SAN JUAN, EL VIDENTE DE PATMOS NOS HABLA HOY

“AL QUE TIENE SED, YO LE DARÉ DE BEBER GRATUITAMENTE DE LA FUENTE DEL AGUA DE LA VIDA”.

Apocalipsis 21, 1-7


Primera lectura misa todos los fieles difuntos, la última palabra no es la muerte, sino la vida. Estudio y reflexión.

Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant

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El vidente Juan describe la gloria de la Jerusalén celeste; la guerra, el hambre, el sufrimiento y la muerte han pasado; Dios, que es el Dios de la vida, crea cielos nuevos y una tierra nueva que manifiestan su presencia entre los hombres.

Lectura del libro del Apocalipsis 21, 1-5. 6-7

Yo, Juan, vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra desaparecieron, y el mar ya no existe más. Vi la Ciudad santa, la nueva Jerusalén, que descendía del cielo y venía de Dios embellecida como una novia preparada para recibir a su esposo. Y oí una voz potente que decía desde el trono: “Ésta es la morada de Dios entre los hombres: él habitará con ellos; ellos serán su pueblo, y el mismo Dios será con ellos su propio Dios. Él secará todas sus lágrimas, y no habrá más muerte, ni pena, ni queja, ni dolor, porque todo lo de antes pasó”. Y el que estaba sentado en el trono dijo: “Yo hago nuevas todas las cosas. Yo soy el Alfa y la Omega, el Principio y el Fin. Al que tiene sed, yo le daré de beber gratuitamente de la fuente del agua de la Vida. El vencedor heredará estas cosas y yo seré su Dios y él será mi hijo”.

Palabra de Dios.

1.    “VI UN CIELO NUEVO Y UNA TIERRA NUEVA”. 

San Juan comienza a hablar con entusiasmo de la felicidad de los elegidos para una tierra nueva, esto es, luego de llevado a cabo el juicio final, se abre una nueva vida para los que han estado con Dios. Es así, como el evangelista nos anuncia que toda la naturaleza visible será renovada y transformada. Del mismo modo que, por el pecado del hombre, la naturaleza fue sometida a la maldición y a la corrupción, por haber comido del árbol del que yo te había prohibido comer, (Génesis  3,17)  así también ahora, con la glorificación del hombre, será librada de la corrupción y pasará a un estado mejor, como lo expresa Pedro: “y que los cielos y la tierra presentes, por esa misma Palabra, están reservados para el fuego y guardados hasta el día del Juicio…………Pero esperamos, según nos lo tiene prometido, nuevos cielos y nueva tierra, en lo que habite la justicia.” (2 Pedro 3, 7-13)

En este texto, San Juan contempla “vi un cielo nuevo y una tierra nueva”.  Esta idea es un tema apocalíptico, como ya San Juan lo ha comunicado: “El que tenga oídos, oiga lo que el Espíritu dice a las Iglesias: al vencedor le daré a comer del árbol de la vida, que está en el Paraíso de Dios” (Apocalipsis 2, 7), que tiene también grandes repercusiones en las esperanzas mesiánicas. El profeta Isaías anuncia para los tiempos mesiánicos: “Pues he aquí que yo creo cielos nuevos y tierra nueva” (Isaías 65,17). San Pedro en este sentido nos dice que “esperamos, según nos lo tiene prometido, nuevos cielos y nueva tierra, en lo que habite la justicia.” (2 Pedro 3, 13) El Libro del Apocalipsis, lo mismo que expresa Pedro, entienden esta transformación de los últimos tiempos. Es algo parecido al renacimiento, o nuevo estado de cosas, esperado de Isaías 65,17. No obstante, el Apocalipsis no habla de una destrucción o renovación real y material del mundo físico, sino que más bien permanece en el campo del simbolismo. Lo que quiere decir San Juan es que, con el juicio divino — purificador más poderoso que el mismo fuego —, los cielos y la tierra quedarán tan puros que verdaderamente parecerán otros. Quedarán totalmente libres de los impíos y de los malvados, perseguidores de la Iglesia. Por consiguiente, los cielos y la tierra serán nuevos, porque quedarán purificados.

