29-01-2012. Domingo IV del Tiempo Ordinario, ciclo b

P. Eduardo Sanz de Miguel, o.c.d.

 

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Las fiestas de Navidad terminaron con la celebración del bautismo de Jesús, que supuso el final de su vida escondida y el inicio de su vida pública. El domingo siguiente (II del Tiempo Ordinario), el evangelio nos habló de algunos discípulos de Jesús (y yo os mandé unas reflexiones sobre la vocación). El domingo III del Tiempo Ordinario (la semana pasada), el evangelio hablaba de la actividad de Jesús, que era –ante todo– un predicador, que anunciaba la llegada del reino de Dios (os mandé una reflexión sobre ese tema). Hoy el evangelio habla de otra actividad de Jesús, también importantísima, sobre la que vamos a reflexionar: La victoria sobre el mal.

En nuestros días, no está de moda hablar del demonio. Incluso, muchas veces, en los estudios sobre Jesús se pasa por alto este tema. Y, sin embargo, los evangelios testimonian abundantemente la oposición del diablo a la actividad de Jesús y la victoria de Jesús sobre el maligno. Los episodios de exorcismos son demasiado numerosos como para ignorarlos.

¿Quién es el demonio? En el Antiguo Testamento, los términos Satanás, demonio o diablo aparecen raramente. En el libro de Job, por ejemplo, aún no está clara su identidad, pero Satanás se manifiesta como el acusador del hombre ante Dios. Por eso, más tarde, el Apocalipsis lo presentará como «el acusador de nuestros hermanos, el que los acusaba día y noche ante nuestro Dios» (Ap 12,10). En realidad, acusando al hombre, pretende ofender a Dios. Le dice que esa criatura, que Él ha formado a su imagen y semejanza, en la que ha depositado su amor, es una criatura miserable; que se ha equivocado al hacerla y al confiar en ella. Para demostrar su tesis, despoja a Job de sus bienes y de su salud, esperando que así se rebele contra Dios, aunque falla en su propósito. A su manera, este libro ya testimonia que el poder del diablo no es absoluto y que puede ser vencido.

El misterio del maligno se fue clarificando progresivamente, especialmente a la luz de dos relatos: la tentación de los primeros padres (Gen 3) y cuando se afirma que la muerte entró en el mundo por la envidia del diablo (Sab 2,23-24). En tiempos de Jesús, todos creían en ellos y en que causaban daño a los hombres. Incluso les hacían responsables de las enfermedades y de otras desgracias. El Catecismo (nn. 391-395) lo presenta así: «Detrás de la elección desobediente de nuestros primeros padres se halla una voz seductora, opuesta a Dios (cf. Gen 3,1-5) que, por envidia, los hace caer en la muerte (cf. Sab 2,24). La Escritura y la Tradición de la Iglesia ven en este ser un ángel caído, llamado Satán o diablo […] La Escritura habla de un pecado de estos ángeles (2Pe 2,4). Esta “caída” consiste en la elección libre de estos espíritus creados que rechazaron radical e irrevocablemente a Dios y su reino […] La Escritura atestigua la influencia nefasta de aquel a quien Jesús llama “homicida desde el principio” (Jn 8,44) y que incluso intentó apartarlo de la misión recibida del Padre (cf. Mt 4,1-11) […] Sin embargo, el poder de Satán no es infinito. No es más que una criatura, poderosa por el hecho de ser espíritu puro, pero siempre criatura: no puede impedir la edificación del reino de Dios».

En el Nuevo Testamento, las referencias al demonio van siempre unidas a la persona y actividad de Jesucristo, como representantes de dos mundos totalmente distintos; con la certeza de que donde está el uno no hay sitio para el otro. Por supuesto, el más fuerte de los dos es Jesús, que lo vence y expulsa.

Al respecto, es muy significativa la curación del endemoniado de Gerasa. El acontecimiento tiene lugar fuera del territorio de Israel. Jesús expulsa los demonios de un pagano que vivía en el cementerio, incapacitado para relacionarse con los demás y haciéndose daño a sí mismo (imagen de los que viven alejados del Dios verdadero), los envía a la morada más humillante para un judío (a los cerdos, considerados animales inmundos, que causaban en los judíos la misma sensación de asco que las ratas entre nosotros. De hecho, la mayor humillación del hijo pródigo es que terminó en un país extranjero, cuidando cerdos, una vez que se alejó de su padre. Cuando comprendió su triste situación, se decidió a regresar a su tierra, a la casa paterna) y los hace precipitarse en el abismo, acabando con ellos (Mc 5,1-20).

El mismo Jesús explica que su victoria sobre el mal es la manifestación de la llegada del reino de Dios: «Si expulso los demonios con el poder de Dios, es que ha llegado a vosotros el reino de Dios» (Mt 12,22-28). San Pablo cantará gozosamente: «Si Jesús ha vencido al mal, ¿quién nos puede separar del amor de Dios? Nada ni nadie» (cf. Rom 8,31-35). El Catecismo (n. 550) reflexiona así sobre el tema: «La venida del reino de Dios es la derrota del reino de Satanás (cf. Mt 12,26): “Si por el Espíritu de Dios expulso yo los demonios, es que ha llegado a vosotros el reino de Dios” (Mt 12,28). Los exorcismos de Jesús liberan a los hombres del dominio de los demonios (cf. Lc 8,26-39). Anticipan la gran victoria de Jesús sobre “el príncipe de este mundo” (Jn 12,31). Por la cruz de Cristo será definitivamente establecido el reino de Dios: “Dios reinó desde el madero de la cruz”, [Venancio Fortunato, Himno Vexilla Regis])».

P. Eduardo Sanz de Miguel, o.c.d.
C/ San Juan de la Cruz, 2

Apartado 96

12530-Burriana (Castellón)

P. EDO. SANZ DE MIGUEL, OCD.

 

 

Caminando con Jesús

Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds

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