CONOCIENDO A SAN JUAN DE LA CRUZ

Publicado en la Revista Teresa de Jesús

 

 

 

San Juan de la Cruz y la Biblia

Román Llamas

San Juan de la Cruz es un enamorado de la Biblia, de la Palabra de Dios. Prueba de ello es que en su celda no tenía más libros que la Biblia y el Breviario, que es como un parte de la Biblia. Y la tiene no por decoración sino para alimentarse de ella, para beber en ella como fuente pura e inagotable de la enseñanza de Dios Padre, de Jesucristo y del Espíritu Santo. Cada día bebe y abundantemente en esa fonte cristalina. El P. Martín de la Anunciación, «que le acompañó e muchas ocasiones, testifica: «y el demás tiempo lo gastaba en oración y lección de la divina Escritura, de manera que en cada día y noche dormía dos o tres horas escasas» (BMC 14,93), Y el E Juan Evangelista, discípulo del Santo, «con el cual anduve y viví once años», confesor suyo durante algunos de ellos, y hombre que decía verdad, escribe en una Relación para la Vida del santo. «Era muy amigo de leer en la Sagrada Escritura y así nunca jamás le vi de leer otro libro sino la Biblia, la cual sabía casi toda de memoria, y en San Agustín contra haereses y en el Flos sanctorum, y cuando predicaba alguna vez, que fueron pocas, y hacía pláticas que era de ordinario, nunca leía otro libro sino la Biblia... De ordinario hacía pláticas divinas y nunca dejó de hacer plática a las noches».

Leía la Biblia no sólo en el recogimiento de su celda, sino también en los viajes por los caminos y campos, es siempre su compañera de camino. Una compañera de viajes del Santo que le enseña y consuela: «caminó a pie mientras tuvo fuerzas; y aún cuando tenía menos, si las jornadas eran cortas; y, cuando mucho, llevaban un jumentillo entre él y su compañero. Mas cuando las jornadas eran largas caminaba en un jumento o machuelo pequeño con su albardilla, y de ordinario iba sentado leyendo en la Biblia lo más del camino» La Biblia no podía faltarle como alimento en el camino y se en- frasca tanto en su lectura, en el saborearla y deleitarse en ella, que más de una vez cayó de la cabalgadura.

En otras ocasiones, dice Fr. Martín de la Asunción, que le acompañó muchas veces en sus viajes, «iba cantando muchos himnos de Nuestra Señora y salmos de David y versos de los Cantares» (cfr P. Crisogono, Vida... p. 263)

Cuando asistió al capítulo provincial de Lisboa de 1585 en calidad de Prior de los Mártires de Granada, llevó consigo su Biblia y en los ratos libres cuando otros la falsa visionaria María de la Visitación, él se encaminaba a la orifia del mary arrimado a las paredes de las Atarazanas leyendo tranquilamente la Biblia. Así lo encontró el P Provincial con su compañero, un día que hicieron turismo por allí. San Juan de la Cruz esta identificado espiritualmente con la Biblia. Se ha hecho Biblia y si la cita con abundancia y complacencia en sus escritos y en sus pláticas es porque se ha encontrado en ella a sí mismo en Dios. Sintoniza maravillosamente con la Biblia.

La Biblia es el libro en que se inspira para las pláticas a sus frailes —nunca dejó de hacer pláticas en las noches, dice el E Juan Evangelista—. Les explica y habla desde la Biblia que interpreta maravillosamente. Dice el E Bernardo de la Madre de Dios: «Tenía particular don del cielo y gran eminencia para declarar cualquier dificultades que se ofrecían de la Sagrada Escritura, con que suspendía a los religiosos que estaban suspensos oyendo explicar cosas tan dificultosas con sentidos tan fáciles y concordes y tan de provecho para el alma» (BMC 14,144).

La M. Magdalena del E. S., carmelita de Beas, convento al que fue tantas veces y en el que pasaba temporadas, testifica: «muchas veces nos leía en los evangelios y en otras cosas santas y nos declaraba la letra y espíritu de ellos». «Y tengo por cierto, dice el E Pablo de Santa María, que sabía toda la Biblia, según juzgaba de diferentes lugares de ella en pláticas que hacía en los capítulos y refectorio, sin estudiar para ello, sino ir por donde el espíritu le guiaba, diciendo siempre cosas excelentes y de provecho y edificación para las almas por verlas practicadas por él» (BMC 13, 375. Es como si al leer el capítulo 7 del libro segundo de la Subida nos hacemos la idea de que le estamos escuchando explicando la letra y espíritu de los textos evangélicos.

