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   Caminando con Jesus Pedro Sergio
  Antonio Donoso Brant  | 
 
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 LOS DONES DEL ESPÍRITU SANTO EXTRAIDO DEL LIBRO TEOLOGIA DOGMATICA V-LA GRACIA DIVINA SCHMAUS I. GENERALIDADES  1. Los dones del
  Espíritu Santo pertenecen también a lo que el Catecismo Romano llama
  "noble séquito" de la gracia santificante.  Son regalo de Dios
  trino. La razón de que, a pesar de todo, se llaman dones del Espíritu Santo
  es que el Espíritu Santo mismo es el regalo del Padre y del Hijo al hombre
  que está en gracia, y tiene, por tanto, una relación especial con los dones
  aquí mentados. Todo regalo es signo
  de amor. Al dar un regalo, el amor del donante se dirige a quien lo recibe,
  que al recibirlo acepta y acoge el amor de quien regala. El regalo sustituye
  a quien lo hace; en el regalo, uno se regala a sí mismo. Cuando el Padre y el
  Hijo regalan el Espíritu Santo, Dios trino mismo se regala al hombre que está
  en gracia. Recordemos que el Espíritu Santo es el amor personal y
  personificado; Padre e Hijo, al enviar el Espíritu, regalan el amor personal
  que los une. El Espíritu Santo, a diferencia de los regalos humanos y
  terrenos, no es sólo signo y símbolo del amor, sino que es el amor mismo, el
  amor personificado. El Espíritu Santo es, por tanto, regalo del Padre y del
  Hijo al hombre que está en gracia, porque es el amor insuflado en él por el
  Padre y el Hijo.  El regalo del
  Espíritu Santo se divide y especifica, por así decirlo, en los siete dones.
  No debemos entender este proceso al modo panteísta. El desarrollo del único don
  total en sus dones parciales debe entenderse como realización de un gran
  regalo en regalos individuales. Los siete dones son como rayos de un mismo
  sol. 2. Los siete dones
  del Espíritu Santo han sido explicados por los teólogos de varias maneras.
  Según la opinión de Santo Tomás, aceptada hoy por la mayoría de los teólogos,
  los dones del Espíritu Santo son hábitos que capacitan al hombre para seguir,
  rápida y fácilmente, las iluminaciones e inspiraciones divinas. Por su origen divino
  y por su carácter esencial condicionado por su origen, está el hombre siempre
  abierto a Dios (potentia obedientialis),
  pero puede oponer resistencia a la acción divina. Los dones del Espíritu
  Santo quebrantan esa resistencia a Dios fundada en el orgullo del hombre;
  causan tal afinidad con Dios y tal prontitud de corazón, que la acción de
  Dios deja de ser sentida como algo extraño y peligroso y empieza a sentirse
  como algo dichoso e íntimo, que la voluntad humana acepta con gusto y
  alegría. Los siete dones del Espíritu conceden una fina sensibilidad para lo
  divino, un fino oído para la voz de Dios y un sensible tacto para la mano
  divina que nos coge y quiere llevarnos. Quien está
  pertrechado de los dones del Espíritu, es capaz de cumplir sin resistencia la
  acción divina. Su propia conducta orgullosa pasa a segundo término; es
  impulsado por el Espíritu Santo y no por su voluntad soberana y egoísta.  Santo Tomás dice que
  los siete dones crean en el hombre un estado en el que bene
  agitur a Spiritu Sancto, mientras que las virtudes infusas crean un estado
  en el que obramos bien (bene agimus)
  nosotros mismos. Esta distinción no debe interpretarse en el sentido de que
  los dones nos capacitan para una conducta puramente pasiva y las virtudes
  para una conducta puramente activa; toda conducta humana es a la vez activa y
  pasiva, porque en toda acción humana Dios obra como agente principal. La
  actividad humana es obrada por Dios; Dios obra en el mundo por medio de la
  actividad de los hombres. LOS DONES Y LAS
  VIRTUDES La distinción entre
  virtudes y dones consiste, por tanto, en que las virtudes no ahorran al
  hombre ni la reflexión ni los esfuerzos que exige la decisión de aceptar la
  acción divina en la voluntad humana, mientras que los dones conceden al
  hombre facilidad y alegría para aceptar la influencia divina en el obrar
  humano, aunque el hombre se cargue así de dolores y trabajos. Ocurre, por
  ejemplo, que el hombre está en una situación difícil en que se le exigen dos
  deberes, al parecer opuestos; vacila y no se atreve a obrar ni a dar respuesta
  a la cuestión, busca una salida; entonces la inspiración del don de consejo
  le permite encontrar rápidamente la respuesta justa o la acción apropiada. Los dones del
  Espíritu Santo, al prestar al hombre una elevada afinidad con Dios, le
