|
EL EVANGELIO DE MARCOS
P. Silvio José Báez o.c.d. |
Introducción general 1. Marcos y su
comunidad El evangelio de Marcos fue escrito para una comunidad en la
que la mayoría provenía del mundo no judío y que estaba establecida en el
corazón mismo del imperio, en Roma. Quería ser ante todo una palabra de luz y
de ánimo para estos cristianos que vivían momentos difíciles: la fidelidad a
la palabra de Jesús era motivo de desprecio, de maltrato, de persecución, e
incluso de muerte, como ocurrió en el año 64 d.C. Como en tantos otros libros de la Biblia, este evangelio
tampoco revela el nombre su autor. Una antigua tradición de la iglesia lo
identificó con Juan Marcos, un personaje que pertenecía a la comunidad
primitiva de Jerusalén (Hch 12,12), que acompañó a Bernabé y Pablo en la
misión evangelizadora (Hch 12,25; 13,13; 15,37-39) y que aparece también como
estrecho colaborador de Pedro (1Pe 5,13) y de Pablo (Flm
24; 2Tim 4,11). Fue escrito probablemente en la misma ciudad de Roma, algunos
años antes de la destrucción del Templo de Jerusalén (ocurrida en el año 70
d.C.), hacia los años 50-60 d.C. Recientemente se ha descubierto en la cueva
7 de Qumrán un fragmento de papiro que puede
datarse lo más tarde hacia el año 50 d.C. y que parece contener un pasaje de
Marcos, lo cual obliga a colocar la composición del evangelio en una fecha
todavía más cercana a la resurrección del Señor. 2. “Él va camino de
Galilea, allí lo verán” (Mc 16,7) Los estudiosos del evangelio de Marcos han demostrado que
originalmente el libro terminaba en 16,8. Pero esta era, en realidad, una
conclusión un poco extraña. Toda la narración acababa con el silencio y el
miedo de las mujeres que salían huyendo del sepulcro y no decían nada a
nadie. Naturalmente un final de este tipo, en el que no se mencionaba
absolutamente nada sobre las apariciones del Señor Resucitado, dejaba un
tanto insatisfechos a los lectores. Y por eso se buscó desde el inicio un
nuevo final para el libro que ayudara a concluir la obra de una forma
diversa. Entre los distintos “finales” que se propusieron acabó por imponerse
uno que, escrito hacia la mitad del siglo segundo, parece sintonizar bien con
el resto del evangelio. Por tanto los últimos versículos que aparecen en
nuestras Biblias como conclusión no pertenecen al
autor del evangelio (Mc 16,9-20). Es ciertamente un texto inspirado y
canónico y contiene un mensaje muy rico sobre la misión de la Iglesia, pero
no formó parte de la obra original. Lo anterior tiene su importancia. El evangelio de Marcos
terminaba con un misterioso silencioso. Nadie veía a Cristo Resucitado, nadie
lo anunciaba. Solamente se escuchaba la voz de un joven que, sentado a la
derecha del sepulcro y vestido con una túnica blanca, anunciaba la victoria
de Jesús sobre la muerte: “Buscan a Jesús de Nazaret, el Crucificado. Ha
resucitado; no está aquí. Miren el lugar donde lo pusieron” (16,6).
Ciertamente el libro proclama la certeza de la Pascua: el joven vestido de
blanco representa la voz de Dios, el único que podía realmente anunciar que
Jesús estaba vivo. El libro se interrumpe en el silencio para ceder la
palabra al creyente que lee el libro. Quien toma en sus manos el evangelio
está llamado a romper el silencio y el miedo de las mujeres: es él quien debe
proclamarlo. La Pascua del Señor no es un evento del pasado, sino una
realidad del presente que debe vivir y experimentar cada creyente cuando toma
contacto con las palabras del evangelio. El joven que se aparece a las mujeres en el sepulcro les
dice además: “Vayan, pues, a decir a sus discípulos y a Pedro: él va camino
de Galilea; allí lo verán, tal como les dijo” (16,7). Junto al anuncio de la
resurrección les da también un mandato: ir a Galilea. Ir adonde Jesús comenzó
a anunciar el reino y a llamar a sus discípulos (1,14-15). Es una invitación
a seguir a Jesús, a escucharle, a hacer camino con él. En una palabra, es un
llamado a recorrer de nuevo todo el itinerario del evangelio, junto con Pedro
y los doce, junto con las mujeres, los pobres y los pecadores. Ir a Galilea
significa seguir a Jesús todos los días y convertirse al reino de Dios.
