QUINTA SEMANA  DE CUARESMA

(Año Par. Ciclo A)

P. Julio González Carretti ocd


Contenido

DOMINGO   2

a.- Ez. 37, 12-14: Os infundiré mi espíritu y viviréis. 2

b.- Rm. 8, 8-11: Tenemos el Espíritu de Dios que resucitó a Jesús. 2

c.- Jn. 11, 1-45: Resurrección de Lázaro. 2

LUNES   4

a.- Dan. 13,1-9.15-17.19-30.33-62: La casta Susana. 4

b.- Jn. 8, 1-11: La mujer adúltera. 4

MARTES   6

a.- Núm. 21, 4-9: La serpiente signo de salud y perdón. 6

b.- Jn. 8, 21-30: ¿Quién es Jesús? Yo soy. 7

MIERCOLES   8

a.- Dan. 3, 1-28: Los tres jóvenes fieles a la alianza. 8

b.- Jn. 8, 31-42: Jesús y Abraham. 9

JUEVES   10

a.- Gén. 17, 1-9: Alianza de Dios con Abraham. 10

b.- Jn. 8, 51-59: Antes de Abraham existo yo. 11

VIERNES   12

a.- Jer. 20, 10-13: Confesiones de Jeremías. 12

b.- Jn. 10, 31-42: Jesús se declara Hijo de Dios. 12

SABADO   14

a.- Ez. 37,21-28: Serán mi pueblo y yo seré su Dios. 14

b.- Jn. 11, 45-57: Jesús morirá para reunir a los hijos de Dios. 15

 

DOMINGO

Lecturas bíblicas:

a.- Ez. 37, 12-14: Os infundiré mi espíritu y viviréis.

La primera lectura, corresponde a la última parte de la visión de los huesos secos de Ezequiel.  Es toda una invitación a la esperanza, ya que Yahvé les promete sacarlos del sepulcro de su exilio babilónico, país de muerte, para plantarlos en el país de la vida. Todo ello será fruto de haber recibido la infusión de su espíritu creador en ellos, vuelven a la vida humana y divina, personas libres, relacionadas con el prójimo y con Dios. La intención del autor sagrado, apunta a la pronta liberación del exilio y no a la resurrección de los muertos, como más tarde lo entenderán los Padres de la Iglesia, pero eso no quiere decir que la imagen de los huesos que vuelven a la vida, desborda la intención original del autor. El hecho de evocar la imagen de la creación del hombre en el paraíso, al presentar la muerte biológica del ser humano, el reconocer a Dios como Señor de la vida y la muerte, el profeta, establece la victoria de la vida sobre la muerte, esencia del mensaje pascual. Desde ahora todo cristiano podrá contemplar en estas páginas el símbolo de la resurrección de Cristo Jesús y de cada bautizado.

b.- Rm. 8, 8-11: Tenemos el Espíritu de Dios que resucitó a Jesús.

San Pablo, nos presenta la antítesis carne-espíritu, es decir, al hombre que sólo cuenta con sus fuerzas o el hombre que se fundamenta  en la gracia salvadora de Cristo Jesús (cfr.Jer.17,5-10). Andar según la carne, vendría a significar, ir por la vida de espadas a Dios, es quien va camino de muerte, porque rechaza la salvación. En cambio, el hombre del espíritu, camina seguro porque posee la vida en sí,  la que le da el Espíritu Santo de Dios. El soplo de Dios, es la señal de la vida, superación de la fragilidad y de la caducidad. Con el Bautismo, muere el hombre de carne y al ser injertado en Cristo, nace el hombre del espíritu, porque su cuerpo se salva de la muerte por la resurrección de los muertos. La semilla de eternidad, que el Espíritu Santo siembra en el alma del cristiano, lo destina a configurarse con Cristo (cfr. Rm.8,29), para resucitar al final de los tiempos.

c.- Jn. 11, 1-45: Resurrección de Lázaro.

