VIGESIMA
NOVENA SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO
(Año
Impar Ciclo C)
Fr. Julio González Carretti
Lecturas
bíblicas
a.-
Ex. 17, 8-13: Mientras Moisés tenía en lo alto las manos, vencía Israel.
La primera lectura, nos invita a la
oración y confianza en Dios en tiempo de prueba. La guerra en el desierto, es
parte de lo que vivió Israel en el camino hacia la tierra prometida, ambiente
de necesidades y peligros. Lugar donde es probado Israel, pero también, la
paternidad de Dios sobre su pueblo. En esta batalla, aparece Dios como fuerte
guerrero, luchando por su pueblo en las fases previas a la conquista. Los
amalecitas era un pueblo nómada, del sur, arraigados en esa región (cfr. Gén.
14,7; Nm. 24, 20; Gén. 36, 12.16). Moisés, en tanto,
ora en la cumbre del monte, con su bastón en la mano: mientras mantiene en alto
los brazos, Josué alcanza la victoria. Llama la atención que Moisés, presente
en la batalla, no es presentado como guerrero, no es un caudillo, sino un orante,
un intercesor. En sus manos está el bastón con el que obra prodigios
admirables, forma de representar las acciones salvadoras de Dios. Es Yahvé
quien da la victoria a su pueblo, por medio de la oración de Moisés, donde se
resalta más que la victoria militar, la acción salvadora de Dios. Se exalta más
la súplica orante de Moisés, que la espada de Josué guerrero; es un testimonio
de fe en el Dios de Israel, y una comprensión teológica de su acción histórica
salvífica.
b.-
2Tim. 3,14-17; 4,2: Proclama la Palabra, exhorta con toda comprensión.
El apóstol Pablo, exhorta a Timoteo,
a vivir en la sabiduría que le entrega
el conocimiento de la palabra de Dios que aprendió desde pequeño. La palabra de
Dios es siempre “inspirada por Dios y útil para enseñar, para argüir, para
corregir y para educar en la justicia; así el hombre de Dios se encuentra
perfecto y preparado para toda obra buena.” (vv. 16-17). Lo conjura por la
Parusía, es decir, la venida de Cristo, a predicar el evangelio en todo tiempo
con paciencia, dando a entender que también el predicador, está sometido a
juicio de todo lo que enseñe y diga en su nombre; pero además debe comprender
que el tiempo hasta la Parusía, es el momento para anunciar la palabra en todas
partes y a todos los hombres.
c.-
Lc. 18,1-8: Dios hace justicia a los que claman a ÉL.
El evangelio es toda una exhortación a
orar en tiempos difíciles, concretamente en tiempos en que reina la injusticia
entre los hombres; orar para que venga el Hijo del Hombre y la justicia de
Dios. La persecución arrecia, amenaza la tentación de la apostasía, la venida
del Señor se hace esperar en los tiempos en que Lucas escribe su evangelio.
Habrá que esperar, sí, ¿pero hasta cuándo Señor? (cfr. Lc.17, 22; Ap. 6, 10).
Oración constante y penitencia, son las armas del cristiano para preparase a la
venida del Señor, una vida moral intachable (cfr. 2Pe. 3,12; Hch. 3,19). Jesús enseña a sus discípulos a orar que venga
el reino de Dios, Él trae la salvación, rogar que venga el Hijo del Hombre,
aunque tarde. El juez es impío, no posee el temor de Dios,
ni tampoco respeta a la gente, no tiene, en definitiva, buena fama (cfr. Dt.
25, 18). No se preocupa de los pobres, tema importante en un juez, desempeña su
función a su arbitrio, como si no tuviera que rendir cuentas (cfr. Sal. 82,3ss).
