El profeta Elías en la Biblia y en la tradición judía

P. Eduardo Sanz de Miguel, o.c.d.

  

Formación carmelitana, 2

La semana pasada tuvimos ocasión de estudiar el tema 1: El Monte Carmelo en la biblia y en la tradición. Hablamos del simbolismo de este lugar bíblico, que se convierte en clave de lectura de las relaciones de Dios con los hombres: Él ha creado un jardín para nosotros (Carmelo significa «Jardín de Dios»). Por su misericordia, el jardín florece y nos ofrece sus frutos. Por causa del pecado del hombre, el jardín se marchita. El Carmelo florecido es también imagen de la misericordia de Dios, más fuerte que el pecado de los hombres, que hace que resurja la vida donde antes reinaba la muerte y que da su belleza a la esposa (la Iglesia y cada alma), llamada a florecer con la gracia de Cristo. Hoy hablaremos del más ilustre de los antiguos moradores del Carmelo. El tema es algo largo, pero creo que merece la pena.

 

Imágenes integradas 1

 

El profeta Elías en la Biblia y en la tradición judía

«Elías el profeta, Elías tesbita, Elías de Galaad: ven pronto, en nuestros días, junto con el Mesías, el Hijo de David» (Himno hebreo para cerrar la Havdaláh, como clausura del Shabat).

1.           El ciclo de Elías (1Re 17 - 2Re 2)

La Sagrada Escritura afirma que el profeta nació en la Transjordania (la Jordania actual), hacia el 900 a.C. Por entonces los hebreos estaban divididos entre sí y formaban dos pueblos independientes e incluso enfrentados entre sí. El reino de Israel, que reunía 9 tribus y media y tenía la capital en Samaría, era mucho más importante que el de Judá, que reunía solo 2 tribus y media y tenía la capital en Jerusalén. El rey Omrí construyó un suntuoso palacio en Samaría y estableció alianzas comerciales, militares y matrimoniales con los pueblos vecinos, especialmente con los fenicios y los asirios. Casó a Ajab, su hijo y heredero, con Jezabel, hija del rey-sacerdote de Tiro y Sidón, Itobaal. Jezabel llevó a su nueva casa las costumbres y las divinidades de sus antepasados.

La reina quería que su esposo gobernara en Israel como hacía su padre en Tiro. Por eso animó a Ajab a manifestar su autoridad sobre el pueblo, adornando su palacio con marfiles, fortificando ciudades (1Re 22,39) y adquiriendo para sí los mejores terrenos del reino. Un acontecimiento ilustra perfectamente las distintas mentalidades que caracterizaban a los fenicios y a los israelitas de la época. Con el fin de ampliar su palacio, Ajab quería comprar a Nabot una viña que este último había heredado de sus antepasados. Cuando el rey fracasa en su intento, Jezabel levanta una calumnia contra Nabot y lo condena a muerte en un juicio amañado, confiscando sus bienes y entregándoselos a su marido (1Re 21). Entre los fenicios, el rey podía disponer de las tierras y de los edificios de sus súbditos; pero en Israel la tierra se consideraba un don de Dios, que pasaba de padres a hijos y permanecía siempre en la familia. Además, los profetas fenicios estaban al servicio del rey, del que recibían un sueldo. Sus oráculos tenían que dirigirse a ayudarle en sus tareas de gobierno. Por el contrario, los profetas de Israel estaban al servicio de Dios y siempre denunciaban los pecados del pueblo y condenaban sus injusticias, recordándoles que la Ley de Dios está por encima de las leyes humanas y de los intereses de los poderosos. Los profetas de Israel recuerdan continuamente a los reyes que no son dueños de sus súbditos, y mucho menos de Dios, sino meros servidores. Para evitar la oposición de los profetas de Yhwh, Jezabel se decide a matarlos. Solo se salvan algunos, porque el mayordomo del rey, Abdías, los esconde en cuevas y los alimenta.