El evangelio nos presenta la resurrección de Lázaro. El evangelista en este signo de Jesús, quiere resaltar no sólo la superioridad de Cristo sobre la muerte, sino que quiere dar entender a los creyentes, discípulos y lectores, que estar íntimamente unido a Cristo Jesús, nadie, ni la muerte,  podrá separarlos de su amor. Quien cree en Cristo Jesús, no muere para siempre. En el diálogo de Marta y Jesús, encontramos la enseñanza central del texto: “Yo soy la resurrección y la vida” (v. 24). La resurrección de Lázaro,  es el resultado del poder y la eficacia de la fe, y no sólo un signo de Jesús; el fruto precioso de la fe es la posesión de la vida eterna, en el hoy, y no en el futuro. No hay que esperar al final de los tiempos, como creía Marta, la vida nueva está aquí y ahora, es Jesucristo (v. 24). Lázaro verdaderamente murió, lo que sucede, es que la muerte, no tuvo poder sobre él ante la presencia de Jesús; desafía a la muerte, y la vence en la persona de su amigo. Paradojalmente a mayor revelación de Cristo, mayor odiosidad de parte de sus enemigos, los judíos incrédulos, lo que provoca en ellos el deseo de darle muerte (v.8; v.53); al dador de vida se le quiere dar muerte. En todo este relato,  el movimiento de personajes, no hay que olvidar la motivación de Jesús, y la de Juan, al redactar su evangelio: suscitar la fe. Sin fe en Cristo Jesús, no hay vida, ni resurrección. A Marta, le requirió este dato fundamental: “¿Crees esto?” (v. 26), y el apóstol Juan, al finalizar su evangelio, confiesa que lo que ha escrito es para que crean que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengan vida en su Nombre (cfr. Jn. 20, 31). Desde ahora, el que vive en Cristo, vive más allá de la muerte (v. 25), el creyente que vive en ÉL, nunca morirá espiritualmente. Jesús, es vida y resurrección, por lo tanto, el que vive en ÉL, vive en el Espíritu (cfr. Jn. 3, 6; 5, 24-25);  el que cree ahora, vive más allá de la muerte física (cfr. Jn. 5, 28-29; 6, 40-54). La clave del creyente está en responder como Marta: “¿Crees esto? Sí, Señor, yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que iba a venir al mundo” (vv. 26-27). La resurrección de Lázaro es  anuncio de la resurrección de Cristo y de la nuestra. ÉL es la respuesta, la única, ante el enigma de la muerte del hombre. La comunión con Jesucristo, por la fe del bautismo, nos viene la vida eterna, que alcanza al hombre entero, cuerpo y alma; el cristiano contempla la muerte, no como los hombres sin fe, tiene un sentido nuevo, es el paso a la plenitud de la vida, la unión con Dios definitiva, sin los velos de la fe, sino que es el cara a cara, la visión beatífica. Quien cree en Jesucristo, se siente salvado de la muerte eterna, engendrada por el pecado. La muerte física, la padeceremos todos, Cristo, también murió. El cristiano está liberado de la tiranía de la muerte, del miedo y el sin sentido de la vida, pasión inútil, que acaba en la nada. La muerte es la liberación, que abre la puerta a la plenitud con Cristo resucitado. Es gracias a Cristo Jesús, vida y resurrección nuestra, que por ser el Hijo de Dios, vence la muerte, para siempre.

Juan de la Cruz, comentado los versos: “Decidle que adolezco, peno y muero” de la segunda estrofa de Canto Espiritual, el místico comenta: “Las hermanas de Lázaro le enviaron a decir, no que sanase a su hermano, sino que mirase que al que amaba estaba enfermo: “Señor, aquel a quien tú quieres, está enfermo” (Jn. 11, 3). Y esto por tres cosas: la primera, porque mejor sabe el Señor lo que nos conviene que nosotros; la segunda, porque más se compadece el amado viendo la necesidad del que lo ama y su resignación; la tercera, porque más seguridad lleva el alma acerca del amor propio y propiedad en representar la falta que en pedir lo que a su parecer le falta. Ni más ni menos hace acá ahora el alma representando sus tres necesidades; y es como si dijera: Decid a mi Amado que adolezco y él sólo es mi salud, que me dé mi salud, y que pues peno y él sólo es mi gozo, que me dé mi gozo, y que pues muero y él sólo es mi vida, que me dé vida” (CB 2,8).


LUNES

Lecturas bíblicas:

a.- Dan. 13,1-9.15-17.19-30.33-62: La casta Susana.

La narración de la primera lectura, nos lleva a considerar hasta dónde puede llegar la maldad, de quien se deja guiar por sus pasiones, en este caso concreto, la lujuria de dos jueces ancianos. La oportuna intervención del profeta Daniel, en el juicio que le presentan a Susana y a su casa, la salva de morir lapidada por adulterio, ese día se salvó una vida inocente (v. 62). Susana, había sido criada en la fe de sus padres, y en la Ley de Moisés, por lo que supo orar diciendo: “Oh Dios eterno, que conoces los secretos, que todo lo conoces antes que suceda, tú sabes que éstos han levantado contra mí falso testimonio. Y ahora voy a morir, sin haber hecho nada de lo que su maldad ha tramado contra mí”. El Señor escuchó su voz” (vv. 42-44). De los ancianos se esperaba cordura y virtud, en cambio, escondían pasiones, que en definitiva, los llevaron a la muerte. La virtud de Susana, su castidad matrimonial, Dios la preservó, porque ella la defendió  con valentía y con una oración confiada a Yahvé.

b.- Jn. 8, 1-11: La mujer adúltera.

