LAS CONFESIONES DE SAN AGUSTIN

SÍNTESIS DEL LIBRO VIII

Y ELEMENTOS DE LA CONVERSION

Pedro Sergio A. Donoso Brant ocds

 


1.      SÍNTESIS DEL LIBRO VIII

San Agustín decide visitar a Simpliciano. Agustín tenia treinta y dos años, entonces por el año 386, dice en el Libro VIII, capitulo I, “Vos, Señor, me inspirasteis entonces el pensamiento (que a mí me pareció bueno y oportuno) de ir a verme con Simpliciano72, que le tenía por el fiel siervo vuestro”. Es de este modo como San Agustín decide visitar a Simpliciano, con el deseo de disponer y arreglar mejor su vida. (Era grande la fama de su virtud y sabiduría de Simpliciano, santo que vivió en Milán.)

Así fue como San Simpliciano (que había sido padre espiritual de Ambrosio ya entonces obispo), le había hecho en uno de sus relatos, la conversión de Victorino, el profesor romano neoplatónico (enseñó en Roma la retórica), le impresionó profundamente. Pero lo que mas le llama la atención a San Agustín, es como Dios y los santos ángeles se alegran mucho de la conversión de los pecadores. Así es como luego San Agustín expone el motivo por el cual debemos alegrarnos más con la conversión de aquellos pecadores que son personas nobles e importantes. Esta conversión fue importante, porque lo hizo reflexionar sobre cual eran las situaciones que le detenían a él para no acabar convirtiéndose a Dios. “Esto era lo que yo anhelaba y por lo que suspiraba, pero estaba aprisionado no con grillos ni cadenas de hierros exteriores, sino con la dureza y obstinación de mi propia voluntad.”

La visita de Ponticiano. Agustín y su mejor amigo, Alipio, (desocupado entonces, y sin tener que trabajar en su empleo y facultad de jurista) recibieron la visita de Ponticiano, (era natural de África). Viendo las cartas de San Pablo sobre la mesa de Agustín, Ponticiano les habló de la vida de San Antonio Abad (monje de Egipto) y quedó muy sorprendido al enterarse de que no conocían al santo. Después les refirió la historia de dos hombres que se habían convertido por la lectura de la vida de San Antonio. Las palabras de Ponticiano conmovieron mucho a Agustín, quien vio con perfecta claridad las deformidades y manchas de su alma. (todo el feo semblante de mi mala vida, que yo había echado a las espaldas por no verme VII, 16). En sus precedentes intentos de conversión Agustín había pedido a Dios la gracia de la continencia, pero con cierto temor de que se la concediese demasiado pronto: "En la aurora de mi juventud, te había yo pedido la castidad, pero sólo a medias, porque soy un miserable. Te decía yo, pues: “Concédeme la gracia de la castidad, pero todavía no”; porque tenía yo miedo de que me escuchases demasiado pronto y me librases de esa enfermedad y lo que yo quería era que mi lujuria se viese satisfecha y no extinguida". Avergonzado de haber sido tan débil hasta entonces, Agustín dijo a Alipio en cuanto partió Ponticiano: (Libro VIII, capitulo VIII, 19 “¿Qué es esto que pasa por nosotros?, ¿qué es lo que nos sucede?, ¿qué es esto que has oído? Levántanse de la tierra los indoctos y se apoderan del cielo, ¿y nosotros, con todas nuestras doctrinas, sin juicio ni cordura, nos estamos revolcando en el cieno de la carne y sangre? ¿Por ventura nos da vergüenza el seguirlos, porque ellos van delante de nosotros? ¿Y no tendremos vergüenza siquiera de no seguirlos?.

San Agustín en el huerto de su casa. Es así como San Agustín se retiró a un huerto de su casa, Alipio le siguió, sorprendido de sus palabras y de su conducta. Ambos se sentaron en el rincón más alejado de la casa. Agustín era presa de un violento conflicto interior, desgarrado entre el llamado del Espíritu Santo a la castidad y el deleitable recuerdo de sus excesos.