El apóstol San Pedro, haciendo alusión a la historia del Génesis: Dijo Dios: « Acumúlense las aguas de por debajo del firmamento en un solo conjunto, y déjese ver lo seco »; y así fue.”  (Génesis 1:9), dice que la tierra salió del agua, y luego con el agua del diluvio fue purificada: “Porque ignoran intencionadamente que hace tiempo existieron unos cielos y también una tierra surgida del agua y establecida entre las aguas por la Palabra de Dios y que, por esto, el mundo de entonces pereció inundado por las aguas del diluvio, y que los cielos y la tierra presentes, por esa misma Palabra, están reservados para el fuego y guardados hasta el día del Juicio y de la destrucción de los impíos.” (2 Pedro 3, 5-7). El fuego es el elemento de mayor energía purificadora, y, siendo tal la corrupción de los cielos, mancillados con el culto idolátrico que les rinden los hombres, y de la tierra, manchada con tantas iniquidades como en ella se cometen, necesitan un elemento de una gran fuerza purificadora para limpiarlos.

San Pablo también espera una especie de nueva creación por la cual suspiran las criaturas, sintiendo como dolores de parto mientras llega la regeneración espiritual del hombre: “Pues la ansiosa espera de la creación desea vivamente la revelación de los hijos de Dios. La creación, en efecto, fue sometida a la vanidad, no espontáneamente, sino por aquel que la sometió, en la esperanza de ser liberada de la servidumbre de la corrupción para participar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios. Pues sabemos que la creación entera gime hasta el presente y sufre dolores de parto. Y no sólo ella; también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, nosotros mismos gemimos en nuestro interior anhelando el rescate de nuestro cuerpo.”  (Romanos 8, 19-23)

Y escribe San Juan: “y el mar ya no existe más”. El mar, al igual que la tierra, desaparecerá del mundo nuevo que surgirá después de la gran purificación del juicio final. La desaparición del mar es también un rasgo apocalíptico. El Dragón del capítulo 12 se apostó en la playa, junto al mar: “Yo estaba en pie sobre la arena del mar.” (Apocalipsis 12,18) y la Bestia de siete cabezas y diez cuernos salía del mar; “Y vi surgir del mar una Bestia que tenía diez cuernos y siete cabezas”  (Apocalipsis 13, 1). Moisés, a la salida de Egipto, secó el mar Rojo para que pasase el pueblo de Israel. En el mundo nuevo que surgirá al final de los tiempos “el mar ya no existe más”.

2.    LA CIUDAD SANTA DE JERUSALEN

Esta completa renovación del mundo exige que la nueva capital, la Jerusalén nueva, sea totalmente celeste. Por eso el autor sagrado dice en este texto: “Vi la Ciudad santa, la nueva Jerusalén, que descendía del cielo”  La presenta personificada bajo la figura de una novia ricamente ataviada: “y venía de Dios embellecida como una novia preparada para recibir a su esposo”. Se le llama ciudad santa porque en ella surgía el templo del único Dios verdadero. Y al mismo tiempo será nueva porque en ella ya no habrá ninguna cosa impura o profana. Jerusalén era el símbolo de la alianza de Dios con el pueblo escogido. Los textos de Baruc, hablan de la existencia de un modelo de la ciudad de Jerusalén junto a Dios antes de que fuera fundada en la tierra: “Porque Dios mostrará tu esplendor a todo lo que hay bajo el cielo. Pues tu nombre se llamará de parte de Dios para siempre: « Paz de la Justicia » y « Gloria de la Piedad ». Levántate, Jerusalén, sube a la altura, tiende tu vista hacia Oriente y ve a tus hijos reunidos desde oriente a occidente, a la voz del Santo, alegres del recuerdo de Dios. Salieron de ti a pie, llevados por enemigos, pero Dios te los devuelve traídos con gloria, como un trono real. Porque ha ordenado Dios que sean rebajados todo monte elevado y los collados eternos, y combados los valles hasta allanar la tierra, para que Israel marche en seguro bajo la gloria de Dios. (Baruc 5,3-7). San Juan utiliza esta creencia judía de una Jerusalén preexistente, que se manifestaría en los tiempos escatológicos, para describirnos una nueva Jerusalén totalmente espiritual, mansión de los elegidos. Hacia esta ciudad futura, ideal, se dirigían las miradas y las esperanzas, de los israelitas, especialmente después de la destrucción de Jerusalén en el año 70. Jerusalén, en cuanto capital de la nación hebrea, viene a ser frecuentemente como la expresión del mismo pueblo. Y como Israel — según la concepción de los profetas — está íntimamente ligado con el Señor por un vínculo conyugal, por eso se le llama Esposa del Señor; “Ve y grita a los oídos de Jerusalén: Así dice el Señor: De ti recuerdo tu cariño juvenil, el amor de tu noviazgo; aquel seguirme tú por el desierto, por la tierra no sembrada. (Jeremías 2,2)

