Caminando con
Jesús Pedro
Sergio Antonio Donoso Brant |
JESÚS Y 1. COMO TRATARON A JESÚS
LOS DEMÁS. Se ha hecho casi axiomático
que un hombre de extraordinaria grandeza de carácter, de genio
profundo y fuerza espiritual creadora tenga que quedar incomprendido para su
tiempo. Hasta tal punto que se nos antoja una suerte que la comprensión
no le llegue demasiado tarde. Un hombre que en su ser vivo trae condiciones
de antemano está por encima de la generalidad; que por
educación y destino se ha desarrollado de manera particular; que en
profundas luchas y extraordinarias experiencias internas ha llegado a ideas
nuevas, ha sido tocado por valores no vistos aún y ha columbrado fines
y posibilidades hasta entonces encubiertos un hombre así no puede ser
aceptado sin más por la generalidad. En el mejor de los casos se le
rodeará de respeto; pero tendrá que seguir solo su camino. Y en
el peor de los casos hallará desconfianza y hostilidad. Más
adelante, ¿cuando haya terminad? su batalla, cuando haya tal vez
desaparecido, los hombres aceptarán su persona y su obra Y entonces
aparece como el precursor de lo que luego es ya en cierto modo bien
común. No es eso exactamente lo que pasa
con Jesús. No podemos medir su destino por estos hechos una y otra vez
repetidos en la historia. Jesús no es meramente un grande que no es
comprendido por su tiempo. Hay algo más hondo. Pensamos sólo en esto:
Jesús es un judío. Viene de la más noble sangre de su
pueblo, de alcurnia regia. Está profundamente enraizado en la vida de
su pueblo. No sin razón se ha dicho que, aun ahora, por lo que atañe
a su humanidad inmediata, son los judíos quienes mejor pueden
entenderle. Jesús está
profundamente en la tradición de su pueblo. Se siente hondamente
ligado a aquel acontecer sagrado. El, tan poderosamente penetrado de su
inmediata misión divina, dice: "No creáis que vine a
abolir Es más: Jesús se
siente sostenido, en el sentido de su existencia y de su misión, por
aquel pasado sagrado: "Examináis las Escrituras porque vosotros
pensáis que tenéis en ellas la vida eterna; éstas son
las que darán testimonio sobre Mí" (Jn. 5, 39). Aquellos
acontecimientos lo señalaron a El. Toda la antigua alianza estaba
dirigida hacia un futuro, llena de la expectación de algo venidero, del
Mesías y del Reino de Dios que El tenia que inaugurar. Jesús se
pone dentro de esa expectación: El es Aquel de quien se habla. Cuando habla por vez primera en su
patria, en Pero, ¿qué hace su
pueblo? Su pueblo no lo recibe. Lo repudia Se vuelve contra El. Lo elimina. Y esto no sólo a la manera
como repetidamente sucedió con los hombres enviados por Dios, los
profetas, que fueron casi todos negados o perseguidos por su pueblo para ser
luego tanto más fervorosamente acogidos en su figura y en su doctrina.
No, Jesús sigue repudiado, y desde hace dos mil años estamos
asistiendo al espectáculo inaudito de que un pueblo mira como traidor
a su hijo más poderoso, aun en el plano puramente histórico. ¿Cómo pudo suceder
esto? Que muy tempranamente al
entusiasmo se mezclara la desconfianza y oposición, no es de
maravillar, sabiendo cómo andan las cosas humanas. Lo maravilloso es
con qué unanimidad, casi pudiera decirse natural y espontánea,
se cerró el cuadro contra él. Inmediatamente aparecen en torno a
las figuras suspicaces, que lo observan y acechan, y bien pronto se toman
decisiones para quitarlo de en medio. En ninguna parte oímos que se
abordara realmente la cuestión de sus pretensiones o de su doctrina.