Mientras tanto, en Samaría Jezabel construye altares en honor de los dioses de su patria, especialmente de Baal Melkart, patrón de Tiro (que era invocado con distintos nombres en los varios santuarios en su honor, por eso a veces se habla al plural de los Baales) y de Azar Yam (Asera, antigua divinidad cananea de la fecundidad, que también recibía nombres distintos en cada santuario, por lo que a veces se habla de las Astartés). También hace llegar sacerdotes y profetas desde su tierra para que atiendan el culto y la ayuden como consejeros. Pronto se extiende entre los nobles y el pueblo la atracción por los dioses fenicios. Baal era el dios de la fertilidad, del sexo, de la muerte y de la sangre, con hermosos templos llenos de esculturas y atractivas prostitutas sagradas, con las que los fieles se acostaban en los santuarios para pedir la lluvia y la fecundidad para sus esposas, campos y ganados (era la práctica de la hierogamia, muy común en varios pueblos primitivos). Mucho más atractivo que el Dios de Moisés y la austera religión yahvista, basada en el cumplimiento del decálogo y de los demás preceptos de la Alianza, con unos principios morales muchos más exigentes.

En cierto momento, Elías entra en escena. No se habla de su familia ni de su infancia. Como salido de la nada, se presenta ante el rey y le anuncia una gran sequía, que demostrará que los cultos a Baal son ineficaces, ya que Yhwh es el único que puede enviar la lluvia: «Elías dijo a Ajab: ¡Vive el Señor, Dios de Israel, en cuya presencia estoy! En estos años no caerá lluvia ni rocío hasta que yo lo mande» (1Re 17,1).

Su nombre es muy significativo, ya que Èl-iYahu significa «Yhwh es mi Dios». Posiblemente, ese no fuera su nombre original, sino el que él se puso a sí mismo o recibió de Dios para realizar su misión. Elías no adora a Baal ni cree en su poder. Solo reconoce a Yhwh, al que confiesa poderoso para dar la lluvia y para retirarla. Sin padre ni madre, sin esposa ni hijos, sin morada fija, vive totalmente consagrado al servicio de Yhwh. Viste una túnica de pieles ceñida con un cinturón de cuero y se alimenta de los frutos del bosque, como los nazireos (como hará Juan Bautista más tarde). De momento, Elías denuncia los pecados del rey, de los nobles y del pueblo, anuncia una gran sequía como castigo y huye, para esconderse en su región natal, junto al torrente Carit (o Querit), adonde un cuervo le lleva cada día la comida. Elías vive mucho tiempo escondido en una cueva, en soledad y silencio, mientras el rey y sus lacayos lo buscan para matarlo. Más tarde marchó a Sarepta, ciudad fenicia, patria de Baal (y de la reina Jezabel), adonde nadie se le ocurrirá buscarlo. Una mujer se fía de él y lo acoge en su casa, poniéndose a su servicio. No deja de ser significativo que una pobre viuda fenicia lo reciba con fe, mientras que los poderosos de Israel, guiados por una reina también fenicia, lo persiguen. Durante su estancia en Sarepta, se multiplica cada día el aceite y la harina, para que no pasen hambre. Cuando fallece el hijo de la viuda, Elías ora a Yhwh y lo resucita.

2.           El sacrificio en el Monte Carmelo

Pasados tres años y medio de sequía, Elías se presenta de nuevo ante el rey, obedeciendo una orden de Yhwh. Al verle, Ajab exclama: «¿Eres tú, ruina de Israel?». Elías no se deja intimidar y responde con autoridad, despreciando al rey y dándole órdenes: «No arruino yo a Israel, sino tú y tu familia, porque habéis abandonado la ley de Yhwh y servís a los Baales. Pero ahora congrégame todo Israel en el Monte Carmelo, y también a los 450 profetas de Baal y a los 400 profetas de Asera que comen a la mesa de Jezabel». Posiblemente, Elías se hizo presente sobre el Monte Carmelo en un día de fiesta en honor de los Baales, cuando los varones miembros de la corte y del pueblo peregrinaban a los santuarios para ofrecer sus sacrificios y acostarse con las sacerdotisas de las Astartés, que practicaban la prostitución sagrada. Esto explica que rápidamente se reúnan todos en torno al profeta y que no esté presente la reina en el encuentro. Elías está dispuesto a enfrentarse al rey, a sus nobles, a su ejército y a los profetas de los dioses falsos, en un duelo que será decisivo para toda la historia posterior del pueblo de Dios.