Esto mismo explica que en nuestro pasaje se dé a Jerusalén el nombre de esposa, en cuanto que representa al pueblo de Dios. En esta concepción profética se funda San Pablo para decir que Jerusalén es nuestra madre, porque representa al pueblo de los hijos de Dios, de los que creyeron en Jesucristo y aprendieron de El a llamar a Dios Padre. El mismo San Pablo considera a la Iglesia como Esposa de Cristo; “….como Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella”,  (Efesios 5, 25-32). Pues bien, San Juan extiende a la Iglesia triunfante lo que San Pablo dice de la Iglesia militante.

Esta es la razón del lenguaje empleado en este relato, donde el autor sagrado ve a la Jerusalén glorificada que desciende del cielo ataviada como novia en el día de sus bodas. Con esta imagen se quiere expresar la alianza íntima e indisoluble del Cordero con su pueblo, con la Iglesia. Esta alianza íntima e indisoluble de Cristo con su Iglesia ya ha sido representada en el Apocalipsis bajo la imagen de unas bodas; “Alegrémonos y regocijémonos y démosle gloria, porque han llegado las bodas del Cordero, y su Esposa se ha engalanado y se le ha concedido vestirse de lino deslumbrante de blancura - el lino son las buenas acciones de los santos ». - Luego me dice: « Escribe: Dichosos los invitados al banquete de bodas del Cordero. » Me dijo además: « Estas son palabras verdaderas de Dios.(Apocalipsis  19, 7-9), pues Jesucristo es comparado en el Nuevo Testamento a un esposo: “Jesús les dijo: « Pueden acaso los invitados a la boda ponerse tristes mientras el novio está con ellos?” (Mateo 9, 15), “El que tiene a la novia es el novio; pero el amigo del novio, el que asiste y le oye, se alegra mucho con la voz del novio. Esta es, pues, mi alegría, que ha alcanzado su plenitud.” (Juan 13,29), y la Iglesia a una esposa; “…..como Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella”  (Efesios 5, 25ss).  La esposa del Cordero que ve San Juan viene ata-viada con sus mejores galas de novia, es decir, con la gracia y con las buenas acciones de los santos. Se dice, además, que la nueva Jerusalén baja del cielo porque ha de ocupar el sitio de antes en la nueva tierra una vez purificada de todas las impurezas que antes la tenían manchada.

Al mismo tiempo que ve esto San Juan, oye una voz fuerte que salía del mismo trono de Dios, pronunciada probablemente por algún querubín, que dice: “Y oí una voz potente que decía desde el trono: “Ésta es la morada de Dios entre los hombres: él habitará con ellos; ellos serán su pueblo, y el mismo Dios será con ellos su propio Dios.” Puede ser esta una alusión a la tienda o tabernáculo fabricado por Moisés en el desierto, dentro del cual habitaba Dios: “La Nube cubrió entonces la Tienda del Encuentro y la gloria de Yahveh llenó la Morada. Moisés no podía entrar en la Tienda del Encuentro, pues la Nube moraba sobre ella y la gloria del Señor llenaba la Morada.” (Éxodo 40, 34-35). La idea cumbre de la religión mosaica era la presencia del Señor en medio de su pueblo. Esta presencia de Dios se hace mucho más íntima en el Nuevo Testamento por la gracia de Jesucristo y por los sacramentos. El autor sagrado nos dice que Dios plantará su tienda entre ellos. La presencia de Dios entre los hombres expresa la idea de morada y de actividad que había comenzado a manifestarse por medio de la alianza del Señor con Israel en el Sinaí: “He aquí que yo voy a enviar un ángel delante de ti, para que te guarde en el camino y te conduzca al lugar que te tengo preparado. Pórtate bien en su presencia y escucha su voz; no le seas rebelde, que no perdonará vuestras transgresiones, pues en él está mi Nombre. Si escuchas atentamente su voz y haces todo lo que yo diga, tus enemigos serán mis enemigos y tus adversarios mis adversarios. Mi ángel caminará delante de ti”  (Éxodo 23, 20-23)

La encarnación de Cristo mostró de un modo más pleno esa presencia de Dios entre los hombres y la espiritualizó: “Y la Palabra se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad.” (Juan 1,14). Pero todavía será más perfecta, definitiva y consumada al fin de los tiempos, cuando Dios habite y reine en medio de los elegidos en el cielo. Entonces sí que se podrá considerar a los bienaventurados como su pueblo, y a Dios llamarlo Dios con ellos, aludiendo a la profecía del Emmanuel, Dios con nosotros: “Pues bien, el Señor mismo va a daros una señal: He aquí que una doncella está encinta y va a dar a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel.” (Isaías 7,14). Ezequiel también nos dice, hablando en nombre del Señor: “Mi morada estará junto a ellos, seré su Dios y ellos serán mi pueblo” (Ezequiel 37,27).

