VIGESIMA
TERCERA SEMANA
(Año
Impar. Ciclo C)
Contenido
Lecturas
bíblicas
a.-
Sb. 9, 13-19: ¿Quién comprende lo que Dios quiere?
Esta primera lectura está tomada de
una oración del rey Salomón para pedir
el don de la Sabiduría. La Sabiduría es un atributo divino, por lo
tanto, está en Dios: conoce sus obras, estaba presente y le asistió en la Creación
del Universo (cfr. Sb. 8, 23-31); pero además la Sabiduría ha estado presente
en la obra de la revelación: conoce lo que es agradable a sus ojos, según sus
mandatos. Desde los cielos, pide Salomón, descienda la Sabiduría, desde el
trono de gloria de Dios, para que esté a su lado, y lo asista, y guíe en sus
trabajos, de manera que en todo, se ajuste al querer divino su labor de
gobernar a Israel. Será la luz de la Sabiduría la que guíe sus empresas, como
la columna en el desierto, ella con sus resplandor guiará el camino del rey
(cfr. Ex. 14,19; 23,20). La Sabiduría es luz que alumbra sin ocaso al hombre
que cree y espera en Dios (cfr. Sab. 7, 10).
b.-
Flm. 9.10.12-17: Recíbelo no como esclavo, sino como hermano querido.
Pablo, intercede por Filemón, ante
Onésimo, su antiguo señor, para que lo reciba como hermano en la fe, puesto que
con el apóstol conoció la fe y se
bautizó y hecho cristiano. Ahora Filemón servirá a Dios en casa de su amo, ya
no como esclavo sino como un hermano, que también Onésimo por su fe y caridad
sirve a Jesucristo, el único Señor.
c.-
Lc. 14, 25-33: El que no renuncia a todos sus bienes, no puede ser discípulo
mío.
El evangelio tiene dos momentos: nos
invita a la renuncia a todo lo que se ama (vv.25-27), y la renuncia a los
bienes (vv. 28-33). Esta palabra nos invita a considerar las exigencias que
tiene el ser discípulo de Cristo. Camina detrás de ÉL una muchedumbre, van tras
ÉL; Jesús camina hacia Jerusalén hacia su glorificación final, pero pasando
antes por su pasión y cruz (cfr. Lc.13, 24; 14,18-20). ¿Qué significará
seguirle, caminar con Él? El que viene en pos de ÉL debe colocar todo lo que
posee a los pies de Jesús, o dicho de otro modo, poner a Jesús en el centro de
su vida, y todo queda en un segundo plano: la familia, los bienes, incluso la
propia vida. Jesús exige un amor mayor que el que podamos tener a la propia
familia a y los bienes, dicho de otra forma, aprender a amar a la familia desde
Cristo y darle su justo valor evangélico a los bienes respecto del reino de
Dios (cfr. Mt.10, 37). Leví dejó todo por servir a Yahvé en el templo, a la ley
y la alianza, ahora es Jesús, la nueva realidad de Dios en medio de los
hombres, la nueva ley, la revelación de Dios, la verdad, sólo en ÉL se
encuentra salvación (cfr. Jn.14,6; Hch.4,12). Sólo será discípulo del
Crucificado, quien lleve su propia cruz y lo siga. Por el momento la cruz es
palabra figurada, aunque todos saben a lo que se refiere (cfr. Ez.9,4-6; Gén.22,6). Jesús nos precede hacia el Calvario, quien
lleva su cruz, pierde la vida la fama, quien quiera seguir a Jesús asume todo
ese significado. Sin embargo, es lo que más repugna al hombre semejante
panorama, y sin embargo, Jesús Maestro y Señor, el Mesías, asume
la cruz y será Crucificado en ella, hasta morir y resucitar para elevarse luego
a la diestra del Padre. Todos los que ahora le siguen, ¿estarán dispuestos a
seguirle hasta el final? En un segundo
momento, tenemos las parábolas de la torre y de la guerra, resaltan el cálculo y la prudencia a la hora
de construir, o de presentarse a entablar una batalla; lo mismo, el que quiere
seguir a Cristo, tarea costosa, deberá mirar sus fuerzas, lo que asume y
arriesga, en definitiva, lo que tendrá que invertir en este discipulado. Todo
proyecto humano, familiar y personal exige costos, sacrificios, un plan de trabajo, lo mismo se
debe dar en el seguimiento de Cristo, la forma, el sentido y la exigencia lo
ve, Lucas, como el gran negocio del discípulo. Esta es la torre o castillo que
debemos construir, la batalla que debemos ganar en forma personal, y como
comunidad eclesial. La invitación es a que con todo realismo, analicemos si
vamos a decidirnos por este proyecto personal o simplemente decidimos
abandonarlo, es decir, no seremos discípulos de Cristo. La renuncia a los
bienes exige ordenarlo todo en relación al reino de Dios, las personas, lo
bienes materiales; usar de los bienes como medios, nunca como fines, abierto a
las necesites personales y del prójimo. En este proyecto de ser discípulos de
Cristo, como Salomón, debemos suplicar la sabiduría divina para que nos asista
en este, el gran negocio de nuestra vida: nuestra salvación eterna.
