Caminando con
Jesús Pedro
Sergio Antonio Donoso Brant |
1. ¿CÓMO ORABA
JESÚS? Secretamente. "Cuando
oréis, no seáis como los hipócritas que son amigos de
rezar de pie en las sinagogas y en las esquinas, para exhibirse ante la
gente. Ya han cobrado su paga, os lo aseguro. Tú, en cambio, cuando
quieras rezar, echa la llave y rézale a tu Padre que está
ahí en lo escondido; Tu Padre que ve lo escondido te
recompensará" (Mt. 6, 5-6). Jesús va al Templo y a La soledad, la noche, el desierto,
las colinas, las muchedumbres son los lugares de su oración reservada.
No se le ve hacer vibrar las grandes reuniones de personas para conducirlas a
la efervescencia religiosa. El vive con Dios en la intimidad. Comparte
secretos con Dios. Sobriamente. No nos ha dejado
muchas oraciones. Toma los salamos de su pueblo hasta en el momento de la
muerte. No ha querido dar a sus discípulos nuevas compilaciones. Su
oración es con frecuencia silencio. Silencio del cielo nocturno sobre
Galilea o sobre el Huerto de los Olivos. Un día. Jesús ora;
probablemente sin palabras. Cuando ha terminado, uno de sus discípulos
le dice: "Señor, enséñanos a orar, como Juan
enseñó a sus discípulos". Fue necesario que se le
pidieran fórmulas para que El ofreciese en el momento, un resumen
extrañamente breve de las grandes oraciones judías y de toda la
novedad que El mismo traía consigo: "Padre que tu nombre sea
santificado que venga tu Reino danos cada día nuestro pan
cotidiano; perdónanos nuestros pecados pues nosotros mismos perdonamos a
quien nos debe; y no nos dejes caer en
tentación" (Lc. 11, 2-4) Mateo presenta un texto más
largo. Trae también estas palabras de Jesús: "En vuestras
oraciones, no seáis palabreros como los paganos, que se imaginan que
por hablar mucho les harán más caso. No seáis como
ellos, porque vuestro Padre sabe lo que os hace falta antes de que se lo
pidáis" (Mt.6, 7-8) Sin cesar. "Sin
desanimarse" (Lc. 18, 1). Es su mirada hacia el interior y hacia fuera.
Esta vigilia ante Dios la evoca en sus parábolas pero ante todo la
vive. Los cuatro evangelistas dan la impresión de que su
oración es constante: al amanecer de los días de decisiones,
pero también en el cara a cara con un hombre o una mujer, o cuando El
mismo se convierte en corazón de una muchedumbre. Todo en El se hace oración. El habla de "orar en todo
tiempo" (Lc. 22, 46), para ir hacia Dios que viene. Como si la
oración fuese la fuente hacia la que es preciso avanzar siempre,
atentos al susurro del futuro. Habla también de insistir,
de llamar a la puerta, de ser importuno en la noche. Para una rara
fecundidad: "Cualquier cosa que pidáis en vuestra oración,
creed que ya la habéis recibido y se os concederá". Marcos
lo hace añadir inmediatamente: "Cuando estéis de pie
orando, perdonad lo que tengáis contra otros, para que también
vuestro Padre del cielo os perdone vuestras culpas" (Mc. 11. 24-26). ¿Qué ocurre en esta
oración obstinada? ¿Cuáles su eficacia? Parece como si
extrajera de lo más hondo del hombre una humanidad pura y recojo
ciliada; la que muestra el rostro, los ojos, las manos de Jesús. La oración incesante talla al
hombre. El hombre de paz. Con la audacia de la ternura.
