Caminando con
Jesús Pedro
Sergio Antonio Donoso Brant |
DIOS CERCANO 1. ¿QUIEN ES JESÚS? ¿Quién decís
que soy yo? Esta pregunta de Cristo ha recibido, a lo largo de los siglos,
las respuestas más diversas, y aun en nuestros días
continúa suscitando los más apasionados debates. Para los historiadores la
respuesta es relativamente sencilla. Jesús es un judío de
Nazaret, pequeña ciudad de Galilea, en Palestina. A los ojos de todos
es el hijo de un carpintero, José, y de una mujer llamada
María. Eran conocidos sus "hermanos" y sus "hermanas",
como se decía entones para designar a los parientes. Ha nacido bajo el
Emperador Augusto en el cuarto año antes de nuestra era, "en la
inmensa majestad de la paz romana" Quirino era entonces gobernador de
Siria; Poncio Pilato, tetrarca de Judea; Heredes Antipas, tetrarca de
Galilea. Hacia los treinta años Jesús recorre Palestina
anunciando a todos una "buena nueva" que suscita inmensa esperanza
en unos, en otros un odio tenaz e implacable. Condenado a muerte, es crucificado
bajo el Emperador Tiberio, el 14 o el 15 del mes de nisán. Para los discípulos de
Jesús, para los que creían en él, "los
cristianos", la respuesta va mucho más lejos. Jesús es el
Cristo, el Hijo único de Dios, que ha venido al mundo para liberar a
la humanidad, y cumplir las promesas hechas en otro tiempo a Abraham, Isaac,
Jacob, David... Su vida, muerte y resurrección manifiestan que es
verdaderamente el Hijo del Hombre, el Mesías, el Hijo de Dios. Tal es
la respuesta de la fe, formulada en el curso de los primeros siglos en los
resúmenes llamados "símbolos", o también "credos". La palabra de Cristo es una
palabra viva que resuena en nuestros oídos a través de los
siglos. Cada generación de cristianos tiene necesidad de interrogarse
de nuevo sobre el misterio de Cristo. ¿Quién era Jesús
de Nazaret? ¿Qué quería? ¿Qué ha venido a
traer a la humanidad? ¿Dónde podemos encontrar nosotros hoy a
Cristo vivo y resucitado? Estas preguntas se las
habían ya planteado los discípulos de Jesús. Si hoy nos
las hacemos igualmente es para aclarar nuestra mirada e intentar entrever,
más allá de las palabras, el sorprendente misterio de Cristo el
Señor al que no se llega más que por el corazón. 2. ¿QUIEN ES DIOS? Jesús revela su identidad
como el Hijo del Padre. "INTRODUCCIÓN" La expresión
"hijo" o "hijo de Dios" tenía para el pueblo
hebreo 'un significado amplio y genérico, en cuanto que todos los
hombres lo son. Más, precisamente por esto, cuando Jesús de
Nazaret lanzó la pretensión de ser "Hijo de Dios" de
una forma totalmente diversa y exclusiva, sus oyentes se sublevaron y
formaron un frente de resistencia contra El. La declaración suprema,
entre tantas con que Jesús afirmó ser el verdadero y
único Hijo de Dios, es la respuesta que dio al supremo sacerdote Caifas, durante el interrogatorio ante el
Sanedrín: "Y el Pontífice le dijo: "¡Te conjuro
por el Dios vivo que nos digas si Tú eres el Cristo, el Hijo de
Dios!" Dijóle Jesús:
"Tú lo has dicho" (Mt.26, 63 y ss.;
Mc. 14, 61 y ss.; Lc. 22, 70 y ss.). a) Los datos. Pasajes importantes en que aparece
el título "Hijo de Dios" Esta tabla demuestra que
sólo con el andar del tiempo y por efecto del ahondamiento de la fe
operado por el Espíritu Santo (evangelio de Juan), el título de
"Hijo de Dios" ha sido empleado cada vez con más frecuencia
en el pensamiento y en el lenguaje de los primeros testimonios cristianos.
