Julio, mes del Carmen (2012)

P. Eduardo Sanz de Miguel, o.c.d.

 

El mes de julio es el mes carmelitano por excelencia: el día 4 se celebra la memoria de la beata María Crocifissa Curcio (fundadora de las Carmelitas Misioneras de Santa Teresa del Niño Jesús), el 9 la beata Juana Scopelli (monja carmelita del s. XV), el 12 los beatos Luis y Celia Martín (padres de santa Teresita), el 13 santa Teresa de Jesús de los Andes (carmelita descalza chilena, muerta a los 20 años en el monasterio de los Andes), el 16 la Virgen del Carmen, madre y hermosura de la Orden, el 17 las carmelitas mártires de Compiègne (víctimas de la persecución religiosa durante la revolución francesa), el 19 (fuera de Europa el 23) Nuestra Señora, madre de la divina gracia (antigua conclusión de la octava en honor de la Virgen del Carmen), el 20 el profeta Elías, el 24 las carmelitas descalzas mártires de Guadalajara y la beata María Mercedes Prat, de la Compañía de santa Teresa (víctimas de la persecución religiosa durante la segunda república española), el 27 el beato Tito Brandsma (víctima de la persecución anticatólica nazi en Holanda), el 28 (los o. carm lo celebran el 24) el beato Juan Soreth (carmelita del s. XV, fundador de las monjas carmelitas y del Carmelo Seglar, ya que otorgó el reconocimiento jurídico a unas y otros, como miembros de derecho de la familia carmelitana). Como podemos ver, este mes ofrece una buena ocasión para reflexionar sobre la identidad del Carmelo y su historia, marcada por la santidad de muchos de sus hijos e hijas.

El libro del Apocalipsis habla de «una muchedumbre inmensa, que nadie puede contar, de toda raza, lengua, pueblo y nación, que se encuentra ante el trono de Dios» (Ap 7,9ss). Los carmelitas somos una pequeña imagen de esa Iglesia del Cielo. Efectivamente, somos una familia compuesta por hombres y mujeres de distintas proveniencias y de todas las condiciones sociales y estados de vida: frailes, monjas contemplativas, ermitaños, religiosas de vida activa, miembros de institutos seculares, laicos consagrados en el Carmelo Seglar, pertenecientes a hermandades y cofradías carmelitanas y simpatizantes unidos afectivamente a la Orden. Todos somos carmelitas, aunque cada uno viva su pertenencia a esta Orden de manera distinta, según su condición peculiar y su estado de vida.

Los carmelitas de la antigua observancia (los “calzados”, o. carm.) son cerca de 1.000 monjas repartidas en 80 monasterios y unos 2.000 frailes en 329 conventos, además de varias congregaciones de religiosas de vida activa y de grupos de laicos afiliados.

Los carmelitas descalzos (o “teresianos”, o.c.d.) somos unos 4.000 frailes en 500 conventos, unas 13.000 monjas contemplativas en 900 monasterios, más de 60 congregaciones religiosas de vida activa afiliadas a la Orden, entre 30 y 40.000 miembros del Carmelo Seglar y otros grupos de laicos que comparten nuestra espiritualidad en distinta medida.

Nos puedes encontrar en los lugares más insospechados, como Irak, Egipto, Burkina Faso, Camerún, Japón, Australia... o a la vuelta de la esquina. Atendemos casas de oración, institutos de espiritualidad, editoriales, estaciones misioneras, damos clases, tenemos parroquias y colegios... Hay hermanos nuestros trabajando en congregaciones del Vaticano y en orfanatos de la India, en universidades europeas y en leproserías africanas. Tenemos presencias en grandes ciudades, como Dallas o París y en pequeños pueblos, como el Burgo de Osma (donde nací yo). Sin embargo, independientemente de dónde nos encontremos o de qué hagamos, se puede descubrir en nosotros un aire de familia que nos une y caracteriza, aunque algunas veces nuestro comportamiento no esté a la altura de nuestra vocación.

