EL
PENSAMIENTO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II Edición Nº 9 Pedro Sergio
Antonio Donoso Brant |
Catequesis de Su Santidad Juan Pablo II 4
de septiembre de 1985 1. 2. El Concilio Vaticano I enseña: 'La santa Iglesia cree y confiesa
que existe un sólo Dios vivo y verdadero, creador y Señor del cielo y de la
tierra, omnipotente, eterno, incomprensible, infinito por inteligencia,
voluntad y toda perfección; el cual, siendo una única substancia
espiritual, totalmente simple e inmutable, debe ser predicado real y
esencialmente distinto del mundo, felicísimo en sí y por sí, e inefablemente
elevado sobre toda las cosas, que hay fuera de El y puedan ser concebidas' (Cons. Dei Filius).
3. Es fácil advertir en el texto conciliar parte de los mismos
antiguos símbolos de fe que también rezamos: 'creo en Dios. omnipotente, creador del cielo y de la tierra', pero
desarrolla esta formulación fundamental según la doctrina contenida en Por 'atributos' entendemos las propiedades del 'Ser' divino que se
manifiestan en 4. El pasaje del Concilio Vaticano I antes citado confirma la
imposibilidad de expresar a Dios de modo adecuado. Es incomprensible e
inefable. Sin embargo, la fe de 5. Así el Vaticano I no se limita a
afirmaciones que hablan de Dios según la 'vía negativa', sino que se
pronuncia también según la 'vía afirmativa'. Por ejemplo, enseña que este
Dios esencialmente distinto del mundo ('a mundo distinctus
re et essentia'), es un Dios Eterno. Esta verdad
está expresada en Parecidas son las palabras del Salmo 101, de las que se hace eco Algunos siglos más tarde el autor de La eternidad es aquí el elemento que distingue esencialmente a Dios
del mundo. Mientras que éste está sujeto a cambios y pasa, Dios permanece por
encima del devenir del mundo: El es necesario e inmutable: 'Tú permaneces el
mismo'. Consciente de la fe en este Dios eterno, San Pablo escribe: 'Al Rey de
los siglos, inmortal, invisible, único Dios, el honor y la gloria por los
siglos de los siglos. Amén' (1 Tim 1, 17). La misma
verdad tiene en 6. En estos datos de la revelación halla expresión también la
convicción racional a la que se llega cuando se piensa que Dios es el Ser
subsistente, y, por lo tanto, necesario, y, por lo mismo, eterno, ya que no
puede tener ni principio ni fin, ni sucesión de momentos en el Acto único e
infinito de su existencia. La recta razón y la revelación encuentran una
admirable coincidencia sobre este punto. Siendo Dios absoluta plenitud de ser
(ipsum Ens per se Subsistens) su eternidad
'grabada en la terminología del ser' debe entenderse como 'posesión
indivisible, perfecta y simultánea de una vida sin fin' y, por lo mismo, como
un atributo del ser absolutamente 'por encima del tiempo'. La eternidad de Dios no corre con el tiempo del mundo creado, 'no
corresponde a El'; no lo 'precede' o lo 'prolonga' hasta el infinito; sino
que está más allá de él y por encima de él. La eternidad, con todo el
misterio de Dios, comprende en cierto sentido 'desde más allá' y 'por encima'
de todo lo que está 'desde dentro' sujeto al tiempo, al cambio, a lo
contingente. Viene a la mente las palabras de San Pablo en el Areópago de
Atenas; 'en El. vivimos y nos movemos y existimos'
(Hech 17, 28). Decimos 'desde el exterior' para afirmar con esta expresión
metafórica la transcendencia de Dios sobre las
cosas y de la eternidad sobre el tiempo, aun sabiendo y afirmando una vez más
que Dios es el Ser que es interior a ser mismo de las cosas, y, por tanto,
también al tiempo que pasa como un sucederse de elementos, cada uno de los
cuales no está fuera de su abrazo eterno. El texto del Vaticano I expresa la fe de 7. Así, pues, el Dios vivo que se nos ha revelado a sí mismo, es el
Dios eterno. Más correctamente decimos que Dios es la eternidad misma. La
perfecta simplicidad del Ser divino ('Omnino simplex') exige esta forma de expresión. Cuando en nuestro lenguaje humano decimos; 'Dios es eterno', indicamos
un atributo del ser divino. Y, puesto, que todo atributo no se distingue
concretamente de la esencia misma de Dios (mientras que los atributos humanos
se distinguen del hombre que los posee), al decir: 'Dios es eterno', queremos
afirmar: 'Dios es la eternidad'. Esta eternidad para nosotros, sujetos al espacio y
al tiempo, es incomprensible como la divina Esencia; pero ella nos hace
percibir, incluso bajo este aspecto, la infinita grandeza y majestad del Ser
divino, a la vez que nos colma de alegría el pensamiento de que este Ser
Eternidad comprende todo lo que es creado y contingente, incluso nuestro
pequeño ser, cada uno de nuestros actos, cada momento de nuestra vida. 'En El
vivimos, nos movemos y existimos'. Fuente vatican.va |
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