Sus primeras obras pictóricas están influidas por el movimiento cubista. (Foto: Archivo)

SAN JUAN DE LA CRUZ Y LA NECESIDAD DEL SILENCIO

Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant


1.      Callando, para que hable Dios

El silencio es el instante privilegiado de la oración, de la unión con él amado y el santo padre San Juan de la Cruz, quien conoce bien de esta virtud, nos puede ayudar a entender sobre nuestra necesidad de silencio. Vivimos insertos en un mundo donde el silencio se ofrece casi como consumo, viajes, aislamiento, soledades, pero ninguna de esas ofertas nos transformara en espirituales o contemplativos.

Por otra parte, el hombre espiritual comparte con sus semejantes su profundidad, su interior, porque necesariamente es tiempo de convivir y relacionarnos humanamente con nuestros hermanos, en un dialogo amoroso, solidario, y para esto resulta extraño hablar de silencio. Pero estamos necesitados de salir al encuentro del rostro de Dios, de su palabra, de su espíritu y se nos hace necesario un espacio de silencio y soledad. Ciertamente en el recogimiento, alcanzamos al que deseamos que permanezca en nosotros y como los peregrinos que lo reconocieron en la fracción del pan decimos; “Quédate con nosotros, porque atardece y el día ya ha declinado” (Lc 24,29)

Soledad y silencio, para tener un corazón dispuesto a acoger y oír al amado. Soledad y silencio para que nada nos impida ir al encuentro con El. Soledad y silencio para descubrir que estamos habitados por el Dios Trinidad. Soledad y silencio para dialogar con el amor eterno, que en silencio habla.

Enseña el Santo Padre San Juan de la Cruz (Dichos de luz y amor) “Una palabra habló el Padre, que fue su Hijo, y ésta habla siempre en eterno silencio, y en silencio ha de ser oída del alma”.

Canta el salmista “Guardaré mis caminos, sin pecar con mi lengua, pondré un freno en mi boca, mientras esté ante mí el impío. Enmudecí, quedé en silencio y calma”. Comenta San Juan de la Cruz de este salmo; “Esto dice, porque le parecía que los bienes de su alma estaban tan acabados, que no solamente no había ni hallaba lenguaje de ellos, más acerca de los ajenos también enmudeció con el dolor del conocimiento de su miseria.” (N 12,8)

San Juan de la Cruz nos recuerda que; “para lo cual todos esos medios y ejercicios sensitivos de potencias han de quedar atrás y en silencio, para que Dios de suyo obre en el alma la divina unión” (3 S 2,2) y más adelante sigue; “Por lo cual, mejor es aprender a poner las potencias en silencio y callando, para que hable Dios” (3 S 3, 4)

2.      El silencio, que no nos ha de hacer mal

Teresa de Jesús recuerda a sus monjas (Camino de Perfección); “Dice en la primera regla nuestra que oremos sin cesar. (Para inculcarles que era preciso orar siempre sin desfallecer Lc 18,1) Con que se haga esto con todo el cuidado que pudiéremos, que es lo más importante, no se dejarán de cumplir los ayunos y disciplinas y silencio que manda la Orden” (C 4,2) y más adelante agrega que; “el silencio, que no nos ha de hacer mal”  (C 10, 6) y en la VII Moradas asegura; “En este templo de Dios, en esta morada suya, sólo él y el alma se gozan con grandísimo silencio.”  (VII M 3,11)

Le preguntaron a Santa Isabel de la Trinidad: ¿Cuál es el punto que prefieres de la Regla? Y respondió ella: “El silencio.” A los 15 años, en sus poesías, Isabel Catez soñaba con estar en soledad con su Cristo, ella escribe en agosto de 1896 en una de sus poesías; “Vivir contigo solitaria” Luego a los 19 años anota en una noche en su diario: “Pronto seré totalmente tuya, viviré en la soledad, a solas contigo, me ocupare solamente de Ti, viviré únicamente para Ti, y tan solo contigo conversaré” (Diario Espiritual, noche, 27 de marzo de 1899, Obras Completas, página 70).

