VIGESIMA OCTAVA SEMANA DEL
TIEMPO ORDINARIO
(Año Impar. Ciclo C)
Fr. Julio González Carretti
ocd
Lecturas bíblicas
a.- 2Re 5, 10. 14-17: Volvió Naamán a
Eliseo, y alabó al Señor.
La
primera lectura nos narra la curación de Naamán, el sirio por obra del profeta
Eliseo. Lo que más se destaca del relato, es la acción de Yahvé y su profeta
que el beneficiado, Naamám proclama a viva voz:
“Ahora conozco bien, que no hay en toda
la tierra otro Dios que el de Israel. Así pues, recibe un presente de tu
siervo.» (v. 15). Entra en acción el profeta, cuando previamente el rey de
Israel recibe la carta del rey de Aram que le informa
de la situación de Naamán (cfr. 2Re. 5,7), entonces tenemos la reacción del
profeta de Yahvé: “Cuando Eliseo, el hombre de Dios, oyó que el rey de Israel
había rasgado sus vestidos, envió a decir al rey: « ¿Por qué has rasgado tus
vestidos? Que venga a mí y sabrá que hay un profeta en Israel.» (2Re. 5, 8). La
sanación de Naamán, más que por hacer un ritual, lavarse siete veces en el
Jordán, es la acción de Dios, por medio de su palabra profética (cfr.1Re.17,
17-24; 2 Re. 4,18-37). El querer llevar una carga de tierra de Israel a Damasco
(v.15), a pesar de su profesión de fe en Yahvé, monoteísmo puro, en realidad,
él sigue creyendo en que el dios de cada
nación, no puede ser adorado, más allá de sus límites territoriales por sus
fieles. Esta mentalidad estuvo en boga por mucho tiempo en Israel, Jefté y David son
claro ejemplo de ello (cfr. Jc. 11, 24; 1 Sam.
26,19). Naamán quiere dar culto a Yahvé en Damasco, con lo que se ve el largo
camino que se debió recorrer hasta una visión más interiorizada y espiritual de
la presencia de Dios, no circunscrita a lugares, sino al interior del hombre (Jn. 4, 21-24).
b.- 2Tim. 2, 8-13: Si perseveramos
reinaremos con Cristo.
El
apóstol Pablo, exhorta a Timoteo a recordar que Jesucristo es el centro de la
vida eclesial, preocupación por los ministros responsables y los padecimientos
que sufren por el Evangelio en el desempeño de su ministerio (2Tim. 1,8.12). El cristiano debe partir de un único
principio: creer en Jesucristo, hombre que pasó por este mundo, y está presente
misteriosamente por su Espíritu, en medio de la comunidad eclesial, después de
su Resurrección. Pablo insiste en afirmar que la resurrección de Cristo, no
consiste sólo en su regreso a la derecha del Padre, sino que es su continuo
regreso a la vida cotidiana de los creyentes. Sin olvidar sus sufrimientos y el
fruto que de ellos obtuvimos, de ahí el componente humano de Jesucristo, cuando
menciona su descendencia de David (v.8).
Esto lleva a Pablo a darle un sentido cristiano y teológico de las
dificultades, destaca la comunión con los sufrimientos de Cristo, para
participar en su Resurrección y que extiende a todos los creyentes (cfr. Flp.
3,10-11). Él está encadenado, pero no la palabra de Dios. En forma de himno
expresa su fe, donde la correspondencia a la gracia es fundamental, pero donde
la expone posible negación que se haga de Cristo de parte del creyente, y la
que Cristo pueda hacer del discípulo (vv.11-13; cfr. Rm.6, 8). Es el recuerdo del
apóstol un himno litúrgico, donde se exalta la fidelidad del cristiano, hasta
la muerte a Jesucristo, y ahora goza con ÉL de su Resurrección. Aunque los
cristianos sean infieles o lleguen a ser no creyentes, ello no provoca la
infidelidad de Cristo ni de Dios, puesto que su fidelidad no está condicionada
por la respuesta humana. Es la justicia de Dios, su coherencia consigo mismo,
con independencia de la respuesta del hombre ante la salvación ofrecida por
Dios. Esta es la luz que brilla en el alma del apóstol, que espera la corona
inmarcesible de gloria.
c.- Lc. 17, 11-19: ¿No ha vuelto ese
extranjero para dar gloria a Dios?