La viuda, sin marido, sin protección, oprimida e inerme, le pide justicia
contra su adversario, no le pide castigo, sino que cumpla con sus obligaciones,
seguramente había alguna deuda de dinero, o el abuso de sus derechos (cfr. Is.1,17; Sant.1,27). La mujer no deja de implorar justicia, por
su causa, con lo que se asemeja a los justos que oran por la llegada del Hijo
del Hombre. La viuda está convencida que la sentencia será a su favor, pero
¿cómo convencer al juez? La insistencia de la viuda, la perseverancia en
presentar su solicitud lleva a
reflexionar al juez, no siente compasión por ella, pensando en sí mismo, la
molestia que le causan sus visitas decide hacer le justicia hastiado de ella (v.5;
Lc.11, 5-8). La explicación de la parábola, pone el acento en las palabras del
juez y no en los ruegos insistentes de la viuda. El núcleo de la parábola no es
la perseverancia de la viuda, sino la certeza de ser escuchados. Si juez que
era malo, por egoísmo, para que lo deje en paz, se mueve a hacer justicia por
los ruegos de la viuda, ¿cuánto más escuchará el Señor y hará justicia de sus
elegidos que claman a ÉL día a noche? (v.7). Se resalta aquí el poder de la
oración continua, y la certeza que Dios hará justicia a los que sufren la
injusticia de los poderosos (cfr. Eclo. 35,11-24). Los elegidos de Dios, son el
resto de Israel que permaneció fiel, término con que los cristianos más tarde
se identificaron y ahora forman la
Iglesia. Ella es la comunidad de los elegidos (cfr. Rom. 8,33). Dios ha
demostrado su misericordia con ellos con haberles elegido para amar en ellos la
imagen de su Hijo, el Elegido de Dios, el Ungido, porque por medio de su pasión
es exaltado a la gloria del Padre (cfr. Lc.14, 16-24; 9,35; 23,35). La oración
de los elegidos oprimidos, no deja de ser escuchada por Dios, les hará justicia
prontamente, con una nueva presencia del Señor Jesús en la Eucaristía que
implora que venga su reino (cfr. Mc.13,20-23;1Cor.11,26).
Respecto a saber, si habrá fe cuando vuelva el Hijo del Hombre, el evangelista
aconseja no dejar de orar, para no perder la fe, para no apostatar de ella (cfr.
Mt. 24, 10; 2 Tes. 2,3). Esta tentación también acecha a los elegidos de Dios,
la venida definitiva del Señor es para salvación o para la perdición. Se hace
urgente optar por el Dios de Jesucristo, que escoge, la salvación no se obtiene
sin lucha, sin el mayor esfuerzo, sin perseverante fidelidad.
Teresa de Jesús enseña que la
verdadera justicia consiste en rendir a Dios cuenta de la propia vida día a día
viviendo los valores del reino de Dios la justicia, la verdad, la paz y el
amor. “Será gran cosa a la hora de la muerte ver que vamos a ser juzgadas de
quien hemos amado sobre todas las cosas” (CV 40, 8).
Lecturas
Bíblicas
a.-
Rm. 4,20-25: Cristo murió y resucitó por nuestra justificación.
b.-
Lc. 12, 13-21: Lo que has acumulado ¿de quién será?
El evangelio nos presenta la petición
de un hombre en disputa con su hermano, acerca de una herencia con su hermano (vv.13-15), y la
parábola del rico que acumula riqueza (vv.16-21). Todo el tema acerca de las
herencias el derecho sucesorio, estaba regulado por la ley (cfr. Dt. 21,17). El
hombre acude a Jesús, como un doctor versado en la ley de Moisés, y para que
influya sobre su hermano. Si bien, la gente acudía a Jesús con la confianza de
ser ayudada en sus necesidades, esta vez encontramos una negativa a ser árbitro
entre ambos hermanos (cfr. Ex. 2,14). Conoce muy bien su misión: anunciar el
evangelio, llamar a los perdidos a la conversión, para dar la vida en rescate
de muchos (cfr. Lc. 5, 32; 19,10; Mc.10,45; Jn.