En ninguna parte que vinieran a El y le preguntaran: Tú afirmas ser un
enviado: ¿en qué fundas tu pretensión?... Haz hecho
milagros para confirmarla: Haznos ver lo que demuestran... Te pones en
contexto con la esperanza mesiánica: ¿En qué postura te
colocas respecto a la imagen mesiánica de un Isaías,
Jeremías, Malaquías o como quieran llamarse?...Críticas
muchas que hoy existen: dinos en qué se apoya esta crítica i
Tú traes algo propio y nuevo: Dinos cómo se comparece con lo
antiguo... Acaso se replique que discusiones de esta naturaleza no se
producen de modo tan material. Puede ser, pero queda claro lo que queremos
decir: la manera como fue recibida esta enorme aparición, y
cómo, desde el primer momento, no hay apertura, no hay voluntad alguna
de comprensión, no hay disposición alguna para una
discusión seria de ninguna clase. Breve tiempo más, y se cierra
la muralla de la incomprensión y del repudio. Y la muralla se torna
cada vez más dura y estrecha, hasta que por fin lo sofoca. En el fondo, lo mismo acontece
cotí el pueblo. A los comienzos lo 'recibieron con entusiasmo.
Tuvieron hambre de su pan, de sus palabras y de su virtud salvadora. Lo
siguieron y quisieron alzarlo rey. Pero en Juan (2, 24 y ss.)
se halla la palabra taladrante, sin ilusión: "Pero el propio
Jesús no confiaba en ellos..., porque les conocía a
todos". Es lo que realmente El quería, no le entendieron. Ni siquiera de manera sencilla y
cordial. También de parte del pueblo se alzó en torno de El una
muralla, la impenetrable pesadez y pereza del corazón. De sus discípulos hemos
hablado ya varias veces. Estuvieron durante todo el tiempo a su lado.
Habían acudido a El con el corazón abierto. Habían
oído sus palabras y contemplado sus obras. ¡Le habían
visto! ¡Ah! Si se nos concediera a nosotros ver cómo pasa por la
calle. Contemplar su rostro mientras habla. Seguir un movimiento de su mano.
Si pudiéramos nosotros oír su voz, percibir su timbre, el tono
particular de su lenguaje. ¿No es así que, de sólo
oírlo, nos volveríamos otros hombres? ¿No es así
que un gesto suyo se nos grabaría en lo vivo del corazón, como
marcado a fuego?... Todo esto lo tuvieron ellos en abundancia y, no obstante,
no le entendieron. Los Evangelios nos revelan
reiteradamente que no lo comprendieron y no olvidemos que los Evangelios
fueron escritos por los discípulos mismos y desde la inteligencia del
tiempo posterior. Son pues, fidedignos contra sí mismos. No comprenden
lo que quiere (Lc. 9, 45) dice: "Pero ellos no entera dieron esta frase,
y les quedó velada, de modo que no la comprendían". Y lo
que sigue hace aún más desesperado el no entender: "Y les
daba miedo preguntarle sobre esas palabras". Tergiversan la grandeza de
su mensaje, el fiel no de Dios. Lo llevan a lo mundano y político.
Todavía en el último momento, cuando se había ya
consumado el hecho enorme de la pasión y la resurrección, sobre
el mismo monte de los Olivos en que aquel hecho había comenzado, hay
quienes le malentienden: "¿Señor, vas a restablecer ahora
el reino de Israel?" Hch.1,6). ¿Llega por fin la gloria
terrena?... Nunca experimenta el Señor que el espíritu de sus
discípulos se abra y comprenda lo que Él quiere; que el
corazón de sus discípulos reciba y transmita el impulso divino
de su voluntad. Todo permanece siempre estrecho,
difícil, minúsculo y seco. La inteligencia llega a lo grotesco
cuando, tras la multiplicación de los panes, navegan sobre el lago y
El va aún totalmente absorto en lo que ha obrado, en lo que había
acontecido... Y de pronto, como saliendo de profunda reflexión, les
previene: "Guardaos de la levadura de los fariseos y de la levadura de
Heredes". Los pobres piensan en el pan y en
la panadería y se dicen unos a otros con espanto: "Es que no
tenemos pan". Y El, como estallando de tortura íntima:
"¿Qué discurrís entre vosotros de que no
tenéis panes? ¿Todavía no entendéis ni
comprendéis? ¿Tenéis cerrado vuestro
corazón?" (Mc. 8, 14 y ss). Otra vez se
levanta en torno a El la muralla, y ahora de parte de quienes más
terriblemente tenían que oprimirle el corazón: de los
más próximos a Él. Y por lo que atañea
su propia familia, cuánto no delata el pasaje de Juan (7, 3 y ss.) en que sus parientes le dicen: "Vete a Judea
para que también tus discípulos vean las obras que haces.