La Biblia para San Juan de la Cruz es fuente de vida y enseñanza espiritual. Se ha llenado tanto de ella que los textos bíblicos le brotan a borbotones, según va escribiendo. De la abundancia del corazón habla la boca y escribe la pluma. Hay páginas en sus libros en los que acumula textos de distintos libros de la Biblia. Según va escribiendo y según va hablando. Bajo este aspecto es relevante lo que vemos en los días de su última enfermedad. A un Crucifijo que tiene en sus manos le dice palabras muy devotas, le besaba los pies, diciéndole algunos versos de los salmos o palabras de la Sagrada Escritura.. Cuando arrecia el dolor se le oye decir: Este es mi descanso por los siglos de los siglos (Sal 13,14). Se le oye decir muchas veces: Me saciaré cuando aparezca tu gloria (Sal 16.15). Y al ver que se va dilatando su partida, exclama: Mi permanencia en este mundo se ha prolongado (Sal 119,5). Y, cuando el E Alonso le notifica que, según el médico, su vida está acabada, exclama: ¡Qué alegría cuando me dijeron vamos a la casa del Señor (Sal 121,1).

La llenez que tiene del Espíritu Santo le lleva a comprender de manera singular el sentido encerrado en los textos, escritos por el mismo Espíritu Santo. Nadie ha interpretado con tan radicalidad como él la negación que nos pide el Señor en el texto: «el que quiera ser mi discípulo que se niegue a sí mismo que tome su cruz cada día y me siga» (Lc9,23) (2Sub7).

Ningún exegeta ha llegado tan hondo en la explicación de la filiación divina, como San Juan de la Cruz, en la interpretación de textos de San Pablo, San Juan, Génesis y San Pedro en la canción 39 del Cántico espiritual. Y es que teniendo en cuenta que la experiencia mística de la fe, como enseña el Vaticano II (DV 8) es un principio de exégesis bíblica, cuando un místico, como San Juan de la Cruz, da con el sentido literal de un texto, ningún exégeta ha podido ni puede llegar tan hondo.

Estando de Rector del Colegio de San Basilio de Baeza, profesores y Doctores de la Universidad como Ojeda, Becerra, Sepúlveda, Carlebal venían a consultar con él lugares de la Escritura «gastaban con él muchas horas en muchos días» y cuando salían el P. Inocencio de San Andrés les oye decir: ¡Qué hombre tan profundo es este! Sus explicaciones les parecían nuevas enseñanzas del Espíritu Santo.

Lo que interpreta San Juan de la Cruz es la expresión de su mística experiencia del contenido de esos textos. San Juan de la Cruz se acerca a los textos de vida de Escritura Santa, particularmente de los evangelios, cuyas palabras, como él mismo dice por San Juan, son espíritu y vida Jn 6,63) con alma limpia y enamorada, la única que tienen oídos para oírlas (Ll1.6). Yo quiero ver un alusión velada a su experiencia personal en estas palabras en las que habla del gusto que sintieron San Pedro y la Samaritana ante las palabras de Jesús; como le gustó San Pedro en su alma cuando dijo a Jesús: ¿A dónde iremos, Señor, que tienes palabras de vida eterna? Un 6,68) y la Samaritana olvidó el agua y el cántaro por la dulzura de las palabras de Dios (Jn 4,28) (Li 1,6).

Con la lectura y meditación diaria de las palabras de la Escritura Santa San Juan de la Cruz se enternece y derrite de amor, que «el efecto que hace en el alma el habla de Dios es enternecer y derretir de amor» (Ll 1,7), porque luego que el Esposo habló se derritió mi alma (CC 5,6). ¿Quién no ve aquí la expresión de una experiencia personal?

Tengo para mí que muchas de las experiencias místicas, que él cela con tanto recato, las recibió en la lectura y meditación de la Escritura, especialmente del libro de los Cantares que canta los amores entre Dios y el alma.

