DECIMA SEMANA DEL
TIEMPO ORDINARIO
(Año
Impar. Ciclo C)
Fr. Julio González C. OCD
CONTENIDO
Lecturas bíblicas
a.-1Re.
17,17-24: Tú hijo está vivo.
La
resurrección del hijo de la viuda de Sarepta, al igual que otros de los
milagros de Elías, hay que leerlos en un contexto de polémica contra la
religión cananea y el dios Baal. Hay que considerar que en casi todo Medio
Oriente antiguo, se celebraba la muerte y resurrección de la naturaleza y Baal
era considerado el dios de la tierra y la fertilidad de los campos, animales y
familias. Fecundidad y vida eran atributos exclusivos de este dios pagano. En
otra perspectiva, el milagro de la resurrección del hijo de la viuda, el
milagro de la sequía mandada por el profeta Elías y el retorno de las lluvias,
la harina y el aceite que no se acabaron manifiestan que la única fecundidad y
vida provienen de Yahvé. Elías es el profeta de la ortodoxia y del yahvismo, defender los derechos de Dios en una sociedad
idolátrica como esa. La presencia de Elías, y por lo mismo la de Yahvé, suscita
en la viuda la reacción de sentirse culpable, pecadora, es típica de quien se
reconoce débil ante la elección de Dios para un determinado ministerio o misión
(cfr. Is.6,5; 2Sam.6,6-7; Lc.5,8). El rito llevado a
cabo por Elías para sanar al niño, ese contacto físico, habla de una concepción
muy material de la vida. Acompañada de una oración, deja ver la fe de Elías con
un Dios personal, dueño y comunicador de vida. La viuda hace toda una confesión
de fe, en Elías como hombre de Dios, y que su palabra en boca del profeta es
verdad (v.24; 2Re. 5,15; Lc. 4,25-27).
b.- Gál. 1,11-19: Se dignó revelar a
su Hijo, para que yo lo anunciara a los gentiles.
Se
ha dado, según constata el apóstol, un paso del evangelio que él les predicó, a
otro evangelio. Es un proceso de cambio que afecta a esas iglesias y la fe
sembrada sufre la influencia de las seudo-doctrinas, que ni siquiera eran de
origen judío en algunos casos, versiones depuradas del evangelio. Era la
amenaza del “demonio vestido de ángel de luz”
(2Cor. 11,14). Pablo se alza como todo un profeta y lanza sus
maldiciones a esos perturbadores judaizantes que lo acusaban de ganar adeptos a
costa de no exigirles a los gentiles las prácticas judías (cfr.1Tes.2,4; 2Cor.3,1; 4,2; 5,11-12). Pablo insistirá en la absoluta
gratuidad de su conversión, convirtiendo este principio en el eje de su
epístola. Su evangelio lo recibió de Dios entendido de manera más real y vital:
es fuerza creadora que produce lo que anuncia, porque su origen es Dios (cfr.
1Tes.1, 5). Ese dinamismo profético lo recibió directamente de Dios, lo que no
se contradice, con que también escuche a los apóstoles subiendo a Jerusalén.
Dios se dignó revelarle a su Hijo, el cual parecía oculto, no era objeto de su
fe, sabía mucho de ÉL, por ello perseguía a sus seguidores. El apóstol se sabe
elegido para una misión importante, elegido por Dios desde el seno de su madre,
llamado por su gracia, para revelarle a su Hijo y destinado a anunciarle a los
gentiles (vv.15-16). En Pablo encontramos el sano equilibrio de quien goza de
la gratuidad de la fe y la adhesión a la tradición apostólica y al magisterio.
Los datos objetivos de la fe se las entrega la información catequética, la
adhesión consciente al misterio, sólo
Dios lo concede, suya es la iniciativa. El hombre cree sólo porque Dios ha
intervenido directamente en su vida. Los de Judea no le conocían, pero ahora,
luego de su conversión, glorificaban a Dios por su causa (v.24).
c.- Lc. 7, 11-17: ¡Muchacho,
a ti te lo digo, levántate.
