VIGESIMA
SEPTIMA SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO
(Año
Impar. Ciclo C)
Fr.
Julio González Carretti ocd
Contenido
Lecturas
bíblicas
a.-
Hab. 1, 2-3; 2,2-4: El justo vivirá por su fe.
La primera lectura, es un grito desesperado de quien
experimenta el mal humano por todos lados, cuando no se acepta la fe como
principio para ver la realidad desde otra perspectiva, comenzando por dar
sentido a ese dolor. El profeta ha escuchado a Yahvé, que usará a los caldeos
como azote de su justicia (cfr. Hab. 1, 5-11), pero él critica las acciones que
pretende realizar: si es un Dios santo ¿cómo puede castigar a su pueblo, por
medio de naciones paganas? ¿Hasta dónde llega la malicia humana? Este invasor y
agresor se asemeja a un pecador que coge los pueblos como si fueran peces, los
engaña por medio de espléndidas liturgias de sacrificios y quema de incienso,
sometiéndole a tributos y exigencias. Y Yahvé contempla en silencio el
espectáculo, mientras matan y vacían su red, a su pueblo, el profeta reta a
Dios que pronuncie su respuesta, cual vigía y centinela, permanecerá en pie
hasta que Yahvé responda. Germina la auténtica oración, en esas circunstancias
tan difíciles, de quien está a la escucha del Dios vivo, de su palabra eficaz.
Y Yahvé respondió y mandó escribir su palabra. La justicia llegará en su
momento, es decir, paciencia, Dios no tiene prisa, porque mientras el injusto
hace de las suyas, se hincha, pero lo suyo es viento y vacío. En cambio, el
justo vivirá por la fe, vivirá por su plena confianza en Yahvé y la observancia
fiel de sus mandamientos. Este pasaje le servirá a S. Pablo para explicar la
justificación a partir de la fe en Cristo Jesús (cfr. Rm. 1, 16-17).
b.-
2Tim 1,6-8.13-14: No tengáis miedo de dar la cara por Jesús.
San Pablo exhorta a Timoteo a revivir el carisma que
ha recibido por la imposición de manos, don de fortaleza, de caridad y
templanza (v.7), en un ambiente de persecución que existe en la comunidad que
preside. Él debe ser un dirigente responsable, no tímido, sino un cristiano
firme en su fe. No debe avergonzarse del testimonio que debe dar de Cristo
Jesús y tampoco de Pablo, que está en la cárcel, su predicación no le traerá
aplausos, al contrario, las autoridades romanas lo ven como un acto de
subversión contra el poder establecido. Le recomienda que guarde el depósito de
la fe, que se le ha encomendado, es decir, la fe en Cristo resucitado y que el
Espíritu Santo revive en su vida y ministerio.
c.-
Lc. 17, 3-10: Si tuvierais fe, como un grano de mostaza.
El evangelio encontramos tres temas: vivir el perdón con
el hermano (vv.3-4), tener fe (vv.5-6), y servir a Dios y al prójimo con
humildad (vv.7-10). La idea de perdonar el daño que nos hacen y la corrección
fraterna, se entienden mejor, si se considera los versículos anteriores (cfr.
Lc.17, 1-3), que nos hablan del escándalo causado a los pequeños, representados
por los débiles, pobres y personas poco instruidas. No hacer daño y perdonar el
mal que nos hacen es básico, al considerar la enseñanza de Jesús. Si pensamos
en la comunidad eclesial, formada sólo por los fuertes y justos, desconocemos
la preferencia de Jesús por los
pequeños, los débiles, y su lugar en la Iglesia. De ahí que el que es causa de
escándalo al pequeño, perturba su fe y lo hace caer, comete un grave pecado,
porque puede ser causa de perdición para el débil. Jesús encontró en su camino
a prostitutas, publícanos, pecadores, leprosos, enfermos, etc., les dio lo que
necesitaban, manifestando así la llegada del reino de Dios entre ellos preferentemente.