En el capitulo XII, dice Agustín, siente como se levanta en él una inmensa tempestad, que desencadena un torrente de lágrimas, “condensada toda mi miseria se elevó cual densa nube y se presentó a los ojos de mi alma, se formó en mi interior una tempestad muy grande, que venía cargada de una copiosa lluvia de lágrimas” (XII, 28). Entonces se aparta de Alipio, para llorar, y fue tenderse sin saber como debajo de una higuera;  “Yo fui y me eché debajo de una higuera; no sé cómo ni en qué postura me puse, mas soltando las riendas a mi llanto, brotaron de mis ojos dos ríos de lágrimas, que Vos, Señor, recibisteis como sacrificio que es de vuestro agrado”. Y muchas cosas le dijo al Señor: “¿hasta cuándo, hasta cuándo habéis de mostraros enojado? No os acordéis ya jamás de mis maldades antiguas.” Y se repetía con gran aflicción: "¿Hasta cuándo? ¿Hasta cuándo? ¿Hasta mañana? ¿por qué no ha de ser desde luego y en este día?, ¿por qué no ha de ser en esta misma hora el poner fin a todas mis maldades?

En tanto que se repetía esto y lloraba amargamente, oyó la voz de un niño que cantaba en la casa vecina una canción que decía: Toma y lee, toma y lee. ("Tolle lege, tolle lege"). Agustín empezó a preguntarse si los niños acostumbraban repetir esas palabras en algún juego, pero no pudo recordar ninguno en el que esto sucediese.

Entonces le vino a la memoria que San Antonio se había convertido al oír la lectura de un pasaje del Evangelio. Interpretó pues, las palabras del niño como una señal del cielo, dejó de llorar y se dirigió al sitio en que se hallaba Alipio con el libro de las Epístolas de San Pablo. Inmediatamente lo abrió y leyó en silencio las primeras palabras que cayeron bajo sus ojos: "No en banquetes ni embriagueces, no en vicios y deshonestidades, no en contiendas y emulaciones, sino revestíos de Nuestro Señor Jesucristo, y no empleéis vuestro cuidado en satisfacer los apetitos del cuerpo.” Ese texto hizo desaparecer las últimas dudas de Agustín, que cerró el libro y relató serenamente a Alipio todo lo sucedido. Alipio leyó entonces el siguiente versículo de San Pablo: " Recibid con caridad al que todavía está flaco en la fe”. Aplicándose el texto a sí mismo, siguió a Agustín en la conversión. Ambos se dirigieron al punto a narrar lo sucedido a su madre (Santa Mónica), la cual alabó a Dios " Dios mío, que podéis darnos mucho más de lo que os pedimos y de lo que pensamos”

2.      ELEMENTOS DE LA CONVERSION

Un primer paso, el arrepentimiento. Si leemos la historia de los Santos, encontraremos que en ellos no había vanidad de su camino a la santidad, es decir, todos ellos daban testimonio de ser y haber sido pecadores, de sentir debilidad, de tener pobreza de sentimiento en sus almas, pero si, caminando hacia la perfección, arrepintiéndose, transformándose y convirtiéndose a Cristo.

Jesús dijo "¡Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado!" (Mt 4,17).- El arrepentirse requiere transformación y exige un cambio de actitud, además es una experiencia necesaria para llegar a conocer a Cristo, en otras palabras quien no se arrepiente,  por mucho que intente conocerle, no lo podrá conocer ni podrá ir al Reino de los Cielos.

El no arrepentirse, es vivir esclavizado en la mentira, y ser esclavo es carecer de libertad, y Dios nos quiere libre y para ser libre, debemos se consecuente con la Palabra de Jesucristo, quien nos dijo «Ustedes serán verdaderos discípulos míos si perseveran en mi palabra; entonces conocerán la verdad, y la verdad los hará libres». (Jn 8, 31-32)

Jesús, nos otorga la gracia de liberarnos de la esclavitud del pecado, para eso debemos comenzar por el arrepentimiento. Jesús les contestó: «En verdad, en verdad les digo: el que vive en el pecado es esclavo del pecado. Pero el esclavo no se quedará en la casa para siempre; el hijo, en cambio, permanece para siempre. Por tanto, si el Hijo los hace libres, ustedes serán realmente libres. Es así, como el arrepentimiento es el camino hacia la libertad.

