Caminando con Jesus Pedro Sergio Antonio Donoso Brant LAS MORADAS o CASTILLO
INTERIOR Santa Teresa de Jesus INTRODUCCIÓN |
El Castillo interior es una lección magistral de la autora.
Fruto maduro de su última jornada terrena, refleja el estadio definitivo de
su evolución espiritual, y completa el mensaje de las obras anteriores, Vida
y Camino. El relato autobiográfico de Vida tiene ahora una nueva versión, más
sobria y discreta, disfrazada de anonimato e integrada por las experiencias
del último decenio. Igualmente, la pedagogía del Camino rebasa ahora los
tanteos de entreno en la vida espiritual, para bogar hacia lo hondo del
misterio: la plenitud de la vida cristiana. El punto de partida El primer proyecto del Castillo empalma con la
autobiografía teresiana. Vista a distancia de doce años, la Vida resultaba
incompleta. Había que reanudar el relato y ultimarlo. O quizás rehacerlo de
sana planta con enfoque teológico nuevo. En posdata a una de sus cartas, escribe la Santa a
su hermano Lorenzo el 17.1.77: "Al obispo (de Avila,
Don Alvaro) envié a pedir el libro (la Vida), porque quizá se me antojará de
acabarle con lo que después me ha dado el Señor, que se podría hacer otro y
grande". El motivo del "antojo" era doble: los
últimos doce años habían aportado un caudal de experiencias netamente
superior a las historiadas en Vida. Las ha anotado fragmentariamente en las
Relaciones. Pero no se trataba sólo de nuevos materiales de construcción. Las
vivencias del último quinquenio especialmente a partir del magisterio de fray
Juan de la Cruz (1572) habían suministrado una nueva clave de interpretación
de todo el arco de su vida. Con visión más unitaria y profunda. Con mejores
posibilidades de síntesis teológica. Medianamente repuesta del achaque de febrero, la
Santa se encuentra a fines de mayo con el padre Gracián.
Los dos conversan en el locutorio del carmelo de Toledo.
El va de prisa, de Andalucía a Madrid, convocado por el Nuncio. Ella cumple
la orden de reclusión, impuesta por el Capítulo General de la Orden. Un
retazo de la conversación nos llega directamente, de la pluma de Gracián: "Lo que pasa acerca del libro de las Moradas
es que, siendo yo su Prelado y tratando una vez en Toledo muchas cosas de su
espíritu, ella me decía: ¡Oh qué bien escrito está ese punto en el libro de
mi Vida que está en la Inquisición! Yo le dixe: Pues que no
lo podemos haber, haga memoria de lo que se le acordare y de otras cosas, y
escriba otro libro, y diga la doctrina en común, sin que nombre a quien le
haya sucedido aquello que allí dixere. Y así le mandé que escribiese este libro de las
Moradas, diciéndole para más la persuadir que lo tratase también con el
Doctor Velázquez, que la confesaba algunas veces. Y
se lo mandó" (2). Años más tarde, Gracián
mismo completa el informe: "Persuadíale yo
estando en Toledo a la madre Teresa de Jesús con mucha importunación que
escribiese el libro que después escribió que se llama de Las Moradas. Ella me
respondía la misma razón que he dicho, y la dice muchas veces en sus libros,
casi con estas palabras: Gracián y Velázquez
vencieron la resistencia de la Madre. Lo recordará ella en el prólogo del
Castillo subrayando lo dificultoso de su "obediencia" y repitiendo
los motivos de su oposición: desde el dolor de cabeza, hasta la total falta
de inspiración literaria; con una velada alusión al libro de su Vida, que
sigue preso en la Inquisición, y a la imposibilidad de "traer a la
memoria" las muchas cosas contenidas en él, "que decían estaban
bien dichas, por si se hubieren perdido". No refundirá el relato
autobiográfico. Se atendrá a las consignas de los dos consejeros, sujetándose
en todo a su parecer, "que son personas de grandes letras".