Reflexiones sobre el «carisma»

Antes de hablar del «carisma» del Carmelo (de su identidad) y de las peculiaridades propias del Carmelo descalzo, tenemos que decir unas palabras sobre lo que significa la palabra «carisma». Este término proviene del griego (charis) y hace referencia a algo que Dios regala a los seres humanos y que les provoca bienestar (puede ser un objeto o una capacidad). De la misma raíz vienen las palabras «gratis», «gratuito», «gracia», «gracioso» y «caridad». Estas palabras se refieren siempre a dones generosos por parte de Dios e inmerecidos por parte del hombre.

Los «carismas» en la Biblia. En el Antiguo Testamento algunos personajes reciben el Espíritu Santo que les capacita para realizar una misión a favor del pueblo (cf. Jue 11,29; 1Sam 11,26; etc.). En el Nuevo Testamento san Pedro utiliza el término una vez: «Cada uno ha recibido su don. Ponedlo al servicio de los demás, como buenos administradores de los carismas recibidos de Dios» (1Pe 4,10). San Pablo lo usa 16 veces para hablar de aquellas capacidades particulares que Dios reparte entre los creyentes para el bien de la comunidad y para la construcción de la Iglesia. Son manifestación de la única gracia que el Padre nos ofrece por Cristo en el Espíritu de manera generosa y gratuita y que se diversifica en cada persona.

San Pablo ofrece un tratado sobre los carismas y su significado en 1Cor 12-14: «Hay diversidad de carismas, pero un solo Espíritu. Hay diversidad de ministerios, pero un solo Señor. Hay diversidad de actividades, pero un solo Dios que las activa todas. A cada cual se le concede un don del espíritu para el bien común. Porque a uno el Espíritu lo capacita para hablar con sabiduría, mientras que a otro el mismo Espíritu le concede una doctrina superior».

En sus escritos, el apóstol de los gentiles llega a citar más de 20 carismas distintos: apostolado, diaconía, don de gobierno, poder de hacer milagros, capacidad para enseñar, sabiduría, ciencia, fe, curaciones, profecía, discernimiento de espíritus, don de lenguas, interpretación de lenguas, etc. Todos ellos son valorados positivamente: «No extingáis el Espíritu, no despreciéis las profecías; examinadlo todo y quedaos con lo bueno» (1Tes 5,19-21). Sin embargo, rechaza toda apropiación individual de estos dones. Quien quiere apropiarse de ellos los convierte en estériles y perjudiciales. Por eso interviene con su autoridad apostólica para discernirlos y encauzarlos al bien común. Todos los carismas que Dios regala, los da para el bien de toda la comunidad y la extensión de la Iglesia. Si no cumplen con estos cometidos es porque son falsos o están siendo mal utilizados. Todos son útiles, pero no imprescindibles. Dios puede suscitar unos u otros en cada momento.

Para san Pablo, el criterio último y definitivo que nunca puede faltar es la «caridad», la que de verdad impulsa el crecimiento continuo y ordenado de la Iglesia hasta la medida del hombre perfecto, que es Cristo. Los demás carismas pueden ser pasajeros o permanentes, normales o extraordinarios, pueden aparecer unos y desaparecer otros según las capacidades de los individuos y las necesidades de las personas, pero todos estamos llamados a vivir la plenitud del amor.

El «carisma» en la historia. San Pablo también introduce entre los «carismas» el celibato y el matrimonio (1Cor 7,7). Algunos Padres hablan de los carismas del exorcismo, del ayuno, de la continencia, del martirio, de la misericordia. Sin embargo, cada vez se utilizó la palabra en un sentido más restringido, llegando a reservarse para los dones extraordinarios: milagros y profecías, principalmente. Incluso se llegó a afirmar que los «carismas» fueron dones de Dios a la Iglesia primitiva, porque se estaba construyendo y necesitaba de esas ayudas; pero una vez que ya está establecida, no los necesita, por lo que habrían desaparecido. Algunos escritores afirmaban que Dios sigue repartiendo sus «dones y gracias» a todos y de una manera especial a los fundadores de órdenes religiosas, aunque sin utilizar el término «carisma».