  capacitan para obedecer, rápida y voluntariamente, las iniciativas divinas,
  incluso en acciones difíciles  y heroicas. La fuerte
  acentuación de la actividad de Dios en toda acción humana no significa la
  aminoración de la actividad del hombre; la acción humana fundada en Dios, que
  es la acción personal y personificada, participa en la movilidad de la
  actividad divina y logra así una vida, que la criatura no puede tener de por
  sí. Claro que esta actividad de Dios no debe confundirse con el ejercicio
  externo; existe también en la concentración trabajosa de todas las fuerzas,
  que ocurre en la intimidad y silencio, por ejemplo, en la contemplación
  mística. El cielo representa la suma actividad de Dios. Podemos decir que el máximum de actividad divina requiere un máximum de actividad humana. 3. Por lo que se
  refiere a la realidad y a la naturaleza de los siete dones, hay que decir que
  los Santos Padres están de acuerdo en admitir su existencia, discrepando, en
  cambio, sobre el número y naturaleza. La creencia de que son siete los dones,
  formóse a lo largo de  El afirmar que sean
  siete los dones del Espíritu se funda en ls. 11, 2,
  en donde se habla de que sobre el Mesías futuro descansará el Espíritu:
  "Sobre el que reposará el espíritu de Yavé,
  espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo y de fortaleza,
  espíritu de entendimiento y de amor de Yavé"
  (Vulgata; en el texto original falta el don de piedad). Como Cristo posee
  todas las riquezas sobrenaturales del Espíritu en cuanto cabeza de  IL. LOS DONES EN
  PARTICULAR  4. Se acostumbra a
  dividir los dones en dones del entendimiento y dones de la voluntad; eso no
  supone que los unos estén separados de los otros; tampoco lo están el entendimiento
  y la voluntad. Quien obra siempre es todo el hombre sobrenaturalmente
  transformado y unas veces predomina la razón iluminada por Dios y otras la
  voluntad inflamada por El. Siempre actúan todos los dones, pero el acento
  recae sobre alguno en concreto. Lo que distinguimos cuidadosamente en
  nuestros conceptos, para facilitar la comprensión y el estudio, está en la
  realidad unido. LOS CUATRO DONES DEL
  ENTENDIMIENTO SON: DON DE ENTENDIMIENTO, DON DE SABIDURÍA, DON DE CIENCIA Y
  DON DE CONSEJO. a) Entendemos por
  don de entendimiento la disposición creada por Dios e infundida en el hombre
  que está en gracia para oír, entender y captar, clara y profundamente,  Porque Dios, que
  dijo: "Brille la luz del seno de las tinieblas", es el que ha hecho
  brillar la luz en nuestros corazones, para que demos a conocer la ciencia de
  la gloria de Dios en el rostro de Cristo" (Il
  Cor. 4, 3-6). B) EL DON DE
  SABIDURÍA es el más comentado y testificado en  Sobre estos
  testimonios revelados construye Santo Tomás su explicación del don de la
  sabiduría; capacita a los hombres para entender y valorar todas las cosas
  desde Dios y para amar la realidad como Dios la ama, sin esfuerzo y a
  consecuencia de una viva confianza en Dios. Dice en  La auténtica ciencia
  se convierte así en sabiduría: la ciencia teológica, sobre todo, es sabiduría
  (Eph. 1, 17). EI DON DE SABIDURÍA
  es el fundamento de la contemplación mística. La sabiduría se funda en el
  amor y desemboca en el amor, no es sólo un proceso intelectual, sino que es
  amor y conocimiento, amor contemplativo y contemplación amorosa. La
  contemplación en que se realiza el don de la sabiduría no es visión inmediata
  de Dios en esta vida (prescindiendo del estado pasajero del éxtasis), sino un
  hacerse conscientes de Dios, una experiencia de El. La sabiduría de
  Dios, la valoración y estimación de las cosas con los ojos de Dios parece
  locura al pensamiento intramundano, y viceversa: la
  sabiduría del mundo es locura a los ojos de Dios. El don de la sabiduría
  capacita para reconocer como locura la sabiduría del mundo y para reconocer
  como sabiduría verdadera la sabiduría de  C) EL DON DE  D) EL DON DE CONSEJO
  nos capacita para oír la voz de Dios en las situaciones difíciles de la vida,
  para encontrar la justa decisión, pronunciar la palabra justa y obrar
  rectamente (Mt. 10, 19-20). Los dones de la
  voluntad son tres: don de piedad, don de fortaleza y don de temor de Dios. E) EL DON DE PIEDAD
  nos capacita para amar y respetar a Dios como padre, incluso en los dolores y
  tribulaciones. Es un misterio inefable del amor divino, que podamos llamar
  padre a Dios; es el misterio del amor que abarca todos los demás misterios.