Escribirá el nuevo libro no para sus confesores como el de la Vida, sino para
las lectoras de sus carmelos, gente sencilla y ojos
benévolos que acogerán con amor cualquier página suya. Proyecto modestísimo, que será desbordado desde el
primer capítulo del libro. La tarea de escribir Grafía firme y redacción rápida. De la aridez del
prólogo no queda rastro. La Santa escribe con fluidez, como conversa. En
folios amplios, de 210x310 mm. Ha datado el prólogo el 3 de junio de 1577. En
quince días de tarea normal, alternando con el coro y el carteo, redacta las
moradas primeras, segundas y terceras. De pronto llega de Madrid una noticia
fatal: el "nuncio santo", Nicolás Ormaneto
ha muerto (1819 de junio). Ella acusa el golpe que prevé catastrófico para la
Reforma, y prepara el viaje a su primer carmelo de
San José de Avila. Ha escrito 26 folios (52 páginas llenas). Ha
terminado el capítulo primero de las moradas cuartas. Pero tiene que
interrumpir la labor y tardará en reanudarla. "Válgame Dios en lo que me
he metido! Ya tenía olvidado lo que trataba, porque
los negocios y salud me hace dejarlo al mejor tiempo; y como tengo poca
memoria, irá todo desconcertado por no poder tornarlos a leer" (4). Así, entre interrupciones, viajes y sobresaltos,
redactará los cinco capítulos siguientes: 19 folios más. Sólo cuatro o cinco
meses más tarde reanudará la tarea en firme. Es ya invierno en Avila, y allí, en la gélida celdilla de San José,
escribirá de un tirón el resto del libro, a partir del capítulo cuarto de las
moradas quintas: 16 capítulos, de los 27 que cuenta la obra. Desde el folio
46r hasta el 110r. Siguen todavía dos folios con el epílogo o carta de
acompañamiento, colocados antes del prólogo en el autógrafo primitivo
(páginas 25) (5). Rezuman el sano humor de la
autora al terminar la tarea: las lectoras carmelitas, que no siempre disponen
de espacio suficiente dentro del monasterio, "sin licencia de la priora
podéis entraros y pasearos por él (por este castillo) a cualquier hora". Para dar forma de libro a esos 113 folios, faltan
sólo dos operaciones: estructurarlos internamente en moradas y capítulos, y
darles un título. La Santa relee en diagonal los cuadernillos, y busca un
hueco entre líneas para intercalar la indicación "moradas
primeras", "capítulo" o similares (6). No ha quedado espacio
para el epígrafe de cada capítulo, y por lo tanto lo extenderá en folio
aparte, hoy perdido. Utilizará el vuelto de la primera hoja en blanco, para
titular la obra: "Este tratado, llamado Castillo interior, escribió
Teresa de Jesús, monja de nuestra Señora del Carmen, a sus hermanas e hijas
las monjas carmelitas descalzas". En el margen superior de cada página
ha ido anotando el título corriente, como en los libros de molde: en la
página de la izquierda "mdas" (moradas),
y en la de la derecha el número correspondiente
"primeras", "segundas", etc. A medida que la Autora redacta los
cuadernillo, los va pasando a una amanuense que los transcribe: es la
primera copia del Castillo, antes que intervengan las manipulaciones de los
censores. La censura y otros avatares del autógrafo Falta al manuscrito el espaldarazo de los teólogos.