Teresa de Jesús, amó la Cruz, donde
Jesús realizó la salvación del mundo y por ellos siempre debe estar el sentido
redentor en la oración del cristiano, llevar los frutos de su entrega hasta los
confines de la tierra. “El oficio de los contemplativos es…llevar en alto la
cruz, no dejarla de las manos por peligros en que se vean” (CV 18,5).
Lecturas
bíblicas
a.-
Col. 1, 24-2,3: Pablo es ministro de Dios.
b.- Lc. 6, 6-11: Estaban al acecho para ver si
curaba en sábado.
Este evangelio nos presenta un nuevo
encuentro de Jesús con los fariseos, esta vez, los desafía. Luego de enseñar en
la sinagoga, viendo que esperaban que
curara en sábado, para tener de qué acusarle, Jesús actúa (v. 7). Comprendiendo
la situación, mandó al hombre de la mano paralizada, ponerse en medio de la
asamblea, y les lanza la pregunta a los fariseos (vv. 9-10). Él quería hacer el
bien, aunque fuera en sábado, y no podía salvar una vida humana, que sufría,
porque era sábado, día del Señor. A la voz de Jesús, el hombre quedó sano. Si
el sábado era el día del Señor, conmemoración de la salida de Egipto, ¿qué
mejor que liberar a un hombre de la enfermedad? Sin embargo, la cerrazón
farisaica, prohibía sanar en sábado, pero paradójicamente, permitían salvar la
vida de un animal accidentado (cfr. Mt. 12, 11). Gran incoherencia, porque
significaba poner la ley, por sobre el bien del ser humano, lo cual encierra
una visión errada del querer de Dios, que Jesús con su obrar quiere corregir.
¡Qué lejos estaban de comprender que Dios ama al hombre, sobre todo si es
necesitado y enfermo! Sólo la compasión de Cristo cumple la voluntad de Padre.
La observancia del sábado y la circuncisión adquirieron exigencia y notoriedad;
eran signos de la alianza, su identidad más profunda, síntesis de la ley
mosaica. Jesús toma partido por el hombre, cuando hace suyo el texto del
profeta (cfr. Is. 61, 1-2), proclamado
en la sinagoga de Nazaret (cfr. Lc. 4, 18ss). Lo mismo la Iglesia en su
evangelización, anuncia el Reino de Dios, es decir, la liberación integral del
hombre, de todas las formas de esclavitud. Hay esclavitudes que nacen del
pecado personal, otras, en cambio, del pecado social o estructural, donde se
violan los derechos humano más elementales como vida digna y educación,
libertad religiosa, trabajo digno y salario, familia y vivienda, etc. No hay que dejar que el mal se adueñe de más
personas, que disfrutan de la vida en forma egoísta a costa del dolor de miles
de personas que sufren. Es el Evangelio donde encontramos la clave de esta
liberación integral del hombre.
Teresa de Jesús conoció de muchas
enfermedades, desde joven laica y religiosa carmelita; supo asistir a su padre
en su última enfermedad, al que introdujo por los caminos de la oración, cuando
ella vivía una de las grandes crisis en ese campo, los comienzos de su andar en
los caminos del espíritu humano. “En este tiempo dio a mi padre la enfermedad
de que murió…Fui yo a curar, estando más
enferma en el alma que él en el cuerpo…Pasé harto trabajo en su enfermedad;
creo le serví algo de las que él había pasado en las mías” (V 7, 14).
Lecturas
bíblicas
a.-
Col. 2,6-15: Dios os dio vida en Cristo.
b.-
Lc. 6,12-19: Pasó la noche orando. Escogió a Doce y los nombró apóstoles.