Solamente quien se compromete por hacer vida la palabra de Jesús podrá
entender el misterio de la Pascua y las palabras del evangelio. El joven del
sepulcro lo había dicho: “allí lo verán”. Este es una de las grandes
enseñanzas de Marcos. No basta leer el texto, no basta conocer muchas cosas
sobre Jesús. Es necesario ir a Galilea. Es decir, hay que comprometerse en
seguir y escuchar al Señor. Solamente de esta forma el evangelio será palabra
de vida y podrá surgir la misión de la comunidad cristiana. El verdadero
texto del evangelio es la vida de cada discípulo que en Galilea ha escuchado
la Buena Noticia y se deja conducir por el Maestro que va adelante, ya no
visiblemente sino con la fuerza del Espíritu que guía a cada uno desde
dentro. 3. “Buena Noticia de
Jesús, el Mesías, el Hijo de Dios” (Mc 1,1) 3.1 Jesús es la
Buena Noticia El gran tema del evangelio de Marcos es la identidad de
Jesús. Nos lo dice en las primeras palabras del libro: “Comienzo de la buena
noticia de Jesús, Mesías, Hijo de Dios”. Marcos quiere contar la historia de
Jesús, pero no como una simple noticia entre otras, sino como “buena noticia”.
Buena noticia es una expresión que traduce la palabra griega que usa Marcos: “euaggelíon” (evangelio). Esta palabra indicaba un mensaje
proclamado oralmente. En el mundo griego hacía referencia a una noticia
alegre y consoladora, que llenaba de gozo a quien la recibía, pues le
comunicaba un acontecimiento que podía cambiar su vida y mejorarla: la
victoria de un rey sobre los enemigos, la entronización de un nuevo monarca
que traería la paz, etc. Para Marcos solamente hay un evangelio: Jesucristo.
Y él lo desea anunciar con su escrito. Está convencido que sólo en él se
puede encontrar la vida y el sentido de la existencia, y que sólo él es
verdadera noticia buena y vivificante para la humanidad La expresión “buena noticia de Jesús”, tal como está
escrita en griego, puede significar dos cosas. Puede referirse al mensaje, a
la palabra de Jesús, que es buena noticia para quien la escucha; pero también
puede ser una forma de hablar de Jesús mismo como noticia buena. Casi es
mejor preferir el segundo sentido de la expresión. Jesús personalmente es la
buena noticia, como Mesías y como Hijo de Dios, pero no como una doctrina
religiosa o como simple teoría hecha de títulos y nociones frías. Es el
anuncio de un acontecimiento que cambia la historia y la vida de cada hombre
que se abre a él. La originalidad de Marcos está en utilizar un “relato” como
medio para expresar el misterio de la persona de Jesús. Y esto se ve claro a
partir de tres características de este evangelio: (a) La fuerte tensión cristológica de la narración, que es
una especie de itinerario que lleva progresivamente al descubrimiento de
Jesús, sobre todo a partir del capítulo 8, después de la confesión de Pedro,
hacia la meta final de todo el camino: la muerte del Mesías en la cruz. (b) La constitución de un grupo de discípulos alrededor de
Jesús: este grupo tiene una historia que va desde la llamada de los primeros
junto al lago de Galilea (1,16-20) hasta la última escena en que aparece un
discípulo: la negación de Pedro y su amargo llanto (14,66-72). Para Marcos
esta es la realidad de los discípulos de ayer y de hoy. Todos hemos
experimentado en nuestra vida la gratuidad de la llamada y la fuerza de la
propia debilidad cuando prescindimos del Maestro como hizo Pedro. c) Los signos del reino que realiza Jesús: sus actitudes,
sus gestos de salvación, sobre todo los milagros, con los que Marcos va
subrayando la novedad del tiempo que inaugura Jesús, como tiempo de salvación
y vida para todos los hombres, sobre todo para los rechazados por la sociedad
