Caminando con
Jesús Pedro
Sergio Antonio Donoso Brant |
JESÚS
Y LOS PECADORES 1. JESÚS SE
ACERCA A LOS PECADORES Un día
Jesús fue invitado a comer a casa de un fariseo. Llegó entonces
una mujer pecadora, bien conocida en la ciudad. Habiendo sabido que
Jesús estaba allí, llevó un recipiente de perfume. Se
postró a sus pies y los bañaba con sus lágrimas, los
secaba con sus cabellos, los cubría de besos, de perfume. El fariseo
que había invitado a Jesús lo presenciaba, escandalizado. Pero
Jesús deja hacer a la mujer y explica a los presentes que su
comportamiento manifiesta un gran amor y que, en consecuencia, sus numerosos
pecados serán perdonados. "Tu fe te salva le dice vete en
paz". Otra vez se
encontraba Jesús rodeado de publícanos y pecadores. Los
fariseos se asombraban de esta mezcolanza. Pero Jesús, adivinando sus
pensamientos, les dijo: "No son los sanos los que necesitan del
médico, sino los enfermos... Yo no he venido a llamar a los justos,
sino a los pecadores". Otro día.
Jesús atravesaba la ciudad de Jericó. Vivía allí
un hombre llamado Zaqueo, que era jefe de los recaudadores romanos de
impuestos. Se trataba de un hombre rico. Quería ver a Jesús,
pero debido a su baja estatura no lo conseguía, pues una multitud se
lo impedía. Entonces se adelantó y se subió a un
tamarindo, para verle cuando pasara por allí. Llegado a ese lugar,
Jesús le ve y le interpela: "Zaqueo, baja de allí. Es
necesario que me hospede en tu casa". Zaqueo bajó pronto y
recibió a Jesús con alegría. Viendo esto, todos le
recriminaban: "Se ha ido a alojar en casa de un pecador". Zaqueo le dijo al
Señor: "Mira Señor, donaré a los pobres la mitad de
mis bienes y si he hecho mal a alguien le recompensaré con cuatro
veces más". Jesús le respondió:"Hoy la
salvación ha llegado para esta casa. En efecto el Hijo del Hombre ha
venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido". La mirada que
Jesús deja sobre el hombre pecador, sobre cada uno de nosotros, es una
mirada de compasión y misericordia. No es una mirada que abruma, que
condena o humilla, sino una llamada a la conversión, a empezar de
nuevo, a un amor mayor. Es una mirada que rehabilita, que reconcilia. "Vete en
paz", le dice Jesús a los que perdona. Este llamamiento a la paz
lo encontramos a todo lo largo del evangelio. Jesús desea que vivamos
siempre en paz con Dios, con nuestros semejantes, con nosotros mismos. 2. ¿QUÉ
HIZO JESÚS? Sólo
Jesús es justo, verdaderamente justo. Pero esto no le induce
jamás a despreciar a los demás. Al contrario. Su santidad no es
abrumadora con quienes El se encuentra. Su vida entera fue un
permanente "sí" a Dios: depositó toda su confianza en
Dios, hizo suyos todos los deseos del Padre. Jesús supo llegar al
límite de su amor por Dios y por nosotros: amando profundamente a los
que salieron a su paso, les manifestó que la última palabra de
su vida no fue el "no" de la ruptura, sino el "sí"
de la reconciliación. Un día llevan
ante Jesús a una mujer sorprendida en flagrante delito de adulterio.
Todos los presentes sabían lo sucedido. Situémonos
allí por un instante: la actitud de la mujer, la forma como
Jesús se comporta, nos revelan tres maneras de reaccionar en
relación al pecado: 1) Esa mujer ha
cometido adulterio. En Israel una ley preveía el castigo a aplicar en
ese caso. Es la primera forma de situarnos en relación al pecado: el
pecado es lo que va contra la ley, contra el orden establecido, "lo que
no debe hacerse". Todas las sociedades, todos los grupos humanos conocen
esto. Y nosotros los cristianos no estamos muy lejos de los judíos
coetáneos de Jesús. Para advertir esto basta observar la manera
en que a veces juzgamos a los demás. Cuando adoptamos esta
actitud, la única forma de salir de la situación de pecado es
aceptar la pena prevista en la ley. 2) La actitud de
Jesús va a revelarnos una nueva forma de situar nos en relación
al pecado: "Aquel de entre nosotros que esté sin pecado que lance
la primera piedra". Esta vez no se trata
de juzgar desde fuera. Jesús hace un llamamiento a la conciencia de
cada uno, a la noción que más pronto o más tarde se
despertará en nosotros de los fallos posibles, de lo que hay de
verdadero, lo dinámico, en nosotros y de nuestra mediocridad, nuestras
torpezas, nuestros retrocesos; un espíritu creado para descifrar el
misterio de las cosas, que permanece inactivo: un corazón hecho para
amar, que de hecho se endurece, una personalidad, que sólo puede
afianzarse apoyándose en otra, o en otros, y que sin embargo
frecuentemente se repliega, se encierra en si misma. Tomar conciencia de esto
es aceptar que no somos mejores que los demás. Que no tenemos, por
consiguiente, lecciones que dar. Cada uno permanece entonces solo con su
conciencia. Esto es lo que explica la actitud de Jesús y de los que
condujeron a la mujer ante él. "Se retiraron uno tras otro,
comenzando por los más viejos". Sólo el amor,
que va más allá de la falta cometida realiza lo que la simple
justicia era incapaz de hacer, lo que la lucidez personal era impotente para
lograr, devolver a esa mujer su dignidad. 3) Nadie
dirigió la palabra a la mujer durante todo el tiempo de la
discusión. La trataron como un objeto (el cuerpo del delito).