En el lugar indicado, en la cima del monte (lugar que la tradición posterior ha llamado Mu-Hra-Ka, «el sacrificio») se reúnen los sacerdotes de Baal y los representantes de Israel (el rey y los nobles), así como la gente sencilla. Hasta entonces, los israelitas (como los otros pueblos) habían creído en la existencia de muchos dioses. Para ellos el Dios familiar era Yhwh, el Dios de Abrahán, Isaac y Jacob, el que se manifestó a Moisés e hizo salir a sus antepasados de la esclavitud de Egipto. Por la Alianza del Sinaí se habían comprometido a dar culto únicamente a Yhwh y a no adorar a los otros dioses. Pero Elías no intenta demostrar que Yhwh es más fuerte que los otros dioses, tal como interpretaron los judíos al salir de Egipto. Ahora estamos ante un paso gigante en la historia de la conciencia religiosa de la humanidad. Por primera vez, Elías afirma que Yhwh es el único Dios, que los otros dioses no son nada, no tienen ningún poder porque no existen, son invenciones humanas. Si tenemos esto en cuenta, la importancia de este episodio sobre el Carmelo es absolutamente excepcional.

Cuando el pueblo está reunido, Elías expone la situación: los santuarios de Yhwh han sido destruidos y en su lugar se han erigido lugares de culto en honor de los dioses extranjeros. Los profetas de Yhwh han sido asesinados, por lo que él está solo para defender a Yhwh, mientras que los sacerdotes de los Baales son muchos y cuentan con la protección de la reina y la simpatía del pueblo: «¿Hasta cuándo cojearéis de los dos pies? Si Yhwh es Dios, seguidle; si lo es Baal, seguidle a él. El pueblo no respondió palabra. Dijo Elías: Soy el único profeta de Yhwh que queda, mientras que los profetas de Baal son 450». A pesar de su situación de clara inferioridad, no se asusta y lanza un reto: «Que nos traigan dos novillos: que escojan ellos uno, lo despedacen, lo coloquen sobre la leña sin aplicar fuego; yo prepararé el otro sobre la leña sin aplicar fuego. Invocad después el nombre de vuestro dios, yo invocaré el nombre de Yhwh. Y el dios que conteste con fuego, ese es Dios. El pueblo respondió: Está bien». Los profetas de Baal prepararon el novillo y oraron a su dios, pero no consiguieron hacer descender fuego del cielo. Elías se burla de ellos: «Gritad con fuerza. Quizás vuestro dios esté ocupado en otra cosa, o de viaje, o durmiendo…». Posteriormente, reconstruye el altar de Yhwh, que había sido destruido, prepara el novillo, ora con plena confianza y hace bajar un rayo del cielo que consume la víctima y el altar. «El pueblo lo vio y cayó rostro a tierra diciendo: Yhwh es el Dios verdadero, Yhwh es el Dios verdadero. Y dijo Elías: Prended a los profetas de Baal, que no se salve ni uno; y los prendieron. Elías los bajó al torrente Quijón y los mató allí». Hoy nos puede parecer una acción demasiado violenta, pero no olvidemos que aún faltaban 850 años para el nacimiento de Jesucristo y que la ley de Talión exigía acabar con los asesinos de los profetas de Yhwh. Más aún, estos hombres empujaban al pueblo a la infidelidad y a la idolatría. Para este delito religioso, la ley de Moisés también pedía la muerte. En aquellos momentos, Elías no podía hacer otra cosa.