Este evangelio recoge dos momentos: la
elección de los Doce (vv.12-16), y un sumario
acerca del ministerio de Jesús (vv.17-19). Su oración la hace en la montaña, de noche, al
Padre, para recibir la revelación, vivir la intimidad divina, y abrirse al misterio de Dios para los
hombres. Mientras sus adversarios quieren acabar con ÉL, Jesús piensa en el
futuro de su obra, prepara la hora con oración a Dios. Las tinieblas cubren el
mundo, todo desaparece ante la grandeza de Dios. La oración descubre su
contenido, en la elección de los hombres escogidos; la elevación a Dios y el
envío a los hombres, constituyen la misión de Jesús. Los Doce son hombres escogidos por Cristo, son
los únicos apóstoles, los demás son discípulos. Son los enviados teniendo
presente el principio jurídico: el enviado de una persona es como ella misma
(cfr. Jn.13, 16). Luego el evangelista nos da la lista de los nombres de los
apóstoles, ellos serán los Doce patriarcas del nuevo pueblo de Dios. En un
segundo momento tenemos la primera acción que realizan en conjunto con Jesús,
es acompañarle, bajar de la montaña e ir al encuentro de la muchedumbre que
está en el llano esperándoles. Jesús baja de la montaña, como Moisés en otro
tiempo, de la comunión con Dios al pueblo. Dios está con ÉL. Jesús es el
centro, rodeado de los apóstoles, luego están los discípulos y gentes que
quieren escucharle, tocarle y ser sanados de sus enfermedades. ÉL se irradia esa fuerza sanadora, ÉL está
Ungido por el Espíritu, por ello quien entra en estos círculos recibe las
bendiciones del tiempo de la salvación. Hoy Jesucristo sigue ofreciendo su
palabra y las acciones salvíficas, el ingreso al reino, en su Iglesia, y una
vida nueva de discípulo, comprometido con su evangelio de gracia y amor, de
valores sempiternos.
Teresa buscaba la intimidad divina,
pero fue la cercanía con Jesús, quien se la procuró, representarse en la
oración del huerto la ayudó a procurarse la amistad con Jesús. “Tenía este modo
de oración: que, como no podía discurrir con el entendimiento, procuraba
representar a Cristo dentro de mí, y hallábame mejor
a mi parecer, de las partes adonde le veía más solo…Parecíame
a mí que estando sólo y afligido, como persona necesitada me había de admitir a
mí…me hallaba muy bien en la oración del Huerto;… allí era acompañarle…” (V
9,4).
Lecturas
bíblicas
a.-
Col. 3,1-11: Habéis muerto con Cristo.
b.-
Lc. 6, 20-26: Las bienaventuranzas y las maldiciones.
El evangelio nos presenta la versión
lucana de las bienaventuranzas (vv.20-23), y las maldiciones (vv.24-26). En un
primer momento, encontramos el mensaje de estas cuatro bienaventuranzas, síntesis
de buena parte de la enseñanza de Jesús.