Indispensable para poder presentarse en sociedad y pasar a mano de las
lectoras. Se prestan a ejecutar la operación dos amigos de la Santa: el
carmelita Gracián, y Diego de Yanguas
dominico. Improvisan un tribunal casero en el carmelo
de Segovia. Gracián está interesado en prevenir
percances y acusaciones al libro. Yanguas es
profesor de teología en la ciudad, y para esas fechas ya ha intervenido en la
quema del autógrafo de los Conceptos. Entre los dos se reparten los papeles
de juez, fiscal y defensor. Cuenta Gracián: "Después leímos este libro en su presencia el
padre fray Diego de Yanguas y yo, arguyéndole yo
muchas cosas de él, diciendo ser malsonantes, y el padre fray Diego respondiéndome
a ellas, y ella diciendo que las quitásemos; y así quitamos algunas, no
porque fuese mala doctrina sino alta y dificultosa de entender para muchos;
porque con el celo que yo la quería, procuraba que no hubiese cosa en sus
escritos en que nadie tropezase" (7). Es cierto que Gracián
tachó y enmendó siempre con suma delicadeza, dejando legible el original de
la Santa. Pero tachó demasiado, y sus enmiendas pecaron por carta de más:
puras quisquillas de teólogo o de humanista. Cuando unos años después cae el
autógrafo en manos del primer biógrafo de la Santa, el jesuita Francisco de
Ribera, los retoques provocan protestas en cadena: Ribera encuentra que
siempre estaba mejor el texto de la Santa que el del censor, y por fin se
decide a escribir de propia mano una "contracensura":
"...me pareció avisar a quien lo leyere, que lea como escribió la Santa
Madre, que lo entendía y decía mejor, y deje todo lo añadido, y lo borrado de
la letra de la Santa délo por no borrado..." (8). Afortunadamente,
tampoco fray Luis de León dio paso en la edición príncipe a las enmiendas de Gracián. En cambio, las últimas páginas del autógrafo
acogerán la aprobación incondicional de otro censor, hombre de Inquisición,
que años atrás afrontó con severidad el caso de la Madre Teresa. Es el
jesuita Rodrigo Alvarez. Ha intervenido en el amago
de proceso inquisitorial contra la Santa, en Sevilla, por los años 15751576.
Ahora es ya entrañable admirador de la Madre y tiene deseos de leer su último
escrito, enviado a Sevilla para que la sagacísima madre María de San José
esquive los peligros de secuestro. En data 8.11.1581 escribe la Santa a la
depositaria del tesoro: "...Ahora recibí otra (carta)... de mi padre
Rodrigo Alvarez, que en forma le tengo gran
obligación por lo bien que lo ha hecho en esa casa, y quisiera responder a su
carta y no sé... Nuestro padre (Gracián) me dijo
había dejado allá un libro de mi letra (que a osadas que no está vuestra
reverencia por leerlo); cuando vaya allá, debajo de confesión que así lo pide
él con harto comedimento, para sola vuestra
reverencia y él léale la postrera "morada", y dígale que en aquel
punto llegó a aquella persona y con aquella paz que ahí va, y así se va con
vida harto descansada, y que grandes letrados dicen que va bien. Si no fuere
leído ahí, en ninguna manera lo dé allá, que podría suceder algo. Hasta que
me escriba lo que le parece en esto, no le responderé". Tres meses más tarde 22.2.1582, María de San José
cumple escrupulosamente su cometido. Y el padre Rodrigo Alvarez,
luego de escuchar la lectura de los cuatro capítulos de las moradas VII, se
hace pasar el autógrafo y escribe, a continuación de la última morada, una
página memorable: "La madre priora de este convento de Sevilla
me leyó esta séptima morada o habitación donde llega un espíritu en esta
vida: alaben todos los santos a la bondad infinita de Dios que tanto se
comunica aquellas criaturas que de veras buscan su mayor gloria y la
salvación de sus prójimos. Lo que siento y juzgo de ello es que todo esto que
me leyó son verdades católicas según las divinas letras y doctrinas de los
santos. Quien fuere leído en la doctrina de los santos, como es el libro de
santa Jertrudis, y en las obras de santa Catirina de Sena, y santa Bríxida
y otros santos y libros espirituales, entenderá claramente ser este espíritu
de la madre Teresa de Jesús muy verdadero, pues que pasan en él los mismos
efectos que pasaron en los santos. Y porque es verdad que esto así siento y
entiendo, lo firmo de mi nombre hoy, 22 de febrero de 1582. El P. Rodrigo Alvarez". El padre Gracián, que
decidió la composición del Castillo, está seguro de haber sugerido a la
