Domingo IV de Pascua o del Buen Pastor

P. Eduardo Sanz de Miguel, o.c.d.

 

La segunda lectura de la Misa del día dice: “El Cordero será su Pastor” (Ap 7,17). Es una afirmación sorprendente, que nos ayuda a comprender algo del misterio de Jesucristo. Él es el Buen Pastor, que comprende los sufrimientos de las ovejas y entrega su vida por ellas, porque primero se ha hecho Él mismo oveja, porque conoce su situación desde dentro, porque ha cargado sobre sus espaldas el sufrimiento de sus compañeras. Por eso, la Carta a los Hebreos dice que “precisamente porque nuestro Sumo Sacerdote fue sometido al sufrimiento y a la prueba, puede socorrer ahora a los que están bajo la prueba” (Heb 2,18).

En el Antiguo Testamento, la antigua alianza se selló con la sangre de un cordero. Podemos recordar la historia del Éxodo: Los israelitas sacrificaron un cordero y marcaron con su sangre las puertas de sus casas; el ángel exterminador pasó sobre Egipto, castigando a los culpables (los egipcios) y librando de la esclavitud a los inocentes (los israelitas). En el Sinaí, cuando Dios entregó las tablas de la Ley (los diez mandamientos) a Moisés, éste sacrificó un cordero. Derramó una parte de la sangre sobre el altar y otra sobre el pueblo, en forma de aspersión. De esta manera, el pueblo y Dios quedaban unidos por la sangre del cordero. Cada año, la Pascua se renovaba con el sacrificio de un cordero por familia, cuya sangre era derramada sobre el altar del templo de Jerusalén. Y cada año, al llegar la fiesta del Yom-Kipur o de la Expiación, un representante de cada familia colocaba su mano derecha sobre un cordero, confesando las culpas de su familia. Después de que todos habían hecho el mismo gesto, el cordero era abandonado en el desierto, con la confianza de que los pecados de los israelitas se fueran con él.

Al llegar la plenitud de los tiempos, Dios nos envió a su propio Hijo (Gal 4,4), que se hizo en todo igual a nosotros, menos en el pecado (Heb 4,15). San Juan bautista lo señaló como “el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Jn 1,29), haciendo referencia a lo que hemos visto del Antiguo Testamento. También el Apocalipsis habla de Jesús como “el Cordero que fue degollado, pero ahora está de pie sobre el trono” (Ap 5,6). Este Cordero inmaculado, que ha dado la vida por nosotros, es ahora “el gran Pastor de las ovejas” (Heb 13,20), “nuestro Pastor y Guardián” (1Pe 2,25), “el Supremo Pastor” (1Pe 5,4), que nos habla al corazón y nos dice: “No temas, mi pequeño rebaño, porque vuestro Padre ha querido daros el Reino” (Lc 12,32).

S. Juan de la Cruz, en un bellísimo poema titulado El Pastorcico, presenta a Jesucristo como un gran rey, que se enamora de una pequeña pastora (tú, yo, cada ser humano). Por amor a ella, deja su patria, sus riquezas, sus seguridades, y se hace Él mismo un pobre pastor, como ella, para enamorarla. No le importan los sufrimientos que le causa el amor: la pobreza, las incomodidades, los sufrimientos o la misma muerte. Sus verdaderos sufrimientos son provocados por el rechazo de aquella que tanto ama. Finalmente, extiende sus brazos en el árbol de la Cruz, donde muere de amor, entregando voluntariamente su vida por su amada. Que este texto nos haga reflexionar y suscite en nosotros amor y agradecimiento hacia aquel que nos ama “hasta el extremo” (Jn 13,1).

 

Un Pastorcico solo está penado

ajeno de placer y de contento

y en su pastora ha puesto el pensamiento,

el pecho, del amor, muy lastimado.

 

No llora por haberle amor llagado,

que no le pena verse así afligido

-aunque en el corazón está herido-

más llora por pensar que está olvidado.

 

Que sólo de pensar que está olvidado

de su bella pastora, con gran pena,

se deja maltratar en tierra ajena,

el pecho del amor muy lastimado.

 

Y dice el Pastorcico: ¡Ay, desdichado

de aquél que de mi amor ha hecho ausencia

y no quiere gozar la mi presencia!

Y el pecho, del amor muy lastimado.

 

Y a cabo de un gran rato se ha encumbrado

sobre un árbol do abrió sus brazos bellos

y muerto se ha quedado, asido dellos,

el pecho, del amor, muy lastimado.

(S. Juan de la Cruz)

Os invito a ver este precioso video sobre el Buen Pastor, contado a los niños: http://www.youtube.com/watch?v=bhpToJ4FCbg&feature=related

Tradicionalmente, en este IV domingo de Pascua, o del Buen Pastor, se celebra una jornada de oración por los pastores de la Iglesia y por las vocaciones. Ayer tuvimos en mi comunidad un encuentro de oración, con exposición del Santísimo Sacramento, meditaciones, cantos, lectura de textos del Papa Benedicto XVI y letanías al Sagrado Corazón. Pedimos perdón por los pecados de los malos pastores, oramos por el Papa y por la Iglesia y suplicamos al Señor que suscite pastores según su corazón.

Ya en el Antiguo Testamento, los profetas dijeron palabras muy duras contra los pastores que buscan su bienestar y usan de las ovejas para su propio provecho. Durante siglos, en las representaciones artísticas del Juicio Final se colocaba a algunos Papas, obispos, religiosos, reyes y nobles entre los condenados del infierno (se pueden ver en todos los retablos que recogen la escena). Las actuaciones indignas de algunos eclesiásticos, que tanto dan que hablar en nuestros días a los medios de comunicación, nos duelen y nos avergüenzan, pero no deberían sorprendernos. A pesar de que la Biblia nos invita a la vigilancia, en cada generación, algunos cristianos se dejan arrastrar por “la concupiscencia de la carne, la codicia de los ojos y el orgullo de la vida” (1Jn 2,16). Cuando el ser humano se deja arrastrar por sus apetitos desordenados es capaz de hacer cosas terribles, sin pensar en los grandes sufrimientos que sus actos provocan en víctimas inocentes.

Los terribles delitos de unos (que han causado tanto mal) y los graves errores de otros (que no han sabido reaccionar correctamente) no deberían servir para convertirnos en murmuradores, sino para hacernos más humildes y vigilantes, más conscientes de la fragilidad humana y para usar mejor de los medios que Dios nos ofrece para mantenernos con corazón íntegro en su servicio (principalmente la oración y los sacramentos), recordando las palabras del Señor: “velad y orad, para no caer en tentación, porque el espíritu es decidido, pero la carne es débil” (Mt 26,41).

Que Jesús, el Buen Pastor, que “ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido” (Lc 19,10), tenga piedad de nosotros y nos conceda su paz. Amén.

   P. Eduardo Sanz de Miguel, o.c.d.

   24-04-2010.

 

 

Caminando con Jesus

Pedro Sergio Antonio Donoso Brant

www.caminando-con-jesus.org