VIGESIMA CUARTA SEMANA DEL
TIEMPO ORDINARIO,
(Año Impar. Ciclo C)
Fr. Julio González Carretti
ocd
Lecturas bíblicas:
a.- Ex. 32,7-11.13-14: El Señor se
arrepintió de la amenaza que había pronunciado.
La
primera lectura nos introduce en la experiencia idolátrica de Israel en el
desierto, luego de haber recibido de Yahvé las Tablas de la Ley. Este es el
gran pecado contra la Alianza, Alianza hecha por el pueblo con Dios por medio
de Moisés. Mientras ellos dialogan, el pueblo, por la demora, adora un becerro
de oro. Yahvé amenaza destrucción, Moisés intercede por el pueblo que ha
pecado, el mismo que Yahvé sacó de la esclavitud de Egipto, el que ha recibido
las promesas hechas a los patriarcas (v. 10). El culto que se reprocha es
representar a Dios en la figura de un toro; esta representación corresponde al
dios de la fertilidad de los cananeos, adoptado más tarde, como dios en el
reino del norte, por el rey Joroboam por un tiempo (cfr.
1Re. 12, 26-30). Se pensaba, que se rendía culto a Dios, aun cuando fuera
representándolo, pero pronto se dieron cuenta, que podía derivar en otro culto
cananeo, que Elías y Eliseo, denunciaron como idolatría. Lo que en el fondo
esta lectura nos presenta, es la situación de infidelidad del pueblo de Israel
a la Alianza desde el comienzo, es decir, el alejamiento paulatino del pueblo
de su Salvador que ahora confiesa. Vemos la figura de Moisés y su misión en su
tarea de mediador, tratando de lograr que Yahvé, ya no se separe de su pueblo,
lo castigue, y cree algo nuevo. El hace una verdadera confesión: Yahvé es el
único Dios, el que sacó a Israel de Egipto, su pueblo; su nombre está
comprometido ante las naciones, los egipcios lo podrían juzgar por haber sacado
a Israel de su país y haber tenido malas intenciones para con Israel. La
palabra dada a los patriarcas, lo obliga con sus descendientes, es más, no se
le presentaría glorioso si no mantuviera
su palabra con firmeza y constancia en su obrar. Yahvé renuncia al castigo, de
palabra y obra, y le devuelve a Israel la denominación de “su pueblo” (v. 14).
Lo más importante de la misión intercesora de Moisés, sea el sentirse solidario
con su pueblo, y no el comienzo de un nuevo pueblo, como había sucedido con Abraham.
Se trata del valor del justo en medio de los pecadores, el pueblo representado
por un hombre que posee la convicción de que este pueblo de Dios tiene una
función salvadora en medio de las naciones de la tierra. Ahí se encuentra el
germen del verdadero pueblo de Dios.
b.- 1Tm. 1, 12-17: Jesús vino al mundo
a salvar a los pecadores
El
apóstol Pablo, se presenta como aquel que ha sido “blasfemo, perseguidor e
insolente” (v. 14). Sólo la gracia de Jesucristo lo redimió del pecado y de su
antiguo modo de proceder, y le confió el ministerio de la palabra. Fue la fe y
la caridad, la que hicieron de Pablo, un apóstol insigne porque Cristo vino a
salvar a los pecadores, y él se confiesa como el primero de ellos. Lo realizado
por Cristo en Pablo, es modelo de lo que puede realizar en cada pecador, con
los cuales tiene paciencia, para que finalmente obtengan vida eterna. Sólo a ÉL,
hay que dar gloria eterna, oración que brota de la comunidad redimida que es la
Iglesia.
c.- Lc. 15,1-32: Habrá alegría en el
cielo por un pecador que se convierta.