Una de las muchas causas de este fenómeno puede hallarse en el hecho
de que con su mentalidad, educada en el formulario monoteístico
del Antiguo Testamento, a los Apóstoles les resultaba dificultoso
transfundir su fe en Jesús, "Hijo de Dios, en las expresiones
trinitarias del Nuevo Testamento Cuando exponen los episodios de la
salvación, recaen con demasiada facilidad en las fórmulas veterotestamentarias. Los discursos de Pedro,
transmitidos por los Hechos de los Apóstoles, permiten precisamente
seguir este proceso de transformación del lenguaje y ver, por ejemplo,
cómo en el mensaje apostólico la resurrección y las
apariciones de Jesucristo no son presentadas como obras de Cristo, sino de
Dios Padre. Casi siempre se afirma que Cristo "ha sido resucitado"
y no que "ha resucitado" (Act.2, 24-323 3, 15-26; 4, 20-40; cf.
Act. 2,22-36; 3, 13-20; 1 Cor. 15, 3-5). b) Jesús lo afirma. Jesús ha mantenido su
afirmación de ser Hijo de Dios con los milagros y sobre todo con el
poder de perdonar los pecados. Los mismos escribas se han visto obligados a
preguntarse: "¿Quién puede perdonar los pecados, sino
sólo Dios?" (Mc. 2, 7; Lc. 5, 21). El distingue con extraordinaria
claridad su filiación divina de la relación filial que une a
todo hombre con Dios. En boca de Jesús, la expresión "mi
Padre" (Mt. 7, 21; 10, 32 y ss; 11, 27; 12,
50; Lc. 2, 49; 22, 29; 24, 49) adquiere un significado totalmente distinto
que en la plegaria de los otros hombres. Esto lo subraya El también
cuando habla de modo explícitamente distinto del "Padre
mío y Padre vuestro, Dios Mío y Dios vuestro" (Jn. 20, 18)
Cristo hace remontar su ciencia y su potencia a la comunión de vida y
a la unión de la voluntad con el eterno Padre. "Mi Padre me confió
todas las cosas, y nadie conoce perfectamente al Hijo, sino el Padre, y nadie
conoce al Padre enteramente, sino el Hijo, y a quien el Hijo quisiera
revelárselo" (Mt. 11, 27). La íntima relación
existente entre Jesús y Dios Padre es descrita sobre todo, en el
Evangelio de Juan, donde Cristo dirige no menos de 115 veces a Dios el
apelativo de "¡Padre!" "Yo y el Padre somos una sola
cosa" (Jn. 10, 30); "El Padre está en Mí yYo en el Padre" (Jn. 10, 38); "El que me ha
visto, ha visto al Padre" (Jn. 14, 9); "El Padre que está en
Mí, hace sus obras" (Jn. 14, 10). Cristo define camino, verdad y
vida: "Nadie va al Padre sino por Mí" (Jn. 14, 6). Bajo la
inspiración del Espíritu Santo, el cuarto Evangelio desarrolla
una "teoría cristológica del conocimiento" (Osear Cullmann), tan profunda como rica de tensión. c) No la comunidad. No fueron las primeras comunidades
cristianas las que pusieron en boca de Jesús la afirmación de
su filiación divina; ésta forma parte del núcleo vital
el mensaje de Jesús. Una idea de la filiación divina, que
hubiera sido inventada o considerablemente retocada sólo a
continuación, no habría suscitado todos los problemas no
resueltos y los candentes interrogantes que dieron pábulo a las
controversias cristológicas de los siglos
III y IV. Los Apóstoles y autores del Nuevo Testamento han relatado
las palabras de Jesús respecto a su misteriosa filiación
divina, sin suprimir aquellas expresiones que están en aparente
contradicción con ella: "El Padre es mayor que Yo" (Jn. 14,
28); "Pero aquel día y aquella hora, nadie la conoce, ni los
ángeles del cielo, ni el Hijo, sino sólo el Padre" (Mc.
