Caminando con
Jesús Pedro
Sergio Antonio Donoso Brant |
JESÚS Y Jesús no tomó la
postura de pensador y teórico del estudioso; hombre entre los hombres,
con palabras de fuerza viva e inmediata, con sus actitudes concretas, un poco
a la manera de los maestros hebreos de su tiempo. Así, Cristo no
sólo puso al descubierto el problema de la naturaleza y dignidad de la
mujer, de su lugar en la familia y en la sociedad para ofrecer una
solución razonada, sino que su doctrina brilla más elocuente,
convincente en los hechos que en las palabras. Se debe tener presente
también que el ángulo desde el cual el evangelio considera a la
mujer es el religioso, por el cual, por ejemplo, se afirma la igualdad de los
dos sexos .desde el punto de vista de los valores supremos, haciendo posibles
otras deducciones de los valores morales y sociales. Se puede decir que el evangelio de
la salvación empieza y termina con intervenciones femeninas. El primer
anuncio de la venida al mundo del esperadísimo Mesías le fue
dado a María de Nazareth; la primera noticia
de la victoria del Crucificado sobre la muerte es comunicada a las piadosas
mujeres que se llegaron al sepulcro de Cristo al amanecer del domingo. La
flor y el fruto del evangelio se depositan en el temeroso corazón de
la mujer. En el tiempo y en el mundo, ya sea hebreo o pagano, en el que
vivió Jesús, se hacía una clara diferencia entre los dos
sexos. Cincuenta años
después de Cristo, el historiador judío Flavio Josefo, que
vivió en ambiente romano, afirma, sin titubear, el pensamiento hebreo
acerca de la unión matrimonial: "La mujer es inferior al hombre
en todo" (Contra Apión, II 201). En
realidad la historia hablaba de mujeres ilustres, que habían destacado
no solamente en la familia sino también en la sociedad, así
como en grandes acontecimientos de la historia y en la época
evangélica existen pruebas de cierto ascenso y autonomía
femeninas en el campo social, económico y político, tanto de
Roma como de Grecia y Asia Menor, pero esto no impide que dentro de la
legislación, la mujer fuese considerada como una perpetua menor de
edad. En las plegarias de los hebreos y de otros pueblos, el hombre daba
gracias a Dios por no haber nacido infiel, mujer, esclavo o ignorante; las
mujeres hebreas se limitaban a agradecer al Señor por haber sido creadas
"según su voluntad". Naturalmente que no hay que
generalizar; por ejemplo en el judaísmo. Se exaltan las virtudes femeninas
y se pone a la mujer como sobre un pedestal. Sin gritarlo a los cuatro
vientos y sin presentarse como un luchador, Jesús dice y hace cosas
que representan una revolución auténtica porque remueve lugares
comunes y comportamientos inveterados. 1. LAS MUJERES Y Al menos para empezar, ya es
significativo que, en sus deliciosas y originales parábolas,
Jesús se refiere con simpatía a las mujeres y a su mundo, al
contrario de lo sucedido con los demás hebreos narradores de
parábolas. Se piensa en las dos estupendas amas de casa ocupadas en la
labor cotidiana de preparar el pan y de la mujer preocupada por una moneda perdida
y feliz de encontrarla (Lc.13, 20-21; 11, 8-10). A través de estos
hechos diarios, se revela el poder transformador del Reino de Dios y el
misterioso gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente. La famosa
parábola de las vírgenes sabias y las vírgenes necias (Mt.25,
1-13) evoca una de las emociones femeninas más dulces y fuertes: el
deber de la vigilancia en espera de la llegada de Cristo. Para enseñar
el deber de orar sin jamás cansarse. Jesús nos da el ejemplo de
una pobre viuda a la merced de un juez perezoso que no le hace justicia
porque la mujer no le ha "roto la cabeza" con su afligida
insistencia. Jesús está
acostumbrado a dedicar a la mujer, a sus problemas cotidianos, una
atención afectuosa y la ennoblece haciéndola, en alguna forma,
protagonista de sus enseñanzas de salvación. 2. LAS VERDADERAS MUJERES. No sólo en los relatos
irreales, como las parábolas. Jesús propone a las mujeres como
ejemplo de todas, también cuando exalta la piedad y la generosidad de
una viuda pobre en la confrontación con la liberalidad
hipócrita de los ricos (Mc. 12, 41-44). Las mujeres ocupan un lugar
