EL APOSTOL SANTIAGO NOS HABLA HOY

Comentarios a las Lecturas de las Cartas del Apóstol Santiago 1,1-11 a la 4, 1-10

Preparado y editado por Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds

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“Pongan en práctica la Palabra y no se contenten sólo con oírla, de manera que se engañen a ustedes mismos”. (Santiago 1, 22-23).  La Palabra de Dios, pasa ahora a indicar los deberes principales del hombre para con esa Palabra.


Durante la sexta y séptima semana de este tiempo ordinario, el Apóstol Santiago nos trae una interesante catequesis, homilías de estilo sinagogal típica de primeras asambleas judeocristianas del siglo I, no obstante nos hablan hoy como una catequesis muy actual, ya que nos demanda una seria reflexión sobre como vivimos nuestra fe cristiana.

En el seno de las comunidades cristianas primitivas existían, a pesar de su ardiente fe en Cristo, desigualdades sociales. Estas daban ocasión a envidias y a injusticias entre ricos y pobres. Muchos ricos se creían dispensados de hacer obras buenas en favor del sector necesitado de los cristianos e incluso negaban el salario al obrero y esclavizaban al justo.

Santiago, habiéndose enterado de este estado de cosas, escribió su carta, en la que se propone dar ánimos a los fieles víctimas de las injusticias sociales y exhortar a ricos y pobres a una vida más conforme con los principios cristianos. Esto le lleva a inculcar a los cristianos debilitados el cumplimiento de las obras de caridad, de las que se consideraban dispensados.

Por este motivo, la carta de Santiago contiene una serie de normas morales inspiradas en los libros Sapienciales del Antiguo Testamento. Tiene la forma de una instrucción o de una exhortación moral. El autor parece mirar a las dificultades de orden moral y social, sobre todo a una cierta tensión existente entre los pobres y los ricos. El fin principal de la carta de Santiago sería, por lo tanto, recordar la enseñanza auténtica del Evangelio acerca de la riqueza y de la pobreza, de la paciencia en soportar las pruebas y de la paz social.

Tanto en el sermón de la Montaña como en la carta de Santiago se manifiesta el mismo espíritu y se habla en términos análogos de la paciencia cristiana y de la alegría en los sufrimientos; de los pobres, que heredarán el reino; del perdón de los pecados, del cumplimiento de la palabra oída, de los misericordiosos, que obtendrán misericordia; del perfeccionamiento de la Ley por la caridad. Se condena el mal uso de las riquezas y del juramento. En una palabra, el autor de la carta se muestra embebido en las ideas de la primitiva catequesis cristiana.

Santiago persigue en su carta un fin eminentemente práctico, y, por lo tanto, no expone de un modo sistemático las verdades de fe. Sin embargo, su epístola encierra elementos doctrinales de suma importancia para el dogma católico.

Santiago afirma expresamente la unidad de naturaleza en Dios, pero no se alude en ningún lugar a la trinidad de personas. Dios es creador inmutable de los astros y de los hombres. Es omnipotente y dueño de toda la actividad humana; es autor de todo bien, especialmente de la sabiduría, de la regeneración y de la revelación profética Dios es sumo bien, del cual no puede provenir el mal, sino toda clase de bienes. Dios es el padre de los hombres, que escucha sus oraciones, perdona sus pecados y les da su gracia. Para Dios, todos los hombres son hermanos, que han de amarse como tales. Dios es el legislador y juez soberano, que puede salvar y condenar; pe-ro su juicio será misericordioso para aquellos que han hecho misericordia.

Los seres humanos serán salvados no por la sola fe, sino por la fe unida con la caridad fraterna. Esta caridad se ha de manifestar en las obras, es decir, en la ayuda material, en la misericordia, en la oración mutua, en la amonestación espiritual, en la abstención de la maledicencia y de las querellas, en el pago del salario a los empleados. Consistirá, en una palabra, en la práctica del Evangelio.  En las pruebas y en el dolor, que pueden venir incluso sobre los justos, el hombre debe pedir a Dios la ciencia de saber sufrir porque Dios premiará los dolores sufridos por El.

