Caminando con
Jesús Pedro
Sergio Antonio Donoso Brant |
VERDADERO DIOS Y
VERDADERO HOMBRE El Cristo de los Padres y de los
Concilios. Jesucristo no es una parte de
nuestra fe. No es siquiera un tema de estudio cuyos límites se
pudieran determinar de antemano. Su persona ocupa el corazón del acto
de fe y cualquier creyente está obligado a responder a la pregunta que
Jesús planteaba: "Y vosotros, ¿quién decís
que soy yo?" Desde aquella profesión global y totalizante
del grupo apostólico: "Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios
vivo" hasta hoy, la respuesta se ha ido expresando y desarrollando de un
modo progresivo. Queremos situar las grandes etapas de este desarrollo, no
por preocupación meramente histórica, sino porque eso nos
permite entroncarnos con la esencia de la fe: esa esencia que aún hoy
corre el riesgo de ser deformada y desconocida. 1. EL PUNTO DE PARTIDA. Evidentemente lo encontramos en el
Nuevo Testamento. Es un punto de partida doble: está la fe de las
primeras comunidades cristianas, y está la experiencia viva del grupo
apostólico. Este último punto es la raíz de donde brota
todo. a) La experiencia del grupo
apostólico. Cuando 'los apóstoles se encontraron con
Jesús de Nazareth, vieron en El un simple
hombre, el hijo de María. Ellos pensaron, como todo el mundo, que era
hijo de José también. Vivieron con El durante varios meses,
compartiendo su vida, su comida, su amistad y su trabajo. Para ellos se
trataba de un ser excepcional, pero en principio era simplemente un hombre;
un hombre enfrentado con la indiferencia y la hostilidad de unos, abierto a la
amistad de otros, y angustiado ante la muerte. Cuando anunciaron a
Jesús, le presentaron como un hombre "a quien Dios
acreditó" (Act.2, 22). ¡Un hombre! ¡Nada del
otro mundo! Sin embargo, ¡cuántos creyentes han sentido la
tentación, y la sienten aún hoy, de minimizar, de reducir, de
no tomar en serio este aspecto de la realidad de Jesús! Esa
afirmación de los primeros cristianos a pesar de todo, es de capital
importancia. Es un aspecto inseparable del aspecto total de Jesucristo y
representa uno de los elementos esenciales del hecho de Jesús. Ser
hombre no es solamente tener un cuerpo. Consiste ante todo en tener una
conciencia humana, con sus límites, y una libertad humana con el
riesgo de sus opciones. Precisamente por eso es por lo que Jesús
pertenece a nuestra raza, y por eso precisamente Jesús puede
comprendernos, hablarnos y salvarnos (2). Pero en este hombre tan cercano a
ellos, los apóstoles empiezan a ver y a adivinar poco a poco la
acción y la presencia de Dios. Por su autoridad en obras y palabras,
por su manera de vivir y de rezar, por los poderes divinos que asume y por
las exigencias que formula, este hombre les plantea una pregunta:
¿Quiénes?, porque "Jesús" no es un insensato,
ni un blasfemo; es el profeta más equilibrado, el más humilde y
sobre todo el más religioso; es el más atento cuando se pone a
rezar con el Padre con una confianza de hijo, el más preocupado en
proclamar su voluntad y el más decidido a someterse a ella aunque sea
hasta la muerte. Ese es el rasgo más sorprendente y el más significativo
de la actitud de Jesús, el rasgo que obliga a los Doce, y a rostros
también, a plantearse esta pregunta: "¿Quién es,
pues, este hombre?" (3) Solamente de una manera paulatina
y progresiva respondieron Ion Do ce a la pregunta que les planteaba aquel
hombre de carne y hueso que se atribuíaunos
poderes divinos y que exigía de los demás una elección
definitiva v absoluta. Los apóstoles se guiaron principalmente por sus
palabras; unas palabras que manifestaban una libertad y una soberanía
sorprendentes respecto a Pero sobre todo fue el