relevante en la historia de los milagros evangélicos; la suegra de
Pedro es curada de una fiebre violenta (Mc. 12, 29-31), despuésde
lo cual se puso a preparar a Jesús y a sus discípulos una digna
recepción; sin pedírselo, Jesús interviene para
resucitar al hijo de la viuda de Naim, movido a la
piedad por el trágico dolor de una madre (Lc. 7, 11-16); una mujer
afligida desde hacía doce años por una hemorragia continua es
curada y su fe exaltada públicamente (Mc.5, 25-34), al igual que se
alaba la fe de una mujer extranjera que con extraordinaria obstinación
evoca el poder y la bondad de Cristo (Mc.7, 24-30); una mujer que desde
hacía dieciocho años estaba encorvada, fue curada milagrosamente
en una sinagoga porque es "hija de Abraham" (Lc.13,10-17)
título que rara vez se daba entre los hebreos a una mujer. Pero es todavía más
significativo el comportamiento del "Maestro" Jesús con las
mujeres. En el Talmud se lee: "Se quemará la palabra pero no se
comunicará a las mujeres". Contra esta opinión prevalente y contra las rígidas reglas
establecidas para las relaciones de los maestros hebreos con las mujeres, si
bien a la relativa distancia que se debía mantener entre ellos,
Jesús no piensa como los demás, que toda la capacidad
intelectual y la sabiduría de la mujer estaba, como se solía
decir, en los pies, esto es, en las labores domésticas. Cristo ha abierto a las mujeres el
Reino de los Cielos, como lo ha abierto a los hombres; y a algunas mujeres en
especial les dio enseñanzas que otros habrían reservado para
los hombres. Entre los amigos íntimos de
Jesús se contaban tres hermanos que habitaban en Betania;
Lázaro, Marta y María, a quienes Jesús "amaba"
(Jn. 11,5) y en cuya casa se albergaba cuando iba a Jerusalén con
ocasión de las grandes festividades de su pueblo. Lucas muestra a
Jesús hospedado en Betania y mientras Marta hace los quehaceres de la
casa, María "está a sus pies" (del Maestro),
escuchando su palabra. Marta protesta ante Jesús de que la hermana no
la ayuda, pero Jesús toma la defensa de María,
alabándola porque "ha escogido la mejor parte, que no le
será arrebatada". También en otra ocasión
Jesús defiende la sensibilidad y la profundidad espiritual de
María de Betania y esto fue cuando en casa de Simón el Leproso
había perfumado con una esencia de mucho precio la cabeza del Maestro.
Judas Iscariote había protestado en nombre de los pobres en forma
solapada e hipócrita por aquel derroche., pero Cristo le replica, y
destacando la descortesía de esa intervención define de manera
memorable, además de enérgica y como un presagio, el gesto de
María (Jn. 12, 1-8 y paralelos). 3. LAS MUJERES DESPRECIADAS. No se encuentra en boca de
Jesús una palabra de menosprecio para las mujeres y El no
estimó y defendió sólo a aquellas que merecían su
intervención, no instruyó sólo mujeres que deseaban
más que nada escucharlo. Dos de las páginas
más admirables y maravillosas del Evangelio y más propias para
revelarnos la noticia extraordinaria, tienen como protagonistas a dos
mujeres, que nadie se hubiera atrevido a presentar a Jesús. Una de
esas era despreciada públicamente, "pecadora de la ciudad",
y se presentó en la sala en la que Jesús se encontraba a la mesa,
para darle un elocuentísimo testimonio de devoción. El escándalo e
indignación del fariseo dueño de la casa no duraron mucho
porque rápidamente Jesús le obligó a reconocer su falta,
en tanto que la actitud de la mujer tenía una inspiración
profunda; era señal inequívoca del arrepentimiento, del amor
espléndido, delicado agradecido (Lc.7, 36-50). Una
"pecadora" se convierte en ejemplo y reconvención para un
fariseo, esto es para un puro. El episodio de la adúltera
es todavía más célebre (Jn. 8, 1-11). Una desdichada,
sorprendida en pecado, es arrastrada hacia Jesús por los escribas y
fariseos porque estos pronuncian la condena la lapidación que es lo
que ordena Por desgracia para nosotros, a una
distancia de veinte siglos del Evangelio, nos falta la sensibilidad necesaria
para darnos cuenta plenamente de todo lo que estas palabras y gestos de
Jesús hacia las mujeres tenían de imprevisible y sorprendente;
de abierta ruptura Este es el caso tambiénde