El evangelio nos presenta el caso de la adúltera, sorprendida en flagrante adulterio; la adúltera, si era culpable, la Ley mandaba, apedrearla hasta morir (cfr. Lv. 20,10; Dt. 22,22-24). Pasamos de la inocencia y castidad de Susana, al pecado de adulterio, por parte de una mujer casada, sorprendida en flagrante rompimiento de la fidelidad matrimonial. Jesús esa noche la había pasado en compañía de su Padre, en oración, en el huerto de los Olivos (cfr. Jn.7, 53; 8,1; Lc. 4,42; 6,12; 9,18; 11,1; 21,37-38; 22,39-46). A la mañana siguiente al regresar al Templo a enseñar, reunido todo el pueblo, los escribas y fariseos, le presentan a Jesús el caso de una adúltera. Jesús, los fariseos y la mujer  (vv.3-6). Dato trágico, puesto que la mujer queda en medio entre Jesús y el pueblo, consciente que debe enfrentar la muerte, los fariseos se la presentan para desafiar a Jesús (vv.4-5). Ellos saben lo que dice la Ley, lo que haría Moisés, pero capciosamente le piden su opinión, pero con la intención de poner a Jesús en conflicto con Moisés y la Ley (v.5). La mujer es sólo un pretexto, para colocar al joven rabino contra la enseñanza secular de Moisés. En caso de adulterio, el marido ponía la demanda de divorcio, que se concedía automáticamente. Desde ese momento, el marido no tenía ya obligaciones para con la mujer infiel, era toda una desgracia frente a su propia familia (cfr. Nm. 5). Al divorcio, seguía el castigo. La ley de Moisés, consideraba el adulterio, como contrario a la voluntad de Dios, un mal para la sociedad, por eso, el castigo era la muerte. Si bien, en el tiempo de Cristo, ya no se aplicaba con tanto rigor, serán los doctores de la ley y fariseos, quienes propician la condena de la mujer. El celo de éstos por cumplir la ley, es toda una trampa para comprometer a Jesús. Buscaban la opinión de un joven rabino, que le habían escuchado opiniones propias sobre la Ley. Querían que se pronunciase, en un caso complejo. A Jesús se le presenta un proceso, puesto que buscan una incoherencia en su doctrina. Jesús se inclina y escribe en la tierra (vv.6-9).  No sabemos el significado de este gesto pero se presume indiferencia ante la pregunta, por haber convertido a la mujer, en controversia u objeto legal, incluso decepción ante el modo de  proceder de los judíos. Ante la insistencia, se levanta, restablece el diálogo y dice: “Aquel de vosotros que esté sin pecado, que le arroje la primera piedra” (v.7; cfr. Lev.24,1-16; Dt.13,10; 17,2-7). Si bien, no se especifica el pecado a que alude Jesús, seguramente lo relacionaron con pecados del ámbito sexual. Se vuelve a inclinar y sigue escribiendo en el suelo, pero todos se marcharon, comenzando por los escribas y fariseos, los viejos, hasta quedar sólo Jesús y la mujer (v. 9). Nadie puede sostener que esté libre de pecado, de acusadores pasan a ser acusados; permanecen la desdichada mujer y la encarnación de la misericordia, enseña San Agustín. Jesús y la mujer (vv.10-11). Jesús y la mujer solos (vv.10-11). Las palabras de Jesús a la mujer: “Incorporándose Jesús le dijo: «Mujer, ¿dónde están? ¿Nadie te ha condenado?» Ella respondió: «Nadie, Señor.» Jesús le dijo: Tampoco yo te condeno. Vete, y en adelante no peques más.” (vv.10-11). Son las primeras palabras de Jesús a la mujer a quien se dirige como un tú, una persona, no un objeto, se convierte en alguien con la que Jesús puede conversar. A su vez ella lo llama Señor, nadie la ha condenado. Jesús le devuelve la vida, los fariseos de no intervenir Jesús se la hubieran quitado. El mandato de no pecar en adelante, establece una nueva relación de hija con Dios su Padre.

San Juan de la Cruz, exhorta a vivir pendientes del querer de Dios, por toda esa bondad demostrada al perdonar nuestro pecado; su gracia nos ayudó a superar e iniciar el camino de perfección. “Pero aunque Dios se olvida de la maldad y pecado después de perdonado una vez, no por eso le conviene olvidar sus pecados primeros al alma, pues dice el Sabio (207): “Del pecado perdonado no quieras estar sin miedo”; y esto por tres cosas: la primera, para tener siempre ocasión de no presumir; la segunda, para tener materia de siempre agradecer; la tercera, para que le sirva de más confiar para más recibir; porque si estando en pecado recibió de Dios tanto bien, cuando está puesta en tanto bien en amor de Dios y fuera de pecado, ¿cuánto mayores mercedes podrá esperar?” (CB 33,1).


MARTES

Lecturas bíblicas:

a.- Núm. 21, 4-9: La serpiente signo de salud y perdón.

En la primera lectura, el pueblo de Israel se queja, como muchas veces en su travesía por el desierto, esta vez por la carencia de alimentos y agua (v.5). A las penalidades del desierto, como el cansancio, el hambre y la sed, se agregan los peligros de serpientes y escorpiones, animales venenosos (cfr. Dt. 8,5; Is.14,29; 30,6). Yahvé, educador en la fe de su pueblo, les envía precisamente serpientes venenosas, para exhortarlos al arrepentimiento, por haber hablado contra ÉL, y su enviado Moisés. El pueblo reconoce su pecado y Moisés intercede, la respuesta de Dios es el perdón y la serpiente de bronce, un signo, con el cual sanaba sus picaduras. Bastaba mirar la serpiente de bronce y recobrar la salud. Mirado desde fuera y a la distancia de siglos nos parece un rito mágico, pero Dios se valió de ese signo para encaminar al pueblo de Israel a la fe. En ello tenemos el dato de las serpientes del desierto, la creencia de virtudes curativas de la serpiente, vestigios del culto que la serpiente tenía en Oriente, como dios de la salud sobre todo en Canaán (cfr. Sb. 16,6); será el rey Ezequías quien suprima el culto que todavía daban los israelitas a la serpiente de bronce en el templo de Jerusalén (cfr. 2Re. 18,4); griegos y romanos, la veneraban como Esculapio o Asclepios y a su templo en Epidauro, acudían enfermos de toda Grecia a escuchar su oráculo, buscando salud. Aquí la serpiente, sin ese halo divino, simplemente remonta a Yahvé providente con su pueblo, la mirada se dirige a Dios que sana con su poder, el que supera al otro aspecto de Dios que castiga la falta cometida, por medio de la mordedura de las serpientes. Ella aparece como principio de muerte, pero a su vez de sanación y de vida, que se convierte en fe en el Dios que más allá del juicio hacer resplandecer su gracia y misericordia. Moisés sube a Dios y ora por su pueblo, para descender con el perdón y la vida. Juan en su evangelio, relacionará la serpiente de bronce, con la Cruz de Cristo, para obtener, vida eterna (cfr. Jn. 3, 14).

b.- Jn. 8, 21-30: ¿Quién es Jesús? Yo soy.