El Vaticano II redescubrió el término con su sentido más original: Dios suscita una inmensa variedad de carismas en la Iglesia, que la enriquecen, embellecen y contribuyen positivamente a la construcción del único Cuerpo de Cristo. La Perfectae Caritatis invitó a los consagrados a que clarificaran el propio carisma congregacional, el que Dios regaló a la Iglesia por medio de sus fundadores, a veces oscurecido por añadidos o desviaciones posteriores: «Reconózcanse y manténganse fielmente el espíritu y propósitos de los propios fundadores [...]. Busquen un conocimiento genuino de su espíritu primero, de suerte que conservándolo fielmente al decidir las adaptaciones, la vida religiosa se vea purificada de elementos extraños y libre de lo anticuado».

El concilio habla del «espíritu de los fundadores». El primero que usa el término «carisma de los fundadores» es Pablo VI. Por su parte, Juan Pablo II invitó a los religiosos a vivir una «fidelidad creativa al carisma de los fundadores». En la Mutua Relationes escribe: «El carisma de los fundadores se revela como una experiencia del Espíritu, transmitida a los propios discípulos para ser por ellos vivida, custodiada, profundizada y desarrollada constantemente en sintonía con el cuerpo de Cristo en crecimiento perenne. Por eso la iglesia defiende y sostiene la índole propia de los diversos institutos».

El «carisma» del Carmelo

La Orden del Carmelo surgió en un tiempo y lugar determinados, con unos ideales concretos y unos elementos configuradores del carisma, que se plasmaron en la Regla de san Alberto y después se desarrollaron y enriquecieron a través de los siglos con la vivencia de los Carmelitas (frailes, monjas y seglares). En concreto, podemos subrayar cuatro elementos fundamentales del carisma carmelitano:

1. La fuerte dimensión contemplativa. El profeta Elías se retiró al monte para tener una experiencia del Dios vivo y lo descubrió en la caricia de una brisa suave. Como él, los carmelitas buscan el rostro de Dios, se esfuerzan por meditar su Palabra y vivir en su presencia, quieren dejarse acariciar por la brisa de su Espíritu. El Carmelo, antes que un conjunto de doctrinas que estudiar o de prácticas morales, es una propuesta de vida, en la que son esenciales el encuentro personal con el Dios vivo, la experiencia de su cercanía, de su amor, de su ternura y de su gracia. Los tiempos prolongados de silencio y soledad favorecen este aspecto.

2. La vida en obsequio de Jesucristo. El Carmelita no se consagra a hacer cosas, sino a servir a Cristo con corazón sincero. Su Dios no es un ser impersonal, que permanece desconocido e inaccesible. Dios se ha hecho cercano, se ha manifestado en Cristo, que es el único camino que nos lleva al Padre y la única fuente del Espíritu Santo. La lectura asidua de la Escritura, la celebración de los sacramentos, la práctica de las virtudes teologales (fe, esperanza y caridad), nos ayudan a identificarnos con Cristo, a apropiarnos de sus sentimientos, a revestirnos de él, a quien pertenecemos por completo. Más importante que los trabajos que desarrollamos en cada momento es la conciencia de pertenecer a Cristo y de hacer todo por su amor.

3. La dimensión mariana. En el Carmelo, María es la hermana mayor, compañera de camino, madre, protectora y modelo de consagración. El mismo título oficial de la Orden indica una relación de especial intimidad con ella: “Hermanos de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo”. Los carmelitas veneran a la “peregrina de la fe” como maestra de oración, de escucha de la Palabra y de confianza en Dios y se sienten sus “hermanos”.