A continuación están las lecturas que van desde el lunes de la sexta semana hasta el martes de la séptima semana y luego una meditación sobre lo que nos dice Santiago, como modo de ayuda para desde este explicación, hacer una propia desde la experiencia de nuestra propia vida de fe y respecto a las  exhortaciones morales que el apóstol nos propone.

Lunes, 6ª semana, Santiago 1,1-11

Santiago, al presentarse como siervo de Dios, quiere significar que su persona, su vida, su autoridad, vienen como a constituir una especie de servicio, de ministerio religioso, de acto de culto en honor de Dios y de Jesucristo. Santiago envía a los cristianos afligidos un mensaje de alegría. Esos cristianos son designados por nuestro autor con la expresión hermanos. Es una expresión llena de ternura y afecto, que es bastante empleada en la carta del apóstol. Los cristianos aplicaban este título a todos los convertidos, incluso a los gentiles; porque, para el cristianismo, la fraternidad no proviene de la nacionalidad — como sucedía en el judaísmo —, sino de la fe.

Lectura de la carta de Santiago.

Santiago, servidor de Dios y del Señor Jesucristo, saluda a las doce tribus de la Dispersión. Hermanos, alégrense profundamente cuando se vean sometidos a cualquier clase de pruebas, sabiendo que nuestra fe, al ser probada, produce la paciencia. Y la paciencia debe ir acompañada de obras perfectas, a fin de que ustedes lleguen a la perfección y a la madurez, sin que les falte nada. Si a alguno de ustedes le falta sabiduría, que la pida a Dios, y la recibirá, porque El la da a todos generosamente, sin exigir nada en cambio. Pero que pida con fe, sin vacilar, porque el que vacila se parece a las olas del mar levantadas y agitadas por el viento. El que es así no espere recibir nada del Señor, ya que es un hombre interiormente dividido e inconstante en su manera de proceder. Que el hermano de condición humilde se gloríe cuando es exaltado, y el rico se alegre cuando es humillado, porque pasará como una flor del campo: apenas sale el sol y calienta con fuerza, la hierba se seca, su flor se marchita y desaparece su hermosura. Lo mismo sucederá con el rico en sus empresas.

Palabra de Dios.

Comentario

Empieza hoy la proclamación de la Carta de Santiago. Este documento puede ser considerado como un conjunto de exhortaciones dominadas por dos preocupaciones principales: por una parte, revelar a los pobres el valor de prueba que tiene la angustia por la que están pasando y, de modo paralelo, revelar a los acomodados el sentido del peligro que se encuentra en sus riquezas, y, por otra parte, poner en guardia a todos contra una fe que no se traduzca en obras prácticas de misericordia.

El clima de sabiduría veterotestamentaria y las perspectivas típicamente judías están iluminados, aunque no de un modo demasiado directo, por la luz proyectada por Cristo. Este género literario encuentra dificultades para plegarse al estilo epistolar, aunque comienza con el encabezamiento clásico de las cartas apostólicas; la Carta de Santiago se comprende mejor como una homilía de estilo sinagogal típica de primeras asambleas judeocristianas del siglo I.

El pasaje, recoge el encabezamiento  y el comienzo de la exhortación introductoria que será retomada de distintos modos en el cuerpo de la carta. Los temas señalados son el carácter providencial de la prueba, la necesidad de la oración para alcanzar la sabiduría y para saber moverse en medio de las dificultades de la vida así como el carácter ilusorio de la riqueza.

Martes, 6ª semana, Santiago 1,12-18

Después de hablar de la utilidad de las pruebas para perfeccionar al hombre moralmente y obtenerle la bienaventuranza eterna, pasa ahora Santiago a instruir a los fieles sobre las tentaciones propiamente dichas.

