Caminando con
Jesús Pedro
Sergio Antonio Donoso Brant |
1. CRISTO IRRADIA SALUD. Según el testimonio
unánime de los Evangelios, Jesús fue un hombre de gran
capacidad emprendedora, resistente a la fatiga y realmente robusto Es un
rasgo que le diferencia de otros célebres fundadores de religiones.
Cuando Mahoma desplegó el estandarte de profeta, era un enfermo, de
herencia sobrecargada y con el sistema nervioso en desequilibrio. Buda estaba
psíquicamente deshecho y agotado cuando se retiró del mundo. En cuanto a Jesús, nunca se
ha podido hallar la menor alusión a enfermedad alguna. Sus sufrimientos
consistieron en privaciones y sacrificios que le impuso su vocación de
Mesías Su cuerpo aparece singularmente resistente a la fatiga. Prueba
de ello es su costumbre de empezar su obra muy de mañana. "Por la
mañana, muy de madrugada, salió fuera a un lugar solitario a
orar" (Mc. 1, 35). "Al alba, llamó asus
discípulos, y escogió doce entre ellos" (Lc. 6, 13). La misma impresión de
salud, de frescura y vigor se desprende de la radiante alegría que
encuentra en la naturaleza. Ama particularmente los montes y los lagos.
Después de un día penoso de trabajo, sube resuelto a una altura
desierta, o al anochecer, se deja conducir por las aguas del lago de
Genesaret en la calma vespertina (Mc. 4, 35; 6, 46). Sabemos, además, que toda
su vida pública transcurrió en continuas caminatas a
través de los cerros y llanuras de su patria, de Galilea y
Samaría y Judea, y aún hasta la región de Tiro y
Sidón (Mt. 15, 2.1)'. Y estos viajes los hacía sin equiparse,
como recomendaba a sus discípulos: "NO llevéis nada para
viaje, ni bastón ni alforjas y tampoco pan o dinero" (Lc. 9, 3).
Y así el hambre y la sed fueron frecuentemente sus compañeros. Se ha dicho con razón, a
este respecto, que su última subida de Jericó a
Jerusalén fue una notable proeza. Bajo un sol ardiente, por caminos
sin una sombra y atravesando montes rocosos y solitarios, realizó su
viaje en seis horas, debiendo superar una altura de más de mil metros.
Es asombroso que a su llegada no se sintiera fatigado. Aquella misma tarde
tomó parte en un festín que le prepararon Lázaro y sus
hermanas (cf. Ioh. 12, 2). Jesús pasó la mayor
parte de su vida pública no en el sosiego hogareño, sino al
aire libre, en medio de la naturaleza y expuesto a todas las intemperies. Los
lugares de su nacimiento y de su muerte están apartados de los que
frecuentan los hombres. Entre estos dos extremos, el
establo de Belén y la cima del Góigota,
se desarrollo su vida, más errante y más pobre todavía
que la de los pájaros en sus nidos y las zorras
en su cueva. Si entraba en alguna casa, era en la de sus amigos y conocidos.
El mismo no tenía dón de reclinar su
cabeza (Mt. 8,20). Debió de pasar muchísimas noches al aire
libre, y así le eran tan familiares los lirios del campo y las aves
del cielo. Ello supone un cuerpo
absolutamente robusto. Esa vida errante estuvo además, llena de
trabajo y penurias. En muchas circunstancias, advierte Marcos, no tenia
tiempo para comer (Mc.3, 20; 6, 31). Hasta muy entrada la noche
acudían a Éllos enfermos (Mc. 3,8) y
también sus enemigos, saduceos y fariseos, llenos de malicia. Era la
ocasión de confrontar doctrinas, de largas y penosas discusiones, de
luchas peligrosas en tensión continua. Finalmente, seguían las
explicaciones prolijas a los discípulos, con la pesada carga que le
imponían aquellos espíritus poco despiertos y llenos de
preocupaciones mezquinas. Un temperamento enfermo o
simplemente delicado no hubiera podido resistir. Jamás, aún en
las situaciones más impresionantes y peligrosas, perdió
Jesús la serenidad. Una vez, por ejemplo, en medio de la tempestad
desatada en el lago de Genesaret, continuó durmiendo tranquilamente
hasta que sus discípulos le despiertan bruscamente de su profundo
sueño, y al instante y con la mayor tranquilidad se da cuenta de la
situación y la domina. 2. LLEGA EL DOLOR A a) DOLOR MORAL. En la hora de
Getsemani este sufrimiento permanente llega a su paroxismo. La vida de Dios escapa al tiempo y
a la transformación. Está fijada en un presente simple e
infinito, en tanto que la del hombre pasa, sube y baja. En el Señor
había los dos aspectos, el eterno presente y la transformación
en el tiempo, por lo cual este sufrimiento debió tener sus
vicisitudes, sus cambios de volumen, de insistencia y agudeza. Pero en aquel
momento llegó la hora en la que todo había de ser
"acabado". ¿Quién pretende
saber o llegará a saber cómo trató Dios, el Padre, a
Jesús? Era el Padre cuyo amor infinito, que es el Espíritu
Santo, se dirigía siempre hacia el Hijo. Con todo, llega un momento al
que se aplicarán las palabras: "Dios mío, Dios mío,
¿por qué me has desamparado?" (Mt. 27, 27-46) Si no
preferimos callar respetuosamente ante ellas, habremos de decir forzosamente
que el Padre dio a entender a Jesús que éste era como el hombre
caído y rechazado por Dios, que Jesús en aquella hora
quedó identificado con nosotros en una medida que está
sumergida en el más profundo misterio. Pero esta identificación
no se realizó tan sólo en los últimos momentos de En la hora de Getsemani, el
corazón y el espíritu de Jesús experimentaron
profundamente lo que es el pecado a los ojos del Dios justo y vengador. Su
Padre le exigió que tomara sobre sí este pecado como suyo,
Jesús vio por decirlo así, la cólera del Padre contra el
pecado dirigida contra su propia persona, que había querido cargar con
este peso, y vio cómo el Dios Santo se apartaba de El y le
"abandonaba". Hablamos "humanamente".
