Catequesis de Su Santidad Juan Pablo II
5
de septiembre de 1985
EL
DIOS DE LA ALIANZA
1. En nuestras catequesis tratamos de responder de modo progresivo a
la pregunta: ¿Quién es Dios?. Se trata de una
respuesta auténtica, porque se funda en la palabra de la auto-revelación
divina. Esta respuesta se caracteriza por la certeza de la fe, pero también
por la convicción del entendimiento humano iluminado por la fe.
2. Volvamos una vez más al pie del monte Horeb,
donde Moisés que apacentaba la grey, oyó en medio
de la zarza ardiente la voz que decía: 'Quita las sandalias de tus pies, que
el lugar en que estás es tierra santa' (Ex 3, 5). La voz continuó: 'Yo soy el
Dios de tus padres, el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob'.
Por lo tanto, es el Dios de los padres quién envía a Moisés a liberar a su
pueblo de la esclavitud egipcia.
Sabemos que, después de haber recibido esta misión, Moisés preguntó a
Dios su nombre. Y recibió la respuesta: 'Yo soy el que soy'. En la tradición
exegética, teológica y magisterial de la Iglesia, que fue asumida también por Pablo VI
en el 'Credo del Pueblo de Dios' (1968), esta respuesta se interpreta como la
revelación de Dios como el 'Ser'
En la respuesta dada por Dios: 'Yo soy el que soy', a la luz de la
historia de la salvación se puede leer una idea más rica y más precisa. Al
enviar a Moisés en virtud de este Nombre, Dios -Yahvéh-
se revela sobre todo como del Dios de la Alianza: "Yo soy el que soy para
vosotros'; estoy aquí como Dios deseoso de la alianza y de la salvación, como
el Dios que os ama y os salva. Esta clave de lectura presenta a Dios como un
Ser que es Persona y se auto-revela a personas, a las que trata como tales.
Dios, ya al crear el mundo, en cierto sentido salió de su propia 'soledad',
para comunicarse a Sí mismo, abriéndose al mundo y especialmente a los
hombres creados a su imagen y semejanza (Gen 1, 26). En la revelación del
Nombre 'Yo soy el que soy' (Yahvéh), parece poner
de relieve sobre todo la verdad de que Dios es el Ser-Persona que conoce,
ama, atrae hacia sí a los hombres, el Dios de la Alianza.
3. En el coloquio con Moisés prepara una nueva etapa de la Alianza con los hombres,
una nueva etapa de la historia de la salvación. La iniciativa del Dios de la Alianza, efectivamente,
va rimando la historia de la salvación a través de numerosos acontecimientos,
como se manifiesta en la
IV Plegaria Eucarística con las palabras; "Reiteraste
tu alianza a los hombres'.
Conversando con Moisés al pie del monte Horeb,
Dios -Yahvéh- se presenta como 'el Dios de Abrahán,
el Dios de Isaac, el Dios de Jacob', es decir, el Dios que había hecho una
Alianza con Abrahán (Cfr. Gen 17, 1-14) y con sus descendientes, los
patriarcas, fundadores de las diversas estirpes del pueblo elegido, que se
convirtió en Pueblo de Dios.
4. Sin embargo, las iniciativas del Dios de la Alianza se remontan
incluso antes de Abrahán. El libro del Génesis registra la Alianza con Noé después
del diluvio (Cfr. Gen 9, 1-17). Se puede hablar también de la Alianza originaria antes
del pecado original (Cfr. Gen 2, 15-17). Podemos afirmar que la iniciativa
del Dios de la Alianza
sitúa, desde el principio, la historia del hombre en la perspectiva de la
salvación. La salvación es comunión de vida sin fin con Dios; cuyo símbolo
estaba representado en el paraíso por el 'árbol de la vida' (Cfr. Gen 2, 9).
Todas las alianzas hechas después del pecado original confirman, por parte de
Dios, la misma voluntad de salvación. El Dios de la Alianza es el Dios 'que
se dona' al hombre de modo misterioso: El Dios de la revelación y el Dios de
la gracia. No sólo se da a conocer al hombre, sino que lo hace partícipe de
su naturaleza divina (2 Pe 1, 4).