En la comunidad eclesial hay que mantener y restablecer la paz continuamente:
los discípulos es una comunidad de hermanos. Esta denominación designaba a los
compatriotas y correligionarios judíos, lo que pasó a los cristianos. Hay que
tener solicitud por la santificación del hermano de comunidad. El pecado de uno
de ellos contra otro, es motivo de preocupación, está en juego su salvación. Lo
primero habrá que reprenderlo, de lo contrario, no preocuparse, hace culpable
al responsable (cfr. Lev.19, 17). Si hay arrepentimiento y se corrige, se le
perdona. Habrá santidad en la comunidad cuando un hermano perdona de corazón a
otro hermano, a pesar de las recaídas, siempre que haga falta, sin límite
alguno (cfr. Lc.11,4). Perdonado también por Dios, la
comunidad se convierte en pueblo santo de Dios. Arrepentimiento y conversión
son fundamentales. “Auméntanos la fe” (v.5). La respuesta de Jesús, en este
segundo momento, es la confianza que
debemos tener a la hora de creer: “Si tuvierais fe como un granito de mostaza…”
(v. 6). La fe es fuerte, porque nace en Dios y vuelve a ÉL, como respuesta de
comunión por medio de Jesús; quien posee la fe ha traspasado toda su existencia
al espacio de Dios, la tienda donde sólo mora Dios, para estar al servicio de
los hombres. Su sustento le viene de Dios, pues es el amor, es el que abre
caminos de esperanza y hunde sus raíces en la cruz de Cristo, de donde germina
la vida de resucitados. Los apóstoles, esperan de Jesús la fuerza para cumplir
lo que les pide: Él es poderoso en obras y palabras. El don salvífico es la fe,
con ella se domina lo más difícil, a ella se ha prometido la salvación. El
sicomoro se trasladaría al mar, si se le mandara con una palabra dicha con
mínima fe y confianza en Dios (v.6); Dios da fuerza divina para cumplir lo que
pide Jesús, si cree firmemente que con ÉL se ha inaugurado el reino del reino
de Dios y pone su confianza en lo que Él anuncia. Quien reconoce su pobreza y
pequeñez, mediante una confianza en la salvación traída por Jesús, la fuerza
divina potencia su vida, desde ahora nueva. En ese cristiano Dios se glorifica.
Finalmente, el verdadero cristiano, ha descubierto que Dios es el Señor que
mejor paga los servicios que se le hacen; el siervo ha descubierto también, que
es bueno hacer lo que su Señor le pide. De esta forma al final de la jornada no
pide nada: ha hecho cuanto debía hacer, él le debe todo a Dios. Esta actitud
requiere del cristiano una gran amistad divina, una confianza estable en el
sentido de hacer lo que pide Dios, sólo porque se le ama, no se piensa en
castigo o recompensa. Desde el momento que sabemos que Dios es nuestro mejor
Señor, porque se preocupa de nosotros siempre, su presencia nos envuelve, une y
transforma. Pobres siervos, sí, pero de un Dios que nos quiere como a nadie,
seguros siempre de su amor y protección. De esta forma escapamos de una
concepción mercantilista de la fe, de la ley, del mérito y del premio (cfr.
Lc.5,11; Mt.19,27; 20,1-16); hacemos lo bueno, su
voluntad por amor a ÉL (cfr. 1 Cor.9,16; Rm.15,1-2), y no por lo que nos pueda
dar.
Teresa de Jesús nos anima a vivir una fe dinámica y
eclesial. “¡Oh Jesús mío!, ¡qué es ver un alma que ha llegado aquí, caída en un
pecado, cuando Vos por vuestra misericordia la tornáis a dar la mano y la
levantáis! ¡Cómo conoce la multitud de vuestras grandezas y misericordias y su
miseria!... el acudir a los Sacramentos; la fe viva que aquí le queda de ver la
virtud que Dios en ello puso; el alabaros porque dejasteis tal medicina y
ungüento para nuestras llagas, que no las sobresanan, sino que del todo las
quitan. Espántase de esto. ¿Y quién, Señor de mi
alma, no se ha de espantar de misericordia tan grande y merced tan crecida, a
traición tan fea y abominable?; que no sé cómo no se me parte el corazón cuando
esto escribo, porque soy ruin” (V 19,5).