El evangelio nos presenta, qué significa que Jesús sea luz del mundo. Cuando Jesús se marche los judíos no lo podrán seguir, lo buscarán, pero no lo encontrarán, porque ellos no lo podrán seguir. Se revela la necesidad de los judíos y de toda la humanidad, de Jesús como luz del mundo y de la vida (v.12). El rechazo de esa luz, les impide ir donde Jesús se dirige, a la muerte por amor a los hombres, no por suicidio. Jesús sabe a dónde va, dar la vida, pero ellos no aceptaran un Mesías crucificado, buscan su propia gloria, no estarían dispuestos a dar la vida por el pueblo. Jesús inicia su éxodo, pero ellos no abandonarán su posición. Jesús revela lo que le ha oído al Padre, hace lo que le agrada, lo que impide a los que lo rechazan salir de su pecado, entendido como oposición al proyecto salvífica de Dios. La lejanía de Dios, salir de ese pecado, se resuelve con creer el: “Yo soy” de Jesucristo, que es la clave para comprender este evangelio. Yo soy que se refiere a Yahvé (cfr. Ex. 3,14; Dt. 39,39; Is.43,10; 45,18; Jn.6,20). Afirmación muy fuerte que viene a significar, que a quien denomina Padre se expresa en ÉL, se encuentra en ÉL; Jesús sería, figura de Yahvé que los hombres pueden contemplar en ÉL. La reacción de los judíos, es preguntarle por su identidad: ¿Quién eres tú?  (v.25). Jesús remite a su experiencia profunda del Padre, que se muestra veraz en ÉL, lo que habla al mundo, es lo que ha oído al Padre (vv.25-26). Como percibe su incredulidad les remite ahora a su exaltación, cuando el Hijo del Hombre sea elevado, lo que implica la crucifixión y resurrección en la mentalidad del evangelista Juan, entonces sabrán quien es “Yo soy” (v.28). En el fondo, les anuncia que los acontecimientos salvíficos, de los que serán testigo, les hará reconocer como Hijo de Dios, Hijo del Hombre, el Yo soy. En esa hora el Padre está con Jesús, no lo abandona, (v.29), según Juan. El Padre resplandece en la vida de Jesús, que la entrega en la cruz, para la salvación del mundo, momento en que la gloria de Dios, alcanza su mayor manifestación. El Padre se hace presente para confirmar cuando el Hijo es levantado quién es Yo soy (v.28). Si bien fueron muchos los que creyeron en Jesús, la adhesión, era más bien intelectual, un consentimiento efímero, pero Jesús no se fiaba de ellos (cfr. Jn. 2, 23-35). Se puede concluir, que mientras no se viva el amor al prójimo, habiendo renunciado a la injusticia, no se es verdadero discípulo de Jesús, no se ha comprendido su evangelio. Mirar a Jesucristo, crucificado y resucitado, es para escucharle imitarle para obrar como ÉL, entrar en su intimidad con el Padre, nuestro Padre desde ÉL, hacer lo que a ÉL le agrada. Dar la vida como ÉL por el prójimo. Progreso, avance en la entrega mutua, entre Dios y el hombre, signo de sana vida espiritual.

San Juan de la Cruz nos sitúa en dos planos: junto al árbol de la caída de nuestros primeros padres, Adán y Eva, y junto al árbol de la Cruz, donde la vida empieza: “Esto es, debajo del favor del árbol de la cruz, que aquí es entendido por el manzano, donde el Hijo de Dios consiguió victoria, y por consiguiente desposó consigo la naturaleza humana, y consiguientemente a cada alma, dándole él gracia y prendas en la cruz; y así, dice: Allí conmigo fuiste desposado. Allí te di la mano” (CB 23, 3).


MIERCOLES

Lecturas bíblicas:

a.- Dan. 3, 1-28: Los tres jóvenes fieles a la alianza.