Santiago no intenta dar aquí un análisis completo de la tentación, sino que recuerda simplemente, por una parte, la incompatibilidad de Dios y del mal, y, por otra, la entera responsabilidad del pecador. El autor sagrado pone en guardia al fiel que ya ha pecado, contra una excusa fácil de la falta cometida.

Lectura de la carta de Santiago.

Queridos hermanos: Feliz el hombre que soporta la prueba, porque después de haberla superado, recibirá la corona de Vida que el Señor prometió a los que lo aman. Nadie, al ser tentado, diga que Dios lo tienta. Dios no puede ser tentado por el mal, ni tienta a nadie, sino que cada uno es tentado por su propia concupiscencia, que lo atrae y lo seduce. La concupiscencia es madre del pecado. Y éste, una vez cometido, engendra la muerte. No se engañen, queridos hermanos. Todo lo que es bueno y perfecto es un don de lo alto y desciende del Padre de los astros luminosos, en quien no hay cambio ni sombra de declinación, Él ha querido engendrarnos por su Palabra de verdad, para que seamos como las primicias de su creación.

Palabra de Dios.

Comentario

Esta fragmento puede constituir la parte final de la exhortación introductoria con un tema en el que insistirá el cuerpo de la carta: “Feliz el hombre que soporta la prueba”. El tema de la prueba o tentación está recogido en este versículo con el mismo carácter positivo de los primero versos, allí se subrayaba la necesidad de que las cosas preciosas sean probadas y la importancia que tiene para los cristianos la oportunidad de ser incitados a alcanzar la perfección de la obra. La proclamación de una bienaventuranza está destinada a los que entran en un camino que, al comienzo, requiere esfuerzo y paciencia, y sólo en un segundo momento conduce a algo grande.

No carece de finura psicológica la descripción de la labor lenta y continua de la concupiscencia, que lleva adelante la “prueba” mediante el halago y la seducción. El mal, que ha conseguido entrar en el hombre a través de la seducción y el halago, da a luz el pecado, y éste, a su vez, engendra la muerte.

La finalidad de estas consideraciones no parece ser llevar a cabo una meditación sobre la naturaleza de Dios, sino más bien una revelación de lo que la pureza divina engendra en nosotros. En efecto, como es propio de la fuente luminosa comunicarse, nosotros somos partícipes de la irrigación divina, rica no sólo de luz iluminadora, sino determinada por la voluntad, capaz de engendrar “mediante la Palabra de la verdad” (que es el Evangelio, según Col 1,5).

Miércoles, 6ª semana,  Santiago 1, 19-27

Después que Santiago ha hablado de la Palabra de Dios, pasa ahora a indicar los deberes principales del hombre para con esa Palabra. En primer lugar hay que saber escucharla. El Evangelio exige nuestra cooperación. Santiago exhorta a los fieles a no querer instituirse en seguida como maestros, sino antes aprender bien y meditar profundamente la Palabra de Dios.

Lectura de la carta de Santiago.

Tengan bien presente, hermanos muy queridos, que debemos estar dispuestos a escuchar y ser lentos para hablar y para enojarnos. La ira del hombre nunca realiza la justicia de Dios. Dejen de lado, entonces, toda impureza y todo resto de maldad, y reciban con docilidad la Palabra sembrada en ustedes, que es capaz de salvarlos. Pongan en práctica la Palabra y no se contenten sólo con oírla, de manera que se engañen a ustedes mismos.

El que oye la Palabra y no la practica se parece a un hombre que se mira en el espejo, pero en seguida se va y se olvida de cómo es. En cambio, el que considera atentamente la Ley perfecta, que nos hace libres, y se aficiona a ella, no como un oyente distraído, sino como un verdadero cumplidor de la Ley, será feliz al practicarla. Si alguien cree que es un hombre religioso, pero no domina su lengua, se engaña a sí mismo y su religiosidad es vacía. La religiosidad pura y sin mancha delante de Dios, nuestro Padre, consiste en ocuparse de los huérfanos y de las viudas cuando están necesitados, y en no contaminarse con el mundo.

