Caminando con
Jesús Pedro
Sergio Antonio Donoso Brant |
EL MAESTRO CRISTO SE DEDICO A ENSEÑAR. ¿COMO ENSEÑO? 1. Con poder arrollador. Los
Evangelios nos dicen que la nota de autoridad era reconocida en su
enseñanza pública. El tono de muchas de sus sentencias lo pone
de manifiesto. Su "a vosotros os digo" ("yo os digo",
"os aseguro") es en todos los evangelios un rasgo inseparable de su
estilo. Y no sólo se pronunciaba tajantemente sobre puntos discutidos,
sino que no tenia inconveniente en oponer su juicio a las veneradas
tradiciones de su pueblo e incluso, como se verá, eventualmente a las
prescripciones de la ley de Moisés, divinamente inspirada, como se
creía. 2. Convence pero respetando. Sin
embargo, el tono un tanto imperio so de tales sentencias debe ser
contrapesado con la consideración de otro rasgo de sus
enseñanzas no menos destacado en nuestros documentos. Los Evangelios
refieren cierto número de diálogos en los que Jesús
aporta unos argumentos para llegar a una conclusión. Por lo regular se
resumen con la mayor brevedad, pero bajo su forma concisa y estilizada cabe
rastrear una auténtica discusión en la que muy a menudo, el que
plantea la cuestión es llevado a dar respuesta a su propia pregunta, a
contestarla como planteada en una forma en que no había pensado antes.
Naturalmente, muchas parábolas tenían por objeto servir a este
intento: se invita al oyente a dar su parecer sobre una situación
ficticia, y luego se le requiere a aplicar su juicio a la situación
real. Esto puede ilustrarse con un
pasaje muy conocido del evangelio según San Lucas. Un doctor de la ley
formuló la pregunta: "¿Qué debo
hacer para alcanzar la vida eterna?" El diálogo que se entabla se
desarrolla poco más o menos de esta manera: Jesús:
"¿Qué lees tu mismo en la ley?" El doctor:
"Amarás a Dios y a tu prójimo". Jesús:
"Ahí lo tienes". El doctor: "¿Y Quiénes
mi prójimo?". Luego sigue la conocida
parábola, del "buen samaritano" que prestó socorro a
un extraño, y la pregunta "¿Cuál de los tres
resultó ser prójimo de aquel hombre?" El doctor: "El
que tuvo misericordia de él". Jesús: "Pues anda, haz
tú lo mismo" (Lc.10, 25-37). La conclusión es bastante
perentoria, pero el que había preguntado fue conducido a ella con un
proceso, en el que él mismo había tomado parte real. En tales
casos ejercitó Jesús su autoridad, llevando a las gentes,
quizá contra su voluntad, al punto en el que tenían que asumir
la responsabilidad de la decisión. Si una persona declinaba la
demanda. Jesús dejaba simplemente la cosa a su consideración. Marcos cuenta la historia de un
joven rico que acudió a Jesús pidiéndole consejo sobre
el mismo asunto. Era un joven bueno y se nos dice que Jesús le
tomó afecto. Pero le desconcertó con el requerimiento:
"anda, vende todo lo que tienes, dáselo a los pobres, y
sígueme". El joven no tuvo valor. Jesús comentó con
melancolía" Qué difícil es entrar en el Reino de
Dios; más fácil es que un camello pase por el ojo de una aguja
que un rico entre en el reino de Dios" (Mc.10, 17-25). No debemos pasar
por alto la nota de simpatía: Jesús sabía muy bien que
no pedía poco; sin embargo formuló la demanda. Y aun cuando el
joven se negó, no intentó convencerlo o hacerle presión,
sino que dejó que se marchase alicaído. Allí
había, sí, autoridad que respetaba la libertad de la persona. 3. Con autoridad de Dios. Aquello
era autoridad, sin respaldo de posición oficial o de prestigio
tradicional, y no digamos de sanciones lega les o de la sanción
definitiva de la fuerza. Aquella autoridad debía de estribar en alguna
cualidad indefinible de Jesús mismo. Los testimonios del Evangelio
apañas si; nos permiten ir más lejos, sino es por
deducción. Después de su acto autoritario de expulsar a los
mercaderes del atrio del templo se nos dice que se dirigió a
Jesús esta pregunta de boca jarro: "¿Con qué
autoridad haces eso? ¿Quién te ha dado esa autoridad?" El
se negó a responder más que en términos evasivos, que
daban a entender que si los que le interrogaban no lo veían por
sí mismos, era inútil decírselo. (Mc. 11, .27-33). El conato quizás más
acertado de definición, que Jesús dio por bueno, fue el de un
oficial del ejército que solicitaba su ayuda. La historia se nos cuenta en Mateo
y Lucas, con variantes de detalle, pero con plena conformidad en los puntos
esenciales del diálogo. El oficial recurrió a Jesús en
