CAMINANDO DESCALZO
VIDA DE SANTA TERESA DE JESÚS
Doctora de la Iglesia
3. TOMA A LA
VIRGEN COMO MADRE
4. EL PELIGRO
DE LA MALA LECTURA Y LAS MODAS
6. DISIPACIONES,
LUCHA CON LA ORACIÓN Y JUSTIFICACIONES
15. LA REFORMA
DE LOS RELIGIOSOS CARMELITAS
16. NOMBRADA
SUPERIORA DE LA ENCARNACIÓN
18. LA
PERSECUCIÓN LLEVA A LA SEPARACIÓN ENTRE CALZADOS Y DESCALZOS
Se cree que la palabra
"Teresa" viene de la palabra griega "teriso" que se traduce
por "cultivar"; cultivadora. O de la palabra "terao" que
significa "cazar", "la cazadora". Como bien dice el Padre
Sálesman en su biografía, ambos títulos le quedan bien a
Santa Teresa, por ser ella "Cultivadora" de las virtudes y
"cazadora" de almas para llevarlas al cielo.
Santa Teresa es, sin duda, una de
las mujeres más grandes y admirables de la historia. Es una de las tres
doctoras de la Iglesia. Las otras dos son Santa Catalina de Siena y Santa
Teresita del Niño Jesús.
Sus padres eran Alonso
Sánchez de Cepeda y Beatriz Dávila y Ahumada. La santa habla de
ellos con gran cariño. Alonso Sánchez tuvo tres hijos de su
primer matrimonio, y Beatriz de Ahumada le dio otros nueve. Al referirse a sus
hermanos y medios hermanos, Santa Teresa escribe: "por la gracia de Dios,
todos se asemejan en la virtud a mis padres, excepto yo".
Teresa nació en la ciudad
castellana de Ávila, el 28 de marzo de
Teresa y su hermano consideraban que
los mártires habían comprado la gloria a un precio muy bajo y
resolvieron partir al país de los moros con la esperanza de morir por la
fe. Así pues, partieron de su casa a escondidas, rogando a Dios que les
permitiese dar la vida por Cristo; pero en Adaja se toparon con uno de sus
tíos, quien los devolvió a los brazos de su afligida madre.
Cuando ésta los reprendió, Rodrigo echó la culpa a su
hermana.
En vista del fracaso de sus
proyectos, Teresa y Rodrigo decidieron vivir como ermitaños en su propia
casa y empezaron a construir una celda en el jardín, aunque nunca
llegaron a terminarla. Teresa amaba desde entonces la soledad. En su
habitación tenía un cuadro que representaba al Salvador que hablaba
con la Samaritana y solía repetir frente a esa imagen:
"Señor, dame de beber para que no vuelva a tener sed".
3. TOMA
A LA VIRGEN COMO MADRE
La madre de Teresa murió
cuando ésta tenía catorce años. "En cuanto
empecé a caer en la cuenta de la pérdida que había
sufrido, comencé a entristecerme sobremanera; entonces me dirigí
a una imagen de Nuestra Señora y le rogué con muchas
lágrimas que me tomase por hija suya".
4. EL
PELIGRO DE LA MALA LECTURA Y LAS MODAS
Por aquella época, Teresa y
Rodrigo empezaron a leer novelas de caballerías y aun trataron de
escribir una. La santa confiesa en su "Autobiografía":
"Esos libros no dejaron de enfriar mis buenos deseos y me hicieron caer
insensiblemente en otras faltas. Las novelas de caballerías me gustaban
tanto, que no estaba yo contenta cuando no tenía una entre las manos.
Poco a poco empecé a interesarme por la moda, a tomar gusto en vestirme
bien, a preocuparme mucho del cuidado de mis manos, a usar perfumes y a emplear
todas las vanidades que el mundo aconsejaba a las personas de mi
condición". El cambio que paulatinamente se operaba en Teresa, no
dejó de preocupar a su padre, quien la envió, a los quince
años de edad a educarse en el convento de las agustinas de Avila, en el
que solían estudiar las jóvenes de su clase.
Un año y medio más
tarde, Teresa cayó enferma, y su padre la llevó a casa. La joven
empezó a reflexionar seriamente sobre la vida religiosa que le
atraía y le repugnaba a la vez. La obra que le permitió llegar a
una decisión fue la colección de "Cartas" de San
Jerónimo, cuyo fervoroso realismo encontró eco en el alma de
Teresa. La joven dijo a su padre que quería hacerse religiosa, pero
éste le respondió que tendría que esperar a que él
muriese para ingresar en el convento. La santa, temiendo flaquear en su
propósito, fue a ocultas a visitar a su amiga íntima, Juana
Suárez, que era religiosa en el convento carmelita de la
Encarnación, en Avila, con la intención de no volver, si Juana le
dejaba quedarse, a pesar de la pena que le causaba contrariar la voluntad de su
padre. "Recuerdo . . . que, al abandonar mi casa, pensaba que la tortura
de la agonía y de la muerte no podía ser peor a la que
experimentaba yo en aquel momento . . . El amor de Dios no era suficiente para
ahogar en mí el amor que profesaba a mi padre y a mis amigos".