La Escritura no es sólo fuente inagotable de vida espiritual, sino también fuente de expresión simbólica y literaria. Utiliza sus escenas, imágenes, símbolos y palabras como si fueran creación propia. Es notable la aplicación que hace al diablo de algunos aspectos de la descripción que el libro de Job nos ofrece del cocodrilo y el hipopótamo (Job 40,13.16.19; 41,6- 7.21.25) (CE 30,10; 3,9; LI 3,64; 2N 23,8; 3Sub 29,1), con aplicaciones espirituales admirables y preciosas, como es notable la traducción que hace del texto latino de la Vulgata. San Juan de la Cruz no tenía una traducción española. Prácticamente no había ninguna para uso corriente de los lectores, y, aunque hubiese habido alguna, estaba prohibida su posesión y uso bajo pena de muerte por el edicto del Inquisidor Fernando Valdés de 1559.

Son aún más notables las imágenes y símbolos tomados del Cantar de los Cantares, comenzando por el símbolo del matrimonio entre Dios y el alma, clásico entre los profetas para expresar la relaciones de Dios con su pueblo escogido, que empapa todas las páginas del libro bíblico como empapa todas las páginas del Cántico Espiritual. Imágenes tales como los guardianes de la ciudades, fieras del campo, animales, vientos, el tálamo de Salomón, escenas del huerto y la bodega, árboles, frutos... El Cantar de los Cantares es una concatenación de símbolos e imágenes. La descripción que San Juan de la Cruz hace del Amado: «Mi Amado las montañas,/ los valles solitarios nemorosos,/ las ínsulas extrañas,/ los ríos sonorosos,/ el silbo de los aires amorosos...)>, está, sin duda, inspirado en la descripción del Amado (CC 1,3.8.9; 5,10-16) y de la Amada ( CC 6,3-6.9; 7,1-7) del Cantar.

El Cantar de los Cantares está casi en su integridad traducido en el Cántico Espiritual. Es el libro proporcionalmente más citado por el Santo. El capítulo 3 está íntegro en el Cántico Espiritual, el capítulo 2 menos tres versos. Pero es que además en otros pasajes está traducido con libertad y bellísimamente en las canciones, como si sus estrofas y metáforas e imágenes hubiesen brotado originariamente virginal- mente por primera vez del alma enamorada de San Juan de la Cruz. Todo el Cantar de los Cantares está constantemente resonando en los versos y páginas del Cántico Espiritual. Podemos decir que las flores de pensamientos e imágenes de los Cantares aroman graciosamente las páginas del Cántico: San Juan de la Cruz revive, florece y hermosea conceptos e imágenes del Cantar de los Cantares. Ya en la primera canción encontramos una traducción libre, preciosa del capítulo 3,1-2 y 5,6: en mi lecho por las noches busqué a mi Amado, lo busqué y no lo hallé... En la canción segunda tenemos una traducción libre del quia amore tangueo (CC 2,5): «decide que adolezco, peno y muero». ¿No es sorprendentemente admirable la traducción que nos ofrece del verso 16 del capítulo 4: Levántate, cierzo y ven austro, sopla por mi huerto y corran los aromas de él, y del capítulo 6,2: que apacienta entre los lirios, en esta bellísima estrofa: «Detente, cierzo muerto, / ven, austro que recuerdas los amores, / aspira por mi huerto / y corran sus olores / y pacerá el Amado entre las flores?» (CE c.17).

El divino Cántico levantó en el alma del poeta y del contemplativo su vuelo fresco de alondras que cantan gozosamente su dicha entre el cielo y la tierra reconciliadas y absortas en par de los levantes de la aurora (P Feliz García). Si San Juan de la Cruz se sabe casi de memoria la Biblia, el Cantar de los Cantares se lo sabe como la oración que se recita cada día. Le ha entrado hasta los tuétanos del alma y lo ha asimilado y digerido divinamente y le ha hecho su vida y su alegría. Por eso nos parece lo más natural que momentos antes de morir, cuando comienzan los religiosos que le acompañan a recitar la recomendación del alma, se dirija al Prior y le pida: «Dígame, Padre de los Cantares, que eso no es menester». Y al oír los versos del Cantar de los Cantares, comente ilusionado: «¡Oh, qué preciosas margaritas!». Quiere morir engolfado en las palabras del Cantar que le anticipan la posesión definitiva y gozosa de su Amado.

San Juan de la Cruz se acerca a los textos de los evangelios con alma limpia y enamorada.

 

 

Caminando con Jesús

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