favor de un miembro de su familia, o quizá de un criado preferido que
se hallaba gravemente enfermo. En apoyo de su solicitud adujo el siguiente
argumento: "No tienes másque decir una
palabra, y el muchacho se curará. Lo sé, porque yo
también soy subalterno, que tengo soldados bajo mis órdenes, y
le digo a uno: "Ve", y va; y a otro: "Ven" y viene"
(Mt. 8. 5-10; Lc.7, 2- 9). El sentido: es claro, él mismo está
sujeto a un oficial superior, éste a su vez, a un jefe local, el cual
finalmente depende del César de Roma. Y por eso el
"centurión", precisamente porque obedece lealmente a sus
superiores, puede dar órdenes que están respaldadas por la
autora dad suprema del emperador mismo. La autoridad que se espera que ejerza
Jesús está sujeta a la misma condición. Es un argumento
digno de notarse. Por lo menos da a entender cuánto impresionaba la
autoridad misma de Jesús a uno que era completamente extraño. Pero todavía es más notable
que Jesús parezca haberlo refrendado, lo cual sólo era posible
en el sentido de que la autoridad que él ejerce es la del Dios
todopoderoso, precisamente porque él mismo le obedece lealmente. Esto
se dice en términos explícitos en el Evangelio según San
Juan: "Yo no hago nada por mi cuenta, sino que, conforme a lo que el
Padre me enseñó, así hablo. Y el que me envió
está conmigo: no me ha dejado solo, porque yo hago siempre lo que es
de su agrado...y la palabra que estáis oyendo no es mía sino
del Padre que me envió".(Jn.8, 28-29;
14,24). 4. Dedicado a una misión.
Juan explícita lo que en otros evangelios debe leerse entre
líneas. Ahora bien, la reticencia que éstos observan en tales
materias refleja con toda probabilidad la reserva que Jesús mismo
mantuvo y que debemos suponer que era característica de él. Unos pocos dichos bien
atestiguados parecen romper en parte con esta reserva. Ciertamente no podemos
echar de menos una profunda sensación de dedicación a la
misión, que a veces era una terrible carga :
"¡Fuego vine a echar sobre la tierra, y cuánto
desearía ver que ya estuviera ardiente! Yo tengo que ser sometido a un
bautismo, ¡y cuánta es mi angustia hasta que haya pasado la
prueba'!" (Lc. 12, 49-50). A pesar de su prontitud para toda clase de
contactos sociales, su misión lo segrega de los demás hombres. No tiene nada de extraño
que hubiera momentos en que se hiciera casi insoportable la sensación
de aislamiento en una sociedad que no le prestaba atención:
"¡Oh generación incrédula y perversa! ¿Hasta
cuándo estaré entre vosotros? ¿Hasta cuándo
tendré que soportaros?" (Mc.9, 19) 5. Por el Padre. Sin embargo, aun
en medio de la tempestad había un centro de calma: "Nadie conoce
al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre, sino el Hijo" (Mt. ll, 27; Lc. 10,22). En el evangelio según San Juan
se desarrolla en términos teológicos este tema del
"conocimiento" mutuo del Padre y del Hijo, y en realidad en
él está implícita toda una teología. Pero el
dicho que he citado de Mateo (que se halla también en Lucas con
ligeras diferencias verbales) no es teología, sino una
espontánea declaración personal. Empieza con la
confesión de la profunda soledad que fue más y más el
destino de Jesús; no halló ni uno siguiera que lo conociera y
comprendiera realmente, ni aún entre sus más allegados; pero
hay uno qué le conoce: Dios su Padre. Y él también
conoce a Dios de esta misma manera íntima, personal.
Legítimamente podemos inferir que aquí se ha de hallar la fuerza
motriz y la fuente de energías para una misión poco menos que
imposible; aquí se halla ciertamente la fuente de la resolución
inflexible con que, a sabiendas, se encaminó ala muerte al servicio de
su misión. Aquí suenan a verdad las palabras del cuarto evangelio:
"Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y llevar a
término su obra" (Jn.4, 34); según el mismo evangelio se
dirigió ala soledad final de su muerte sin amigos, con las palabras
más sencillas que hubieran podido imaginarse: "Yo no estoy solo,
porque el Padre está conmigo" (Jn.16, 32). Lo que pasaba por su
mente cuando se acercaba el fin un rayo de luz permite presumirlo, su
oración: "Si es posible, pase de mi este cáliz. Sin
embargo, no como yo quiero, sino como tú".(Mt.
26, 39; Mc. 14, 36; Lc. 22, 42; comparece Jn. 12, 27). Es el acto final de
entrega a su misión y la clave de toda ella. Bibliografía y fuentes Caminando con Jesús Congregación para el Clero de la Santa Sede |