3.           La nubecilla y la lluvia

Una vez que el pueblo se convirtió y los falsos profetas fueron eliminados, Elías oró a Yhwh para que descendiera la lluvia sobre la tierra reseca. Para ello, se aparta de la muchedumbre y se retira con su criado a una cueva junto al mar (que la tradición musulmana ha llamado el-Khader –«el verdeante»– y la cristiana «escuela de los profetas»): «Elías se encorvó a tierra, la cabeza entre las rodillas, y dijo a su criado: “Sube, observa en dirección al mar”. Subió, observó y dijo: “No hay nada”. Elías añadió: “Vuelve siete veces”. A la séptima retornó diciendo: “Una nube pequeña como la palma de la mano se levanta del mar”. Dijo Elías: “Avisa a Ajab para que se vaya antes de que se lo impida la lluvia”. Y en esto se oscureció el cielo de nubes y viento, y cayó un aguacero». Elías oró con insistencia y confianza. El número 7 significa plenitud e indica la perseverancia y la pureza de la fe de Elías al orar. Al final, Dios envió un signo: una simple nubecilla, de la que brotó la lluvia que acabó con la sequía. Los Padres de la Iglesia y la tradición carmelitana vieron en la nubecilla una imagen de la Virgen María, pequeña y débil, pero que trajo la fecundidad a la tierra. Hasta hoy se lee este episodio en la misa del día de la Virgen del Carmen. En otra ocasión profundizaremos en el tema.

4.           Elías en el Sinaí

La reina Jezabel no se convierte ante los prodigios de Elías. Por el contrario, cuando se entera de la muerte de sus servidores, se decide a acabar con el profeta, le cueste lo que le cueste. Ajab y el pueblo no salen en su defensa y el profeta de fuego se siente desolado. Aparentemente, ni sus ayunos y oraciones en el desierto, ni su predicación, ni sus milagros han servido para nada. El pueblo que ayer lo aclamó, hoy se calla para no caer en desgracia ante la reina. En cierto momento la tristeza lo invade y cede a la depresión. Elías necesita una última purificación antes de alcanzar la plenitud. Sus esfuerzos heroicos y sus victorias podrían causarle vanidad, haciéndole creerse mejor que los otros, fiándose de sí mismo. La experiencia de su debilidad será para él la última y verdadera purificación, que lo dispondrá para encontrarse personalmente con Dios (san Juan de la Cruz hablará de la noche pasiva del espíritu, como purificación de nuestras ideas sobre Dios, siempre mayor de todo lo que podemos imaginar y experimentar). De momento, huye al desierto y se tumba bajo un arbusto, deseándose la muerte: «Elías deseó morir y dijo: Basta, Yhwh; toma mi alma, que no soy mejor que mis padres». Quizás sintió cansancio después de tanta tensión, quizás se avergonzó de haber huido ante las amenazas de la reina y de no haberse enfrentado a ella, quizás perdió la confianza en su pueblo, incapaz de mantenerse fiel, que se deja arrastrar por quien más grita en cada momento o quizás perdió la confianza en sí mismo, cansado de luchar él solo contra todos… El caso es que se sintió derrotado y se deseó la muerte.

Encontrándose en esta situación, un ángel del Señor despertó al profeta, lo confortó en su abatimiento, le ofreció pan y agua y le invitó a continuar caminando. ¿Hacia dónde? Hacia el Sinaí (llamado también el Horeb), el monte de la Alianza, el lugar donde Dios entregó a Moisés las tablas de la Ley. «Elías se alzó, comió y bebió, y con la fuerza de esa comida caminó cuarenta días y cuarenta noches, hasta el monte de Dios». ¿Cómo no recordar al pueblo de Israel, que anduvo cuarenta años por el desierto y Dios lo alimentó con pan del cielo (maná) y agua que brotó de la roca? Elías regresa al lugar de los orígenes, a las fuentes de la Alianza, a la experiencia primigenia de Israel. Su huida se convierte en una peregrinación.

