A Santa Teresa de Jesus

Caminando con Jesus

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Pedro Sergio Antonio Donoso Brant

 

 

SANTA TERESA DE JESÚS

DE TERESA DE CEPEDA Y AHUMADA A TERESA DE JESÚS

Autor: Padre Jesús Martí Ballester

Edición: Pedro S.A. Donoso Brant

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1)      SINGULAR TRAYECTORIA.

Dios buscó a Teresa, Teresa buscó a Dios y los dos se encontraron; pero la aventura, que terminó con su muerte en el seno de la Iglesia «¡al fin, muero hija de la Iglesia!», duró casi sesenta años.

¡Cuánto amó a la Iglesia! ¡Cuánto trabajó por ella! ¡Cómo le dolió su rompimiento en dos mitades por los «luteranos de Francia»! ¡Hasta dónde la laceró conocer por fray Alonso Maldonado, «las muchas almas que por las Indias se pierden»! Tenia que hacer algo, tenía que aportar su colaboración, su esfuerzo, su imaginación creativa, pero «como se vió mujer y ruin», sólo podrá aportar su oración, su organización, su dolor, su carisma, en fin.

Su oración, y recorrerá el camino a solas y sin maestro hasta que el Maestro le dé «libro vivo». Su organización, y levantará dieciocho monasterios «sin una blanca». Su dolor, y se verá plagada de enfermedades, de <noches oscuras» y de «contradicciones de buenos» y de silencios abisales de Dios.

2)      VIDA FECUNDA LA SUYA.

Desde que siendo niña se reunía con su hermano Rodrigo para leer vidas de santos y repetir muchas veces ¡para siempre, siempre, siempre! y se escape con él a tierra de moros a que los «descabezasen por Cristo», y decidan ser ermitaños, y construya con piedrecitas pequeños monasterios jugando con sus amiguitas como «que éramos monjas», y a los trece años acuda a la Virgen de la Caridad a decirle que se le ha muerto su madre y que lo sea ella ahora, lo «que le ha valido», y con la lectura de los libros de caballerías haya perdido el fervor de cuando niña, y los flirteos con sus primos que estuvieron a punto de tronchar su vocación..., hasta que la alcanzó la muerte: «Ven, muerte, tan escondida», en Alba de Tormes, ¡qué peripecia tan singular e insólita, qué andadura tan rica y polifacética, qué maternidad tan prolífica y qué acción tan estimulante! Doña María de Briceño, en Nuestra Señora de Gracia, restaurará las heridas de la avidez de sus lecturas, y la afectividad lastimada por sus primos, criadas y parientas, y curará su tibieza que la hacía «enemiguísima del monjío».Una enfermedad la saca del monasterio de las Agustinas, donde se había hecho querer, como en todas partes siempre.

Tuvo tino la Briceña para desadormecer a Teresa que ya desde entonces comienza a reflexionar en serio en qué estado servirá a Dios.

La visita en Hortigosa de su tío don Pedro de Cepeda, virtuoso y amigo de buenos libros, enriquece el afán de la lectora y cambia el rumbo de sus temas. El tío quiere que le lea a él, y ella, por darle gusto, le lee, y la fuerza de la lectura y la conversación ablandan el barbecho, hacen que se vaya encontrando a sí misma y empiece a recordar la <verdad de cuando niña, de que todo era nada y la vanidad del mundo y cómo acababa en breve». Las Epístolas de san Jerónimo la enardecen y decide irse al monasterio. A las Agustinas no, que eran excesivamente austeras; a la Encarnación, donde tiene una amiga: Juana Suárez.

3)      MONJA CARMELITA EN LA ENCARNACIÓN DE AVILA.