La santa determinó quedarse
en el convento de la Encarnación. Tenía entonces veinte
años. Su padre, al verla tan resuelta, cesó de oponerse a su
vocación. Un año más tarde, Teresa hizo la profesión.
Poco después, se agravó un mal que había comenzado a
molestarla desde antes de profesar, y su padre la sacó del convento. La
hermana Juana Suárez fue a hacer compañía a Teresa, quien
se puso en manos de los médicos. Desgraciadamente, el tratamiento no
hizo sino empeorar la enfermedad, probablemente una fiebre palúdica. Los
médicos terminaron por darse por vencidos, y el estado de la enferma se
agravó.
Teresa consiguió soportar
aquella tribulación, gracias a que su tío Pedro, que era muy
piadoso, le había regalado un librito del P. Francisco de Osuna,
titulado: "El tercer alfabeto espiritual". Teresa siguió las
instrucciones de la obrita y empezó a practicar la oración
mental, aunque no hizo en ella muchos progresos por falta de un director
espiritual experimentado. Finalmente, al cabo de tres años, Teresa
recobró la salud.
6. DISIPACIONES,
LUCHA CON LA ORACIÓN Y JUSTIFICACIONES
Su prudencia, amabilidad y caridad,
a las que añadía un gran encanto personal, le ganaron la estima
de todos los que la rodeaban. Según la reprobable costumbre de los
conventos españoles de la época, las religiosas podían
recibir a cuantos visitantes querían, y Teresa pasaba gran parte de su
tiempo charlando en el recibidor del convento. Eso la llevó a descuidar
la oración mental y el demonio contribuyó, al inculcarle la
íntima convicción, bajo capa de humildad, de que su vida disipada
la hacía indigna de conversar familiarmente con Dios. Además, la
santa se decía para tranquilizarse, que no había ningún
peligro de pecado en hacer lo mismo que tantas otras religiosas mejores que
ella y justificaba su descuido de la oración mental, diciéndose
que sus enfermedades le impedían meditar. Sin embargo, añade la
santa, "el pretexto de mi debilidad corporal no era suficiente para
justificar el abandono de un bien tan grande, en el que el amor y la costumbre
son más importantes que las fuerzas. En medio de las peores enfermedades
puede hacerse la mejor oración, y es un error pensar que sólo se
puede orar en la soledad".
Poco después de la muerte de
su padre, el confesor de Teresa le hizo ver el peligro en que se hallaba su
alma y le aconsejó que volviese a la práctica de la
oración. La santa no la abandonó jamás desde entonces. Sin
embargo, no se decidía aún a entregarse totalmente a Dios ni a
renunciar del todo a las horas que pasaba en el recibidor y al intercambio de
regalillos. Es curioso notar que, en todos esos años de
indecisión en el servicio de Dios, Santa Teresa no se cansaba
jamás de oír sermones "por malos que fuesen"; pero el
tiempo que empleaba en la oración "se le iba en desear que los
minutos pasasen pronto y que la campana anunciase el fin de la
meditación, en vez de reflexionar en las cosas santas".
Convencida cada vez más de su
indignidad, Teresa invocaba con frecuencia a los grandes santos penitentes, San
Agustín y Santa María Magdalena, con quienes están
asociados dos hechos que fueron decisivos en la vida de la santa. El primero,
fue la lectura de las "Confesiones" de San Agustín. El segundo
fue un llamamiento a la penitencia que la santa experimentó ante una
imagen de la Pasión del Señor: "Sentí que Santa
María Magdalena acudía en mi ayuda . . . y desde entonces he
progresado mucho en la vida espiritual".
A la santa le atraían mas los
Cristos ensangrentados y manifestando profunda agonía. En una
ocasión, al detenerse ante un crucifijo muy sangrante le
preguntó: "Señor, ¿quién te puso así?,
y le pareció que una voz le decía: "Tus charlas en la sala
de visitas, esas fueron las que me pusieron así, Teresa". Ella se
echó a llorar y quedó terriblemente impresionada. Pero desde ese
día ya no vuelve a perder tiempo en charlas inútiles y en
amistades que no llevan a la santidad.
Una vez que Teresa se retiró
de las conversaciones del recibidor y de otras ocasiones de disipación y
de faltas (los santos son capaces de ver sus faltas), Dios empezó a
favorecerla frecuentemente con la oración de quietud y de unión.
La oración de unión ocupó un largo periodo de su vida, con
el gozo y el amor que le son característicos, y Dios empezó a
visitarla con visiones y comunicaciones interiores. Ello la inquietó,
porque había oído hablar con frecuencia de ciertas mujeres a las
que el demonio había engañado miserablemente con visiones
imaginarias. Aunque estaba persuadida de que sus visiones procedían de
Dios, su perplejidad la llevó a consultar el asunto con varias personas;
desgraciadamente no todas esas personas guardaron el secreto al que estaban
obligadas, y la noticia de las visiones de Teresa empezó a divulgarse
para gran confusión suya.