En la cima del Monte Sinaí se introdujo en la misma cueva que habitó Moisés, donde Dios se reveló en la fuerza del huracán, del terremoto y del fuego. Elías confiaba en que se repitiera el acontecimiento, pero se equivocaba: «Vino un viento potente, impetuoso, que rompía montes y quebraba peñascos, y no estaba Yhwh en el viento. Tras el viento un terremoto, y no estaba Yhwh en el terremoto. Tras el terremoto un fuego, y no estaba Yhwh en el fuego». Dios no se revela a Elías en las fuerzas de la naturaleza, como él esperaba. Lo que en otro tiempo sirvió para Moisés ya no sirve para Elías, que se encuentra cada vez más desconcertado. Finalmente, «Se escuchó el rumor de una brisa suave». Elías descubrió la presencia de Yhwh en esta soledad escondida y silenciosa, en el silencio de la oración humilde y confiada (en «el silbo de los aires amorosos» y «la soledad sonora» de San Juan de la Cruz).

«Elías se cubrió el rostro con el manto, salió y se puso a la entrada de la gruta. La voz le dijo: “¿Qué haces aquí, Elías?”. Respondió: “Me consumo de celo por la causa del Señor, Dios Todopoderoso, porque los hijos de Israel te han abandonado, han derribado tus altares y han pasado a cuchillo a tus profetas; he quedado yo solo, y buscan mi vida para quitármela”. Dijo Yhwh: “Vete, regresa por tu camino y unge a Hazael como rey de Siria, a Yehú como rey de Israel, a Eliseo como profeta y sucesor tuyo. Al que escape de la espada de Hazael lo matará Yehú; al que escape de la mano de Yehú lo matará Eliseo; y perdonaré en Israel a siete mil que no doblaron sus rodillas ante Baal ni lo adoraron con sus bocas”».

Tal como él mismo confiesa, a Elías le consume el celo por la causa de Yhwh. Mucho más tarde, también Jesús dirá: «El celo de tu casa me devora» (Jn 2,17). Elías quiere defender la fe de Israel, salvar la Alianza, pero se siente solo, débil y confundido. No sabe qué hacer. Ya ha intentado todo lo que sabía y, aparentemente, no ha obtenido resultados. La respuesta de Dios lo conforta y le invita a mirar la realidad con otros ojos. No es Elías el que debe realizar la obra de Dios; él es solo un colaborador. Cuando él falte, Dios suscitará a otros que continúen su obra. Por eso le pide que unja un heredero suyo y nuevos reyes en Israel y Siria. Además, hay siete mil personas que no han sido infieles a Dios ni han adorado a los dioses falsos, aunque no hagan ruido ni Elías los conozca. 7 y 1.000 son números perfectos, que hacen referencia a un grupo significativo, aunque no se pueda especificar a cuántos y permanezcan desconocidos para la mayoría. La Alianza sobrevivirá en este «resto» fiel, que es el verdadero Israel. Después del encuentro personal con Dios, que le revela los secretos de su corazón, a Elías solo le queda cumplir lo que Dios le ordena, traspasar sus poderes a su sucesor y desaparecer. Está maduro para el rapto final.

Elías, en el monte Carmelo, había tratado de combatir el alejamiento de Dios con el fuego y con la espada, matando a los profetas de Baal. Pero, de ese modo no había podido restablecer la fe. En el Horeb debe aprender que Dios no está ni en el huracán, ni en el temblor de tierra ni en el fuego; Elías debe aprender a percibir el susurro de Dios y, así, a reconocer anticipadamente a aquel que ha vencido el pecado no con la fuerza, sino con su Pasión; a aquel que, con su sufrimiento, nos ha dado el poder del perdón. Este es el modo como Dios vence (Benedicto XVI, Homilía 15-05-2005).

