Caminando con
Jesús Pedro
Sergio Antonio Donoso Brant |
AQUEL A QUIEN AMAS
ESTÁ ENFERMO "Tenía
compasión del pueblo" (Mc. 8, 2; Mt. 9, 36; 14, 14; 15, 32; Lc.
7, 13). "Tenía compasión de ellos, porque eran ovejas sin
pastor" (Mc. 6, 34). Es inaudito que un hombre, cuyas fuerzas
están todas al servicio de una gran idea, y que, con todo el
ímpetu de una voluntad ardiente se lanza a la prosecución de un
fin sencillamente sobrehumano y ultraterreno, tome, no obstante, un
niño en sus brazos, lo bese y bendiga, y que las lágrimas corran
por sus mejillas al contemplar a Jerusalén condenada a la ruina o al
llegar ante la tumba de su amigo Lázaro. Pero hay ocasiones inefables en
que su corazón parece tan dulce y sensible como pueda serlo el de una
madre con su niño enfermo, por ejemplo, al salir de sus labios las
parábolas más tiernas y conmovedoras, como las del hijo
pródigo, de la moneda pérdida, del buen pastor y del buen
samaritano. La desgracia que le conmueve es la
de los pobres enfermos y pecadores. No puede decir "no" cuando
clama el dolor, aunque sea en la persona de una mujer pagana como la siro-fenicia
(Mc. 7, 26). No puede menos de curar a un enfermo, aún
exponiéndose a la acusación de quebrantar el sábado (Mc.
1, 21; 3, 2; Lc. 13,14), y está entre publícanos y pecadores
por más que se escandalicen los piadosos (Mc. 2, 16). Ni siquiera las
torturas de su propia agonía le impiden decir al buen ladrón:
"Hoy estarás conmigo en el paraíso" (Lc. 23, 43). El amor de Jesús a los
hombres es, en su última esencia, amor a los que sufren, a los
oprimidos. El "Prójimo" para El es aquel que yace en la
miseria y el sufrimiento (cf. Lc. 10, 29 y ss.), lo
cual constituye una nueva prueba del realismo de su pensamiento, de su
voluntad y de su sensibilidad. Por más que viva continuamente su
pensamiento en el más allá, en lo divino, en el próximo
Reino de Dios ya nos extenderemos más adelante sobre esto, esta mirada
continua sobre el Reino de Dios y sus alegrías, no le impide ni
dificulta en modo alguno darse cuenta de las miserias actuales. Percibe lo
duro y cruel del presente, de manera tan intuitiva, que considera como
esencial de su "buena nueva" el poner remedio. Precisamente lo que presta a su
mensaje colores tan vivos y claridad tan jubilosa es su promesa de redimir no
sólo a los pecadores, sino también a los que sufren, a todo el
cortejo de miserias terrenas; en suma, trae la redención a todo mal.
Gran parte de su actitud pública consistió en hacer el bien sin
medida y en curar a los enfermos. San Lucas, mejor que ningún otro
evangelista, notó la finalidad intima del mensaje de Jesús,
recalcando en el Sermón de 2. Sería inútil
querer pasar por alto el acento proletario de estas bienaventuranzas para
violentarlas dándoles una acepción puramente ética, pero
sería también radicalmente falso ver sólo en Jesús
algo así como un reformador social en el sentido moderno. Su mirada
es, como siempre, demasiado profunda para esperar la salvación
mediante externas reformas sociales. No da en particular ningún
remedio contra la pobreza. "Siempre tendréis pobres con
vosotros" Ioh. 12. 8). No hay que buscar la
salvación y la liberación de todo mal en el tiempo actual, sino
en el futuro. La redenciónes
escatológica y, por tanto, no es posible eliminar de la tierra toda
pobreza y sufrimiento. Más bien debe considerarse
a la pobreza de aquí abajo como eminentemente adecuada para
desembarazar el corazón humano de los deseos y apegos terrenos y
abrirlos a las riquezas del Reino de los Cielos. Y en cuanto es capaz
también de excitar y hacer más profunda la necesidad de
salvación del hombre, viene a ser el verdadero medio y el camino recto
que conduce al Reino de los Cielos. Si Jesús ama a los pobres en el
fondo, no es precisamente por el hecho de serlo, sino porque tienen el alma
más dispuesta que los ricos para escuchar el anuncio del reino futuro,
y porque están hambrientos y sedientos de justicia. Ya sean
"publicanos y cortesanas" (cf. Mc. 21, 31), todos se parecen al
hijo, cuyo padre le dice: "Hijo, me voy a trabajar en mi viña;
respondiendo él: no quiero; más después, arrepentido,
va" (Mt. 11, 28). Por el contrario, las riquezas
amenazan embargar el corazón del hombre hasta el punto de arrancarle
todo gusto para los bienes celestiales. "Hijos, cuan difícil es
entrar en el Reino de Dios para los que confían en las riquezas.