Acaso sería mejor callarse. En esta hora Jesús aceptó la
voluntad del Padre y renunció ala suya propia. "Su" voluntad
no era afirmarse contra Dios, lo cual habría sido el pecado. Esta
"voluntad" no fue, sin duda, más que el temblor de un ser
tan vivo y tan puro como El ante el hecho de verse en estado de pecado y no a
causa de una falta personal, sino a consecuencia de una apropiación
infinita del amor substituyente, sabiendo que se
había convertido en Aquel hacia el que se dirigía la irá
de Dios. La aceptación de todo esto quedaba expresada, sin duda, en
sus palabras: "No sea lo que yo quiero, sino lo que quieres
tú". He aquí lo esencial de la
lucha en esta hora de agonía. Lo que siguió luego fue la
realización de esta hora, la ejecución de lo que el
espíritu y el corazón habían anticipado. 'La soledad de Jesús es tan
grande que apenas podemos atrevernos a hacer reproches a los
apóstoles. Su menguada capacidad de compasión debió
deslizarse por la superficie de este sufrimiento infinito como queda
indiferente el corazón de un niño en una profunda desgracia
sobrevenida a las personas mayores que le rodean; el niño se aparta,
se pone a jugar o se duerme. ¡Cuan profunda ha de ser la soledad de
Jesús, puesto que la única reacción de los
discípulos es esta indiferencia! No hay nadie que haya visto, ni
antes ni después, la existencia "'acornó Jesús la
vio en aquellos momentos, en aquella hora, en la que el corazón humano
de Jesús sostuvo el mundo, arrancado a la mentira y visto en su
sombría realidad como Dios lo ve siempre. Entonces "la verdad fue
realizada en la caridad". Y con ello Jesús estableció el
punto de partida gracias al cual nosotros también podemos rechazar la
mentira. Porque b) EL DOLOR FÍSICO. Este
relato de la pasión encierra verdad sagrada. Su estilo nada tiene de
retórico. Se narra con sencillez lo que acaeció ylo que se dijo. No hay ni una palabra que sugiera lo que
pasó en el interior de Jesús o en el del narrador.
Bástenos pensar cómo la presentaría un escritor moderno,
para sentir la sencillez con la que se narra aquí el acontecimiento
fundamental de nuestra Redención. He aquí por qué es tan
grande la credibilidad y tan insignificante la apariencia permítasenos
la expresión de este relato. Cada una de sus frases está dotada
de un significado infinito que no se nos da a conocer más que
proporcionalmente a nuestra gravedad y nuestro amor. Es natural que los
fieles hayan hecho de estas pocas páginas un comentarlo viviente, todo
él tejido de contemplación, oración y acción
simbólica: el Vía Crucis. ¡Cuan misteriosa e
inquietante es la actitud de Jesús! Hay que despojarse de la costumbre
dos veces milenaria de ver en El familiarmente al "Buen Maestro",
modelo de paciencia y caridad, y sentir cuan "Desconocido" es.