10,10). Nos habla de no acumular riquezas materiales, sino apreciar el reino de
Dios, como la única riqueza del cristiano. Toda ansia de riquezas, es
considerada un peligro, del que tienen que cuidarse los discípulos. El ansia de
poder, revela la ilusión de creer que los bienes aseguran la vida, ella es un
don de Dios, no es fruto de la posesión. De hecho es Dios, quien dispone de la
vida, no el hombre. Lucas señala que desde que Jesús decide subir a Jerusalén,
su palabra y camino, se centran en el tema del reino de Dios, verdadero don y
riqueza de los hombres. Si este es su tesoro, todo lo demás adquiere un valor
relativo, porque las riquezas materiales se pueden convertir en un ídolo, y por
lo mismo, al hombre lo convierten en un idólatra. La absolutización de los
bienes materiales, como el dinero, el placer, el poder, etc., se pueden convertir
en una verdadera idolatría. Jesús rechaza ser juez o abogado de un problema de
herencia entre hermanos, lo que le permite poner un principio radical: “Y les
dijo: «Mirad y guardaos de toda codicia, porque, aun en la abundancia, la vida
de uno no está asegurada por sus bienes.» (v. 15). La vida es un don, no se
tiene, ni se compra, de ahí que aquel que basa su existencia sólo en lo
material, está vacío, es pobre por no apreciar la vida que recibió de sus
padres y de Dios. El rico de la parábola
cree tener asegurada su vida, en base a la buena producción de sus campos,
dueño del futuro y de la vida. Pero Dios le reclama la vida ese mismo día y
muere; ese hombre era un necio, hombre rico para sí, pero vacío de riqueza ante
Dios. Era una vida sin sentido, porque
en ella no estaba presente ni Dios ni el prójimo (cfr. Sal.14,1). Mientras una
riqueza al hombre lo sujeta a la tierra, otra lo abre al misterio de Dios y del
prójimo; una lo ata y convierte en idólatra, la otra, lo hace cristiano, que
hunde sus raíces en la existencia misma de Dios, más allá de este mundo. La
riqueza que acumula, para ¿quién será? (cfr. Sal.39,7).
Esta vida cristiana, centrada en el reino de Dios, es decir, hecha de fe,
esperanza y caridad; pero también, nos deja ver que la existencia del cristiano
es don para los demás, por eso es rico ante Dios, quien comparte sus bienes,
muchos o pocos con su prójimo.
Teresa de Jesús encontró a Cristo
pobre atado a la columna, origen de su famosa conversión. “En tornando a la
oración y mirando a Cristo en la cruz
tan pobre y desnudo, no podía poner a paciencia ser rica. Suplicábale
con lágrimas lo ordenase de manera que yo me viese pobre por ÉL.” (V 35,3).
Lecturas
bíblicas
a.-
Rm. 5,12.15.17-21: Por el pecado de uno comenzó el reinado de la muerte.
b.-
Lc. 12, 35-38: Dichosos los criados que el Señor al volver, encuentre en vela.
Los discípulos deben estar en vela y
preparados, porque la hora de la Parusía, nadie la conoce. Es la actitud del
criado, que espera a su señor que regresa de un banquete. El símbolo de la
túnica recogida, es para señalar que está pronto a servir, trabajar o combatir.
A la cintura ceñida, se agrega la lámpara en la mano, es decir que el criado
debe estar moralmente preparado para cuando reciba la llamada de su señor,
cuando venga a juzgar. La vida del discípulo debe ser trasparente, cargado de
frutos de justicia por Jesucristo, para
gloria y alabanza de Dios (Flp. 1, 10ss). Este discípulo o criado, es
felicitado por su Señor, con dos clases de bienes: le servirá a la mesa, y lo
hará partícipe de su gloria. El siervo se convierte en señor y el Señor en
siervo; Dios hace partícipes de su gloria, a los que velan su regreso (Cfr. Lc.
22,27). En el fondo, es el amor, hecho fe y esperanza lo que hace que el hombre
espere el regreso de Jesús, al final de los tiempos. Encontrada la auténtica
riqueza en Cristo, el hombre se vuelve inquieto por alcanzarla, espera hora
tras hora, la llegada de su Señor para abrirle la puerta (v. 36). En la
oscuridad de la noche, tendrá que hacer su camino de fe, esperanza y caridad,
es decir, lo misterios del reino de Dios, en tensión de eternidad. El cristiano
espera en forma confiada el regreso de Aquel, a quien sirve y ama cada día.