4. La misión al servicio de la Iglesia. Desde el siglo XIII, en que los primitivos ermitaños se convierten en mendicantes, como las otras Órdenes Mendicantes (franciscanos, dominicos y agustinos, principalmente), asumen los trabajos pastorales en beneficio de los hermanos, especialmente mediante la predicación y la consagración misionera, renunciando a la “estabilidad” monástica y estando dispuestos a ponerse siempre en camino para ofrecer su servicio allí donde se los requiera.

Estos son los elementos esenciales que compartimos todos los que pertenecemos a esta gran familia, vividos de manera distinta en cada grupo y con otras características peculiares en cada caso. Las distintas congregaciones y comunidades (sea de religiosos o de laicos) que han surgido a lo largo de los siglos han enriquecido la Orden, subrayando en cada caso algunos elementos propios.

El «carisma» del Carmelo descalzo

Santa Teresa era Carmelita y asumió los valores esenciales de la Orden, enriqueciéndolos con otros que en su momento eran nuevos, provenientes de su particular experiencia de Dios y de las intuiciones que él le inspiró. En el convento de san José se fue forjando una nueva manera de vivir el carisma carmelitano. Las hermanas se reunían periódicamente para hablar con Teresa de sus ideales de vida y de su oración. En cierto momento le pidieron que pusiera por escrito los contenidos de aquellas conversaciones y ella lo hizo, redactando el Camino de perfección. De ahí podemos entresacar seis valores esenciales del Carmelo descalzo o teresiano:

1. La dimensión afectiva de la oración, no entendida como repetición de textos escritos por otros (oración vocal) ni como reflexión intelectual (meditación), sino como trato de amistad con Cristo, con el que se establece una relación personal y al que se dedican los mejores tiempos de la jornada. Más importante que los métodos comunes es el camino personal para crecer en esta intimidad: «En este camino, no está la cosa en pensar mucho, sino en amar mucho; así, aquello que más os incitare a amar, eso haced».

2. La vivencia de una sencilla fraternidad en igualdad absoluta entre todos los miembros de la comunidad, sin importar la proveniencia o los oficios desempeñados: «Aquí todas se han de amar, todas se han de ayudar... La que tenga un padre más noble, que lo nombre menos... La tabla de barrer que comience por la priora... No se haga más con la priora y las antiguas que con las demás, sino atiéndanse a cada una según su necesidad». Para cultivar esta fraternidad sencilla y desenfadada mandó a sus frailes y sus monjas que tuvieran encuentros de diálogo y recreación después de las comidas del mediodía y de la noche.

3. El cultivo de las virtudes humanas y sociales como verdadero cimiento de la consagración: sinceridad, educación, respeto, gratitud, alegría, laboriosidad, buen humor, afabilidad, higiene: «Le enseñamos nuestro particular estilo de recreación y hermandad... Tristeza y melancolía no las quiero en casa mía... Las enfermas sean curadas con todo amor y regalo y piedad, que antes falte lo necesario a las sanas que algunos consuelos a las enfermas... Esto más con cuidado y amor que no con rigor… La priora procure ser amada para ser obedecida». Santa Teresa piensa que es inútil hablar de altas espiritualidades si faltan estas virtudes humanas, que son el cimiento de todo lo demás.

4. El interés por la formación humana y teológica, el estudio de las «letras», la lectura espiritual y el aprecio de la cultura: «Procuren siempre tratar con quien tenga letras y tengan libertad para tratar de su oración y de su espíritu... Sean amigas de buenos libros, que son tan necesarios para el alma como el alimento para el cuerpo». Solamente las personas bien formadas pueden decidir por sí mismas, sin depender de los demás para todo y sin dejarse manipular.

5. La «esencialidad» de vida, no permitiendo que lo accesorio ocupe puestos importantes en los corazones, sabiendo que las cosas son solo medios y nunca fines en sí mismas, viviendo con generosidad el desasimiento, que es otra palabra para nombrar la verdadera libertad: «No consintamos que sea esclava de nadie nuestra libertad, sino del que la compró con su sangre... Todo lo poseo, porque nada necesito… Solo Dios basta».

