estatua, bajo pena
de muerte al que se resista a ello (vv. 1-8). Los compañeros de Daniel, Sidra, Misac y Abdénego son condenados a
muerte por negarse a adorar un ídolo, Dios siempre Providente, premia su
fidelidad librándolos del fuego (v. 46). El cántico de los tres jóvenes, es
todo un himno a la acción creadora de Dios y finalmente, el rey Nabucodonosor,
reconoce que Yahvé obró a favor de sus fieles (vv. 24-30). Este pasaje bíblico
nos quiere enseñar que en la persecución a causa de la fe, el justo se mantiene
fiel a Dios, en la lucha entre el bien y el mal, mantiene su libertad interior,
a pesar de la opresión, conserva ese espacio donde Dios reina hasta ver
coronados sus esfuerzos por la acción divina. El testimonio admirable de estos
tres jóvenes, fue un gran aliciente para la naciente Iglesia romana, se
identificó con ellos, en la persecución, mantuvo la adoración al único
Dios, no abandonó la alabanza divina y la celebración de la eucaristía, en
medio de la idolatría que los rodeaba, en lo íntimo de las catacumbas.
El evangelio nos presenta las palabras
de Jesús a quienes habían creído en ÉL. Los que le escuchan no sólo son quienes
creyeron en ÉL sino que también su audiencia hay quienes no lo aceptan, porque
les acusa de querer matarlo (v.37). A otro nivel se trataría de judíos que
sintonizan con Jesús, pero siguen unidos a la sinagoga, no profesarían toda la
fe de la comunidad joánica. Con las palabras de Jesús,
se demuestra que se hace irreconciliable el judaísmo con ÉL, tanto que lo
llevarán a la muerte. A quienes le aceptan, les enseña que para ser sus
discípulos deben aprender a mantenerse en su palabra, lo que viene a significar
aceptar su persona hasta convertirse en centro vital del discípulo, de este
modo se entra en la verdad, se gusta de ella y esto produce libertad. Le recuerdan
que son libres, porque son hijos de Abraham; puro orgullo de pertenecer al
pueblo escogido ya que olvidan las esclavitudes. Jesús les niega tal privilegio
espiritual, aunque por la sangre sean descendencia de Abraham, no lo aceptan a
ÉL. Jesús sabe que son estirpe de Abraham, pero no basta, se requiere una
descendencia espiritual, la que había recibido Abraham de parte de Dios. En el
fondo, Jesús se siente la esperanza más profunda de judaísmo, el corazón de
Abraham. Se inicia ahora un diálogo dinámico pero muy fuerte en declaraciones
sobre quiénes son los verdaderos hijos de Abraham (vv.34-41). Jesús habla lo
que le ha visto y oído decir a su Padre, mientras ellos hablan de su padre
Abraham, si éste fuera su padre, no lo intentarían matar, ya que precisamente
ÉL era su anhelo más profundo. Su padre no es Abraham. Su nueva argumentación
es que no han nacido de prostitución es decir, han sido fieles a la Alianza con
Dios y no han sido idólatras (cfr. Jn.8,48). A esta
altura el discurso de Jesús revela una clara conciencia de comunión total con
Dios, le ha visto y oído. Por ello,
quien se opone a Jesús rechaza a Dios, imposible que sea hijo de Abraham,
puesto que era gran amigo de Dios (cfr. 2Cro. 20,7; Is.41,8).
Ser parte de la familia de Dios, viene por la vía teologal y moral: vida de fe,
de justicia, de apertura a Dios, aceptar el testimonio de Quien viene en su
nombre. Sólo quien es propiedad de Dios por el Bautismo y vive su fe, escucha y
acepta a Jesús, como Enviado del Padre; sin fe no pertenecemos al Reino de Dios,
es más, no podemos acercarnos a Dios.
San Juan de la Cruz, enseña que la
dureza del alma, es propia del hombre a causa del pecado; sólo la misericordia, la divina gracia y el amor de
Cristo pueden romper muros en el corazón
humano, es el triunfo de la luz y el amor que atraviesa las tinieblas del pecado,
para iluminar la vida del hombre. San
Juan de la Cruz: “Si tú en tu amor, ¡oh buen Jesús!, no suavizas el alma,
siempre perseverará en su natural dureza” (D 35).