Pero además hay que decir que lo esperado, ya lo poseemos en fe día a día, y es
la esperanza la que revive el amor por Jesucristo. Un místico enamorado, como
es Juan de la Cruz, escribe estos versos: “Oh, noche que guiaste, /oh noche
amable más que alborada; /oh noche que juntaste/ Amado con amada, / amada en el
Amado transformada”. La luz de Cristo ilumina la vida de todos los creyentes,
los que se acercan a ÉL, para tener la luz de la vida (cfr. Jn. 8, 12).
Teresa de Jesús, se ve enriquecida de
lo alto por dones y carismas mientras espera la llegada del Esposo de su vida.
“Va su Majestad esmaltando…con sus dones…para ver de qué quilates es el amor
que le tiene” (CAD 6,10).
Lecturas
bíblicas
a.-
Rm. 6, 12-18: Ya no estáis bajo la Ley sino bajo la gracia.
b.-
Lc. 12, 39-48: Al que mucho se le dio, mucho se le exigirá.
En el evangelio, el Señor Jesús, nos habla
de la vigilancia y la fidelidad desde otra perspectiva, la del criado, que
sabiendo que su señor regresará, no lo espera, sino que maltrata a los otros
criados a su cargo. Pedro introduce la preocupación, que como pastor le cabe a
él, y a los demás discípulos, a la hora de ser responsables de la comunidad
eclesial. La distinción, que hace entre ellos y el pueblo, apunta a asumir la
posición que tienen en ella y la responsabilidad, ante la venida del Señor
(cfr. 1 Pe. 5,1-4). La responsabilidad del siervo consiste en ser fiel y
sensato; fidelidad a la voluntad de su Señor, él es sólo administrador, y la
sensatez, porque no debe olvidar que su
señor, puede venir en cualquier momento. Si obra en conciencia, el señor le
felicitará, hasta llegar a encomendarle todos sus bienes, pero de lo contrario,
será castigado severamente. Interpretada la parábola: los apóstoles son los administradores,
de los misterios de Dios, en el administrador se busca que este sea fiel (cfr.
Lc. 11,52; 1Cor. 4,1; 1 Cor. 4,2). Lo importante, es saber que los
administradores, no olviden que deben dar cuenta a la llegada del Señor Jesús.
La tardanza, no debe ser motivo de ceder a la tentación de creer que el Señor
Jesús no volverá, como pueden pensar algunos, al contrario, todo cristiano
mantiene la esperanza viva en su venida a nosotros en gloria y majestad, para
juzgar nuestras obras. A los apóstoles y responsables se les ha confiado más,
por lo tanto, más se les exigirá, pero también, su castigo será mayor, si no
obra de acuerdo a la fe. Todos los dones recibidos son nuestro capital, hay que
trabajarlos confiando en Dios.
La Santa Madre Teresa es consciente de
los dones recibidos en su vida cristiana y carmelitana por eso los trabajó
hasta el final y recogió una gran cosecha a la espera del Esposo de su alma. “A
los que ama más, da estos dones más” (CV 32,7).
Lecturas
bíblicas
a.-
Rom. 6,19-23: Producís frutos de santidad.
b.-
Lc. 12, 49-53: Jesús portador del fuego divino del amor.
Este evangelio, nos presenta a Jesús
como portador del fuego divino del amor de Dios. Cristo ha venido a traer fuego
a la tierra, como Elías el profeta; Juan Bautista, lo anuncia a Jesús como el
bautizará con Espíritu y fuego (cfr. Eclo. 48, 1ss; Lc. 3, 16). La Escritura,
nos señala que el fuego simboliza el poder de Dios que purifica, santidad y
trascendencia, que quema la impureza de los hombres, abaja la soberbia del
altivo, lo acrisola desde dentro. Por otra parte, el texto tiene como trasfondo,
todo el ambiente apocalíptico, donde el fuego es el medio de que producirá la
tribulación cósmica o signo de purificación de los malvados de la tierra (cfr.
2Pe. 3, 7-8. 12; Lc. 3, 17). Jesús aparece como portador del fuego divino, que
purifica a Israel, que separa el trigo de la paja, a los buenos de los perversos.