6. La pasión por la Iglesia y por cada uno de sus miembros, que se manifiesta en el espíritu apostólico (el deseo de que todos puedan conocer a Cristo) y misionero (que el evangelio alcance hasta los confines de la tierra) y el afecto hacia los sacerdotes y teólogos (orando y sacrificándose por ellos). «No me cuestan pocas lágrimas estos indios… Daría mil vidas por salvar un alma… Piensen que para este fin las reunió el Señor y que no son estos tiempos de tratar con Su Majestad negocios de poca importancia». Intuición llevada a plenitud por Santa Teresita, que define su vocación como ser el amor en el corazón de nuestra Madre, la Iglesia.

La actualidad del carisma según santa Teresa de Jesús

«Oigo algunas veces de los principios de las Órdenes decir que, como eran los cimientos, hacía el Señor mayores mercedes a aquellos Santos nuestros pasados. Y es así; más siempre habrían de mirar que son cimiento de los que están por venir. Porque si ahora los que vivimos no hubiésemos caído de lo que los pasados, y los que viniesen después de nosotros hiciesen otro tanto, siempre estaría firme el edificio. ¿Qué me aprovecha a mí que los Santos pasados hayan sido tales, si yo soy tan ruin después, que dejo estragado con la mala costumbre el edificio? Porque está claro que los que vienen no se acuerdan tanto de los que ha muchos años que pasaron, como de los que ven presentes. Donosa cosa es que lo eche yo a no ser de las primeras, y no mire la diferencia que hay de mi vida y virtudes a la de aquellos a quien Dios hacía tan grandes mercedes» (Fundaciones 4,6).

Es decir, que Dios no solo hizo maravillas en el pasado, entre los que se abrieron a su obrar, sino que quiere seguir haciéndolas hoy, por lo que tenemos que acoger su gracia y colaborar con ella. No basta con mirar al pasado y con lamentarse por los males presentes. Cada uno, personalmente, tiene que poner manos a la obra y buscar la manera de encarnar el carisma en las circunstancias concretas que le tocan vivir, aquí y ahora. El Señor nos lo conceda.

«Ahora estamos en paz calzados y descalzos. No nos estorba nadie para servir a Nuestro Señor. Por eso, hermanos y hermanas mías, pues tan bien ha oído sus oraciones, prisa a servir a su Majestad. Miren los presentes, que son testigos de vista, las mercedes que nos ha hecho y de los trabajos y desasosiegos que nos ha librado; y los que estén por venir, pues lo hallan llano todo, no dejen caer ninguna cosa de perfección, por amor de Nuestro Señor. No se diga por ellos lo que de algunas Órdenes que loan sus principios. Ahora comenzamos, y procuren ir comenzando siempre de bien en mejor» (Fundaciones 29,32).

En la historia del cristianismo siempre estamos empezando, porque Dios actúa siempre, en cada generación. La Iglesia no es un edificio de piedra ya construido que, como mucho, hay que reparar o pintar de vez en cuando. La Iglesia es un edificio de piedras vivas. En cada generación cambian las “piedras” (las personas que la forman), por lo que siempre estamos en proceso de construcción. De nosotros no depende el pasado de la Iglesia (solo somos sus herederos), y tampoco el futuro (que está en las manos de Dios). De nosotros solo depende el presente. Estamos llamados a actualizar la salvación de Dios entre nuestros contemporáneos, a ser testigos de su misericordia, a vivir gozosamente nuestra fe. Digamos con María: “Aquí estoy, Señor, dispuesto a hacer tu voluntad. Puedes contar conmigo”.

 

P. Eduardo Sanz de Miguel, o.c.d.

Centro Interprovinciale ocd

Via Gaspare Spontini, 17

00198-ROMA

http://padreeduardosanzdemiguel.blogspot.it/

http://www.caminando-con-jesus.org/CARMELITA/ESDM/index.htm

P. EDO. SANZ DE MIGUEL, OCD.

 

 

Caminando con Jesús

Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds

www.caminando-con-jesus.org