Jesús no tiene miedo de Dios. Lo llama "Abba". Son los
balbuceos de un niño a su padre. Habría que traducir
"Papa". ¿Quién osaría hoy, murmurar a Dios
"Papá"? Antes de Jesús, en la
religión judía y en otras, se designa a Dios como Padre. Pero
nadie ha interpelado al "Altísimo" con este término
infantil. Libre en medio de su pueblo, libre frente a las autoridades, libre
respecto a las reglas corales o religiosas, Jesús es libre
también ante Dios. Más aún, es "muy libre" con
Él. ¿Quizás la
oración debía calmar en el Espíritu de Jesús los
temores primitivos, para conducir hacia Dios confiada, familiarmente? Entregando su vida la
última tarde. Partiendo el pan y haciendo pasar la copa. Ha repetido
el rito fraternal: se comparte la comida, hacia el final El preside la mesa
recita la acciónde gracias a Dios que
alimenta a los hombres y los conduce hacia la libertad. A través de todos los
éxodos. Presentando el pan y el vino. Jesús se ofrece El mismo
¿Han percibido en El su vida? Jesús conduce hacia la muerte...
Alba de Pascua. A partir de entonces, los que
quieren seguir a Jesús van hacia esta mesa. "Allí donde dos
o tres estén reunidos en mi nombre allí estoy yo en medio de
ellos". Ellos se acuerdan de El y le esperan. Intercambian la palabra y
la vida. Se entregan también, como Jesús se entregó,
día tras día, hasta la última comida. Eucaristía
incesante a lo largo de los siglos... Toda oración es eco de esta
comida. Antes de ser apresado. En el
Huerto del sudor y de la sangre. Se ofrece a la voluntad del Padre.
Confianza, angustia y oración están mezcladas. En la turbación de la
agonía. "¿Dios mío, Dios mío, por qué
me has abandonado?" "Padre, en tus manos
encomiendo mi espíritu". Jesús ha muerto. Orando. Gritando. 2. ¿QUE DESCUBRIMOS EN Los Evangelios describen
unánimemente la vida terrena de Jesús como una vida de
oración. El primer testimonio público que, en el momento mismo
de inaugurar su actividad mesiánica, recibió del Padre, lo
obtuvo en la oración. "Habiendo sido Jesús bautizado, y
estando en oración, sucedió el abrirse el cielo" (Lc. 3,
21) a) Su actividad salvadora se
alimentaba constantemente del silencioso diálogo con su Padre
celestial (Mc. 1, 35; Lc. 5, 16; Mt. 14, 23). Los Evangelistas consignan una y
otra vez esta oración silenciosa, solitaria (Lc. 9, 18; Bien es verdad que ya sabía
yo que siempre me oyes". Por lo tanto, Jesús considera su milagro
fruto de la oración. También Marcos hace constar que
Jesús, al curar al sordomudo, "alzando los ojos al cielo, arrojó
un suspiro" antes de pronunciar su "Efeta",
"abríos" (Mc. 7, 34), y que delante del muchacho poseso
declaró:"Esta raza de demonios por ningún medio puede
salir sino a fuerza de oración y de ayuno" (Mc. 9, 28). Y todos
los evangelistas (Mt. 14, 19,; 15, 36; Mc. 8, 6; Lc.
9, 16; Jn. 6, 11) cuentan que preludió la multiplicación de los
panes dando gracias y bendiciendo. Como todas las obras
mesiánicas, así también b) Asomarse a la oración de
Jesús es descubrir sus relaciones misteriosas con el Padre y la
esencia de su mensaje. Jesús se sentía en
una continua comunión de vida con su Padre. "Veréis
abierto el cielo, y a los ángeles de Dios subir y bajar, sirviendo al
Hijo del hombre" (Jn, 1, 51) Esta conciencia de unión intima con
Dios iba anexa a su naturaleza humana, era una gozosa necesidad interior
desde la juventud. "¿No sabéis que yo debo emplearme en
las cosas que miran al servicio de mi Padre?" (Lc. 2, 49) Ninguna palabra encontró
más gráfica para expresarlo que la que suena de continuo, la de
"mi Padre". Este "mi Padre" tiene un acento completamente
personal, íntimo. Tan sólo le pertenecen a El. "Ninguno
conoce al Padre, sino el Hijo" (Mt. 11, 27; Lc. 10, 22) Jesús
forma con su Padre una unidad en que no participa ninguna criatura.