El
evangelio, nos presenta las parábolas oveja perdida (vv. 4-7); la dracma
perdida (vv.8-10) y finalmente, la del hijo pródigo (vv.11-32). Son las
parábolas del perdón y la misericordia, dónde Cristo y la Iglesia perdonan los
pecados de los hombres, y convoca a todos los pueblos al reino de Dios. Los
jefes religiosos de Israel, no aceptan que otro, Jesús de Nazaret, hable de Yahvé desde la ribera de los
excluidos esa sociedad y del templo, porque ellos se han convertido en dueños
de la fe de Israel, por ello murmuran (v.2). Jesús, predica con parábolas,
donde establece el perdón de los pecados para los alejados y excluidos, con lo
cual muestra el auténtico rostro de Dios Padre, revelación de un amor que salva,
une y recrea. La parábola de la oveja, y la de la dracma perdida quieren
significar, el modo de obrar de Dios, busca lo perdido, no le bastan los justos
y puros, sino que también, se preocupa de los extraviados, pecadores, pobres e
ignorantes etc. Con esta actitud, delinea lo que debe ser el trabajo de la
comunidad eclesial (vv. 3-10). En la parábola del hijo pródigo, el protagonista
es el amor del padre, hecho perdón para que ese hijo, que se marcha y vuelve
sin dar razones, tampoco las exige su padre; regresa necesitado de cariño, comida y hogar.
De la misma forma, Dios Padre hace con los hijos pródigos de su pueblo, de la
Iglesia. El pastor y la mujer salieron en busca de lo que habían perdido, en
cambio, el padre permanece en el hogar, esperando. La reacción del hijo mayor,
imagen de Israel, le duele que perdone al hijo menor, más aún, que haga fiesta.
Los fariseos y escribas, pensaban que la Casa del Padre, de Dios, era de ellos,
y decidían lo bueno y lo malo, descubren el querer del padre, de Dios, y se
sienten postergados, muy molestos. Se puede concluir que Dios es amor, el Padre
que perdona y recrea la vida del creyente; su gozo consiste en ofrecer su
salvación a cada ser humano, especialmente busca a los pequeños, los excluidos.
Jesús se presenta como la encarnación de ese misterio de amor salvador y del
perdón que une y recrea la existencia del discípulo. Si alguien se escandaliza
de su obrar quiere significar que rechaza al Dios de Jesús de Nazaret, porque
hace de la fe, una manipulación de lo divino para construir seguridades mundanas. La Iglesia, siempre
fiel a Jesús, en sus múltiples apostolados apuesta, por todos los excluidos de
la tierra por ser necesitados de la tierra.
Teresa
de Jesús lee este evangelio desde su experiencia de oración y de fe en el poder
de la palabra. Ella lo experimentó en su conversión. “Si nos tornamos a ÉL,
como al hijo pródigo hanos de perdonar, hanos de consolar en nuestros trabajos, hanos
de sustentar como lo ha de hacer un tal Padre, que forzado ha de ser mejor que
todos los padres del mundo, porque en El no puede
haber sino todo bien cumplido; y después de todo esto hacernos participantes y
herederos con Vos” (V 27,2).
Lecturas bíblicas
a.-
1Tm. 2, 1-8: Dios quiere que todos los hombres se salven.
b.- Lc. 7, 1-10: Curación del siervo
de un centurión.
Este
evangelio, posee características especiales, porque el beneficiado de una
sanación, es el siervo de un centurión romano. Pero si esto es llamativo, lo es
más el hecho que él aparezca como amigo de los judíos, el texto afirma que les
ama, les respeta su religión e independencia frente al poder que él representa,
les ha construido la sinagoga (v.5). Seguramente, era un prosélito, pagano
convertido al judaísmo, de ahí, la intervención de los ancianos judíos que han
venido de su parte, a suplicar la salud para su criado a Jesús de Nazaret. Ellos
esperan que Dios haga una excepción con este pagano. Sin embargo estiman que la
pertenencia a Israel, es condición
necesaria para la salvación (cfr. Hch.15, 5). El opresor de los judíos,
había sido convertido a la fe del Dios de Israel, como Cornelio más tarde (cfr.