Su palabra revela a un Dios que se abaja con un poder de salvación, que rescata a los pequeños de la esclavitud del
pecado, del mal de la sociedad y de la muerte, para enriquecerlos con el reino
que inaugura Jesús con su palabra y milagros. Las bienaventuranzas, son la
expresión de la presencia de Dios en la existencia de los hombres. Verdadero
misterio de gracia, y de bondad para con
los pobres, los que tienen hambre, los que lloran, etc., ahora son dichosos, porque
con Jesús se ven enriquecidas sus vidas por el mensaje de Dios que contiene el
Evangelio que les predica. Estos pobres, hambrientos y los que lloran, no
poseen bienes materiales y sufren pero esperan en Dios, confían a Dios su
miseria, por ello Jesús les levanta el ánimo con una palabra de consuelo. Israel
tiene experiencia que Dios toma bajo su protección de los pobres y oprimidos
cuando conoció la esclavitud en Egipto, el exilio en Babilonia (cfr. Is. 49,13;
Sal.86,1; Lc.4,18). Jesús llama bienaventurados a
todos ellos, porque les da el reino de Dios. Cuando Dios tome posesión de su
reino serán saciados, reirán y gozarán porque han puesto su mirada en Dios y no
han puesto su seguridad en los bienes aunque los necesiten y creer que lo
tienen con ello todo asegurado. Estas bienaventuranzas, descubren otras
riquezas del espíritu humano, escondidas, que no se miran con los ojos, sino
con la luz de la fe. Es mirar la vigencia del hombre, no su miseria material o
moral, sino la necesidad de bien, de justicia, de vida verdadera que sólo la fe
cristiana, puede dar abiertos a la gracia y al amor de Dios Padre. Hoy hablamos
de los derechos humanos que siempre hay que defender para el progreso del
hombre integral. La cuarta bienaventuranza se dirige a los discípulos
perseguidos (v.22), que por confesar su fe en Jesús, sufren el odio, la
persecución, muerte violenta. Esto no debe ser motivo de tristeza, al
contrario, Jesús los declara bienaventurados, porque les espera una gran
recompensa en el cielo. El reino de Dios, depende de la gracia de Dios, es
además recompensa, para quien pone su fe en Jesús, perseverancia hasta el
final, como discípulo de Jesús. Corre la suerte de los profetas, son
perseguidos por la palabra que proclaman y viven, por ello también los
discípulos sufrirán persecución por ser representantes de Jesús de Nazaret. En
un segundo momento conocemos las imprecaciones o maldiciones que tienen un
claro tono profético (cfr. Is.5,8-23). No son una
condenación definitiva, sino un aviso un ponerse en guardia y que llaman a la
conversión y a la acción. Los ricos que ríen y están hartos son los que tienen
abundancia de bienes, lo pasan bien, no les falta nadie. Sin embargo, Jesús los
conmina, ay de vosotros, a que reflexiones que por ser ricos, está en peligro
su salvación eterna; creen en una seguridad puesta en sus bienes y no en Dios
(cfr. Lc.12,15). Los pobres en cambio, confían en Dios, están abiertos a la
gracia de Dios, ingresan al reino que se les ofrece y hallan la salvación (cfr.
Lc.16, 25; Sant.5,1-5). La última advertencia, es para
los discípulos que escapan de la persecución, y pueden convertirse en falsos
profetas (cfr. Is.30, 9; Jer. 23,17ss), por no vivir el espíritu de las
bienaventuranzas.
Teresa de Jesús, que provenía de
familia acomodada conoció la pobreza evangélica cuando se encontró con Jesús
pobre en su conversión, de ahí la preocupación suya por ser pobres de espíritu,
para ser pobres también en lo material. “Sería engañar al mundo…hacernos pobres
no siéndolo de espíritu, sino en lo exterior” (CV 2,3).
Lecturas
bíblicas
a.-
Col. 3,12-17: El amor es el ceñidor de la unidad consumada.
b.-
Lc. 6, 27-36: Amor a los enemigos y ser compasivos.
En este evangelio Jesús se dirige a
sus discípulos, habla con autoridad, anuncio de
lo que Dios quiere (cfr. Mt. 7, 28). Encontramos tres secciones: amar a
los enemigos (vv. 27-30), luego el modo
de tratar a ese prójimo (vv.31-35),
finalmente ser compasivos como el Padre es compasivo (v.36). ÉL redujo
la ley al amor de Dios y del prójimo,
las bienaventuranzas son el camino hacia el amor de Dios, pero ahora la atención se centra en el
amor al prójimo (vv. 27-30; Lc.10, 27).
El AT, conocía el precepto de amor al prójimo (cfr. Lev.19, 18), Jesús
le da gran importancia a este precepto,
aunque la da una visión más amplia: los prójimos son todos los hombres, incluidos los enemigos.
¿Quiénes son éstos? Los enemigos del
grupo de los discípulos, calumniadores, perseguidores, etc. El amor
exige particularidad, se trata de amar,
bendecir, orar por los otros, amar equivaldrá en vivir para el otro, incluso para el que me
odia, maldice y maltrata. Aquí el perdón
del que no se habla, se da por supuesto. No debe quedar rincón, en la
vida del cristiano, sin este amor hacia
el enemigo: deseos y palabras, el corazón sede del amor y por lo mismo de la oración. Si bien
este evangelio es difícil, por nuestra
natural inclinación a la venganza, cuando sufrimos una injusticia. Jesús
nos exige, no dejarnos seducir en el
espacio del mal, al contrario, nos pide responder y resistir a él, con la fuerza del bien, cuando se nos
golpee la mejilla, o cuando nos roban el
manto, dar sin importar a quien, no tratar de recobrar lo robado, etc.