Lecturas
bíblicas:
La primera lectura, es todo un
ramillete de promesas de parte de Yahvé, donde está el contenido de la Alianza,
en la versión sacerdotal, donde el trascendentalismo, es reemplazado por el
humanismo, donde el diálogo, ahora es discurso divino; la relación cercana entre
Yahvé y Abraham, ahora es silencio y postración ante Dios (cfr. Gn.15): La
alianza sacerdotal, es una teofanía donde Dios establece con Abraham y su
descendencia una alianza eterna; un don para el patriarca y los hijos. La
alianza es entre dos partes: Yahvé y Abraham. Dios se compromete con que: Abraham
será padre de una muchedumbre de
pueblos, establece una alianza eterna, donde Yahvé será su Dios, para él
y las generaciones que vendrán, y recibirá la tierra de Canaán, tierra que
heredarán sus descendientes. Como padre de muchos pueblos la alianza que Dios
hace con Abraham, es con toda la humanidad. De parte de Abraham este se
compromete: con andar en su presencia y ser perfecto (v.1). Abraham cae rostro
en tierra, y adora a Yahvé. La circuncisión (cfr. Gn.17,10),
será expresión de esa actitud interior. La Alianza mira más allá de la persona
de Abraham, hacia su descendencia. Precisamente ese es el sentido de cambio de nombre, de Abran por
Abraham, padre de multitud, hacer de su nombre una misión, llevar en su nombre
la promesa de una gran posteridad. La circuncisión, impresión en la carne de la
Alianza, es señal de la pertenencia al pueblo de Dios, compromiso de vivirla
para siempre. El autor sagrado, sabe que Dios es más que la humanidad y también
para ella tiene una promesa de bendición y salvación. Gracias a su fe hoy
creemos, más aún, su fe creó vida y bendición en Isaac, hijo de sus entrañas,
pero que en Cristo Jesús, la vida y bendición alcanzan su plenitud.
El evangelio nos presenta el final del
diálogo de Jesús con los judíos. Mientras Jesús los declara hijos del diablo,
ellos lo acusan de tener un demonio, estar loco (cfr. Mt. 8, 44. 48-49). Las
palabras que dirige a los judíos preceden de su unión con el Padre, a quienes
ellos dicen conocer y honrar, sin embargo deshonran al Hijo (cfr. Mt. 8, 49).
El juicio surge de la aceptación o rechazo del Hijo (cfr. Jn.3, 16-21: 36;
5,27; 8,16), para honrar al Padre, hay que honrar también al Hijo 8cfr. Jn.5,23). Jesús no busca su propia gloria, como Enviado del
Padre, le vendrá en momento oportuno. Tras el juicio está el Padre, que envió a
Jesús. La vida eterna surge de observar la palabra de Jesús, hacerla propia y
realizar sus exigencias consiguiendo vida por medio de ella (v.51). Los judíos
no salen de sus categorías, vuelven a su ascendencia abrahámica
y profética, no se abren a la palabra de Jesús que viene de lo alto (cfr. Mt.
8, 23). Su argumento es el mismo que el de la samaritana, no aceptan que Jesús
pueda ser más grande que Abraham o los profetas. ¿Puede Jesús ofrecer vida
eterna, si los citados todos ellos murieron? La muerte le da pie a Jesús, para
repetir que no busca su propia gloria, porque es el Padre quien lo glorifica;
intervendrá de tal modo que le devolverá su gloria (v.54). Los judíos
reivindican la paternidad del único Dios verdadero, pero no es verdad, su
verdadero padre, el que es homicida desde el principio, el padre de la mentira
(cfr. Mt.8,44). No pueden querer matar al Hijo de Dios
y afirmar que su único Dios verdadero. Los judíos no conocen a Dios, porque
rechazan reconocer al Hijo y aceptar su palabra, mientras que Jesús sí conoce
al Padre (v.55). Si bien todos son descendientes de Abraham, los separa el
hecho que él acepto el proyecto de Dios; se alegró porque algún día vería él
día de Jesús, en cambio, ellos no lo ven; quieren matarle (v.56; Gn.24,1; Am.5,18). Los judíos le preguntan cómo siendo joven,
podía haber visto a Abraham, Jesús no había dicho que lo había visto, sino que
el Patriarca visto los días de Jesús: “Jesús les respondió: En verdad, en
verdad os digo: antes de que Abraham existiera, Yo Soy.” (v. 58; Jn.1,1-18). Jesús se
remite a su preexistencia, como Logos, vuelve en amorosa unión con el Padres,
antes que comenzara todo (cfr. Jn.1,1). Mientras
Abraham vino y se fue, Jesús trasciende el tiempo, antes del tiempo del
Patriarca, ÉL ya existía. Esta declaración le ganó a Jesús el título de
blasfemo y sus adversarios aplican la ley reservada a los blasfemos (cfr. Lev.