La santa Madre Teresa de Jesús, enseñó a sus hijas las monjas que orar es: “tratar de amistad estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama” (V 8,5), que “hemos de procurar estar a solas” (C 24,4) que: “lo mucho que importa este entrarnos a solas con Dios” (C 35,5) y que: “para vivir siempre en él las que a solas quisieren gozar de su esposo Cristo, que esto es siempre lo que han de pretender, y solas con él solo” (V 38,4) El testimonio que se debe dar a Dios es en solitario, a solas con él, donde la mirada queda fija en Él sólo, en un ardiente olvido de todo lo demás: manifestación silenciosa, pero conmovedora, de que sólo la Belleza divina merece la atención de un alma elevada por la gracia hasta él. Como recita La santa madre Teresa de Jesús: “Sólo Dios basta.”

¿Es necesario el silencio? El Beato P. Maria Eugenio del Niño Jesús comenta en su libro “Quiero ver a Dios”; “El don de sí provoca la misericordia divina; la humildad aumenta la capacidad receptiva del alma; el silencio asegura a la acción de Dios toda su eficacia.”

Recomienda Santa Teresa; “También se pueden imitar los santos en procurar soledad y silencio y otras muchas virtudes, que no nos matarán”  (V 13,7) Imitar a los santos para orar y a estar en silencio ante Dios para escucharle. Y entonces nos apartamos del  ruido, del trajín, de hacer todo a prisa y de los nervios. Ausentarnos de la vida común para presentarnos a Dios. Silencio para abrirse al Espíritu. Ponernos pasivos, para que el alma se llene de dinamismo divino. San Juan de la Cruz, explica que los bienes sobrenaturales que vienen de Dios, por sólo infusión suya, los pone en el alma pasiva y secretamente, en el silencio.  (Cfr. N 2. 14).

Nuestro silencio, para tratar amistosamente con El, solo se logra si nuestra alma está en paz, con Dios y con todos, por eso Teresa dice que; “lo que mucho conviene para este camino que comenzamos a tratar es paz y sosiego en el alma.” (C 34,3) Es en paz donde podemos alabar a Dios desde lo más íntimo, añade Teresa; “Y tengo para mí, que es con razón, porque tanto gozo interior de lo muy íntimo del alma, y con tanta paz, y que todo su contento provoca a alabanzas de Dios,  (VI M 6,11)

Teresa de Jesús nos ha hecho comprender que el recogimiento es necesario si queremos descubrir la presencia de Dios en el alma y las riquezas que en ella ha depositado.

3.      La necesidad del silencio

En el Libro Subida al Monte Carmelo, enseña el santo Padre san Juan de la Cruz: “para pasar adelante en contemplación a unión de Dios, para lo cual todos esos medios y ejercicios sensitivos de potencias han de quedar atrás y en silencio, para que Dios de suyo obre en el alma la divina unión” (3 S 2,2).

Entonces, siguiendo las enseñanzas de nuestros santos carmelitas, me parece necesario hablar de la necesidad del silencio. Pero además debemos hablar no solo de la importancia, también de las dificultades y de las formas de silencios, y de la relación que hay entre silencio y soledad. San Juan de la Cruz nos enseña y nos anima a descubrir aquellas situaciones “para que no impidan al alma los bienes sobrenaturales de la unión de amor de Dios, porque durante la viveza y operación de éstos no puede ser; porque toda su obra y movimiento natural antes estorba que ayuda a recibir los bienes espirituales de la unión de amor, por cuanto queda corta toda habilidad natural acerca de los bienes sobrenaturales que Dios por sólo infusión suya pone en el alma pasiva y secretamente, en el silencio.” (N 2, 14-1)

Mantenerse en paz y sosiego como un recién nacido es el ejemplo que pone el salmista; “No está inflado, Señor, mi corazón, ni mis ojos subidos. No he tomado un camino de grandezas ni de prodigios que me vienen anchos. No, mantengo mi alma en paz y silencio como niño destetado en el regazo de su madre.” (Sal 131,1-2)

