VIGESIMA
SEXTA SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO,
(Año
Impar. Ciclo C)
Fr. Julio González Carretti
Lecturas
bíblicas:
a.-
Am. 6,1.4-7: Los que lleváis una vida disoluta, iréis al destierro.
La primera lectura, es una clara
denuncia del profeta contra Israel, Samaria y sus representantes. Es una
llamada de atención, a los líderes de Samaria, capital del reino del Norte,
condena la confianza fetichista en lugares, ritos, templos que encubren la
injusticia, y desenfreno moral de sus habitantes. Cuando condena el profeta
Amos, sabe de lo que habla, porque conoce su riqueza escandalosa, sus manjares
exquisitos, sus orgías y borracheras, ungüentos, etc. Amos, es uno de los
profetas más directos en su ataque
contra la clase dominante, en ese momento; con lo que queda claro, que cada
profeta enviado por Dios, posee un matiz propio, que se inserta en la historia
de la salvación hasta Jesucristo, que también tiene un espacio para sus
discípulos comprometidos con su fe.
b.-
1Tm. 6,11-16: Guarda el mandamiento hasta la venida del Señor.
Tenemos una gran exhortación a
Timoteo. Son recomendaciones que todo catequista y ministro deberían tener en
cuenta a la hora de ser responsable de una comunidad eclesial. Al comienzo
encontramos unos consejos para desempeñar la labor de ministro como auténtico
cristiano, en contraste con los falsos doctores sancionados anteriormente (v.11;
cfr. 1Tim.6, 30-10). La solemne profesión a la que alude el autor sagrado se
refiere seguramente a la ordenación para el ministerio o su confesión de
bautismal. El ministro desempeña su cargo, el mandato, en vista de Jesucristo,
cuyo testimonio fue de palabra y con la vida, incluida la pasión, muerte y
resurrección. La mención de Poncio Pilato, es importante porque fue quien
recibió el testimonio histórico de Cristo de ser el Mesías, ahora es necesario
para los cristianos, que deben dar razón de su fe en el Crucificado y
Resucitado, ante las autoridades paganas. El autor hace cercano el testimonio
de Cristo a sus discípulos hoy destinatarios de su epístola. Testimonio de
Cristo y del cristiano que ha de dudar hasta el día de su Manifestación o
parusía final (cfr. 2 Tm.4,1.8; Tt.2,13). Concluye con
una doxología, referida a Dios como origen de la manifestación gloriosa de
Jesucristo.
c.-
Lc. 16,19-31: Lázaro y el rico.
El evangelio nos presenta la vida
presente y el más allá de la muerte de
un rico y de mendigo. Luego de proclamar las bienaventuranzas de los pobres y
las conminaciones contra los ricos, el evangelista nos presenta el destino
final de ambos. Está presente la idea de no dejarse convencer por la Escritura,
lo que significa, rechazar el mensaje y al enviado de Dios. Se resalta la idea
de la generosidad en esta vida y de dar cuenta de los bienes en la eternidad y
el querer rectificar lo malo es imposible, sólo se puede realizar en esta vida.
El corazón duro no se convierte aunque resucite un muerto. Los protagonistas son
un hombre rico y un mendigo. El primero vive bien, veste bien, daba grandes
banquetes cada día. Vive como si Dios no existiera, no ve a Dios mucho menos al
pobre (cfr. Lc.12,19). A la puerta de su casa había un
mendigo, postrado, cubierto de llagas, deseaba las sobras que caían de la mesa
del rico y los perros lamían sus llagas.
Muertos ambos, la suerte de ellos es muy distinta, mientras Lázaro es
llevado por los ángeles al seno de Abraham (cfr. Mt.8,11),
el rico fue al infierno, lugar de los muertos, sitio de castigo y tormento. La
vida perdura después de la muerte, y según cumplieran con la voluntad de Dios
en esta tierra será su destino eterno en el más allá. El rico quiere cambiar su
destino, y acude a Abraham que mande a Lázaro para alivie su sed, sigue viendo
al mendigo como un servidor. Abraham no consiente, le recuerda haber gozado en
vida de sus bienes, en cambio, Lázaro males, con lo cual se deduce que el rico,
sufre no por haber sido rico, sino por haber usado mal su riqueza (cfr. Lc.