24,16), es decir, la condena a muerte. Como no había llegado su hora (cfr. Jn.
7, 30), Jesús se retira, el tiempo sigue a la luz, se recoge en ÉL.
Para San Juan de la Cruz, comentado
los versos de Cántico espiritual escribe: “Y luego me darías, / allí, tú, ¡vida
mía!/, aquello que me diste el otro día”
Por aquel otro día entiende el día de la eternidad de Dios, que es otro
que este día temporal; en el cual día de la eternidad predestinó Dios al alma
para la gloria, y en ese determinó la gloria que le había de dar, y se la tuvo
dada libremente sin principio antes que la criara, y de tal manera es ya
aquello propio de tal alma, que ningún caso ni contraste alto ni bajo bastará a
quitárselo para siempre, sino que aquello para que Dios la predestinó sin
principio, vendrá ella a poseer sin fin. Y esto es aquello que dice le dio el
otro día, lo cual desea ella poseer ya manifiestamente en gloria” (CB 38,6).
Lecturas
bíblicas:
La primera lectura, nos hace
confidentes de estas confesiones de Jeremías, donde se unen sus crisis
interiores, y las amenazas exteriores, la persecución y el odio de sus más
cercanos. A pesar de todo, se siente seguro en su interior, porque Yahvé está a
su lado como un fuerte campeón (v.11). El profeta se ve como objeto de un nuevo
complot para acabar con su vida; sólo esperan la ocasión propicia. Lo mismo
sucederá siglos más tarde, con Jesús de Nazaret, será vendido por uno de sus
amigos. Jeremías, no se queja con Yahvé, le recuerda la promesa del día en que
lo llamó a servirlo. Dios conoce su
intimidad, por lo tanto espera con fe y seguridad la derrota de todos los que
atentan contra su vida (v.12). Detrás de esta esperanza, está la idea de la
retribución terrena, muy propia del AT; el profeta será salvado una vez, más
por la mano poderosa de Yahvé. Finaliza con toda una invitación a que todos
alaben a Dios, reconozcan su acción salvadora, que proféticamente ve realizada
en él ya que se convierte en testigo del dolor por la palabra de Dios, pero
también, de la salvación y glorificación que Yahvé va a otorgar en esta vida.
Toda su experiencia profética: su causa, defensa y justicia la pone en manos de
Yahvé. Hay como trasfondo una confianza total; Yahvé no abandona a quien le
confía toda su existencia.
El evangelio nos habla de la verdadera
identidad de Jesús. ÉL y el Padre son una sola realidad (v. 30). La pregunta de
si es o no el Mesías, parece innecesaria. ÉL es mucho más que el Mesías que
esperaban los judíos, es el Hijo de Dios. La declaración de Cristo, provoca las
iras de los judíos, y traen piedras para matarlo, el motivo es siempre haberse
declarado “Hijo de Dios”, y de ser uno con el Padre. Las obras hablan por ÉL y
atestiguan su condición, tanto que uno
de los propios judíos habla en su favor: ¿acaso un endemoniado puede dar vista
a un ciego? (Jn. 10,21). Para los judíos, el declararse igual a Dios, les
parece blasfemia (v.34). La réplica de Jesús se basa en las palabras del Salmo
82,6: “Yo he dicho: sois dioses, sois todos hijos del altísimo”. Si a ellos les
fue confiada la ley, la palabra de Dios
y el poder de interpretarla y aplicarla, los llama dioses, con cuanta mayor
razón el Hijo de Dios, el único enviado, aquel que es la Palabra de Dios. Insiste
Jesús: “Cómo le decís que blasfema por haber dicho: Yo soy Hijo de Dios?” (v. 36). Si la misma palabra de Yahvé, otorga la divinidad a quien acoge
la Palabra de Dios, con cuanta mayor razón se la puede atribuir la propia
Palabra de Dios a quien quién es el Hijo de Dios. La historia de Israel y la
conducta que mantuvieron respecto a Yahvé los hacía indignos de tanto honor, en
cambio, las obras de Jesús demuestran que es el Hijo de Dios, el enviado del
Padre, el camino y la puerta que conduce a Dios. Los que conocen a Jesús, es