Este
pasaje de la resurrección del hijo de la
viuda de Naín es propio de Lucas. Las
otras dos resurrecciones: la de la hija de Jairo (cfr. Mt. 9,18) y la de
Lázaro (cfr. Jn.11), son clarísimo
anuncio de la propia resurrección de Jesús, Señor y dador de vida. La escena es dramática, si consideramos
que la muerte de un hijo, era, en parte,
la muerte de la madre, ya que quedaba socialmente abandonada, lo cual pesa en el corazón de Cristo, que se
compadece de su dolor al momento de
enterrar a su hijo (vv. 13-15). Este gesto de Cristo Jesús, recuerda al
profeta Elías, que también devolvió la
vida al hijo de la viuda de Sarepta. La
diferencia está en que Cristo Jesús, lo
hace con el poder de su palabra, en cambio, el profeta debió usar ritos simbólicos (cfr. 1 Re.17, 17ss). La
exclamación de la gente, es la clave
teológica para comprender esta acción: “El temor se apoderó de todos,
y glorificaban a Dios, diciendo: «Un
gran profeta se ha levantado entre nosotros», y
«Dios ha visitado a su pueblo». Y lo que se decía de él, se propagó por
toda Judea y por toda la región
circunvecina.” (vv. 16-17). Su acción, es signo de la llegada del Reino de Dios, inaugurado y presente, en su
persona y palabra. Cuando el Bautista
encarcelado pregunta por la identidad mesiánica de Cristo, éste le
responde con los acontecimientos
realizados recientemente: “Y les respondió: Id y contad a Juan lo que habéis visto y oído: Los ciegos ven, los
cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos
resucitan, se anuncia a los pobres la Buena
Nueva; ¡y dichoso aquel que no halle escándalo en mí!» (vv. 22-23).
Realmente Dios ha visitado a su pueblo.
La resurrección del hijo de la viuda de Naím, es un gran signo, que anuncia la resurrección del
propio Jesús, vencer la muerte y dar vida eterna a toda la humanidad. De este
evangelio se desprende que Dios es el primer
amante de la vida, del ser humano, en particular, y de todos los seres
vivientes que ÉL creó (cfr. Sab. 11,
24ss). Creer en Cristo, y ser su discípulo conlleva un compromiso con la vida, todo un servicio a la
vida y a la libertad, y no a la muerte,
aborto y eutanasia, ni tampoco la injusticia con el prójimo. El hombre
de hoy en muchos ambientes, prefiere la
violencia, la explotación, el odio, la guerra, etc., en lugar de la convivencia pacífica con sus
hermanos, la solidaridad y en trato justo.
El cristiano comprometido defiende la vida desde su concepción hasta su muerte natural por el
amor y la fe que sostienen su vida
personal, familiar, laboral y social, política y eclesial. Sabemos que
morimos cada día, pero si abiertos a la
acción del Espíritu Santo, el mismo que resucitó a Jesucristo, nos resucitará también a nosotros
(cfr. 2Cor. 4, 14), en el día final.
Santa
Teresa de Jesús ve en la Eucaristía el mejor momento para tener un encuentro con Jesús resucitado. “Porque si es
imagen, es imagen viva; no hombre
muerto, sino Cristo vivo; y da a entender que es hombre y Dios. No como
estaba en el sepulcro, sino como salió
de él después de resucitado. Y viene a veces con tan grande majestad, que no hay quien pueda
dudar, sino que es el mismo Señor, en
especial en acabando de comulgar, que ya sabemos que está allí, que nos
lo dice la fe. Represéntase
tan señor de aquella posada, que parece toda deshecha el alma; se ve consumir en Cristo. ¡Oh Jesús mío,
quién pudiese dar a entender la majestad
con que os mostráis! Y cuán Señor de todo el mundo y de los cielos, y de
otros mil mundos, y sin cuento mundos y
cielos que Vos criaseis, entiende el alma, según con la majestad que os representáis, que no
es nada, para ser Vos Señor de ello.” (V
28,8).