Palabra de Dios.

Comentario

Este fragmento se inserta en el segmento más amplio delimitado por los que se articulan, desde el punto de vista literario, en tres tiempos: empiezan con una exhortación de estilo directo y prosiguen con algunas consideraciones de tipo sapiencial y de carácter impersonal.

A pesar de esta estructura, la conexión de las ideas no es demasiado inmediata, y obedece más a un estilo rabínico de acercamiento de conceptos diferentes que al desarrollo lineal de una idea: en los diferentes aspectos de la “Palabra revelada” podemos señalar un pensamiento de fondo: la Palabra nos engendra para ser los primeros frutos de las obras de Dios; esa Palabra, sembrada en nosotros, tiene la capacidad de salvar nuestras almas y, llevada a cumplimiento en las obras concretas, nos conduce a la experiencia de la bienaventuranza evangélica.

Aparecen aquí con claridad huellas de catequesis bautismal. Se plantea aquella libertad que es prerrogativa de la ley nueva, tema entrañable a Pablo (Rom 3,27; 16,15; 7,1; Gal 4,21 ss). O sea, y recogiendo las expresiones del prólogo de Juan, que nos parecen también muy adecuadas en este contexto: los que han recibido en el bautismo el don de haber sido engendrados como hijos han recibido la iluminación de la fe y la habilitación para obrar: “Estos son los que no nacen por vía de generación humana, ni porque el hombre lo desee, sino que nacen de Dios” (Jn 1,13).

Jueves, 6ª semana, Santiago 2, 1-9

El autor sagrado ha hablado en el capítulo anterior de cómo el hombre no sólo ha de limitarse a escuchar la palabra divina, sino a ponerla en práctica mediante una fe laboriosa. El cristiano ha de obrar siempre en conformidad con su fe. Por eso pasa ahora a hablar de la acepción de personas, considerándola como incompatible con la fe de Cristo.

Lectura de la carta de Santiago.

Hermanos, ustedes que creen en nuestro Señor Jesucristo glorificado, no hagan acepción de personas. Supongamos que cuando están reunidos, entra un hombre con un anillo de oro y vestido elegantemente, y al mismo tiempo, entra otro pobremente vestido. Si ustedes se fijan en el que está muy bien vestido y le dicen: «Siéntate aquí, en el lugar de honor», y al pobre le dicen: «Quédate allí, de pie», o bien: «Siéntate a mis pies», ¿no están haciendo acaso distinciones entre ustedes y actuando como jueces malintencionados?

Escuchen, hermanos muy queridos: ¿Acaso Dios no ha elegido a los pobres de este mundo para enriquecerlos en la fe y hacerlos herederos del Reino que ha prometido a los que lo aman? Y sin embargo, ¡ustedes desprecian al pobre!

¿No son acaso los ricos los que los oprimen a ustedes y los hacen comparecer ante los tribunales? ¿No son ellos los que blasfeman contra el Nombre tan hermoso que ha sido pronunciado sobre ustedes?

Por lo tanto, si ustedes cumplen la Ley por excelencia que está en la Escritura:"Amarás a tu prójimo como a ti mismo", proceden bien. Pero si hacen acepción de personas, cometen un pecado y son condenados por la Ley como transgresores.

Palabra de Dios.