Lecturas
bíblicas
a.- Jon.
1,1-2,1.11: Se levantó Jonás para huir lejos del Señor.
b.-
Lc. 10, 25-37: ¿Quién es mi prójimo?
Este evangelio tiene dos momentos: la pregunta del
doctor de la ley (vv.25-28), y la parábola del buen samaritano (vv. 29-37). A
la pregunta de un experto en la Ley de cómo obtener la vida eterna, se
circunscribe a lo que acaba de escuchar, que los nombres de los apóstoles están
escritos en el libro de la vida (cfr. Lc.10,20). Se
viven los tiempos del Mesías, de ahí la pregunta acerca de lo que hay que hacer
para entrar en la vida eterna (cfr. Lc.10, 17).
La respuesta a Jesús remite a lo
que todo creyente sabe: “Amarás a Dios…y al prójimo como a ti mismo” (v. 27; cfr. Dt. 6,5;
Lv.19, 18). Como miembro del pueblo de Israel, el maestro de la Ley, sabe amar
a Dios, pero no comprende el contenido del mandamiento respecto al prójimo, y
de ahí que insista en saber quién es su prójimo (v. 29). El precepto de amor a
Dios se profesaba diariamente, ligaba al hombre hasta lo más profundo de su
ser, muy unido a este precepto está asociado el del prójimo, el amor a uno
mismo se presenta como medida del amor al otro. Con esto se afirma que el que
hace la voluntad de Dios, existe para Dios y el prójimo; será el centro de su
vida, pues lo ama con todas sus fuerzas. En el amor al prójimo se ha de
expresar el amor a sí mismo y la entrega a Dios. “¿Quién es mi prójimo?” (v.29),
él ocupa el centro de la pregunta. Los fariseos viven para justificarse a sí
mismos, lo que Jesús les reprocha continuamente (cfr. Lc. 16,15; 18,11). L ley
mandaba el amor a los compatriotas y extranjeros que vivían en Israel, pero más
tarde, se restringió sólo a los prosélitos, extranjeros que habían abrazado la
fe judía. Los fariseos excluían a los ignorantes de la ley y los contrarios a
su partido. Muchas cuestiones quedaban pendientes acerca de la interpretación
de la Ley. La parábola que Jesús le
propone, segundo momento de este pasaje evangélico, revela que el hombre
malherido, es una persona necesitada y el amor al prójimo, consistirá en
ayudarlo con diligencia. El buen samaritano, no hace ningún tipo de
cuestionamiento, sino que ve la necesidad y ayuda; el principio que está detrás
de la acción del samaritano es el ir descubriendo la necesidad del otro y la
pronta ayuda que se puede brindar al necesitado. La actitud del sacerdote y del
levita, representantes del culto a Yahvé, que volvían del templo, pasan sin asistir al herido, pensando que
estaba muerto, para no tocarlo y caer en impureza ritual, pensaron más en sí
mismos que en el prójimo. Se da una separación entre culto y misericordia. El
samaritano enemigo de los judíos se compadeció, realizó seis acciones,
descritas con solicitud y naturalidad (vv.35-36) en su favor has su completa
recuperación. En la pregunta de Jesús, el centro de la misma es él prójimo
necesitado. La respuesta del doctor de la ley estable que el practicó la
misericordia con el desvalido se hizo prójimo para él. Todo hombre necesitado
es prójimo de un discípulo de Jesús, donde la misericordia llama, el amor al
prójimo está pronto a ponerse en acción. El samaritano aventaja con creces, al
sacerdote y al levita, que sirven a Dios, porque él fue misericordioso (cfr.