Lecturas bíblicas
a.- 2Cor. 1, 17: Bendito sea Dios
Padre de Jesucristo, Padre compasivo y Dios de todo consuelo.
b.- Mt. 4,25; 5,1-12: Las
bienaventuranzas.
Las
bienaventuranzas, son todo un camino de santidad. Camino que recorrió Cristo,
mientras paso haciendo el bien a todos los hombres. No exige a nadie algo que
antes ÉL no viviese, experimentara, y así abre caminos que llevan a Dios, y a
lo más noble del ser humano. Vivir o experimentar estos momentos de felicidad,
o de gracia, son actitudes que se viven todos los días, para convertirlos en
una bienaventuranza, es necesaria la vida teologal. Hay que tener fe, para no
quedarse sólo en la aflicción, la pobreza, la injusticia, el hambre y sed de
justicia, etc. Hay que darse cuenta que son promesas para el futuro, es decir,
se hace lo que pide Cristo, pero el fruto de esa acción, la entrega por medio
del Espíritu Santo, cuando ÉL lo establece, en su mejor tiempo. En cada
bienaventuranza hay una promesa que cumplir sin más, pero además, se cumplen en
el presente, porque siempre está la oportunidad de iniciar este camino de
transformación interior, con el deseo de transformar la realidad que nos toca
contemplar día a día. Jesús consoló a los afligidos, dio pan a los pobres,
alabó a quienes ponen su corazón en los bienes eternos, fue misericordioso con
los pecadores, alabó la pureza de corazón de quienes buscan a Dios sólo porque
ÉL es; Príncipe de la paz, sembró la paz con su sacrificio en la Cruz, fue
perseguido por la justicia en su infancia, y luego como Mesías, predicador,
enviado del Padre, como hijo de Dios. ÉL nos dio ejemplo, por lo tanto, hay que
mirarlo e imitar sus actitudes de cara
al Reino de Dios en medio de la sociedad de hoy. Hay que buscar con el prójimo
y sus circunstancias, la puerta y el camino que conduce a la vida verdadera en
lo humano y cristiano, puerta que se abre con dolor, camino que se recorre con
esperanza. Puerta que al traspasarla el cristiano se encuentra con tesoros
inimaginables de bondad, escondidas bajo capaz de soledad, frustraciones pero
que al ser bañados por la luz, dejan trasparentar manantiales de actitudes
buenas que estaban ahí, como dormidas después de años, en la existencia de
muchas personas, ahora despiertas y con nuevos bríos comienzan a caminar de
nuevo hacia la luz, pero que ya brilla
en el interior del alma. En el paso de Cristo por nuestra casa y camina con
nosotros. Hay que reconocerlo, como lo mejor de todas las bienaventuranzas.
Bienaventurados los que te conocen, aman y sirven ayer, hoy y siempre.
Si
bien Teresa no habla de las bienaventuranzas proclamadas por Jesús, el término
bienaventurado, es común en sus escritos: “Bienaventurada alma que la trae el
Señor a entender verdades” (V 21,1).
Lecturas bíblicas:
a.- 2Cor. 1,18-22: Jesucristo es el sí
de Dios para los hombres.
b.- Mt. 5,13-16: Vosotros sois la sal
y luz del mundo.
Una
vez que Jesús revela la nueva identidad de los discípulos, las Bienaventuranzas, con lo que quedan
vinculados a ÉL, como el primer
Bienaventurado, centra su atención en la misión de sus discípulos.