Hch.10). La delicadeza del centurión, se manifiesta en evitarle a Jesús, caer
en impureza legal, si entraba en casa de un pagano, es más, no se considera
digno de que ingrese en su casa. Lo reconoce como Señor, rabino, Maestro y le
manda pedir, que con sola su palabra sane a su criado. Reconoce en Jesús al
enviado de Dios, cuya palabra, es
poderosa también, a distancia. El centurión reconoce que obedece a sus
superiores, pero también hay soldados, a los que puede mandar y su palabra se
cumple. Lo mismo debe hacer ahora Jesús, su palabra es fuerte, y puede superar
la enfermedad de su siervo. Las buenas obras, que había realizado el centurión,
lo encaminan al don de la salvación que Dios ofrece en Cristo Jesús, pero es
necesario, que acepte explícitamente la fe. En este relato, se comprueba que
los judíos se quedan en la obras, mientras que el centurión, da un paso más,
penetra el misterio de la fe y acepta a Jesucristo que viene de Dios, y tiene
poder que salva a su criado de la muerte. El verdadero milagro de Jesús, es
suscitar la fe, como término de una búsqueda que comienza con las buenas obras,
pero culmina con la introducción en el misterio salvador de Dios para el
hombre. No por nada, Jesús alaba la fe del centurión: “Os digo que ni en Israel
he encontrado una fe tan grande.” (v. 9). Jesús destaca la fe de un pagano, lo
que demuestra que no interesa pertenecer a un determinado grupo o creencia, lo
que verdaderamente importa es la fe y confianza en Dios. El centurión se había
ganado por su modo de ser, la amistad de los judíos, ahora establece una
amistad con el Dios de Jesús de Nazaret, en el mismo instante que su criado
recobraba la salud. Por sobre las fuerzas del mal que empujan al enfermo a la
muerte, está la misericordia de Dios, el amor del centurión a Israel y a su
Dios, pero sobre, todo la potente palabra de Jesús, que resuena con igual
potencia en su Iglesia hoy. Pidamos a Jesús que nos aumente el ejercicio de
nuestra fe, en la vida ordinaria, que el Señor nos regala cada día: creer
siempre a pesar de las circunstancias a veces adversas, esperar contra toda
esperanza, y una caridad, que cual antorcha ardiente ilumine, todos los actos
de nuestra voluntad.
Luego
de la comunión, Teresa de Jesús, se sentía invadida por la presencia del Señor
resucitado. “¿Qué hay que dudar que hará milagros estando tan dentro de mí, si
tenemos fe?” (CV 34,8).
Lecturas bíblicas
a.- 1Tm. 3,1-13: Ministerios
eclesiales.
b.- Lc. 7, 11-17: Muchacho, a ti te lo
digo, levántate.
Este
evangelio nos presenta la resurrección del hijo único, de una madre viuda. Relato
propio de Lucas. Los milagros hechos al centurión y a la esta viuda, anticipan
la respuesta a Juan Bautista, que pregunta a Jesús: “¿Eres tú el que ha de
venir, o debemos esperar a otro?” (Lc. 7, 19). Lo que hace Jesús, es ofrecer la
salvación integral al hombre que lo necesita, en este caso al hijo de la viuda
de Naím. A la entrada de la ciudad, se encuentran dos comitivas, la que preside
Jesús, dador de vida, y la que preside la muerte. En un sermón que pronuncia S.
Pedro dice: “Vosotros renegasteis del Santo y del Justo, y pedisteis que se os
hiciera gracia de un asesino, y matasteis al Jefe que lleva a la Vida. Pero
Dios le resucitó de entre los muertos, y nosotros somos testigos de ello”
(Hch.3, 14). Jesús sintió compasión de la viuda (v.13). Esta salvación libera
del mal, de la muerte y de la enfermedad, lo que evidentemente, incluye la
resurrección de los muertos, anuncio velado del regreso a la vida de Jesús, en
su resurrección. Jesús se dirige al joven, que yace en el féretro como si
estuviera vivo, su llamada infunde vida, ÉL es autor de vida nueva (cfr.Rom.4,
17; Hch. 3,15). El joven responde, se levanta, se
pone a hablar (v.15), Jesús se lo entregó a su madre. Como Elías, el profeta, entregó
con vida al hijo de la viuda de Sarepta, pero Jesús es más que el profeta, resucita
con el poder de su palabra, Elías con oraciones y prolijos esfuerzos (cfr. 1Re.
