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CUARESMA, AÑO LITURGICO CICLO A

EL ORIGEN DE LOS TEXTOS, ES DE LA FUNDACION GRATIS DATE www.gratisdate.org

Estimados amigos: Con mucho gusto les autorizamos a reproducir en sus páginas-web (Caminando con Jesus, Caminando con Maria y Misa Diaria), ….. Encomendemos al Señor mutuamente nuestro apostolado.

Cordial saludo en Cristo

+FGD

JULIO ALONSO AMPUERO, MEDITACIONES BÍBLICAS SOBRE EL AÑO LITÚRGICO

En cinco Cuadernos de Espiritualidad Bíblica ya el Autor nos ha ayudado a profundizar en la espiritualidad misma de las Sagradas Escrituras, estudiando importantes temas del Antiguo y del Nuevo Testamento. En esta ocasión, con escritos breves y concisos, nos introduce en la meditación de los textos sagrados meditados en el marco eclesial del Año litúrgico, que es precisamente donde hallan su máxima fuerza reveladora y santificante.

 

 

CUARESMA

Domingo I de Cuaresma Conversión posible y necesaria

Domingo II de Cuaresma Sal de tu tierra

Domingo III de Cuaresma Diálogo de salvación

Domingo IV de Cuaresma Era ciego y ahora veo

Domingo V de Cuaresma Ver la gloria de Dios

 

 

 

CUARESMA

 

DOMINGO I DE CUARESMA

Conversión posible y necesaria

Rom 5,12-19

«Todos pecaron». Al inicio mismo de la Cuaresma la Iglesia pone ante nuestros ojos este hecho triste y desgraciado. La historia de Adán y Eva es nuestra propia historia: la historia de un fracaso y de una frustración como consecuencia del pecado. Por el pecado entró en el mundo la muerte. En el fondo, todos los males provienen del pecado, del querer ser como dioses, del deseo de construir un mundo sin Dios, al margen de Dios.

Por eso la conversión es necesaria. Estamos tocados por el pecado, manchados, contaminados... No podemos seguir viviendo como hasta ahora. Se hace necesario un cambio radical de mente, de corazón y de obras. La conversión es necesaria. O convertirse o morir. Y eso no sólo cada uno como individuo; también nuestras comunidades, nuestras parroquias, nuestras instituciones, la diócesis, la Iglesia entera... que han de ser continuamente reformadas para adaptarse al plan de Dios, para ser fieles al evangelio. «Si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera». (Lc 13,5).

La conversión es necesaria. Esta es la buena noticia que nos da la Iglesia, que quiere sacarnos de nuestros pecados, de la mentira, de la muerte. Pero además nos anuncia que donde Adán fracasó Cristo ha vencido (evangelio). También Él ha sido tentado, pero el pecado no ha podido con Él: Satanás y el pecado han sido derrotados. Más aún, la victoria de Cristo es también la nuestra (segunda lectura). La conversión es posible. El pecado ya no es irremediable. No podemos seguir excusándonos diciendo que somos débiles y pecadores. La gracia de Cristo es más fuerte que el pecado. El pecado ya no debe dominar en nosotros. Entramos en la Cuaresma para luchar y para vencer; y no sólo nuestro pecado, sino también el de los demás; pero no con nuestras solas fuerzas, sino con la fuerza y las armas de Cristo.

DOMINGO II DE CUARESMA

Sal de tu tierra

Gén 12,1-4a; 2Tim 1,8b-10; Mt 17,1-9

La llamada a la conversión que la Iglesia nos ha dirigido en el primer domingo, ahora se precisa más. La conversión sólo es posible mirando a Cristo, dejándonos cautivar por su infinito atractivo: «Señor, ¡qué hermoso es estar aquí!». Contemplando a Cristo también nosotros vamos siendo transfigurados; recibiendo su luz vamos siendo transformados en una imagen cada vez más perfecta del Señor (2 Cor 3,18).