El joven Elihú pide encarecidamente a Job que le preste atención, pues sus palabras le inducirán a reflexionar y emprender el camino del retorno a Dios; “Atiende, Job, escúchame, guarda silencio, y yo hablaré. Si tienes algo que decir, replícame, habla, pues yo deseo darte la razón. Si no, escúchame, guarda silencio, y yo te enseñaré sabiduría.” (Job 32-33) Muchas tareas nos exigirán siempre un momento de recogimiento y silencio para que se puedan realizar. El hombre sabio tiene necesidad de silencio para comunicar sus experiencias. También muchos hombres, como los filósofos,  necesitan recogerse en la soledad para ordenar  sus ideas, para profundizarse en sus pensamientos. Ciertamente el silencio que necesita y busca ansiosamente el pensador para poner en práctica su reflexión, es aún más necesario en el hombre espiritual, en especial si está en la búsqueda de la unión divina.

Jesús con su ejemplo nos motiva a retirarnos a la soledad y el silencio para dialogar con el Padre. Así nos lo dice en el Evangelio; “Tú, en cambio, cuando vayas a orar, entra en tu aposento y, después de cerrar la puerta, ora a tu Padre, que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.” (Mt 6, 6)  “Sucedió que por aquellos días se fue él al monte (solo) a orar, y se pasó la noche en la oración de Dios.”  (Lc 6,12) “subió al monte a solas para orar; al atardecer estaba solo allí. (Mt 14,23)

Canta el salmista; “Cuando un sosegado silencio todo lo envolvía y la noche se encontraba en la mitad de su carrera” (Sal 18,14)

“La oración contemplativa tiene algunas exigencias muy específicas, silencio y soledad. La Sabiduría divina no ilumina solamente la inteligencia en la contemplación, sino que obra en toda el alma. De este modo exige de esta última una orientación del ser, un recogimiento y un sosiego de lo que hay de más profundo en ella, para recibir la acción de sus rayos transformadores.” (Quiero ver a Dios”, Beato P. Maria Eugenio del Niño Jesús)

4.      Dios ve en lo secreto y en el silencio

Una apasionada resonancia en el alma contemplativa produce este dicho de amor y luz de san Juan de la Cruz: “Una palabra habló el Padre, que fue su Hijo, y ésta habla siempre en eterno silencio, y en silencio ha de ser oída del alma”. Y en el Evangelio nos aclara el Señor: “En lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto”, (Mt 6,6) es decir Dios ve en lo secreto y en el silencio. San Juan de la Cruz se da cuenta que Dios realiza su tarea divina en silencio. Comenta en su declaración de la canción 14 de Cantico Espiritual; “Los valles solitarios son quietos, amenos, frescos, umbrosos, de dulces aguas llenos, y en la variedad de sus arboledas y suave canto de aves hacen gran recreación y deleite al sentido, dan refrigerio y descanso en su soledad y silencio. Estos valles es mi Amado para mí.”

No obstante las enseñanzas de nuestros santos que han experimentado el silencio y nos quieren animar a ello, nos sorprende esta necesidad divina en un mundo que no nos deja segundo de silencio de modo natural, salvo nos alejemos de todo lo que produce ruido. Sin embargo, ya desde este mismo mundo, la participación en la vida divina por la gracia nos somete a la necesidad del silencio divino. Así es como san Juan de la Cruz, en el romance “in principio erat Verbum”  acerca de la Santísima Trinidad sobre el evangelio, poema lleno de eternidad e intemporalidad, el centro es el Verbo, por quien nosotros tenemos acceso a la vida íntima de Dios Trinidad. En el eterno silencio trinitario hay un diálogo amoroso. El santo lo desarrolla magistralmente en los versos de este romance. En este silencio, añade san Juan de la Cruz, el Verbo divino, que es la gracia en nosotros, se hace oír y hay que recibirle.  En el eterno silencio de Dios, surge un diálogo fruto del amor inmenso entre el Padre y el Hijo. Las palabras del Padre sólo pueden ser comprendidas por el Hijo y por nadie más. Pero Dios tiene dispuesto abrir este secreto a aquellos a quien el Hijo lo quiera revelar. “Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre; y quién es el Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.” (Lc 10,22). Entonces, el hombre que experimenta el silencio, aquel de alma mística, puede entender, seducirse al captar algo del misterio divino, y a pesar de que es algo inefable, nos puede decir algunas de esas cosas que se pueden entender.