16,9). Sigue lejos de Dios, puesto que cuando vivía no hizo caso de Yahvé, sólo
que no era consciente del dolor que ello suponía, por eso sufre ahora. Fue
sordo a la palabra de Dios (cfr. Rm.15, 4). Lázaro, aunque quisiera no podría
ir porque hay un abismo entre buenos y malos. Lázaro puso su confianza en Dios,
por ello es admitido en el banquete celestial (cfr. Mt.5,3-10).
En Moisés y los profetas, en las
Escrituras Dios nos dejó su palabra que nos guía para vivir para siempre con ÉL
en comunión perfecta y no lejos como el destino del rico (cfr. 2Pe.1, 19).
Ahora es Jesucristo es su palabra, su contenido su vida y obras, su misterio de
pasión muerte y resurrección (cfr. Lc. 24, 27-46). Quien se hace su discípulo,
y cumple su palabra, es preservado del infierno, porque fruto del evangelio,
ella es la conversión (cfr. Hch. 2,37s). Quien no
escucha la Palabra de Dios, menos se dejará convencer aunque resucite un
muerto; Lázaro de Betania resucitó, sin embargo fue ese el motivo que condenó a
Jesús a la muerte por parte de los fariseos (cfr. Jn.11, 46ss). Dios hizo lo
que el rico pedía pero resucitando a Jesús de entre los muertos. Es la gran
señal que pedían los doctores de la ley y que el rico. El rico no debe fiarse
de las riquezas y apoyarse de ellas, debe buscar la voluntad de Dios, y fruto
de ello, será el amor al prójimo (cfr. Is.58,6s;
Sant.2,5.6.12s). La comunidad eclesial necesita siempre de esta amonestación de
parte del Señor Jesús.
Teresa de Jesús enseña que en la
oración podemos acostumbrarnos a estar ante la Verdad que es Dios y desde su
luz mirar nuestra historia, nuestra vida y convertirnos día a día a su
evangelio. “Qué será el día del juicio, cuando esta Majestad se nos mostrará
claramente y veremos las ofensas que hemos hecho” (V 40,11).
Lecturas
bíblicas
a.-
Zac. 8,1-8: Yo libertaré a mi pueblo del país de Oriente y de Occidente.
b.-
Lc. 9, 46-50: El más pequeño de vosotros,
es el más importante.
En este texto, encontramos dos temas: la
disputa de los apóstoles, por saber quién es el mayor entre ellos (vv.46-48) y el empleo del Nombre
de Jesús para expulsar un demonio (vv.49-50). Después del segundo anuncio de la
pasión, sin comprender las palabras de Jesús, los discípulos por su cuenta
tienen su propia discusión: ¿quién es el mayor a la llegada del reino de Dios?
Al anuncio del dolor que se aproxima para el Maestro, se contrasta con el
anhelo de poder de parte de los discípulos, buscan la grandeza para ellos, no
entienden la cruz. Jesús que conoce sus pensamientos, toma un niño, nos dice
Lucas, que hay que imitar al niño o hacerse como un niño, acogerlo como si se
acogiera a Jesús. Acogerlo a ÉL, significa acoger al que lo envió, es decir, a
Dios Padre y su reino, lo que se extiende también a los más pequeños de la
sociedad, lo menos considerados, en definitiva, abiertos a todos, porque a los
grandes nadie los excluye. Poco entendieron esta vez los apóstoles, puesto que
se opondrán más tarde a que los niños se acerquen a Jesús, y nuevamente
discutirán sobre mayorazgos entre ellos (cfr. Lc. 18, 15; 22, 24-37). El segundo
momento, tiene que ver con los intentos fallidos de los apóstoles por impedir
hacer un exorcismo a un hombre que usaba el Nombre de Jesús para ello, y la
reacción de Jesús. Es Juan apóstol, quien le cuenta que han tratado de detener
a uno que exorcizaba en su Nombre, y le da la razón, porque no pertenece al
número de los Doce. Se puede ver el intento de los discípulos de no perder
protagonismo, pues ellos, estaban encargados de eso. La respuesta de Jesús es breve y concisa: no impedírselo. Su poder
es amplio y no queda circunscrito al grupo de los Doce y añade: “El que no está
contra vosotros, está a favor vuestro” (v. 50), es decir, faculta de alguna
manera a todas las personas a que invoquen su santo Nombre para hacer el bien,
aunque no pertenezca ordinariamente, al grupo de los Doce o a la comunidad
eclesial. Todos los hombres y mujeres de buena voluntad, pueden ayudar a
extender el reino de Dios (cfr.Flp.1,18); se trata de
lo que algunos denominan cristianos anónimos, que sin pertenecer a la Iglesia,
son simpatizantes de la causa de Jesús.