acontecimiento de b) La fe de las primeras
comunidades. Sobre la fe, el testimonio y la predicación de los Doce
reposa la certeza y la fe de las primeras comunidades cristianas (cf.l Jn.1, 1-3). Para expresar la riqueza do su fe en
Jesús las comunidades le dan a Jesús ciertos nombres,
títulos, algunos de los cuales nos dicen bien poco actualmente, pero
que pueden aún indicarnos algo respecto a su persona y su
misión: es el Profeta, el Servidor, el Hijo del Hombre, el Verbo de
Dios, el Señor. Estos títulos "definen el papel o la
identidad de Cristo y son enteramente bíblicos. Los Evangelios no
descartan ninguno. La misión de Jesús es tan compleja, tan
rica, que no hay ningún nombre que pueda definirla de un modo
adecuado. Cada título tratado fijar en un lenguaje conocido la
misión de Jesús. ¿Pero ninguno de ello? Es suficiente
para definirla en toda su totalidad. Cada uno nos presenta solamente un
aspecto de la misma (...) Todos son indispensables. Y ninguno puede asumirlos
todos de tal manera que los demás se hagan inútiles. Es
justamente esta multiplicidad la que nos ayuda a comprender en cierta manera
el misterio de Jesús". (5) El conjunto de estos
títulos dados a Jesús por las primeras comunidades cristianas
expresa en toda su lozanía la fe en el misterio de Cristo. No hay nada
de mitológico en estas expresiones, sino una forma de pensar ajena a
toda especulación filosófica, profundamente enraizada en el
terreno bíblico, extremadamente concreta y espontáneamente
cimentada sobre la unidad de la persona: el hombre y Dios conviven
simultáneamente en la persona de Jesús de Nazaret. Jesús
es confesado como Hijo de Dios hecho hombre, Hombre Dios en una única
persona que vivifica con su Espíritu a la comunidad, que renueva
profundamente el corazón del hombre e instaura una existencia nueva.
Transformados por su fe en Jesucristo, los creyentes experimentan una novedad
radical en su existencia personal y en la historia de la humanidad. Se trata
además de una fe vivida y afirmada pacífica y serenamente. (2) A. George, en Que dites-vous de Christ? (le Cerf) Págs. 60-61 (3) Opcit.
Págs.63-64 (4)
A. George, opcit. Pág.67 (5)
Ch. Duquoc, Cristología, pág.174. El estudio de los títulos
de Cristo y de su condición humano divina ocupa la segunda parte de la
obra. Pero llega el tiempo en que es
preciso dar una forma más concreta y detallada a esta
convicción, en primer lugar para que el creyente pueda expresarla al
mundo grecorromano. Es preciso, además, preservarla de ciertas
desviaciones que comienzan ya a manifestarse en determinadas comunidades. 2. LAS PRIMERAS TENTATIVAS PARA
EXPRESAR EL MISTERIO DE JESÚS(6) a) Desde una increíble
reducción... Para traducir el misterio de Jesús y para
comunicarlo, especialmente a los cristianos venidos del mundo griego,
imbuidos y marcados por la filosofía de Platón, por el
estoicismo o los mitos orientales, Asistimos con él, en
efecto, a una increíble reducción del misterio de Jesús.
Su divinidad es interpretada a través de los mitos. Se convierte en
una supercriatura, en la cúspide de un mundo extraño y fabuloso
de semidioses. Ya no es el Hijo, como afirmaban los apóstoles y los
primeros creyentes. No es, por tanto, hombre verdadero. Su humanidad se
difumina en mera apariencia; su vida no es ya más que un juego bien
preparado, una ficción, Jesús dispone de poderes mágicos
para escapar a la cruda realidad de nuestra condición, y
particularmente al sufrimiento y a la muerte. b) ... a una decidida profesión de fe. Una vez desaparecidas las
sectas gnósticas (siglo III), • Primera etapa: El Concilio
de Nicea (325) Frente al arrianismo (9), (6) Para más detalles, cf.