Con todo, para el común de los hombres, parce ser que aún no es el tiempo de participar plenamente en el diálogo divino y nos quedamos tranquilamente como espectadores mudos, contemplativos del misterio trinitario, no obstante permanecemos pasmados del amor inmenso entre el Padre y el Hijo. Entonces san Juan de la Cruz nos canta  en este Romance, el ardor del gozo que en el Hijo puede suscitar el Padre. Ciertamente, el Evangelista san Juan nos hace ver el amor del Hijo hacia el Padre. Jesús quiere que sus obras y sus palabras transparenten el amor con que Él ama al Padre: “ha de saber el mundo que amo al Padre y que obro según el Padre me ha ordenado” (Jn 14, 31). Claro, es indudable, el Padre está enamorado de su Hijo, hasta tal punto que nada complace al Padre sino su propio Hijo, por eso a quien se parezca más a su Hijo, le amará con el mismo amor con que ama a su  Hijo: “y que los has amado a ellos como me has amado a mí.” (Jn 17,23b). Y Dios, nos sorprende, nos comunica el mismo amor que al Hijo.

5.      Silenciarnos en la suave quietud que del callado momento vivido

Y san Juan de la Cruz, en cada poesía nos va transmitiendo su experiencia, y esto nos anima a silenciarnos en la suave quietud que del callado momento vivido, y así Dios se sumerja en nuestra alma. Así lo canta en (estrofas 14 y 15) Cantico Espiritual.

“Mi Amado: las montañas,

los valles solitarios nemorosos,

las ínsulas extrañas,

los ríos sonorosos,

el silbo de los aires amorosos,

 

la noche sosegada

en par de los levantes de la aurora,

la música callada, la soledad sonora,

la cena que recrea y enamora”

Es el silencio suave en el que el toque de Dios ha sumergido al alma del santo padre San Juan de la Cruz. Como místico hombre de vida espiritual ha gustado de Dios. Y aquí silencio y Dios parecen identificarse, porque Dios habla en el silencio, y sólo el silencio parece poder expresar a Dios. Y comenta el Santo; “Por lo cual, mejor es aprender a poner las potencias en silencio y callando, para que hable Dios” (3S 3-4) De ahí que para encontrar a Dios, ¿adónde iremos si no es a las honduras más silenciosas de sí mismo, a esos valles solitarios de las regiones ocultas que nada las puede turbar? Y cuando ha llegado a ellas, salvaguarda, con un cuidado celoso, ese silencio que Dios regala. Y así el alma que aprecia el silencio, lo defiende contra toda convulsión, hasta de sus propias potencias y para dejarse seducir, camina por soledades, como dice el profeta; “Por eso yo voy a seducirla; la llevaré al desierto y hablaré a su corazón.” (Os 2,16) Y como sigue el santo padre San Juan de la Cruz; “pero aquí a todas cosas de donde eso puede venir la cerramos, haciendo a la memoria que quede callada y muda, y sólo el oído del espíritu en silencio a Dios, diciendo con el profeta (1Sm.3, 10): Habla, Señor, que tu siervo oye.

La música callada y la soledad sonora, comentada por el mismo santo, donde en el sosiego y silencio de la noche y en la noticia de la luz divina el alma ve brillar la luz de Dios.