Entró en la Encarnación. El empeño que puso en la lucha la enfermó, y la llevaron a curarse a Becedas, donde casi la mataron, cuando andaba ya por las quintas moradas, introducida por Francisco de Osuna a través de su Tercer abecedario, regalo de su tío el de Hortigosa. Curada, deviene el milagro de san José y se convierte en la monja fina, pálida y delicada,de palabra fácil, porte gentil personalidad seductora, que atrae las simpatías, las visita y las limosnas al monasterio pobre. Retroceso y recuperación. Mal aconsejada, cede a su natural y, «de pasatiempo en pasatiempo, de vanidad en vanidad, de ocasión en ocasión», pierde el fervor y casi su vocación de orante. Deja la oración porque tiene vergüenza de <tener amistad con quien sabemos nos ama», dada la disipación en que vive. <Ayudóme a esto que, como crecieron los pecados, comenzó a faltar el gusto y regalo en la virtud». Y tiene que intervenir Dios de nuevo con la enfermedad de su padre, a quien fue a cuidar «estando más enferma en el alma, que él en el cuerpo», que ofrece la ocasión del buen consejo del padre Vicente Barrón, de retornar a la oración, que resultó más eficaz que la representación de Cristo «con mucho rigor> manifestándole el desagrado que le producen aquellas amistades y sus charlas en el locutorio que la desangraban. La desinteriorizaban.

Siguen diez años de mediocridad, de chalaneo entre Dios y el mundo. «Pasaba una vida trabajosísima». Sufre en la oración, porque no es fiel: <me llamaba Dios pero yo seguía el mundo». Intentaba «concertar estos dos contrarios tan enemigos uno de otro». Y no es que fuera mala ¡qué va!, es que imposibilitaba la realización de su llamada. Dios la cerca «con regalos". Reconoce que «con regalos grandes castigabais, Señor, mis delitos». A pesar de la tibieza sigue acudiendo al oratorio, haciendo esfuerzos sobrehumanos, más pendiente del reloj que de la oración, «cualquier penitencia acometiera de mejor gana que la oración». El Señor sostiene su perseverancia, y su fidelidad de permanecer apoyada «en la columna de la oración» pone a prueba su «determinada determinación» de orar. Ya no estaba en su mano dejar la oración, «porque me tenía en las suyas el que me quería para hacerme mayores mercedes».

No es lo mismo profesar como monja en un monasterio que penetrar en el misterio de Dios, dejarse quemar en su fuego y permanecer con docilidad en su nube asomada al abismo. Lo primero se puede hacer desde una vida ramplona y vulgar. lo segundo exige una inmensa y dolorosa purificación, devoradora de la mujer vieja. Doña Teresa vivió como monja mediocre casi veinte años. A punto de cumplir los cuarenta la va a tomar Dios por su cuenta, porque la tiene elegida para maestra de la Iglesia de su tiempo, sacudida por el vendaval de la polémica en torno a la oración, cuando además no se aprovechaba la fuerza de la mujer. Corriente antioracionista y antifeminista que Teresa está llamada a corregir y a orientar, como maestra segura de oración y de vida cristiana, de su tiempo y de todos los tiempos. Y, como el mejor médico suele ser el que padeció la enfermedad que ha de curar, la Providencia dispuso que Teresa aprendiera a orar sola, por no haber tenido maestros: "yo no hallé maestro, aunque lo busqué, en veinte años». Tropezando, abandonando, recomenzando, perseverando, saldrá maestra de oración. Veinte años de oración a secas, dura, ascética, «cuando sacaba una gota de agua se sentía feliz», para poder después, desde su experiencia, enseñar a sacar agua del pozo para regar la huerta.

Dios seguía acosando, pero ¡alerta!, que Su Majestad le está preparando la emboscada.

4)      EL ULTIMÁTUM.

En esta guerra interior de fluctuaciones y titubeos, en este caer y levantarse, a Dios ya le corre prisa, y dirige un ultimátum a Teresa: la vista de la imagen de un pequeño «Cristo muy llagado» la sobresaltó de forma tal que decide, «con grandísimo derramamiento de lágrimas, no levantarse de cabe sus plantas hasta que no hiciese lo que le suplicaba: la fortaleciese ya de una vez para no ofenderle». La lectura de las Confesiones de san Agustín hincarán más el arpón: <Cuando llegué a su conversión y leí cómo oyó aquella voz en el huerto, parece que me la dió el Señor a mí. Estuve un gran rato que toda me deshacía en lágrimas, con aflicción y fatiga».

5)      LA CONVERSIÓN.

El capítulo nueve de la Vida, en que narra su conversión definitiva, es considerado como el punto clave en la vida de Teresa. Ha pasado ya el ecuador de su vida. Tiene 39 años. Le quedan 27 de vida y muchas cosas por hacer. Los planes de Dios sobre ella son de gran vuelo. Ya es hora de intervenir. Y va a intervenir.