1Jn.3,18; Sant.2,15; Os.6,69. Al misericordioso Jesús
lo declara bienaventurado (Mt.5,7), se hace obediente
a Dios.
Puestos los ojos en Cristo, enseña Santa Teresa de
Jesús, vamos imitando su amor al prójimo: “Va imitando este amor, al que nos
tuvo el buen amador Jesús” (CV 7,4).
Lecturas
bíblicas
a.- Jon.
3,1-10: Los ninivitas se convirtieron y Dios se compadeció.
b.-
Lc. 10, 38-42: Jesús en casa de Marta y María.
Jesús lo encontramos en casa de Marta y María,
mientras la primera se encarga de los quehaceres del hogar, su hermana María
escucha a Jesús sentada a sus pies con la actitud de discípula. Según Juan
evangelista estas eran de Betania (cfr. Jn.11,1). Ante
la protesta de Marta, la sentencia del Maestro es clara: “Le respondió el
Señor: «Marta, Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay
necesidad de pocas, o mejor, de una sola. María ha elegido la parte buena, que
no le será quitada.” (vv. 41-42). Marta, representa a los que trabajan con
afán, sin tiempo para escuchar la palabra de Dios, en cambio, sin dejar de
trabajar se da tiempo para escuchar a Jesús,
evangelio vivo. Si lo recibieron, en su casa era para que su palabra fuera escuchada, como
hizo Lidia con Pablo (cfr. Hch. 16,14). La diferencia
es que María, trabajará por hacer vida la palabra escuchada y desde ella
realizará todo lo que le ha sido encomendado. Jesús es el Maestro, María a sus
pies, su discípula, como Pablo a los pies de Gamaliel (cfr. Hch.
22,3), pero también el Señor, enseña a la mujer, cosa que no hacían los
maestros de la ley (cfr. Lc.8,2). Jesús es honrado por
ambas hermanas, por la escucha y la acción. En la historia de la Iglesia se han
contrapuesto a estas mujeres: Marta representa la acción y María la
contemplación; lo que no es correcto; Marta representa las obras hechas con amor. Su hermana María es símbolo de la
escucha de la palabra de Dios, que traducida en amor se convierte en amor al
prójimo. Su contemplación significa conocer a Dios y escuchar su palabra,
ponerla en práctica, siguiendo la línea de los profetas del antiguo Israel.
María es la que atiende a Jesús, mientras el judío piadoso escucha a Yahvé, por
medio de la Ley, el discípulo de Cristo lo escucha a ÉL, palabra viva de Dios,
única palabra del Padre. María, creyente auténtica está atenta a la palabra que
Dios le dirige en ese momento, pero para que la escucha sea eficaz debe ponerse
en práctica en el servicio y amor al prójimo que Dios pone en su camino.
Mientras tanto, Marta está ocupada en muchas cosas y sirve a Jesús con sus
obras, María le sirve con la escucha de la palabra de su Dios (cfr. 1Cor.7,35). A Marta le importa más el servicio de la mesa que el
de la palabra, no comprende que Jesús es el primero en querer dar, comunicar la
palabra de la salvación y la mejor forma de servirles, es escucharle. Jesús la
reprende suavemente, por dejar de lado lo fundamental: lo único necesario es
escuchar la palabra de Dios. María ha sabido escoger bien por ello es alabada
por Jesús (cfr. Lc. 12,31; Lc.8,1; Jn.4,31-34). Luego
viene el servicio, escuchar la palabra de Dios es la mejor parte (cfr.Mt.25,40; Sal.15,5s; Lc.11,28). Los apóstoles optarán por la
predicación, por sobre el servicio a las viudas (cfr.Hch.6,1s).
Teresa de Jesús, como maestra de oración establece un
sano equilibrio entre vida activa y contemplativa, puesto que las dos han de
andar juntas para servir al divino Huésped del alma, Jesucristo el Señor. Otra
lectura es que debemos servir y orar con la misma intensidad, puesto que ambas
actividades servimos a Dios y al prójimo. “Marta y María han de andar juntas
para hospedar al Señor… ¿Cómo le diera hospedaje María, sentada siempre a sus
pies, si su hermana no la ayudara” (7M 4, 12).