El
evangelio nos recuerda que Jesús va camino de Jerusalén, donde le aguarda la
cruz y elevación (cfr. Lc.9, 51; 13,22). A los leprosos les estaba permitido
entrar en las aldeas, no así en las ciudades como Jerusalén (cfr. Lv.13, 45).
Hasta ahora sólo los apóstoles le habían llamado Maestro, admirados de su
poder, gloria (cfr. Lc. 5,5; 8,24; 9,33; 9,49), a lo que los leprosos agregan
una invocación de misericordia. La súplica es todo un grito de fe: “¡Jesús,
maestro, ten compasión de nosotros!” (v. 13). Jesús es maestro de la ley, lleno
de poder y misericordia; ÉL trae el alba del Reino de Dios que se revela a los
hombres. Jesús, les manda cumplir con lo estipulado en la ley de Moisés
respecto a los leprosos, en obediencia a la ley encontrarán la salvación, el
que escucha a Moisés y a los profetas, se salva. Todo esto antes del milagro
(cfr. Lc. 16,29; Lev.14, 2; Jn. 4,22). Los envía a quienes podían certificar
que estaban sanos como era los sacerdotes del templo, para que vuelvan a la
comunidad, es decir, al templo y a su hogar. Nueve de los judíos siguen su
camino y van al sacerdote, el milagro se produce mientras iban de camino, sólo
uno regresa glorificando a Dios, que se postra delante de Jesús, porque
reconoce que Dios actúa en ÉL, con su acción de gracias (vv.15-16). Era un samaritano, un extranjero, que vuelve a Jesús, para agradecer a grandes
voces el don recibido al sentirse próximo a Dios (cfr. Lc.4, 33; 8,28; 19,37;
23,23; Hch.7, 60). Su postración es ante Dios presente en Jesús Maestro (cfr.
Lc.5,12; 8,41), donde se reúnen la fe, la gratitud,
sentimientos muy humanos que acompañan, el creer en la palabra de Dios, donde
se encierran la ley y los profetas. El samaritano representa el camino del
Evangelio hacia los paganos (cfr. Lc. 8,15). Jesús esperaba que regresaran
todos, y dieran gloria a Dios por ÉL, por ÉL vienen las bendiciones del cielo
(cfr. Hch. 4,12). Como extranjero, sólo recibe como
una gracia inmerecida, al no ser parte de Israel, y por ello lo agradece. Los
judíos, no agradecen nada, porque son hijos de Israel, los dones de Dios les
corresponden. Lo que revela que les faltan las actitudes fundamentales para
recibir la salvación: la fe y la gratitud, espíritu de pobreza y de alabanza.
El camino de la salvación está abierto a todos extranjeros, pecadores, gentiles,
enfermos…La despedida que le da Jesús confirma esta realidad: “Levántate y
vete; tu fe te ha salvado” (v. 19). La súplica orante se convirtió en salvación
para el leproso. Todo un compromiso eclesial por aliviar el dolor del prójimo
en todas sus manifestaciones, en nuestra sociedad hoy. Lo que salva es la fe,
la decisión y entrega a la palabra de Jesús y la acción salvífica que Dios
realiza por medio de ÉL.
Una
de las grandes virtudes de Teresa de Jesús fue ser muy agradecida con los
hombres y con Dios: “Agradecer al Señor que nos deja andar deseosos de
contentarle aunque sean flaca las obras” (V 12,3).
Lecturas bíblicas
a.- Rm. 1,1-7: Misión entre los
gentiles.
b.- Lc. 11, 29-32: A esta generación
no se le dará más signo que la de Jonás.
El
texto nos presenta la demanda que hacen los judíos a Jesús: quieren signos.