17,23). En este milagro encontramos una revelación de Dios, porque ante la
evidencia de los acontecimientos, la reacción del pueblo es de temor y
glorificar a Dios, por ello exclaman: “Un gran profeta ha surgido entre
nosotros” y “Dios ha visitado a su pueblo” (v. 16). Este milagro tiene carácter
de signo en el sentido que testimonia que Jesús es el que ha de venir y ofrece
la vida eterna, el triunfo definitivo sobre la muerte (cfr. Lc. 7, 20). La
resurrección de los muertos es prueba de su poder y de su misericordia, es más
el poder está al servicio de su misericordia. Dios visita a su pueblo e ilumina
a los que yacen en sombras de muerte (cfr. Lc.1, 78). Temor y asombro son
preludio, de la glorificación de Dios, porque ha surgido un gran profeta, Dios
ha visitado benignamente a su pueblo. La fama de Jesús se extiende porque quien
le escucha la comunica.
Santa
Teresa de Jesús: “¡Quién dijera que había tan presto de caer, después de tantos
regalos de Dios, después de haber comenzado Su Majestad a darme virtudes, que
ellas mismas me despertaban a servirle; después de haberme visto casi muerta y
en tan gran peligro de ir condenada; después de haberme resucitado alma y
cuerpo, que todos los que me vieron se espantaban de verme viva!” (V 6,9).
Lecturas bíblicas
a.- 1Tm. 3,14-16: Grande es el
misterio que veneramos.
b.- Lc. 7, 31-35: Tocamos la flauta y
no bailáis; cantamos lamentaciones y no lloráis.
Este
pasaje del evangelio, nos presenta la cerrazón de una generación a la acción de
Dios. Cuando la persona y la sociedad se cierran a la acción del reino de Dios, sobran las excusas para justificar su
actitud. La parábola quiere reflejar esta realidad: mientras unos niños cantan,
otros bailan; pero otro día no quieren hacer ni lo uno ni lo otro. No aceptan
las reglas del juego. Algo parecido ha ocurrido con los hombres de Israel,
puesto que vino Juan Bautista y propuso un camino de conversión y penitencia, y
terminaron diciendo que estaba loco (cfr. Mt.11,18);
viene Jesús, con la alegría del reino y la invitación al banquete escatológico,
y lo acusan de comilón y borracho (cfr. Mt.11,18-19). Juan representaba la
piedad y el rigor, la virtud y la austeridad de vida. Su actitud anuncia el Juicio
de Dios, ante una sociedad, cuyas costumbres perversas, hay que denunciar para
suscitar la piedad, y la conversión a Dios. Juan venía del desierto, con su
palabra como espada traspasa las conciencia y con su mirada ilumina el camino
de los hombres que se convierten a su mensaje; Jesús que come y bebe, trae el
reino de Dios, con la fe y alegría de creer en el amor de Dios, un amor que
reconcilia, con el perdón de los pecados, donde los hombres se reconocen hijos
de Dios y hermanos entre sí, que se reúnen en comunidad para celebrar el
banquete (cfr. Mt.11,19). Todo esto los judíos lo
rechazan, porque un hombre de Dios, no podía juntarse con los pecadores, comer
y beber con ellos, con lo cual se cierran a la salvación que Dios les ofrece en
Jesús. La parábola, pone al descubierto que los hombres son unos caprichosos,
quieren algo distinto de lo que es el designio del Padre. En Juan y Jesús se
revela el designio del Padre, mientras el primero prepara los caminos y los
corazones de los hombres para el Mesías, Jesús trae los tiempos finales, los
del Mesías. A ÉL se le ha confiado el poder y la gloria para siempre, su reino
no conocerá fin (cfr. Dan.7, 14). “Pero la sabiduría fue reconocida por todos
sus hijos” (v.35). Los caminos de Dios, son sabiduría de Dios. La sabiduría de
Dios en sus obras, es muy distinta a los que los hombres esperaban y enseñaban,
acerca de Juan y de Jesús como Mesías, la puede reconocer el hijo de la
sabiduría, el que la posee en plenitud, porque lo ha transformado desde su nacimiento.
ÉL piensa y juzga con sabiduría. Si el
pueblo reconocía a Juan como profeta y no se escandalizaba de Juan, no es obra
de los hombres sino de Dios, comunicación de la sabiduría por Dios. Aceptaremos
sus designios sólo si el mismo Dios nos concede su sabiduría y revelación.
