Caminando con
Jesús Pedro
Sergio Antonio Donoso Brant |
ANTE
LAS TRAMPAS DEL ENEMIGO 1.- LOS ENEMIGOS DE
JESÚS. Según los
documentos de que disponemos, los motivos del conflicto podrían
resumirse en cuatro capítulos: la crítica de la autoridad de la
ley, el desplazamiento del centro de gravedad de la religión, la
decepción provocada por la negativa ante las representaciones
mesiánicas, la intrusión en la organización social. El motivo más
aparente, ya que ofrece el material más abundante a los debates y a
los teólogos profesionales de Israel, es la relativización
de la ley. La libertad con que
Jesús propuso su enseñanza y realizó su propia
existencia provocó un cambio en su relación con la
institución encargada de velar por la observancia de la ley y
construida por otra parte por esa misma ley. La autoridad de la ley era
indiscutible, aunque no todos la respetaban de la misma manera. La ley
provenía de Moisés, o al menos la autoridad de Moisés
garantizaba su validez. Se la podía comentar, concretar, adaptar a una
situación inédita, pero su estructura era intangible:
hacía visible la voluntad de Dios y proponía el único
camino que llevaba hasta él. Dios, al establecer su alianza con el
pueblo judío, le había impuesto esta ley como signo de sus
buenos deseos y como testimonio de su fidelidad. Y he aquí que Jesús,
independientemente de la le y sin justificar el origen de su actitud,
desplaza el centro de gravedad de la vida judía. La ley ya no es ese
centro. Inmediatamente pierde valor, también la institución
organizada para su defensa y su permanencia. El camino de Dios es distinto
del que ellos han trazado, y las maldiciones que profiere contra ellos son el
mejor testimonio de la profundidad de esta ruptura (Lc. 11, 39-53). Al relativizar la
ley. Jesús desplaza también el centro de gravedad de la
religión: su predicación encierra en germen todo lo que
más tarde sacará a flote la comunidad primitiva, la llamada de
Dios que se dirige al hombre, a todos los hombres. Jesús alaba la fe
del centurión y la de la cananea. Ese desplazamiento va unido a la
transformación de la ley o del culto. Dios puede sacar de las piedras
del camino hijos de Abraham; son muchas las parábolas que insisten en
la entrada masiva de los paganos en el reino y en la exclusión de los
hijos de Israel. Sería una equivocación no ver en estas formulaciones
más que simples amenazas o profecías. En el estilo
paradójico de la lengua aramea. Jesús indica que la alianza no
debe considerarse como un privilegio nacional: no es ni en Jerusalén
ni en el monte Garizín de Samaría
donde Dios quiere ser honrado, sino en el espíritu y en la verdad. Y
en ese caso la institución vuelve a recibir un nuevo golpe: la
libertad que Jesús demuestra ante la ley y el culto indica que
él no predica solamente una conversión aceptable dentro de los
límites del judaísmo, sino que introduce un principio que va a
modificar la forma con que el judaísmo había organizado las
relaciones con Dios. Entonces, o
Jesús es un enviado de Dios y ¿cómo podría estar
Dios en contradicción con la ley de Moisés?, o es un blasfemo,
ya que prescindiendo de la autoridad de Moisés y de la alianza vuelve
a trazar otro camino que lleve hasta Dios. De este modo, la autoridad y la
libertad de Jesús, tal como aparecen en una enseñanza que
reinterpreta la alianza y la institución que hasta entonces la
había organizado, conducen a una pregunta radical sobre el sentido de
su acción: ¿es un hombre de Dios o un blasfemo? No son razones
mezquinas las que han impulsado a los jefes a oponerse a Jesús, se han
dado cuenta de que en su actitud estaba en juego la suerte misma del
judaísmo, tai como ellos lo concebían. A este conflicto con
los jefes se añade otro conflicto con el pueblo. En realidad, si
hacemos caso a Lucas, el pueblo era favorable a Jesús. No obstante,
las exigencias populares tan cercanas a las de muchos de los jefes
religiosos, obligaron a Jesús a que los dejara decepcionados. El
anuncio de la inminencia del Reino de Dios por aquel hombre que gozaba de una
autoridad sin igual despertó en el pueblo ansias de liberación.
Jesús era aquel hijo de David que los llevaría a la victoria
sobre el usurpador romano y que establecería de nuevo a Israel en su
esplendor: la tentación de Jesús fue aquella voluntad de
liberación política del pueblo, condición y símbolo
de la venida del Reino de Dios. Surge entonces el malentendido; Jesús
no entra por aquellas ideas. Jesús no se pone al frente de la
resistencia armada; no realiza ningún prodigio para hacerse con el
poder político; Jesús les ha decepcionado. Aquella repulsa de
las representaciones políticas de Israel causó mal efecto sobre
los responsables (jamás había sido condenado nadie por haber
querido liberar a Israel); así quedaba subrayada la extrañeza
de aquellas pretensiones de Jesús por volver a definir la religión.
Aquella repulsa del mesianismo lo separaba de la comunidad de Israel, puesto
que no compartía sus esperanzas. Sin embargo,
había que encontrar una ocasión o un motivo para condonarlo.
Parece ser que se lo proporcionó el episodio de los mercaderes echados
del templo (Lc. 19, 45-48). Jesús no cedía a la presión
popular que veía en él al Mesías. No es imposible, sin
embargo, que la expulsión de los mercaderes del templo hubiera sido
juzgada por los más activos entre los resistentes, los celotes, como
un acto que sirviera de preludio a una llamada a la sublevación. Los colotes eran no solamente nacionalistas fanáticos,
sino puritanos religiosos; seguramente consideraban escandaloso el
tráfico comercial que tenía lugar en el templo. Esta posible
coalición entre los celotes y Jesús asusto a los jefes. Por eso
se decidieron a apresurar las cosas. Por lo demás, aquella
condenación que Jesús había hecho de los intereses
económicos no contribuyó a mejorar la opinión que los
jefes tenían de él. Las cosas se iban poniendo demasiado feas:
pasar por encima de la ley, correr el peligro de suscitar una
sublevación popular no preparada y por consiguiente destinada al
fracaso, y poner en peligro una fuente de ingresos seguros sin señalar
con qué sustituirla. Jesús era un soñador peligroso,
capaz de llevar al pueblo a los mayores excesos. Así, pues, una noche
lo apresaron, le hicieron un proceso rápido, y así evitaron un
movimiento de masas en su favor. Por otra parte, como él no hizo nada
por oponerse a sus enemigos, se derrumbó la confianza que muchos
tenían en su vocación de libertador político, a las
órdenes de Dios. Así es como se abrió el proceso. Bibliografía y fuentes Caminando con Jesús Congregación para el Clero de |