13, 32). Una figura de Cristo elaborada con cuidado tendría otro
aspecto. El contraste duro y esquinado, que se nota en las declaraciones de
Jesús, constituye un argumento a favor de la fidelidad con que nos han
sido transmitidas sus palabras. Los Apóstoles anunciaron
con simplicidad y franqueza lo que habían visto y oído. No se
estrujaron el cerebro para conciliar las propias afirma, clones sobre la
humanidad, la ciencia limitada y susceptible de progreso de Jesús (Lc.
2, 52) con sus declaraciones referentes a la divinidad, la omnipotencia y la
omnisciencia de Cristo. Fijaron por escrito su experiencia y su
confesión de Cristo, sin pretender armonizar nada y sin cristalizar la
relación entre la humanidad y la divinidad de Jesús en la
fórmula dogmática. 3. Y CRISTO ES DIOS HECHO HOMBRE. Tras esta hondura, que podemos
medir respetuosamente, pero solo hasta cierto punto, se abre el abismo de
Dios. A el se refiere el concepto Verbo ya citado al principio y del que nos
habla el cuarto Evangelio: "Al principio era el Verbo, y el Verbo estaba
en Dios, y el Verbo era Dios". Allí se trata de Dios.
Junto a El hay, además, alguien "cerca de él",
"vuelto hacia él", como dice el texto griego, que es llamado
el "verbo". El primero expresa su ser, su plenitud de vida, su
pensamiento. Este seguido también es Dios, como lo es el que expresa
este Verbo y, con todo, sólo hay un Dios. De este segundo se dice que
ha venido "a lo que era suyo", a lo que él había creado,
es decir, al mundo (Jn. 1, 10-11). Vamos a fijarnos en el significado de
estas palabras. No domina solamente el mundo como creedor omnipresente y
omnipotente, sino que ha rebasado, en un instante determinado, si se puede
hablar así, un límite que no llegamos a comprender. El, el
sempiterno, inaccesible y trascendente, ha penetrado personalmente en la
órbita de ¿Cómo podemos
representarnos las relaciones de Dios con el mundo? Acaso creyendo que, una
vez creado el mundo, vivió por encima de él, en una
lejanía infinita, en beatitud excelsa y bastándose a sí
mismo, dejando seguir a la creación su camino fijado de una vez y para
siempre?... O bien imaginando que estaba en el mundo como primer principio
creador del que surgiría todo lo creado, como potencia universal que
lo informaría todo, como pensamiento ¿que se expresaría
en todo?... En el primer caso sería el ser infinitamente alejado e
inaccesible; en el segundo, la esencia de todo lo que existe. Si queremos
pensar El relato evangélico nos
presenta las relaciones de Dios con el mundo y Que Dios haya salido de la
eternidad para entrar en lo temporal y caduco, que haya cruzado el
"umbral" de Aunque el misterio no llegue a ser
comprendido, queda más cercano y desaparece el peligro del
escándalo. Ninguna de las grandes cosas humanas ha surgido del pensamiento
solo. En cambio, todas del corazón y del amor. Pero el amor tiene sus
propias razones y finalidades, y para entenderlas hay que estar dispuesto a
captarlas, pues de lo contrario no se entiende nada... Pero, ¿si es
Dios quien ama? ¿Si son la profundidad y la potencia de Dios las que
se elevan? ¿De qué no será capaz entonces el amor?