Jesús se niega a darles un signo como ellos quieren, es decir, manifestaciones
de Dios extraordinarias sobre la tierra, es la manifiesta desobediencia a la
palabra de Jesús, por no estar con contentos con lo realizado por Jesús, eso lo que está como trasfondo. La conversión a
la palabra de Dios es lo fundamental, sólo quien acepta de buena gana la
palabra de Jesús, está capacitado y pronto para recibir las señales que el
reino de Dios ha llegado en la persona del Hijo de Dios. Cuando explica los
milagros, como signo de los tiempos, pedía no ser piedra de tropiezo para nadie
(cfr. Lc. 7,22). Si Jesús no realiza las señales que le piden, es porque sabe
ve que en sus corazones la razón de todo ello: no creen en ÉL. De ahí que
denomine a esa generación como malvada y pervertida, por no creer (v.29). Jesús no les dará otra señal que la de Jonás,
todo un signo, porque después de tres días de haber desaparecido en el mar,
vuelve a la vida, es anuncio de la resurrección de Cristo Jesús. Este signo, es
todo lo contrario de lo que pedían los judíos, pero para los que tienen fe y
creen en Jesús, descubren la presencia de Dios en ÉL y en su destino de
resurrección. Así como Jonás, fue un signo para los ninivitas, también lo será
para esta generación incrédula. Jesús
deja más que claro, que es superior a Jonás, porque resucitará y volverá para
celebrar juicio. En su parusía nadie dejará de reconocer que Dios le ha dado
todo poder a Jesús y que condenará la incredulidad. Así lo anunció ante el
Sanedrín en su pasión, ÉL es el signo que aparecerá en el cielo y las naciones
se golpearán el pecho (cfr. Mc. 14,62; Mt. 24,30). Jesús les da otra señal
ahora de condena, porque los gentiles, la reina de Saba,
los hombres de Nínive, acusarán a esta generación y los condenarán en el día
del Juicio final. La reina de Saba vino por sabiduría
a Salomón y el rey fue un signo para la reina de Saba, demostrándole la grandeza de Yahvé, Dios de Israel.
La palabra de Jonás, fueron un signo de Dios para los ninivitas y con ello se
consiguió su conversión, su salvación, pero aquí hay uno, Cristo Jesús, que es más que Jonás, más que Salomón y todos los
profetas y sabios. Israel ahora se hace culpable ante Dios por rechazar a Jesús
y pedir señales extraordinarias. Él es el gran signo de Dios Padre para la
humanidad, pero los hombres no lo reciben y tampoco se convierten a su palabra.
Las obras salvíficas que realiza exigen fe, buena voluntad, lo que Israel
necesita es conversión a imitación de la reina de Saba
y los ninivitas, que aceptaron el mensaje de la sabiduría y penitencia. Jesús
es Maestro y Profeta de los tiempos finales, es la sabiduría de Dios, la
voluntad de Dios que proclama es voluntad de Dios que decide la salvación y
condena del hombre si se acepta o rechaza a Jesús, su Hijo.
Santa
Teresa se convirtió a Jesús y su evangelio por la acción de la gracia y del
amor salvador de Dios. La quería para grandes cosas. “Comencé a leer las
Confesiones de San Agustín…cuando llegué a su conversión y leí cómo oyó aquella
voz en el huerto, no me parece sino que el Señor me la dio a mí” (V 9,8).
Lecturas bíblicas
a.- Rm. 1, 16-25: Dar gloria a Dios.
b.- Lc. 11,37-41: Contra los fariseos
y legistas. La pureza interior.
Este
evangelio nos habla de las disputas de Cristo con los fariseos por los ritos
judíos de la limpieza. Los fariseos y los escribas ejercían un poderoso influjo
sobre el pueblo, sucesores de los profetas y maestros de sabiduría. Presentan
como voluntad de Dios, lo que ellos habían convertido en preceptos humanos,
pero no voluntad de Dios. Jesús formula serías críticas a ellos (cfr. Lc.11,
37-41; 11, 42-44; 11, 45-52). Sus
conjuras contra la vida de Jesús revela su falta de sabiduría y deseo de
conocer la voluntad de Dios (cfr. Lc. 11,35s). Invitado a comer por un fariseo,
Jesús no observa el lavado de manos prescrito por los fariseos antes de comer,
lo que extraña al duelo de casa. Si se quería ser verdaderamente religioso en
Israel, había que observar las leyes de pureza prescritas por los fariseos. Lo
que da pie a Jesús para hablar sobre la pureza delante de Dios. Los fariseos
comprendían que puro era el hombre que observaba las leyes rituales de pureza.
