Caminando con
Jesús Pedro
Sergio Antonio Donoso Brant |
JESÚS
REVOLUCIONARIO O APOLÍTICO? 1. JESÚS INTERVIENE EN La predicación de
Jesús sobre el Reino de Dios no concierne sola ' mente a las personas,
sino también al "mundo de las personas", es decir, a las
relaciones humanas, a la vida social. En tiempos de Jesús los
verdaderos dirigentes de la vida religiosa y social son, para la gente del
pueblo, los escribas y fariseos. Ellos son más temidos, e incluso
respetados, que las fuerzas de ocupación romanas o el sumo sacerdote
del Templo de Jerusalén. Los escribas son teólogos
que conocen a fondo las Escrituras, la ley y las tradiciones religiosas del
pueblo judío. Los fariseos, grupos de laicos; muy fervientes, dan gran
importancia al culto, a la plegaria y a las obligaciones religiosas. Observan
Pero no son perfectos del todo.
Tienen un defecto capital que Jesús denuncia con fuerza: ven la paja
en el ojo ajeno y no la viga en el suyo. Descuidan la justicia, la
misericordia y la buena fe. Dicen y no hacen; atan pesados fardos a las
espaldas de los otros y ellos rehúsan mover la punta de un dedo. Todo
esto no puede soportarse, debe ser cambiado. En tiempos de Jesús, en su
patria, las diferencias sociales están rígidamente marcadas.
Hay ricos y pobres, parientes y extraños, sacerdotes de
Jerusalén y levitas en las ciudades, fariseos, saduceos, publicanos.
Las relaciones entre los grupos sociales están regidas por
convenciones, tradiciones, reglamentos, a veces muy estrictos. Unas cosas son
desaconsejadas, otras prohibidas. Así, por ejemplo, se evita
frecuentar a los pastores, curanderos, sastres, barberos, carniceros y
publicanos. Son profesiones despreciadas y convierten en execrables a los que
las ejercen. ¿Cómo se comporta
Jesús ante los prejuicios y convencionalismos sociales? Con mucha
libertad. No concede importancia a ciertas observancias como lavarse las
manos antes de comer, y rechaza, además, esos convencionalis
mos que rigen las relaciones de los hombres de su
país. Frecuenta a todo el mundo, se dirige a todo el mundo. Busca el
contacto con los más pobres, con los marginados, con los que son
despreciados. Y a los que se escandalizan les dice: "No he venido a
llamar a los justos, sino a los pecadores. Estos son los que tienen necesidad
de médico". Jesús acoge también a
los paganos, es decir a los no judíos. Conversa con las prostitutas,
cena con Zaqueo (que tenía tan mala reputación), acepta como
apóstol a Judas Iscariote, hombre ambicioso que le traicionará;
tres guerrilleros se hacen discípulos suyos y encuentra normal que las
mujeres le acompañen en sus desplazamientos, lo cual resulta
sorprendente en aquella época La "gente bien" comenta:
"Es un comilón y un bebedor, un amigo de publícanos y
pecadores". Jesús critica el orden
social de su tiempo, que no es más que un orden en el desorden. Para
entrar en el Reino que anuncia es preciso cambiar radicalmente el fondo de
los corazones, las relaciones entre los hombres: "Muchos de los primeros
serán los últimos, y los últimos los primeros. Los
publícanos y las prostitutas están más próximos
al Reino de Dios que vosotros". ¿Por qué? Porque, no siendo nada
socialmente, los pobres, los marginados, los excluidos, no tienen nada que
perder y mucho que esperar. Están mejor preparados para recibir el
mensaje de Jesús y llevarlo a la práctica. No sucede lo mismo
con los fariseos, bien adaptados a un sistema social que han creado en su