y por la ley, para los pecadores y los pobres, las mujeres y los niños, para
los pequeños de este mundo. 3.2 Jesús es buena
noticia porque es el principio de una nueva humanidad Jesús, Mesías e Hijo de Dios no es una figura mítica o
imaginaria. Es un hombre concreto, una figura histórica. Es buena noticia
para todos porque solamente en él se realiza la plenitud de lo que está
llamado a ser cada hombre. El es el verdadero y auténtico hombre. Cuando el
evangelio lo presenta en el desierto, sometido a la prueba y a la tentación
está recordando que Jesús, el Hijo de Dios, posee una real condición humana y
que, como todo hombre, experimentó el desierto y la lucha por ser fiel al
proyecto de Dios y a sí mismo (1,12). Marcos presenta a Jesús como un nuevo
Adán, como un nuevo principio de la humanidad, viviendo pacíficamente junto a
las fieras (1,13), como Adán al inicio de la creación en el jardín del Edén
(Gen 2). Jesús es también el Mesías. Como había anunciado Isaías, con el
Mesías llegaría el tiempo de la paz definitiva y universal, el tiempo de la
convivencia fraterna entre los hombres, y entre los hombres y el cosmos
entero (Is 11). Es, pues, buena noticia porque en él la humanidad entera
encuentra su plenitud en la paz y en la reconciliación universal. 3.3 Jesús es buena
noticia porque es el Mesías Crucificado Pero sobre todo Jesús es buena noticia porque en él Dios
ha ofrecido a la humanidad la salvación definitiva. Cuando Jesús es bautizado
en el Jordán dice el evangelio que “en cuanto salió del agua vio abrirse los
cielos” (1,11). Los cielos indican en la Biblia, de forma simbólica, el mundo
de Dios, el ámbito de trascendencia. El pueblo de Israel en medio de sus
sufrimientos invocaba a Dios con estas palabras: “¡Ojalá
rasgaras el cielo y descendieras!” (Is 63,19). Esta súplica expresaba el
deseo profundo del pueblo por la cercanía de Dios y la llegada de la
salvación. Cuando Jesús es bautizado en el Jordán, él mismo ve los cielos
abiertos. De ahora en adelante Dios está cerca, la salvación ha llegado para
todo el pueblo. En ese momento Jesús es presentado como el Mesías esperado
por todos los siglos y con él se rompe el silencio de la palabra profética
que había callado por tanto tiempo. Dios ahora habla y habla definitiva y
plenamente en su Hijo Amado (1,11), e invitará a todos los hombres a
escucharlo: “Este es mi Hijo amado, escúchenlo” (9,7). A lo largo del evangelio de Marcos Jesús, que ha sido
presentado como Mesías y como principio de nueva humanidad en el capítulo 1,
se va revelando a través del anuncio del reino hecho de palabras y de obras.
Va creando muchas expectativas en torno suyo. Son muchos los que se preguntan
sobre su persona: los demonios, los discípulos, la gente, sus parientes,
Herodes, el sumo sacerdote, Pilato, etc. La gente que lo oye predicar y
enseñar se pregunta asombrada: “¿Qué es esto? ¡Una doctrina nueva llena de
autoridad!” (1,27). Los discípulos mismos no terminan de comprenderlo y se
interrogan: “Quién es éste, que hasta el viento y el mar lo obedecen?” (6,41). Las autoridades religiosas, desconcertadas, le
preguntan: “¿Con qué autoridad haces estas cosas? ¿Quién te ha dado esa
autoridad para actuar así?” (11,27). La respuesta no llega sino hasta que el
centurión romano que está frente a la cruz de Jesús lo ve morir y exclama: “¡Verdaderamente
este hombre era Hijo de Dios!”. Este es el núcleo central del evangelio de
Marcos: Jesús se revela como Mesías e Hijo de Dios en el anonadamiento y el
abandono de la cruz. Jesús se manifiesta en todo su poder mesiánico en la
medida que es el más débil, rechazando la violencia de los hombres y
donándose por entero en el amor, hasta el punto de morir como un condenado,