La primera lectura, nos presenta la mirada del profeta,  que desde una situación de persecución con Antíoco IV Epífanes, su intención es mantener la fidelidad de la comunidad judía, vuelve  su pensamiento al destierro babilónico y narra la historia el testimonio de los tres jóvenes en el horno ardiente. Si bien Nabucodonosor, había reconocido al Dios de Israel, como el único Dios (cfr. Dan. 2,46-49), cambia de actitud, y exige adoración de su estatua, bajo pena de muerte al que se resista a ello (vv. 1-8). Los compañeros de Daniel, Sidra, Misac y Abdénego son condenados a muerte por negarse a adorar un ídolo, Dios siempre Providente, premia su fidelidad librándolos del fuego (v. 46). El cántico de los tres jóvenes, es todo un himno a la acción creadora de Dios y finalmente, el rey Nabucodonosor, reconoce que Yahvé obró a favor de sus fieles (vv. 24-30). Este pasaje bíblico nos quiere enseñar que en la persecución a causa de la fe, el justo se mantiene fiel a Dios, en la lucha entre el bien y el mal, mantiene su libertad interior, a pesar de la opresión, conserva ese espacio donde Dios reina hasta ver coronados sus esfuerzos por la acción divina. El testimonio admirable de estos tres jóvenes, fue un gran aliciente para la naciente Iglesia romana, se identificó con ellos,  en la  persecución, mantuvo la adoración al único Dios, no abandonó la alabanza divina y la celebración de la eucaristía, en medio de la idolatría que los rodeaba, en lo íntimo de las catacumbas.

b.- Jn. 8, 31-42: Jesús y Abraham.

El evangelio nos presenta las palabras de Jesús a quienes habían creído en ÉL. Los que le escuchan no sólo son quienes creyeron en ÉL sino que también su audiencia hay quienes no lo aceptan, porque les acusa de querer matarlo (v.37). A otro nivel se trataría de judíos que sintonizan con Jesús, pero siguen unidos a la sinagoga, no profesarían toda la fe de la comunidad joánica. Con las palabras de Jesús, se demuestra que se hace irreconciliable el judaísmo con ÉL, tanto que lo llevarán a la muerte. A quienes le aceptan, les enseña que para ser sus discípulos deben aprender a mantenerse en su palabra, lo que viene a significar aceptar su persona hasta convertirse en centro vital del discípulo, de este modo se entra en la verdad, se gusta de ella y esto produce libertad. Le recuerdan que son libres, porque son hijos de Abraham; puro orgullo de pertenecer al pueblo escogido ya que olvidan las esclavitudes. Jesús les niega tal privilegio espiritual, aunque por la sangre sean descendencia de Abraham, no lo aceptan a ÉL. Jesús sabe que son estirpe de Abraham, pero no basta, se requiere una descendencia espiritual, la que había recibido Abraham de parte de Dios. En el fondo, Jesús se siente la esperanza más profunda de judaísmo, el corazón de Abraham. Se inicia ahora un diálogo dinámico pero muy fuerte en declaraciones sobre quiénes son los verdaderos hijos de Abraham (vv.34-41). Jesús habla lo que le ha visto y oído decir a su Padre, mientras ellos hablan de su padre Abraham, si éste fuera su padre, no lo intentarían matar, ya que precisamente ÉL era su anhelo más profundo. Su padre no es Abraham. Su nueva argumentación es que no han nacido de prostitución es decir, han sido fieles a la Alianza con Dios y no han sido idólatras (cfr. Jn.8,48). A esta altura el discurso de Jesús revela una clara conciencia de comunión total con Dios, le ha visto y oído.  Por ello, quien se opone a Jesús rechaza a Dios, imposible que sea hijo de Abraham, puesto que era gran amigo de Dios (cfr. 2Cro. 20,7; Is.41,8). Ser parte de la familia de Dios, viene por la vía teologal y moral: vida de fe, de justicia, de apertura a Dios, aceptar el testimonio de Quien viene en su nombre. Sólo quien es propiedad de Dios por el Bautismo y vive su fe, escucha y acepta a Jesús, como Enviado del Padre; sin fe no pertenecemos al Reino de Dios, es más, no podemos acercarnos a Dios.

San Juan de la Cruz, enseña que la dureza del alma, es propia del hombre a causa del pecado; sólo la  misericordia, la divina gracia y el amor de Cristo  pueden romper muros en el corazón humano, es el triunfo de la luz y el amor que atraviesa las tinieblas del pecado, para iluminar la vida del hombre.  San Juan de la Cruz: “Si tú en tu amor, ¡oh buen Jesús!, no suavizas el alma, siempre perseverará en su natural dureza” (D 35).


JUEVES

Lecturas bíblicas:

a.- Gén. 17, 1-9: Alianza de Dios con Abraham.

La primera lectura, es todo un ramillete de promesas de parte de Yahvé, donde está el contenido de la Alianza, en la versión sacerdotal, donde el trascendentalismo, es reemplazado por el humanismo, donde el diálogo, ahora es discurso divino; la relación cercana entre Yahvé y Abraham, ahora es silencio y postración ante Dios (cfr. Gn.15): La alianza sacerdotal, es una teofanía donde Dios establece con Abraham y su descendencia una alianza eterna; un don para el patriarca y los hijos. La alianza es entre dos partes: Yahvé y Abraham. Dios se compromete con que: Abraham será padre de una muchedumbre de  pueblos, establece una alianza eterna, donde Yahvé será su Dios, para él y las generaciones que vendrán, y recibirá la tierra de Canaán, tierra que heredarán sus descendientes. Como padre de muchos pueblos la alianza que Dios hace con Abraham, es con toda la humanidad. De parte de Abraham este se compromete: con andar en su presencia y ser perfecto (v.1). Abraham cae rostro en tierra, y adora a Yahvé. La circuncisión (cfr. Gn.17,10), será expresión de esa actitud interior. La Alianza mira más allá de la persona de Abraham, hacia su descendencia. Precisamente ese es el  sentido de cambio de nombre, de Abran por Abraham, padre de multitud, hacer de su nombre una misión, llevar en su nombre la promesa de una gran posteridad. La circuncisión, impresión en la carne de la Alianza, es señal de la pertenencia al pueblo de Dios, compromiso de vivirla para siempre. El autor sagrado, sabe que Dios es más que la humanidad y también para ella tiene una promesa de bendición y salvación. Gracias a su fe hoy creemos, más aún, su fe creó vida y bendición en Isaac, hijo de sus entrañas, pero que en Cristo Jesús, la vida y bendición alcanzan su plenitud.

b.- Jn. 8, 51-59: Antes de Abraham existo yo.