Teresa de Jesús, nos enseña a servir
desde lo interior del ser humano, con limpio corazón, humildad y amor
entrañable a Dios y al prójimo, “la caridad crece con ser comunicada” (V 7,
12), decía ella. Afirma también: “Quien con más…limpieza de conciencia sirviere
a nuestro Señor, esa será la más santa” (6M 8,10).
Lecturas
bíblicas
a.-
Zac. 8,20-23: Vendrán pueblos incontables al Señor de Jerusalén.
b.-
Lc. 9, 51-56: Tomó la decisión de ir a Jerusalén.
Este evangelio marca un hito en la
vida de Cristo, y de los discípulos: ha concluido la tarea evangelizadora en
Galilea, ahora sube a Jerusalén a sufrir la pasión, muerte, resurrección y
ascensión gloriosa a los cielos. Ha terminado el tiempo de los signos y
milagros, de palabras y mensaje de amor; ahora corresponde el compromiso con la
vida verdadera que debe conquistar para los suyos. Sube a Jerusalén, sube al
Padre, no sólo, sino con los que crean en ÉL. Desde ahora Lucas, traza el
camino de Jesucristo que asciende al Padre (cfr. Hch.
1, 2; 11,22). En pobreza y desvalimiento frente a la muerte ya cercana, Jesús
va a culminar su obra redentora, camino del Padre, con lo cual queda señalada
la vía que deberán recorrer los apóstoles. Subirán al cielo con Cristo, sólo si
arriesgan la vida, si comparten sus sufrimientos y si asumen su misión; solo
así podrán conquistar lo nuevo. Lucas insiste en poner al discípulo sobre la
misma vía de Jesucristo, sus trabajos, sufrimientos y misión evangelizadora,
que más tarde darán sentido al discipulado, el sufrimiento que hay en la vida,
la esperanza, la pobreza y el amor al prójimo. El cristiano también debe subir
a Jerusalén, a morir con Cristo al final de su vida. Los discípulos van en
camino, pero necesitan aprender a padecer con ÉL el rechazo, por ejemplo de los
samaritanos, como parte del auténtico seguimiento de Cristo. No los quieren
recibir por dirigirse a Jerusalén, recordemos la enemistad histórica entre
judíos y samaritanos, pero los discípulos, Santiago y Juan, demuestran que
caminan con Jesús, pero no lo comprenden, porque piden fuego del cielo, es
decir, quieren usar el poder de Dios, para vengarse contra los samaritanos, sus
enemigos. Pedir fuego del cielo, lo
encontramos en Elías (cfr.1 Re. 18, 30-39; Eclo. 48, 3), y se asocia al poder
judicial y bautismo con que Jesucristo bautizará a los hombres (cfr. Lc. 3,
16). Con esto se quiere enseñar que Jesús, destruye con fuego al mundo viejo
del pecado y crea todo nuevo en el Espíritu Santo. Juan y Santiago quieren
purificar al mundo con el fuego del juicio de Dios, para defender sus propias
pretensiones, queriendo que la decisión escatológica de Dios, condene a los
samaritanos. Esta es una realidad que persiste en muchos cristianos, que frente
al mal del mundo, y la perversión de las costumbres, imploran fuego del cielo
para quienes comenten esos errores en nuestra sociedad. Como los discípulos,
esos cristianos todavía no comprenden que el camino de Jesús es otro: asumir el
dolor y sufrimiento personal, y social en forma salvadora, y no hacer sufrir a
los demás con las penas del infierno; se trata de transformar por la cruz de
Cristo el dolor, de malo, en un servicio redentor. En el fuego arderán los que
rechazan a Cristo y su evangelio, en cambio, el único fuego que nos interesa
que nos consuma, es del amor de Dios y al prójimo, que el Espíritu derrama en
nuestras almas para serviles como hizo Jesús.
Teresa de Jesús quiere en todo momento
estar con Jesús, acompañarle en su pasión, muerte y resurrección, teniendo muy
claro, por quien sufrió tanto dolores. “Si estáis con
trabajos, o triste, miradle camino del Huerto…o miradle atado a la columna…o
miradle cargado con la Cruz” (CV 26,5).