propio interés: tienen buena reputación, religión,
están seguros de que Dios está de su parte. Triste
ilusión, explica Jesús en la parábola del fariseo y el
publicano. Ante esta radical
contestación del orden establecido, los fariseos reaccionan
violentamente. Murmuran y se burlan de Jesús. Le acusan de estar
poseído por el demonio, esparcen noticias insidiosas para perjudicarle
y desacreditar Lc. Intentan desembarazarse de él y matar Lc. Reuniendo
motivos de acusación contra Jesús, estarán entre
aquellos que le harán condenar a muerte. Pero Jesús no se deja
intimidar. Continúa predicando la conversión del
corazón, la fraternidad universal. El tiempo apremia: "Se ha
cumplido y el Reino de Dios está próximo". 2. EN RESUMEN. Los bienes. Jesús pide al
rico que venda lo que tiene y lo entregue a los pobres. El Reino de Dios provoca una nueva
manera de repartir lo que se posee. Las mujeres. Jesús habla
con ellas, aún con las extranjeras. No las aparta de El, como se hace
en El Reino de Dios considera iguales
al hombre y a la mujer. El matrimonio. Jesús
protesta contra el repudio de las mujeres por sus maridos y por motivos
arbitrarios, como lo autorizaban algunos rabinos y proclama la
indisolubilidad del matrimonio. El Reino de Dios invita a la
pareja al respeto y al perpetuo amor Los niños. Jesús les
testimonia su interés y ternura, mientras que la sociedad los separa y
los considera seres inferiores. El Reino de Dios es para los que,
como ellos, tienen una posición tenida en poco. La familia. Para Jesús los
lazos de parentesco no son un absoluto. Los que "hacen la voluntad del
Padre" son para El "madre, hermanos, hermanas ,
etc." Las gentes "impuras".
Jesús frecuenta la compañía de pecadores mientras que
'los justos" se alejan de ellos. Jesús cambia las
categorías de puro e impuro. El Reino de Dios no excluye a
nadie. Los rituales de pureza.
Jesús no atribuye importancia a los ritos de purificación, en
particular antes de las comidas. El Reino de Dios pide pureza en la
intención profunda, en el corazón del hombre. Las familias "impuras".
Al lado de aquellos cuyo árbol genealógico establece la
"pureza", hay familias manchadas, por alguna unión
ilegítima, por ejemplo. Para llegar a ser sacerdotes, ejercer ciertas
funciones, participar en la salvación que traerá el
Mesías, es preciso estar entre los "puros". Jesús no se preocupa de
estos exclusivismos. El Reino de Dios esta abierto para
todos. Los oficios despreciados. Se
hicieron listas de oficios despreciados: los que favorecen la inmoralidad en
los transportes (asnero, camellero, marinero); los
que son ocasión de ganancias excesivas (pastor, médico,
carnicero, recaudador de impuestos); los oficios repugnantes (recogedor de
basuras para curtir, fundidor de cobre, curtidos); los oficios que ponen en
relación con mujeres (vendedor ambulante, lavandero, etc.). Jesús frecuenta el trato de
los recaudadores de impuestos. Toma 8 uno por apóstol, .Los relatos de
su nacimiento conceden lugar de honor a los pastores. El Reino de Dios privilegia a los
marginados. Los pecadores. Jesús
perdona sin preocuparse de los sacrificios penitenciales que se deben cumplir
en el Templo de Jerusalén. Perdona los pecados "a ojo" si se
puede, hablar así. El Reino de Dios regenera la vida
sin recurrir al Templo. El Templo. Jesús
morirá a causa de su toma de posición respecto al Templo. Los paganos. El va hacia ellos.