A Dios en cambio, le interesa más bien, la pureza moral, de la que los
fariseos, poco se preocupaban. La malicia y rapacidad habita en el corazón de
los fariseos, en cambio, quien está limpio de injusticia
y comportamiento inmoral, entonces el hombre es puro delante de la majestad de
Dios, su conciencia es un espejo donde se refleja la justicia divina (Mc.7,
15). Preocuparse de lo externo, no de lo interior, hace que obren como
insensatos, gente sin sabiduría, no reconocen a Dios, lo descuidan. Dios hizo
lo exterior, lo visible, pero también lo interior del hombre, el corazón, su
conciencia por cuya calidad, todo es bueno o malo (cfr. Mt. 23, 25s). Lo que
importa para Jesús es la pureza de conciencia, la pureza moral del interior de
la persona. Dios Creador de la conciencia humana dispone sobre ella, exige sea
su templo Santo donde habitar con toda su luz y pureza de amor. Esta pureza
interior se adquiere con limosnas, es decir, con amor al prójimo. Lo que hay en
lo interior, como lo que hay en los vasos y paltos eso darlo como limosna,
entonces, todo será puro en el hombre, de donde se saca un principio: el
corazón humano se purifica mediante el amor al prójimo.
Teresa
de Jesús, funda sus comunidades en pobreza absoluta, pero veía cuán apegados
estaban los ricos a sus bienes. “Dan una limosna de vez en cuando, no miran que
aquellos bienes no son suyos, sino que se los dio el Señor… para que partan a
los pobres” (CAD 2,8).
Lecturas bíblicas
a.- Rm. 2, 1-11: Pagará a cada uno
según sus obras.
b.- Lc. 11, 42-46: ¡Ay de vosotros
fariseos! ¡Ay de vosotros, juristas!
En
este evangelio encontramos las tres primeras imprecaciones o reproches de Jesús de Jesús
contra los fariseos y doctores de la ley de su pueblo Israel (vv.42.43.44.). Están preocupados del cumplimiento escrupuloso
de la Ley en cosas pequeñas pero olvidan lo fundamental. La primera imprecación
se refiere a que paguen el diezmo de la menta, de la ruda y toda leguminosa,
sólo debían hacerlo de la ruda, las otras eran plantas salvajes, pero los
fariseos habían radicalizado la aplicación de la Ley (v.42). De aquí nace el
ataque frontal de Cristo con ellos, ya que se condena fundamentalmente su
hipocresía, corrupción interior. La práctica religiosa la han convertido en una
exhibición de lo divino en medio del pueblo; ritos escrupulosamente observados,
pero olvidando lo fundamental la justicia y la misericordia (cfr. Miq. 6,8). La
segunda imprecación se refiere al honor, los fariseos se habían ganado el
respeto de personas religiosas, convirtiéndose en grupo apartado. Jesús les
acusa de buscar honores públicos, en lugar de la aprobación de Dios que ve los
corazones. Buscan los saludos en los lugares públicos y los mejores asientos en
las sinagogas (v.43). La tercera imprecación se refiere quizás la más dura se
refiere a que ellos que se presentan como modelos de pureza, son como sepulcros
blanqueados, es decir llenos de podredumbre interior (v.43; Nm.19,16). Al exterior se muestran irreprochables, pero
interiormente están muy lejos de cumplir la Ley. Jesús quiere que la ley se
cumpla enteramente hasta en lo pequeño. Lo que es importante para la ley, debe
cumplirse también en la vida, como lo más importante: el precepto de la
caridad, del amor, el derecho del hombre y el amor a Dios. De estos dos
preceptos, dos imperativos a los que apuntan y dependen los demás (cfr. Lc.10,
27). El cumplimiento de la ley debe estar movido no por la vanagloria, sino
hacer la voluntad del Padre (cfr. Mt. 6,1). La observancia irreprochable no
basta porque lo que interesa es la conversión del corazón, lo interior del
hombre, conforme a la voluntad de Dios. La ley debe penetrar y escribirse en el
corazón hasta quedar transformado por la voluntad de Dios en lo íntimo de su
ser (cfr. Jer.31, 33; Ez. 36,26ss). Los fariseos buscan la seguridad en la
observancia externa, según la propia interpretación de la ley, logrando la
aprobación de los demás, evitando todo escándalo, para que hablen bien de ellos
(cfr. Lc.6,26). Si fueran sabios, sabrían que en la palabra de Dios
encontrarían salvación, la palabra pronunciada por Jesús, si lo reconocieran
serían salvos. Ellos se justifican a sí mismos ante los hombres, no reconocen a
Jesús como maestro de sabiduría y legislador, por ello no cumplen
verdaderamente la ley. Ante el reclamo de uno de los doctores de la ley (v.45),
Jesús también los critica, por igualarse y exigir ser escuchados como los
profetas, como a Moisés, como a la ley
misma. Se han sentado en la cátedra de Moisés, e imponen cargas a los
demás, pero que ellos no cumplen (v. 46;
cfr. Mt.23,2). El doctor de la ley, si bien llama a
Jesús, Maestro, se siente ofendido, que
blasfema en el fondo contra Dios cuando los critica. Su error está en que no
admite que el Nazareno pueda tener razón en sus acusaciones. Jesús quiere la
pureza de intención a la hora de observar la ley de Dios.