autora la línea temática. Cuando ella se resiste a empuñar la pluma alegando
sus obligaciones de coro e hilado, y sus dolores de cabeza, Gracián le arguye: "Convencíla con el
ejemplo de que algunas personas suelen sanar de enfermedades más fácilmente
con las recetas sabidas por experiencia que con la medicina de Galeno,
Hipócrates y de otros libros de mucha doctrina. Y que de la misma manera
puede acaecer en almas que siguen oración y espíritu, que más fácilmente se
aprovechan de libros espirituales escritos de lo que se sabe por experiencia,
que no de lo que han leído y estudiado en doctores... Porque como estas cosas
del espíritu sean prácticas y que se ponen por obra, mejor las declara quien
tiene experiencia que no quien tiene solo ciencia, aunque hable en propios
términos" (9). Es cierto: la Santa se rinde a la insistencia de Gracián aceptando su humilde papel de escritora
"curandera" de la vida espiritual. Lo confiesa en el prólogo: se
propone escribir de cosas prácticas, declarar "algunas dudas de
oración", ir hablando con "estas monjas de estos monasterios"
carmelitas, "que mejor se entienden el lenguaje una mujeres que
otras" y "eal amor que me tienen"
hará más fácil la mutua inteligencia. En la apariencia, el trazado del libro se improvisa
sobre la marcha. La escritora no se ha concedido una pausa previa para la
gestación interior del tema y la esquematización de su exposición. Pero en
realidad la nueva síntesis cosechaba en plena granazón la siembra de varios
años. Sobre todo, las experiencias del último quinquenio, a partir de su
trato espiritual con fray Juan de la Cruz, le han dado una nueva visión del
horizonte espiritual. No sólo ha entrado ella misma en la fase final (VII
moradas) desde la gracia decisiva de la comunión en la "octava de san
Martín" (10), sino que las últimas gracias la han afianzado en un doble
plano de experiencia interior: el uno, antropológico, misterio del alma con
los cambiantes extremos de gracia y de pecado; y el otro, trinitario:
experiencia de la inhabitación y de las palabras
evangélicas que la prometen a quien ama y guarda los mandamientos. A coronar ambos ciclos de experiencia ha
sobrevenido una gracia misteriosa, cifrada en la consigna del "búscate
en mí": invitación a rebasar el movimiento de interiorización (búsqueda
de Dios dentro de Sí, a la manera agustiniana), con una ulterior inmersión en
el misterio trascendente de Dios. Es la gracia que, a principios de este
mismo año, motiva el Vejamen en que tercia fray Juan de la Cruz, y la misma
que inspira el poema teresiano "Alma, buscarte han en Mí / y a Mí
buscarme has en ti". una base antropológica: afirmación
del hombre y su dignidad; su interioridad espaciosa; dentro, el alma capaz de
Dios; y en lo más hondo del alma, el espíritu, sede del Espíritu y de la
Trinidad (moradas primeras). una fase central cristológica:
plenitud del misterio de muerte y resurrección, para actuar en el cristiano
la inserción y transformación en Cristo (moradas quintas). y un punto de arribo trinitario:
"divinización"; honda experiencia de Dios y de su presencia, para
elevar al sumo potencial la acción del hombre a favor de los otros y de la
Iglesia (séptimas moradas). Poco a poco, la Autora ha ido entrando en alta mar:
hondura de la vida mística. A cada nuevo paso, la sobrecoge un escalofrío de
estupor: "Para comenzar a hablar de las cuartas moradas, bien he
menester lo que he hecho, que es encomendarme al Espíritu Santo y suplicarle
de aquí adelante hable por mí..." (IV, 1,1). Nueva zozobra al iniciar
las moradas quintas: "Creo fuera mejor no decir nada de las (moradas)
que faltan...; no se ha de saber decir...; enviad, Señor mío, del cielo luz
para que yo pueda..." (V, 1,1). Y antes de comenzar las sextas: "Si
Su Majestad y el Espíritu Santo no menea la pluma, bien sé que será
imposible... que acierte yo a declarar algo..." (V, 4,11). Por fin un
estremecimiento al comenzar las séptimas: "¡Oh gran Dios!, parece que
tiembla una criatura tan miserable como yo en tratar cosa tan ajena de lo que
merezco entender... Será mejor acabar con pocas palabras esta morada...; háceme grandísima vergüenza...; es terrible cosa"
(VII, 1,2). De hecho sucumbirá a esta última tentación:
"con pocas palabras" quedará perfilada esa jornada final, precisamente
la más rica de todo el proceso. Trazado de la obra En el Castillo la Autora se mantiene fiel a sí
misma y a las constantes de su magisterio. No hace teología desde teorías