Llegará a ser tan sublime que deberá parecer una locura y un
absurdo a todo aquel que no lo tome como punto de partida. 4. Entre todos los niños
que fueron dados a Israel como fruto de una promesa, Jesús representa
la cima más alta. Cuando él vino al mundo, había todo un
pueblo que pedía su nacimiento; una larga historia lo había
prometido. Era hijo de la promesa como ningún otro. El más profundo anhelo del
género humano encontró en él su cumplimiento. Esta misma
es la razón por la que tal cumplimiento sobrepasa mucho más las
posibilidades humanas que supone la venida al mundo de cualquier otro
niño. No hay nada en el seno de la humanidad, ni en la fecundidad
humana que pueda engendrar a aquel de quien depende toda fecundidad humana y
todo el desarrollo de nuestra estirpe, pues todo ha sido creado en él. El misterio del grandioso regulo
que Dios ha hecho a los hombres en la persona de Jesús, lo podemos ver
también señalado por el acontecimiento igualmente lleno de
misterio de la concepción virginal de Jesús, que nos presentan
en su Evangelio San Mateo y San Lucas: Jesús no ha sido engendrado por
intervención de un hombre, sino que fue concebido por obra del
Espíritu Santo, y nació de una mujer, joven llena de gracia y
elegida por Dios para ser La participación
única de Siempre que nos paremos a
considerar este acontecimiento debemos poner cuidado en no perder de vista en
ningún momento la idea rectora de los evangelios, que proclaman el
misterio de nuestra salvación. Y así, hemos de contemplar este
acontecimiento en su significación salvadora siempre actual. Era lo
más adecuado que la venida del Hijo de Dios a este mundo fuese acogida
por el hombre "fiat" de una madre cuyo corazón había
sido entregado a Dios en virginidad. Era también conveniente que quien
es el Hijo único de Dios desde toda la eternidad y que como hombre
debió estar unido filialmente a su Padre como ningún otro
hombre lo estará jamás, no tuviese otro Padre, en el sentido
pleno de la palabra, que Dios. A quien cree en la encarnación del Hijo
de Dios, le resultará posible creer también que la entrada de
Emmanuel en la historia estuviese acompañada de un acontecimiento
extraordinario en armonía con este misterio divino. Alguna vez se ha llamado la
atención sobre el hecho de que la concepción virginal
sólo es dos veces explícitamente mencionada en todo el Nuevo
Testamento, mientras que, por ejemplo, la muerte y resurrección del
Señor son proclamadas casi en cada página. A ello diremos en primer
lugar, que ciertamente la muerte y resurrección del Señor
constituyen el mensaje gozoso por excelencia. Como hemos visto, el Nuevo
Testamento relata los primeros años de la vida de Jesús en
función con este núcleo del mensaje. Pero hay que advertir que
los dos únicos textos de 5. Y, ¿POR QUE? Cuando decimos: Jesús es el
Hombre Dios. ¡Atención a las fórmulas abstractas!
Jesús no fue "Hombre" en general; fue "tal
hombre", vivió en una sociedad concreta, tomó
posición, estuvo en el origen de los conflictos y, finalmente, sus
enemigos se unieron para eliminarle. Tampoco "Dios es una idea a
priori" que se aplique a Jesús como si se conociese a Dios antes
de conocer a Cristo. Las palabras y sobre todo los hechos de Jesús son
los que nos ponen en camino de un conocimiento nuevo de Dios. Es necesario
aprender de Jesús quiénes Dios. El Dios de Jesús...
Entonces nos damos cuenta de que el Dios de Jesús es muy diferente del
que presentan los judíos de su tiempo. Para él, Dios no
está ligado al Templo, como creían los saduceos; no está
ligado a Dios se hizo hombre entre los
hombres para que nosotros pudiéramos ser hijos de Dios.
¡Qué admirable cambio! El Creador del género
humano tomando un cuerpo vivo, se ha dignado nacer de una Virgen, y, haciéndose hombre sin
concurso de varón, nos ha regalado su divinidad. (Vísperas del 1 de enero) ¿Se os ha ocurrido alguna
vez pensar que, naciendo en Balén,
Jesús tomaba prestado algo del mundo de los hombres y se convertíaen cierto modo en su deudor? Pero el Creador no ha querido usar
de su derecho soberano. Ha preferido recibir, como un regalo, lo que de
derecho le pertenece. Los amigos intercambian regalos.
Dios, queriendo entablar amistad con los hombres, ha recibido de ellos un
cuerpo y un alma. A cambio, él les da lo que
ellos no podían esperar: la vida divina. DIOS ESTABLECE UNA ALIANZA. Muy a
menudo, en el curso de la historia, ha intervenido Dios para proponer a los
hombres un contrato o, como se decía entonces, una
"alianza". A Noé primero, después a Abraham, les
dijo: "Yo establezco una alianza contigo". En el Sinaí, se
encuentra todo el pueblo israelita que Dios ha elegido para establecer su
alianza: "Vosotros seréis mi pueblo y Yo seré vuestro
Dios. Una alianza es un compromiso
recíproco. Dios y el hombre van a colaborar. Eso es algo inusitado.