Los primeros cristianos insistieron sobre esta conducta de Jesús. Pero
muchos, comprendido San Pedro, tendrán dificultad para decidirse a
comer con los no judíos. El Reino de Dios es para todos los
hombres. Los escribas. Son los
especialistas en El Sanedrín. Es el consejo
que gobierna a los judíos y ejerce la justicia. Se compone de
sacerdotes, ancianos (aristocracia laica), escribas (frecuentemente
fariseos). Está presidido por el Sumo Sacerdote. Se ocupa de las
relaciones con el poder romano, de los impuestos, de Jesús habla de
"servicio" cuando se trata de ejercer una autoridad El mismo da
ejemplo. El Reino de Dios modifica la
manera de mirar el poder. El servicio fraternal sustituye a la
dominación. 3. JESÚS INTERVINO
DIRECTAMENTE EN EL MUNDO SOCIAL Y RELIGIOSO, E INDIRECTAMENTE EN EL
POLÍTICO Jesús no murió de
muerte natural. Fue condenado. El evangelista Juan se atreve a afirmar que
fue condenado injustamente por el poder político, ya que el mismo
Pilato había reconocido su inocencia. El proceso de Jesús es un
elemento fundamental para la comprensión de su mensaje y de su
actitud. Aquel proceso se desarrolló ante dos tribunales, un tribunal
religioso y un tribunal político; pero en ambos casos se trata de
acusarle de un crimen del que él se afirma inocente.
¿Qué es lo que andaba en juego en aquel proceso? a) La acusación religiosa. Jesús es condenado por el
poder religioso. Al parecer, éste le reprochaba, no ya que se hubiera
presentado como Mesías, sino el que fuera un falso profeta: no ha
presentado ninguna justificación adecuada al carácter
inédito de sus pretensiones. Empeñarse en definir de nuevo las
relaciones entre Israel y Dios rompiendo incluso con la ley y prescindiendo
de las tradiciones de los maestros y de la autoridad de los sacerdotes exigía
una comprobación del origen divino de esta tarea, en
contradicción con lo que había sido manifiestamente hasta
entonces la voluntad de Dios; ¿cuáles eran esas
garantías excepcionales? Jesús se negó a presentarlas,
negándose a inclinarse ante los que se consideraban encargados de
garantizar la ortodoxia religiosa y la verdadera tradición
judía. Además, aquel profeta
suscitaba en el pueblo un movimiento mesiánico, cuya responsabilidad
no quería sin embargo asumir, Juan expresa perfectamente cuál
era el sentimiento que dominaba entre los sacerdotes y los fariseos: "¿Qué
haremos? Este hombre hace demasiados prodigios. Si le dejamos así,
todos creerán en él, y vendrán los romanos y nos
destruirán a nosotros, y el lugar santo y la nación" (Jn.
11, 47-48). Caifas, por su parte,
añadió:"Vosotros no comprendéis nada, ni os dais
cuenta de que conviene que muera un solo hombre por el pueblo y que no sea
destruida toda la nación" (Jn. 11, 50). Juan interpreta estas palabras
como una profecía que tiene un sentido teológico profundo.
Originalmente, expresa la opinión que prevaleció: Jesús
era un seductor; carecía de medios para llevar a cabo la
revolución mesiánica que fomentaba entre el pueblo.
Había que cortar por lo sano; la muerte de aquel falso profeta
demostraría con claridad que no era el enviado de Dios, que no era
más que un blasfemo. Las burlas de los jefes delante de Jesús
en la cruz revelan esta misma intención: "Ha salvado a otros; que
se salve a él mismo, si él es el Cristo de Dios, el
elegido". (Lc. 23, 35) En resumen, parece cierto que para
los jefes, sacerdotes y fariseo. Jesús fue condenado justamente como
falso profeta, y que esa condenación preservaría, a su juicio,
al pueblo de comprometerse en un movimiento sin porvenir, ya que no
podía ser de Dios dada la actitud de su autor. b) El delito político. El poder político se basa
para su condenación en otras razones distintas de las del poder
religioso. Jesús ha sido llevado ante la justicia romana por motivos
diferentes de los de su acusación ante el poder religioso; ser un
falso profeta no era un delito que amenazase a la seguridad del estado.