decir, poseen una experiencia de Dios que va calando la vida, la transforma, desde criterios y actitudes,
hasta que la voluntad comienza a asimilar el querer de Jesús, escuchar su
evangelio, buena noticia que deja huella profunda. La comunidad eclesial
proclama su fe en la celebración litúrgica, fe en el Hijo de Dios, Maestro y
Salvador, lo que hace que se forme el discípulo, el misionero, el testigo que
conoce y ama lo que cree. Si muchos cristianos no poseen una auténtica experiencia
de Dios, es porque no han profundizado en su fe, de ahí la tarea evangelizadora
de la Iglesia, continua y sembrada de esperanza cierta, ante el paganismo que
reina en nuestra sociedad. Este tiempo santo de cuaresma es tiempo propicio
para iniciar este camino de conocimiento de nuestra fe. Cada cristiano
comprometido es luz y sal en medio de la sociedad de hoy, de la buena noticia,
el evangelio perenne de Jesucristo.
San Juan de la Cruz, místico carmelita, nos invita a dejarnos
atravesar por esta suave luz de amor que nace de la Sabiduría; el Verbo de
Dios, hecho hombre por nosotros, es la única Palabra del Padre, habla y
dialoga, nos enseña que por el camino de la fe llegamos a la unión con Dios, es
decir, a la igualdad de voluntad y amor, la misma que ÉL, posee con su Padre.
Escribe el santo: “Porque en darnos, como nos dio a su Hijo, que es una Palabra
suya, que no tiene otra, todo nos lo habló junto y de una vez en esta sola
Palabra, y no tiene más que hablar” (2S 22,3).
Lecturas
bíblicas:
El profeta usa el simbolismo de los
dos leños con lo que quiere significar la unidad que Dios busca establecer para su pueblo; en un leño lleva escrito el
nombre de Judá y en el otro, el de José e Israel, luego los une y camina por la
ciudad con ellos en las manos. ¿Qué significa esto? Volviendo la mirada a los
comienzos del reinado de David, él promete en nombre de Dios, el regreso a la
tierra prometida bajo la guía de un nuevo David. Es verdad, que David reunió
bajo su cayado a todas las tribus, artífice de unidad para Israel. Su tiempo
corresponde, como elegido por el Señor, al tiempo ideal de la teocracia de
Israel. La división que se provocó a la muerte de Salomón, dos reinos, Judá e
Israel, no sólo quitó la unidad, sino también que Dios ya no fuera el centro de
todo, es más, conocieron incluso el destierro de la tierra prometida. Ezequiel,
anuncia la reunificación en la tierra prometida, es decir, el regreso a la
patria, donde reinará un nuevo David, bajo una sola nación. En el futuro no
habrá divisiones, fruto del pecado, la idolatría, por citar un desorden en que
cayó Israel. Elemento fundamental de la
reunificación será purificar al
país y los corazones de la
idolatría para la realización de una
nueva alianza, que Cristo Jesús sellará con su sangre, en los tiempos
mesiánicos. Este nuevo David es el único pastor de su pueblo, reinará sobre
ellos, obedecerán la voluntad de Dios, observarán sus preceptos. La insistencia
del “para siempre” es de resaltar porque en el fondo Dios se está
comprometiendo con una alianza que garantiza perpetuidad, eternidad con valores
como la paz, vivir en la tierra prometida, los multiplicará y su santuario
estará en medio de ellos (vv. 25-28). Este nuevo David es príncipe perpetuo de
su pueblo (v. 25), lo vemos realizado sólo en Cristo Jesús,,
en la plenitud de los tiempos mesiánicos. Finalmente “sabrán las naciones” (v.
28), Israel se convierte en profeta, anuncio e intermediario entre todos los
pueblos, instrumento de la revelación de Dios, testimonio de la presencia
divina, vocación que el Concilio Vaticano II, atribuye a la Iglesia, convertida
en sacramento de salvación universal (cfr. LG 48), el nuevo Israel, querido y
revelado por Dios Padre.