pues “el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su
vida en rescate por todos” (10,45). Un paso obligado hacia la plena realización del reino es
la cruz. Para subrayar los durísimos contrastes que conducen al reino, Marcos
coloca varios “conflictos” vividos por Jesús con las autoridades religiosas
de su tiempo al inicio (2,1-3,6) y al final del evangelio (11,27-12,37) y
durante el ministerio (cap. 3 y 7). Estos
conflictos explican y preparan la cruz del Mesías como el resultado de una
serie de enfrentamientos entre Jesús y las autoridades religiosas de su
tiempo. Marcos describe el enfrentamiento de este mundo con Cristo “esposo”
que encarna la misericordia de Dios y llama gratuitamente a los pecadores y
con el reino inaugura una auténtica fiesta de la vida (c. 2); el
enfrentamiento con el Señor del sábado que ha venido a liberar al hombre y a
anunciar que más importante que el culto es la lucha por el bien del hombre
(c. 3); el enfrentamiento con el maestro de la nueva pureza que no separa
sino que une a los hombres y que ha inaugurado una nueva experiencia
religiosa donde la única ley es el corazón puro y donde sólo tiene valor lo
que se hace desde dentro (c. 7), ); el enfrentamiento con el Hijo que indica
con autoridad el camino de la salvación y proclama como mandamiento más
importante el amor a Dios y al prójimo (c. 12). El resultado de todos estos
enfrentamientos y conflictos será la cruz. Jesús, como nuevo y auténtico
siervo del Señor, en el que Dios se complace (cf. Mc 1,11; Is 42,1), “como
raíz en tierra árida... sin gracia ni belleza para que nos fijáramos en él...
despreciado y rechazado por los hombres, abrumado de dolores y habituado al
sufrimiento” (Is 53,2-3), desde la cruz se hará solidario con todos los
derrotados y vencidos de la historia, ofreciendo a todos los hombres el reino
de vida como “Mesías crucificado”. 4. La primera parte
del evangelio de Marcos (1,14-8,30) La primera parte del evangelio tiene como objetivo
presentar a Jesús y la forma en que llega el reino. La narración inicia
cuando Jesús abandona el desierto y se va a Galilea (1,14). No se queda en la
soledad, ni pretende que los hombres se alejen del mundo y de sus
responsabilidades para ir a buscar el reino de Dios. El anuncio del reino no
resuena en el desierto sino en las ciudades de Galilea, allí donde los
hombres viven y trabajan, en sus ambientes y en medio de sus preocupaciones.
Jesús comienza diciendo: “El plazo se ha cumplido. El reino de Dios está
llegando. Conviértanse y crean en el evangelio” (1,5). Durante la última cena
con sus discípulos Jesús volverá a recordar la realidad del reino: “Les
aseguro que ya no beberé más del fruto de la vid hasta el día aquel en que
beba un vino nuevo en el reino de Dios” (14,25). Es la gran preocupación de
Jesús: el reino de Dios, inminente y siempre por llegar, experimentado pero
también objeto de esperanza. El final del discurso escatológico afirma
contemporáneamente su inminencia (13,30) y su incierta lejanía (13,32). Jesús
lo presentó como una realidad que sería vista por algunos de los presentes
(9,1), como algo presente, cercano (1,15). Para Marcos, el reino coincide con
la persona misma de Jesús, cuya venida anticipa su plena realización: el
Jesús histórico del relato evangélico y el Cristo presente en la Iglesia. Sin
embargo, también se habla de la dimensión futura y de incertidumbre del
reino, a través de las llamadas a la espera vigilante y fiel de los
discípulos: “¡Estén prevenidos porque no saben
cuándo llegará el momento... no sea que llegue de improviso y los encuentre
dormidos. Lo que les digo a ustedes, les digo a todos: ¡estén atentos!”