"Padre nuestro", así enseña a orar a sus
discípulos. Dios es el Padre de ellos, "vuestro" Padre. Tan
solo Jesús ora de esta manera: "Padre mío" Y tan solo
Él es quien recibe la respuesta del Padre: "Tú eres mi
Hijo muy amado" (Mc. 1, 11; 9, 6; cf.3, 12; 12, 6; Mt.16, 16 y ss.) Aquí se hace consciente su alma humana, en el
grado más alto y profundo, de su relación con Dios,
relación sin par, fundada en la unión hipostática con el
Verbo divino. Porque el "Hijo es más encumbrado que los
ángeles en el cielo" (cf. Mc. 13, 32). Lo que es Jesús
como Hijo nadie lo sabe, excepto el Padre (Mt. 11, 27; Lc. 10, 22) Así
la oración de Jesús al Padre, es, en lo más profundo,
una conciencia perenne de la más íntima comunión de amor
y de vida con el Padre, la manifestación constante de la más
delicada unión con Dios, conciencia del Hijo, como nunca la hubo en la
tierra. "Amarás al Señor Dios tuyo, con todo tu
corazón y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas; este mandamiento
principal del Antiguo Testamento fue comprendido y vivido en toda su plenitud
y profundidad una sola vez; es a saber, sólo por el Hijo de Dios hecho
hombre. En la oración de Jesús tuvo su humanidad
comunicación de vida con la divinidad. Aquí está el
secreto de aquellas relaciones misteriosas en que entró el alma humana
de Jesús cuando el Verbo se hizo carne. c) Por brotar de las profundidades
de una vida personalísima de la conciencia del propio yo, arraigada de
un modo peculiar en Dios, la oraciónde
Jesús es un acto personalísimo, el más íntimo. Lo
íntimo, lo personal es lo que principalmente determina su manera de
ser. De un modo categórico
presera ve toda ampulosidad y todo mecanismo en la oración "En la
oración no afectéis hablar mucho, como hacen los gentiles"
(Mt. 6, 7). Lo que se siente de veras y de un modo personal no puede ser sino
sencillo y sin adorno. Y Jesús rechaza todo cuanto empaña la
pureza de la intención en el rezo, todo afán de alabanza humana
y de edificación. "Ya recibieron su recompensa" (Mt. 6,5).
Más bien, "Tú, cuando hubieres de orar, entra en tu
aposento y, cerrada la puerta, ora en secreto a tu Padre" (Mt. 6, 6.) La oración en la mente de
Jesús exige una casta desnudez del alma, que se desprende de todo lo
exterior, de todo lo impersonal. En la oración se tocan el yo humano y
el tú divino, y empieza el gran silencio, porque habla Dios. La
oración es, por lo tanto, según Jesús, lo más
personal que se puede concebir. Una oración
"Distraída"...no es oración. Antes de Cristo no era
conocida tal oración. "Lo que ofrecen las religiones extracristianas en cuanto a oración personal, es
infinitamente pobre en comparación con la riqueza y gama de matices de
la vida interior que se manifiesta en la oración de los genios
cristianos" (Heiler). El cristianismo vino a
ser "la patria verdadera de la oración personal" (Soderbiom), "sencillamente, la religión de la
oración" (Bousset). d) La ración de
Jesús era vida altísima, personal, pero un vivir de la plenitud
de su unión con Dios, un respirar del alma en el Dios vivo. La
íntima relación con el "Tú" divino era algo básico
en su alma. "Mi comida es hacer la voluntad del que me ha enviado"
(Jn. 4, 34) Y ahí tenemos otro rasgo peculiar de su oración: el
deseo y querer propios, completamente humanos, desligados de Dios, han de
cegar; "Pierde tu alma" (cf. Mt.10, 39) ¡Atiende tan
sólo a la voluntad del Padre! Para cumplir bien como rechazar todo lo
malo (Mt. 6, 9 y ss.) Naturalmente el
discípulo de Jesús ha de orar también por el sustento
terreno necesario, por su "pan". Mas aun este pan ha de ser tan
solo el pan de cada día, el pan de hoy. Y cualquier otra cosa que, de
una u otra manera, el hijo haya de pedir a su Padre, tiene relación
con la voluntad de Dios, con la intención que tiene Dios respecto a
los hijos de los hombres. Así el contenido propio de la oración
de Jesús no es más que esto: Dios, su voluntad, su Reino. La
oración de Jesús es subordinación conciente a la
voluntad de Dios, entrega incondicional a la misma. Y no es una blanda y
sentimental ternura, un dulce juego con el amor de Dios, un morirse embriagado
de gozo en la paz divina, como lo es en una que otra alma extática.