propias o ajenas, o desde un sistema. Parte siempre del dato empírico. Su
fuente es la experiencia, en cuanto la vida de la gracia es una teofanía del
plan salvífico de Dios. Ella posee un modo peculiar de empalmar con el dato
bíblico a través de textos incorporados a su experiencia y gracias a la
sintonía con los grandes tipos bíblicos. Y por fin, es maestra en el arte de
las comparaciones y en la elaboración de los símbolos. Los tres recursos han servido para organizar y
estructurar el Castillo: un sustrato de material autobiográfico; una serie de
referencias escriturísticas; y un entramado de
símbolos. A grandes trazos, es fácil entrever las tres fases
de lucha ascética autobiográfica, a que aluden las tres moradas primeras; y
con mucha más exactitud, las tres jornadas místicas de la Santa, que
respaldan las tres moradas últimas. Es menos discernible el periodo oscilante
de transición a que corresponden las moradas centrales: las cuartas. Igualmente, es fácil identificar en cada morada una
o varias vivencias fuertes, que han servido a la Autora para periodizar la correspondiente "etapa" de la
vida espiritual. Un estudio comprensivo de la síntesis del Castillo
importaría un regreso a los "lugares paralelos" de los restantes
escritos de la Santa, en que se halla disperso el material autobiográfico que
aquí va siendo codificado morada tras morada. Los materiales más abundantes
se hallan en las páginas de Vida y Relaciones. b) La inspiración bíblica. También aquí la Santa es
fiel a su vocación mística. No menos importante es otro género de empalmes escriturísticos: el tipológico.
La Santa ha incorporado a su mundo interior una serie de figuras bíblicas. En
ellas ve cristalizadas o personificadas, determinadas situaciones del proceso
espiritual. La conversión, en Pablo y la Magdalena; el riesgo permanente, en
David, Salomón, Judas; la lucha, en los soldados de Gedeón;
los comienzos, en el hijo pródigo; la llegada al umbral de la mística, en los
jornaleros de la parábola; el misterio de la vida mística, en la esposa de
los Cantares... Las figuras jalonan el proceso, pero sin forcejeos por lograr
la adaptación, y sin hinchazón alguna. Es la fase misma del proceso
espiritual, tal cual se va perfilando en cada morada, la que entra en
sintonía con el motivo tipológico de la Biblia,
logrando introducirlo en la exposición sin estridencias ni manipulaciones. Todo ello da al Castillo calado bíblico de gran
hondura y originalidad. c) Los símbolos. Es el recurso literario y
doctrinal mejor manejado por la Santa. Ella no llega a elaborarlos tan
refinados y profundos como su "Senequita" fray Juan de la Cruz.
Pero en su pluma, lo que pierden en finura y densidad lo ganan en sobriedad,
transparencia y eficacia pedagógica. En el libro se destacan cuatro símbolos mayores: el
castillo, las dos fuentes, el gusano de seda y el símbolo nupcial. Podríamos
calificarlos en este mismo orden: un símbolo antropológico, el castillo; un
símbolo tomado de la naturaleza, el de las fuentes; de matiz biológico, el
del gusano de seda: sociológico, el símbolo nupcial. Ningún símbolo de
envergadura cósmica, como los de san Juan de la Cruz. Pero en las cuatro
creaciones teresianas, más que el trazado y el calado, interesa la función de
servicio doctrinal. Baste indicarla: Hay un símbolo base, el castillo (castillo
guerrero, o joyel de orfebrería); sirve para plantear la obra; sobre él reposa
la versión que la Autora da del misterio de la vida espiritual. Misterio
profundamente humano, con extraña correspondencia en el trazado ontológico
del alma. Las siete moradas son siete fases del proceso espiritual; pero a la
vez corresponden a siete estratos del espíritu. Grado de gracia, y nivel de
vida se reclaman. La morada primera presenta una vida espiritual
estrechamente ligada al cuerpo y a la sensibilidad. La morada última la
describe unificada y en estrecha conjunción con el centro del alma, abertura
del espíritu a lo trascendente. El gusano de seda es el símbolo más delicado y
cuidado. Se lo introduce en las moradas quintas (c. 2, 2) para central el
punto focal: la transformación en Cristo como término del proceso de muerteresurrección del cristiano. Las cuatro fases de la
metamorfosis del gusano calcan las cuatro jornadas centrales del castillo: el
gusano "grande y feo", que se nutre y se arrastra a ras de tierra,
señala los humildes comienzos que van hasta las moradas terceras; la