  "Padre nuestro..." Esta es la voz de la libertad y llena de
  confianza, dice el Sacramental Gelasiano. El don de piedad se
  ordena a que nos presentemos ante Dios con actitud y sentimientos de hijos y
  a que no perdamos esa postura, aunque Dios nos pruebe y nos envíe dolores. A la
  vez hace que abarquemos con nuestro amor a nuestros prójimos, que veamos en
  ellos hermanos y hermanas y que superemos rápidamente cualquier aversión a
  nuestros semejantes. F) EL DON DE
  FORTALEZA es una elevación de la virtud moral de la fortaleza y hace que el
  hombre se mantengas en las mayores dificultades y horrores y que esté en
  último caso dispuesto a perecer para conservar su estado de cristiano
  (martirio), siempre que no haya otra posibilidad de conservar ese estado y no
  se pueda dar otro testimonio de Cristo. Otro modo invisible, pero no menos
  real, de fortaleza realiza el místico, que se entrega totalmente a la
  protección de Dios y se ofrece voluntario a recorrer todos los caminos del
  dolor, que el amor de Dios prepara al místico y que suelen ser llamados
  purgatorio de la tierra. Santa Teresa de Jesús dice que la fortaleza es una
  de las condiciones fundamentales de la perfección.  G) EL DON DEL TEMOR
  DE DIOS capacita para vivir en actitud de veneración, es decir, en la actitud
  del amor temeroso y del temor amoroso a Dios. Lo que el hombre teme en este
  don no es tanto a Dios, en quien ha puesto su esperanza, cuanto su propia
  debilidad.  La actitud de
  veneración ante Dios da también la justa postura ante los hombres y cosas que
  Dios nos pone en nuestro camino. En todos los hombres y cosas nos sale al
  paso el Dios del silencio. 5. En estrecha
  relación con los siete dones del Espíritu Santo están las ocho
  bienaventuranzas y los frutos del Espíritu Santo, que también son partes
  constitutivas de la vida divina. Las ocho
  bienaventuranzas (Mt. 5, 3-12; Lc. 6, 20-26), los pobres en eI Espíritu Santo, los que lloran y están tristes en el
  Espíritu Santo, los que se someten a las tribulaciones de Dios, los que
  tienen hambre de justicia, los misericordiosos, los rectos y sinceros, los
  pacíficos, los perseguidos por amor a la justicia se explican como actitudes
  ético-religiosas del hombre unido con Cristo -y a través de El con Dios
  trino- y que, por tanto, tiene cualidades especiales. El hombre defiende y
  conserva su estado de cristiano concentrando todas sus fuerzas, y así se
  aumenta la seguridad de su actitud cristiana perfecta. Tales modos de
  conducta sólo son posibles desde la nueva situación creada por Cristo. El
  hombre no incorporado a Cristo, el hombre no transformado jamás podrá
  entender las actitudes mentadas en las bienaventuranzas. Se llaman
  bienaventuranzas porque Cristo mismo las llamó caminos hacia la felicidad y
  porque son la fuente de la alegría espiritual, porque son signo de elección y
  dan a los que las poseen una confiada esperanza en la felicidad, es decir, en
  el reino de Dios. San Pablo en su
  Epístola a los Gálatas dice que el fruto del Espíritu Santo es:
  "Caridad, gozo, paz, longanimidad, afabilidad, bondad, fe, mansedumbre,
  templanza" (Gal. 5, 22). El texto griego no habla de frutos, sino de
  fruto del Espíritu Santo. SCHMAUSTEOLOGIA
  DOGMATICA V RIALP MADRID 1959 Págs. 221-227  | 
 
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   Pedro
  Sergio Antonio Donoso Brant  |