Caminando con
Jesús Pedro
Sergio Antonio Donoso Brant |
TÚ ERES EL SALVADOR DEL
MUNDO 1. NECESIDAD DE La fe cristiana enseña
también que el hombre no puede salvarse por sí solo. El contacto con Dios, nuestro
fundamento, ha sido roto por el pecado, y nosotros, sin Dios, no podemos
restablecerlo. He ahí la segunda gran característica de
redención: el hombre solo no es la medida de nuestra redención,
como enseñan el humanismo y el marxismo. Ni uno ni otro pueden
liberarnos de ser simples hombres (en estado de evolución). Pero
Jesús nos levanta por encima de nuestra impotencia mediante el don de
su Espíritu, que contiene un nuevo nacimiento: victoria sobre el
pecado, vida con Dios y liberación de la muerte. Esta acción de Dios no nos
condena a renunciar a nuestra responsabilidad, ni a la tarea de nuestro
desenvolvimiento. Al contrario, Dios nos redime para que despleguemos nuestra
propia actividad, bondad y amor; para vencer el pecado, el mal y la miseria
con todos los medios de nuestra disposición. Nuestro Dios no admite
fatalismo. No hay que admitir resignadamente el pecado ni la miseria como una
fatalidad, o respetarlos como voluntad de Dios. ¡No! La voluntad de
Dioses precisamente que los venzamos. Esta es la tarea que confía a la
humanidad en su marcha a través de la historia. El cristianismo no está
llamado a interesarse por el desenvolvimiento terreno en grado menor que el
humanista o el marxista. El amor que aprende de Jesús y el
convencimiento de que toda bondad viene de Dios son las razones por las que
el cristiano se siente en la tierra, a fin de cuentas, en su casa más
que otro cualquiera. El cristiano lucha contra las miserias de la vida con
todo lo que tiene a mano. Sin embargo, hay momentos
críticos en que el progreso resulta una amarga ironía. Ante
quien tiene delante a su niño muerto en accidente de tráfico,
es cruel hablar del progreso de la humanidad. Su hijo no existe. Sabemos
también cuánta cizaña de necedad, mal y miserias de
distintas clases (alteraciones nerviosas y psíquicas) puede crecer
mezclada con el buen trigo del auténtico progreso. Hay pecado y
sufrimiento al que no puede llegar el hombre con toda su energía ni
con el más bello progreso. ¿Nos redime también de esta
fatalidad el mensaje de Jesús? La respuesta fue dada con una
palabra que, según vimos, es la primera y más antigua del
cristianismo. Jesús llevó acabo algo que no hicieron ni Buda,
ni Mahoma, ni Marx ni otro alguno; resucitó
de entre los muertos. El pecado y la muerte han sido vencidos. El niño
muerto vivirá, no absorbido por el océano del universo, sino
con vida y amor propios suyos, unido con Dios y con los hombres. Sin la resurrección nuestra
fe no tiene sentido; sin la resurrección seríamos los
más miserables de los hombres, embusteros precisamente en lo que
más importa. La resurrección de Jesús quiere decir que lo
empezado en la tierra se acabará en la gloria. 3. ¿CÓMO RECIBIMOS Cristo nos llama a convertirnos.
"Yo no he venido a llamar a los justos sino a los pecadores a
penitencia" (Lc. 5, 32). Su mensaje, (Mt.18, 3). Es una actitud de
confianza que nos hace decirle a Dios: "Oh Dios, sé propicio
conmigo, pecador" (Lc. 18, 13). Es el esfuerzo perseverante de la
actuación del Evangelio en nuestra vida. La conversión es la
respuesta a la llamada de Dios. Dios es quien nos invita a convertirnos, nos
propone su amor y espera nuestra respuesta. Somos libres de rechazar este
amor. Convertirse es decirle "sí" a Dios. Es corresponder a
su amor con el nuestro. Es disponernos a amarlo con todas nuestras fuerzas,
nuestra alma, nuestro corazón. Jesús dijo: "En el cielo
será mayor la alegría por un pecador que haga penitencia que
por noventa y nueve justos que no necesitan de ella" (Lc. 15, 7, 10). Intentamos sin cesar llegar a la
conversión. No es fácil adherirnos a Cristo con todo nuestro
ser. En realidad seguimos siendo débiles y pecadores. Muchos
obstáculos en nosotros mismos o nuestro alrededor: tratar de frenar,
de retardar, de comprometer y poner en duda nuestra fidelidad a Cristo, nuestro
progreso hacia la santidad. El amor al dinero, la lujuria, el orgullo, el
odio, la violencia, la mentira, la injusticia se unen
para turbar nuestro corazón y alejarnos de Dios y de su Amor. Es
necesario luchar sin descanso contra el "otro yo" que duerme en
nosotros y que sólo espera la ocasión de despertar. Eso es
hacer penitencia. Convertirse. Es responder a la
llamada de Dios que nos ama y nos tiende sus brazos. Hacer penitencia. Es luchar contra
el egoísmo, la fuerza, la impureza, todo aquello que en nosotros obstaculiza
al Amor de Dios. Convertirse. Es "volverse
hacia Dios" para corresponder mejor a su amor. Hacer penitencia. Es esforzarse en
llegar a ser "perfecto" como nuestro Padre del Cielo es perfecto. Durante el invierno tanto el
árbol frondoso como el seco son despojados de sus hojas, de sus
frutos. Pero la primavera lleva a cabo, a su llegada, una
discriminación entre estos árboles. La raíz viva hace
retoñar las hojas y el árbol se carga de frutos. El
árbol seco permanece igual que en invierno. Así, mientras para
uno de ellos se prepara el almacén de los frutos, para el otro se
afila el hacha, para cortarlo y quemarlo. Nuestra primavera es la llegada de
Cristo. Nuestro invierno es Cristo escondido. Nuestra primavera es Cristo
manifestado. Basado en esta idea el
apóstol se dirigía a los árboles buenos y fieles:
"Vosotros estabais muertos y vuestras vidas estaban ocultas con Cristo
en Dios". No muertos verdaderamente, sino en
apariencia: vivos en la raíz. • '' Observa ahora la primavera
que llega, como explica a continuación "En cuanto Cristo, vuestra
vida, llegue, entonces apareceréis vosotros también con El en
su Gloria" (Col. 3, 3 - 4). San Agustín. Bibliografía y fuentes Caminando con Jesús Congregación para el Clero de la Santa Sede |