Porque, para Jesús Dios no es el Dios de un mero ultraterrenismo,
el lugar lejano de los bienaventurados, al que sólo puede subir el
espíritu alejado del mundo, arrebatado. Jesús no conoce en la
oración sino al Dios que obra. "Mi Padre está obrando, y
yo, ni más ni menos" (Jn. 5, 17) Por esto le encuentra en el
pájaro y en los lirios del campo; y toda su manera de contemplar la
naturaleza es oración. Y por esto le encuentra antes de todo en el
hombre. Hijo del Padre es el hombre, tanto el "justo" como el
"pecador", sobre el cual El hace nacer su sol y llover (Mt. 5, 45)
Tan cerca está el hombre del corazón del Padre, que el que
quiere a Dios ha de querer también al hombre, tanto si este es
samaritano como judío, enfermo como sano, justo como pecador. El servicio del prójimo se
coloca en el punto central de la religión, y una religión sin
amor al hombre no es religión. Toda la amplia corriente de intimidad
que en la oración de Jesús sube hacia el Padre se traduce
inmediatamente en amor a los hombres y vuelve como fuerza redentora,
salvadora, a los pobres, a los enfermos y pecadores, Naturalmente,
Jesús no es lo suficientemente ingenuo y sonador para tener sus
complacencias en lo meramente humano. Más, cuando El acepta al hombre
en la voluntad de Dios, el hombre adquiere un valor indeciblemente elevado. e) Precisamente por encaminarse
únicamente hacia la voluntad activa, creadora, de Dios, es la
oración de Jesús un querer obrar al servicio de Dios no un
plañir y desear estéril que no da cosecha. Es un querer activo:
"no se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú". Aquí manifiesta lo rudo, lo
heroico del mensaje de Jesús. Es tan claro y con todo tan fino y
delicado, que algunas lenguas tartamudean al quererlo expresar. Lo que hay de
rudo en la doctrina de Jesús, no es huir del mundo, de sus riquezas,
de sus alegrías. Ni siquiera es el disolverse de que hablan los
místicos. Tampoco es algo que se pueda leer exteriormente en estas o
en aquellas "obras". Lo rudo, lo heroico está en
querer interior, honrada, fuertemente lo que Dios quiere. Es, por lo tanto,
un puro acto del hombre interior, perceptible por élsolo,
algo que ha de hacer y renovar siempre que la voluntad de Dios permitiendo o
prescribiendo se hace patente; de modo que 'en su interior es algo muy
sencillo. Y a pesar de ello, en su esencia interior es algo que "pide
violencia". Pues no se trata de tomar nota con
indolencia de la voluntad ineludible de Dios si consiente o si exige, de
considerarla como una especie de sino que de buen o mal grado se quiera
aceptar. No se trata de una resignación cansada, de dejar pasar sobre
sí la voluntad de Dios, uno de una revelación activa y viva con
El. Cuando yo, en lo más intimo doy el "sí" alo que
Dios quiere, quiero también en lo más intimo
todo aquello que de puro ineludible, de puro inevitable y por lo absoluto de
su exigencia se manifiesta patentemente como voluntad de Dios. Tal querer
interior, un "sí" tan incondicional, tan puro, a la voluntad
divina, es tanto más difícil cuanto más extraña e
inconcebible se presenta ésta delante de mí, y cuánto
menos puedo descubrir en ella la intención, la sabiduría y la
bondad de Dios. Es principalmente difícil cuando se trata de la
voluntad permisiva de Dios. Precisamente en este punto he de comprobar si su
voluntad pura ha llegado a dominar en mí, si estoy dispuesto a
sacrificarle a Isaac, mi hijo único. Nunca mejor que en semejante
trance se revela la oración como hecho heroico, como rudo trabajo del
Reino de los cielos, como un resuelto "dar el dominio a Dios" Por
esto la oración del monte de los Olivos es la forma más noble
más elevada de la oración cristiana, la expresión
más pura de su manera de ser (Mt. 26,39) La voluntad del Padre es para
Jesús, aun en la agonía, lo principal, sencillamente lo