5.           El carro de fuego

Se ha corrido una voz entre los hijos de los profetas (aquellos que se salvaron de la persecución de Jezabel) y se lo comunican al discípulo predilecto y sucesor: «Eliseo, ¿sabes que hoy se llevará Yhwh a tu señor?». Elías es consciente de que su misión termina e intenta despachar a su discípulo, pero este no lo consiente y responde: «Por Yhwh y por tu vida, que no te abandonaré». Un grupo de profetas los vio acercarse al Jordán, golpear las aguas con el manto enrollado y pasar a pie enjuto (como hizo Moisés en el Mar Rojo o como hizo Josué, cuando golpeó el Jordán con el bastón de Moisés). Quedaron solos, al otro lado, prontos para las últimas confidencias. «Eliseo, ¿qué quieres que haga por ti, antes de ser arrebatado?», dijo Elías. A lo que el discípulo respondió: «Dame dos tercios de tu espíritu». En aquella época, el heredero recibía dos tercios de las propiedades del padre. El resto se repartía entre la viuda y los demás hijos. Si Eliseo pide a Elías dos tercios de su espíritu, le está pidiendo ser su heredero, su sucesor. Eso no lo puede conceder Elías, sino Dios mismo, por lo que Elías le dice: «Si me ves en el rapto, lo obtendrás». Mientras iban caminando, un carro de fuego con caballos de fuego los separó, y Elías subió en un torbellino al cielo, ante la mirada atónita de Eliseo. Desde lo alto, Elías tiró su manto a Eliseo, que lo guardó como su mejor reliquia.

La ascensión de Elías es una escena misteriosa. Algunos (con consideraciones totalmente absurdas) querrían ver un ovni en el carro de fuego y un extraterrestre en Elías. Es mejor aceptar que no entendemos todas las imágenes de la Biblia, que su simbolismo es distinto del nuestro, que algunas páginas nos desbordan. De Moisés se dice que nadie conoce el lugar de su tumba (Dt 34,6). Si no conservamos sus restos es porque está vivo. De Elías se dice que fue arrebatado al cielo, como Enoc (Gn 5,24). Su final no es como el del resto de los mortales, porque su misión también es única e irrepetible. La tradición bíblica ha unido a estos dos personajes, y la meditación sobre su destino ha servido a los fieles para esperar en un destino glorioso (como el de ellos) después de la muerte.

6.           Elías en los escritos posteriores

La figura de Elías, su personalidad portentosa y la grandeza de su misión se hicieron tan populares, que impregnaron toda la conciencia de Israel, que lo venera como el más grande de los profetas y el prototipo de todos ellos. El profeta Elías no ha dejado de provocar la admiración y la reflexión de los miembros del pueblo de Israel, que lo invocan como salvador en las situaciones desesperadas, que esperan que volverá en el momento final para preparar la llegada del Mesías, que lo tienen presente en los distintos elementos de su folklore (tiene un trono en las sinagogas, donde se sienta a los niños recién circuncidados, se le prepara una copa con vino en la cena pascual, se le nombra en los cantos y tradiciones, en la oración conclusiva de cada sábado se pide a Dios que lo envíe pronto, etc.).

El libro de las Crónicas, centrado en torno al reino de Judá y al templo de Jerusalén, recoge una carta de Elías al rey Jorán, en la que denuncia sus pecados (2Crono 21,12-15). Malaquías anuncia la llegada del Mensajero que se manifestará el día de Yhwh y cuya revelación debe ser precedida por un regreso de Elías: «Recordad la ley de Moisés, mi siervo, los preceptos y mandatos para todo Israel que yo le encomendé en el monte Horeb. Y yo os enviaré al profeta Elías antes de que llegue el día del Señor, grande y terrible: reconciliará a los padres con sus hijos y volverá el corazón de los hijos hacia sus padres» (Mal 3,22ss). Es interesante que el último de los profetas menores, que cierra la sección de la Biblia dedicada a los profetas, indica que la misión de estos es recordar perennemente las exigencias de la Alianza, recogida en la Torá de Moisés, tal como hizo Elías, el más grande de los profetas, y que los engloba a todos. Como Elías fue el gran defensor de la Alianza con Yhwh y de la pureza de la fe sobre el Carmelo, lo seguirá siendo hasta el final. En la lista de los antepasados, con que se cierra el libro del Eclesiástico (Sirácide), el apartado dedicado a Elías pone de relieve la gran veneración que gozaba en la época en que se redactan los libros sapienciales:

«Apareció como un fuego el profeta Elías, cuya palabra quemaba como antorcha. Él atrajo el hambre sobre ellos y con su celo los diezmó. Por la palabra del Señor, cerró el cielo, y también hizo caer tres veces fuego de lo alto. ¡Qué glorioso te hiciste, Elías, con tus prodigios! ¿Quién puede compararse contigo? Tú despertaste a un hombre de la muerte y de la morada de los muertos, por la palabra de Altísimo. Tú precipitaste a reyes en la ruina y arrojaste de su lecho a hombres insignes; tú escuchaste un reproche en el Sinaí y en el Horeb una sentencia de condenación; tú ungiste reyes para ejercer la venganza y profetas para ser tus sucesores; tú fuiste arrebatado en un torbellino de fuego por un carro con caballos de fuego. De ti está escrito que en los castigos futuros aplacarás la ira antes que estalle, para hacer volver el corazón de los padres hacia los hijos y restablecer las tribus de Jacob. ¡Felices los que te vean antes de morir, pues tú los devolverás a la vida y volverán a vivir! Cuando Elías fue llevado en un torbellino, Eliseo quedó lleno de su espíritu…» (Eclo 48,1-12).

En los tiempos inmediatamente anteriores a la manifestación de Jesús, Elías es propuesto como ejemplo a seguir en la fidelidad a Yhwh: «Recordad las hazañas que hicieron nuestros antepasados en su tiempo […]. Elías fue arrebatado al cielo por su gran celo por la Ley» (1Mac 2,51ss).

La importancia de Elías fue creciendo en la literatura extrabíblica, que incluso recoge apócrifos suyos. Un texto de Qumrán (4QarP) presenta a Elías como el precursor del Mesías, cuyo camino debe preparar. En el s. II, San Justino recoge la mentalidad judía de la época: «Nosotros esperamos a un Cristo, que será un hombre entre los hombres, y a Elías, que tiene que ungirlo cuando venga. […] Pero como Elías no ha venido, pienso que tampoco él (Jesús) es el Cristo…» (Diálogo con Trifón, 49,1). En el Apocalipsis de Elías, Enoc y Elías entablan la lucha final contra el Anticristo y acaban con él. En el misticismo judío, él es quien introduce a los neófitos en la experiencia mística. En las escuelas talmúdicas, es el patrono de los estudiantes, guía en el conocimiento de la Torá y en la oración y, cuando surge una controversia insalvable, que no puede superarse con el recurso a una autoridad clara, se dice: «Se conservará así todo esto hasta la venida del profeta Elías» (Bekoroth 24a).

7.           Elías en tiempos de Jesús

El aprecio de Israel hacia Elías se recoge también en los textos del Nuevo Testamento. Los personajes del Antiguo más citados son Abrahán (80 veces), Moisés (73), David (59) y Elías (30). Varias veces se afirma que su espíritu se manifestó en Juan Bautista, el cual actuó: «con el espíritu y el poder de Elías, para convertir los corazones de los padres hacia los hijos» (Lc 1,17). A Jesús le preguntan si Él es Elías, a lo que responde que Elías ya ha venido en la persona de Juan. Pero el momento más importante de su manifestación es sobre el Monte Tabor, en el momento de la Transfiguración, cuando dialoga con Cristo junto a Moisés (Mt 17,1-8; Mc 9,2-8; Lc 9,28-36). Moisés y Elías representan «la Ley y los Profetas», que era la manera de nombrar la Biblia entera. Ambos dan un testimonio unánime de Cristo, lo que significa que todo el Antiguo Testamento habla de Él. Dios firmó su Alianza con Moisés sobre el Monte Sinaí. Elías estableció su validez y reveló su significado pleno sobre el Monte Carmelo. Cuando Cristo comienza su último camino hacia Jerusalén, para entregar su vida en el Monte Calvario, los dos se aparecen sobre el Monte Tabor, para dar testimonio de Cristo, el mediador de la definitiva Alianza, de la que la primera era solo anuncio y promesa. En el libro del Apocalipsis (11,3-12) se habla de los dos testigos, con poder de cerrar el cielo para que no llueva y de hacer bajar fuego del cielo, que sufrirán martirio en los tiempos últimos y serán glorificados después de tres días y medio. Las referencias al ciclo de Elías son innegables. Aunque no se dicen sus nombres, la tradición los identifica con Elías y Enoc.

