AVARICIA, EL AFÁN POR LA CODICIA “Sea vuestra
conducta sin avaricia; contentos con lo que tenéis, pues él ha dicho: No te
dejaré ni te abandonaré; de modo que podamos decir confiados: El Señor es mi
ayuda; no temeré”. (Hebreos 13,5-6) Autor Pedro Sergio Antonio Donoso Brant 1.
EL ANSIA O DESEO DESORDENADO Y EXCESIVO
POR LA RIQUEZA Creo que la mayor cantidad de cuentos
infantiles oídos por mí, muchos de ellos contados por mi madre cuando fui
pequeño, hablaban de la avaricia, por eso desde siempre nunca he dejado de
pensar sobre la maldad que hay en este vicio, el cual ha traído tantos males
inimaginable a los hombres en todos los tiempos. La avaricia es el afán excesivo de poseer y
de adquirir riquezas para atesorarlas o la inclinación o deseo desordenado de
placeres o de posesiones. Y es así, como la avaricia es uno de los pecados
capitales que está prohibido por el noveno mandamiento: “No codiciarás la
casa de tu prójimo” (Éxodo 20, 17) y el décimo mandamiento; “No
desearás la mujer de tu prójimo, codiciarás su casa, su campo, su siervo o su
sierva, su buey o su asno: nada que sea de tu prójimo. (Deuteronomio 5,21) “La avaricia (del latín "avarus",
"codicioso", "ansiar") es el ansia o deseo desordenado y
excesivo por la riqueza. Su especial malicia, ampliamente hablando, consiste
en conseguir y mantener dinero, propiedades, y demás, con el solo propósito
de vivir para eso, aunque que esto separe o te aleje de tu hermano. Dice Santo Tomás: Cuando el amor
desordenado de sí mismo se convierte en deseo de los ojos, la avaricia no
puede ser retenida. El hombre quiere poseerlo todo para tener la impresión de
que se pertenece a sí mismo de una manera absoluta. La avaricia es un pecado contra
la caridad y la justicia. Es la raíz de muchas otras actitudes: perfidia,
fraude, perjurio, endurecimiento del corazón y es un gran enemigo del
entendimiento entre los hermanos y divide a las familias, así lo relata
también Lucas: “Uno de la gente le dijo: -Maestro, di a mi hermano que
reparta la herencia conmigo-. Él le respondió: ¡Hombre! ¿Quién me ha
constituido juez o repartidor entre vosotros? Y les dijo: Mirad y guardaos de
toda codicia, porque, aun en la abundancia, la vida de uno no está asegurada
por sus bienes”. (Lucas 12, 13-15) 2.
LA PSICOLOGÍA DEL AVARO Teólogos y científicos han observado la
psicología del avaro y han comprendido la perversión moral y psicológica de
tal persona. El avaro se aparta de los demás, se encierra en sí mismo y se impone
una austeridad que va incluso en contra de sus necesidades vitales. Come
menos de lo necesario, pierde horas de sueño (para velar su fortuna), vive en
la obsesión del robo o del incendio, piensa que todo el mundo le puede
engañar y quitar lo que tiene. Dice el Señor: Nadie puede servir a dos
señores; porque aborrecerá a uno y amará al otro; o bien se entregará a uno y
despreciará al otro. No podéis servir a Dios y al Dinero. (Mateo 6, 24). Así
es, cómo algunos están enamorado del peso, (dinero), y aman más a este peso
que el Señor, y si ven que alguien le va a tocar su dinero, de desestabilizan
emocionalmente, se victimizan y se transforman en personas expertas en el
manejo de los mensajes indirectos y disfrutan de mostrarse inocentes,
disfrutando de contar sus tragedias o dramas, para bajar el buen ánimo a la
persona que le critica, devolviéndole la culpa de no ser un buen hijo de
Dios, claro al que se victimiza, no le interesa encontrar soluciones a los
problemas de los que se halla víctima si se trata de compartir lo que tiene o
lo que debe. El instinto de conservación del avaro y
codicioso, se manifiesta en esa perversión que no hace más que exagerar el
instinto de economía y ahorro. Por tanto la avaricia sobrepasa la precaución
y la prudencia; es un vicio espiritual, puesto que ha dado lugar a la
precaución, y ambiciona no carecer de nada. La avaricia es la enfermedad del
ahorro. A veces, este pecado es considerado como una virtud en razón de la
modestia de vida del avaro y de su lógica ante el porvenir. Es así, como cuando observamos a las
personas que sufren del mal de la avaricia, dominada por la codicia, nos
damos cuenta que raramente es consciente de serlo, sin embargo esa ansiedad
de tenerlo todo, ese apego fuerte y egoísta a los bienes materiales, lo hace
una persona destacable en su forma de ser en el sentido contrario a los
valores morales del hombre de bien. 3.