Sabiendo lo que son, ahora toca operar
de acuerdo a esa nueva identidad. Los discípulos, han de ser Sal de la tierra y Luz del mundo, es decir,
testigos de Cristo de cara a la sociedad,
aun en medio de la persecución. Esta misión tiene como objetivo, la
predicación y la gloria de Dios (cfr.
Mt. 5,16; 6,1-4.5-6.16-18). Ser “Sal de la tierra” (v.13), se entiende que la comunidad cristiana tiene la
capacidad de conservar y purificar,
incluso para sirven para sazonar y preservar al mundo de la corrupción,
es decir, de las consecuencias del mal.
La llegada del Reino de Dios, presenta la oportunidad propicia, para ejercer esta capacidad frente
a los embates que padece, la persecución
a causa del Mesías, de la fe en el futuro. Ser “Luz del mundo” (v.14), se entiende desde los símiles que pone Jesús:
no se oculta una ciudad en lo alto de un
monte, ni se enciende una lámpara para ponerla debajo de un mueble, sino
para que alumbre a los de casa. Las dos
imágenes apuntan a la misión, aún en medio de
la persecución, se ha de ser Sal y Luz del mundo, porque de lo contrario,
se cae en el absurdo de perder el sabor u ocultar la Luz que se
posee. Ahora bien, darle sentido a la vida hoy, no es fácil, aunque se
tengan valores, proyectos, motivos
puramente humanos, si se quiere, el hombre se inclina más al tener
cosas: títulos profesionales, dinero a
como dé lugar, etc., que al ser persona.
En cambio, el que tiene valores humanos
y cristianos, sabe dónde está el camino y la puerta por donde dirigir sus pasos. Ser Sal y Luz, es
darle sentido a la propia existencia desde
Dios y su proyecto salvador, ser dueños de la propia vida, y no dejarse
manipular por quienes tienen intereses
creados de convertir a las personas, solo en
consumistas en la sociedad, no interesados en lo que piensan y sienten.
Quien tiene Sal y Luz en la vida hace
preguntas, posee un alto grado de autocrítica y cuestiona todo desde la fe, quedándose con lo mejor.
Sabe dar una respuesta a situaciones
concretas de su existencia, buscando sentido, el horizonte, la
respuesta, y eso con la luz de la fe. ¿A
qué sabe nuestra vida? ¿Posee fe? ¿Somos desabridos, porque sin criterios propios, la vida no tiene ningún
sabor? ¿Estamos siempre derrotados? Ser
Sal del mundo, significa saborear la vida, tomarle el pulso, poner la
mano al volante y dirigirla. Ponerle
sabor, va a tener su alto precio, porque significa que ha buscado y encontrado lo que quería: ser un buen
padre, esposo y profesional; un buen
deportista, un buen religioso, un buen cristiano en la comunidad
parroquial o movimiento eclesial, sellado
todo por el servicio al prójimo. Es a los cristianos, a quienes se les pide que su vida tenga sabor y
Luz, para ellos y los demás. Creer,
tener fe en Dios, orar, es comenzar ya a poner sentido trascendente a la
propia existencia, luz que viene de la
fe, amor que da sentido a cuanto se hace
diariamente, en esta vida de cara a luz, que nos viene de Jesucristo
resucitado. Un testigo de su misterio
pascual, debe ser luz y sal, que mejora el sentido de la vida de cada día.
Teresa
de Jesús, cuando habla de los que comienzan el camino de la oración, ve la necesidad de la fe para asumir el compromiso de seguir
adelante. “Este tener verdadera luz para
guardar la ley de Dios con perfección es todo nuestro bien; sobre ésta
asienta bien la oración; sin este
cimiento fuerte, todo el edificio va falso.” (CV 5,4).
Lecturas bíblicas
a.- 2Cor. 3, 4-11: El Espíritu da
vida.
b.- Mt. 5,17-19: No vine a abolir,
sino a dar cumplimiento.