decisivo. La oración en el monte de los Olivos es un tantear
atormentado por el miedo de la muerte, para descubrir la voluntad verdadera
de su Padre, es un fundirse con esta voluntad, es un grito de
"hágase tu voluntad" que necesita esfuerzo. Con una
evidencia conmovedora se manifiesta aquí el meollo de la
oración verdadera de
Jesús: la afirmación incondicional de la voluntad divina. Una
oración que se inhibiera de cumplir esta voluntad y se encaminara
sólo hacia algo personal, o quisiera torcer violentamente la voluntad
clara, manifiesta de Dios, o esquivarla, no estaría a la altura de la
oración de Jesús. Jesús nunca invocó al Padre por
algo personal. En la primera y segunda tentación rechazó
explícitamente tal súplica. Su oración estaba
exclusivamente al servicio del reino de Dios, de la honra de su Padre. Si
inmediatamente antes de su muerte hizo esta súplica: "Padre, la
hora es llegada: glorifica a tu Hijo", y aun esto tenía que
servir a la glorificación del Padre: "para que tu Hijo te
glorifique a ti" (Jn. 17, 1) Niégase
aun en la hora de extremo peligro a suplicar al Padre que le mande sus
legiones de ángeles (cf. Jn.26, 53). Jesús tampoco
preguntó nunca el "por qué" de la voluntad divina.
Esta voluntad es para El sencillamente lo último lo supremo; es la
revelación de la honra del Padre. El que un hombre nazca ciego, el que
el Hijo del hombre haya de padecer, todo esto acontece a fin de que "se
vean las obras de Dios", "para que se cumplan las Escrituras".
Hacer más preguntas no cuaja con su espíritu. f) Y porque toda oración de
Jesús gira únicamente en torno de la voluntad de Dios, del
honor y de la gloria del Padre, por esto sus oraciones son preferentemente de
acción de gracias. No toma el pan ni el pescado en sus manos, no
empieza ni termina ninguna comida sin dar gracias. Delante del cadáver
de Lázaro reza: "¡Oh Padre, gracias te doy porque me has
oído!" (Jn.11, 41) Amonesta al poseso curado de Gerasa: "Vete a tu casa y con tus parientes, y
anuncia a los tuyos la gran meced que te ha hecho el Señor, y la
misericordia que ha usado contigo" (Mc. 5, 19) Reprende duramente la
ingratitud de los judíos curados de lepra: " ¿No ha habido
quien volviese a dar a Dios la gloria, sino este extranjero?" (Lc.17,
18) En el cenit de su actividad mesiánica, cuando ve madurar en sus
discípulos los primeros frutos, estalla su corazón desbordado
en una alabanza cálida: "Por aquél tiempo exclamó
Jesús diciendo: Yo te glorifico, Padre, Señor de cielo y
tierra, porque has tenido encubiertas estas cosas a los sabios y prudentes, y
las has revelado a los pequeñuelos. Si, Padre alabado seas por haber
sido de tu agrado que fuese así" (Mt. ll,
25-26) g) Todo cuanto sabemos de las
oraciones impetratorias de Jesús, se refiere casi exclusivamente a la gloria
del Padre y a la consolidación de su Reino. Reza por Pedro, para que
no vacile su fe (Lc.22, 32) Ruega por los discípulos: "¡Oh,
Padre, yo deseo que estén conmigo allí mismo donde yo
estoy!" (Jn. 17, 24) Un día pide al Padre que envíe el
Espíritu Consolador a sus discípulos, hechos huérfanos
(Jn.14, 16); y promete reconocer delante de su Padre que está en los
cielos, a todo aquel que le reconociere delante de los hombres (Mt. 10, 32) Y
si una vez, como en el monte de los Olivos, pide verse libre de lo más
espantoso, sabemos que, aun en este caso, busca y afirma, como cosa suprema y
decisiva, únicamente el cumplimiento de la voluntad del Padre
celestial. De donde se colige una vez
más que el objeto único y verdadero de su oración es la
voluntad del Padre. La propia voluntad humana ha perdido sus derechos. h) Pero, ¿cómo se
explica? ¿No ha alentado el mismo Jesús la voluntad propia del
que ora a confiar sus deseos a Dios, a manifestarle con osa día sus
anhelos? Y no ha asegurado: "¿Pedid y se os dará"?(Mt. 7,7) Aquí parece haber contradicción.