Una de las personas a las que
consultó Teresa fue Francisco de Salcedo, un hombre casado que era un
modelo de virtud. Este la presentó al Padre Daza, doctor tenido por muy
virtuoso, quien dictaminó que Teresa era víctima de los
engaños del demonio, ya que era imposible que Dios concediese favores
tan extraordinarios a una religiosa tan imperfecta como ella pretendía
ser. Teresa quedó alarmada e insatisfecha. Francisco de Salcedo, a quien
la propia santa afirma que debía su salvación, la animó en
sus momentos de desaliento y le aconsejó que acudiese a uno de los
padres de la recién fundada Compañía de Jesús. La
santa hizo una confesión general con un jesuita, a quien expuso su
manera de orar y los favores que había recibido. El jesuita le
aseguró que se trataba de gracia de Dios, pero la exhortó a no
descuidar el verdadero fundamento de la vida interior. Aunque el confesor de
Teresa estaba convencido de que sus visiones procedían de Dios, le
ordenó que tratase de resistir durante dos meses a esas gracias. La
resistencia de la santa fue en vano.
Otro jesuita, el P. Baltasar
Alvarez, le aconsejó que pidiese a Dios ayuda para hacer siempre lo que
fuese más agradable a sus ojos y que, con ese fin, recitase diariamente
el "Veni Creator Spiritus". Así lo hizo Teresa. Un día,
precisamente cuando repetía el himno, fue arrebatada en éxtasis y
oyó en el interior de su alma estas palabras: "No quiero que
converses con los hombres sino con los ángeles".
…Ella dirá
después: "El Espíritu Santo como fuerte huracán hace
adelantar más en una hora la navecilla de nuestra alma hacia la
santidad, que lo que nosotros habíamos conseguido en meses y años
remando con nuestras solas fuerzas".
La santa, que tuvo en su vida
posterior repetidas experiencias de palabras divinas afirma que son más
claras y distintas que las humanas; dice también que las primeras son
operativas, ya que producen en el alma una tendencia a la virtud y la dejan
llena de gozo y de paz, convencida de la verdad de lo que ha escuchado.
En la época en que el P.
Alvarez fue su director, Teresa sufrió graves persecuciones, que duraron
tres años; además, durante dos años, atravesó por
un periodo de intensa desolación espiritual, aliviado por momentos de
luz y consuelo extraordinarios. La santa quería que los favores que Dios
le concedía, permaneciesen secretos, pero las personas que la rodeaban
estaban perfectamente al tanto y, en más de una ocasión, la
acusaron de hipocresía y presunción.
El P. Alvarez era un hombre bueno y
timorato, que no tuvo el valor suficiente para salir en defensa de su dirigida,
aunque siguió confesándola. Lamentablemente, los mediocres
siempre son la mayoría. Estos se molestan ante la auténtica santidad
porque no saben como lidiar con las intervenciones sobrenaturales por claras
que sean. Prefieren descartarlas o ignorarlas, asumiendo que son producto de la
exageración o el desequilibrio. Para justificar su posición
apelan a las verdaderas exageraciones y desequilibrios y agrupan lo
auténtico con lo falso. En otras palabras, carecen de discernimiento
espiritual.
En 1557, San Pedro de
Alcántara pasó por Avila y, naturalmente, fue a visitar a la
famosa carmelita. El santo declaró que le parecía evidente que el
Espíritu de Dios guiaba a Teresa, pero predijo que las persecuciones y
sufrimientos seguirían lloviendo sobre ella. Las pruebas que Dios le
enviaba purificaron el alma de la santa, y los favores extraordinarios le
enseñaron a ser humilde y fuerte, la despegaron de las cosas del mundo y
la encendieron en el deseo de poseer a Dios.
En algunos de sus éxtasis, de
los que nos dejó la santa una descripción detallada, se elevaba
hasta un metro. Después de una de aquellas visiones escribió la
bella poesía que dice: "Tan alta vida espero que muero porque no
muero".A este propósito, comenta Teresa: Dios "no parece
contentarse con arrebatar el alma a Sí, sino que levanta también
este cuerpo mortal, manchado con el barro asqueroso de nuestros pecados".
En esos éxtasis se manifestaban la grandeza y bondad de Dios, el exceso
de su amor y la dulzura de su servicio en forma sensible, y el alma de Teresa
lo comprendía con claridad, aunque era incapaz de expresarlo. El deseo
del cielo que dejaban las visiones en su alma era inefable. "Desde
entonces, dejé de tener miedo a la muerte, cosa que antes me atormentaba
mucho". Las experiencias místicas de la santa llegaron a las
alturas de los esponsales espirituales, el matrimonio místico y la
transverberación.
Santa Teresa nos dejó el
siguiente relato sobre el fenómeno de la transverberación:
"Vi a mi lado a un ángel que se hallaba a mi izquierda, en forma
humana. Confieso que no estoy acostumbrada a ver tales cosas, excepto en muy
raras ocasiones. Aunque con frecuencia me acontece ver a los ángeles, se
trata de visiones intelectuales, como las que he referido más arriba . .