Nuestra mentalidad sugiere
rápidos pensamientos maliciosos y banales, en realidad los
apóstoles se extrañaron de que Jesús, al contrario de
los maestros de su época, los cuales como habíamos dicho, se
negaban a enseñar a las mujeres la ciencia sagrada, hablara con una
mujer, samaritana por añadidura, perteneciente a un pueblo que los
hebreos consideraban hereje e incapaz de la verdadera religión. A esta
mujer, que sobre todo tiene una vida no muy transparente. Jesús
confía uno de los más grandes secretos de la nueva
revelación: el culto que se debe rendir a Dios "en
espíritu y verdad". Jesús hace todavía otra
excepción con aquella mujer, revelándosele claramente como el
Mesías. La extrañeza de los apóstoles era la
extrañeza de cualquier persona bien intencionada de entonces. Una de las más
desconcertantes palabras de Cristo fueron reveladas a la flor del pueblo
elegido, sacerdotes, fariseos y notables: "En verdad os digo: los
publícanos y las prostitutas os precederán en el Reino de
Dios" (Mt.21, 31-32). Se confrontaron lo mejor y lo peor según la
opinión pública de aquella época y la balanza se inclina
a favor de lo peor que se convierte, sin más, en lo mejor de lo mejor
desde el punto de vista de un juicio evangélico, con motivo de su
disponibilidad espiritual. 4. MUJERES DISCÍPULAS. No solamente Jesús no
demuestra despego y desprecio en las confrontaciones de las mujeres y las
acoge, las ayuda, las instruye, las elogia, las admira, las pone como modelo,
sino que ha querido a su alrededor un grupo femenino estable. Entre ellas
encontramos mujeres que Cristo ha curado milagrosamente como Los maestros de aquel tiempo a
menudo se aprovechaban de la ayuda material de mujeres devotas y Jesús
los acusaba de acabar con el patrimonio de las viudas (Mc.12, 40) con su celo
hipócrita e interesado. Las mujeres de Galilea que
seguían a Jesús no lo abandonaron ni siquiera en las horas
trágicas del Calvario (Lc.23, 49 ss.). El
hecho de su "seguir" a Cristo es por sí un elemento que
califica: de hecho el verbo "seguir" se usa en el evangelio para
los apóstoles e indica una adhesión permanente a Cristo y una
comunión de destino y de vida con El, por consiguiente la ayuda de las
mujeres no era exclusivamente un servicio material consistente de encargarse
del costo del sostenimiento de Cristo y de sus íntimos
discípulos, que tenían una casa en común a la cual
asistía el "ladrón" Jurdas,
la que también servía para socorrer a los pobres (Jn.12, 6;
13,29). Los cuatro Evangelios nos dan
varias listas de los discípulos galileos de Jesús de los cuales
surgen dos grupos distintos: el primero es el de los parientes de Cristo,
encabezado por la "hermana" en realidad no se sabe el
vínculo exacto de parentesco de la madre de Jesús,
también llamada María, madre de Santiago el Menor y de
José. De este grupo formaba igualmente parte Maríala
de Cleofas y Salomé mujer del Zebedeo y
madre de dos apóstoles: Juan, el futuro evangelista, y Santiago el
Mayor. El segundo grupo, encabezado por María Magdalena, formado por
una desconocida Susana y la ya citada Juana. Empero el Evangelio no hace
alusión alguna a una especial inclinación de Jesús hacia
esas mujeres: ellas lo seguían espontáneamente, pero su
presencia constante junto a Cristo, la posibilidad que tenían de ser
oyentes de la mayor parte de bus palabras, y testigos de sus milagros,
autoriza a algunos estudiosos modernos dar a esas voluntarias el calificativo
de "discípulas", al cual ninguna mujer hebrea de aquella
época podía aspirar en el ámbito de los maestros
hebreos. Recordemos lo que se dice de María de Betania, que se sentaba
"a los pies" de Cristo, una actitud típica de aquellos que
llevaban a cabo su propia formación en el ámbito de los
maestros hebreos (ver Hechos de los Apóstoles 12, 3). También
está presente María, atenta solamente a la palabra de Cristo,
abandona cualquier otro trabajo: he ahí un prototipo de las futuras
vírgenes cristianas consagradas totalmente al Señor (ver San
Pablo en la primera a los Corintios 7,35). Las "discípulas"
galileas de Cristo, además de no haber recibido una vocación
especial, tampoco recibieron poder o mandato alguno relativo a la futura