(13,33). El reino es el cumplimiento de las promesas de Dios. En el
judaísmo del tiempo de Jesús, la expresión “reino de Dios” resumía todo lo
que Israel esperaba de los tiempos mesiánicos, como tiempo de la
manifestación definitiva de Dios. El reino es la buena noticia de que Dios ha
intervenido en la historia misteriosamente para transformarlo todo. Es el
anuncio de la salvación y del perdón, de la vida y de la paz, de la justicia
y de la libertad que Dios dona a todos los hombres. Cuando Jesús anuncia que
el reino está llegando, está diciendo que Dios, como señor y rey absoluto del
cosmos y de la historia, muestra su soberanía, su amor misericordioso y su
justicia: “!El Señor es rey! ¡que
se alegre la tierra y salten de gozo los innumerables pueblos lejanos... El
Señor ama a los que aborrecen el mal, cuida la vida de sus fieles y los libra
de los malvados. Una luz amanece para el justo, la alegría para los rectos de
corazón!” (Sal 97,1.10-11; cf. Sal 93; 96). Dios se
presenta como soberano ofreciendo el perdón a los pecadores, haciendo
justicia a los pobres y donando a todos la vida y la
salvación. Con Jesús llega el reino. Sus palabras y sus obras lo
hacen presente. Y ante la radical novedad que se va perfilando, muchos se
preguntan acerca de Jesús y su forma de actuar y de hablar (cf. 1,27; 2,7;
4,41); suscita diversas opiniones y reacciones (1,21; 1,28; 2,12; 3,6;
3,20-21; 31-32; 6,14-16); lo siguen muchos (1,33. 37.45; 3,20; 4,2; 5,21.24;
6,31; etc.); pero los mismos discípulos empiezan con mucha dificultad a entenderlo
(6,52; 7,18; 8,15-18). Sus conciudadanos de Nazaret se preguntan: “De dónde
le viene a éste todo esto? Quién le ha dado esa
sabiduría y ese poder de hacer milagros?” (6,2). Eso
es precisamente el reino: sabiduría y poder. Sabiduría (en griego: sofía), en el lenguaje de la Biblia, indica una forma de
comportarse y de reaccionar; no es algo que tiene que ver solamente con el
intelecto, sino que engloba toda la existencia: es una forma de vida, una
nueva postura frente a Dios, frente a los demás y frente al mundo. Poder (en
griego: dynamis), en cambio, indica la energía que
anima o da vida a algo, o la capacidad para realizar ciertas acciones. El
reino es nueva sabiduría y nuevo poder que se ha manifestado primero en
Jesús, pero que cada discípulos está llamado a
vivir, a través de la sabiduría y la fuerza que vienen del evangelio y que
transforman este mundo. Jesús progresivamente va revelando el misterio del reino
como una semilla que en sí es buena, pero que necesita de un buen terreno para
dar fruto (4,3-20). Aunque muchos la rechazan, la palabra del reino dará
fruto a su tiempo, es necesario tener confianza en ella (4,26-29); el reino
empieza discretamente, hay que dar tiempo para que progresivamente las cosas
vayan cambiando y Dios reine definitivamente (4,30-31). Jesús no busca nunca
el triunfalismo superficial. A lo largo del evangelio incluso Jesús manda
callar a quienes ha curado (1,44; 5,43; 7,36; 8,26), porque no quiere
adhesiones triunfalistas e interesadas. Cuando los demonios lo reconocen,
también les manda callar (1,34; 3,11-12), porque el Mesías deberá ser
reconocido sólo a través de su camino de sufrimiento y de muerte. Al llegar al final de la primera parte del evangelio,
Jesús pregunta a sus discípulos: “¿Quién dice la gente que soy yo?... y según
ustedes, ¿quién soy yo?” (8,27-29). La gente lo ha identificado con un
personaje profético, al estilo de Elías (8,28). Pedro, en nombre del grupo de
discípulos, lo reconoce como el Mesías (8,29). La respuesta es verdadera pero
es insuficiente. Ciertamente Jesús es el Mesías, pero un Mesías diverso al