Jesús se dirigió a ella: "Dime, nadie te ha condenado
"Nadie, Señor", respondió ella. "yo tampoco te condeno" dijo él. "Vete,
pero aún así, no peques más". La última
palabra sobre la vida de esta mujer no es el mal que hizo, sino el amor de
Dios por ella. Esto nos revela que
el pecado no es en principio una falta contra la ley ni contra nosotros
mismos. Es algo más profundo que todo esto, es una ruptura del amor,
de ese amor que viene más allá del corazón del hombre
porque viene del mismo Dios. Y en efecto, esto es así, el drama de esa
mujer, su pecado fue que traicionó el amor que había
comprometido. Lapidándola,
como prevenía la ley, no se podía devolverla a ese amor. Eso
sólo podía lograrlo una sola mirada de amor y fue eso lo que
Cristo hizo. Para escapar del
pecado no tenemos más camino que reconocernos amados, reconocer la
mirada de Dios sobre nosotros; no un guiño de complicidad a nuestra
mediocridad, sino la mirada profunda dirigida hacia nuestro adormecido e
inconstante corazón. ¡El
perdón! Cristo nos ha enseñado a perdonar. Muchas veces y de
varios modos. El ha hablado de perdón. ¿Cuando Pedro le
preguntó cuántas veces habría de perdonar a su
prójimo, " hasta siete veces?", Jesús contestó
que debía de perdonar "hasta setenta veces siete" (Mt. 18,
21 y ss.). En la práctica esto quiere decir
siempre: efectivamente, el número setenta por siete es
simbólico, y significa, más que una cantidad determinada, una
cantidad incalculable, infinita. Al responder a la pregunta sobre cómo
es necesario orar, Cristo pronunció aquellas magníficas palabras
dirigidas al Padre: "Padre nuestro que estás en los cielos";
y entre las peticiones que componen esta oración la última
habla del perdón: "Perdónanos nuestras deudas, como
nosotros las perdonamos" a quienes son culpables con relación a
nosotros ("a nuestros deudores") Finalmente, Cristo mismo
confirmó la verdad de estas palabras con la cruz, cuando,
dirigiéndose al Padre, suplicó:'* Perdónalos!",
"Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen" (Lc. 32,
34). "Perdón"
es una palabra pronunciada por los labios de un hombre, al que se le
había hecho mal. Más aún, es la palabra del
corazón humano. En esta palabra del corazón cada uno de
nosotros se esfuerza por superar la frontera de la enemistad, que puede
separarlo del otro, trata de reconstruir el espacio interior de
entendimiento, de contacto, de unión. Cristo nos ha enseñado
con la palabra del evangelio y, sobre todo, con el propio ejemplo, que este
espacio se abre no sólo ante el otro hombre sino, a la vez, ante Dios
mismo. El Padre, que es Dios
de perdón y de misericordia, desea actuar precisamente en este espacio
del perdón humano, desea perdonar a aquellos que son capaces de
perdonar recíprocamente, a los que tratan de poner en práctica
estas palabras: "Perdónanos....como
nosotros perdonamos". EL PECADO CONTRA Cristo nos ha
enseñado a perdonar. El perdón es indispensable también
para que Dios pueda plantear a la conciencia humana los interrogantes sobre
los que espera respuesta en toda la verdad interior. Cristo nos ha
enseñado a perdonar. Enseñó a Pedro a perdonar
"hasta setenta veces siete" (Mt. 18, 22). Dios mismo perdona cuando
el hombre responde a la pregunta dirigida a su conciencia y a su
corazón con toda la verdad interior de la conversión. Dejando a Dios mismo
el juicio y la sentencia en su dimensión definitiva, no cesamos de
pedir; "Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros
perdonamos a nuestros deudores". La comunión de
mesa en el judaísmo significa comunión ante los ojos de Dios,
cuya bendición se ha invocado antes. En este contexto se comprende que
la intencionalidad en las comidas de Jesús con los
"pecadores" no es puramente social, ni expresan simplemente la gran
humanidad de Jesús. En esas comidas Jesús intenta hacer
partícipes a los invitados de la mesa del Reino de Dios, es decir,
ofrecerles en nombre de Dios la paz, el perdón, la
confianza...Jesús, al comer con los "pecadores", quiere
indicar simbólicamente que Dios los acoge y perdona. En este trasfondo
se comprende, por ejemplo, la parábola de la gran cena, la gravedad de
la acusación lanzada contra Jesús y la elevación de su
respuesta (cfr. Mc. 2, 17). No hubiera sido criticado, si esas comidas
hubieran sido con los "hombres de bien". En el
escándalo padecido por los pretendidamente justos ante el
comportamiento de Jesús, está el nervio de la cuestión.