Lecturas
bíblicas
a.-
Neh. 2,1-8: Iré y reconstruiré la ciudad de mis padres.
b.-
Lc. 9, 57-62: Exigencias de la vocación apostólica. Te seguiré a donde vayas.
El evangelio nos presenta la vida
de Jesús, como camino y la de sus
discípulos como seguimiento. Sabemos que seguirle no conlleva ningún tipo de
ventajas, al contrario, encierra riesgos y mucho valor. Al primer hombre que se
ofrece a seguirle donde vaya, Jesús le dice que el Hijo del Hombre no tiene
donde reclinar la cabeza, es decir, este seguimiento no supone premios en este
mundo; sólo le ofrece al final del camino, el Calvario y la Resurrección. Este hombre es tremendamente generoso, te
seguiré donde vayas, ha previsto la exigencia de Jesús: la absoluta gratuidad.
Despojado de todo, en su pobreza, es
donde se revela la fuerza de Dios (vv.57-58). Se expone a carecer de
hogar y de patria, es duro no tener un lugar tranquilo para descansar. El
discípulo de Jesús debe estar dispuesto a todo, a peregrinar, se expulsado,
renunciar a un hogar. Al segundo es Jesús quien lo llama pero pone una
condición ir a enterrar a su padre (cfr. Mc.1,14;
Jn.15,16). Enterrar a los padres era un deber muy rigoroso, la ley dispensaba
de otros deberes, de ahí el permiso que pide antes de seguirle (vv.59.61). La
respuesta que Jesús quiere es un sí absoluto, sin condiciones, ofrece el
seguimiento a todos los hombres, ingresar al reino de Dios supone asumir el
sufrimiento, y fidelidad que ellos conlleva. “Dejar que los muertos entierren a
sus muertos” (v. 60), nos enseña que el reino de Dios y el seguimiento de
Cristo están por sobre la familia y el parentesco, sólo el amor de Dios supera
todo otro amor humano. Es necesario, superar las categorías de este mundo, para
seguir a Jesús, sólo su amor, ayuda a amar desde ÉL a todos los seres queridos.
Lo importante es que ese amor divino, no queda encerrado en el ámbito familiar,
sino abierto y fecundo al misterio del amor de Dios Trinidad, amor que es
servicio al prójimo. Un tercero, quiere seguirle pero primero quiere despedirse
de los suyos. Tomar el arado y no mirar hacia atrás (v. 62), viene a significar
tomar una decisión firme respecto del seguimiento de Cristo, recibir el reino
de Dios es asumirlo en su totalidad, desde ese riego, se ama la familia, el
trabajo la vida que Dios regala con el amor y sacrificio que el camino de
Jesucristo nos entrega para vivir responsablemente. Pide lo mismo que Eliseo
(cfr.1Re.19,20s). Jesús pide disponibilidad absoluta,
exige desprendimiento de los familiares, desapego de lo que exige hasta el
corazón. Al discípulo se le enseña, de qué debe separase, sino hacia dónde
dirigir sus pasos. Por la comunión de vida con Jesús, el hombre se hace digno
de la misión confiada de anunciar el reino de los cielos, de ahí que su pensar
y querer sea sin divisiones. El discípulo no tiene hogar permanente, porque
como Jesús, camina hacia Jerusalén donde le espera la cruz y la gloria de la
resurrección.
Teresa de Jesús exhorta a sus hijos e
hijas a continuamente redescubrir la llamada que el Señor ha hecho a cada uno a
vivir su consagración religiosa en el Carmelo. “Es harta misericordia la que
las hace Dios, porque, puesto que son muchos los llamados, pocos son los
escogidos (cfr. Mt 20,16), así digo ahora que, aunque todas las que traemos
este hábito sagrado del Carmen somos llamadas a la oración y contemplación,
porque este fue nuestro principio; de esta casta venimos, de aquellos santos
padres nuestros del Monte Carmelo que en tan gran soledad y con tantos
desprecios del mundo buscaban este tesoro, esta preciosa margarita de que
hablamos, pocas nos disponemos para que nos la descubra el Señor; porque,
cuanto a lo exterior, vamos bien para llegar a lo que es menester; en las
virtudes, para llegar aquí, hemos menester mucho y no nos descuidar poco ni
mucho. Por eso, hermanas mías, alto a pedir al Señor, que pues en alguna manera
podemos gozar del cielo en la tierra, que nos dé su favor para que no quede por
nuestra culpa, y nos muestre el camino, y dé fuerzas en el alma para cavar
hasta hallar este tesoro escondido (Mt 13,44), pues es verdad que le hay en
nosotras mismas; que esto querría yo dar a entender, si el Señor es servido que
sepa.” (5 M 1,2).