que imaginaban las diversas corrientes religiosas del judaísmo, que pensaban
a un restaurador de la unidad nacional que llevaría la historia a su final
con signos de poder. Por eso Jesús después que Pedro ha hablado le manda
callar. Y así termina la primera parte de Marcos: con una prohibición de
Jesús a hablar. Los discípulos que han intuido algo de su misterio pero
todavía de forma ambigua, deben hacer silencio. Sólo en el silencio podrán
ser instruidos por Jesús y llegar progresivamente a la comprensión del
verdadero Mesías y de su misión. Todos los discípulos deberán silenciar sus
proyectos mesiánicos gloriosos y egoístas para poder recibir de parte de
Jesús una palabra y una enseñanza diversa, porque “mis planes no son sus
planes, ni sus caminos son mis caminos” (Is 55, 8). 5. La segunda parte
del evangelio de Marcos (8,31-16,8) Mientras en la primera parte del evangelio se insistía en
la llegada del reino y las diversas actitudes que surgían delante de las
palabras y las obras de Jesús, en la segunda parte se aclara qué clase de
Mesías es Jesús y cómo se hace para entrar en el reino. La afirmación “tú
eres el Mesías” (8,29) necesita ser profundizada y comprendida en su
verdadero sentido. A partir de la confesión de Pedro Jesús se dedica a
instruir a sus discípulos (9,31), mostrándoles que su mesianismo pasa
necesariamente por la humillación, el ocultamiento, el desprecio y la cruz
(8,31-33; 9,30-32; 10,32-34). Pedro no comprende el proyecto de Jesús e
intenta corregir al maestro (8,32) y Jesús le dice: “Colócate detrás de mi
(no simplemente “apártate de mi”), Satanás, porque tú no piensas como Dios,
sino como los hombres” (8,33). La expresión “colócate detrás de mí” (en
griego: ypage opiso mou) busca devolver a Pedro a su lugar de discípulo. El
discípulo no va delante del maestro, sino que lo debe seguir por el camino
aprendiendo de él un estilo de vida: “Vengan detrás de mí (en griego: deute opiso mou)”
(1,16). Pedro tiene una idea mesiánica triunfalista como conquista del mundo
a través del poder; en cambio, Jesús ha ido descubriendo, poco a poco, las
consecuencias de su misión mesiánica y sabe que el precio de su fidelidad es
la humillación, el desprecio y la muerte. En esta segunda parte del evangelio de Marcos todo va
dirigido a Jerusalén, en donde sufrirá la pasión el Hijo de Dios, obediente
al Padre. El camino decidido de Jesús hacia la cruz, signo de su entrega
generosa y total a la causa del reino, es la fuente y el modelo del camino
del discípulo que quiere entrar en el reino. No hay otra forma. Hay que
reproducir en la propia existencia el mismo gesto de entrega de Jesús: “Si
alguno quiere venir detrás de mí (en griego: ei tis thelei opiso
mou akolouthein), que
cargue con su cruz y me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la
perderá, pero el que pierda su vida por mí y por la buena noticia, la salvará”
(8,35). Estas palabras de Jesús resumen la espiritualidad del discípulo en el
evangelio de Marcos. No son solamente la condición fundamental para seguir a
Jesús sino la expresión de una ley antropológica fundamental: solamente quien
se olvida de sí mismo y plantea su existencia como donación y no como
posesión encuentra la verdadera vida. El seguimiento de Jesús es la plenitud
del hombre. Es grande quien sabe morir, quien no se aferra a la vida, quien
no la defiende con violencia, ni se impone con rencor e injusticia sobre los
otros. Este es el Jesús del evangelio de Marcos: uno que ha elegido el camino
del ocultamiento y la humillación para dar la vida a otros, uno que ha sido
rechazado, pero que transformó el rechazo de los otros en perdón y vida de
parte de Dios. Este es el corazón del evangelio de Jesús y de sus discípulos.