Con su actuación, Jesús invierte el orden vigente entre estos
dos factores: penitencia y salvación. De esta inversión depende
en gran parte la originalidad de Jesús. Aclaremos la cuestión.
El judaísmo sabe que Dios es misericordioso y capaz de perdonar.
"También para el pecador hay una salvación, pero
sólo después de que haya mostrado su arrepentimiento por medio
de la reparación y del cambio de su conducta". Para ser amado por Dios,
el pecador debe convertirse antes en justo; la conversión es
así el presupuesto que concede al pecador la esperanza de ser
perdonado. Pero he aquí que en el comportamiento de Jesús lo
primero es la oferta incendie tonada de la salvación; los acoge sin
inquirir en su vida anterior. Así, "de la gracia brota la
conversión". Esta inversión, fundada en el poder de la
misericordia de Dios, es en realidad la única esperanza del pecador.
Si nos salvamos es porque Dios es bueno sólo El lo es (cfr. Lc. 18,
19)- no porque nosotros lo seamos todos somos malos (cfr. 7,11)-. Esta inversión
operada por Jesús, tiene un alcance universal. ¿No es acaso el
amor el que regenera de verdad a las personas, el que las encamina hacia la
respuesta libre, fiel y agradecida? ¿No es la experiencia de ser
amados gratuitamente el surtidor que da la confianza fundamental en la vida?
¿No cierran más bien las acusaciones y condenaciones? El que
Jesús, en la ética del Reino, pida el perdonar al enemigo se
funda en el hecho de haber sido perdonado por Dios (cfr. Mt. 5, 43 y ss.). El perdón recibido sin presupuestos y el
deber y la posibilidad de perdonar al enemigo se corresponden. En esa
inversión de las realidades penitencia y gracia está inserto el
carácter de Buena Nueva propio de la predicación de
Jesús y de toda su existencia; por medio de Jesús se ilumina el
futuro de los hombres perdidos. Jesús en persona es el
"Evangelio" (cfr. Mc. 1, 1, que puede ser también genitivo
objetivo). Y al mismo tiempo en esto radica el escándalo que sufren
ante Jesús los que se creían justos. Tal comportamiento de
Jesús "era aparentemente la disolución de toda
ética; era algo así como si el comportamiento moral no
significara nada a los ojos de Dios...el Evangelio conmociona los cimientos
de la religión". Tal escándalo no habría acontecido
si esas comidas hubieran sido con los "justos". Ante estas
consecuencias Jesús da la justificación de su proceder,
Fundamentalmente son tres: Los "pecadores" realmente le necesitan y
los acusadores también son malos. Pero en la tercera
justificación se esconde la pretensión de Jesús de ser
la encarnación de la misericordia divina, de ser el portador de la
salvación, de ser el espejo de lo que Dios es y como Dios
actúa. Esta
justificación aparece con claridad en la parábola del
"hijo pródigo" o mejor del "amor del Padre", que
tiene un valor argumentativo, ya que es respuesta a la acusación de
los fariseos y escribas (Lc. 15, 1-2). "El amor de Dios para con los
pecadores que buscan el hogar es sin límites. Yo obro como corresponde
a la naturaleza y a la voluntad de Dios". Dios es así, Dios
actúa así,como
se transparenta en la conducta de Jesús hacia los
"pecadores". Con ello está redefiniendo a Dios, le
caracteriza de forma distinta a como lo hacen los fariseos y los escribas. Esta veta original
del Evangelio de Jesús siempre será atrayente y al mismo tiempo
peligrosa. En Jesús se enciende la esperanza y ante El hay que tomar
medidas para que los cimientos del orden no se tambaleen. La
eliminación y la muerte de Jesús serán la consecuencia
de su vida. Bibliografía y fuentes Caminando con Jesús Congregación para el Clero de |