6)      VIDA MÍSTICA HABITUAL.

Los atisbos de quinta morada en Castellanos de la Cañada de hace quince años, cuando sólo tenía veinticuatro, al rescoldo de la lectura del Tercer abecedario, que nos ofrece el embrión de su carisma al convertir al sacerdote de Becedas, se van a hacer habituales y la van a instalar en creciente vida mística. Veamos por qué. Ante el alud de las mercedes, Teresa acude a sus consejeros: Francisco de Salcedo y Gaspar Daza. Escuchan sin entender; escapaba a sus esquemas aquella monja tan desenvuelta y tan enriquecida de Dios, y diagnostican que su espíritu es diabólico. Terrible tortura para Teresa que no hace más que llorar. «Fue grande mi aflicción y lágrimas». La incompetencia y tozudez de aquellos cortos e intransigentes directores obligó a Teresa a someter su conciencia a unos y a otros y su caso pasó de mano en mano discutido; lo que le ocasionó un martirio atroz. Desposorio místico. Un poco y llegarán Diego de Cetina que, aunque joven, la apacigua, y Francisco de Borja y el padre Juan de Prádanos, gloria a Dios, que aciertan. A este ultimo le cabe el mérito de que, bajo su dirección, alcance Teresa el desposorio místico, que ella encuadra en su Sexta Morada. Teresa oye la voz: «Ya no quiero que tengas conversación con hombres, sino con ángeles». La gracia que sana. En este momento ha comenzado una nueva vida para Teresa. El Señor ha estado grande con ella. No olvidemos que la grandeza es del Señor, que socorre la debilidad de Teresa. Se puede mirar el privilegio como mérito del privilegiado, y es todo lo contrario; se privilegia la flaqueza que necesita ser ayudada, restañada, curada, para poder cumplir los designios del autor de los regalos. Dios la quería más interior. Si su psicología y sus contradicciones interiores son un obstáculo, El la sanará y las armonizará. Es creada la mujer nueva. Paladinamente lo confiesa Teresa en el capítulo veintitrés: "De aquí en adelante es otro libro nuevo, quiero decir otra vida nueva. La de hasta aquí era mía, ésta es de Dios que vive en mí».

7)      TERESA ESTRENA VIDA NUEVA.

Tras los forcejeos de ella, sus vacilaciones y mediocridad, Dios se enseñorea de su timón, porque la necesita transfigurada, transformada, recreada. Ha muerto ya el gusano de mal olor y ha nacido la mariposa, «la mariposita blanca». Lo que Teresa no pudo conseguir en tantos años, lo logra Dios con su gracia en un instante.

8)      CATARATA DE CARISMAS.

Siguen las gracias místicas esplendorosamente, dolorosamente, eficazmente: visiones intelectuales de Cristo, < cabe mí o sentí a Cristo que me hablaba», e imaginarias como la transverberación: <veía un ángel cabe mi en forma corporal... veíale en las manos un dardo de oro con fuego que metía en el corazón y me llegaba a las entrañas...»; y los arrobamientos en público, que la llenaban de rubor y bochorno. Estaba realmente humillada, acobardada, «era tan excesivo el tormento, que hubiera preferido que la enterraran viva». Quería irse a otro monasterio, quizá a Valencia, donde no la conocieran. San Pedro de Alcántara.. Sólo alguien que conociera por experiencia los fenómenos tan extraños en que venían envueltas las inmensas torrenteras de amor, podía intervenir con eficacia para serenaría, garantizarla, llenarla de paz. Este santo varón fue san Pedro de Alcántara. «Enseguida vi que me entendía por experiencia, que era lo que yo necesitaba». El infierno. Y después, el infierno. Teresa ha estado en el infierno, nos lo cuenta en el capítulo treinta y dos. «Entendí que quería el Señor que viese el lugar que los demonios allá me tenían aparejado...». Es el golpe definitivo de Dios. ¿Qué puede hacer Teresa por Dios, por los hombres, sus hermanos? De aquí gané la grandísima pena que me da de las muchas almas que se condenan y los ímpetus grandes de ayudar a las almas, que por librar una sola de gravísimos tormentos, pasaría yo muchas muertes muy de buena gana». Como mujer de su tiempo antifeminista, está limitadísima. Por lo menos podrá reformarse ella, «guardar su Regla con la mayor perfección», <de hacer lo poquito que puede» para que, pues «el Señor tiene tantos enemigos y tan pocos amigos, que esos sean buenos». Y tras la conversación en su celda con sus amigas, cuando salta al desgaire la idea de «si no podrían ser monjas como las Descalzas y hacer un monasterio», con el permiso del provincial y el del papa, será fundadora. Se reformará ella y reformará el Carmelo, que tendrá desde ahora un apellido. Teresiano. Tiene cuarenta y cinco años. Toda su alma va a poner en el empeño, pues «Su Majestad le ha mandado que lo procure con todas sus fuerzas», aunque le esperan «grandes desasosiegos y trabajos». Teresa de Jesús, fundadora. Se van a cruzar en su camino monjas y frailes, alguaciles y arrieros, señoras principales y albañiles, mercaderes y caballeros, curas y obispos, corregidores y mesoneros, teólogos, duquesas y príncipes, nuncios papales y hasta el mismo rey.