Comentario

Con un ejemplo vivo y concreto, que afecta al aspecto cotidiano de la vida comunitaria, ilustra Santiago lo que debemos entender por una fe activa. Está marcada por una connotación esencial: la capacidad para acoger al pobre. La fe auténtica no rechaza a nadie por el aspecto con el que se presenta, no se deja impresionar por él. Es significativo señalar que el término empleado, favoritismos, corresponde al utilizado por Pablo en Rom 2,11 y Col 3,25 a propósito de Dios para indicar que no tiene preferencias personales. Sólo quien se comporta con esa ecuanimidad tiene una fe recta en Jesús, a quien se le atribuye el título, tal vez litúrgico, de “Señor de la gloria”

El ejemplo que aparece en los versículos muestra, por el contrario, lo fácil que resulta también para los cristianos honrar a las personas importantes y despreciar, sin embargo, al pordiosero, es decir, al que está necesitado de todo. No es éste el modo de obrar de Dios. Santiago lo recuerda introduciendo lo que dice con un verbo muy importante: “Escuchen, hermanos muy queridos”.  Escuchen, presten atención a los caminos de Dios, que no son los vuestros.

Dios prefiere a los pobres “que le aman” y que, de este modo, pueden llegar a ser “ricos” en la fe. Encontramos aquí un eco de la primera bienaventuranza (Mt 5,3), que recoge un tema muy querido en toda la Biblia. Santiago no habla, en efecto, de la pobreza material como condición para la elección divina, ni de la riqueza como motivo de condena. Al rico se le reprueba cuando sus bienes se convierten en motivo de injusticia con el pobre. Esa opresión es equiparada a una blasfemia contra el “Nombre tan hermoso”; probablemente, se trata de una referencia al nombre de Jesús, que todo cristiano lleva desde el momento de su bautismo. Con él ha sido injertado en la vida nueva, cuya única ley es el amor que abarca de manera indistinta a cada hombre, porque en cada uno de ellos está Cristo; en el momento del juicio (Mt 25,31-46), se nos preguntará precisamente si hemos sabido reconocerlo. Este será el mejor fruto de la divina sabiduría en nosotros.

Viernes, 6ª semana, Santiago 2, 14-24. 26

El tema de las relaciones entre la fe y las obras es el punto central de la carta del apóstol Santiago. En el capítulo anterior ha enseñado Santiago que no basta con escuchar la palabra, sino que hay que cumplirla. También ha insistido en que no se puede creer en Cristo y ser aceptador de personas. Ahora pasa a desarrollar la tesis de que la fe sin las obras es incapaz de salvarnos.

Lectura de la carta de Santiago.

¿De qué le sirve a uno, hermanos míos, decir que tiene fe, si no tiene obras? ¿Acaso esa fe puede salvarlo? ¿De qué sirve si uno de ustedes, al ver a un hermano o una hermana desnudos o sin el alimento necesario, les dice: «Vayan en paz, caliéntense y coman», y no les da lo que necesitan para su cuerpo? Lo mismo pasa con la fe: si no va acompañada de las obras, está completamente muerta.

Sin embargo, alguien puede objetar: «Uno tiene la fe y otro, las obras». A ése habría que responderle: «Muéstrame, si puedes, tu fe sin las obras. Yo, en cambio, por medio de las obras, te demostraré mi fe». ¿Tú crees que hay un solo Dios? Haces bien. Los demonios también creen, y sin embargo, tiemblan. ¿Quieres convencerte, hombre insensato, de que la fe sin obras es estéril? ¿Acaso nuestro padre Abraham no fue justificado por las obras, cuando ofreció a su hijo Isaac sobre el altar? ¿Ves como la fe no estaba separada de las obras y por las obras alcanzó su perfección? Así se cumplió la Escritura que dice: "Abraham creyó en Dios y esto le fue tenido en cuenta para su justificación", y fue llamado "amigo de Dios". Como ven, el hombre no es justificado sólo por la fe, sino también por las obras. De la misma manera que un cuerpo sin alma está muerto, así está muerta la fe sin las obras.

Palabra de Dios.