Lecturas
bíblicas
a.- Jon.
4,1-11: Despecho del profeta y respuesta divina.
b.-
Lc. 11,1-4: Padre, santificado sea tu nombre.
Este evangelio nos habla de la oración del cristiano. Jesús
ora en soledad, en el monte, aparte de sus discípulos (cfr. Lc.6,12; 5,16; 9,28.29; Mc. 1,35; 16,46; Mt.6,9-13; 14,23). La palabra de Jesús abría
horizontes nuevos, por ello, ¿no debía transformase, además, la forma de relacionarse con Dios? La oración
es expresión de fe y esperanza. La oración comienza con una invocación: Padre, abba.
Así hablaba Jesús a Dios, abre su relación con Dios para todos. La salvación
trae este nuevo de relacionarse con Dios (cfr. Jr. 3,19). Santificado sea tu nombre. La petición es un ruego, Dios se
santifica cuando se revela, se manifiesta como el completamente Otro: “Pero yo
he tenido consideración a mi santo nombre que la casa de Israel profanó entre
las naciones adonde había ido. Por eso, di a la casa de Israel: Así dice el
Señor Yahveh: No hago esto por consideración a vosotros, casa de Israel, sino
por mi santo nombre, que vosotros habéis profanado entre las naciones adonde
fuisteis. Yo santificaré mi gran nombre profanado entre las naciones, profanado
allí por vosotros. Y las naciones sabrán que yo soy Yahveh - oráculo del Señor
Yahveh - cuando yo, por medio de vosotros, manifieste mi santidad a la vista de
ellos” (Ez.36, 21-23). Dios se santifica cuando revela su misericordia y su
amor de Padre a los pequeños, cuando el reino se hace presente entre los
hombres. Venga tu reino, verdadero
centro de la predicación de Jesús, su reino es su señorío, que cuando se
posesione de él, será vencido Satanás, y habrá comenzado el tiempo de
salvación, que ya alborea con Jesús(cfr.Lc.4,19; 10,23; 1 Cor.16,22). Danos cada día nuestro pan cotidiano. El
pan simboliza todo lo que necesitamos en esta vida, lo pedimos, porque es un
don de Dios. Pide el para sí y para todos, ora en la amplitud de los hijos de
Dios. El discípulo pie el pan de cada día, lo justo y necesario, cada día el
hijo, le confiesa al Padre su necesidad, por lo tanto, debe orar incesantemente
(cfr. Lc.18, 1). Perdona nuestros pecados.
El discípulo se sabe un pecador, un siervo inútil así lo haya hecho todo, con toda humildad
confesará: Ten misericordia de mí (Lc.18,13; cfr. Lc.17,10;Sal.51,6). De ahí que sólo pueda ser
perdonado por Dios, porque ha llegado la salvación, proclamada por Jesús, con
confianza se puede hacer esta petición. Es precisamente Lucas, el que más
destaca el gozo de Dios en perdonar al pecador. La voluntad de perdonar al
hermano,, espera confiado el perdón de Dios (cfr.
Lc.6,36-37). No nos dejes caer en
tentación. La tentación es amenaza contra la fe, peligra apostasía. La
petición nace de la experiencia de la propia debilidad y de la prepotencia del
mal (cfr. Lc.8,13). El reino de Dios genera esta gran
transformación para la vida del discípulo desde que Dios es Padre para
nosotros.
Teresa de Jesús nos invita a sumergirnos en la oración
de Jesús al Padre, para comprender la hondura de la oración que nos dejó para
dirigirnos a ÉL y descubrir nuestra condición de hijos. “¿Cómo nos dáis en nombre de vuestro Padre todo lo que se puede dar,
pues queréis que nos tenga por hijos?... pues en siendo Padre nos ha de sufrir…
hanos de sustentar como lo ha de hacer un tal Padre”
(CV 27,2).
