EL
PENSAMIENTO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II Edición Nº 8 Pedro Sergio
Antonio Donoso Brant |
Catequesis de Su Santidad Juan Pablo II 28
de julio de 1985 1. El Dios de nuestra fe, el que de modo misterioso reveló su nombre a
Moisés al pie del monte Horeb, afirmando 'Yo soy el
que soy', con relación al mundo es completamente transcendente.
El 'es real y esencialmente distinto del mundo e inefablemente elevado sobre
todas las cosas, que son y pueden ser concebidas fuera de El': 'est re et essentia a mundo distinctus, et super omnia, quae praeter
ipsum sunt et concipi possum ineffabiliter excelsus' (Cons.Dei Filius, I, 1-4). Así
enseña el Concilio Vaticano I, profesando la fe perenne de Así, pues, la cognoscibilidad de Dios por
medio de las criaturas no remueve su esencial 'incomprensibilidad'. Dios es
'incomprensible', como ha proclamado el Concilio Vaticano I. El entendimiento
humano, aun cuando posea cierto concepto de Dios, y aunque haya sido elevado
de manera significativa mediante la revelación de 3. En el mundo moderno el pensamiento científico se ha orientado sobre
todo hacia lo 'visible' y de algún modo 'mensurable' a la luz de la
experiencia de los sentidos y con los instrumentos de observación e
investigación, hoy día disponibles. En un mundo de
metodologías positivistas y de aplicaciones tecnológicas, está
'incomprensibilidad' de Dios es aún más advertida por muchos, especialmente
en el ámbito de la cultura occidental. Han surgido así condiciones especiales
para la expansión de actitudes agnósticas o incluso ateas, debidas a las
premisas del pensamiento común a muchos hombres de hoy. Algunos juzgan que
esta situación intelectual puede favorecer, a su modo, la convicción, que
pertenece también a la tradición religiosa, podría decirse, universal, y que
el cristianismo ha acentuado bajo ciertos aspectos, que Dios es
incomprensible. Y sería un homenaje a la infinita, transcendente
realidad de Dios, que no se puede catalogar entre las cosas de nuestra común
experiencia y conocimiento. 4. Sí, verdaderamente, el Dios que se ha revelado a Sí mismo a los
hombres, se ha manifestado como El que es incomprensible, inescrutable,
inefable. '¿Podrías tú descubrir el misterio de Dios? ¿Llegarás a la
perfección del Omnipotente? Es más alto que los cielos. ¿Qué harás? Es más
profundo que el 'seol'. ¿Qué entenderás?', se dice
en el libro de Job (/Jb/11/07-08). Leemos en el libro del Éxodo un suceso que pone de relieve de modo
significativo esta verdad. Moisés pide a Dios 'Muéstrame tu gloria'. El Señor
responde: 'Haré pasar ante ti toda mi bondad y pronunciar ante ti mi nombre
(esto ya había ocurrido en la teofanía al pie del monte Horeb),
pero mi faz no podrás verla, porque no puede hombre verla y vivir' (Ex 33,
18-20). El profeta Isaías, por su parte, confiesa: 'En verdad tú eres un Dios
escondido, el Dios de Israel, Salvador' (Is 45, 15). 5. Ese Dios, que al
revelarse, habló por medio de los profetas y últimamente por medio del Hijo,
sigue siendo un 'Dios escondido'. Escribe el apóstol Juan al comienzo de su
Evangelio: 'A Dios nadie lo vio jamás. Dios unigénito, que está en el seno
del Padre, se le ha dado a conocer' (Jn 1, 18). Por medio del Hijo, el Dios
de la revelación se ha acercado de manera única a la humanidad. El concepto
de Dios que el hombre adquiere mediante la fe, alcanza su culmen
en esta cercanía. Sin embargo, aun cuando Dios se ha hecho todavía más
cercano al hombre con la encarnación, continúa siendo, en su Esencia, el Dios
escondido. 'No que alguno -leemos en el mismo Evangelio de Juan- haya visto
al Padre, sino sólo el que está en Dios ha visto al Padre' (Jn 6, 46). Así, pues, Dios, que se ha revelado a Sí mismo al hombre, sigue siendo
para él en esta vida un misterio inescrutable. Este es el misterio de la fe.
El primer artículo del símbolo 'creo en Dios' expresa la primera y
fundamental verdad de la fe, que es al mismo tiempo, el primer y fundamental
misterio de la fe. Dios, que se ha revelado a Sí mismo al hombre, continúa
siendo para el entendimiento humano Alguien que simultáneamente es conocido e
incomprensible. El hombre durante su vida terrena entra en contacto con el
Dios de la revelación en la 'oscuridad de la fe'. Esto se explica en todo un
filón clásico y moderno de la teología que insiste sobre la inefabilidad de
Dios y encuentra una confirmación particularmente profunda -y a veces
dolorosa- en la experiencia de los grandes místicos. Pero precisamente esta
'oscuridad de la fe' -como afirma San Juan de Este Dios es, según las palabras de San Pablo, 'el Rey de reyes y
Señor de señores,/ el único inmortal,/ que habita en
una luz inaccesible,/ a quien ningún hombre vio,/ ni podrá ver' (1 Tim 6, 15-16). La oscuridad de la fe acompaña indefectiblemente la peregrinación
terrena del espíritu humano hacia Dios, con la espera de abrirse a la luz de
la gloria sólo en la vida futura, en la eternidad. 'Ahora vemos por un espejo
y oscuramente, pero entonces veremos cara a cara' (1 Cor 13, 12). 'In lumine tuo videbimus lumen'. 'Tu luz
nos hace ver la luz' (Sal 35, 10). Fuente vatican.va |
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