reclusión del gusano en el capullo, "con las boquillas van de sí mismos
hilando la seda y hacen unos capuchillos muy apretados adonde se encierran"
indica el paso a la vida mística, moradas cuartas; muerte (?) de la crisálida
y nacimiento de la mariposa dentro del capullo: unión a Cristo y vida nueva,
estado de las moradas quintas; vuelo libre y vida nueva de la mariposa:
etapas finales, moradas VIVII. El proceso: siete jornadas de la vida espiritual El castillo tiene trazado lineal. Estructura y
proceso dinámico coinciden. A grandes trazos, se corresponden los elementos estéticoespaciales (foso, puerta, moradas, hondón,
centro...) y los funcionalesvitales: penetración,
lucha, interiorización, unión, trascendencia. La Autora ha valorizado
intencionadamente el contenido mistérico de la vida
cristiana: alma, gracia, Cristo, inhabitación,
pecado. Pero sin descuidar el lado práctico. Se ha fijado una doble mira:
comunicar su experiencia cristiana, provocándola en el lector, haciéndole
hambrearla, dándole cita en la altura final de la unión con Dios; y, en
segundo lugar, empeñándolo en un programa concreto: luchar, conocerse a
fondo, no perder de vista la exigencia del amor amar a los otros, mantenerse
sensible al riesgo, programar y esperar. Son las dos flexiones del magisterio
teresiano: mistagógica la primera, pedagógica la segunda. El proceso descrito en el castillo sigue dos
líneas: interiorización (línea antropológica) y unión, acercamiento a la
persona divina (línea teologal cristológica). Las desarrolla sobre
presupuestos sencillos: un punto de partida: presencia de Dios en el hombre;
un punto de arribo: unión con Dios, quintaesencia de la santidad; y un camino
a recorrer: oración como actuación de la vida teologal, nervio de la vida
cristiana. No hay oración sin coherencia con la vida concreta, y ésta tiene
su tabla de valores en el amor a los otros. No está el juego en pensar mucho,
sino en amar mucho; pero amor es determinación y obras, más que sentimiento y
emoción. Materialmente el proceso de vida espiritual
descrito en el libro se divide en dos tiempos, que en nuestro vocabulario
teológico podrían definirse: ascético el primero, místico el segundo. La
lucha ascética, en que es protagonista el hombre, se extiende a lo largo de
las moradas IIIIII; la vida mística, protagonizada por el actor divino,
predomina en las moradas VVIVII. Entre ambos grupos, las moradas cuartas
hacen de anillo de enlace: jornada en la que se imbrican "lo natural y
lo sobrenatural", que en el léxico de la Santa equivalen a
"ascético y místico" (IV, 3,14). Un sumarísimo pergeño de las siete moradas del proceso
podría trazarse a base del dato central de cada una, aunque sea con grave
riesgo de ofrecer una visión empobrecedora o quizás una caricatura del
panorama teresiano. Primeras moradas: "entrar en el
castillo": convertirse, iniciar el trato con Dios (oración), conocerse a
sí mismo y recuperar la sensibilidad espiritual. Cuartas moradas: brota la fuente interior, paso a
la experiencia mística; pero a sorbos, intermitentemente: momentos de lucidez
infusa (recogimiento de la mente), y de amor místicopasivo
(quietud de la voluntad). Quintas moradas: muere el gusano de seda; el alma
renace en Cristo: "llevóme el Rey a la bodega
del vino" (V, 1,12); "nuestra vida es Cristo" (V, 2,4). Estado
de unión, bien sea "mística" desde lo hondo de la esencia, bien sea
"no regalada", por conformidad de voluntades, y manifestada
especialmente en el amor del prójimo (c. 3). Sextas moradas: el crisol del amor. Periodo
extático y tensión escatológica. Nuevo modo de "sentir los
pecados". Cristo presente "por una manera admirable, adonde divino
y humano junto es siempre su compañía (del alma)" (VI, 7,9). Desposorio
místico. El alma queda sellada. Séptimas moradas: Matrimonio místico. Dos gracias
de ingreso en el estado final: una cristológica, otra trinitaria. "Aquí
se le comunican (al alma) todas tres personas (divinas)... Nunca más se
fueron de con ella, sino que notoriamente ve... que están en lo interior de
su alma, en lo muy interior, en una cosa muy honda, que no sabe decir cómo
es..." (VI, 1, 67). Plena inserción en la acción: "que nazcan siempre
obras, obras" (VII, 4,6). Como Elías, "hambre... de la honra de
Dios"; "hambre... de allegar almas" como santo Domingo y san
Francisco (VII, 4,11). Plena configuración a Cristo crucificado (VII, 4, 45).