El evangelio nos presenta el final del diálogo de Jesús con los judíos. Mientras Jesús los declara hijos del diablo, ellos lo acusan de tener un demonio, estar loco (cfr. Mt. 8, 44. 48-49). Las palabras que dirige a los judíos preceden de su unión con el Padre, a quienes ellos dicen conocer y honrar, sin embargo deshonran al Hijo (cfr. Mt. 8, 49). El juicio surge de la aceptación o rechazo del Hijo (cfr. Jn.3, 16-21: 36; 5,27; 8,16), para honrar al Padre, hay que honrar también al Hijo 8cfr. Jn.5,23). Jesús no busca su propia gloria, como Enviado del Padre, le vendrá en momento oportuno. Tras el juicio está el Padre, que envió a Jesús. La vida eterna surge de observar la palabra de Jesús, hacerla propia y realizar sus exigencias consiguiendo vida por medio de ella (v.51). Los judíos no salen de sus categorías, vuelven a su ascendencia abrahámica y profética, no se abren a la palabra de Jesús que viene de lo alto (cfr. Mt. 8, 23). Su argumento es el mismo que el de la samaritana, no aceptan que Jesús pueda ser más grande que Abraham o los profetas. ¿Puede Jesús ofrecer vida eterna, si los citados todos ellos murieron? La muerte le da pie a Jesús, para repetir que no busca su propia gloria, porque es el Padre quien lo glorifica; intervendrá de tal modo que le devolverá su gloria (v.54). Los judíos reivindican la paternidad del único Dios verdadero, pero no es verdad, su verdadero padre, el que es homicida desde el principio, el padre de la mentira (cfr. Mt.8,44). No pueden querer matar al Hijo de Dios y afirmar que su único Dios verdadero. Los judíos no conocen a Dios, porque rechazan reconocer al Hijo y aceptar su palabra, mientras que Jesús sí conoce al Padre (v.55). Si bien todos son descendientes de Abraham, los separa el hecho que él acepto el proyecto de Dios; se alegró porque algún día vería él día de Jesús, en cambio, ellos no lo ven; quieren matarle (v.56; Gn.24,1; Am.5,18). Los judíos le preguntan cómo siendo joven, podía haber visto a Abraham, Jesús no había dicho que lo había visto, sino que el Patriarca visto los días de Jesús:  Jesús les respondió: En verdad, en verdad os digo: antes de que Abraham existiera, Yo Soy.” (v. 58; Jn.1,1-18).  Jesús se remite a su preexistencia, como Logos, vuelve en amorosa unión con el Padres, antes que comenzara todo (cfr. Jn.1,1). Mientras Abraham vino y se fue, Jesús trasciende el tiempo, antes del tiempo del Patriarca, ÉL ya existía. Esta declaración le ganó a Jesús el título de blasfemo y sus adversarios aplican la ley reservada a los blasfemos (cfr. Lev. 24,16), es decir, la condena a muerte. Como no había llegado su hora (cfr. Jn. 7, 30), Jesús se retira, el tiempo sigue a la luz, se recoge en ÉL.

Para San Juan de la Cruz, comentado los versos de Cántico espiritual escribe: “Y luego me darías, / allí, tú, ¡vida mía!/, aquello que me diste el otro día”  Por aquel otro día entiende el día de la eternidad de Dios, que es otro que este día temporal; en el cual día de la eternidad predestinó Dios al alma para la gloria, y en ese determinó la gloria que le había de dar, y se la tuvo dada libremente sin principio antes que la criara, y de tal manera es ya aquello propio de tal alma, que ningún caso ni contraste alto ni bajo bastará a quitárselo para siempre, sino que aquello para que Dios la predestinó sin principio, vendrá ella a poseer sin fin. Y esto es aquello que dice le dio el otro día, lo cual desea ella poseer ya manifiestamente en gloria” (CB 38,6).


VIERNES

Lecturas bíblicas:

a.- Jer. 20, 10-13: Confesiones de Jeremías.

La primera lectura, nos hace confidentes de estas confesiones de Jeremías, donde se unen sus crisis interiores, y las amenazas exteriores, la persecución y el odio de sus más cercanos. A pesar de todo, se siente seguro en su interior, porque Yahvé está a su lado como un fuerte campeón (v.11). El profeta se ve como objeto de un nuevo complot para acabar con su vida; sólo esperan la ocasión propicia. Lo mismo sucederá siglos más tarde, con Jesús de Nazaret, será vendido por uno de sus amigos. Jeremías, no se queja con Yahvé, le recuerda la promesa del día en que lo llamó a  servirlo. Dios conoce su intimidad, por lo tanto espera con fe y seguridad la derrota de todos los que atentan contra su vida (v.12). Detrás de esta esperanza, está la idea de la retribución terrena, muy propia del AT; el profeta será salvado una vez, más por la mano poderosa de Yahvé. Finaliza con toda una invitación a que todos alaben a Dios, reconozcan su acción salvadora, que proféticamente ve realizada en él ya que se convierte en testigo del dolor por la palabra de Dios, pero también, de la salvación y glorificación que Yahvé va a otorgar en esta vida. Toda su experiencia profética: su causa, defensa y justicia la pone en manos de Yahvé. Hay como trasfondo una confianza total; Yahvé no abandona a quien le confía toda su existencia.

b.- Jn. 10, 31-42: Jesús se declara Hijo de Dios.