El amor al arrepentimiento, es el odio al pecado, este tipo de odio, es un sentimiento de rechazo y antipatía que nos podemos permitir. El arrepentimiento es el primer paso al camino con el encuentro con el Señor. El arrepentimiento es reconciliarse con Dios.

Tengo la convicción plena, que todo el mundo necesita arrepentirse, ¿alguien se siente libre de culpas? Para reconocerse creyente, hay que reconocerse como pecadores, y si decimos que no tenemos pecado ¿hasta que punto estamos diciendo la verdad? “Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no Está en nosotros.” (1 Juan 1,8).

SAN AGUSTIN, "toma y lee, toma y lee". Es un modelo de conversión, basta leer su libro confesiones, para darse cuenta que su vida antes de la conversión no es muy distinta a las formas de vida de muchos de nuestro tiempo.

Muchas personas influyeron en la conversión de Agustín, en sus biografía, se dice una especial mención a San Ambrosio, obispo de Milán, no tanto por su contacto personal, más bien por su predicación, que lo hizo descubrir lo diferente que era la fe cristiana, él se había imaginado algo distinto. En efecto, san Ambrosio con sus predicas le enseñó a interpretar los textos bíblicos, y a introducirle algunas ideas totalmente nuevas: "Me di cuenta, con frecuencia, al oír predicar a nuestro obispo… que cuando pensamos en Dios o el alma, que es lo más cercano a Dios en el mundo, nuestros pensamientos no captan nada material ".

Como muchos santos, la conversión se produce en momentos de crisis personal, es así como a San Agustin, estando en el jardín de su residencia de Milán, escuchó una voz procedente de una casa vecina, cantando como si fuera un niño o niña, repitiendo una y otra vez: "Toma y lee, toma y lee". Él interpretó aquellas palabras como si fueran un mandato divino, abrió la Biblia y leyó el primer pasaje que se ofreció a sus ojos: ""No en banquetes ni embriagueces, no en vicios y deshonestidades, no en contiendas y emulaciones, sino revestíos de Nuestro Señor Jesucristo, y no empleéis vuestro cuidado en satisfacer los apetitos del cuerpo.” (Rom. 13, 13-14).

San Agustín, tenia más de treinta años, me imagino todo lo que habrá sentido en ese minuto, el mismo confiesa en el Capítulo XII de la VI parte de sus Confesiones su desconcierto y esclavitud en que le tenía encadenada la lujuria. Pero a partir de ese instante, toda sombra de duda desapareció. No fue meramente accidental el que un texto del gran convertido, el Apóstol Pablo, fuera el núcleo de la conversión de Agustín. La influencia de Pablo en Agustín continuó a lo largo de toda su vida.

San Agustín decía: "No quiero salvarme sin vosotros". "¿Cuál es mi deseo? ¿Para qué soy obispo? ¿Para qué he venido al mundo? Sólo para vivir en Jesucristo, para vivir en El con vosotros. Esa es mi pasión, mi honor, mi gloria, mi gozo y mi riqueza".

Pocos hombres han poseído un corazón tan afectuoso y fraternal como el de San Agustín. Se mostraba amable con los infieles y frecuentemente los invitaba a comer con él; en cambio, se rehusaba a comer con los cristianos de conducta públicamente escandalosa y les imponía con severidad las penitencias canónicas y las censuras eclesiásticas. Aunque jamás olvidaba la caridad, la mansedumbre y las buenas maneras, se oponía a todas las injusticias sin excepción de personas.

Pedro Sergio A. Donoso Brant ocds

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