EL AVARO ES AMIGO DE LA CONVENIENCIA
PERSONAL La paradoja es que los avaros en muchas
situaciones viven como un pobre para morir como ricos. Para el avaro, su fin
es juntar, acaparar, y es amigo de la conveniencia personal, y a pesar de que
conviven a nuestro lado, nunca son amigos de alguien por amor. La avaricia es un deseo enfermizo, de
cualquier cosa, no solo de dinero, y es el acopio del egoísmo, está ausente
total de la bondad y generosidad, y se niega a participar en las necesidades
del prójimo. En efecto el avaro es un ser negado, no le gusta compartir, es
incomunicativo, extremadamente desconfiado, no conoce la solidaridad, nada de
lo que le ocurre a los demás le importa, y por tenerlo todo es capaz de
asociarse a la soberbia, y porque no decirlo llegar hasta el robo con por esa
excesiva pasión de atesorar todo lo que se imagina. La avaricia no está oculta, está delante de
nuestro ojos, lo que sucede es que parece que hablamos poco de ella o no la
asociamos a las cosas rutinarias de la vida, pero nuestra sociedad está en
medio de ella. En efecto, la avaricia es la mejor aliada de la sociedad
consumista, debemos tener el mejor automóvil, el mejor reloj, la mejor y
última innecesaria novedad de la tecnología. Lo esencial no es que tengamos
más o menos bienes materiales, sino la forma en que los usemos. Nuestro noticieros hablan diariamente de
los modernos “Avaros”, aquellos que a toda costa no piensan más que en
enriquecerse, esos que buscan ocupar
puesto de privilegios, incluso en el
gobierno para tener algo mas y enriquecer sus arcas personales, o aquellos
que les gusta en la política controlar todo o los que hacen de la corrupción
y el soborno un arte para tener algún bien. Hay quien se hace rico a fuerza de engaño y
avaricia, y esta es la parte de su recompensa: cuando dice: “Ya he logrado
reposo, ahora voy a comer de mis bienes, no sabe qué tiempo va a venir,
morirá y se lo dejará a otros”. (Eclesiástico
11, 18-19) Es así como el egoísta y codicioso, no
puede decirse discípulo de Jesús, por eso dice el Señor en el Evangelio: “El
que no renuncie a todo lo que posee, no puede ser discípulo mío” (Lc 14,33) 4.
EL CATECISMO CATOLICO Y LA AVARICIA La avaricia es uno de los pecados
capitales, está prohibido por el noveno y décimo mandamiento. (CIC 2514,
2534). Es importante en la vida del cristiano saber de este mal, para no caer
en la insensatez y en esta tentación. En el Catecismo Católico, (2536) se
advierte que el décimo mandamiento prohíbe la avaricia y el deseo de una
apropiación inmoderada de los bienes terrenos. Prohíbe el deseo desordenado nacido de la pasión
inmoderada de las riquezas y de su poder. Prohíbe también el deseo de cometer
una injusticia mediante la cual se dañaría al prójimo en sus bienes
temporales: Cuando la Ley nos dice: No codiciarás, nos dice, en otros
términos, que apartemos nuestros deseos de todo lo que no nos pertenece.