Cumplir
y enseñar lo vivido, es considerado, bueno por Jesús, es más, quien lo haga
será grande en el reino de los cielos. Jesús, afirma que no ha venido a abolir
sino a dar cumplimiento, es decir, darle plenitud, un sentido nuevo a la misma
ley que promulgó Moisés. Es importante destacar como esa ley y la que va a promulgar,
las bienaventuranzas, son el querer de Dios para el hombre. Si alguien quiere
hacer la voluntad divina ya sabe lo que tiene que hacer, guardar los preceptos.
Cumplir la voluntad de Dios, es primero que nada, conocimiento de la misma,
abrir la Biblia, leer, dedicarle tiempo y lo más importante, orar la Palabra.
Será el Espíritu Santo quien venga haciendo vida esa Palabra que desencadena un
dinamismo que cambia los criterios y actitudes mundanas, por los de Jesucristo
y el evangelio. La experiencia enseña que si este dinamismo no es continuo,
puede darse que el demonio quite la palabra de Dios del propio corazón,
dejándolo desnudo, como un desierto. Afianzar la propia vida cristiana es
fundamental, echar raíces, en la fuente de donde brota el querer divino y la
fuerza necesaria para cumplirla. Sabemos por experiencia, por propia debilidad,
no siempre podemos observarla con regularidad, procuramos, aunque sea difícil.
Sin embargo, con la gracia de Dios el hombre puede cumplir su palabra y es más,
ver los frutos en la propia existencia y la del prójimo. Enseñar a los hombres,
con una experiencia que respalda la palabra, es un don de Dios, una gracia para
quien ya vive en Dios y puede compartir su camino de fe.
Teresa
de Jesús la “Madre de los espirituales”, como se le designa, nos enseña cómo el
Señor la condujo por el camino de la vida interior. “Entiendo que, sin ruido de
palabras, le está enseñando este Maestro divino, suspendiendo las potencias,
porque entonces antes dañarían que aprovecharían si obrasen. Gozan sin entender
cómo gozan; está el alma abrasándose en amor, y no entiende cómo ama; conoce
que goza de lo que ama, y no sabe cómo lo goza; bien entiende que no es gozo
que alcanza el entendimiento a desearle; abrázale la voluntad sin entender
cómo; mas en pudiendo entender algo, ve que no es este bien que se puede
merecer con todos los trabajos que se pasasen juntos por ganarle en la tierra.
Es don del Señor de ella y del cielo, que, en fin, de cómo quien es. Esta,
hijas, es contemplación perfecta.” (CV 25,2).
Lecturas bíblicas
a.- 2 Cor. 3, 15; 4, 1. 3-6: Donde
está el Espíritu Santo hay libertad.
b.- Mt. 5, 20-26: Superar la justicia
de fariseos y letrados.
Comienza
Jesús a instruir a sus discípulos en forma muy concreta. Comienza el discurso llamado
de las antítesis, es decir, “habéis oído que se dijo” y “yo os digo”, lo nos
enseña ahora (cfr. Mt. 5, 21-43) Pide que hay que ir más allá de lo mandado, es
decir, no quedarse en lo externo sino más allá, interiorizar la ley. De ahí que
establezca que si la justicia, santidad de sus discípulos no es mayor que la de
los fariseos y letrados, no entrarán en el Reino de los cielos. No matar, es un
imperativo, pero Jesús enseña, que quien se deja llevar por la cólera, o llama
a su hermano loco o inútil, es reo de responder en un tribunal. Se puede matar
la honra, el nombre, a otro no con las armas sino con las actitudes del
desprecio, del odio, o de renegar contra el hermano. Va más allá, insiste en lo interior. Va a la raíz del acto de
denigrar al otro. Para favorecer más esta actitud de interiorizar la ley de
Dios establece otro criterio fundamental, como es, unir la vida moral al culto
divino. El símil de la ofrenda explica esta realidad. No basta entonces para
ser un buen discípulo de Cristo la rectitud moral, para eso no se necesita fe,
sino que esa vida sea fruto de una íntima relación con Dios, que hace de las
actitudes otras tantas virtudes que florecen del sano equilibrio entre
principios morales y una dinámica de vida teologal. La justicia, es decir, la
santidad del cristiano será auténtica si a la voluntad de querer hacer las
cosas bien, se unen sólidos principios morales nutridos por la fe y el amor de
Dios. En la convivencia diaria muchas veces ofendemos al prójimo de forma
constante: cuando hablamos mal, calumniamos, hacemos daño al hermano también
con nuestras omisiones, etc. Jesús pide respeto por la vida del prójimo en
todas sus formas, para hacer del culto público y privado que rendimos a Dios,
algo auténtico, hacer de la propia una verdadera religión, mejor dicho una
ofrenda humilde y agradable en la presencia del Altísimo.