Así pues, Jesús fue acusado de amenazar al ocupante romano:
había intentado sublevar a las turbas para devolver a Israel la
independencia. Jesús era un agitador político. Y fue
seguramente como agitador por lo que Jesús fue condenado. En realidad,
parece históricamente cierto que el procurador romano, Pilato,
había percibido la falsedad de la acusación y había
juzgado a Jesús inocente (Le 23, 4.13-25; Hch.3, 13; 13, 28; Jn. 18,
38; 19, 4.6). Lo condenó porque los jefes y una turba excitada por
ellos exigían su muerte. Creyó que una resistencia exagerada a
sus exigencias produciría desórdenes en aquella
población apasionada, tan difícil de apaciguar durante su
afluencia a las fiestas de Pascua. La muerte de Jesús fue la
garantía de que no se producirían desórdenes y una
prueba de la comprensión del ocupante ante las querellas intestinas
del pueblo judío. La inocencia de Jesús tenía muy poco
peso en la balanza de la estrategia política. Así, pues, Jesús fue
víctima de la incapacidad de los jefes para percibir los signos de la
transformación necesaria de las relaciones con la ley y la
religión. Fue sacrificado en aras de unos intereses políticos
por la justicia romana. El que fuera justo o inocente tenía muy poco
peso a la hora de establecer el veredicto. Si esto es así, el relato
evangélico de la pasión es el relato del justo perseguido, del
inocente aplastado: un tema que está presente en la oración de
los salmistas. Jesús se había presentado como un hombre lleno de
autoridad, libre, como un profeta poderoso en obras, que había hablado
con franqueza y siempre en público, que había atendido a los
enfermos, que no había condenado a los pecadores, que había
discutido con los maestros de la ley. Y ahora se veía reducido a nada:
"Había salvado a
otros, y no podía salvarse a sí mismo" (cf. Mc. l5, 31).
Dios no lo había acreditado como profeta, puesto que lo abandonaba a
sus propias fuerzas. Por eso no es extraño que Marcos y Mateo pongan
en sus labios la oración del justo entregado a la ferocidad de sus
enemigos y que no recibe ninguna ayuda de Dios; "Dios mío, Dios
mío, ¿por qué me has desamparado?" (Sal.22, 2,
citado por Mc.15, 34). c) Carácter de la
condenación. El proceso y la muerte de
Jesús son vulgares. Sufrió la suerte de tantos otros que, por
su palabra y actitud, chocaron con las certezas adquiridas, con los intereses
compartidos y con el orden político establecido. Su condenación
por los poderes de la religión y de la política demuestra la
vulgaridad del mal. Para el poder religioso era lógico que Dios protegía sus intereses. Jesús, al anunciar
la inminencia del reino de ese Dios sin preocupar se de la opinión de
los maestros en ciencias religiosas ni de la autoridad de los sacerdotes, no
podía ser más que un falso profeta. En cuanto al poder
político, le pareció ridículo poner en peligro los
intereses superiores del orden en Judea para ahorrar la vida de un inocente.
Jesús no tenia lugar alguno para poder religioso, no tenía
existencia alguna para poder político. Las esperanzas que habían
puesto en aquellas turbas y los discípulos habían resultado
útiles. El reino de Dios no había venido y Jesús
había quedado definitivamente eliminado como tantos otros justos y
profetas antes que él. 4. JESÚS. Y EL PODER
POLÍTICO. La forma más común
de la obediencia es la sumisión a las diversas autoridades que ejercen
un poder. Jesús ha conocido esta obediencia, ha vivido sumiso a los
hombres. La mayoría de las gentes
con quienes se codea en los caminos y en los Burgos no tienen con la
autoridad sino relaciones distantes, a través de los impuestos y
reglamentos de administración y policía. Jesús, porque
su persona y mensaje replantean todo de nuevo, es llevado a tomar
posición ante las autoridades más altas de Jerusalén y
de Roma. No tiene ciertamente en grado alguno la superstición de la
autoridad: habla de los detentadores del poder, de Heredes "el
Zorro" (Lc. 13, 32 , de escribas y fariseos, sucesores legítimos
de Moisés Mt. 23, 2), con franqueza vigorosa (Mt. 23, 13 y ss,); no se hace ilusiones sobre las segundas intenciones
y los procedimientos ordinarios de los poderosos del mundo, que "se
hacen llamar bienhechores" (Lc. 22,26), pero "mandan como amos y
hacen sentir su poder" (Mc. 10, 42) Jamás, sin embargo,
Jesús predica ni practica la revuelta, ni siquiera contra las
autoridades más indignas. Le parece natural obedecerlas, tan natural
que apenas habla de ello. Sus discípulos San Pedro y San Pablo
recomendarán a los cristianos la obediencia a los poderes
constituidos, pero Él, que la vive diariamente, no se entretiene en
ello. Es preciso obligarle a que se decida y responda: "Dad al
César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios" (Mc.