predicación, a diferencia de los Doce, pero esto no quita que ellas
aparezcan en momentos bastante significativos del Evangelio. El citado
historiador judeo-romano Flavio Josefo
(antigüedad judaica IV, 219') escribía: "El testimonio de
las mujeres no debe tener ningún valor debido a la ligereza y
atrevimiento de ese sexo", pero por el contrario, los discípulos
galileos de Jesús tienen una parte exacta en los últimos
acontecimientos de Cristo. Los testimonios si bien a
distancia de su muerte (Mc.15, 40; Mt. 27, 55) lo son también del
descendimiento de la cruz y de su entierro, observando con atención el
lugar del sepulcro (Mc.15, 47; Lc. 23, 55). Fueron, pues, estas mujeres las
que descubrieron primero la tumba vacía de Cristo y el Resucitado se
les mostró a ellas (Mt.28, 9-10) y en especial a María
Magdalena, a la cual confía el encargo de transmitir a los
apóstoles el mensaje de Su resurrección y de Su nueva
condición gloriosa. Por este motivo los escritores cristianos definen
a 5. MATRIMONIO. Ya San Pablo, en la primera carta
a los Corintios (7, 10-11), escrita en 56-57, por lo tanto anterior a los
Evangelios actuales, está en condiciones de referirse a una
enseñanza de Cristo acerca del matrimonio: "A los desposados
ordeno, no yo, sino el Señor: la mujer no se separe del marido y si
acaso se separa, permanezca sin casarse o se reconcilie con el marido y el marido
no repudie a la mujer". Por consiguiente, el apóstol admite
sólo el caso de una separación entre los cónyuges, pero
no de un nuevo matrimonio, basándose en la doctrina del Señor,
esto es de Jesús, que se declara firmemente en favor de la
indisolubilidad del matrimonio en el Evangelio de Marcos (10, 1-2) y de Lucas
(16,10). Solamente el evangelio de Mateo (5, 31-32; 19, 1-9) parece
introducir una excepción que concedería el divorcio y que en el
texto original griego se expresa con el término porneia
traducido en diferente forma (concubinato, adulterio). Del conjunto de los
textos del Nuevo Testamento y del mismo Mateo, también aparece claro
que en realidad Cristo no prevée ninguna
excepción, de otra manera no regirían las afirmaciones de Su
voluntad, de llevar la institución el matrimonio a la pureza y al
rigor que tenían en las intenciones de Dios, con el fin de dar origen
a la humanidad. Por esto, muchos estudiosos piensan que la supuesta
excepción se refiere más bien a la separación de los
cónyuges en el sentido en el que lo dice San Pablo y no en la
verdadera y efectiva disolución del matrimonio. De la tradición
histórica y del examen interno del primer Evangelio, resulta que Mateo
está especialmente interesado en la problemática de los
judíos palestinos, cuyos doctores discutían acerca del
significado de la "cosa impúdica" en el fondo la "porneia" de Mateo la cual, según De hecho está la voluntad
de Jesús de abolir el divorcio que toleraba En realidad no se trata de una ley
opuesta a otra que se abroga, sino de establecer un principio fundado en la
voluntad de Dios declarada realmente por el Hijo y de observar en un nuevo
orden de cosas el Evangelio, ni más ni menos en el cual no
existían solamente mandamientos, sino con la gracia divina, se estaba
en condiciones de observarlos en virtud de un nuevo dinamismo interior (ver
segunda a los Corintios 3, 6; a los Romanos 8, 2). Por esto es la incapacidad
para comprender y seguir la voluntad divina, que en el Antiguo Testamento había
hecho tolerar no es exacto hablar de permitir el divorcio. 6. LA "MUJER". En conclusión, en la
doctrina y en la práctica del Evangelio, la mujer tiene un lugar
especial, ni inferior ni igual al del hombre, sino suyo propio en el cual se
manifiesta su naturaleza y se respeta al máximo su dignidad. Esa puede
ser finalmente, en la medida más exacta, en la gloria más pura,
en la responsabilidad más precisa, la compañera que Dios quiso
para el hombre (Gen. 2, 18). Al considerar a la mujer en el
Evangelio, no se puede prescindir de una referencia a María, la
"Mujer" de quien nació Jesús (a los Gal. 4, 4) que
inicia las páginas más bellas del Evangelio (Jn. 2, 4) que
reina debajo de Bibliografía y fuentes Caminando con Jesús Congregación para el Clero de |