Teresa
de Jesús, comprende que a grandes
gracias del Señor, mayor colaboración y responsabilidad del cristiano, desde
una conciencia limpia y agradecida. “Y que no piense que, por tener una hermana
cosas semejantes, es mejor que las otras; lleva el Señor a cada una como ve que es menester. Aparejo es para venir a ser muy
sierva de Dios, si se ayuda; mas, a las veces, lleva Dios por este camino a las
más flacas; y así no hay en esto por qué aprobar ni condenar, sino mirar a las
virtudes, y a quien con más mortificación y humildad y limpieza de conciencia
sirviere a nuestro Señor, que ésa será la más santa, aunque la certidumbre poco
se puede saber acá hasta que el verdadero Juez dé a cada uno lo que merece.
Allá nos espantaremos de ver cuán diferente es su juicio de lo que acá podemos
entender. ¡Sea por siempre alabado, amén!” (6 M 8,10).
Lecturas bíblicas
a.- 2 Cor. 4, 7-15: En la faz de
Cristo, resplandece la gloria de Dios.
b.- Mt. 5, 27-32: El adulterio.
Comienza
Jesús su discurso sobre el adulterio, estableciendo que quien desee una mujer
en su corazón, ya cometió adulterio. Jesús está por la fidelidad conyugal en el
amor. Declara inmoral no sólo el adulterio, sino también el deseo de adulterio
en el corazón. Jesús interioriza la ley, en contra de los maestros judíos que
separaban la intención de la acción, el deseo equivale a la acción en el
hombre. El radicalismo de Jesús queda reflejado en el ejemplo del ojo arrancado
y de la mano cortada, cómplices del deseo del corazón. En cuanto al divorcio,
Jesús afirma la indisolubilidad del matrimonio, remitiéndose a la voluntad del
Creador desde el comienzo que fue anulada por la permisividad de la ley
mosaica, como la interpretaron las escuelas rabínicas. El matrimonio
indisoluble que Cristo predica, devuelve la dignidad y los derechos de la mujer
y los equipara a los del varón (cfr. Dt. 24,1ss). Estas antítesis contraponen
el cumplimiento externo y las actitudes interna. De esta forma Cristo
desacredita la casuística judía, la del mínimo legal, la del mínimo esfuerzo,
la que se conforma con el cumplimiento externo, la sola letra de la ley. El
Maestro de Nazaret, exige más bien el espíritu de la norma, observancia
impulsada por el amor sin límites, que es lo que da plenitud a la ley. Si Jesús
le da la primacía al espíritu sobre la ley es para enseñarnos que la vida
cristiana no es un cumplimiento legalista o la observancia de un código de
preceptos. Este es un peligro que nos puede acechar si no estamos vigilantes.