3.    EL PUEBLO PREDILECTO DEL SEÑOR

En el Antiguo Testamento se repite con frecuencia que EL Señor  será el único Dios de Israel e Israel será el pueblo predilecto del Señor. Si Israel cumple los preceptos del Señor, le defenderá de los enemigos y lo llenará de felicidades; “Yo os haré mi pueblo, y seré vuestro Dios; y sabréis que yo soy el Señor, vuestro Dios, que os sacaré de la esclavitud de Egipto.”  (Éxodo 6, 7).  Pero si el pueblo pecaba y se apartaba del Señor, entonces Dios se retiraba de en medio de su pueblo: “Los querubines desplegaron sus alas y las ruedas les siguieron, mientras la gloria del Dios de Israel estaba encima de ellos. La gloria del Señor se elevó de en medio de la ciudad y se detuvo sobre el monte que está al oriente de la ciudad. (Ezequiel 11, 22-23).

En la nueva Jerusalén, Dios habitará indefectiblemente en medio de los elegidos, que no provendrán únicamente de Israel, sino de todas las naciones de la tierra. En adelante ya no habrá distinción entre judío y gentil, sino que todos podrán entrar a formar parte del pueblo de Dios mediante la fe: “Que no hay distinción entre judío y griego, pues uno mismo es el Señor de todos, rico para todos los que le invocan. Pues todo el que invoque el nombre del Señor se salvará.  (Romanos  10, 12-13).

La presencia continua e indefectible de Dios en medio de los elegidos traerá como consecuencia la exclusión absoluta de toda suerte de penalidades. Lo expresa San Juan con expresiones muy gráficas: “Él secará todas sus lágrimas, y no habrá más muerte, ni pena, ni queja, ni dolor, porque todo lo de antes pasó”.  Este texto se inspira en el profeta Isaías, el cual dice: “consumirá a la Muerte definitivamente. Enjugará el Señor las lágrimas de todos los rostros, y quitará el oprobio de su pueblo de sobre toda la tierra”. Un nuevo orden de cosas será inaugurado. En él cesará toda miseria, y los elegidos serán colmados de felicidad en la nueva Jerusalén, porque la primera condición de la bienaventuranza es la exclusión de todo mal. Con esto comienza el reino de la alegría y de la felicidad.

Después el mismo Dios toma la palabra para dirigirse a San Juan: “Y el que estaba sentado en el trono dijo: “Yo hago nuevas todas las cosas. Yo soy el Alfa y la Omega, el Principio y el Fin.” Es la primera vez que en el Apocalipsis se dice expresamente que Dios toma la palabra. Esta intervención suprema de Dios se explica bien si tenemos en cuenta la gravedad de las últimas revelaciones con que termina el libro. Dios declara que todo será renovado. “Yo hago nuevas todas las cosas.” De este modo anuncia la grande restauración de todas las cosas en Cristo: “Ciertamente no somos nosotros como la mayoría que negocian con la Palabra de Dios. ¡No!, antes bien, con sinceridad y como de parte de Dios y delante de Dios hablamos en Cristo.” (2 Corintios 2,17). La renovación será tal y tan definitiva, que hará olvidar todo lo pasado. Así se realizarán las antiguas promesas hechas a Juan, el vidente de Patmos en sus visiones pasadas: “Dichosos los invitados al banquete de bodas del Cordero”….”Estas son palabras verdaderas de Dios.” (Apocalipsis 19, 9). Esta promesa de la renovación total del orden humano y espiritual es ciertísima, pues así lo asegura el mismo Dios, cuyas palabras son fieles y verdaderas: “Así habla el Amén, el Testigo fiel y veraz, el Principio de la creación de Dios.”  (Apocalipsis 3,14).  Y aunque el hecho todavía no se ha realizado, es tan cierto que se llevará a efecto, que ya se considera como realizado. Por eso, los designios de Dios son presentados como ya cumplidos, pues el alfa y la omega, el principio y el fin: “Yo soy el Alfa y la Omega, el Principio y el Fin”, ejecutará todo lo prometido desde la primera letra hasta la última. Dios es el que dirige la historia, y, por consiguiente, sabrá ordenar todas las cosas a su fin primario, que es a su misma glorificación y a la exaltación de su Iglesia. Todo comienza y termina en Dios, porque Él es el Creador de todas las cosas, y todos los seres convergen ininterrumpidamente hacia El cómo a su centro y a su fin.