Comentario

La carta prosigue su reflexión sobre la relación fe-obras. No se trata tanto de dar una definición de la fe en sí misma -una realidad bien conocida por los cristianos de la comunidad de Santiago- como de mostrar que ésta no puede existir sin manifestarse en una acción consecuente. En su argumentación apremiante y repleta de preguntas que implican la escucha, Santiago pone el ejemplo de esos creyentes que presumen de despedir en paz a los hermanos menesterosos de todo sin ofrecerles lo que necesitan. ¿No es acaso esto algo absurdo? Eso mismo es también la fe sin obras. Es un cadáver. La fe y las obras son inseparables. En efecto, no es suficiente una fe proclamada sólo de palabra. La afirmación de la carta es muy fuerte y siempre actual. No basta con que alguien diga que cree para que sea cristiano: también los demonios creen por conocimiento intelectual “que hay un solo Dios”, pero eso puede correr el riesgo de seguir siendo precisamente sólo una fe “diabólica”. El creyente, como Abrahán, atestigua con sus obras lo que conoce, porque -lo remacha una vez más Santiago- “así está muerta la fe sin las obras”, es como un cuerpo inanimado.

El pasaje en cuestión ha dado pie a las más diversas interpretaciones y controversias, en especial a partir de la lectura que hizo Lutero, contraponiendo el pensamiento de Santiago al de Pablo. Los exégetas actuales están de acuerdo en sostener que se trata, sin embargo, de formulaciones complementarias que nacen de mentalidades y posiciones diferentes. Pablo (cf. Rom 4,2ss y 3,28) tiene ante sí a judeocristianos que buscan la salvación en las “obras de la Ley”. A éstas contrapone Pablo la salvación obrada por Cristo y acogida en la fe. Santiago subraya, en cambio, la necesidad de que la fe no se quede en una teoría, sino que se exprese de modo activo y laborioso. Este es el mensaje que hoy nos vuelve a proponer la Palabra y sobre el que nos pide que nos interroguemos.

Sábado, 6ª semana, Santiago 3, 1-10

Las instrucciones y exhortaciones que siguen no tienen ningún nexo especial y directo con lo que antecede. Recuerdan, sin embargo, lo que ya había dicho el autor sagrado en 1:19.26; 2:12. Santiago enseña que todos los cristianos deben refrenar la lengua, pero principalmente los maestros, los cuales han de ejercitar su ministerio docente mediante la lengua y han de procurar que sus palabras estén llenas de sabiduría y de prudencia. De ahí que el autor sagrado trate de refrenar la ambición de los cristianos de querer constituirse en maestros de los demás. El oficio de enseñar está lleno de peligros por la dificultad en custodiar la lengua. Las faltas de la lengua pueden ser causa de un juicio más severo por parte de Dios.

Lectura de la carta de Santiago.

Hermanos, que no haya muchos entre ustedes que pretendan ser maestros, sabiendo que los que enseñamos seremos juzgados más severamente, porque todos faltamos de muchas maneras. Si alguien no falta con palabras es un hombre perfecto, porque es capaz de dominar toda su persona. Cuando ponemos un freno en la boca de los caballos para que nos obedezcan, dominamos todo su cuerpo.

Lo mismo sucede con los barcos: por grandes que sean y a pesar de la violencia de los vientos, mediante un pequeño timón, son dirigidos adonde quiere el piloto. De la misma manera, la lengua es un miembro pequeño y, sin embargo, puede jactarse de hacer grandes cosas.

Miren cómo una pequeña llama basta para incendiar un gran bosque. También la lengua es un fuego: es un mundo de maldad puesto en nuestros miembros, que contamina todo el cuerpo, y encendida por el mismo infierno, hace arder todo el ciclo de la vida humana. Animales salvajes y pájaros, reptiles y reces de toda clase han sido y son dominados por el hombre.

Por el contrario, nadie puede dominar la lengua, que es un flagelo siempre activo y lleno de veneno mortal. Con ella bendecimos al Señor, nuestro Padre, y con ella maldecimos a los hombres, hechos a imagen de Dios. De la misma boca salen la bendición y la maldición. Pero no debe ser así, hermanos.

Palabra de Dios.