Teresa
de Jesús, experimentó cómo la oración fue
caminó de salvación. “Pues para
lo que he tanto contado esto es como he
ya dicho para que se vea la misericordia
de Dios y mi ingratitud; lo otro, para que se entienda el gran bien que hace
Dios a un alma que la dispone para tener oración con voluntad, aunque no esté
tan dispuesta como es menester; y cómo si en ella persevera por pecados y tentaciones y caídas de mil
maneras que ponga el demonio en fin,
tengo por cierto la saca el Señor a puerto de salvación, como a lo que ahora parece me ha sacado a mí. Plega
a Su Majestad no me torne yo a perder” (V 8,4).
Lecturas bíblicas
a.- 1Tm.4, 12-16: Cuídate tú y cuida
la enseñanza.
b.-
Lc. 7, 36-50: Sus muchos pecados están perdonados, porque tiene mucho
amor.
Este
evangelio es propio de Lucas, distinto de la unción de Betania (Mt.26, 6-13). Las comidas en que participa
Jesús con los fariseos, poseen la particularidad de un clima que es más griego,
más humano, más cálido que judío. En ese ambiente se manifiesta el perdón y el
amor que Dios concede a los pecadores y excluidos de la salvación. La mujer pecadora
ingresa en el banquete del fariseo en busca de Jesús, para manifestarle su
amor. Derrama perfume a sus pies, los unge, y los cubre de besos, con sus
cabellos secaba esos pies cansados. Los invitados al banquete, rechazan a la
mujer y su acción, comenzando por el dueño de casa, que pensaba en su interior,
que si el Maestro supiera que clase de mujer era esa, no se dejaría tocar por
ella por ser una pecadora (v. 39). Jesús conociendo lo que piensa Simeón,
propone la parábola de los deudores insolventes, uno, debía cincuenta denarios
y el otro, quinientos; ambos fueron perdonados, ¿cuál le amará más? A aquél a
quién perdonó más. La pecadora y el fariseo, son esos deudores; quien más
agradece es el que ama más, es decir, la pecadora. Jesús confirma cuanto ha
dicho en la parábola: “Y le dijo a ella: Tus pecados quedan perdonados. Los
comensales empezaron a decirse para sí: ¿Quién es éste que hasta perdona los
pecados? Pero él dijo a la mujer: “Tu fe te ha salvado. Vete en paz” (v.48).
¿Quién puede perdonar pecados, sino Dios? En Jesús está Dios en medio de los
hombres y mujeres necesitados de misericordia. La pecadora tiene fe y un
entrañable amor por el Maestro de Nazaret, Dios y Hombre verdadero. El amor
borra multitud de pecados, el amor hace pasar de la muerte a la vida, se ama a
Jesús como esa mujer, el Padre lo amará (cfr.Jn.14,21;
1Pe.4,8;1Jn.3,14). Aquel a quien se le perdona poco, es porque ama poco. Quien
no siente necesidad de misericordia, está en grave peligro, porque no lo mueve
el dolor del pecado, que lo lleva a acoger con gozo y gratitud la misericordia
de Dios, no percibe el amor desbordante de Dios manifestado en Cristo. En este evangelio encontramos dos formas de
relacionarse con Dios, como la del
fariseo y el publicano (cfr. Lc.18, 9-14). El primero es autosuficiente, por lo
tanto, de verdad no necesita a Dios, y no ingresa en su Reino; la pecadora, en
cambio, por su humildad, entra por la puerta estrecha en la casa de Dios, sin
más presentación que su indigencia, su arrepentimiento, su fe y amor, vacía de
sí misma confiando en el perdón y la gracia de la salvación de parte de Dios. Lo
que salvó a esta mujer es la fe, el perdón se promete al amor. Se aplicó la
palabra de Jesús y la aceptó con fe. El amor de esta mujer es la respuesta a la
oferta que primero le había hecho Dios en Cristo perdonando sus muchos pecados.
Pero la fe y el amor van dirigidos primeramente a Jesús porque de ahí se
derivan la adoración, la acción de gracias, el creer en su palabra principio de
una reconciliación con Dios en esa relación íntima entre amor y perdón. En
Lucas, encontramos otros ejemplos de mujeres sanadas, perdonadas, liberadas,
todas existencias cimentadas en el
perdón, liberadas de su aflicción (cfr. Lc.7,11-17),
al que han respondido con un amor comprometido que las hace verdaderas
discípulas de Cristo.