. El ángel era de corta estatura y muy hermoso; su rostro estaba
encendido como si fuese uno de los ángeles más altos que son todo
fuego. Debía ser uno de los que llamamos querubines . . . Llevaba en la
mano una larga espada de oro, cuya punta parecía un ascua encendida. Me
parecía que por momentos hundía la espada en mi corazón y
me traspasaba las entrañas y, cuando sacaba la espada, me parecía
que las entrañas se me escapaban con ella y me sentía arder en el
más grande amor de Dios. El dolor era tan intenso, que me hacía
gemir, pero al mismo tiempo, la dulcedumbre de aquella pena excesiva era tan
extraordinaria, que no hubiese yo querido verme libre de ella.
El anhelo de Teresa de morir pronto
para unirse con Dios, estaba templado por el deseo que la inflamaba de sufrir
por su amor. A este propósito escribió: "La única
razón que encuentro para vivir, es sufrir y eso es lo único que
pido para mí". Según reveló la autopsia en el
cadáver de la santa, había en su corazón la cicatriz de
una herida larga y profunda.
El año siguiente (1560), para
corresponder a esa gracia, la santa hizo el voto de hacer siempre lo que le
pareciese más perfecto y agradable a Dios. Un voto de esa naturaleza
está tan por encima de las fuerzas naturales, que sólo el
esforzarse por cumplirlo puede justificarlo. Santa Teresa cumplió
perfectamente su voto.
El relato que la santa nos
dejó en su "Autobiografía" sobre sus visiones y
experiencias espirituales da muestra de una extraordinaria sencillez de estilo
y de una preocupación constante por no exagerar los hechos. La Iglesia
califica de "celestial" la doctrina de Santa Teresa, en la
oración del día de su fiesta. Las obras de la mística
Doctora" ponen al descubierto los rincones más recónditos
del alma humana. La santa explica con una claridad casi increíble las
experiencias más inefables. Y debe hacerse notar que Teresa era una
mujer relativamente inculta, que escribió sus experiencias en la
común lengua castellana de los habitantes de Avila, que ella
había aprendido "en el regazo de su madre"; una mujer que
escribió sin valerse de otros libros, sin haber estudiado previamente las
obras místicas y sin tener ganas de escribir, porque ello le
impedía dedicarse a hilar; una mujer, en fin, que sometió sin
reservas sus escritos al juicio de su confesor y sobre todo, al juicio de la
Iglesia. La santa empezó a escribir su autobiografía por mandato
de su confesor" "La obediencia se prueba de diferentes maneras".
Por otra parte, el mejor comentario
de las obras de la santa es la paciencia con que sobrellevó las
enfermedades, las acusaciones y los desengaños; la confianza absoluta
con que acudía en todas las tormentas y dificultades al Redentor
crucificado y el invencible valor que demostró en todas las penas y
persecuciones. Los escritos de Santa Teresa subrayan sobre todo el
espíritu de oración, la manera de practicarlo y los frutos que
produce. Como la santa escribió precisamente en la época en que
estaba consagrada a la difícil tarea de fundar conventos de carmelitas
reformadas, sus obras, prescindiendo de su naturaleza y contenido, dan
testimonio de su vigor, industriosidad y capacidad de recogimiento.
Santa Teresa escribió el
"Camino de Perfección" para dirigir a sus religiosas, y el
libro de las "Fundaciones" para edificarlas y alentarlas. En cuanto
al "Castillo Interior", puede considerarse que lo escribió
para instrucción de todos los cristianos, y en esa obra se muestra la
santa como verdadera doctora de la vida espiritual.
Las carmelitas, como la
mayoría de las religiosas, habían decaído mucho del primer
fervor, a principios del siglo XVI. Ya hemos visto que los recibidores de los
conventos de Avila eran una especie de centro de reunión de las damas y
caballeros de la ciudad. Por otra parte, las religiosas podían salir de
la clausura con el menor pretexto, de suerte que el convento era el sitio ideal
para quien deseaba una vida fácil y sin problemas. Las comunidades eran
sumamente numerosas, lo cual era a la vez causa y efecto de la
relajación. Por ejemplo, en el convento de Avila había 140
religiosas.
Santa Teresa comenta más
tarde: "La experiencia me ha enseñado lo que es una casa llena de
mujeres. ¡Dios nos guarde de ese mal" Ya que tal estado de cosas se
aceptaba como normal, las religiosas no caían generalmente en la cuenta
de que su modo de vida se apartaba mucho del espíritu de sus fundadores.
Así, cuando una sobrina de Santa Teresa, que era también religiosa
en el convento de la Encarnación de Avila, le sugirió la idea de
fundar una comunidad reducida, la santa la consideró como una especie de
revelación del cielo, no como una idea ordinaria. Teresa, que llevaba ya
veinticinco años en el convento, resolvió poner en
práctica la idea y fundar un convento reformado. Doña Guiomar de
Ulloa, que era una viuda muy rica, le ofreció ayuda generosa para la
empresa.