4.    BEBER GRATIS DE LA FUENTE DE AGUA DE VIDA.

A los cristianos que se hayan mostrado valientes y hayan salido vencedores en las luchas pasadas: “El que tenga oídos, oiga lo que el Espíritu dice a las Iglesias: al vencedor le daré a comer del árbol de la vida, que está en el Paraíso de Dios.” (Apocalipsis 2,7) y a todo el que tenga sed, Dios les concederá bondadosamente derecho a la inmortalidad bienaventurada al lado de Jesucristo. Esto es lo que significa dar de beber gratis de la fuente de agua de vida. El que tenga sed designa a aquellos que sienten ansias de felicidad espiritual y cumplen los requisitos establecidos por Cristo y la Iglesia para obtenerla. Dios concede esa felicidad bienaventurada gratuitamente, en cuanto que es un don gratuito de Dios, y porque se conseguirá sin fatiga y sin sufrimientos en el cielo. Cristo apagará todos los deseos de los elegidos, dándose El mismo a ellos como fuente de bienaventuranza eterna. Esto se cumple ya en parte en este mundo cuando los cristianos reciben la gracia y los sacramentos; “Jesús le respondió: « Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: "Dame de beber", tú le habrías pedido a él, y él te habría dado agua viva”, (Juan 4,10) pero Dios los saciará todavía mucho más perfectamente en el cielo. Aquí alcanzará la promesa divina su más sublime realización cuando Dios comunique a sus fieles la vida feliz de que El goza. Entonces se realizará la perfecta adopción de los cristianos como hijos de Dios que Cristo nos comunica ya en este mundo; Y no sólo ella; “también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, nosotros mismos gemimos en nuestro interior anhelando el rescate de nuestro cuerpo.”  (Romanos 8,23). Porque en el cielo es donde entramos en posesión de aquella divina herencia, la cual sólo poseemos en esperanza en este mundo; “Y, si hijos, también herederos: herederos de Dios y coherederos de Cristo, ya que sufrimos con él, para ser también con él glorificados.” (Romanos 8,17) Pero únicamente la obtendrán los vencedores en las persecuciones y en las dificultades de la presente vida y aquellos que hayan renunciado a todo lo de este mundo por amor de Cristo; “Entonces Pedro, tomando la palabra, le dijo: « Ya lo ves, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido; ¿qué recibiremos, pues?”  (Mateo 19,27) Éstos tales recibirán una magnífica recompensa en el cielo, y Dios será todo para ellos y ellos serán sus hijos: “Y todo aquel que haya dejado casas, hermanos, hermanas, padre, madre, hijos o hacienda por mi nombre, recibirá el ciento por uno y heredará vida eterna.” (Mateo 19,29). Esta promesa tantas veces anunciada en la Sagrada Escritura adquiere aquí su realización escatológica y definitiva.

Esta es la suerte feliz que aguarda a los cristianos vencedores: “El vencedor heredará estas cosas y yo seré su Dios y él será mi hijo”.

El Señor, nos ayude a conseguir el Cielo

Pedro Sergio Antonio Donoso Brant


Fuentes de estos comentarios: Junto a los comentarios personales, la lectura de Apocalipsis 21, 1-7, están tomadas de la “Liturgia Cotidiana” de Ediciones San Pablo, para el estudio y comentario de la Palabra, utilicé los textos y comentarios de la Biblia Nácar-Colunga, (SBNC) y los textos Bíblico de las referencias y comentarios anexos de la Sagrada Biblia de Jerusalén (SBJ). Además se han incluidos los comentarios e información del Nuevo Diccionario de Teología Bíblica. P. Rossano, G. Ravasi, A. Girlanda.

La finalidad de este estudio es ayudar a reflexionar la lectura de la Liturgia de hoy.

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Noviembre 2014


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