Lecturas
bíblicas
a.- Mal.
3,13-4,2: Mirad que llega el día, ardiente como un horno.
b.-
Lc. 11, 5-13: Pedid y se os dará.
El evangelio tiene dos momentos: la parábola del amigo
inoportuno que pide tres panes (vv.5-8), y el tema de la eficacia de la oración (vv. 9-13). El
símil que pone Jesús para exhortar a la perseverancia en la oración supone
comprender mucho de la cultura de aquel tiempo: la mujer hace el pan cada día,
muy temprano, tres panes es la comida de una persona, al no haber panaderías,
se sabía quién podía tener pan de repuesto. Al que llaman amigo, no responde de
la misma manera a su amigo. Levantarse de noche, despertar a la familia, ya que
la casa poseía una sola habitación, sacar la tranca, los niños dormían con los
padres, etc. El no puedo, levantarme, significa no quiero, por todo lo que
significaba hacer para pasarle los panes (v.8). Ahora Jesús insiste, si no lo
hace porque es su amigo, lo hará por la insistencia del otro, su inoportunidad.
No será por ser su amigo, sino por amor al descanso nocturno, que finalmente le
pasará los tres panes. Así actúan los hombres, pero y Dios, ¿cómo obra? Si el hombre discurre cómo se
comporta con Dios, descubrirá, cómo actuará con él. Dios obra como este amigo
en el sentido, que al final, dará lo que se le pide en oración por su
perseverancia. Se nos ha prometido que la oración continua siempre será
escuchada, aunque la experiencia nos habla que una cosa es ser oída y otra
atendida, es decir, cumplida. El discípulo apela a la bondad de Dios, la cual,
da no sólo lo que pide, sino cuanto necesite. Esta fue la actitud de Jesús con
la cananea y con el ciego de nacimiento (cfr. Mt. 15, 21; 18, 33). En un
segundo momento, Jesús nos enseña a confiar en el poder de la oración sobre el
corazón de Dios. Dios escucha siempre la oración. Al que ora, pide y recibe, quien busca, encuentra, y a
quien llama se le abre (vv.9-10). El
discípulo ora desde su condición de pobre; caminante, sin hogar, encuentra en
la oración el camino hacia Dios. La predicación de Jesús centrada en el reino
de Dios, es la fuente de todo bien para el creyente, colma todas sus ansias. La
confesión de la propia pobreza en la oración, es requisito imprescindible, para
ingresar en el Reino de Dios. No se detiene el evangelista en señalar qué pide,
qué busca y dónde llama, porque quiere resaltar la actitud de pedir, buscar y
llamar. Quien adopta esta actitud tiene la certeza que haya lo que pide,
encuentra lo que busca y lo que desea cuando llama. La oración para el hombre
en clave de conversión, acepta su necesidad, lo dispone a poner su esperanza en
Dios. La oración confiada transforma al hombre, convierte su pequeñez,
acrecienta su esperanza de verse favorecido con lo que necesita. El padre responde
con cosas buenas a los ruegos de su hijo. Si los hombres que son malos, logran
ser bondadosos con lo que solicitan sus hijos, cuánto más Dios, que también es
Padre, dará el Espíritu Santo a quienes se lo piden. El padre no se burla de su
pequeño hijo, que todavía no sabe distinguir bien entre el pan y la piedra, un
pecado y una serpiente, un escorpión y un huevo (vv.11-12). Lo que Dios Padre hoy
concede a quien se lo pide es el Espíritu Santo, es decir, por medio de ÉL
actúa Jesús. Toma a los apóstoles y discípulos y lo conduce hacia lo que deben ser, en su pensar y obrar.
A nosotros que vivimos entre las dos venidas de Jesús, se nos da el Espíritu
Santo; don salvífico a la Iglesia y a cada uno de sus miembros (cfr. Mt.7, 11).