Teresa
de Jesús, fue muy importante en su vida espiritual, por ser una buena discípula
de Cristo. “Era yo muy devota de la gloriosa Magdalena, y muy muchas veces
pensaba en su conversión, en especial cuando comulgaba; que como sabía estaba
cierto el Señor dentro de mí, poníame a sus pies,
pareciéndome no eran de desechar mis lágrimas; y no sabía lo que decía, que
harto hacía quien por Sí me las consentía derramar, pues tan presto se me
olvidaba aquel sentimiento, y encomendábame a esta
gloriosa Santa para que me alcanzase perdón” (V 9,2).
Lecturas bíblicas
a.- 1Tm. 6,2-12: Tú, en cambio, hombre
de Dios practica la justicia.
b.- Lc. 8,1-3: Las discípulas también
acompañan a Jesús, le ayudan con sus
bienes y evangelizan.
Estos
versículos son propios de Lucas y nos hablan de Jesús y su relación con las
mujeres, también discípulas. Jesús, viaja por la zona predicando y anunciando
el reino de Dios, a la buena nueva,
nueva de alegría y de victoria, acompañado de los Doce y de algunas mujeres. Con
ellos forma Jesús, el nuevo pueblo de Dios. Descubrimos que la enseñanza de Jesús, llega
también a las mujeres, es decir, no sólo a los Doce que lo acompañaron desde el
comienzo; sino que también, esa predicación se ve correspondida con la ayuda
que hacen al Maestro con sus bienes materiales y que hace que su palabra llegue
hasta los círculos del palacio de Herodes. El evangelista, deja en claro, cómo
a Jesús lo acompañan los Doce, y algunas mujeres, es decir, dos grupos de discípulos,
hombres y mujeres. Respecto a estas últimas, se afirma que han sido sanadas de
enfermedades y exorcismos, con lo que se quiere decir, que siguieron a Jesús,
porque las sanó (vv.2-3). Signo de la presencia del reino de Dios salvador, que
las libra de la enfermedad. Ahora bien,
la situación era a lo menos llamativa, por no decir escandalosa para su tiempo,
porque normalmente los rabinos no tenían discípulas, ya que no era costumbre
que fueran instruidas en la Torá, eso era cosa de hombres; y mucho menos que en
la itinerancia de varones, fueran acompañadas por mujeres. Llama la atención
que el evangelista mencione el nombre de tres de ellas, María Magdalena, Juana
y Susana, como si fueran las tres más cercanas a Jesús, como Pedro, Santiago y
Juan. La primera, la Magdalena, fue
liberada de siete demonios por la acción salvadora de Jesús; se piensa que fue
una gran pecadora, por ser de Magdala, pueblo
caracterizado por costumbres licenciosas. Juana, esposa de un administrador de
Herodes Antipas, con lo cual el evangelista quiere dejar en claro, que en ese
enfrentamiento entre el rey Herodes y Jesús, no todos los de su órbita están en
su contra. Esta mujer pudo haber influido por su rango, en que el grupo de
mujeres estuviera al pie de la cruz en su momento. De Susana no sabemos nada,
sólo que su nombre significa, “azucena”. De éstas y otras, Lucas nos dice, que
contribuían con sus bienes y servían a
Jesús y los apóstoles. Este nutrido grupo de mujeres, luego seguirán estando
presentes en el evangelio aunque no se las nombra, se hacen invisibles. Si las
contemplamos como grupo, es para finalmente, volvernos a encontrar con ellas al
pie de la Cruz; estuvieron desde el comienzo, como los apóstoles, testigos del
misterio Pascual del joven Maestro de Nazaret. La ayuda de estas mujeres a
Jesús significó para la propagación del Evangelio, y lo comenzado por estas
galileas, su ejemplo pasó a la Iglesia apostólica donde muchas otras servían a
los apóstoles, como Lidia (cfr.Hch.16,14), Príscila (cfr. Hch.18,2), Síntique
y Evodia (cfr. Flp.4,2), Cloe (cfr. 1Cor. 1,11), y
Febe (cfr. Rom.16,1). Hoy son millones
las mujeres que son discípulas de Cristo, que santificándose en el matrimonio,
la vida religiosa, la soltería por el reino de Dios, aportan su femineidad y
lectura propia de la vida cristiana, inconmensurable riqueza de la Iglesia, que
contempla en María Inmaculada, la perfecta discípula de Cristo. El coro de las
santas mujeres, vírgenes y mártires, madres cristianas, viudas, religiosas y
doctoras de la Iglesia alaben al Señor y oren por los que todavía caminamos al
encuentro definitivo con el Señor.