Comentario

Prosiguiendo el examen de la raíz profunda de los problemas eclesiales de su tiempo, se detiene Santiago en el de la veracidad en el hablar, tema que formula como control de la “lengua”. La fe se manifiesta en el obrar y también en el decir. De hecho, hablar con verdad y coherencia es, para el creyente, signo de una fe sincera.

Con un estilo sapiencial, afronta el autor sagrado este importante tema y nos pone en guardia contra la tentación de erigirnos, de manera indebida, en maestros de otros. La severidad de juicio sobre las palabras (cf. Mt 12,36), de la cual se nos pedirá cuenta un día, es una señal de la importancia de la lengua, cuyo buen uso es indicio de perfección, entendida ésta como autocontrol y como relación correcta con los otros. Los ejemplos del freno en la boca que se pone al caballo y del timón son muy eficaces: la lengua, aunque es un miembro pequeño, puede guiar al hombre.

Con la tercera comparación; “De la misma manera, la lengua es un miembro pequeño y, sin embargo, puede jactarse de hacer grandes cosas”, se traslada la atención a los peligros de una lengua no controlada. De ella se considera su poderosa carga destructora. El hablar ambiguo es como un fuego (cf. Prov 16,27), como una llama infernal, que una vez instalada dentro de nosotros destruye toda la vida. Sorprende la vehemencia con la que el apóstol presenta el aspecto negativo de la “indomable” lengua, a la que se considera como malvada e irreductible, “llena de veneno mortal”. Produce, en efecto, una dolorosa sorpresa que con la misma lengua podamos bendecir al Padre y maldecir a nuestros hermanos. El texto nos suena duro porque estamos acostumbrados a reducirlo todo a dimensiones que nos acomoden. Sin embargo, después de su proclamación, aclamamos: “Palabra de Dios”.

Lunes 7ª semana, Santiago 3, 13-18

En esta parte del capítulo, el autor sagrado expone las cualidades que debe tener la sabiduría del maestro. Es difícil cumplir la misión de maestro, a causa de la facilidad con que la lengua desbarra. Sin embargo, este mal connatural puede ser superado por una conveniente preparación del alma por medio de la verdadera sabiduría. Esta es la razón de que el autor sagrado pase del abuso de la lengua a hablar de los peligros de la falsa sabiduría.

Lectura de la carta de Santiago

Hermanos míos: ¿Hay entre ustedes algún sabio y experimentado? Pues muestre con su buena conducta que sus obras tienen la sencillez de la sabiduría. Pero si tienen el corazón cargado de envidias y rivalidades, ¿por qué se enorgullecen y no dicen la verdad?

Semejante sabiduría no procede de arriba, sino que es terrena, sensual, demoníaca. Porque donde hay envidia y ambición, allí reina el desorden y toda clase de maldad. En cambio, la sabiduría que procede de arriba es en primer lugar intachable, pero además es pacífica, tolerante, conciliadora, compasiva, fecunda, imparcial y sincera.

En resumen, los que promueven la paz, van sembrado en paz el fruto que conduce a la salvación.

Palabra de Dios.

Comentario

La Carta de Santiago está dirigida a los cristianos procedentes de la sinagoga. Sus destinatarios son hermanos que se reúnen en asamblea constituyendo Iglesias. En éstas, eran muchos los que llegaban a ser maestros; por eso, tras haberlos amonestado para que dominen la lengua, plantea Santiago esta pregunta: ¿Hay entre ustedes algún sabio y experimentado? El autor contrapone aquí dos tipos de sabiduría: la de arriba y la terrena; una conduce a la comunión y la otra a la discordia.

La comunión viene inspirada siempre de arriba, da un buen testimonio y permite vivir en la dulzura y en la paz. La discordia, en cambio, tiene su raíz en el corazón del hombre y hace que crezcan los sentimientos de envidia, de rivalidad, alimentados por la soberbia. Es una sabiduría terrena, mala, que divide, sugerida por el demonio, e invita a realizar toda clase de acciones negativas, veladas por un bien aparente. La sabiduría que viene de arriba, en cambio, obra siempre el bien y es pacífica, tolerante, conciliadora, compasiva, fecunda, imparcial y sincera. Queda así manifiesto que la paz y la concordia de una comunidad siembran una semilla que dará fruto en el campo de la justicia divina.