Es entonces cuando se comienza a valorar el evangelio en la propia existencia,
porque ese fuego de Cristo, su amor salvador condena lo malo o lo destruye, su
fuego es Juicio sobre el hombre y la realidad. Pero antes del Juicio final,
Jesús advierte que debe pasar por un bautismo de fuego, es más, el bautismo se
identifica con el fuego, o sea Jesús debe pasar por el fuego. Este fuego que
trae Jesús, no es que venga desde fuera, al contrario, es su propia vida, su
pasión, el sufrimiento de su pasión, muerte y resurrección. Podemos identificar
su bautismo, con su muerte redentora. Es la agonía de Getsemaní, que ya envía
sus mensajes, el dolor del Calvario, es el espacio que destruye y purifica, que
une y crea todo de nuevo: en la Cruz esta la fuerza renovadora de la salvación.
El fuego de Jesús, es su camino de compromiso, con el dolor de la pasión y el
Calvario, pero además, su compromiso con la vida, por medio de la Pascua de Resurrección.
Es desde la cruz, que Jesús se elevará al cielo, mientras ahora, está camino de a Jerusalén, donde le aguarda
la gloria que seguirá a su muerte. El Mesías es anunciado, como Príncipe de la
paz; su nacimiento trae la paz a los hombres (cfr. Is.9,5s;
Zac. 9,10; Lc.2,14; Ef. 2,14ss). Esta es la verdadera paz que ha traído
Jesucristo al mundo, unión de los dispersos, justicia auténtica, concordia
entre los hombres. La paz es unidad, orden, unidad, pero antes que se inicie
dicho tiempo, reina la discordia, carencia de paz, división. Jesús es causa de
división, piedra de tropiezo, signo de contradicción, cusa de caída y elevación
(Miq. 7,6s; Lc. 2,34). Todo es signo que estamos en los tiempos finales de la historia de la salvación.
Teresa de Jesús se dejó quemar por
dentro por la acción del Espíritu Santo para edificar a la mujer nueva que
conocemos. “Este fuego, que parece viene de arriba, de verdadero amor de
Dios…consume el hombre viejo de faltas” (V 39,23).
Lecturas
bíblicas
a.-
Rm. 7,18-25: ¿Quién me librará de este ser mío, presa de la muerte?
b.-
Lc. 12, 54-59: Las señales de los tiempos.
Este pasaje bíblico, nos habla del
tiempo de Dios, en el que vivimos y existimos. El pueblo sabe muy bien
distinguir las señales del tiempo atmosférico, son los labradores y pescadores,
lo que mejor interpretan el tiempo con sus estaciones y fenómenos: lluvia,
viento, calor, frío, borrasca, etc. El tiempo que Dios nos ofrece, también
tiene sus señales: el pueblo acude a escuchar a Jesús; habla con autoridad,
expulsa los demonios, sana a los enfermos, resucita a los muertos, pero sobre
todo, se anuncia la llega del reino de Dios a los pobres. Si bien, saben
interpretar el tiempo atmosférico, no saben
interpretar, el tiempo de Dios para los hombres, los tiempos del Mesías.
Jesús denuncia que los hombres, no han sabido leer los signos de los tiempos,
el mal y perversión de la sociedad, el egoísmo y la injusticia exigen el juicio
de Dios que renueve toda la humanidad. Jesús los llama hipócritas, saben
interpretar estas señales, pero hacen como si no las entendieran. Los signos de
Jesús, la misericordia para con los pecadores, la multiplicación de los
panes, resucitar muertos, son signos
clarísimos de la presencia del reino de Dios entre los hombres. El mayor signo
será su Pasión y su Pascua. No quieren interpretar este tiempo, precisamente
porque hay que tomar una decisión, no quieren convertirse, su voluntad rebelde
prefiere seguir lejos de Dios. Hay que examinar el tiempo presente, tiempo de
decisión del que depende el futuro, quien no lo haga peligra perdición eterna.
En increíble que la gente no asuma una postura de cara a Jesús, por su propio
bien, en la hora presente. Jesús los exhorta a juzgar por ellos mismos
(vv.56-57). Les pone como ejemplo el proceso de un juicio romano, lo que los
oyentes de Jesús han merecido por sus propios pecados, una suerte semejante, les
tocará si no hacen penitencia. La invitación es clara: la reconciliación con
Dios por medio de Jesús y su salvación.