Su solución nos da a comprender otra peculiaridad de la oración
de Jesús: su confianza henchida de fe. No es posible suprimirla en la
oración de Jesús. En la parábola del juez inicuo, que
hace justicia a la viuda, no porque "tema a Dios, ni respete a hombre
alguno", sino para que "le deje en paz" y "no venga de
continuo" (Lc. 17, 1 y ss.); en la
parábola del amigo inoportuno que no se cansa de llamar a medianoche,
hasta que se le abre por causa de los muchachos que duermen (Lc. 11, 5 y ss.); en la alusión conmovedora al amor natural
del padre que no da al hijo un escorpión cuando le pide un huevo (Mt.
7, 7 y ss.)(Lc.11, 12), y en muchas otras
admoniciones para la oración repite una y otra vez su palabra "Y
todo cuanto pidiereis en la oración, como tengáis fe, lo
alcanzaréis" (Mt. 21,22). Nunca fue enunciada en la tierra
esta confianza de la oración con tanta valentía y fuerza, ni de
un modo tan absoluto, como lo hace aquí Jesús "Yo ya
sabía. Padre, que siempre me oyes" (Jn. 11, 42) Y no es que el
que reza pueda, sino que ha de ser confiado hasta tal punto si quiere
asegurar el éxito de su petición. "Tened confianza en Dios.
En verdad os digo, que cualquiera que dijere a este monte: Quítate de
ahí y échate al mar, no vacilando en su corazón, sino
creyendo que cuanto dijere se ha de hacer, así se hará. Por
tanto, os aseguro que todas cuantas cosas pidiereis en la oración, tened
fe de conseguirlas, y se os concederán" (Mc. 11, 22 y ss.; cf. Mt.22, 21 y ss.). Por tanto, la fe firme,
inquebrantable, de que la oración será escuchada, es
según Jesús, propia de la oración verdadera. Si esto se
mira en conexión con la doctrina de Jesús, no puede
interpretarse como si la fe por si misma, por su propia fuerza sugestiva,
convincente, produjera efectos tan infalibles. "Cuando Jesús
habla de la fe, Dios siempre se sobrentiende" (Ninck).
La fe para Jesús es una confianza ilimitada en su Padre, a quien
"todas las cosas son posibles" (Mc. 10, 27) 12, 24; 14, 36). Ante
su omnipotencia se rompen todas las leyes de la naturaleza. La fe traslada
montañas. i) En la oración de
Jesús se pone de manifiesto que el cristianismo es un acto sumamente
personal, algo que nadie puede hacer en sustitución mía, y que
sólo vive como acto, como tensión, como un
"sí" y "no" constantemente repetidos, nunca como
una obra repleta y harta. Y que el cristianismo es el acto más
desprendido, más rudo, más heroico, un acto de violencia por
amor al reino de los cielos, un meter por fuerza el propio querer inestable
en la voluntad " eterna, inmutable, de Dios, una confesión
atrevida de la gloria de Dios, confesión que quebranta todo
egoísmo mezquino y abre paso a un generoso amor humano, a una voluntad
de eternidad. Y que el cristianismo precisamente por esto es también
la mas fuerte voluntad de vivir; confianza indomable de vida, certeza la
más jubilosa. "No se turbe vuestro corazón" (Jn.14,
1) ¿Por qué camino
puedo llegar a Cristo y a su mensaje? Hay un camino muy corto y sencillo.
Penetro con la mirada en el alma de Jesús que ora...y creo. "De
la plenitud de Este hemos participado todos, y recibido una gracia por otra"
(Jn. 1,16).
Bibliografía y fuentes Caminando con Jesús Congregación para el Clero de la Santa Sede |