Teresa de Jesús funda la vida cristiana, la
oración, en la verdad que es Cristo, sin ello toda virtud es hipocresía.
“Espíritu que no vaya comenzado en verdad, yo más le querría sin oración” (V
13,16).
Lecturas bíblicas
a.- Rom. 3, 21-30: El hombre es
justificado por la fe.
b.- Lc. 11, 47-54: Imprecaciones
contra los escribas.
Este
pasaje evangélico nos presenta otras tres imprecaciones o reproches de Jesús,
ahora contra los escribas o doctores de la ley (vv. 46.47.52). De la ley que
Dios había dado para el bien de los hombres, ellos habían hecho una carga
insufrible, por la interpretación que le
daban, que se traducía en más preceptos y la cerca que colocaba alrededor de
ella, que hábilmente sabían sustraerse de su cumplimiento. La primera de las imprecaciones
se refiere a los fardos de preceptos que cargan ellos sobre el pueblo, 613 en
concreto, que tiene en mente Jesús, en que ellos habían convertido la Ley,
normas frías y que ocupaban el rol de la justicia y de la misericordia, como
guías de la vida del creyente (v.46). Preceptos imposibles de cumplir en su
totalidad. Lo peor es que la postura legalista con se presentan los
escribas ante los demás, tampoco ellos
la cumplen, no mueven ni siquiera un dedo, símbolo de fuerza, en este caso al
no utilizarlo es sinónimo de desidia. No instruyen al pueblo que lo necesita,
no ayudan a Dios, puesto que si vivieran los que predican se daría cuenta que
es imposible hacerlo, por ello Jesús les acusa de conocer sutilezas jurídicas
para no cumplirla. La segunda de las imprecaciones se refiere a la acusación de
Jesús es que ellos matan a los profetas, los enviados de Dios; si bien es
cierto, que no todos los profetas murieron asesinados, era una idea que se
repetía en el tiempo (v.47). Sus antepasados, sus abuelos, habían matado a los
profetas, ahora ellos los descendientes les erigen grandes monumentos a los
mensajeros de Dios (cfr. 1Re. 19, 10. 14; Neh. 9, 26; Jer. 2,30; 26,20-24).
Honran a personas cuyo mensaje no escucharon y volverlo a proclamar quizás les
costaría la vida, pero por otra parte, ellos los erigen como queriendo decir, que no tienen
nada que ver con los hechos del pasado, pero intentan matar al Maestro y
Profeta que ahora tienen en Jesús de Nazaret. Velada profecía de la muerte de Jesús. Interpretan la Escritura
y la voluntad de Dios, quieren conducir a Israel al conocimiento de Dios pero rechazan a Cristo, e impiden que otros
lo reconozcan y sea ÉL quien los conduzca a la vida eterna. Las palabras sobre
la Sabiduría de Dios, explicarían la misión de los profetas y apóstoles ya
muertos, pero encontramos el anuncio que vendrán nuevos hombres a anunciar el
mensaje de salvación. Jesús declara que esa generación cometerán los mismos
errores de sus padres, acabarán con la vida de los hijos de la Sabiduría, por
lo que se les pedirá cuenta de sus acciones desde la muerte de Abel hasta
Zacarías (cfr. Gén.1; 2 Cro. 24,20-25). La tercera de
las imprecaciones se refiere a que los doctores de la Ley se han llevado la
llave del conocimiento (v.52). ¿Qué puerta abre esa llave? La puerta del reino
de Dios o quizás más concretamente la Casa que la Sabiduría divina se construyó
(cfr. Prov. 9,1). Jesús es el profeta de Dios tiene el conocimiento pleno de
Dios, por eso la culpa grave de los doctores de la ley es no reconocer a Jesús
y no permitir que otros lo hagan. Su yugo es suave, sólo ÉL conoce al Padre
(cfr. Mt.11, 29; Lc.10, 22). Llave que abre las puertas del reino de los cielos
(cfr. Prov. 9,1). Está presente la idea que los escribas son dueños de la
correcta interpretación de la Ley de Moisés. Para los doctores cumplir la Ley,
era el acceso seguro al reino de los cielos (cfr. Mt. 23, 13), es decir, se han
convertido en un óbice, porque se quedan con la llave, para que los demás no