Martes, 7ª semana, Santiago 4, 1-10

Aquí el autor sagrado pasa a considerar la ambición o el deseo de riquezas, que, como dice San Pablo 1, es “la raíz de todos los males.” Esa ambición produce discordias entre los cristianos, por lo cual Santiago arremete contra esta “auri sacra fames”, esto es la ¡detestable hambre de oro! en todo este capítulo y en parte del siguiente. En toda esta sección expone las causas que motivan las discordias entre los cristianos. Por una parte está la envidia de los pobres; por otra, la avaricia desmesurada de los mercaderes, y, en fin, la injusticia de los ricos.

Lectura de la carta de Santiago

Hermanos míos: ¿De dónde vienen las luchas y los conflictos entre ustedes? ¿No es acaso de las malas pasiones que siempre están en guerra dentro de ustedes? Ustedes codician lo que no pueden tener y acaban asesinando; ambicionan algo que no pueden alcanzar, y entonces combaten y hacen la guerra; y si no lo alcanzan, es porque no se lo piden a Dios; o si se lo piden y no lo reciben, es porque piden mal, para derrocharlo en placeres.

¡Gente infiel!, ¿no saben que la amistad con el mundo es enemistad con Dios? Por tanto, quien decide ser amigo del mundo se hace enemigo de Dios. No piensen que la Escritura dice en vano: “Dios ama celosamente a nuestro espíritu y nos da su gracia con generosidad”. Por eso dice también la Escritura: “Dios aborrece a los soberbios y concede su gracia a los humildes”.

Por consiguiente, sométanse a Dios; resistan al diablo y se alejará de ustedes. Acérquense a Dios y él se acercará a ustedes. Que los pecadores se purifiquen las manos y se decidan por Dios los indecisos; comiencen ya a lamentar y a llorar su miseria. Que su risa se convierta en llanto y su alegría en tristeza. Humíllense ante el Señor y él los enaltecerá.

Palabra de Dios.

Comentario

Tras haber considerado, de manera general, los aspectos negativos que nos llevan a dividirnos, penetra Santiago de modo más profundo en el corazón de aquellos que se erigen en maestros de la comunidad. La incorrección de estos conduce a guerras y contiendas suscitadas por las pasiones de la codicia y de la posesión, que matan moralmente y suscitan la envidia. ¿Cómo es posible pensar que se va a obtener lo que se pide si hasta la más pequeña petición está hecha con estos sentimientos? A ésos sólo les corresponde el título de “¡Gente infiel!”, esto es, los que aman y son amigos de las cosas del mundo, mientras que odian y se hacen enemigos de Dios.

Para dar razón de lo que dice, cita el apóstol la Escritura y afirma que es Dios quien nos otorga el amor en su plenitud y totalidad. De este amor, justamente definido como “celoso”, parte la llamada a la conversión. No más confusión, doblez de corazón, compromisos entre el mundo y Dios, sino transparencia y humildad, a fin de ser reconocidos ante los hombres por lo único que vale ante Dios. Éste sólo exalta a quien se le somete.

Muchas Bendiciones

Pedro Sergio Antonio Donoso Brant

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Febrero 2012


Fuentes de estos comentarios: Junto a los comentarios personales, las lecturas están tomadas de la “Liturgia Cotidiana” de Ediciones San Pablo, para el estudio y comentario de la Palabra, utilicé los textos de la Biblia Nácar-Colunga, (SBNC) y/o Biblia de Jerusalén (SBJ). Se han incluidos los comentarios de la Lectio Divina, Lectio Divina para cada día del año, de Giorgio Zevini y Pier Giordano Cabra (Eds.)


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