No hay resurrección sin pasar por la muerte a sí mismo y por la generosidad
de darla por los otros. La vida de los discípulos de Jesús tendrá que estar
siempre inspirada en el camino del Maestro. La Iglesia se debería siempre ver
reflejada en la pequeñez y el fracaso del Hijo del hombre. Jesús ha dejado su
camino como principio fundamental de organización eclesial: “el que quiera
ser el primero, que sea el último de todos” (9,35). Los discípulos están
llamados a identificarse con la figura del niño, símbolo de la pequeñez y de
la falta de poder, como personas que se presentan delante de Dios y de los
demás sin títulos ni méritos de ningún tipo (10,13-16). Solamente en la
gratuidad (10,15), la generosidad (10,17-31) y la renuncia a cualquier tipo
de gloria y de poder (10,35-45) el discípulo puede seguir al Maestro por el
camino que lleva al reino. Frente a las dificultades que comporta el
seguimiento de Jesús, la figura del ciego de Jericó, sentado al borde del
camino (10,46-52), intenta infundir confianza a todos los que quieran ser
discípulos: a pesar de su ceguera y su indecisión, pueden llegar a seguir a
Jesús plenamente si se abren con confianza a su poder y a su misericordia. La
última escena en que aparece uno de los Doce en el evangelio de Marcos es en
la negación de Pedro (14,66-72). Con Pedro termina y llega al fracaso el
grupo de los Doce. En el huerto de Getsemaní, “todos los discípulos lo
abandonaron y huyeron” (14,50). Pedro llega incluso a renegar de él. Lo había
reconocido en teoría como Mesías (8,29-32) pero lo rechaza en la vida porque
no ha aprendido a donarla como el Maestro. Pedro resume en el evangelio de
Marcos el camino del discípulo autosuficiente y seguro de sí mismo que no ha
sido capaz de entrar en la dinámica de donación y de sacrificio que implica
el reino de Dios (14, 29-31). Es el peligro de todo discípulo y Marcos
concluye así la historia de los Doce para enseñarnos a comprometernos
seriamente en el camino de la cruz y no contentarnos con adhesiones fáciles y
superficiales. El evangelio de Marcos es desconcertante. Se dedica a
narrar la figura paradójica de alguien que trae la vida pero que al final
encuentra la muerte ignominiosa y que durante su existencia no encontró sino
incomprensión y hostilidad. Su tesis teológica es muy clara: el verdadero
prodigio mesiánico, preanunciado por los milagros que realizó Jesús, es la
pasión, y el momento de gloria salvadora es la muerte en la cruz. Sólo allí,
en el extremo del dolor y el abandono del Hijo, en medio de las tinieblas
(15,33), cuando Jesús muere dando un fuerte grito (15,37), mientras re rasga
la cortina del Templo (15,38), se revela en toda su gloria la potencia del
reino de Dios, como perdón y vida para todos los hombres, y la verdadera
identidad de la persona de Jesús en las palabras de un pagano: “¡Verdaderamente
este hombre era Hijo de Dios!” (15,39). La negación de Pedro y la fuga del resto de los discípulos
prepara la Pascua del Señor. El grupo elegido por
Jesús, “para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar” (3,14) se ha
hundido en el fracaso. En cierta forma han probado la muerte. La resurrección
de Jesús será también la resurrección de los discípulos. Por eso, el joven
vestido de blanco en el sepulcro le dice a las mujeres: “Vayan, pues, a decir
a sus discípulos y a Pedro: él va camino de Galilea; allí lo verán, tal como
les dijo” (16,7). Jesús resucitado reconstruye el grupo de los discípulos,
quienes vuelven de la muerte a la vida, de la infidelidad a la fidelidad, del
miedo y la incomprensión a la valentía de la proclamación del Resucitado. Ellos, y con ellos todos los discípulos de todos los
tiempos, debemos volver una y otra vez a Galilea, en donde resonó por primera
vez el anuncio del reino. Solamente volviendo constantemente a hacer el
camino con Jesús hacia la cruz entraremos en el reino y experimentaremos la
fuerza de vida que es la pascua. El evangelio de Marcos concluye con la
promesa del encuentro con el Señor Resucitado: “lo verán” (16,7). La Iglesia
- y, con ella, cada uno de los discípulos - es convocada
nuevamente por el Señor después de la dispersión de la cruz, después de la
incomprensión y la infidelidad, y se pone en camino hacia Galilea, para
seguirlo y vivir el evangelio. Solamente quien ha vivido esta tensión de
muerte y vida, de incomprensión y de nueva experiencia del Señor, podrá ser
discípulo y podrá anunciar al mundo el misterio del reino: Dios está siempre
donando la vida, allí donde reina la muerte, en virtud de “la sangre de la
alianza derramada por todos” (14,25) que hace presente “el vino nuevo del
reino de Dios” (14,25). |
Caminando con Jesus Pedro Sergio Antonio Donoso Brant |