Vemos entonces que se establece un nexo importante entre oración al Padre y el
Espíritu Santo, predicación de Jesús sobre el Reino de Dios. Es Padre para
todos sus hijos, para los que oran; pero en
este tiempo de salvación, lleva la impronta del Espíritu Santo. Jesucristo
es el Ungido del Espíritu, y que dona como Resucitado a los apóstoles, a la
Iglesia. La oración está sostenida por el Espíritu Santo, de la cual es
maestro, y como diálogo con Dios, crea espacios de confianza en el Padre. Es el
Espíritu quien nos enseña a orar, según el querer del Padre (cfr. Rom. 8, 26-27).
Saber acertar en lo que se ha de pedir, enseña Teresa
de Jesús, está el secreto de la eficacia de la oración. “Los que en esto no han
probado, no me maravillo quieran seguridad de algún interés. Pues ya sabéis que
es ciento por uno, aun en esta vida, y que dice el Señor: “Pedid y daros han”
(Mt. 7, 7). Si no creéis a Su Majestad en la partes de su Evangelio que asegura
esto, poco aprovecha, hermanas, que me quiebre yo la cabeza a decirlo. Todavía
digo, que a quien tuviere alguna duda, que poco se pierde en probarlo; que eso
tiene bueno este viaje, que se da más de lo que se pide ni acertaremos a
desear. Esto es sin falta, yo lo sé; y a las de vosotras que lo sabéis por
experiencia, por la bondad de Dios, puedo presentar por testigos” (CV 23,6).
Lecturas
bíblicas
a.- Jl.1,13-15;2,1-2: El día del Señor, día de oscuridad y
tinieblas.
b.-
Lc. 11,14-26. El Reino de Dios ha llegado a vosotros.
Este relato nos presenta tres instancias: Jesús y Beelzebul (vv.14-22), la intransigencia de Jesús (vv.23) y
la estrategia de Satanás (vv.24-26).
Este es uno de los momentos más difíciles de la vida de Jesús, porque es
acusado por los fariseos de obrar con el poder de Satanás, el enemigo de Dios.
No se duda que sea exorcista, pero las autoridades religiosas judías,
consideran que su poder viene de Satanás, actúa en Él y en sus milagros. Si los
fariseos podían hacer exorcismos, también ellos, podían ser considerados
siervos de Satanás; podían responder, para defenderse, que lo hacían con el
poder de la Ley de Dios, mientras Jesús usaba oscuros poderes. Un reino divido
y combativo desde dentro, podría significar que
Satanás finge una derrota, para luego volver a someter a todo el pueblo;
pero a los fariseos les interesa la Ley y no la curación en sí misma, en
cambio, Jesús libera del mal en forma definitiva, por lo cual, si Satanás
permite una derrota, es porque de verdad ya está vencido. El más fuerte es
Dios, más fuerte que Satán, que hasta ahora dominaba la tierra, por lo cual,
los exorcismos de Jesús, son un anuncio de la llegada del reino de Dios al
hombre para liberarlo del mal y derrotarlo definitivamente. Jesús vence a
Satanás, con el “dedo de Dios”, es decir, la fuerza o poder de Dios que obra en
Jesús (v. 20; cfr. Ex. 8, 15). El reino de Dios, no es sólo futuro, alcanzar la
vida eterna, es más bien, presente cuando Jesús expulsa demonios, sana a los
enfermos, resucita a los muertos, predica el amor entre los hombres y perdona
los pecados. El reino de Dios trae la victoria sobre Satanás, la primera señal
es la expulsión de los demonios. El segundo momento, contemplamos la acción del
Mesías como una guerra contra Satanás, que hasta ahora era el fuerte. Ha venido
Jesús, más fuerte y por ello Satanás debe entregar su botín, es decir, los
hombres a quienes dominaba (cfr. Lc.4,13; 10,18;
Is.53,11s). Con su muerte en la cruz y resurrección la acción del reino de Dios
se consolida cada vez más hasta que Jesús vuelva glorioso en su parusía. El
poderío de Satanás de va derrumbando. En este combate hay que optar por Cristo
o contra Cristo, quien es indiferente, está contra Jesús, quien no recoge las
ovejas las desparrama (cfr. Ez.34,5s). Finalmente,
Jesús exhorta a la perseverancia a quien ha escapado del dominio de Satanás, no
se puede creer inexpugnable y completamente seguro, porque puede caer en una
situación peor de la que había salido, como caer en apostasía después de haber
conocido los secreteos del reino de Dios (cfr. Hb.6,4-6).