San Pedro de Alcántara, San
Luis Beltrán y el obispo de Avila, aprobaron el proyecto, y el P. Gregorio
Fernández, provincial de las carmelitas, autorizó a Teresa a
ponerlo en práctica. Sin embargo, el revuelo que provocó la
ejecución del proyecto hizo que el provincial retirase el permiso y
Santa Teresa fue objeto de las críticas de sus propias hermanas, de los
nobles, de los magistrados y de todo el pueblo. A pesar de eso, el P.
Ibañez, dominico, alentó a la santa a proseguir la empresa con la
ayuda de Doña Guiomar. Doña Juana de Ahumada, hermana de Santa
Teresa, emprendió con su esposo la construcción de un convento en
Avila en 1561, pero haciendo creer a todos que se trataba de una casa en la que
pensaban habitar. En el curso de la construcción, una pared del futuro
convento se derrumbó y cubrió bajo los escombros al pequeño
Gonzalo, hijo de Doña Juana, que se hallaba ahí jugando. Santa
Teresa tomó en brazos al niño, que no daba ya señales de
vida, y se puso en oración; algunos minutos más tarde, el
niño estaba perfectamente sano, según consta en el proceso de
canonización. En lo sucesivo, Gonzalo solía repetir a su
tía que estaba obligada a pedir por su salvación, puesto que a
sus oraciones debía el verse privado del cielo.
Por entonces, llegó de Roma
un breve que autorizaba la fundación del nuevo convento. San Pedro de
Alcántara, Don Francisco de Salcedo y el Dr. Daza, consiguieron ganar al
obispo a la causa, y la nueva casa se inauguró bajo sus auspicios el
día de San Bartolomé de 1562. Durante la misa que se
celebró en la capilla con tal ocasión, tomaron el velo la sobrina
de la santa y otras tres novicias.
La inauguración causó
gran revuelo en Avila. Esa misma tarde, la superiora del convento de la
Encarnación mandó llamar a Teresa y la santa acudió con
cierto temor, "pensando que iban a encarcelarme". Naturalmente tuvo
que explicar su conducta a su superiora y al P. Angel de Salazar, provincial de
la orden. Aunque la santa reconoce que no faltaba razón a sus superiores
para estar disgustados, el P. Salazar le prometió que podría
retornar al convento de San José en cuanto se calmase la
excitación del pueblo.
La fundación no era bien
vista en Avila, porque las gentes desconfiaban de las novedades y temían
que un convento sin fondos suficientes se convirtiese en una carga demasiado
pesada para la ciudad. El alcalde y los magistrados hubiesen acabado por mandar
demoler el convento, si no los hubiese disuadido de ello el dominico
Báñez. Por su parte, Santa Teresa no perdió la paz en
medio de las persecuciones y siguió encomendando a Dios el asunto; el
Señor se le apareció y la reconfortó.
Entre tanto, Francisco de Salcedo y
otros partidarios de la fundación enviaron a la corte a un sacerdote
para que defendiese la causa ante el rey, y los dos dominicos,
Báñez e Ibáñez, calmaron al obispo y al provincial.
Poco a poco fue desvaneciéndose la tempestad y, cuatro meses más
tarde, el P. Salazar dio permiso a Santa Teresa de volver al convento de San
José, con otras cuatro religiosas de la Encarnación.
La santa estableció la
más estricta clausura y el silencio casi perpetuo. El convento carecía
de rentas y reinaba en él la mayor pobreza; Las religiosas
vestían toscos hábitos, usaban sandalias en vez de zapatos (por
ello se les llamó "descalzas") y estaban obligadas a la
perpetua abstinencia de carne. Santa Teresa no admitió al principio
más que a trece religiosas, pero más tarde, en los conventos que
no vivían sólo de limosnas sino que poseían rentas,
aceptó que hubiese veintiuna.
Teresa, la gran mística, no
descuidaba las cosas prácticas sino que las atendía según
era necesario. Sabía utilizar las cosas materiales para el servicio de
Dios. En una ocasión dijo: "Teresa sin la gracia de Dios es una
pobre mujer; con la gracia de Dios, una fuerza; con la gracia de Dios y mucho
dinero, una potencia".
En 1567, el superior general de los
carmelitas, Juan Bautista Rubio (Rossi), visitó el convento de Avila y
quedó encantado de la superiora y de su sabio gobierno; concedió
a Santa Teresa plenos poderes para fundar otros conventos del mismo tipo (a
pesar de que el de San José había sido fundado sin que él
lo supiese) y aun la autorizó a fundar dos conventos de frailes
reformados ("carmelitas contemplativos"), en Castilla.
Santa Teresa pasó cinco
años con sus trece religiosas en el convento de san José,
precediendo a sus hijas no sólo en la oración, sino
también en los trabajos humildes, como la limpieza de la casa y el
hilado. Acerca de esa época escribió: "Creo que fueron los
años más tranquilos y apacibles de mi vida, pues disfruté
entonces de la paz que tanto había deseado mi alma . . . Su Divina
Majestad nos enviaba lo necesario para vivir sin que tuviésemos
necesidad de pedirlo, y en las raras ocasiones en que nos veíamos en
necesidad, el gozo de nuestras almas era todavía mayor".