Teresa está bien preparada; fogueada por Dios, puede ya "repartir la fruta"; dará la talla, cruzará Castilla cabalgando a lomos de mula o en carreta, atravesará la nevada sierra de

Guadarrama en crueles invernadas, llegará hasta Andalucía y estará a punto de perecer ahogada en el difícil paso de una torrentera burgalesa. Camina ya dentro de la morada del Rey y su presencia y su actividad es la de Dios. Se eclipsó su luz en Alba. «Ya es tiempo de caminar. ¡Vayamos muy enhorabuena!» Maltrecha y agotada, rezumando Dios por todos sus poros, humanísima y celestial, soñadora y realista -equilibrada-, inteligentísima y práctica, decidida y trabajadora infatigable, haciéndose presente en toda Castilla y Andalucía con sus cartas, tan humanas y afectuosas, preocupada, tanto por las necesidades más ordinarias de la vida, como por el vuelo de sus corresponsales, y obediente a sus superiores, que eran sus hijos, hasta la muerte- Así tenía que ser. En Alba de Tormes a donde la conduce, medio muerta, la obediencia al padre Antonio de Jesús, provincial de Castilla, se paró aquel corazón singular cansado de tanto amar, agotado y consumido de amor teologal: «Al fin, muero hija de la Iglesia». Fueron sus últimas palabras, y en ellas ve encerrado todo el secreto de su vida:el deseo de servir a la Iglesia, «ayudar lo que pudiera a este Señor mío, que tan apretado le traen», y el temor de que la Iglesia no permitiera que ella la ayudara e impidiera el desarrollo de su carisma; que no la mantuviera en sus entrañas maternales, que pudo haber ocurrido, y no fue fácil que no ocurriera, pues los <tiempos eran recios». Guirnalda de flores. Al tiempo de morir Teresa, en la huerta, al pie de la ventana de su celda, las ramas secas de un arbolito, que nunca llevó fruto, ha reventado en una prodigiosa floración, cubriéndolo todo de armiño; ha repicado sencillamente a gloria con las campanillas blancas y sonrosadas de sus fragantes florecillas, que llenaron el aire de perfume ¡en octubre, y en la meseta castellana! Era un prodigio, realmente un prodigio, entre los muchos que acaecieron, remolinos de luces, olores deliciosos, misteriosas presencias, blancas palomas, claridades... Pero el arbolito cubierto de flores con sus corolas rientes y encendidas, tiene una connotación de doble signo: de la voz del Esposo de los Cantares: «Levántate, amada mía, ven a mí, porque ha pasado el invierno, y brotan las flores en la vega y la viña en flor dífunde perfume», y de la primavera de gracia que, a su muerte, dejaba la madre en la Iglesia, con sus hijas e hijos y sus libros: «Yo no conocí vi a la Madre Teresa de Jesús mientras estuvo en la tierra; mas ahora que vive en el Cielo, la conozco y veo casi siempre en dos imágenes vivas que nos dejó de sí, que son sus hijas y sus libros» (Fray Luis de León).

JESUS MARTI BALLESTER

 

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Pedro Sergio Antonio Donoso Brant

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