conozcan a Dios. Se creían poseedores de
la verdad, pero con esa actitud difícilmente, cualquiera pudiera tener acceso a
Dios. En esta subida a Jerusalén, Lucas recordará la presencia de estos
enemigos de Jesús con cierta frecuencia acecharán a Jesús por haberles
mancillado su honor (cfr. Lc. 14,1; 15,2; 16,14; 17,20; 19,39; 20,19-26). A
nosotros nos dice que debemos vivir la fe y la vida con una gran coherencia;
que por sobre lo externo de nuestra vida cristiana, prima lo interior, por
medio de la fe y la conversión del corazón. Jesús y la Iglesia necesitan hombres
y mujeres, profetas de la ley del Espíritu que nos da vida en Cristo Jesús,
liberándonos del pecado y de la muerte,
para vivir la gozosa experiencia de haber sido resucitados.
Teresa
de Jesús, profeta para su tiempo y el nuestro, supo distinguir la voz de Dios
en su vida y la oración su mejor espacio para escucharle. “Ninguna cosa he
entendido en la oración aunque sea dos años antes, que no la haya visto
cumplida” (R 3,11).
Lecturas bíblicas
a.- Rom. 4, 1-8: Abrahán creyó a Dios.
b.- Lc. 12, 1-7: Testigos de la fe.
Este
evangelio es una llamada de atención de Jesús a los apóstoles, que lo escuchan
para no ser como los fariseos. Les advierte que sean vigilantes, para no caer
en la hipocresía de los fariseos, oculta tras un comportamiento aparentemente
correcto. Imagen que corresponde a la de
sepulcros blanqueados. La intención de Jesús es que los apóstoles que lo escuchan no sigan el ejemplo de estos
modelos de piedad, porque corren el
peligro de llevar una doble vida. La intención de Jesús, es que sus discípulos
sean quienes lleven la palabra de Dios a las muchedumbres, por ello deben estar
penetrados de ella. La levadura poseía un poder oculto, pernicioso, como la
hipocresía de los fariseos, se presentan al exterior distintos de lo que
realmente son. En vista de eso Jesús les exige a sus discípulos la trasparencia
y transformación interior. Es la palabra de Dios la que transformará e interior
del discípulo y porque es luz saldrá a su vida pública. Lo que se ha dicho en
la comunidad, en el grupo, pugna por salir a la luz. El radio de expansión se
hace mayor cuanto más sea el campo de gentes a que llegue el mensaje del
evangelio. Hay que convencerse que la palabra de Dios tiene un poder que ningún
poder del mundo puede limitar, es fuerza de Dios, luz imperecedera, aunque se
proclame en tiempos de persecución en voz baja, como de paz en que se
proclamará públicamente. Los discípulos son sus amigos, les ha iniciado en los
misterios de Dios, ellos participarán también de su suerte (cfr. Jn.15, 14s).
Les recuerda a sus amigos que camina hacia Jerusalén, hacia su elevación a la
cruz, resurrección y ascensión al Padre, también los discípulos conocerán la
persecución y las amenazas de muerte (vv. 4-5). No deberán temer a los que matan el
cuerpo, porque no pueden influir en su vida eterna, sino a Dios que los puede
precipitar en el infierno, que después de esta vida decide el destino de cada
ser humano. Jesús habla de los dos temores pero hay que temer más a Dios que a
los hombres. Lo definitivo es que Dios Padre contempla a sus hijos, no los
olvida, Dios se cuida de todo lo creado hasta de los pájaros y los cabellos de
cabeza de cada uno, si le interesa todo, mucho más se cuidará de los discípulos
de su Hijo. La confianza en su admirable Providencia de Padre, es el valor que
se necesita, para soportar lo más difícil, porque también, la persecución y martirio,
están dentro del solícito proyecto de economía de salvación de Dios Padre. Lo
normal es vivir en la confianza de saber
que Dios Padre se ocupa de nosotros y tomamos su mano fuerte y poderosa,
exigente y bondadosa, que nos sostiene, como lo hizo con su Hijo, también lo
hace con cada uno de nosotros.