La santa no se contenta con
generalidades, sino que desciende a ejemplos menudos, como el de la religiosa
que plantó horizontalmente un pepino por obediencia y la
cañería que llevó al convento el agua de un pozo que,
según los plomeros, era demasiado bajo.
En agosto de 1567, Santa Teresa se
trasladó a Medina del Campo, donde fundó el segundo convento, a
pesar de las múltiples dificultades que surgieron. A petición de
la condesa de la Cerda se fundo un convento en Malagón. Después
siguieron los de Valladolid y Toledo. Esta última fue una empresa
especialmente difícil porque la santa sólo tenía cinco
ducados al comenzar; pero, según escribía, "Teresa y cinco
ducados no son nada; pero Dios, Teresa y cinco ducados bastan y sobran".
Una joven de Toledo, que gozaba de
gran fama de virtud, pidió ser admitida en el convento y dijo a la
fundadora que traería consigo su Biblia. Teresa exclamó:
"¿Vuestra Biblia? ¡Dios nos guarde! No entréis en
nuestro convento, porque nosotras somos unas pobres mujeres que sólo
sabemos hilar y hacer lo que se nos dice". No es que la santa rechazare la Biblia,
sino que supo descubrir que esta se habría convertido en un pretexto
para faltar en humildad.
15. LA
REFORMA DE LOS RELIGIOSOS CARMELITAS
La santa había encontrado en Medina
del Campo a dos frailes carmelitas que estaban dispuestos a abrazar la reforma:
uno era Antonio de Jesús de Heredia, superior del convento de dicha
ciudad y el otro, Juan de Yepes, más conocido con el nombre de San Juan
de la Cruz.
Aprovechando la primera oportunidad
que se le ofreció, Santa Teresa fundó un convento de frailes en
el pueblecito de Duruelo en 1568; a este siguió, en 1569, el convento de
Pastrana. En ambos reinaba la mayor pobreza y austeridad. Santa Teresa dejó
el resto de las fundaciones de conventos de frailes a cargo de San Juan de la
Cruz.
Nuevas fundaciones, dificultades y
gracias extraordinarias
La santa fundó también
en Pastrana un convento de carmelitas descalzas. Cuando murió Don Ruy
Gómez de Silva, quien había ayudado a Teresa en la
fundación de los conventos de Pastrana, su mujer quiso hacerse
carmelita, pero exigiendo numerosas dispensas de la regla y conservando el tren
de vida de una princesa. Teresa, viendo que era imposible reducirla a la
humanidad propia de su profesión, ordenó a sus religiosas que se
trasladasen a Segovia y dejasen a la princesa su casa de Pastrana.
En 1570, la santa, con otra
religiosa, tomó posesión en Salamanca de una casa que hasta
entonces había estado ocupada por ciertos estudiantes "que se preocupaban
muy poco de la limpieza". Era un edificio grande, complicado y ruinoso, de
suerte que al caer la noche la compañera de la santa empezó a
ponerse muy nerviosa. Cuando se hallaban ya acostadas en sendos montones de
paja ("lo primero que llevaba yo a un nuevo monasterio era un poco de paja
para que nos sirviese de lecho"), Teresa preguntó a su
compañera en qué pensaba. La religiosa respondió:
"Estaba yo pensando en qué haría su reverencia si muriese yo
en este momento y su reverencia quedase sola con un cadáver". La
santa confiesa que la idea la sobresaltó, porque, aunque no tenía
miedo de los cadáveres, la vista de ellos le producía siempre
"un dolor en el corazón". Sin embargo, respondió
simplemente: "Cuando eso suceda, ya tendré tiempo de pensar lo que
haré, por el momento lo mejor es dormir".
En julio de ese año, mientras
se hallaba haciendo oración, tuvo una visión del martirio de los
beatos jesuitas Ignacio de Azevedo y sus compañeros, entre los que se
contaba su pariente Francisco Pérez Godoy. La visión fue tan
clara, que Teresa tenía la impresión de haber presenciado
directamente la escena, e inmediatamente la describió detalladamente al
P. Alvarez, quien un mes más tarde, cuando las nuevas del martirio
llegaron a España, pudo comprobar la exactitud de la visión de la
santa.
16. NOMBRADA
SUPERIORA DE LA ENCARNACIÓN
Por entonces, San Pío V
nombró a varios visitadores apostólicos para que hiciesen una
investigación sobre la relajación de las diversas órdenes
religiosas, con miras a la reforma. El visitador de los carmelitas de Castilla
fue un dominico muy conocido, el P. Pedro Fernández. El efecto que le
produjo el convento de La Encarnación de Avila fue muy malo, e
inmediatamente mandó llamar a Santa Teresa para nombrarla superiora del
mismo. La tarea era particularmente desagradable para la santa, tanto porque
tenía que separarse de sus hijas, como por la dificultad de dirigir una
comunidad que, desde el principio, había visto con recelo sus
actividades de reformadora.