La experiencia orante de Teresa de Jesús, le enseña
que quien ora abre caminos hacia el reino de Dios porque entra en comunión con
el Hijo. “Puesta el alma en esta oración de quietud, ya parece le ha concedido
el Padre Eterno su petición de darle acá su reino” (CV 31,11).
Lecturas
bíblicas
a.- Jl.3,12-21: Mano a la hoz, madura está mies.
b.-
Lc. 11, 27-28: Dichosos los que escuchan la Palabra de Dios.
Este evangelio, presenta una gran alabanza a la Madre
de Jesús, de parte de una mujer del pueblo que escuchaba a Jesús. ¿Qué puede
salvar al hombre de no volver a caer bajo el poder de Satanás? “Bienaventurado
el seno que te llevó…” (v.27). La alabanza de la Madre, se dirige al Hijo. La mujer
del pueblo alaba a Jesús, por medio de su Madre en un plano biológico, es
decir, por su vientre fecundo, y sus pechos generosos, en la línea de la
espiritualidad vetero testamentaria, donde la mujer
engendraba hijos para sus esposo. La mujer, habiendo las críticas de los
fariseos, descubre la grandeza de Jesús, vece a Satanás porque trae la
salvación. La gloria del Hijo se extiende también a la Madre. Jesús responde
que la verdadera bienaventuranza, consiste en escuchar la palabra de Dios y se
pone en práctica, por la fuerza de la gracia y la fe, engendra al hombre que
acepta el evangelio del reino de Dios (v. 28; cfr. Lc. 6, 20-22). Entonces
María es la primera Bienaventurada, porque escucha la palabra de Dios, y la
guarda. Escuchar, guardar, y hacer vida la palabra de Jesús, es lo que preserva
de recaer bajo el domino de Satanás. María escuchó, dijo su Sí, al Padre,
creyó, guardó la palabra de Dios. María, hay que felicitarla, porque como dijo
la mujer, es la Madre de Jesús, vencedor de Satanás, enviado del Padre que trae
la salvación, pero porque escuchó la palabra de Dios y la guardó, la meditó y
la hizo vida solícita por el prójimo. Recibe la alabanza porque ha creído a lo
que le ha dicho el Señor. Su vida es bienaventurada por su fe, fundamento del
júbilo y bendición de los que como Ella creen en la palabra de Dios (cfr. Lc.
1, 39-45). Como verdadera discípula ha seguido al Hijo por el camino de la fe y
el dolor, la espada y la humillación hasta la Cruz (cfr. Lc. 2, 33-35; 41-52;
23,49). María será siempre modelo de mujer abierta al don de la palabra de Dios
y de la vida nueva que ella engendra; modelo de respuesta generosa y confiada a
la palabra que Dios le ha comunicado en forma personal. La Iglesia nos invita a
poner nuestra mirada en la Madre de Jesús, para aprender en su escuela a ser
discípulos de su Hijo.
Teresa de Jesús, desde pequeña escuchó la palabra de
Dios en sermones y lecturas espirituales que hizo luego en su adolescencia y
juventud, de ahí el amor que manifestó por escuchar a Jesús a través de las
Sagradas Escrituras. “Siempre yo he sido aficionada, y me han recogido más las
palabras de los Evangelios que libros muy concertados” (CV 21,4).
P. Julio González C.