Lecturas
bíblicas
a.-
Neh. 8,1-12: Esdras abrió el libro de la ley.
b.-
Lc. 10, 1-12: Misión de los setenta y dos discípulos.
Este evangelio nos habla de la misión
confiada por Cristo Jesús a Setenta y dos discípulos. Con el envío de los Setenta
y dos, como el de los Doce, Jesús nos enseña que su misión está abierta para
quien quiera participar en ella. El número setenta representa a la naciones de
la que habla la Escritura, y por ello Jesús llama a toda la humanidad (cfr.
Gn.10). La mies es mucha, pero los
trabajadores son pocos, porque son pocos, los que se deciden por Cristo, su
evangelio, su Iglesia; los Setenta y dos, número de plenitud, representa a
todos los evangelizadores que vendrán a trabajar en la Viña del Señor, que es
la Iglesia. Por ahora los discípulos van a Palestina, de dos en dos, van
delante del Señor, preparan su llegada; los límites desaparecerán luego de la
Ascensión de Jesús a los cielos (cfr. Dt.19, 15; Mt.18,16).
¿Cuáles son las características de esta misión? Lo primero, es que el reino de
Dios ha llegado con Cristo Jesús; la misión se entiende como enviados por
Jesús, el poder de Dios les acompañará; es el reino que genera misioneros que lo
anuncien a los hombres. Un segundo aspecto es que Jesús les advierte que los envía, como ovejas
en medio de lobos, es decir, encontrarán gente que rechace el mensaje y al
mensajero, por lo tanto, deberán sacudir el polvo de sus pies, sin dejar de
anunciarles que “el reino de Dios está cerca” (v. 11). Van sin
aprovisionamiento y toda defensa humana, confiados como Israel, que su Pastor
los cuida y salva. Jesús envía a los Setenta y dos discípulos como pobres, son
el nuevo núcleo de Israel, la pobreza es necesaria para ingresar en el reino de
Dios y los que lo anuncian deben vivirla (cfr.Mt.5, 3s; Lc.6, 20). No saludar
por el camino viene a significar, no dejarse distraer de la misión (cfr. Hch. 8, 30). El método de misionar es ir de casa en casa,
con el saludo y el don de la paz (cfr.
Hch.10, 36). La paz se posa sobre quien la recibe, ha sido elegido para la
salvación, el saludo produce lo que expresan como el espíritu que comunicó
Moisés a los setenta ancianos (cfr. Núm.11, 26; 2 Re.2, 15; Is. 45,23). A estos
dones dados por el misionero, corresponderá la hospitalidad de los
beneficiados, cuidando los discípulos de no cambiar de casa buscando bienestar,
comer lo que les presenten, sanar a los enfermos y a todos anunciar la llegada
del reino de Dios (cfr.1 Tim.5,18; 1Cor.9,11; 10,27; Hch.15). Ante la ciudad
que los rechacen, hasta el polvo de sus pies sacudirán, como signo de
rompimiento de ellos con Israel, porque al anuncio del juicio, le sigue el Juicio,
si se cierra al anuncio, atrae sobre sí la condenación, sino se arrepiente y se
convierte. Mientras ellos alcanzarán la palma de la victoria por su fidelidad a
Cristo y su anuncio del evangelio, esos fracasarán en el negocio más importante
de la vida: la salvación eterna.
Teresa de Jesús, quiso la paz que el
Señor le regaló por medio de la contemplación y el compromiso con su vida
religiosa. “¡Oh Jesús, y quién supiera las muchas cosas de la Escritura que
debe haber para dar a entender esta paz del alma! ¡Dios mío, pues veis lo que
nos importa, haced que quieran los cristianos buscarla, y a los que la habéis
dado no se la quitéis por vuestra misericordia; que, en fin, hasta que le deis
la verdadera y la llevéis adonde no se puede acabar, siempre se ha de vivir con
temor! Digo «la verdadera», no porque entienda ésta no lo es, sino porque se
podría tornar la guerra primera si nosotros nos apartásemos de Dios” (7M 3,13).