Al principio, las religiosas se
negaron a obedecer a la nueva superiora, cuya sola presencia producía
ataques de histeria en algunas. La santa comenzó por explicarles que su
misión no consistía en instruirlas y guiarlas con el
látigo en la mano, sino en servirlas y aprender de ellas: "Madres y
hermanas mías, el Señor me ha enviado aquí por la voz de
la obediencia a desempeñar un oficio en el que yo jamás
había pensado y para el que me siento muy mal preparada . . . Mi
única intención es serviros . . . No temáis mi gobierno.
Aunque he vivido largo tiempo entre las carmelitas descalzas y he sido su
superiora, sé también, por la misericordia del Señor,
cómo gobernar las carmelitas calzadas". De esta manera se
ganó la simpatía y el afecto de la comunidad y le fue menos
difícil restablecer la disciplina entre las carmelitas calzadas, de
acuerdo con sus constituciones. Poco a poco prohibió completamente las
visitas demasiado frecuentes (lo cual molestó mucho a ciertos caballeros
de Avila), puso en orden las finanzas del convento e introdujo el verdadero
espíritu del claustro. En resumen, fue aquella una realización
característicamente teresiana.
En Veas, a donde había ido a
fundar un convento, la santa conoció al P. Jerónimo
Gracián, quien la convenció fácilmente para que extendiese
su campo de acción hasta Sevilla. El P. Gracián era un fraile de
la reforma carmelita que acababa precisamente de predicar la cuaresma en
Sevilla.
Fuera de la fundación del
convento de San José de Avila, ninguna otra fue más difícil
que la de Sevilla; entre otras dificultades, una novicia que había sido
despedida, denunció a las carmelitas descalzas ante la
Inquisición como "iluminadas" y otras cosas peores.
18. LA
PERSECUCIÓN LLEVA A LA SEPARACIÓN ENTRE CALZADOS Y DESCALZOS
Los carmelitas de Italia
veían con malos ojos el progreso de la reforma en España, lo
mismo que los carmelitas no reformados de España, pues
comprendían que un día u otro se verían obligados a
reformarse. El P. Rubio, superior general de la orden, quien hasta entonces
había favorecido a santa Teresa, se pasó al lado de sus enemigos
y reunió en Plasencia un capítulo general que aprobó una
serie de decretos contra la reforma. El nuevo nuncio apostólico, Felipe
de Sega, destituyó al P. Gracián de su cargo de visitador de los
carmelitas descalzos y encarceló a San Juan de la Cruz en un monasterio;
por otra parte, ordenó a Santa Teresa que se retirase al convento que
ella eligiera y que se abstuviese de fundar otros nuevos.
La santa, al mismo tiempo que
encomendaba el asunto a Dios, decidió valerse de los amigos que
tenía en el mundo y consiguió que el propio Felipe II
interviniese en su favor. En efecto, el monarca convocó al nuncio y le
reprendió severamente por haberse opuesto a la reforma del Carmelo.
En 1580 obtuvo de Roma una orden que
eximía a los carmelitas descalzos de la jurisdicción del
provincial de los calzados. "Esa separación fue uno de los mayores
gozos y consolaciones de mi vida, pues en aquellos veinticinco años nuestra
orden había sufrido más persecuciones y pruebas de las que yo
podría escribir en un libro. Ahora estábamos por fin en paz,
calzados y descalzos, y nada iba a distraernos del servicio de Dios".
Indudablemente Santa Teresa era una
mujer excepcionalmente dotada. Su bondad natural, su ternura de corazón
y su imaginación chispeante de gracia, equilibradas por una
extraordinaria madurez de juicio y una profunda intuición, le ganaban
generalmente el cariño y el respeto de todos. Razón tenía
el poeta Crashaw al referirse a Santa Teresa bajo los símbolos
aparentemente opuestos de "el águila" y "la paloma".
Cuando le parecía necesario, la santa sabía hacer frente a las
más altas autoridades civiles o eclesiásticas, y los ataques del
mundo no le hacían doblar la cabeza. Las palabras que dirigió al
P. Salazar: "Guardaos de oponeros al Espíritu Santo", no
fueron el reto de una histérica sino la verdad. Y no fue un abuso de
autoridad lo que la movió a tratar con dureza implacable a una superiora
que se había incapacitado a fuerza de hacer penitencia. Pero el
águila no mata a la paloma, como puede verse por la carta que
escribió a un sobrino suyo que llevaba una vida alegre y disipada:
"Bendito sea Dios porque os ha guiado en la elección de una mujer
tan buena y ha hecho que os caséis pronto, pues habíais empezado
a disiparos desde tan joven, que temíamos mucho por vos. Esto os
mostrará el amor que os profeso". La santa tomó a su cargo a
la hija ilegítima y a la hermana del joven, la cual tenía
entonces siete años: "Las religiosas deberíamos tener
siempre con nosotras a una niña de esa edad".