Teresa
de Jesús, descubrió que el secreto del verdadero discípulo está en dejarse
enseñar por el divino Maestro. “Paréceme ahora a mí cuando una persona ha llegádola Dios a claro conocimiento de lo que es el mundo,
y qué cosa es mundo, y que hay otro mundo, y la diferencia que hay de lo uno a
lo otro, y que lo uno es eterno y lo otro soñado, o qué cosa es amar al Criador
o a la criatura esto visto por
experiencia, que es otro negocio que sólo pensarlo y creerlo o ver y probar qué se gana con lo uno y se
pierde con lo otro, y qué cosa es Criador y qué cosa es criatura, y otras
muchas cosas que el Señor a quien se quiere dar a ser enseñado de él en la
oración, o a quien Su Majestad quiere, que aman muy diferentemente de los que
hemos llegado aquí”(CV 6,3).
Lecturas bíblicas
a.- 1Tes. 6,13-16: Guarda el
mandamiento del Señor sin mancha hasta la venida del Señor.
b.- Lc. 8, 4-15: Parábola de la
siembra de la palabra de Dios.
Esta
evangelio tiene tres momentos: la parábola del sembrador (vv.4-8), la pregunta
de los apóstoles (9-10), y la explicación de la parábola (vv.11-15).La
interpretación de esta parábola es don de Dios, que se otorga en primer lugar a los apóstoles. Se quiere
poner de relieve la llamada continua de Dios a los hombres por medio de su evangelio
a la conversión. Se trata del aquí, ahora y siempre del Evangelio que proclama
Jesús, de parte de Dios; en el fondo, es un juicio a los que rechazan la
palabra de Dios, simbolizada en la semilla. No basta con escuchar la palabra,
sino que la acogida de ella, debe dar frutos de conversión a la salvación
ofrecida por Dios. Lucas, quiere interpretar las diferentes reacciones de las
personas, frente al mensaje de la palabra de Jesús. Los tres primeros momentos
de la parábola (vv.5-6-7), se presenta como un
fracaso, al caer la semilla en el camino, entre las piedras y las que
cayeron entre cardos. Sólo al final, la semilla cae en una tierra fértil (v.8).
El sentido de esta parábola, está
relacionada con una variedad de respuestas, que encuentra la palabra de Dios,
que en algunos casos son un obstáculo, pero el rechazo inicial, encuentra un
final esplendoroso, una cosecha abundante de esa tierra fértil que hemos
mencionado y que genera el ciento por uno (v.8). El sembrador, deja caer la
semilla en lugares poco habituales, lo que podríamos juzgar como derroche o
descuido, o a lo mejor es el deseo que la semilla fructifique en todo lugar. Sólo
la semilla cae en tierra buena, crece y termina dando una buena cosecha, lo que
compensa los granos que se perdieron (vv.5-6; cfr. Jr. 4,3). En un segundo
momento, Jesús les advierte a los apóstoles, que a ellos les ha sido dado,
conocer los misterios del reino, con lo que quiere significar, que quien
comprende que Jesús es el portador del reino, comprende también los misterios
de reino. La frase de Isaías hay que comprenderla no como una condena a la
incredulidad, sino a la conversión del corazón de quienes acogen el evangelio y
a Jesús como portador del reino (cfr. Is.6,9; Hch.2,36;
Rom.10,14s). Finalmente, la explicación de la parábola es bastante clara
explicada por Jesús, donde se destaca que para dar frutos, hay que tener un
corazón bueno y recto, y perseverancia en el buen obrar. Hay que contar con los enemigos de
la palabra, que están dando la batalla cuando se recibe, crece y da fruto, la
clave para alejarlos es la constancia.
Teresa
de Jesús, descubre en la palabra de Dios, la fuente de la sabiduría, y el dar
frutos de santidad en la Iglesia y en la sociedad. “En la Sagrada Escritura que
tratan los letrados, siempre hallan la verdad del buen espíritu” (V 13,18).
P.
Julio González C.