5. La Alianza
llega a su etapa definitiva en Jesucristo: la 'nueva' y 'eterna alianza' (Heb
12, 24; 13, 20). Ella da testimonio de la total originalidad de la verdad
sobre Dios que profesamos en el 'Credo' cristiano. En la antigüedad pagana la
divinidad era más bien el objeto de la aspiración del hombre. La revelación
del Antiguo y todavía más del Nuevo Testamento muestra a Dios que busca al
hombre, que se acerca a él. Es Dios quien quiere hacer la alianza con el
hombre: 'Ser vuestro Dios y vosotros seréis mi pueblo' (Lev 26, 12); 'Ser su
Dios y ellos serán mi pueblo' (2 Cor 6, 16).
6. La Alianza
es, igual que la creación, una iniciativa divina completamente libre y
soberana. Revela de modo aún más eminente la importancia y el sentido de la
creación en las profundidades de la libertad de Dios. La Sabiduría y el
Amor, que guían la libertad transcendente de
Dios-Creador, resaltan aún más en la transcendente
libertad del Dios de la
Alianza.
7. Hay que añadir también que si mediante la Alianza, especialmente
la plena y definitiva en Jesucristo, Dios se hace de algún modo inmanente con
relación al mundo, El conserva totalmente la propia transcendencia.
El Dios encarnado, y más aún el Dios Crucificado, no sólo sigue siendo un
Dios incomprensible e inefable, sino que se convierte todavía en más
incomprensible e inefable para nosotros precisamente en cuanto que se
manifiesta como Dios de un infinito, inescrutable amor.
8. No queremos anticipar temas que constituirán el objeto de futuras
catequesis. Volvemos de nuevo a Moisés. La revelación del Nombre de Dios al
pie del monte Horeb prepara la etapa de la Alianza que el Dios de
los Padres estrecharía con su pueblo en el Sinaí. En ella se pone de relieve
de manera fuerte y expresiva el sentido monoteísta del 'credo' basado en la Alianza: 'creo en un
sólo Dios': Dios es uno, es único.
He aquí las palabras del Libro del Éxodo: 'Yo soy el Señor, tu Dios,
que te ha sacado de la tierra de Egipto, de la casa de la servidumbre. No
tendrás otro Dios que a mí' (Ex 20, 2-3). En el Deuteronomio encontramos la
fórmula fundamental del 'Credo' veterotesta- mentario expresado con las palabras: 'Oye, Israel: el
Señor es nuestro Dios, el Señor es único' (6, 4; cfr. 4, 39-40).
Isaías dará a este 'Credo' monoteísta del Antiguo Testamento una
magnífica expresión profética: 'Vosotros sois mis testigos -dice Yahvéh- mi siervo, a quien yo elegí, para que aprendáis y
me creáis y comprendáis que soy yo. Antes de mí no fue formado Dios alguno,
ninguno habrá después de mí. Yo, yo soy el Señor, y fuera de mí no hay
salvador. Vosotros sois mis testigos, dice Yahvéh,
y yo Dios desde la eternidad y también desde ahora lo soy' (Is 45, 22).
9. Esta verdad sobre el único Dios constituye el depósito fundamental
de los dos Testamentos. En la Nueva Alianza lo expresa, por ejemplo, San
Pablo con las palabras: "Un Dios y Padre de todos, que está sobre todos,
por todos y en todos' (Ef 4, 6). Y siempre es Pablo el que combatía el politeísmo
pagano(Cfr. Rom 1, 23; Gal 3, 8), con no menor ardor
del que se halla presente en el antiguo Testamento, quien con igual firmeza
proclama que este Único verdadero Dios 'es Dios de todos, tanto de los
circuncisos como de los incircuncisos, tanto de los judíos como de los
paganos' (Cfr. Rom. 3, 29-30). La revelación de un sólo verdadero Dios, dada
en la Antigua
Alianza al pueblo elegido de Israel, estaba destinada a
toda la humanidad, que encontraría en el monoteísmo la expresión de la
convicción a la que el hombre puede llegar también con la luz de la razón:
porque si Dios es el ser perfecto, infinito, subsistente, no puede ser más
que Uno. En la Nueva
Alianza, por obra de Jesucristo, la verdad revelada en el
Antiguo Testamento se ha convertido en la fe de la Iglesia universal, que
confiesa: 'creo en un sólo Dios'.
Fuente vatican.va
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