Son criterios tan distintos a los
nuestros, cuando el Reino de Dios no nos ha posesionado ni transformado; Jesús trae el Reino de Dios y
con él la suma de todos los bienes que
cuando se despliega se logra vencer el mal a fuerza de bien. En un
segundo momento, encontramos el modo de
tratar al prójimo (vv. 31-35). ¿Cómo poner en
práctica el amor al prójimo, sobre todo al enemigo? Los maestros de
sabiduría y maestros de la ley,
formularon la “Regla de Oro”. Regla conocida desde antiguo en Israel: “Lo que no quieras para ti, no la hagas a nadie” (Tb. 4,15).
Llevamos un código de comportamiento con
el prójimo, lo que uno desea y necesita eso ha de hacer. Jesús hace su propio enunciado: “Y lo
que queráis que os hagan los hombres,
hacédselo vosotros igualmente.” (v.31). Si bien, la idea en el fondo, es
no hacer nada desagradable al prójimo,
Jesús va más allá, puesto que incluye como
prójimo también al enemigo. E ahí la novedad, no sólo no hacer mal, sino
hacer el bien incluso al enemigo; el
discípulo de Cristo ha de hacer el bien, todo el bien que desea para sí. El mismo amor, hacia nosotros
mismos, se hace ley para amar al
prójimo, incluido el enemigo. El amor que Jesús exige, se expresa con
las obras, sin esperar recompensa
alguna, sólo quien cumple puede ser considerado hijo del Altísimo (v.35), heredero de una gran
recompensa, porque imita a Dios Padre, que
es “bueno con los desagradecidos y perversos” (v.35). Finalmente, Jesús
nos invita a colocar al Padre que
ama en forma compasiva y misericordiosa:
“Sed compasivos y misericordiosos como vuestro Padre es compasivo” (v.36). La
misericordia del Padre, comienza con el
envío de su Hijo al mundo, inaugurado su Reino con su venida, palabras y obras, el discípulo
aprende a conocer lo que ha de hacer, es lo
que los judíos llamaban la imitación de Dios. Jesús hace el bien para
que los hombres renacidos a la gracia,
vuelvan sus pasos y corazones al Padre, lo misma misión tiene su discípulo (cfr. Lc.5, 11-32).
Este amor se sabe si es real en nuestra
vida, si se ama al prójimo efectivamente, si se imita la misericordia
del Padre. La Iglesia hoy acoge a miles de seres humanos pobres de todos los
pueblos de la tierra y les comunica la salvación y una vida digna sin esperar
nada a cambio; hombres y mujeres que entregan la vida en las misiones,
cárceles, hospitales, etc., sólo para que conozcan que se puede amar al otro,
sin recibir nada a cambio, sólo un puñado de fe y esperanzas que ponen en las
manos del Dios de la Vida y del Amor verdadero, Jesucristo el Señor, y que
ellos tengan una vida nueva.
Teresa aprendió a ser caritativa en la
familia y luego en la vida religiosa, porque comprendió cuánta compasión y
bondad recibió de parte de Dios toda su existencia, en especial después de su
conversión: “Crece la caridad con ser comunicada” (V 7,22).
Lecturas
bíblicas
a.-
Tm.1,1-2.12-14: Dios tuvo compasión de mí.
b.-
Lc. 6, 37-42: No juzgar ni condenar a nadie.
Este evangelio, nos invita a seguir la
superación de todo juicio condenatorio contra el prójimo. Se trata de convertir
la propia existencia, como Cristo, en un don para el otro. Desde ese trasfondo,
se entiende la sentencia sobre el ciego, que quiere conducir a otro ciego, el
discípulo que no es más que el Maestro. La primera sentencia (v. 39), nos quiere
enseñar el afán de dominio, lo que aparece a primera vista como amor al prójimo,
es puro egoísmo: querer guiar al otro ciego, es hacerse dueño de su destino, y
revela la propia identidad. Los dos caerán en el mismo hoyo, con lo que la
pretensión suena a necedad. La segunda (v. 40), manifiesta que el discípulo
debe estar unido al Maestro; Jesús ayuda al discípulo, camina con él, lo guía
si él se lo pide, no lo domina, no juzga al discípulo y a su entorno, al
contrario, ofrece lo que posee, es más, lo enriquece ubérrimamente. La tercera
sentencia (v. 41), se refiere a quien no ve la propia ceguera, pero descubre
los más mínimos defectos ajenos en su prójimo. Las palabras de Jesús, nos
invitan nuevamente a no juzgar al prójimo (cfr. Lc. 6, 37-38). Nadie es dueño
de la vida del prójimo, ni mucho menos querer dominar sobre los defectos de los
demás, podremos aconsejar, acompañar un proceso de conversión, pero jamás dominar,
porque les respuesta a la gracia es personal. En nuestra sociedad, todos
imponen su autoridad y deciden lo bueno y lo malo, mientras unos mandan, otros
deben obedecer. El único camino de realización personal para romper estos
esquemas tan rígidos, es el amor y la moral cristiana, que sabe ser responsable
y distinguir el bien del mal, lo justo e injusto, los derechos y los deberes.