Hay dos lemas que Elías repite en varias ocasiones y que, en el futuro, se van a convertir en la norma de vida de los Carmelitas: «Vive Dios, en cuya presencia estoy» y «Me consumo de celo por la causa del Señor Dios Todopoderoso». El primero iluminará toda la vida espiritual de los Carmelitas, deseosos de mantener siempre la presencia de Dios. El segundo será el motor de su actividad apostólica y se conserva hasta hoy en su escudo, en su versión latina (Zelo zelatus sum pro Domino Deo exercituum). De hecho, la Vulgata traducía la petición de Eliseo a Elías: «Dame dos tercios de tu espíritu» como: «Dame tu doble espíritu», el orante y el apostólico, que se veía reflejado en los dos lemas citados.

8.           Elías, modelo de oración según Benedicto XVI

En la historia religiosa del antiguo Israel tuvieron gran relevancia los profetas con su enseñanza y su predicación. Entre ellos surge la figura de Elías, suscitado por Dios para llevar al pueblo a la conversión. Su nombre significa «el Señor es mi Dios» y en consonancia con este nombre se desarrolla su vida, consagrada totalmente a suscitar en el pueblo el reconocimiento del Señor como único Dios. […] ¿Qué nos dice a nosotros esta historia del pasado? ¿Cuál es el presente de esta historia? Ante todo está en cuestión la prioridad del primer mandamiento: adorar solo a Dios. Donde Dios desaparece, el hombre cae en la esclavitud de idolatrías, como han mostrado, en nuestro tiempo, los regímenes totalitarios, y como muestran también diversas formas de nihilismo, que hacen al hombre dependiente de ídolos, de idolatrías; lo esclavizan. Segundo. El objetivo primario de la oración es la conversión: el fuego de Dios que transforma nuestro corazón y nos hace capaces de ver a Dios y así de vivir según Dios y de vivir para el otro. Y el tercer punto. Los Padres nos dicen que también esta historia de un profeta es profética, si —dicen— es sombra del futuro, del futuro Cristo; es un paso en el camino hacia Cristo. Y nos dicen que aquí vemos el verdadero fuego de Dios: el amor que guía al Señor hasta la cruz, hasta el don total de sí. La verdadera adoración de Dios, entonces, es darse a sí mismo a Dios y a los hombres, la verdadera adoración es el amor. Y la verdadera adoración de Dios no destruye, sino que renueva, transforma. Ciertamente, el fuego de Dios, el fuego del amor quema, transforma, purifica, pero precisamente así no destruye, sino que crea la verdad de nuestro ser, recrea nuestro corazón. Y así realmente vivos por la gracia del fuego del Espíritu Santo, del amor de Dios, somos adoradores en espíritu y en verdad (Audiencia general, 15-06-2011).

En internet hay numerosas versiones del canto hebreo que pide al profeta Elías que venga pronto y traiga con él al mesías (señal de su popularidad). Aquí recojo algunos:

http://www.youtube.com/watch?v=5tKUn6ytN2c&feature=fvwrel

http://www.youtube.com/watch?v=No5YoYeYJcU&feature=related

http://www.youtube.com/watch?v=Kp9sdwlI7mY&feature=related


P. Eduardo Sanz de Miguel, o.c.d.
Centro Interprovinciale ocd

Via Gaspare Spontini, 17

00198-ROMA

http://www.caminando-con-jesus.org/CARMELITA/ESDM/index.htm

P. EDO. SANZ DE MIGUEL, OCD.

 

 

Caminando con Jesús

Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds

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