El evangelio nos habla de la verdadera identidad de Jesús. ÉL y el Padre son una sola realidad (v. 30). La pregunta de si es o no el Mesías, parece innecesaria. ÉL es mucho más que el Mesías que esperaban los judíos, es el Hijo de Dios. La declaración de Cristo, provoca las iras de los judíos, y traen piedras para matarlo, el motivo es siempre haberse declarado “Hijo de Dios”, y de ser uno con el Padre. Las obras hablan por ÉL y atestiguan  su condición, tanto que uno de los propios judíos habla en su favor: ¿acaso un endemoniado puede dar vista a un ciego? (Jn. 10,21). Para los judíos, el declararse igual a Dios, les parece blasfemia (v.34). La réplica de Jesús se basa en las palabras del Salmo 82,6: “Yo he dicho: sois dioses, sois todos hijos del altísimo”. Si a ellos les fue confiada  la ley, la palabra de Dios y el poder de interpretarla y aplicarla, los llama dioses, con cuanta mayor razón el Hijo de Dios, el único enviado, aquel que es la Palabra de Dios. Insiste Jesús: “Cómo le decís que blasfema por haber dicho: Yo soy Hijo de Dios?” (v. 36). Si la misma palabra  de Yahvé, otorga la divinidad a quien acoge la Palabra de Dios, con cuanta mayor razón se la puede atribuir la propia Palabra de Dios a quien quién es el Hijo de Dios. La historia de Israel y la conducta que mantuvieron respecto a Yahvé los hacía indignos de tanto honor, en cambio, las obras de Jesús demuestran que es el Hijo de Dios, el enviado del Padre, el camino y la puerta que conduce a Dios. Los que conocen a Jesús, es decir, poseen una experiencia de Dios que va calando la vida, la  transforma, desde criterios y actitudes, hasta que la voluntad comienza a asimilar el querer de Jesús, escuchar su evangelio, buena noticia que deja huella profunda. La comunidad eclesial proclama su fe en la celebración litúrgica, fe en el Hijo de Dios, Maestro y Salvador, lo que hace que se forme el discípulo, el misionero, el testigo que conoce y ama lo que cree. Si muchos cristianos no poseen una auténtica experiencia de Dios, es porque no han profundizado en su fe, de ahí la tarea evangelizadora de la Iglesia, continua y sembrada de esperanza cierta, ante el paganismo que reina en nuestra sociedad. Este tiempo santo de cuaresma es tiempo propicio para iniciar este camino de conocimiento de nuestra fe. Cada cristiano comprometido es luz y sal en medio de la sociedad de hoy, de la buena noticia, el evangelio perenne de Jesucristo.

San Juan de la Cruz,  místico carmelita, nos invita a dejarnos atravesar por esta suave luz de amor que nace de la Sabiduría; el Verbo de Dios, hecho hombre por nosotros, es la única Palabra del Padre, habla y dialoga, nos enseña que por el camino de la fe llegamos a la unión con Dios, es decir, a la igualdad de voluntad y amor, la misma que ÉL, posee con su Padre. Escribe el santo: “Porque en darnos, como nos dio a su Hijo, que es una Palabra suya, que no tiene otra, todo nos lo habló junto y de una vez en esta sola Palabra, y no tiene más que hablar” (2S 22,3).


SABADO

Lecturas bíblicas:

a.- Ez. 37,21-28: Serán mi pueblo y yo seré su Dios.

El profeta usa el simbolismo de los dos leños con lo que quiere significar la unidad que Dios busca establecer  para su pueblo; en un leño lleva escrito el nombre de Judá y en el otro, el de José e Israel, luego los une y camina por la ciudad con ellos en las manos. ¿Qué significa esto? Volviendo la mirada a los comienzos del reinado de David, él promete en nombre de Dios, el regreso a la tierra prometida bajo la guía de un nuevo David. Es verdad, que David reunió bajo su cayado a todas las tribus, artífice de unidad para Israel. Su tiempo corresponde, como elegido por el Señor, al tiempo ideal de la teocracia de Israel. La división que se provocó a la muerte de Salomón, dos reinos, Judá e Israel, no sólo quitó la unidad, sino también que Dios ya no fuera el centro de todo, es más, conocieron incluso el destierro de la tierra prometida. Ezequiel, anuncia la reunificación en la tierra prometida, es decir, el regreso a la patria, donde reinará un nuevo David, bajo una sola nación. En el futuro no habrá divisiones, fruto del pecado, la idolatría, por citar un desorden en que cayó Israel.  Elemento fundamental de la reunificación será  purificar al país  y los corazones de la idolatría  para la realización de una nueva alianza, que Cristo Jesús sellará con su sangre, en los tiempos mesiánicos. Este nuevo David es el único pastor de su pueblo, reinará sobre ellos, obedecerán la voluntad de Dios, observarán sus preceptos. La insistencia del “para siempre” es de resaltar porque en el fondo Dios se está comprometiendo con una alianza que garantiza perpetuidad, eternidad con valores como la paz, vivir en la tierra prometida, los multiplicará y su santuario estará en medio de ellos (vv. 25-28). Este nuevo David es príncipe perpetuo de su pueblo (v. 25), lo vemos realizado sólo en Cristo Jesús,, en la plenitud de los tiempos mesiánicos. Finalmente “sabrán las naciones” (v. 28), Israel se convierte en profeta, anuncio e intermediario entre todos los pueblos, instrumento de la revelación de Dios, testimonio de la presencia divina, vocación que el Concilio Vaticano II, atribuye a la Iglesia, convertida en sacramento de salvación universal (cfr. LG 48), el nuevo Israel, querido y revelado por Dios Padre.