Lecturas
bíblicas
a.-
Bar. 1, 15-22: Pecamos contra el Señor no haciendo caso.
b.-
Lc. 10, 13-16: Quien me rechaza a mí, rechaza al que me ha enviado.
Este breve pasaje del evangelio, es una clara
condena contra Corazaim y de Betsaida, a la que se
agrega Cafarnaúm, lugares donde Jesús había realizado una intensa actividad,
donde los milagros manifestaban su poder divino. Su centro era ahora
precisamente Cafarnún, por eso se le pueden aplicar
las palabras del profeta dirigidas al rey de Babilonia: “Tú, que decías en tu
corazón: Subiré a los cielos; en lo alto, sobre las estrellas de Dios, elevaré
mi trono; me instalaré en el monte santo, en las profundidades del aquilón.
Subiré sobre la cumbre de las nubes y seré igual al Altísimo. Pues bien, al
sepulcro has bajado, a las profundidades del abismo” (Is.14, 13-15). A ella la consideraba su ciudad, y como a las
otras ciudades les ofreció la salvación, poder y gloria, las exaltó para darles
participación en el reino de Dios. Los milagros obrados en ellas estaban
destinados para reflexionar, reconocer la voluntad de Dios, disponerlos a la
conversión. Pero ninguna de ellas cumplió con la oferta de salvación que Dios
les hacía, de ahí la amenaza de Jesús con el Juicio final. A mayor gracia que
se les había manifestado, tanto más se les ha de pedir en el Juicio final. Si
Tiro y Sidón, ciudades paganas hubiesen sido visitadas por Dios, habrían hecho
penitencia, cubiertos de sacos y ceniza. Como Dios sabe que otros hubieran
aprovechado mejor la gracia que ahora se les ofrece a estas ciudades, Corazín y Betsaida, a unas juzgará con suavidad, en cambio,
a otras con mayor severidad. El castigo a estas ciudades galileas, es la medida
de lo que sucederá en el futuro a otras ciudades que rechacen a Jesús en sus
enviados. Lo que pudo ser motivo de salvación, se convierte en sentencia de
condena, porque no se prestó atención a la conversión que exige el evangelio.
Es la última llamada de conversión al corazón de hombre, son los últimos
tiempos, los del Mesías. «Quien a
vosotros os escucha, a mí me escucha; y quien a vosotros os rechaza, a mí me
rechaza; y quien me rechaza a mí,
rechaza al que me ha enviado.» (v. 16). El enviado es como el que envía; en
cada enviado viene Jesús y en ÉL Dios Padre. Sus palabras son el evangelio de
Jesús y esas palabras las pronuncia Dios.
Quien las acepta o rechaza, acepta o rechaza a Jesús y la palabra de
Dios (cfr. Jn.5, 23). Entre Dios y los enviados está Jesús, como el único
Mediador, para ejercer esta mediación se sirve de sus enviados; los hombres son
conducidos a Dios por medio de hombres. Pablo fue enviado a Ananías y sabrá lo
que ha de hacer (cfr. Hch. 9, 6). Los mensajeros son
servidores de la palabra anunciada. Entre oír y no hacerlo, no se puede
permanecer en forma indiferente; quien no está a favor de Jesús está contra ÉL.
Quien no acepta la palabra de Jesús, no la acepta, ni cumple, en el fondo la
desprecia. Sólo la conversión nos puede salvar y ella nos viene por Jesucristo.
Teresa de Jesús, tenía buena
conciencia de saber que todo venía de la mano de Dios para su vida, sobre todo
después de su famosa conversión. “No había fuerzas en mi alma para salvarse, si
su Majestad con tantas fuerzas no se las pusiera” (V 18,5).
Lecturas
bíblicas
a.-
Bar. 4,5-12.27-29: ¡Ánimo, hijos, gritad a Dios!
b.-
Lc. 10, 17-24: Estad alegres, porque vuestros nombres están inscritos en el
cielo.