 “En aquel sosiego y silencio de la noche ya dicha, y en aquella noticia de la luz divina, echa de ver el alma una admirable conveniencia y disposición de la Sabiduría en las diferencias de todas sus criaturas y obras (de todos sus acontecimientos), todas ellas y cada una de ellas dotadas con cierta respondencia a Dios, (para que puedan corresponder a Dios) en que cada una en su manera da su voz de lo que en ella es Dios, de suerte que le parece una armonía de música subidísima que sobrepuja todos los saraos (fiestas) y melodías del mundo. Y llama a esta música callada, porque, como habemos dicho, es inteligencia sosegada y quieta, sin ruido de voces; y así se goza en ella la suavidad de la música y la quietud del silencio. Y así, dice que su Amado es esta música callada, porque en él se conoce y gusta esta armonía de música espiritual. Y no sólo eso, sino que también es; “la soledad sonora.”

El santo nos dice que “la soledad sonora” es casi lo mismo que la música callada. La música es callada para los sentidos  y potencias naturales, pero es soledad muy sonora para las potencias espirituales, que al estar vacías de las criaturas, pueden muy bien recibir el sonido espiritual de la excelencia de Dios en EL.

Mientras las estridentes potencias sensitivas, conservaban en el exterior en su influencia, el alma esposa pide al Esposo (a Dios)  que se le comunique muy adentro de los escondido de sus alma; que llene sus potencias con gloria y excelencia de su Divinidad; que la comunicación sea tan alta y profunda que ni sepa decir ni quiera decir; y que se enamore El de las muchas virtudes y gracias que el mismo ha depositado en ella. De estas virtudes y gracias está acompañada el alma y con ellas sube a Dios por muy altas noticias de la Divinidad y por excesos de amor extraordinario dice en Cantico Espiritual (estrofa 19)

“Escóndete, Carillo,

y mira con tu haz a las montañas,

y no quiera decillo;

mas mira las compañas

de la que va por las ínsulas extrañas”

No quiere el alma sentirse obligada a salir a las potencias interiores de su silencio. La esposa habla con ternura a su esposo, cariño, esposo mío querido, así lo habla el santo al comentar esta estrofa: “querido Esposo mío, recógete en lo más interior (íntimo) de mi alma, comunicándote a ella escondidamente, manifestándole tus escondidas maravillas, ajenas de todos los ojos mortales. (Muy en secreto) Y mira con tu haz a las montañas”

Y sigue luego; “La haz de Dios es la divinidad y las montañas son las potencias del alma: memoria, entendimiento y voluntad.” San Juan de la Cruz recuerda más adelante el dialogo de Dios con Moisés:

“Entonces dijo Moisés: Déjame ver, por favor, tu gloria. El (Dios) le contestó: -Yo haré pasar ante tu vista toda mi bondad y pronunciaré delante de ti el nombre de Yahveh; pues hago gracia a quien hago gracia y tengo misericordia con quien tengo misericordia.- Y añadió: -Pero mi rostro no podrás verlo; porque no puede verme el hombre y seguir viviendo. - Luego dijo Yahveh: -Mira, hay un lugar junto a mí; tú te colocarás sobre la peña (roca) Y al pasar mi gloria, te pondré en una hendidura de la peña (roca) y te cubriré con mi mano hasta que yo haya pasado. Luego apartaré mi mano, para que veas mis espaldas; pero mi rostro no se puede ver.” (Ex, 33, 22-23) Ver las espaldas de Dios, es conocer a Dios por sus obras. Pero el alma no se contenta con este conocimiento, quiere el haz de Dios, que es la comunicación esencial de la Divinidad por el contacto del alma con El.

Aclara luego el santo; “El mirar de Dios es amar y hacer mercedes. Las compañas que aquí dice el alma que mire Dios son la multitud de virtudes y dones y perfecciones y otras riquezas espirituales que él ha puesto ya en ella, como arras y prendas y joyas de desposada.” (CB 19,6)

Este movimiento del alma hacia las profundidades silenciosas es para acoger celosamente allí la pureza de su contacto con Dios.