«Nos salvó y nos llamó a una vida santa» (segunda lectura). La conversión no es poner algún parche o remiendo a los defectos más gruesos. Cristo quiere hacernos santos. Y la conversión está en función de esta vida santa a la que nos llama. Él no se conforma con menos. La conversión es continua, hasta que quede perfectamente restaurada en nosotros la imagen de Dios, hasta que Cristo sea plenamente formado en nosotros (Gal 4,19). Dejar de lado la conversión es olvidar que hemos sido llamados a una vida santa y es despreciar a Cristo que nos llama a ella.

«Sal de la tierra» (primera lectura). También a nosotros se nos dirige esta llamada, como a Abraham. Conversión significa salir de nosotros mismos, romper con nuestra instalación y nuestras seguridades, dejar nuestros egoísmos y comodidades... Llamada a la santidad significa ponernos en camino hacia la tierra que el Señor nos mostrará, con entera disponibilidad a su voluntad, a los planes que nos irá manifestando, para que nos lleve a donde Él quiera, cuando y como Él quiera.

«Sal de tu tierra» significa también «toma parte en los duros trabajos del evangelio según las fuerzas que Dios te dé» (segunda lectura), es decir, colabora con todas tus energías para que muchos otros reciban la buena noticia de que pueden convertirse y ser santos. He ahí el profundo sentido apostólico, evangelizador y misionero de la Cuaresma. El Señor nos ofrece, como a Abraham: «De ti haré un gran pueblo». El Señor desea que demos fruto abundante (Jn 15,16). Pero una vida mediocre es una vida estéril. De nuestra conversión y santidad depende que nuestra vida sea fecunda.

DOMINGO III DE CUARESMA

Diálogo de salvación

Jn 4,5-42

«Dame de beber». Con sorpresa de los discípulos y de ella misma, Cristo inicia el diálogo con la samaritana. Él toma la iniciativa. No tiene inconveniente en mendigar de ella un poco de agua para entrar en diálogo. Cristo desea ardientemente establecer este diálogo con cada uno de nosotros. El pecado rompe este diálogo. El pecado no consiste ante todo en hacer el mal, sino en romper este diálogo, dejar que se enfríe esta amistad. Por eso, el primer fruto de la Cuaresma debe ser un diálogo renovado con Cristo, una oración más viva, más consciente y personal, más abundante; un diálogo que impregne toda nuestra vida.

«Si conocieras el don de Dios...» Es admirable como Jesús va conduciendo el diálogo con esta mujer pecadora, suscitando en ella el atractivo por lo bello, por lo grande, por lo eterno. El que ha empezado pidiendo se revela en seguida como el que ofrece y es capaz de dar lo infinito, lo divino. Poco a poco se va dando a conocer a ella, para que al final termine aceptándole como «el Salvador del mundo». El diálogo con Cristo –también para nosotros– es siempre un diálogo de salvación, un diálogo que nos dignifica y nos hace descubrir el sentido de nuestra vida, los horizontes sin fin de una vocación eterna.

«En aquel pueblo, muchos creyeron en Él por el testimonio que había dado la mujer». El que nota que Cristo ha entrado en su vida y experimenta el gozo de su salvación, él mismo hace que continúe para otros este diálogo de salvación. Es lo que hace la samaritana: «Venid a ver... me ha dicho todo lo que he hecho...» Su testimonio suscita en otros el atractivo por Cristo y hace que entren en la órbita de Cristo. De esa manera acaban también ellos experimentando la salvación: «Ya no creemos por lo que tú dices, pues nosotros mismos hemos oído y sabemos...» ¿Será tan difícil que cada uno de nosotros dé testimonio de lo que Cristo ha hecho en su vida?