Teresa
de Jesús habla de su experiencia, saberse amada por Cristo, y por lo mismo,
discípula y testigo de su amor salvador. “No es pequeño bien y regalo del
discípulo ver que su maestro le ama” (CV 26,10).
Lecturas bíblicas
a.- Rm. 4,13.-16-18: Apoyado en la
esperanza, creyó contra toda esperanza.
b.- Lc. 12, 8-12: El Espíritu Santo os
enseñará en aquel momento lo que tenéis que decir.
Este
evangelio, nos pone ante el Juicio de Dios y de los hombres. Los discípulos
deben confesar el Nombre de Jesús, lo que significa,
reconocerlo públicamente como Mesías, como Señor, como Dios verdadero,
especialmente en los tiempos de persecución. Adquiere mayor significado, cuando
se hace en clima de persecución o de violencia; cuando escribe Lucas ha
ocurrido la expulsión de los cristianos de la Sinagoga, que puede poner en
riesgo la propia vida. Una forma de quitarles el miedo a sus discípulos, Jesús
les recuerda, el Juicio final. Dios aparece como Juez, Jesús el abogado de los
hombres, los ángeles la corte, que notifican la presencia de Dios. Si alguien
niega a Cristo en esta vida, también Cristo lo negará, ante el Padre; el que lo
acepta y confiesa en esta vida, Cristo también lo reconocerá, con lo cual se
nos enseña que la situación del creyente ante Jesús es definitiva, sobre todo en
el momento del Juicio final. Aceptar o rechazar a Jesucristo y su evangelio
tiene repercusiones para la eternidad, de vida o perdición. Dios Padre ha dado
todo el poder a su Hijo, el Hijo del hombre, pero se quiere destacar que Jesús
es siempre Salvador de todo aquel que lo confiese. Queriendo fortalecer la fe
de los discípulos, Jesús les dice, que si son sus amigos y ÉL su abogado ante
el Padre, es porque están bajo la acción del Espíritu Santo, que les enviará
cuando sea exaltado. La misma confesión de fe es acción del Espíritu sobre el
discípulo, pero también es ÉL quien la sostiene. A quien ofenda al Hijo del
hombre, se le perdonará, porque juzga según sus capacidades humanas, y Jesús vive en humildad entre los hombres.
Quizás no es consciente de ofender a Jesús, el Hijo del hombre (cfr. Lc. 23,
34). En cambio, no se perdonará la blasfemia contra el Espíritu Santo, de quien
niega a Jesús, como el Hijo del hombre. Es el Espíritu Santo, quien ha
suscitado en el discípulo la confesión de fe en el Hijo del hombre, a Quién
Dios ha dado todo poder. El que ha sido revestido por el Espíritu Santo, si
ofende a Jesucristo, blasfema contra el Espíritu de Dios. Este pecado no se
perdona, sino hay conversión; el perdón de los pecados y la salvación se
obtienen mediante la fe en Jesús, el Salvador. Cuando los cristianos
comparezcan ante los tribunales judíos y paganos, será el Espíritu quien ponga
las palabras oportunas en sus labios para defenderse. En su defensa se
manifestará la gloria de Jesucristo, la asistencia de Espíritu Santo, enseñará
lo que deben decir ante el tribunal (cfr.Hch.4, 8; 5,29; 755; 2Tim. 4,16ss). El
discípulo confiesa su fe delante de la Santísima Trinidad en sus momentos de
oración litúrgica pública y privada, lo que lo hace cada vez más responsable de
su condición de hijo de Dios y asume la solicitud amorosa de del Padre por él.
Teresa
de Jesús, fue movida y guiada por el Espíritu Santo a los profundos misterios
de Dios y del hombre. “Paréceme a mí que el Espíritu Santo debe ser medianero entre
el alma y Dios y el que la mueve con tan ardientes deseos” (CAD 5,5).
P. Julio González C.