NOTAS: INTRODUCCIÓN A LAS MORADAS 1 Carta S. 168, 2 y 7. 2 Notas de Gracián: en
ANTONIO DE SAN JOAQUIN, Año Teresiano, t. VII (1758), p. 149. 3 JERONIMO GRACIAN, Dilucidario del verdadero
espíritu, I, 5: BMC, t. 15 (Burgos 1932), p. 16. 5 Comienza en el prólogo la foliación autógrafa de
la Santa, que dejó sin numerar las dos hojas del epílogo y la del
frontispicio. 6 Empieza equivocándose: "capítulo II",
en lugar de capítulo I. Quizás cuenta el "prólogo" como capítulo
primero de la obra, y antepone el actual "epílogo" como página
introductoria. - A la vez que fracciona el texto y titula los capítulos, va
acotando los márgenes con breves anotaciones: "Entiéndese
del auxilio particular" (3, 1,2), tristes "como el mancebo del
evangelio" (3, 1,7), "o imaginación, por que mejor se
entienda" (4, 1,8), ...fructifica "haciendo bien a sí y a otras
almas" (5, 4,2), "hase de entender: con
la disposición y medios que esta alma habrá tenido, como la Iglesia lo
enseña" (6, 4,3), "mas por junto acuérdase
que lo vio" (6, 4,8), "también dice el Señor que es luz" (6,
7,6), ...San Agustín en sus Meditaciones " o confesiones" (6, 7,9),
"digo 'más y más' cuanto a las penas accidentales" (6, 11,7),
"esto es lo ordinario" (7, 2,10), "el 'quitar' se llama aquí
cuanto a perder los sentidos" (7, 3,12). - En una ocasión hará una
llamada marginal para añadir un suplemento de explicación: "Cuando dice
aquí 'os pide' léase luego este papel". El entrefilete se ha perdido,
pero los amanuenses nos han trasmitido su contenido. Por fin, algo anómalo ocurrió al comienzo de las
moradas séptimas, exactamente en el paso del capítulo primero al segundo. La
Autora hubo de arrancar el folio 97 (=lxlvii,
paginado posteriormente con los nn. 198-199), y
redactarlo de nuevo. El hecho resulta claro de una serie de indicios
anómalos: único folio con filigrana diversa del resto del manuscrito, sin
número de foliación autógrafa de la Santa, también sin epígrafe en el margen
superior ("moradas" / "séptimas"), anomalías en el incipit y explicit del folio (incipit c. 1, n. 9: "es de preguntar" repetido;
explicit c. 2, n. 1: "era tiempo de que
sus", concluido a media línea para empalmar con el folio siguiente). 7 Notas de Gracián: en
ANTONIO DE SAN JOAQUIN, Año Teresiano, t. VII, (1758), p. 150. 8 Anotación de Ribera en la primera página del
autógrafo, bajo el título. Véase el texto íntegro en la página 787 de nuestra
edición. 9 JERONIMO GRACIAN, Dilucidario del verdadero
espíritu, 1, 5; BMC, t. 15 (Burgos 1932), p. 16-17. 10 Rel. 35: 18 de noviembre de 1572. 11 Cf. el prólogo, n. 2.