12, 17) ¿Será esto un punto sin importancia? De ninguna manera,
pero es un punto sobre el cual no pretende innovar. La obediencia a la
familia o al estado no es una consecuencia del Evangelio; descansa en la
condición natural del hombre. Habiendo adoptado totalmente esta
condición. Jesús vive como hijo sumiso, como sujeto legal, sin
fanatismo, sin miedo, pero sin reticencia. Permanece intacta hasta su
última hora. Esta hora, para la que ha nacido, y que revela el secreto
de su corazón, es la de la obediencia suprema: "Es necesario que
el mundo sepa que amo al Padre y que obro según la orden que me ha
dado. Levantaos, salgamos de aquí" (Jn. 14, 31). Pero es en la
obediencia a los hombres como va a alcanzarle la orden de su Padre, en el
gesto de Judas, en la intervención de la autoridad. Jesús va a
someterse a ellos, pero demuestra que lo hace libremente, o sea, que obedece.
Su última palabra en el momento de ser arrestado expresa exactamente
su obediencia: "¡Levantaos! ¡Vamos! Aquí cerca
está quien me entrega" (Mt. 26, 46). No hace falta que Judas y su
tropa le sorprenda y crean cogerle a pesar suyo. Rehuirá
para defenderse, pero no será inercia o fatalismo: quiere tener la
iniciativa, entregarse libremente en sus manos. ¿Si fuera obligado por
la fuerza cómo podría testimoniar aúnque
ha venido a este mundo a obedecer? Todos los evangelistas han
recogido en La obediencia de Jesús en
su pasión tiene algo de excepcional, pues las autoridades que le
condenan, si bien son legítimas, cometen una injusticia. Jesús
no discute la autoridad del sumo sacerdote o de Pilato; su poder sobre su
persona es anormal, pero legítimo. El se somete a su aparato judicial,
responde a los interrogatorios y muere por haber satisfecho al requerimiento
solemne del sumo sacerdote: "¿Eres el Hijo de Dios?". Pero
si reconoce la validez de sus tribunales, su docilidad ilumina la iniquidad
de sus veredictos. Obedeciéndoles, Jesús,
el acusado, toma el puesto de juez, y su muerte inocente condena todos los
abusos de poder. Sin saberlo perfectamente sin quererlo en absoluto, sabiendo
siempre bastante y queriendo lo suficiente para empeñar su
responsabilidad, sus jueces y sus cómplices han crucificado al Hijo de
Dios. El designio divino ha querido que Caifas y
Pilato se hayan encontrado ese día ante El, pero tras ellos estamos
todos los que preferimos la injusticia a la voz de nuestra conciencia. Obedeciendo a los jueces y a sus verdugos,
Jesús no disimula nunca la ignominia de que se hacen culpables y su
perdón, si borra su pecado, revela también su bajeza. Su
sumisión no tiene nada de la cobardía resignada que se imagina
aplacar el mal dejándole obrar libremente y no justifica ninguna
iniquidad. Demuestra solamente hasta dónde el Hijo de Dios ha llevado
su obediencia: hasta las peores condiciones conocidas del pecado, la
esclavitud. Jesús ha querido conocer la angustia más profunda,
la suerte más dura que ha conocido la humanidad, la espantosa
sensación de ser entregado sin defensa a todos los caprichos del odio
y de la crueldad. Así triunfa del pecado, por cuya causa muere;
así concede a los suyos, a todas las víctimas del pecado, unir
su sufrimiento a su Pasión, transformar su esclavitud en obediencia. Bibliografía y fuentes Caminando con Jesús Congregación para el Clero de |