Es verdad, que muchos no comparten nuestra fe y creencias, no debemos olvidar
jamás, que la fe ilumina la razón, porque ya se ve que la pura razón no basta y
mucho menos la dictadura, y favoritismos de las mayorías o minorías no
creyentes. Hay que amarlos es verdad, pero no significa consentir en todo,
porque el verdadero amor de Dios se funda en la verdad y la justicia. Recordemos
que “El amor sólo con amor se paga”, enseña S. Juan de la Cruz.
La Santa Madre Teresa, infundió en el
Carmelo, un espíritu de caridad para crear comunidades de frailes y monjas
donde el respeto al otro fuera un modo singular de saber que todos están en
camino de conversión y perfección evangélica, cimentados en la oración de unos
por otros, la confianza y la sabia dirección de los superiores. “Procuremos
siempre mirar las virtudes y cosas buenas que viéramos en los otros, y tapar
sus defectos con nuestros grandes pecados” (V 13,10).
Lecturas
bíblicas
a.-
1Tm. 1,15-17: Vino al mundo para salvar a los pecadores.
b.-
Lc. 6, 43-49: ¿Por qué me llamáis Señor, Señor, y no hacéis lo que os digo?
Este evangelio nos invita a dar frutos
de santidad en el verdadero seguimiento de Cristo. Muchos dicen ser discípulos
de Cristo, pero ¿cómo saber si son auténticos cristianos? El texto bíblico nos
ofrece la imagen del árbol y sus frutos (vv. 43-45) y la segunda (vv. 46-49),
se refiere a los cimientos de la casa. El árbol es bueno sólo en la medida, en
que da frutos sanos, se considera árbol malo, el que sólo da quizás hermoso
follaje, pero frutos agraces. Con esta imagen, se quiere graficar la vida de
los discípulos de Cristo, que pueden poseer multitud de cualidades y dones,
como sabiduría, liderazgo, capacidad de organizar pastorales, todas estas son
follaje engañoso que oculta la falta de frutos, lo que se exige son obras
concretas, en bien del prójimo, Lo que importan en el árbol es que la raíz,
esté bien profunda, lo mismo la casa, es decir, una conversión que penetre al
corazón del discípulo, que transforme su vida de cada día. En el más profundo
centro, a decir de Juan de la Cruz, donde se encuentran los cimientos de la
persona misma, pues bien, hasta ahí debe llegar la conversión del hombre. La
solidez de esos cimientos, deben estar hundidos en el corazón y persona de
Jesucristo, que es la roca. Pero son muchos los que acuden al Señor, pero luego
siguen sin hacer pie, no dan frutos, creen creer, pero su fe se limita a
prácticas piadosas y litúrgicas repetidas,
no profundas, Cristo en el fondo no significa nada, hacen lo que quieren.
Cristo es roca firme sólo para los que viven el evangelio y lo cumplen,
misterio de gracia y exigencia, don y responsabilidad por la propia vocación a
la vida cristiana, portada para hacer presente a Jesucristo en la sociedad. Ese
cristiano hunde sus raíces en Cristo, roca firme y da frutos, como árbol
plantado en buena tierra y que fructifica a su debido tiempo.
Teresa de Jesús, usando el símil del
huerto establece cómo el Señor después de haber limpiado el jardín comienza a
dar flores y a madurar la fruta, es decir, las virtudes que la vida de oración
ha hecho germinar en el alma orante: “Crece la fruta y madúrala de manera que
se pueda sustentar de su huerto” (V 17,2)
P.
Julio González C.