CASTILLO INTERIOR Este tratado, llamado Castillo interior
escribió Teresa de Jesús, 1. Pocas cosas que me ha mandado la obediencia, se
me han hecho tan dificultosas como escribir ahora cosas de oración; lo uno,
porque no me parece me da el Señor espíritu para hacerlo ni deseo; lo otro,
por tener la cabeza tres meses ha con un ruido y flaqueza tan grande, que aun
los negocios forzosos escribo con pena (2). Mas, entendiendo que la fuerza de
la obediencia suele allanar cosas que parecen imposibles, la voluntad se
determina a hacerlo muy de buena gana, aunque el natural parece que se aflige
mucho; porque no me ha dado el Señor tanta virtud que el pelear con la
enfermedad continua y con ocupaciones de muchas maneras se pueda hacer sin
gran contradicción suya. Hágalo el que ha hecho otras cosas más dificultosas
por hacerme merced, en cuya misericordia confío. 2. Bien creo he de saber decir poco más que lo que
he dicho en otras cosas que me han mandado escribir, antes temo que han de
ser casi todas las mismas; porque así como los pájaros que enseñan a hablar
no saben más de lo que les muestran u oyen, y esto repiten muchas veces, soy
yo al pie de la letra. Si el Señor quisiere diga algo nuevo, Su Majestad lo
dará o será servido traerme a la memoria lo que otras veces he dicho, que aun
con esto me contentaría, por tenerla tan mala que me holgaría de atinar a
algunas cosas que decían estaban bien dichas, por si se hubieren perdido. Si
tampoco me diere el Señor esto, con cansarme y acrecentar el mal de cabeza
por obediencia, quedaré con ganancia, aunque de lo que dijere no se saque
ningún provecho (3). 3. Y así, comienzo a cumplirla hoy, día de la
Santísima Trinidad, año de 1577 (4) en este monasterio de San José del Carmen
en Toledo adonde al presente estoy, sujetándome en todo lo que dijere al
parecer de quien me lo manda escribir, que son personas de grandes letras
(5). Si alguna cosa dijere que no vaya conforme a lo que tiene la santa
Iglesia Católica Romana, será por ignorancia y no por malicia (6). Esto se
puede tener por cierto, y que siempre estoy y estaré sujeta por la bondad de
Dios, y lo he estado a ella (7). Sea por siempre bendito, amén, y glorificado. 4. Díjome quien me mandó
escribir (8) que como estas monjas de estos monasterios de nuestra Señora del
Carmen tienen necesidad de quien algunas dudas de oración las declare, y que
le parecía que mejor se entienden el lenguaje unas mujeres de otras, y con el
amor que me tienen les haría más al caso lo que yo les dijese, tiene
entendido por esta causa será de alguna importancia, si se acierta a decir
alguna cosa; y por esto iré hablando con ellas en lo que escribiré, y porque
parece desatino pensar que puede hacer al caso a otras personas. Harta merced
me hará nuestro Señor, si alguna de ellas se aprovechare para alabarle algún
poquito más: bien sabe Su Majestad que yo no pretendo otra cosa; y está muy
claro que, cuando algo se atinare a decir, entenderán no es mío, pues no hay
causa para ello, si no fuere tener tan poco entendimiento como yo habilidad
para cosas semejantes, si el Señor por su misericordia no la da. NOTAS: PRÓLOGO 2 Comienza con una doble alusión: se refiere
primero a la orden recibida de Gracián y del Dr. Velázquez, que le "han mandado" escribir este
libro. Y luego, a sus achaques de salud, desde el pasado mes de febrero. Cf.
Carta del 10.2.1577 a su hermano Lorenzo. 3 Se refiere a los dos libros escritos
anteriormente, Vida y Camino, especialmente el primero, que ha sido secuestrado
y retenido por la Inquisición desde 1575, hace ya dos años. 4 La fiesta de la SS. Trinidad, cuya liturgia
inspira a la escritora, fue el 2 de junio de 1577. Sobre las interrupciones
de la redacción, cf. Moradas 5, 4, 1. Concluirá el libro el 29 de nov. de 1577 (cf. epílogo, 5). 5 Los aludidos son Jerónimo Gracián
y el Dr. Alonso Velázquez, su confesor y futuro
obispo de Osma y arzobispo de Santiago de Compostela. - Los dos son personas
de grandes letras: de grandes conocimientos. 6 Las palabras: santa católica romana fueron
añadidas entre líneas por la propia Santa, como hará de nuevo en el epílogo
de la obra. 7 Parecida "protestación de ortodoxia y
catolicidad" puede verse en la primera página del Camino de Perfección.
Y en el prólogo de las Fundaciones, n. 6. 8 Fue Gracián quien le hizo la sugerencia que sigue. |