Este evangelio tiene dos momentos bien
precisos: el regreso de los setenta y dos discípulos (vv.17-20) y la revelación
del Evangelio a los sencillos (vv.21-24). Muy contentos por la misión llevada a
cabo por los discípulos, Jesús revela el verdadero sentido de la misma. La
llegada del reino de Dios y la obra de Jesús, supone la caída de Satanás y de
su poder en el mundo. En apocalíptica judía, se pensaba que Satanás había
puesto su trono en las esferas superiores, desde donde gobernaba a los hombres,
la misión evangelizadora alcanza también lo cósmico, donde el destino de la
realidad está en juego con la presencia
de Dios en la vida de los hombres, y la caída del poder de Satanás (v. 18). Los
predicadores de la palabra son capaces de vencer el mal, lo mismo el cristiano,
al mundo, en la sociedad y a nivel personal. Las palabras de Jesús y caída de
Satanás, recuerdan las que fueron dirigidas a Nabucodonosor (cfr. Is.14, 12.
15). Vencer al mal es obra y fruto de la muerte en cruz de Cristo y sus
glorificación: “Éste es el momento de la condenación de este mundo; ahora el
jefe de este mundo será arrojado fuera” (Jn.12, 23). Los creyentes en Cristo se
les declara dichosos, porque están viviendo la plenitud de los tiempos del
Mesías, que los profetas habían anunciado y los hombres habían esperado. Lo más
importante es la cercanía con Cristo y su evangelio, es decir, el encuentro
personal con Dios, los hace acreedores que sus nombres están inscritos en el
cielo (v. 20). Esta victoria de los misioneros sobre las fuerzas del mal,
revela lo más íntimo de la condición humana, en el sentido que el hombre no es
esclavo de las fuerzas de la naturaleza, ni del mal, ni tampoco de la miseria
propia ni ajena. A los misioneros de Jesús se les ha confiado el poder de
vencer el mal, en todas sus manifestaciones, porque es como si fuera el propio
Jesús, quien librara la batalla con el demonio. Los Doce forman parte del
triunfo de Jesús, a los que se agregan ahora los Setenta y dos discípulos.
Tienen poder sobre serpientes y escorpiones, el Mesías prometido, camina por
sobre ellos (cfr. Sal.91, 13). Los discípulos tienen poder contra todos las
fuerzas del enemigo, porque vencen en amor de Jesucristo (cfr. Rm. 8, 37-39). La
razón suprema de gozo de los discípulos es su elección predestinación a la vida
eterna y sus nombres escritos en el libro de la vida (cfr. Sal .69, 29; Ex.32, 52s;
Is.,4,3; 56,5; Dan.12,1; Ap.3,5; 13,8). En un segundo
tiempo, Jesús lleno de gozo eleva su acción de gracias al Padre, movido por la
fuerza del Espíritu Santo (cfr.Lc.1, 41; 1, 67; Rom.8, 14). La revelación que
hace Jesús, es porque agradece y alaba al Padre que ha hecho a los pequeños y
manifiesta la admirable unión entre ellos (v. 22; cfr. Mc.14, 36; Lc. 8,10; 1
Cor.1, 26; Lc. 4,18). Qué gran importancia le da Jesús al conocimiento, es
decir, estar unidos con ÉL y a través de ÉL con el Padre. Esta unidad del Padre
y del Hijo está abierta a todos los que creen en Jesucristo (cfr. Mt.28,18; Jn.3,35). Entendida así la misión no sería otra cosa
que la expansión del amor del Padre y
del Hijo y que llega a los pequeños e ingresan en esa intimidad divina por la
aceptación de la predicación del evangelio de la gracia, mientras que para los
poderosos de este mundo, esta sabiduría permanece escondida porque para ellos
llega la destrucción de todo poderío mundano que se opone al reino de Dios
(cfr. Jn.10, 14. 30; 17,2-3; Rm. 8,15; Gál. 4,6). Jesús declara dichos a sus
discípulos por lo que ven y escuchan por el conocimiento del Mesías y del
tiempo de salvación que con ellos se inaugura. Dichosos porque son pequeños, la
fe que los penetra y les da el conocimiento acerca de Jesús, sólo a ellos les
proporciona verlo y escucharlo, causa de júbilo que se prolonga hasta la vida
eterna.
Teresa de Jesús, mujer alegre por
naturaleza, hace de ella un apostolado para servir de mejor ánimo al Señor Jesús. “Si estáis alegres
miradle resucitado, que con sólo imaginar cómo salió del sepulcro, os alegrará.
Mas ¡Con qué claridad y con qué hermosura! ¡Con qué majestad, qué victorioso,
qué alegre!” (CV 26,4).
P. Julio González C.