6.      “En suma paz y tranquilidad, escuchando y oyendo el alma”

La aspiración al silencio, algo necesario en San Juan de la Cruz, es también una necesidad del alma de los místicos. ¿Quién puede pensar que ha sentido el suave toque de Dios si no encuentra esa aspiración en sí mismo? Parece ser que es el deseo más profundo. Y  después de haber señalado que el alma no tiene ni alto ni bajo, nos dice que “el centro más profundo” (Ll 1, 12-13 ss), allá donde se desborda el gozo del Espíritu Santo, el límite que el alma puede alcanzar, es Dios en el centro de ella misma. En palabras del santo; “El centro del alma Dios es, al cual habiendo ella llegado según toda la capacidad de su ser y según la fuerza de su operación, habrá llegado al último y profundo centro del alma, que será cuando con todas sus fuerzas ame y entienda y goce a Dios.” Y más adelante dice: “El amor une al alma con Dios; y cuantos más grados de amor tuviere, más profundamente entra en Dios y se concentra con él”

Y para que así sea, el alma no debe estar aferrada a nada, solo al silencio, ni a meditación ni a reflexión, ni a sabor sensitivo ni espiritual, a ninguna idea o ningún recuerdo. Dice el santo padre: “porque requiere el espíritu tan libre y aniquilado, que cualquier cosa que el alma entonces quisiese hacer de pensamiento o discurso o gusto a que se quiera arrimar, le impediría e inquietaría y haría ruido en el profundo silencio que conviene que haya en el alma, según el sentido y el espíritu para tan profunda y delicada audición de Dios, que habla al corazón en esta soledad” (Ll 3,32) como dijo al profeta Oseas: “Por eso yo voy a seducirla; la llevaré al desierto y hablaré a su corazón.” (Os 2, 16), es decir cómo sigue el mismo santo; “en suma paz y tranquilidad, escuchando y oyendo el alma” (Ll 3,32)  como canta el salmo; “Escucha, pueblo mío” (Sal.84, 9), lo que habla Dios, porque habla esta paz en su alma. Lo cual cuando así acaeciere, que se sienta el alma poner en silencio y escucha, aun la advertencia amorosa que dije ha de olvidar porque el alma se quede libre para lo que entonces la quieren; porque aquella advertencia sólo ha de usar de ella cuando no se siente poner en soledad u ociosidad u olvido o escucha espiritual, lo cual siempre viene con algún absorbimiento interior. (Ll 3,32)

Y cuando no llegue a tanto como esto, aunque esté en Dios, que es su centro por gracia y por la comunicación suya, si todavía tiene movimiento para más y fuerza para más, y no está satisfecha, aunque está en el centro, no en el más profundo, pues puede ir a más

7.      Cristo, y la necesidad constante de refugiarse en el silencio

Tenemos que recordar  la experiencia de Cristo, quien también experimenta  una necesidad constante de refugiarse en el silencio que le permitiese comunicarse con su Padre. Pensemos en ese retiro de casi tres décadas en Nazaret, su último  retiro al silencio del desierto por 40 días para prepararse a la vida pública, la frecuente escapada al silencio y a la soledad en la calma de la noche. Todo esto se explica por  esa necesidad de silencio, como algo fundamental para cumplir su misión.

Si Cristo que es Dios, necesita el silencio y apartarse a retiros, ¿Qué queda para nosotros? Quizás cansada Teresa de bullicio de la Encarnación que había liquidado la regla del silencio, por necesidad de cultivar su intimidad y encontrar el ideal primitivo del Carmelo y la observancia perfecta de su Regla, después de 30 años abandona su monasterio para fundar San José para hacer una vida más silenciosa. No hay que olvidar que el Carmelo tiene su origen en el desierto y de él los carmelitas no guardan solamente nostalgia, sino una necesidad real para vivir a solas con EL. Y Teresa planifica monasterios que sean paraísos de la intimidad divina, para invitar a Cristo a reposar en el silencio y la oración.

Pero en nuestra realidad de hoy, donde más que nunca el silencio se hace necesario, miramos con nostalgia aquella época de Teresa, época donde la civilización que existía permitía disfrutar de instancias de recogimiento sin las distracciones de nuestra sociedad actual, donde la modernidad nos hace vivir de prisa, escasa de paciencia, donde no se sabe esperar ni guardar silencio. Por eso se busca como gozar del silencio y la soledad, y no nos queda otra alternativa que abandonar nuestros actuales ambientes para buscar nuevos horizontes, nuevos aires, quizás hasta otra atmósfera.