Porque nadie actúa en lo oculto, si busca a la vez ser conocido. Si
haces estas cosas, muéstrate al mundo. Porque ni sus hermanos
creían en Él". Y su madre, con quien tan profundo
amor lo unía... También sobre ella hay una palabra, que no es
lícito remover; acerca de ella y de José (Lc. 2, 50);
"Ellos no comprendieron las palabras que les dijo". Cierto que
sigue lo otro, de que ella guardaba toda palabra en su corazón.
Siembra preciosa que brotaría en puro conocimiento de amor, más
adelante, cuando el Espíritu Santo viniera también sobre ella.
Pero para entonces, ahí estaba la grave palabra: "Y ellos no
entendieron". 2. JESÚS CAMINA ENTRE ELLOS
SIN MIRAR ATRÁS. Jesús estuvo en soledad
indecible. Juan, que había descansado sobre su pecho y fue él
solo de entre los discípulos que, después de huir,
también él, se animó y volvió sobre sus pasos y
perseveró al pie de la cruz, penetró más profundamente
que los demás en el interior de Jesús. Su Evangelio es para
nosotros una clave de todo el Nuevo Testamento. Ahora bien, su Evangelio y
sus cartas están transidos de estremecimiento ante la
incomprensibilidad de este misterio; cómo pudo ser que el Señor
vino al mundo, que fue hecho por El, y el mundo no lo recibió. Porque hay que representarse lo
que significa que haya un hombre lleno de profunda inteligencia para la salud
de todos, lleno de puro amor, dispuesto a abrirse, a dar, a ayudar. Y ahora
va, habla con éste y con el otro, y tropieza aquí con
desconfianza, allí con incomprensión, con risa u hostilidad Y
así le aconteció a Jesús. Sólo que de manera
infinitamente peor, divinamente espantosa. Porque El llevaba en sí la
verdad que salta de Dios. En El brotaba, en su fuente, la inmensidad de la
virtud salvadora que pudo decir: "Venid a mí todos, que *yo os
"aliviaré".El veía cómo están los
hombres y el mundo, y tenía poder de arrancar de cuajo la miseria.
Pero tropezó en todas partes con un paredón oscuro.
¡Espantosa hubo de ser esta pasión! Pero lo más espantoso fue
que no cedió lentamente, que las tinieblas no se aclamaron y la
cerrazón no se abrió. Todo se fue volviendo cada vez más
duro, mástenebroso, más hostil, hasta
que llegó la hora del poder de las tinieblas. Aquí barruntamos
bien lo que es el pecado, lo que es la caída de la creación,
cuando esto fue posible, esta ceguera y endurecimiento del corazón. Y barruntamos también algo
de lo que quiere decir la redención: que Él, para expiar el
pecado, pasara por toda esa miseria hasta el fin. Que El soportara esta amurallamiento en sí mismo, este no ser recibido
de aquellos a quienes venía a redimir, y lo sufriera sin
evasión, sin mitigación, hasta la muerte. Si fuéramos
capaces de sentir lo extremo, lo más recio, lo más inexorable
habríamos comprendido algo de lo que significó la
redención. Jesús no pudo soportar esto, sino desde el misterio
de que habla, a su vez, Juan: "El Padre está siempre
conmigo". Pero aún aquí
penetro la soledad. El Evangelio mismo narra el grito de Jesús en su
postrera angustia: "¿Dios mío.
Dios mío, por qué me has abandonado?". Nos narra que, en la consumación
postrera de la entrega redentora, en la más profunda oscuridad del
tener que morir, se retiró también la cercanía del
Padre, y allí estuvo Jesús enteramente solo y abandonado. Pero
tampoco esta soledad le frenó.A pesar de los
rechazos humanos Jesús sigue fiel su recorrido hasta la muerte.
Bibliografía y fuentes Caminando con Jesús Congregación para el Clero de |