Cristología, de Duquoc, Págs.377 y ss. No nos apresuremos a decir que esa evocación
histórica es inútil y que la cuestión carece de
interés, porque nos equivocamos. La mayoría de los errores
pisados siguen existiendo en la actualidad, "bien sea como tendencias,
bien como afirmaciones". Los volveremos a encontrar sobre todo al
analizar la actitud de los jóvenes respecto a Cristo. (7) Se utiliza, por ejemplo, los
vocablos persona, naturaleza y sustancia. Estas palabras normalmente ya no
dicen nada a nuestros contemporáneos. Pero es importante redescubrir
la realidad que pretendían significar. (8) Esta tendencia sigue
aún vigente en algunos autores contemporáneos. La encontramos,
por ejemplo, en Simone Weil,
Cf. H. Cornélius y A. Léonard,
La gnose éternelle
(Fayard, Págs. 83-102) (9) Doctrina de Arrío,
según la cual Cristo no sería plenamente Dios. "Es, en efecto, el sentido
mismo de toda la perspectiva bíblica y la originalidad del Evangelio
lo que está aquí en juego. Indudablemente para conocer y
aceptar al otro, para que los hombres se relacionen y hablen entre sí
no es necesario pasar o dar el rodeo de Cristo. El cristianismo solamente
afirma una cosa muy simple: en todo encuentro o servicio humano hay siempre
más de lo que aparece. Ese más o ese plus solamente queda explícito
en uno: en Jesucristo, rostro humano de Dios. Si Jesús no es
más que un hombre como todo el mundo, pierde su originalidad y su
sentido y sus palabras no son más; que una exhortación
más dentro del mundo. Pero si Jesús es ése que El
pretende ser, entonces realiza en el universo una prodigiosa operación
transformante de la que nosotros no percibimos más que los primeros
estremecimientos. No se trata ya de una exhortación o de un moralismo,
se trata de una mutación cósmica y humana, cuyo núcleo
inicial es El" (10). • Segunda etapa: El Concilio
de Efeso (431) Jesucristo es hombre y Dios. Hay
en El una naturaleza humana y una naturaleza divina. Pero algunos
teólogos conciben esta distinción de dos naturalezas como
distinción de dos personas. Tal fue el error de Nestorio.
El nestorianismo se apoya, en efecto, en la idea de que una naturaleza
humana, si quiere ser completa tiene que ser necesariamente también
una persona humana. Si Cristo, pues, fue plenamente hombre es preciso que
haya tenido una persona humana. La humanidad de Cristo no está, por
tanto, unida a Dios mediante una sola y misma persona. Únicamente
está unida a la persona divina mediante una relación de gracia
muy particular. Según esto, a María no se le podía
llamar Madre de Dios, sino solamente madre de Cristo hombre, a quien se le
unió la persona del Verbo. Al definir la maternidad divina de
María, el Concilio de Efeso rectifica una desviación
herética típica y directamente cristológica, una
herejía que pone en entredicho toda la concepción de la
salvación. • Tercera etapa: El Concilio
de Calcedonia (451) Pero muy pronto va a ser necesario
insistir y subrayar la verdad de la humanidad de Jesús. Algunos
cristianos piensan, en efecto, que al contacto con lo divino, lo humano se
encuentra totalmente absorbido, minimizado (11). En una profesión de
fe, el Concilio de Calcedonia confiesa a Jesucristo como perfecto hombre y
perfecto Dios. Las grandes controversias
teológicas, respecto a Cristo parecen ya zanjadas en lo sucesivo. Sin
embargo, los problemas planteados en esta época no cesarán de
aparecer bajo formas diversas y complejas. Son los mismos que hoy volvemos a
encontrar. (11) Es el error monofisista: en Jesús sólo hay una
naturaleza, la divina. "Siguiendo a los santos Padres, enseñamos
todos formal y unánimemente que es preciso profesar nuestra fe en un
solo y mismo Hijo, Nuestro Señor Jesucristo, perfecto en su divinidad
y perfecto en su humanidad, verdadero Dios y verdadero hombre, siempre el
mismo, con un alma racional y un cuerpo, consustancial al Padre en cuanto a
la divinidad, consustancial a nosotros en cuanto a la humanidad; en todo
semejante a nosotros menos en el pecado; engendrado por el Padre antes de
todos los siglos según la divinidad, y a la vez en estos
últimos tiempos, engendrado por nosotros y nuestra salvación,
por María (12) P.Congar,
Le Christ, Marie et l'Eglise,
París, 1952, pág.2. Bibliografía y fuentes Caminando con Jesús Congregación para el Clero de la Santa Sede |