El evangelio habla de la unidad que
quiere Dios Padre por sus insondables caminos
cuando quiere que se cumpla su economía de salvación. Un hombre debe
morir por el pueblo. Este es el argumento de los judíos, luego de la
resurrección de Lázaro. Su temor, la
reacción romana en contra de la nación, porque Jesús realiza muchos signos y
muchos que hará que el pueblo crea en ÉL. La “solución” viene de Caifás, Sumo
Sacerdote aquel año: es mejor que muera un solo hombre y no toda la nación (v.
50). Esos signos producían reacciones a favor, los que creían en Jesús, otros
de rechazo y hostilidad. Los judíos, temen que con tantos signos, la gente
admita que es el Mesías político y religioso y, el gobernador romano
reaccionará afectando el culto en el templo y la existencia del pueblo. Las
palabras del Sumo Sacerdote son una profecía: Jesús morirá por “la nación y no
sólo por la nación sino para reunir en uno a los hijos de Dios que estaban
dispersos” (vv. 51-52). De la muerte de Cristo, de su costado, nace la Iglesia
como verdadero pueblo elegido de Dios, en la que ingresan no sólo judíos, sino
todos los pueblos de la tierra, por los cuales, Jesucristo muere y resucita,
para darles vida nueva de hijos de Dios. Ahora es Jesús, nuevo Sumo Sacerdote,
quien ofrece el sacrificio, no por sí mismo como hasta ahora hacía Caifás, una
vez al año, sino por todos los hombres, para obtener la unidad de todos los
hijos de Dios dispersos. La actitud oportunista de Caifás es una continua tentación de querer manipular a Dios
y la religión, actitud que el sanedrín aceptó, habla a las claras de cómo
cuando la Iglesia, a través de su historia, confunde y mezcla el ámbito
religioso y político, es cuando se aleja del evangelio de Jesús y su misión
evangelizadora. La palabra del Jesús no se casa ni con el triunfalismo ni con
la acomodación a los tiempos de crisis. Continuamente hay que revisar la imagen
que estamos dando como Iglesia, a nivel comunitario y personal y proponer un
camino humilde, alegre y servicial, con no poca capacidad de sacrificio y
valentía para proponer esta línea de evangelización. Apoderarse de Dios y de lo
sagrado, es propio de la religión natural, lo cristiano es el servicio a Dios y al
prójimo porque así lo enseñó Jesucristo. Nunca servirse de la religión para
intereses personales. La religión cristiana no busca apoderarse de Dios, sino
que como es revelada, Dios toma la iniciativa, se abaja hasta el hombre para
iniciar un diálogo de amor con su gracia y lo llama. La respuesta del hombre se
verifica en la obediencia a la fe recibida envuelta de amor. Cuidemos con una
vida santa, la unidad de la Iglesia, trabajando
la propia unidad entre la vida y la fe que nos une a Jesucristo y a los
hermanos en el mismo camino. Hoy muchos cristianos viven como hijos de Dios
dispersos, lejos de la vida eclesial, a estos hay que traerlos al rebaño, para
que bajo el cayado del único Pastor de nuestras almas, caminemos hacia la vida
eterna, habiendo luchado por evitar toda disensión en la propia sociedad y en su Iglesia. Llegados al final de la
cuaresma, ¿estamos preparados para celebrar dignamente la Pascua del Señor?
¿Hemos renovado nuestra condición bautismal? ¿Hemos trabajado nuestra
conversión? ¿Hemos hecho vida aquello de: Convertíos y creer en el evangelio?
Creo que si hemos orado la Palabra de Dios y puesto en práctica su voluntad,
estamos en camino de la Pascua del Señor.
San Juan de la Cruz, nos indica la
forma de llegar a la transformación de amor: “Dar a entender cómo el Hijo de
Dios nos alcanzó este alto estado y nos mereció este subido puesto de poder ser
hijos de Dios; y así lo pidió al Padre él mismo por San Juan, diciendo: “Padre,
quiero que los que me has dado, de donde yo estoy, ellos también estén conmigo
para que vean la claridad que me diste; es a saber, que hagan por participación
en nosotros la misma obra que yo por naturaleza, que es aspirar el Espíritu
Santo….Que es comunicándoles el mismo amor que al Hijo…por unidad y
transformación de amor” (CB 39, 5).
P.
Julio González C.