¿Qué sucede aquí? No se libra ningún combate
potente; no se da ninguna respuesta estremecedora; no se revela ninguna
grandeza misteriosa que domine a los adversarios, influya en su actitud,
aunque no fuera más que para hacerles salir de sí mismos y, exarcebando su odio, inducirles a derribar a su
adversario. El proceso sigue el curso previsto, consigue el fin a que tiende,
y Jesús se conduce... ¿Cuáles la conducta de
Jesús? Es trágico ver que el
mundo, desgarrado por el odio, se une por unos breves instantes contra
Jesús. Pero, ¿qué hace el Señor? Todo proceso es
en sí una lucha, excepto en este caso. Jesús no lucha. No
argumenta. Nada refuta. No ataca. No busca partidarios. En cambio, deja que
todo siga su curso, Incluso en el momento dado hace precisamente la
declaración esperada por sus adversario y necesaria para que puedan
condenarle. Las palabras y acciones de Jesús no están
inspiradas por la lógica del proceso o las exigencias de la propia
defensa, sino por otros móviles muy distintos. No se esfuerza por
apartar algo. Pero su silencio no es ni debilidad ni desesperación. Sólo acertamos a decir que
es realidad divina, presencia santa y recogida, prontitud perfecta. Su
silencio hace suceder lo que debe suceder. Sin embargo, hay lucha, pero lucha
obscura, contra la verdad. La verdad es tan manifiesta y potente que el
proceso no parece tener sino una finalidad: obscurecer la verdad hasta tal
grado que sea posible la sentencia condenatoria; preparar y hacer llegar el
momento en el que pueda ser pronunciada esta sentencia sin que los hombres
estallen y den testimonio de su falsedad, sin que el horror les disperse en
todas direcciones. No hay defensa alguna, El mismo acusado no se protege.
Allí sólo se encuentra la simple presencia de la verdad. Y la
sentencia no se pronuncia hasta que la verdad ha sido lo suficientemente
pisoteada para que los hombres ya no la perciban en esta hora tenebrosa. Nos
lo muestra claramente Pilato. Es difícil hacerle justicia. No hay que
olvidar que era el juez supremo del país. Por muy despiadada que se
mostrara Roma, el derecho tenia en su imperio una majestad cuya apariencia
debía, por lo menos, guardar un juez. Podría objetarse que Pilato
era un juez sin conciencia. Puede ser cierto, pero ello no explica su actitud
durante el proceso de Jesús. Si sólo hubiese sido un hombre sin
escrúpulos habría dirigido o dejado correr el proceso de manera
que la sentencia condenatoria pronunciada contra Jesús como
perturbador del orden hubiese guardado, al menos, las apariencias
jurídicas. De hecho, actúa muy diversamente. Hace constar
más de una vez, y hasta el último momento, que no hay delito, y
luego contraviniendo toda justicia, pronuncia con perfecto conocimiento de
causa una sentencia de muerte y de una muerte cruel. En general, se olvida
esta contradicción se resuelve diciendo que Pilato era débil.
Pero esta explicación no basta. Hay que decir que el juez es sumido
tan profundamente en el error y la oscuridad por el "poder de las
tinieblas" que no siente ya el horrible e infamante desatino que comete. 3. ¿CÓMO VIVE EL
DOLOR EN Abrumados nosotros mismos por este
misterio, no podemos ya seguir le más que de lejos, pidiendo a Dios se
digne introducirnos en El. Simplemente al leer los Evangelios, dos puntos
están fuera de duda. Su Pasión ha inundado realmente a
Jesús, el dolor ha penetrado todo su ser, sin dejar lugar
vació; no obstante, permanece inquebrantable en su acción de
gracias. Cierto esta acción de gracias no es ya la vibración de
júbilo que le agitaba antes, ni aun la apacible seguridad que en el
momento de resucitar a Lázaro le ponía cara al Padre. Desde que
está cogido en el siniestro engranaje, desde que se ha abatido sobre
El la angustia de la agonía, Jesús es inmediatamente invadido
por el sufrimiento, y todas sus fuerzas físicas y morales bastan
apenas a sobrellevarlo. Domina su miedo y su tristeza, pero ¡a
qué precio! Conserva hasta el final su firmeza de juicio y de
decisión; ni un instante aparece diminuido o solamente amenazado;
muere en plena lucidez, sabiendo a dónde va, el instante en que El
quiere. Pero no hay una palabra suya en los Evangelios que lleve trazas de
una tregua, de un instante de misericordia en que hubiera podido respirar o
tomar alguna distancia en relación con su sufrimiento. La carga
está siempre allí, siempre tan agobiadora; las pocas palabras
que pronuncia le son impuestas, se diría casi arrancadas por la
situación. Es necesario que diga a Judas, a los policías que le
prenden, a sus jueces, a las mujeres que lloran, por qué muere; es
preciso que se sepa que perdona y salva. Dicho lo esencial, se calla, y su
silencio no es por desprecio, sino, en primer lugar, por abatimiento; no hay
fuerzas que perder, no hay la libertad de espíritu necesaria, sea para
expresar lo que siente, sea para hablar de su Padre. He aquí por qué alo
largo de todas esas horas en que, sin embargo nos da, muriendo por nosotros,
el testimonio supremo de amor (Jn. 15, 13), no recogemos ni una sola
confidencia suya, una sola palabra que nos diga del amor que rebosa de su corazón.
La acción de gracias de
Jesús brotaba de su corazón al ver a Satanás precipitado
del cielo como el rayo. Ahora
Bibliografía y fuentes Caminando con Jesús Congregación para el Clero de la Santa Sede |