b.- Jn. 11, 45-57: Jesús morirá para reunir a los hijos de Dios.

El evangelio habla de la unidad que quiere Dios Padre por sus insondables caminos  cuando quiere que se cumpla su economía de salvación. Un hombre debe morir por el pueblo. Este es el argumento de los judíos, luego de la resurrección de Lázaro.  Su temor, la reacción romana en contra de la nación, porque Jesús realiza muchos signos y muchos que hará que el pueblo crea en ÉL. La “solución” viene de Caifás, Sumo Sacerdote aquel año: es mejor que muera un solo hombre y no toda la nación (v. 50). Esos signos producían reacciones a favor, los que creían en Jesús, otros de rechazo y hostilidad. Los judíos, temen que con tantos signos, la gente admita que es el Mesías político y religioso y, el gobernador romano reaccionará afectando el culto en el templo y la existencia del pueblo. Las palabras del Sumo Sacerdote son una profecía: Jesús morirá por “la nación y no sólo por la nación sino para reunir en uno a los hijos de Dios que estaban dispersos” (vv. 51-52). De la muerte de Cristo, de su costado, nace la Iglesia como verdadero pueblo elegido de Dios, en la que ingresan no sólo judíos, sino todos los pueblos de la tierra, por los cuales, Jesucristo muere y resucita, para darles vida nueva de hijos de Dios. Ahora es Jesús, nuevo Sumo Sacerdote, quien ofrece el sacrificio, no por sí mismo como hasta ahora hacía Caifás, una vez al año, sino por todos los hombres, para obtener la unidad de todos los hijos de Dios dispersos. La actitud oportunista de Caifás es una  continua tentación de querer manipular a Dios y la religión, actitud que el sanedrín aceptó, habla a las claras de cómo cuando la Iglesia, a través de su historia, confunde y mezcla el ámbito religioso y político, es cuando se aleja del evangelio de Jesús y su misión evangelizadora. La palabra del Jesús no se casa ni con el triunfalismo ni con la acomodación a los tiempos de crisis. Continuamente hay que revisar la imagen que estamos dando como Iglesia, a nivel comunitario y personal y proponer un camino humilde, alegre y servicial, con no poca capacidad de sacrificio y valentía para proponer esta línea de evangelización. Apoderarse de Dios y de lo sagrado,  es propio de la religión natural,  lo cristiano es el servicio a Dios y al prójimo porque así lo enseñó Jesucristo. Nunca servirse de la religión para intereses personales. La religión cristiana no busca apoderarse de Dios, sino que como es revelada, Dios toma la iniciativa, se abaja hasta el hombre para iniciar un diálogo de amor con su gracia y lo llama. La respuesta del hombre se verifica en la obediencia a la fe recibida envuelta de amor. Cuidemos con una vida santa, la unidad de la Iglesia, trabajando  la propia unidad entre la vida y la fe que nos une a Jesucristo y a los hermanos en el mismo camino. Hoy muchos cristianos viven como hijos de Dios dispersos, lejos de la vida eclesial, a estos hay que traerlos al rebaño, para que bajo el cayado del único Pastor de nuestras almas, caminemos hacia la vida eterna, habiendo luchado por evitar toda disensión en la propia sociedad  y en su Iglesia. Llegados al final de la cuaresma, ¿estamos preparados para celebrar dignamente la Pascua del Señor? ¿Hemos renovado nuestra condición bautismal? ¿Hemos trabajado nuestra conversión? ¿Hemos hecho vida aquello de: Convertíos y creer en el evangelio? Creo que si hemos orado la Palabra de Dios y puesto en práctica su voluntad, estamos en camino de la Pascua del Señor.

San Juan de la Cruz, nos indica la forma de llegar a la transformación de amor: “Dar a entender cómo el Hijo de Dios nos alcanzó este alto estado y nos mereció este subido puesto de poder ser hijos de Dios; y así lo pidió al Padre él mismo por San Juan, diciendo: “Padre, quiero que los que me has dado, de donde yo estoy, ellos también estén conmigo para que vean la claridad que me diste; es a saber, que hagan por participación en nosotros la misma obra que yo por naturaleza, que es aspirar el Espíritu Santo….Que es comunicándoles el mismo amor que al Hijo…por unidad y transformación de amor” (CB 39, 5).

P. Julio González C.  


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