Pero hay más: toda alianza, para ser sólida, supone una estima,
un afecto recíproco. Primero con Moisés y después con
los profetas va a aparecer, se va a desarrollar y extender un intercambio de
amor: Dios ama a su pueblo y su pueblo debe aprender a amarlo. UNA ALIANZA DE AMOR. ¿De
qué amor se trata, pues? Del que exige la mayor espontaneidad,
frescura, sentimiento, fidelidad y que supone la entrega total de uno mismo:
"Te uniré a mí para siempre en la gracia y en la
ternura". En estos términos, habla Dios a su pueblo. Cuando llegó la hora de esa
unión divina, fue enviado., por Dios, un ángel a María.
Le ofrece una alianza nueva; porque en ella van a unirse la humanidad y la
divinidad. Es Y he aquí ahora el don de
Dios: nos hace participar de su vida. El no solamente da su vida humana, la
que Jesús ofrecerá en la cruz; da también su vida
divina. La vida de Dios se convierte en nuestra vida. Como podemos leerlo en
el evangelio de A todos los que han recibido les
ha dado el poder de convertirse en hijos de Dios. Es un intercambio, 'una
adopción recíproca; Dios se hace hijo de los hombres y
éstos se convierten en hijos de Dios. SOMOS HIJOS DE DIOS.
Quizás parezca exagerado decir que somos hijos de Dios. Leamos algunos
textos donde se expresa la fe de los Apóstoles: "Envió Dios a su Hijo,
nacido de mujer, nacido bajo "Así, pues, ya no sois
extraños ni forasteros, sino conciudadanos de los santos y familiares
de Dios" (Pablo a los Efesios 2, 19). Somos de la "Raza de
Dios" (Pablo a los Atenienses, Actas 17, 29). Somos participes de la naturaleza
divina (Pedro 2, carta 1,4). Finalmente, después de
haber dicho que podemos convertirnos en hijos de Dios, Juan añade que
se trata de un nuevo nacimiento; no de un nacimiento terrestre, sino de un
nacimiento divino: "Pero a todos los que le
recibieron les dio poder de hacerse hijos de
Dios, a los que creen en su nombre; que no nacieron de sangre, ni de deseo de carne, ni de deseo de hombre, sino que nacieron de Dios". (Juan 1, 12-13) "Ved que amor nos ha mostrado
el Padre, que seamos llamados hijos de Dios y lo seamos, por esto el mundo no
nos conoce, porque no le conoce a Él. Carísimo, ahora somos
hijos de Dios, aunque no se ha manifestado lo que hemos de ser", (la de
Juan, 3, 1-2) Los términos empleados no
dejan duda: se trata de que nosotros nacemos de Dios, de ser de la raza de
Dios, de participar de la naturaleza divina, Pablo, Pedro y Juan lo
testimonian. Pero ya Jesús nos invitaba a decir a Dios: "Padre
nuestro". DIOS NOS DA SU VIDA. Ya sería suficientemente
hermoso que Dios se hubiera hecho hombre que habitara entre nosotros en la
tierra, que fuera uno de nosotros. Pero ése no es más que uno
de los aspectos del misterio de En el ofertorio de cada Misa
decimos: Como esta agua que se mezcla al
vino... así podemos nosotros estar
unidos a la divinidad del que ha tomado nuestra humanidad. Esta oración, que era
antiguamente una oración de Navidad, figura hoy en todas las misas. En
efecto, cada misa nos aporta la gracia de Navidad; nos hace participes de la
divinidad del que ha tomado nuestra humanidad. Es celebración del
misterio pascual y celebración del misterio de Bibliografía y fuentes Caminando con Jesús Congregación para el Clero de la Santa Sede |