Porque la sed codiciosa de los bienes del prójimo es inmensa, infinita y
jamás saciada, como está escrito: “El ojo del avaro no se satisface con su
suerte, la avaricia seca el alma”. (Eclesiástico 14, 9). En el punto 2450, expone: "No
robarás" (Dt 5,19). "Ni los ladrones, ni los avaros...ni los
rapaces heredarán el Reino de Dios" 5.
EL AVARO, NO CONOCE LA GENEROSIDAD CON LOS
DEMAS Decía Mahatma Gandhi; En la tierra hay
suficiente para satisfacer las necesidades de todos, pero no tanto como para
satisfacer la avaricia de algunos. El avaro y codicioso, no gasta lo que debe,
ni siquiera gasta tiempo en pensar en lo que debe, ni cuánto debe, tampoco se preocupa de pagar sus
deudas, pero si siempre está pensado que le faltan muchas cosas, entonces
comete la desfachatez, de hacerse la victima con engaños de pobreza y
carencia para conseguir del otro lo que ambiciona. Dice Platón de los avaros;
“El hombre que no pone límites a su codicia, siempre se le hará poco, aunque
se vea señor del mundo” Es así también como el tacaño nunca duerme
con los dos ojos cerrados, siempre piensa que mientras duerme le quitaran lo
que tiene, está pendiente en sus sueños de su caja de caudales, y cuando
despierta lo atrapa el temor de haber perdido su tesoro. Lo triste es que los hombres ricos y
avarientos, nos guardan para los años de pocos recursos, tampoco lo hacen
para dar a sus parientes y amigos cuando estos no tienen. El avaro y miserable además, si presta es
usurero, es así como mucha gente se ha empobrecido más con lo que le presta
el avaro que con cualquier otra cosa. Pero por lo general, el avaro casi
nunca presta, porque siempre ve la posibilidad de perder lo que tiene. En
cambio el hombre generoso no tiene temor a prestar, porque sabe que si luego
no tiene, habrá otro como el del cual recibirá ayuda. 6.
POR MUCHO QUE TENGA, NADA PUEDE ¿Qué puede esperar una persona avara y
llena de afán por la codicia de Dios? ¿Qué puede esperar una persona al que
la avaricia le ha estrechado el corazón, de tal manera que le ha cerrado las
puertas a la casa del Señor? Al contrario, que bien les ha hecho a los
hombres recibir de Dios un corazón generoso, porque le abre al Señor las
puertas de su morada. El hombre mísero consigo mismo y con los
demás, por mucho que tenga, nada puede dar, es así como no tiene para vestir
al desnudo, el que ni siquiera compra un pañuelo, tampoco puede dar de comer,
si ni siquiera gasta en su propio pan, y si tiene trigo, prefiere guardarlo o venderlo que hacer harina para
su consumo. El avaro no cuida ni visita enfermos, pero lo más triste, es que
no conoce la farmacia cuando tiene un mal propio o se cierra para hacer un
gasto en el médico. El avaro no puede regalar un calzado al
descalzo, porque los suyos ya no resisten otro paso, como ni siquiera puede
dar de comer a un niño pobre, ya que no gasta para alimentar los suyos. Sin embargo, lo más triste del avaro, es
que vive pobre toda su vida y cuando muere es rico en fortuna, y de nada le
sirve. Jesús nos ha recomendado que no acumulemos
tesoros en la tierra, sino en el cielo, y nos ha hecho conscientes de que
allí donde consideremos que está nuestro tesoro, allí estará constantemente
nuestro corazón; “Porque donde esté tu tesoro, allí estará también tu
corazón” (Mateo 6,21). En consecuencia, es importante que, especialmente en
las profundidades del corazón, nos mantengamos libres de los “apetitos de la
codicia” que nos llevan a este desordenado instinto de la ambición. El
Señor nos bendiga Pedro
Sergio Antonio Donoso Brant Publicado en este
enlace de mi WEB: REFLEXIONES
INTIMAS EN AMISTAD CON DIOS |
|
---