Más fácil es que pase un camello por el ojo de una aguja, que
un rico en el reino de Dios". (Mc. 10, 24). Jesús da ahí
un juicio terminante a ese respecto, reconociendo que la pobreza en sí
misma sensibiliza, incomparable mente másque
las riquezas, para recibir la buena nueva de la salvación. Este juicio
tiene validez universal. Pero siempre habrá pobres y ricos, que se
apartarán del buen camino. Jesús lo sabe muy bien, pero su
posición básica no pretende aplicarse prácticamente a
modo de sentencia a los pobres o a los ricos tomados en particular. 3. Su amor a los hombres no tolera
excepción alguna, y no tiene el menor matiz de preferencia para una
clase determinada. Admite también a los ricos. Conocemos sus
relaciones con Simón, el fariseo (Lc. 7,36), y con Nico-demo,
doctor de Por ello, Jesús, al
combatir a los fariseos, la emprende al mismo tiempo con la riqueza:
"Nadie puede servir a dos señores: No podéis servir a Dios
y a Mammón" (Mt. 6, 24) (Lc. 16, 13).
De ahí que en algunas parábolas se encuentre aparentemente
cierto espíritu "proletario" pero no hay que ver en ello una
particularidad de Lucas ni tampoco ideales de tipo económico o social.
Es simplemente la arrebatadora expresión del amor profundo de
Jesús a los hombres, que no se deja deslumbrar por ninguna clase de
prevención y que no conoce preferencias personales y busca y acierta a
encontrar lo más vivo del hombre allí donde los prejuicios
religiosos y sociales sólo ven caídas y reprobación. 4. Siempre que se trate del amor
de Jesús, no se puede menos de pensar en el hijo pródigo, a
quien el padre abraza y besa (Lc. 15, 20). Igualmente quedará grabada
en la memoria de los hombres la figura de Lázaro, el pobre,
"llevado por los ángeles al seno de Abraham", en tanto que
el rico epulón es atormentado en el infierno (Lc. 16, 22, 24). Y
todos, ricos y pobres, recordarán aquel cordial banquete, al que los
ricos no quisieron acudir, y al cual fueron convidados, casi a la fuerza,
"los mendigos y tullidos, los ciegos y paralíticos" y por
último también"los que pasaban
por los caminos y vallados" (Lc. 14, 21-23) Esta predilección de
Jesús por los pobres y los necesitados no está, por otra parte,
inspirada sólo en consideraciones de razón o a causa de su
mayor aptitud para recibir la buena nueva; es más bien algo innato, un
sentimiento natural de su corazón que brota de la compasión por
el que sufre. No pudiendo tolerar sentirse saciado mientras otros mueren de
hambre, ni alegrarse si alguien está triste. Por lo cual no quiere
tener dónde reclinar su cabeza y exige a cuantos quieren ser sus
discípulos: "Ve, vende cuanto tengas y dalo a los pobres"
(Mc. 10, 21). 5. El amor de Jesús a los
desgraciados no es sólo una mera exigencia de su razón, sino
también una necesidad íntima, un irreprimible movimiento
interior, la exigencia de su corazón. Esto es Jesús: "Sed
misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso" (Lc. 6, 36). Desde el punto de vista
psicológico nos coloca este amor de nuevo frente a un heroísmo
sin par en la tierra. Además, no es un heroísmo irreal, sino en
íntimo contacto con el hombre, dotado de la más tierna
abnegación para con sus más acuciantes necesidades. ¡Cuan lejos está
Jesús del profeta fanático y exaltado o del místico
perdido en alturas ultraterrenas, cuyo interés está totalmente
absorbido por el objeto de sus anhelos y que sólo tiene contacto con
los hombres en la medida que correspondan éstos a sus ensueños!
El corazón de Jesús
pertenece a los hombres, a cada hombre, tal cual es, con sus dolores y sus
alegrías. Bibliografía y fuentes Caminando con Jesús Congregación para el Clero de |