Pero también conviene comprender que estar en silencio, es estar callado, por tanto el silencio en cierto modo es una mortificación. Pero además tengamos en consideración que si necesitamos escuchar, necesitamos silencio, del mismo modo como para encontrar la presencia del amado necesitamos una profunda soledad. Ciertamente en la sociedad de hoy esto nos confunde ya que sentimos necesariamente comunicarnos, de ese modo superamos muchos inconvenientes. Pero para que haya dialogo, debemos callarnos y disponernos a escuchar. “Mejor se oyen las palabras sosegadas de los sabios que los gritos del soberano de los necios” (Eclo 9,17), y San Juan de la Cruz recuerda en las palabras de la sabiduría óyense en silencio. (Ll 3, 67)

8.      ¿El Silencio de Dios es casual o intencional?

No obstante para el orante, el peor sufrimiento es el silencio de Dios. Las súplicas de los salmos dibujan al orante como una persona que sufre cuando Dios se queda como mudo;  “¡Oh Dios, no te estés mudo, cese ya tu silencio y tu reposo, oh Dios!” (Sal 83,2). ¿El Silencio de Dios es casual o intencional?

Quizás sería un poco audaz decir que en la misma crisis de fe, en el mismo silencio total, Dios puede esconder paradójicamente su presencia, su revelación, su palabra. El terreno humano en el que parece más fácil la deserción o el vacío puede ser misteriosamente fecundado por Dios, en las noches de un hombre que busca desconsolado, de un hombre en crisis. El silencio de Dios y de la vida no es necesariamente algo negativo, sino una ocasión paradójica de encuentro por caminos sorprendentes, aunque muchas veces no visibles y poco comprensibles. San Juan de la Cruz dice que esto pasa “para que, entendiendo la flaqueza del estado que llevan, se animen y deseen que los ponga Dios en esta noche, donde se fortalece” (N 1,1) y más adelante añade; “pone Dios en la noche oscura a los que quiere purificar de todas estas imperfecciones para llevarlos adelante.” (N 2,8) Y Dios no permanecerá indiferente en sus cielos, pero tampoco nos hablará a través de la mediación de voces humanas, sino que "se hará voz humana, límite, pobreza, fragilidad, pregunta, anhelo, interrogante a Dios mismo en el Hijo, verdadero hombre, verdadero comunicador para nuestros oídos que permanecen en silencio para oírle y “hacer lo que él nos diga.” (Jn 2,5)

“Para lo cual todos esos medios y ejercicios sensitivos de potencias han de quedar atrás y en silencio, para que Dios de suyo obre en el alma la divina unión” (3 S2,2) “Por lo cual, mejor es aprender a poner las potencias en silencio y callando, para que hable Dios” (3S 3,3) “haciendo a la memoria que quede callada y muda, y sólo el oído del espíritu en silencio a Dios, diciendo con el profeta (1Sm.3,10): Habla, Señor, que tu siervo escucha” (3S 3,4)

Pedro Sergio Antonio Donoso Brant

Escrito en Avila, CITeS, 14 de diciembre de 2016

www.caminando-con-jesus.org

Fuentes y referencias

San Juan de la Cruz, Obras Completas Editorial Monte Carmelo

Quiero ver a Dios, P: María Eugenio del Niño Jesús (Recientemente Beatificado) Editorial Espiritualidad.

Isabel de la Trinidad, “Alabanza y Gloria para la Eternidad”, Libro de Pedro Donoso Brant

Santa Teresa de Jesús, Obras Completas Editorial Monte Carmelo

Textos Bíblicos, de la Biblia de Jerusalén

Siglas

N = Noche Oscura

S = Subida Monte Carmelo

CB = Cantico Espiritual

Ll = Llama de Amor Viva

V = Libro Vida, Teresa de Jesús

C = Camino de Perfección, Teresa de Jesús.