La vida cristiana y la moral son mucho más que leyes. Es la respuesta personal
a la salvación, don de Dios, manifestado en Cristo Jesús, animada por la fe. El
fin de la ley de Cristo, es hacernos hijos de Dios libres y no esclavos de la
ley. Mientras no nos liberemos del legalismo, no habremos comprendido el
discurso de las bienaventuranzas porque la ley de Cristo, es un crecimiento en
el amor. Es la primacía de las actitudes interiores, sin descuidar las
manifestaciones externa, la opción por Dios y su Reino, los valores que
Jesucristo nos enseñó. La libertad que Cristo nos consiguió con su misterio
pascual es para vivir en la libertad de los hijos de Dios (cfr. Gál. 5, 1). En
esa libertad se encuentra la raíz de la moral cristiana, respuesta personal,
fiel y llena de gratitud al don del amor de Dios en Cristo Jesús (cfr. Gál. 5,
13s).
Teresa
de Jesús, siguiendo la tradición bíblica y patrística, considera a Jesucristo,
como Esposo del alma bautizada. Si la
monja carmelita se desposa con ÉL con la consagración, debe gozar de todos los
bienes de Quien la llamó y amó desde siempre. “Sí, llegaos a pensar y entender,
en llegando, con quién vais a hablar o con quién estáis hablando. En mil vidas
de las nuestras no acabaremos de entender cómo merece ser tratado este Señor,
que los ángeles tiemblan delante de él. Todo lo manda, todo lo puede; su querer
es obrar. Pues razón será, hijas, que procuremos deleitarnos en estas grandezas
que tiene nuestro Esposo, y que entendamos con quién estamos casadas, qué vida
hemos de tener.” (CV 22,7).
Lecturas bíblicas
a.- 2Cor. 5, 14-21: El amor de Cristo
nos apremia.
b.- Mt. 5, 33-37: Sea vuestro lengua
sí, sí, no, no.
Sigue
enseñando Jesús a sus discípulos, esta vez a no jurar por nada: ni por el
cielo, ni por la tierra, ni por Jerusalén. Jurar por Dios es colocar a Dios por
testigo de algo que puede ser verdad o falso. Para evitar toda duda es mejor no
jurar, enseña el Señor. El principio que introduce es mucho más exigente porque
se quiere la sinceridad, lo auténtico debe estar presente en nuestro trato con
el prójimo, con nosotros mismos y con Dios. El cristiano convencido de su fe no
engaña ni miente porque sabe que su obrar es según Dios. El sí será sí y el no
será no, porque en ambas cosas se juegan la credibilidad, la confianza, que se
deposita en esa persona, todo dependerá de la veracidad de esa persona frente a
la realidad. Nuestra sociedad favorece muy poco la autenticidad, vivir en la
verdad, porque se promociona una visión utilitarista de la vida, más aún,
algunos lo asumen como criterio para salir adelante no importa cómo, incluso
pisoteando a los demás. Tras la publicidad, el éxito, la fama de vida de muchos
está la mentira, que se presenta como verdad, y muchos de ellos ya no
distinguen lo uno de lo otro, incluso algunos han renunciado a la verdad. En
cambio, todavía encontramos servidores de la verdad, de la justicia, la paz y
el amor, como son los cristianos convencidos de su fe y hombres de buena
voluntad que creen en esos valores. Los avances económicos y científicos no
pueden obviar la verdad del hombre y su trascendencia, lo que hace que se le
respete y considere como lo más importante del universo, referido siempre a
Dios, su Creador. De ahí que la Iglesia asume todo lo humano porque Cristo
Jesús lo hizo en su Encarnación para redimirlo con su misterio pascual. El mal,
que hoy muestra mucho de sus rostros más aterradores, los cristianos lo han de
vencer a fuerza de bien, como enseña Pablo (cfr. Rm.
12, 21) y con un testimonio humilde pero de calidad.
Teresa
de Jesús enseña que si el amor de Dios ilumina el corazón del cristiano, está asegurado el amor al prójimo. “Ande la
verdad en vuestros corazones como ha de andar por la meditación, y veréis claro
el amor que somos obligadas a tener a los prójimos.” (CV 20,4).