DOMINGO IV DE CUARESMA

Era ciego y ahora veo

Jn 9,1-41

En nuestro camino cuaresmal la palabra de Dios nos hace entender hoy que ese ciego del evangelio somos cada uno de nosotros. Ciegos de nacimiento. E incapaces de curarnos nuestra propia ceguera. Hemos entrado en la Cuaresma para ser iluminados por Cristo, para que Él sane nuestra ceguera. ¡Qué poquito conocemos a Dios! ¡Qué poco entendemos sus planes! De Dios es más lo que no sabemos que lo que sabemos. Somos incapaces de reconocer a Cristo, que se acerca a nosotros bajo tantos disfraces. Nuestra fe es demasiado corta. Pero Cristo quiere iluminarnos. El mejor fruto de Cuaresma es que salgamos de ella con una fe acrecentada, más lúcida, más potente, más en sintonía con el misterio de Dios y con sus planes, más capaz de discernir la voluntad de Dios. Dios quiere «arrancarnos del dominio de las tinieblas» (Col 1,13) para que vivamos en la luz de Cristo, iluminados por su presencia.

Para ello, la primera condición es reconocer que somos ciegos y dejar entrar plenamente en nuestra vida a Cristo, que es «la luz del mundo». El hombre ciego reconoce su ceguera y además de la vista física recibe la fe. Los fariseos, en cambio, se creen lúcidos «nosotros sabemos» y rechazan a Jesús, se cierran a la luz de la fe y quedan ciegos. La soberbia es el mayor obstáculo para acoger a Cristo y ser iluminados. Por eso insiste la Escritura: «Hijo mío, no te fíes de tu propia inteligencia... no te tengas por sabio» (Prov 3, 5-7).

Esta sanación es un testimonio potente del paso de Cristo por la vida de este ciego. Él no sabe dar explicaciones de quién es Jesús cuando le preguntan los fariseos. Simplemente confiesa: «sólo sé que era ciego y ahora veo». Pero con ello está proclamando que Cristo es la luz del mundo. No se trata de ideas, sino de un acontecimiento: estaba muerto y he vuelto a la vida, era esclavo del pecado y he sido liberado. Esto ha de ser nuestra Cuaresma y nuestra Pascua: el acontecimiento de Cristo que pasa por nuestra vida sanando, iluminando, resucitando, comunicando vida nueva.

DOMINGO V DE CUARESMA

Ver la gloria de Dios

Jn 11,1-45

 «Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano». Idénticas palabras repiten las dos hermanas, cada una por su cuenta. Palabras que son expresión de fe en Jesús, pero una fe muy limitada, muy condicionada, muy a la medida humana. Creen que Jesús puede curar un enfermo, pero no creen que puede resucitar un muerto. ¿No es así también nuestra fe? Creemos «hasta cierto punto». Y esta poca fe se manifiesta en expresiones de este tipo: «si las circunstancias fueran favorables», «si el ambiente fuera mejor», «si hubiese aprovechado aquella oportunidad». Ponemos condiciones al poder del Señor. Y sin embargo su poder es incondicionado. «Para Dios nada hay imposible» (Lc 1,37).

 «Si crees verás la gloria de Dios». Frente a esta fe tan recortada, el evangelio de hoy nos impulsa a una fe «a la medida de Dios». Él quiere manifestar su grandeza divina, su poder infinito, su gloria. Deliberadamente, Jesús tarda en acudir a la llamada de Marta y Maria. Permite que Lázaro muera para resucitarle y manifestar de manera más potente su gloria: «Esta enfermedad... servirá para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella». No hay situación que no tenga remedio. Más aún, cuanto más difícil, más facilita que Cristo «se luzca».

 «Yo soy la resurrección y la vida». No sólo «da» la resurrección, sino que Él mismo es la resurrección. Incluso si permite el mal es para que más se manifieste lo que Él es y lo que es capaz de realizar: «Lázaro ha muerto, y me alegro por vosotros... para que creáis». Esta cuaresma tiene que significar para nosotros y para mucha gente una auténtica resurrección a una vida nueva. Cristo es la resurrección, y lo típico de su acción es hacer surgir la vida donde sólo había muerte. Cristo puede y quiere resucitar al que está muerto por el pecado o por la carencia de fe. Lo suyo es hacer cosas grandes, maravillas divinas. Y nosotros no podemos conformarnos con menos. No tenemos derecho a dar a nadie por perdido.

 

 

 

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Pedro Sergio Antonio Donoso Brant

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