Si bien Teresa de Jesús aquí se
refiere al tiempo dedicado a la oración nos invita a invertir bien nuestro
tiempo y qué mejor que con el Señor. “Este poquito de tiempo que nos
determinamos a dar al Señor…démosle libre el pensamiento y desocupado de otras
cosas” (CV 23,2).
Lecturas
bíblicas
a.-
Rom. 8,1-11: El Espíritu que resucitó a Jesús, habita en vosotros.
b.-
Lc. 13, 1-9: Si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera.
En el evangelio encontramos dos
enseñanzas: la primera, invita a la penitencia (vv.1-5), y la segunda, se
refiere a la parábola de la higuera estéril (vv. 6-9). Mientras Jesús habla del tiempo de la decisión
fijado por Dios, se presentaron algunos galileos, probablemente, que le
refirieron como unos galileos que subieron a ofrecer sacrificios en el templo,
era tiempo de Pascua, fueron degollados por orden Pilatos, y su sangre se
mezcló con la de los sacrificios en el atrio del templo. Si le cuenta a Jesús
es porque piensan que puede intervenir, y se preguntan por qué Dios permitió
esa matanza mientras sacrificaban, y la explicación era, porque eran pecadores
y habían recibido el castigo merecido. Jesús invita a la reflexión a sus
oyentes no niega la conexión pecado y castigo, pero va más allá. No es correcto
concluir que esos galileos castigados fueran más pecadores que el resto de los
galileos. Todos son pecadores, reos del castigo de Dios, de ahí la importancia
de la penitencia, si quieren liberarse de la condenación que les amenaza. Jesús
les recuerda otro episodio, es una desgracia imprevista, la caída de una torre
que mató a dieciocho hombres. Todos estos hombres murieron, no por ser más
pecadores que los demás habitantes de
Jerusalén, por eso Jesús exhorta a sus oyentes a la conversión, ya que la muerte
puede llegar en cualquier momento. Lucas resalta que las consecuencias de la
muerte son para siempre, y que sólo el arrepentimiento puede enmendar (cfr. Lc.
3, 8; 6, 24-26; 10, 13; 12, 58-59; 15,7). En un segundo momento, encontramos la
parábola de la higuera, se agrega la idea que el tiempo concedido a los hombres
se ha acabado, pero con la venida de Jesús se da una prórroga, último plazo de
gracia concedido por el Padre. El hortelano se atreve a sugerir a su señor,
dejar la higuera todavía por un año más, esperando los anhelados frutos después
de darle nuevos cuidados. Es la actitud
del profeta, que implora a Dios, para que cambie su ira y acabe con su pueblo
(cfr. Nm. 11,2). Al viñador se le concede el tiempo
que pide, ahora será la higuera, la que decida su destino; si fructifica la
parábola tiene un final feliz, lo contrario, significa que será cortada
terminado su tiempo. Dios sería el amo justiciero, Jesús el hortelano, la
higuera es Israel o cada creyente que escucha a Jesús, pero no se determina a
seguirlo. Esta parábola entra en la corriente sapiencial del judaísmo, donde
Dios se identifica con el ser humano y que asume la debilidad y limitaciones
del hombre, con el cual tiene infinita paciencia (cfr. Is. 5,7). Sabemos que
Israel no respondió, los gentiles ocuparán el lugar del árbol cortado, pero la
esperanza para Israel no se agota ahí. Recordemos que el verdadero árbol es
Israel y nosotros fuimos injertados en él, pero la esperanza es para todos una
realidad que debemos aprovechar en este tiempo oportuno, porque Dios tiene
misericordia de todos, judíos y gentiles (cfr. Rom. 11,7; 31-32). Jesús sabe
que el juicio destructor caerá sobre Jerusalén, así y todo le ofrece salvación
con su amor y sacrificio en la cruz. Jesús es salvador de Pedro y de Israel
(Lc.22,32; 23,34).
Teresa de Jesús vio en la vida de los
santos un camino para convertirse y con su testimonio convertir a otros.
“Cuando en la vida de los santos leemos que convirtieron almas, mucha más
devoción me hace” (F 1,7).
P.
Julio González C.