El ingenio y la franqueza de Teresa
jamás sobrepasaban la medida, ni siquiera cuando los empleaba como un
arma. En cierta ocasión en que un caballero indiscreto alabó la
belleza de sus pies descalzos, Teresa se echó a reír y le dijo
que los mirase bien porque jamás volvería a verlos. Los famosos
dichos "Bien sabéis lo que es una comunidad de mujeres" e
"Hijas mías, estas son tonterías de mujeres",
demuestran el realismo con que la santa consideraba a sus súbditas.
Criticando un escrito de su buen
amigo Francisco de Salcedo, Teresa le escribía: "El señor
Salcedo repite constantemente: 'Como dice el Espíritu Santo', y termina
declarando que su obra es una serie de necedades. Me parece que voy a
denunciarle a la Inquisición".
La intuición de Santa Teresa
se manifestaba sobre todo en la elección de las novicias. Lo primero que
exigía, aun antes que la piedad, era que fuesen inteligentes, es decir,
equilibradas y maduras, porque sabía que es más fácil
adquirir la piedad que la madurez de juicio. "Una persona inteligente es
sencilla y sumisa, porque ve sus faltas y comprende que tiene necesidad de un
guía. Una persona tonta y estrecha es incapaz de ver sus faltas, aunque
se las pongan delante de los ojos; y como está satisfecha de sí
misma, jamás se mejora". "Aunque el Señor diese a esta
joven los dones de la devoción y la contemplación, jamás llegará
a ser inteligente, de suerte que será siempre una carga para la
comunidad". ¡Que Dios nos guarde de las monjas tontas!"
En 1580, cuando se llevó a
cabo la separación de las dos ramas del Carmelo, Santa Teresa
tenía ya sesenta y cinco años y su salud estaba muy debilitada.
En los dos últimos años de su vida fundó otros dos
conventos, lo cual hacía un total de diecisiete. Las fundaciones de la
santa no eran simplemente un refugio de las almas contemplativas, sino
también una especie de reparación de los destrozos llevados a
cabo en los monasterios por el protestantismo, principalmente en Inglaterra y
Alemania.
Dios tenía reservada para los
últimos años de vida de su sierva, la prueba cruel de que
interviniera en el proceso legal del testamento de su hermano Lorenzo, cuya
hija era superiora en el convento de Valladolid. Como uno de los abogados
tratase con rudeza a la santa, ésta replicó: "Quiera Dios
trataros con la cortesía con que vos me tratáis a
mí". Sin embargo, Teresa se quedó sin palabra cuando su
sobrina, que hasta entonces había sido una excelente religiosa, la puso
a la puerta del convento de Valladolid, que ella misma había fundado.
Poco después, la santa escribía a la madre de María de San
José: "Os suplico, a vos y a vuestras religiosas, que no
pidáis a Dios que me alargue la vida. Al contrario, pedidle que me lleve
pronto al eterno descanso, pues ya no puedo seros de ninguna utilidad".
En la fundación del convento
de Burgos, que fue la última, las dificultades no escasearon. En julio de
1582, cuando el convento estaba ya en marcha, Santa Teresa tenía la
intención de retornar a Avila, pero se vio obligada a modificar sus
planes para ir a Alba de Tormes a visitar a la duquesa María
Henríquez. La Beata Ana de San Bartolomé refiere que el viaje no
estuvo bien proyectado y que Santa Teresa se hallaba ya tan débil, que
se desmayó en el camino. Una noche sólo pudieron comer unos
cuantos higos. Al llegar a Alba de Tormes, la santa tuvo que acostarse
inmediatamente. Tres días más tarde, dijo a la Beata Ana:
"Por fin, hija mía, ha llegado la hora de mi muerte". El P.
Antonio de Heredia le dio los últimos sacramentos y le preguntó
donde quería que la sepultasen. Teresa replicó sencillamente:
"¿Tengo que decidirlo yo? ¿Me van a negar aquí un
agujero para mi cuerpo?" Cuando el P. de Heredia le llevó el
viático, la santa consiguió erguirse en el lecho, y
exclamó: "¡Oh, Señor, por fin ha llegado la hora de
vernos cara a cara!" Santa Teresa de Jesús, visiblemente
transportada por lo que el Señor le mostraba, murió en brazos de
la Beata Ana a las 9 de la noche del 4 de octubre de 1582.
Precisamente al día
siguiente, entró en vigor la reforma gregoriana del calendario, que
suprimió diez días, de suerte que la fiesta de la santa fue
fijada, más tarde, el 15 de octubre.
Santa Teresa fue sepultada en Alba
de Tormes, donde reposan todavía sus reliquias.
Su canonización tuvo lugar en
1622.
El 27 de septiembre de 1970 Pablo VI
le reconoció el título de Doctora de la Iglesia.
En la actualidad, las carmelitas
descalzas son aprox. 14.000 en 835 conventos en el mundo. Los carmelitas
descalzos son 3.800 en 490 conventos.
FUENTES: