CONTENIDOS FUNDAMENTALES DE LA TEOLOGÍA

P. Eduardo Sanz de Miguel, o.c.d.

 

 

1  INTRODUCCIÓN

2  LOS PILARES DE LA IGLESIA

3  TEOLOGÍA FUNDAMENTAL

4  SAGRADA ESCRITURA

5  PATROLOGÍA Y PATRÍSTICA

6  TEOLOGÍA SISTEMÁTICA

6.1 Cristología

6.2 El dios de Jesucristo

6.3 Antropología Teológica

6.4 Eclesiología

7 TEOLOGÍA MORAL

8 TEOLOGÍA ESPIRITUAL

9 TEOLOGÍA PASTORAL

 

1          INTRODUCCIÓN

Los seres humanos nos preguntamos por el significado de las cosas y de los acontecimientos; nos cuestionamos el sentido de nuestra existencia, nuestro origen y nuestro destino. Kant resumía la Filosofía en el esfuerzo por responder a tres preguntas: ¿Quién soy?, ¿De dónde vengo? y ¿Qué me cabe esperar? De una forma o de otra, todos los hombres se plantean estas cuestiones alguna vez en su vida y todas las tradiciones filosóficas y religiosas intentan dar una respuesta por medio de reflexiones, narraciones mitológicas o interpretaciones científicas. Estos interrogantes surgen de la misma estructura reflexiva del hombre, que necesita conocer para poder decidir y actuar. Lo vemos en los niños, que de una manera innata se preguntan por el nombre, la función y el sentido de las cosas: ¿Qué es esto?, ¿para qué sirve?, ¿cómo funciona?, ¿por qué esto es así?

Esta curiosidad natural ha hecho posible el avance de todo tipo de conocimientos entre los seres humanos. El hombre es un ser inteligente, con unas capacidades intelectuales concretas, y no puede renunciar a buscar el sentido de las cosas. Una señal clara de envejecimiento es perder el deseo de aprender. El hombre creyente, como es natural, también se pregunta por los contenidos de su fe. Así como la Botánica da respuestas a nuestro interés por conocer el mundo de las plantas y la Antropología Filosófica reflexiona sobre la estructura del ser humano y el sentido de su existencia, la Teología se interroga sobre los contenidos de nuestra fe, especialmente el misterio de Dios y su proyecto sobre nosotros.

Según Aristóteles, la Física trata de las realidades materiales, la Matemática de las formas puras o ideales (los números) y la Teología es la ciencia que tiene por objeto a Dios (la reflexión del hombre sobre Dios). Desde un punto de vista cristiano, la Teología no es un discurso racional sobre Dios (a eso lo llamamos hoy Teodicea, que es una rama de la Filosofía), sino la reflexión creyente sobre los contenidos de la fe. Sigue siendo válida la formulación de San Anselmo de Canterbury: «La Teología es la fe que busca entenderse a sí misma». Y añade: «Señor, yo no pretendo penetrar en tu profundidad, ¿cómo iba a comparar mi inteligencia con tu misterio? Pero deseo comprender de algún modo esa verdad que creo y que mi corazón ama. No busco comprender para creer (esto es, no busco comprender de antemano, por la razón, lo que haya de creer después), sino que creo primero, para esforzarme luego en comprender. Porque sé que si no empiezo por creer, no comprenderé jamás». Por su parte, santo Tomás de Aquino dice que, hablando con propiedad, la Sacra Doctrina (como era llamada entonces la Teología) «es el conocimiento que Dios tiene de sí mismo», del que nosotros podemos participar solo porque Él mismo nos lo ha revelado.

El cristiano desea profundizar en lo que ya cree, con la ayuda de los medios que la razón le ofrece. Partimos de la vida de fe, intentando clarificar sus contenidos y su dinamismo interno. Nuestras reflexiones son siempre inseguras, parciales, sin poder explicar nunca totalmente el misterio. Nuestra principal certeza es que Dios ha hablado y se ha comunicado a la humanidad, se ha revelado, por lo que podemos conocer algo de Él: lo que Él mismo nos ha contado. Esta certeza proviene de la fe. Porque somos seres racionales, nos preguntamos sobre las posibilidades y el contenido de esta comunicación de Dios a los hombres: ¿Tienen sentido los dogmas?, ¿de dónde provienen?, ¿pueden cambiarse? Es natural que nos hagamos estas preguntas. La Teología intenta responderlas.

Para saber más: Catecismo de la Iglesia Católica (desde ahora CIC) nn. 94-95

Al hacer teología, no partimos de lo que los filósofos dicen sobre Dios o de cómo nosotros pensamos que debería ser, sino de lo que Él nos ha dicho sobre sí mismo, de una manera parcial a través de los profetas y en plenitud por medio de Jesucristo. El principio y el cimiento de la Teología cristiana es el tratado de Cristología: La reflexión sobre el misterio de la persona, de la predicación y de la obra de Jesús, confesado come el Cristo de Dios. Sólo a partir de lo que Jesús enseñó, podemos hablar con sentido de Dios y del hombre. Por lo tanto, siguen el tratado de Trinidad (el Dios cristiano) y de Antropología Teológica (el ser humano según el proyecto de Dios, su origen, su destino y el camino para ser verdaderamente feliz). Completa nuestra reflexión el tratado de Eclesiología: Jesús continúa anunciando su Palabra y ofreciendo su salvación en la Iglesia, que es su Cuerpo y su Esposa. Lo hace, especialmente, por medio de los sacramentos. Él sabía que, pasado el tiempo de su vida mortal, había de desaparecer corporalmente de la tierra, pero quería que su obra permaneciera a través de los siglos; para esto fundó la Iglesia. Estos son los cuatro bloques principales de la Teología. Todas las demás asignaturas que se pueden estudiar para completar los estudios teológicos, son complementarias.

2          LOS PILARES DE LA IGLESIA

En los Hechos de los Apóstoles encontramos una descripción de la vida de las primeras comunidades, en la que se presenta el modelo ideal de vida cristiana al que siempre hemos de tender: «Los que habían sido bautizados perseveraban en la enseñanza de los apóstoles, en la unión fraterna, en la Fracción del Pan y en la oración» (Hch 2,42). Como vemos, los pilares sobre los que se construye la comunidad cristiana son, desde el principio, enseñanza, fraternidad, eucaristía y oración. Los cuatro igualmente importantes y necesarios.

2.1   Se comienza con la «enseñanza»: el anuncio, la explicación de las verdades de la fe. Pero no una doctrina cualquiera (el fruto de nuestras investigaciones, las ideas de moda, una filosofía...), sino la «enseñanza de los apóstoles»: el testimonio de los que se han encontrado con Jesús (cf. 1Jn 1,1ss). Esto se realiza hoy por medio de la catequesis, la predicación y el magisterio eclesiástico. El CIC lo desarrolla en su 1ª parte: La profesión de la fe, que estudia los contenidos del credo.

2.2   La fe tiene forzosamente una dimensión práctica. Los que creen se abren a la «fraternidad»: integración en la Iglesia, caridad, generosidad, servicio. Podríamos traducirlo por moral, vida cristiana. Lo tenemos en la 3ª parte del Catecismo: La vida  en Cristo.

2.3   Sólo entonces se puede participar de la Liturgia de la Iglesia y de los «sacramentos», recibir las «cosas santas», especialmente el Pan compartido en la «eucaristía». Lo encontramos en la 2ª parte del Catecismo: La celebración del misterio cristiano, que habla de las celebraciones litúrgicas y de los sacramentos.

2.4   Esto nos lleva a la relación personal con el Padre por Cristo en el Espíritu, a la «oración», al trato íntimo con Dios. El proceso conduce a la oración y se realiza en la oración. Lo encontramos en la 4ª parte del Catecismo: La oración cristiana, que se detiene en analizar los contenidos de la oración cristiana por excelencia: el Padre nuestro.

Una iniciación en la vida de la Iglesia debe tener en cuenta estos cuatro aspectos. Así lo entiende el actual Catecismo de la Iglesia Católica, que los desarrolla en sus cuatro partes: «El plan de este catecismo se inspira en la gran tradición de los catecismos, los cuales articulan la catequesis en torno a cuatro “pilares”: 1- la profesión de la fe bautismal (el Símbolo), 2- los Sacramentos de la fe, 3- la vida de fe (los Mandamientos) y 4- la oración del creyente (el Padre Nuestro)». (n. 13). Y más adelante: «“Éste es el misterio de la fe”. La Iglesia lo profesa en el Símbolo de los Apóstoles (Primera parte del Catecismo) y lo celebra en la liturgia sacramental (Segunda parte), para que la vida de los fieles se conforme con Cristo en el Espíritu Santo para gloria de Dios Padre (Tercera parte). Por tanto, este misterio exige que los fieles crean en él, lo celebren y vivan de él en una relación viviente y personal con Dios vivo y verdadero. Esta relación es la oración (Cuarta parte)» (n. 2558).

Estos cuatro pilares sustentan la vida de la Iglesia y ninguno puede ser ignorado, si no queremos que el edificio se derrumbe: anuncio de la fe, vida moral, celebraciones litúrgicas y oración se reclaman y complementan entre sí. De alguna manera, la Teología intenta clarificar el sentido y los contenidos de estos elementos que ya creemos y vivimos. Veamos ahora las distintas asignaturas que comprende un plan de estudios teológicos.

3          TEOLOGÍA FUNDAMENTAL

Como su nombre indica, trata de los fundamentos o cimientos de la Teología: ¿Qué es la Teología?, ¿cuáles son sus fuentes y su método?, ¿es posible un discurso humano sobre Dios? Sirve de introducción a los estudios teológicos y se centra en la Revelación de Dios operada en Cristo, en su transmisión y su credibilidad y en la respuesta del hombre por medio de la fe. Aborda los fundamentos de la fe y busca la legitimación razonable del hecho cristiano. Se elabora en diálogo con la Filosofía, la Ciencia y la Cultura.

A lo largo de los siglos, los hombres han buscado conocer y servir a Dios. Las religiones nacen del profundo deseo de Dios que arde en nuestros corazones («Nos hiciste, Señor, para ti; y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti», dice san Agustín). La pretensión del Cristianismo es que Dios ha respondido a la búsqueda de los hombres y se ha revelado a ellos. Y esto no sólo por medio de mensajeros e intermediarios sino que, al llegar la plenitud de los tiempos, el mismo Hijo de Dios nos ha hablado directamente, usando nuestro lenguaje, nuestras categorías, nuestras mediaciones; haciéndose verdaderamente uno de nosotros: «Muchas veces y de muchas maneras habló Dios a nuestros antepasados por medio de los profetas. Ahora, en estos tiempos finales nos ha hablado por medio de su Hijo» (Heb 1,1ss). Por eso la Iglesia afirma que sólo Él revela plenamente el misterio íntimo de Dios: «A Dios nadie lo ha visto nunca, el Hijo único del Padre, que es Dios y que está en el seno del Padre, nos lo ha contado» (Jn 1,18). La palabra usada es exegheomai; es decir, ha hecho la exégesis, lo ha interpretado, traducido, dado a conocer.

La Filosofía habla de Dios como de un ser omnipotente, inmutable, feliz en la contemplación de sus perfecciones, motor inmóvil, causa increada, principio sin principio... Las distintas religiones también hablan de Dios, de los dioses o de lo divino, como aquel ser o aquellos seres que gobiernan el universo, las estaciones, la vida sobre la tierra, que justifican o mantienen el orden establecido o que remedian las necesidades de los hombres. A lo largo de los siglos se han escrito páginas sublimes sobre Dios y sobre el culto que debemos ofrecerle y otras verdaderamente deplorables. Al fin y al cabo, son cosas que los hombres –normalmente con buena voluntad– han dicho o escrito sobre Dios. Pero no podemos olvidar que «a Dios nadie le ha visto nunca» (Jn 1,18) y que, por lo tanto, todos nuestros pensamientos sobre Él son meras suposiciones. San Juan de la Cruz explica que «así como nuestros ojos pueden ver los objetos iluminados por la luz, pero no pueden mirar directamente al sol, porque el exceso de luz los quemaría, así nuestro entendimiento puede comprender las obras de Dios, pero no a Dios mismo, porque supera nuestras capacidades». Por lo tanto, al estudiar la revelación no hablamos de lo que los hombres han dicho sobre Dios a lo largo de los siglos (por muy interesante que sea), sino de lo que Dios ha dicho sobre sí mismo, sobre el mundo y sobre nuestro origen y nuestro destino.

La Sagrada Escritura afirma que Dios ha tenido una paciencia infinita con los hombres, porque los ama como un padre a sus hijos. Ya antiguamente se manifestó de formas muy variadas a aquellas personas de buena voluntad que buscaron sinceramente su rostro y, de manera progresiva, se fue revelando. Eso era una preparación para su manifestación definitiva. Finalmente, en Cristo se ha dado del todo, de manera directa, sin intermediarios: «Muchas veces y de muchas maneras habló Dios a nuestros padres en el pasado, por medio de los profetas. Ahora, en estos tiempos finales, nos ha hablado por medio del Hijo» (Heb 1,1-2). La pretensión cristiana es que «al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su propio Hijo, nacido de una mujer» (Gal 4,4). En su infinita misericordia, Dios nos ha hablado. Primero, por medio de mensajeros que preparaban y prometían una revelación más plena. Finalmente, de una manera definitiva, haciéndose uno de nosotros, usando nuestro propio lenguaje para que podamos entenderle.

Estudiando la Sagrada Escritura, descubrimos que Dios se revela, se manifiesta, sale al encuentro de los hombres. Esta revelación tiene unas características:

3.1   La iniciativa parte de Dios. El hombre busca natural y sobrenaturalmente a Dios como el sentido último de su vida. Las religiones manifiestan esta búsqueda de Dios. Lo que caracteriza la fe de Israel es que Dios busca al hombre, incluso cuando el hombre no lo quiere acoger. Dios «llama», «escoge», «habla», «se manifiesta»... a Abrahán, a los Profetas, al Pueblo... Culminando en la afirmación del Nuevo Testamento: «Se ha manifestado el amor que Dios nos tiene [...] en que Él nos amó primero» (1Jn 4,9-10). Por lo tanto es un don libre y gratuito de Dios al hombre.

3.2   La revelación es progresiva. Dios no se revela por completo de una vez, sino con un ritmo compuesto de etapas y esperas, de intervenciones y de ausencias... en el que Dios respeta las capacidades del hombre y manifiesta su pedagogía de condescendencia. Dios que sale al encuentro del hombre no lo fuerza, sino que respeta siempre su libertad y sabe tener paciencia infinita con él.

3.3   Hay una coherencia interna en la revelación. Aunque se realiza a lo largo de muchos siglos y los libros bíblicos se escriben en varios lugares, por personas distintas, cada etapa presupone a las anteriores y las desarrolla. Los textos bíblicos se iluminan mutuamente y mantienen una profunda unidad interna. Aunque notemos fuertes diferencias en las imágenes, siempre podemos encontrar unos temas fundamentales y una unidad interna que dan cohesión al conjunto. No son acontecimientos aislados, sino orgánicamente vinculados.

3.4   Los destinatarios son personas concretas y un pueblo concreto. Es, por lo tanto, al mismo tiempo personal (afecta a la libertad y al conocimiento de cada uno de sus protagonistas) y comunitaria (se dirige al conjunto y madura a través de la implicación de todo el pueblo). Se dirige a Abrahán, Moisés, Elías... como mediadores ante el pueblo, así como Israel está llamado a convertirse en el trámite para que la revelación de Dios llegue a todos los pueblos y a todos los hombres.

3.5   La revelación está guiada por una tensión hacia el futuro. La revelación está continuamente incompleta, por eso tiende hacia su plenitud, hacia su manifestación y realización definitiva, de la que cada etapa es adelanto, anuncio, prefiguración, promesa. Todo el Antiguo Testamento se dirige hacia Cristo y culmina en Él, perfecto revelador del misterio de Dios.

Israel no se encuentra con Dios en primer lugar a partir de una reflexión intelectual o del estudio de la naturaleza, sino a partir de su historia, en la que Dios interviene haciendo alianza con el pueblo, salvando. Si queremos comprender la fe de Israel en YHWH, hemos de acercarnos a los acontecimientos que la han originado. Dios se automanifestó a algunas personas, a un pueblo y ellos nos transmiten su experiencia.

Para saber más: CIC 1ª Parte, 1ª Sección, Capítulo 2: “Dios al encuentro del hombre”. Artículo 01: La revelación de Dios (nn. 50-73), Artículo 02: La transmisión de la revelación divina (nn. 74-100), Artículo 03: La Sagrada Escritura (nn.101-141).

Dependiente de la Teología Fundamental se encuentra la Apologética, que es el esfuerzo por explicar la razonabilidad de la fe y de la revelación. En estos tiempos de tanta confusión, intenta desmontar los prejuicios contra la fe y exponer los verdaderos contenidos del cristianismo, defendiendo y justificando su veracidad.

4          SAGRADA ESCRITURA

Como es natural, para poder hacer Teología hemos de conocer sus fuentes. Necesitamos un acercamiento a los libros de la Biblia y a su mensaje, a su origen y transmisión, a los géneros literarios y a su interpretación.

«Las Sagradas Escrituras te guiarán a la salvación por medio de la fe en Jesucristo. Toda la Escritura ha sido inspirada por Dios, y es útil para enseñar, para persuadir, para reprender, para educar en la rectitud, a fin de que la persona religiosa pueda llegar a ser perfecta y esté preparada para hacer el bien» (2Tim 3,15-17). Decimos que la «Biblia» o «Sagrada Escritura» es la «Palabra de Dios» y que en ella Dios mismo nos habla y nos ofrece su amistad, utilizando un lenguaje humano. Pero, ¿cuál es el origen de este libro misterioso? Y ¿cuáles son sus contenidos principales?

Contra lo que se puede pensar, la Biblia no es un libro, sino una colección de 73 libros; de los que algunos son muy largos (Isaías, por ejemplo), mientras que otros apenas ocupan una página. De hecho, «libro» se dice biblion en griego y «libros» se dice biblia. Es lo mismo que la palabra «biblioteca», que nos habla de un conjunto ordenado de libros. Éstos no han sido escritos todos de una vez, ni en el mismo lugar, ni por el mismo autor, ni aun en el mismo idioma. Los libros más antiguos se escribieron hace unos 3.000 años (aunque recogen tradiciones orales anteriores) y los más modernos se escribieron hace unos 1.900. A los 46 libros que recogen la revelación de Dios a Israel antes del nacimiento de Jesucristo los llamamos «Antiguo Testamento», y fueron escritos en hebreo (aunque algunos textos en arameo o en griego). A los 27 que recogen la revelación de Dios después del nacimiento del Señor Jesús los llamamos «Nuevo Testamento», y fueron escritos todos en griego. La mayoría de los libros del Antiguo Testamento provienen de Palestina, aunque hay textos que se escribieron en otros lugares cercanos, como Egipto y Mesopotamia. Los libros del Nuevo Testamento se escribieron en distintos lugares del antiguo Imperio Romano: Jerusalén, Antioquía de Siria, Acaya, Roma, etc.

Tanta variedad de autores y proveniencias, hace que también sean distintos los géneros literarios utilizados. Así, en la Biblia hay textos en prosa y en verso, narraciones históricas y colecciones de leyes, canciones populares y documentos diplomáticos, textos épicos (que cantan las hazañas de un personaje) y lamentaciones (elegías fúnebres), reflexiones de los Sabios para educar a los jóvenes, oráculos de los profetas, cartas, etc. A pesar de todo, podemos encontrar una profunda unidad en ellos, ya que todos son «inspirados» por Dios. Es decir, que Dios ha movido la voluntad de los escritores para que nos transmitieran con sus propias palabras el mensaje que Él quería hacernos llegar: «Ninguna profecía de la Escritura procede de la voluntad humana, sino que, impulsados por el Espíritu Santo, algunos hombres hablaron de parte de Dios» (2Pe 1,21).

Los hebreos no ponían títulos a los libros, y solían llamarlos por la primera o las primeras palabras de cada texto. Los nombres que usamos nosotros vienen del griego y suelen hablar de los contenidos de cada volumen. Los cinco primeros libros de la Biblia (los fundamentales para los judíos) son llamados Torá (Ley) en hebreo y Pentateuco (cinco tomos) en griego. El primer libro de la Biblia es llamado en hebreo Bereshit (en el principio) y en griego Génesis (los orígenes). El segundo libro es llamado en hebreo Shemot (los nombres) y en griego Éxodo (la salida). El tercero es llamado en hebreo Wayyiqrá (y llamó) y en griego Levítico (porque trata sobre los miembros de la tribu de Leví, los encargados del culto divino). El cuarto es llamado en hebreo Bamidbar (en el desierto) y en griego Números (por las numerosas genealogías que contiene). El quinto es llamado en hebreo Devarim (palabras) y en griego Deuteronomio (segunda ley, porque reelabora los contenidos del Éxodo).

La actual división en capítulos y versículos es relativamente reciente. Se empieza a utilizar, para facilitar las citas, en la Edad Media y no se generalizará hasta el siglo XVI, con el uso de la imprenta.

4.1   Podemos dividir el Antiguo Testamento en los siguientes bloques:

4.1.1   El Pentateuco: Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio.

4.1.2   Libros históricos: Josué, Jueces, libros de Samuel, libros de los Reyes, libros de las Crónicas, libros de los Macabeos y otros menores.

4.1.3   Libros proféticos, con los 4 Profetas mayores (Isaías, Jeremías, Ezequiel y Daniel) y los 12 menores.

4.1.4   Libros poéticos (Salmos, Cantar de los Cantares, Lamentaciones) y sapienciales (Job, Proverbios, Eclesiastés, Sabiduría y Eclesiástico).

Como es natural, los judíos no lo llaman Antiguo Testamento, sino Tanaj, que es el acrónimo que surge al unir las tres partes que contiene: La Torá (Ley, el Pentateuco), los Nevi'im (Profetas, que contiene los profetas anteriores –nuestros libros históricos– y los profetas posteriores –nuestros libros proféticos–) y los Ketuvim (Escritos, los sapienciales y poéticos).

4.2   El Nuevo Testamento consta de los siguientes bloques:

4.2.1  Evangelios (Mateo, Marcos, Lucas y Juan).

4.2.2  Hechos de los Apóstoles.

4.2.3  Cartas de San Pablo, ordenadas desde la más larga a la más corta, a las que se añade la Carta a los Hebreos.

4.2.4  Cartas Católicas (de Santiago, Pedro, Juan y Judas).

4.2.5  Apocalipsis.

La Biblia no es un tratado de Historia ni de Ciencias de la Naturaleza, en el sentido moderno, sino que recoge la experiencia religiosa de un pueblo e intenta dar una respuesta creyente a las preguntas fundamentales del ser humano: ¿Quiénes somos?, ¿de dónde venimos?, ¿adónde vamos?, ¿qué debemos hacer para ser felices? Además, ofrece una interpretación religiosa de los acontecimientos de la historia, no quedándose en los meros hechos, sino buscando su significado más profundo. No podemos pretender entender a la primera el lenguaje y las imágenes usadas por los autores bíblicos, ya que nos separan de ellos muchos siglos y fueron escritos con mentalidad oriental, amiga de los relatos y de los símbolos. Sin embargo, si nos esforzamos por comprender el contexto de la época y los géneros literarios que usan los escritores, descubriremos un mensaje actual y siempre necesario: El misterio escondido de Dios y de su proyecto amoroso sobre los seres humanos, imposible de ser conocido con nuestras solas fuerzas, pero que Él, en su misericordia, ha querido manifestarnos: «Dios me ha confiado la misión de anunciaros su Palabra, es decir, el plan eterno que Dios ha tenido escondido durante siglos y generaciones y que ahora nos ha revelado» (Col 1,25-26).

Para saber más: CIC nn. 101-141

5          PATROLOGÍA Y PATRÍSTICA

En patrología y patrística se estudian los Padres de la Iglesia, sus obras y su doctrina teológica para participar de la comprensión que ellos alcanzaron de los misterios de la fe cristiana, ya que ellos son el testimonio de la Tradición viva. La patrología estudia la vida, el contexto y las obras de los Santos Padres. Por su parte, la patrística estudia su doctrina. En la práctica, muchas veces se usan ambas palabras indiferentemente, así como la denominación literatura cristiana antigua. Se suele poner como inicio del periodo patrístico la época apostólica y como término san Isidoro de Sevilla (†636), san Ildefonso de Toledo (†669), Beda el Venerable (†735) y san Juan Damasceno (†749).

Son considerados Padres de la Iglesia o Santos Padres los escritores cristianos que poseen cuatro características: antigüedad, doctrina ortodoxa, santidad de vida y aprobación de la Iglesia. Los escritores antiguos que no poseen alguna de estas características son llamados escritores eclesiásticos antiguos o escritores cristianos antiguos.

La Iglesia es consciente de que en los padres hay algo de especial, de irrepetible y de perennemente válido, que resiste a la fugacidad del tiempo, ya que sobre los fundamentos que ellos pusieron se sigue edificando su vida hasta el presente. Frente a las primeras herejías, que intentaban hacer compatible el cristianismo con otros presupuestos filosóficos, ellos desarrollaron la idea de la Regula fidei, que consiste en la defensa y transmisión de los contenidos de la revelación, recogidos en la Sagrada Escritura y conservados fielmente en la Iglesia por medio de la sucesión apostólica, que cristalizaron en el credo o símbolo de la fe. Esta transmisión inalterada de la fe recibida es el contenido de la Tradición, de la que ellos son los testigos primordiales.

6          TEOLOGÍA SISTEMÁTICA

Intenta realizar una reflexión ordenada sobre la «dogmática» cristiana. Algunos pueden asustarse con el nombre, porque hoy «dogmático» suena a impositivo, cerrado al diálogo. En realidad, los «dogmas» son las formulaciones de los contenidos de nuestra fe, la presentación que hace la Iglesia de las verdades reveladas por Dios. La palabra «dogma» proviene del verbo griego dokein. En el griego clásico, dokein moi puede significar «yo opino, me parece», pero también, con más propiedad, «he llegado a la conclusión, estoy convencido de algo después de estudiarlo con detenimiento». El «dogma» es una verdad radical, alcanzada con esfuerzo. No sólo hay dogmas religiosos, sino que todas las ramas del saber tienen sus principios firmes e indiscutibles. Alguien que quiere estudiar matemáticas tiene que aceptar que dos más dos son cuatro. No puede decir que a mí me parece que son cinco o que mejor consideremos que son tres y medio. Lo mismo sucede en las otras ramas del saber.

En principio, el cristianismo no es un conjunto de dogmas. El cristianismo, ante todo, es Cristo, su mensaje y su obra salvadora a favor de los hombres. Pero la teología, que es la reflexión sobre los contenidos de la fe cristiana, sí que estudia y expone los dogmas, que son las verdades que provienen de la revelación y que la Iglesia propone como tales. Los dogmas no son fruto del capricho de los hombres, sino que surgen del esfuerzo de la Iglesia por defender y profundizar lo que ya cree desde sus orígenes como verdad revelada. Veamos un ejemplo: La Iglesia siempre ha creído que Jesucristo es el Hijo de Dios, que existía desde siempre, que se encarnó en el tiempo y que vive inmortal y glorioso después de la resurrección. Cuando algunos herejes niegan estas verdades o intentan explicarlas de manera distinta a como lo entiende la Iglesia, ésta define como dogma de fe que Jesucristo es verdaderamente Dios y verdaderamente hombre, una sola persona con dos naturalezas inconfusas, inmutables, indivisibles e inseparables (cf. Concilio de Calcedonia, año 451). Estas verdades de fe, una vez que han sido formuladas como dogmas, han de ser aceptadas por todos los creyentes y no pueden ser cambiadas, aunque siempre se pueden profundizar, clarificar o explicar con palabras nuevas, más inteligibles. Esta es la función de la Teología sistemática.

Aunque nuestra sociedad insista en que es imposible conocer la verdad y en que todo es relativo, nosotros sabemos que hay una Verdad permanente y eterna, que es Dios mismo. Así, «Todo el que busca sinceramente la verdad, busca a Dios, aunque no lo sepa, porque Dios es la verdad» (Santa Teresa Benedicta de la Cruz, Edith Stein). Él, en su misericordia, ha salido a nuestro encuentro y se ha dejado conocer. San Pablo recuerda que Dios quiere «que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad» (1Tim 2,4) y Jesús enseñó que sólo «la verdad os hará libres» (Jn 8,32). Él mismo oró por los creyentes, diciendo: «Padre, santifícalos en la verdad: tu Palabra es la verdad» (Jn 17,17). La Iglesia acoge agradecida la revelación de la verdad y la propone formulada en sus dogmas. El resumen de la fe de la Iglesia (de sus dogmas) se llama credo o símbolo (que, en griego, significa «juntar», «reunir»).

6.1   Cristología

A lo largo del Evangelio de Marcos, la gente se pregunta continuamente: «¿Quién es éste que habla con autoridad... que camina sobre las aguas... al que obedecen los espíritus inmundos... que perdona los pecados... que resucita a los muertos...?» Al centro de la narración evangélica encontramos la misma pregunta en la boca de Jesús: «¿Quién dice la gente que soy yo?» Para añadir a continuación: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?».  Pedro da una respuesta en nombre del grupo («el Mesías», Mc 8,27-29), que habrá de completarse posteriormente, hasta la confesión del Centurión ante la Cruz  («el Hijo de Dios», Mc 15,39). Al estudiar Cristología nos acercamos a las respuestas que el Nuevo Testamento ofrece a este interrogante y a las respuestas de la Iglesia y de los cristianos (magisterio, fieles, teólogos, santos) a lo largo de los siglos. Al mismo tiempo, al acercarnos a la persona de Jesús y a los misterios de su vida y obra, nos preparamos para dar nuestra respuesta personal.

Gandhi escribió en cierta ocasión: «Yo digo a los hindúes que su vida será imperfecta si no estudian respetuosamente la vida de Jesús». Esto tiene un mayor valor para los cristianos, que creemos que Él es el camino, la verdad y la vida. Por desgracia, hoy es más actual que nunca la afirmación de San Juan de la Cruz: «Es muy poco conocido Cristo de los que se tienen por sus amigos» (2S 7,12). Conocer, en su sentido más profundo, en el sentido bíblico (encontrar, gustar, experimentar).

Las fuentes principales para el estudio de la Cristología son los Evangelios, el testimonio de la fe apostólica. En ellos se debe estudiar necesariamente el proceso de profundización en el misterio de Cristo que realiza la Comunidad primitiva, los modelos y títulos cristológicos que usa, los misterios de su vida, sus actitudes, su obra, su muerte y resurrección, su presencia en la Iglesia. Sólo a partir de la vida y enseñanza de Jesús podemos hablar con sentido sobre Dios y sobre el hombre. Toda teología y toda antropología será incompleta al margen de Jesús, único revelador del misterio más profundo de Dios y del hombre.

Para saber más: CIC nn. 422-682.

6.2  El Dios de Jesucristo

No estamos hablando de Teodicea (reflexión filosófica sobre Dios, desde la razón humana), sino de Teología (reflexión creyente sobre Dios, usando la razón, pero partiendo de la fe). Desde un punto de vista cristiano, la verdad de Dios no se muestra primariamente en una doctrina, en unos conocimientos, sino en su autocomunicación, en su autodonación, en su autorrevelación (Dios no comunica en primer lugar nociones y conocimientos sobre su ser, sino que se da y comunica a sí mismo). No podemos empezar por lo que pensamos que Dios tiene que ser (inmutable, perfecto, infinito, eterno...), sino por lo que Él nos ha dicho que es. No olvidemos que «a Dios nadie lo ha visto nunca; el Hijo único, que es Dios y está en el seno del Padre, nos lo ha dado a conocer» (Jn 1,18). Por lo tanto, podemos llegar a saber quién es Dios desde lo que Jesús nos ha dicho sobre Él: su relación con el Padre, la promesa del Espíritu, la Trinidad; ése es nuestro Dios.

Hemos de ver cómo Dios se manifestó “a” Jesús en su vida. Desde la predicación, la oración y la obediencia de Jesús hasta el final, entendemos quién es el Dios en quien creía Jesús. Al mismo tiempo, Dios se manifestó “en” Jesús. En la muerte-resurrección de Jesús y posterior envío del Espíritu Santo, los cristianos experimentan una realidad nueva, que rompe todos los esquemas de la fe de Israel. Por eso tendrán que reformular sus creencias y su culto. Al hablar de Dios no bastaba con referirse a YHWH (el Dios de Israel, el Padre de Jesús). Tuvieron que introducir al mismo Jesús y a su Espíritu en el concepto. Esto no fue una tarea fácil. No es sencillo explicar cómo pueden ser tres y conservar la fe en el único Dios. No existían ni las palabras adecuadas para explicar lo que se creía: Los términos Trinidad, Persona, consustancial, etc. surgirán lentamente para defender la fe recibida de los apóstoles de las interpretaciones parciales, equivocadas, falsas (herejías).

La doctrina de Dios no es el resultado de pensar sobre Dios como Absoluto, Causa Primera de la creación, fundamento del Bien, de la Bondad o de la Belleza, sino la reflexión sobre la revelación. En ella vemos cómo Dios se abre al hombre, se comunica y se dona a él en la historia de Israel y, de una manera plena, en Jesús de Nazaret. La relación con el Padre y con el Hijo y con el Espíritu y el culto que se les da, es anterior a la conceptualización. Por medio de la creación y de los profetas podemos conocer algunas cosas sobre Dios (su poder, su misericordia, sus proyectos), pero las principales nos las ha revelado Jesús. En Jesús y en el Espíritu es Dios mismo quien se da, quien nos regala su vida y nos salva. En estas manifestaciones de Dios para nosotros descubrimos quién es Dios en sí: comunión amorosa, donación, fecundidad.

Las comunidades primitivas viven de la fe en la salvación otorgada por Dios-Padre, a través de su Hijo Jesucristo y mediante la fuerza del Espíritu. En sus fórmulas de oración se dirigen a Dios como Padre, Hijo y Espíritu. Lo mismo sucede con las fórmulas de fe (los credos). La introducción de esta novedad en la fe judaica conllevará sus tensiones desde el principio. Pensemos que el pagano Celso, en el siglo II escribía contra los cristianos, diciendo que serían dignos de respeto «si no dieran culto a nadie más que al Dios único; pero en realidad dan un culto desmesurado a ese (Jesús) que apareció recientemente, y dando así culto a un servidor suyo, en nada piensan faltar a Dios». Ante los ataques externos, los Padres de la Iglesia, se sienten llamados a explicar la fe cristiana, para conservar fielmente el depósito recibido. El concilio de Nicea (325) definirá que Jesús es consustancial con el Padre. Al decir que era de su misma sustancia se tenía el peligro de que se olvidaran las distinciones. Atanasio, Hilario y los Capadocios preparan el concepto de persona para señalar los distintos modos de subsistencia como Padre, Hijo y Espíritu.

Para saber más: CIC nn. 198-278 (la Trinidad, el Padre), 422-455 (el Hijo) y 683-747 (el Espíritu Santo).

6.3   Antropología Teológica

6.3.1  Creación. En los dos primeros capítulos del Génesis encontramos dos relatos distintos de la Creación. En Gn1 todo es creado en 7 días, por medio de la Palabra poderosa de Dios. De manera ordenada y progresiva aparecen la luz, el firmamento, los mares y la tierra, las plantas, los astros, los peces y las aves, los animales terrestres y el hombre. Gn 2 presenta un Dios artesano, que trabaja con sus manos la tierra para hacer al hombre; a continuación modela las plantas y los animales. Los autores bíblicos no eran tontos. Si presentan juntos dos relatos de la Creación distintos en las ideas, en el lenguaje, en el orden... es para que nos demos cuenta de que nos encontramos ante un misterio, del que podemos entender algo (todo proviene de Dios, por lo tanto es bueno; todo ha sido creado para el hombre y el hombre para Dios...), pero nuestras explicaciones serán siempre incompletas.

Desde el Nuevo Testamento no podemos hablar de la Creación (ni del mundo ni del hombre) al margen de Cristo. Todo ha sido creado por Él y para Él. La Teología de la Creación y la Escatología se unen en Él. San Juan de la Cruz nos habla de los motivos de la Creación en los Romances: El Padre ama tanto al Hijo, que quiere que otros le amen también; el Hijo ama tanto al Padre, que quiere que otros le conozcan y le amen. El Espíritu del amor y de la donación hace posible la apertura amorosa a una realidad nueva. Dios no crea para conseguir algo que no tenía, sino para comunicar su bondad, para su gloria (su manifestación y autodonación que llevan a la salvación y a la plenitud al hombre). La fe en un Dios bueno, parece contradecirse con la presencia del mal en el mundo. Desde la finitud y la libertad del hombre comprendemos algo de este misterio. En la vida y muerte de Cristo descubrimos que Dios no está de acuerdo con el sufrimiento y que se solidariza con los que lloran, que asume nuestros dolores y los hace propios.

Para saber más: CIC nn.279-354

6.3.2  Hombre. Un cristiano no puede decir simplemente que el hombre es «un animal racional». Si no se conoce su origen y su destino, tampoco queda clara su identidad. Además, en nuestra vida cotidiana, nosotros no hacemos experiencia de lo que es el hombre según el proyecto de Dios, sino de lo que es el ser humano herido por el pecado. Para conocer al hombre perfecto, que realiza en sí el proyecto de Dios sobre él, hemos de poner los ojos en Cristo. Para comprender la idea bíblica del hombre creado a imagen de Dios no podemos olvidar que Cristo es la verdadera imagen de Dios (2Cor 4,4; Col 1,15) y que todos hemos sido llamados a reflejar la imagen de Cristo en nuestra vida. Si nuestra vocación es la de parecernos a Cristo y participar de su vida, es porque para eso fuimos creados (y con esa capacidad, aunque la realización –al fin y al cabo– sea siempre un don).

Para saber más: CIC nn. 355-373

6.3.3 Gracia y pecado. Entramos aquí en el tema del sobrenatural: Dios ha creado al ser humano con capacidad de infinito. Esto no es algo que brota de nuestra naturaleza, sino un don de Dios, que ha querido darnos esa capacidad, esa vocación, desde antes de crearnos. «Nos hiciste, Señor, para ti», dice san Agustín. El hombre ha sido creado con una llamada y un deseo de entrar en comunión con Dios. Esta llamada, esta vocación, aparece desde el principio y antes de cualquier decisión del hombre. Pero para que se realice y se lleve a plenitud, Dios espera la respuesta libre y responsable del hombre. De hecho, el ser humano rechazó esta llamada con el pecado. Pero el amor de Dios es más fuerte que el pecado. La llamada de Dios permanece en lo más profundo de nuestro ser como vocación. Con su obra salvadora, Jesús nos abre el acceso al Padre y nos comunica su Espíritu, que nos permite participar de su condición de Hijo de Dios.

Después de ver la constitución del hombre, su llamada a la comunión con Dios en Cristo Jesús, se debe estudiar la situación histórica de rechazo de esa llamada por parte de la humanidad. Sólo comprendemos lo que es el pecado desde esta llamada a la comunión con el Señor. Además, el mensaje cristiano sobre el pecado no puede separarse del de su perdón, de la victoria de Cristo sobre el pecado y de la esperanza del triunfo definitivo de la gracia. El pecado es lo contrario de la fidelidad, lo contrario de la fe; es la oposición al amor, la oposición a Dios. El pecado original es la situación de ausencia de la gracia que Cristo nos ofrece. El bautismo es la acogida de dicha gracia. La gracia de Dios es mucho más que el perdón de nuestros pecados: es justificación, filiación divina, transformación interna, nueva creación. Contiene el perdón, pero no se limita a él.

Para saber más: CIC: nn. 374-421 y 1987-2029

6.3.4   Virtudes. Las virtudes teologales son los medios que Dios mismo nos ofrece para purificar y llevar a plenitud nuestras potencias o capacidades naturales: la fe, el entendimiento; la esperanza, la memoria; y la caridad, la voluntad. Son el único camino válido para que se pueda realizar en nosotros el proyecto salvador de Dios y la vocación universal a la santidad. La fe es la virtud teologal por la que creemos en Dios y en todo lo que Él nos ha dicho y revelado, y que la Santa Iglesia nos propone, porque Él es la verdad misma. La esperanza es la virtud teologal por la que aspiramos al Reino de los cielos y a la vida eterna como felicidad nuestra, poniendo nuestra confianza en las promesas de Cristo y apoyándonos no en nuestras fuerzas, sino en los auxilios de la gracia del Espíritu Santo. La caridad es la virtud teologal por la cual amamos a Dios sobre todas las cosas por Él mismo y a nuestro prójimo como a nosotros mismos por amor de Dios.

De entre las virtudes humanas, destacan, por su importancia las cuatro virtudes cardinales: la prudencia, la justicia, la fortaleza y la templanza. La prudencia es la virtud que dispone la razón práctica a discernir en toda circunstancia nuestro verdadero bien y a elegir los medios rectos para realizarlo. La justicia es la virtud moral que consiste en la constante y firme voluntad de dar a Dios y al prójimo lo que les es debido. La fortaleza es la virtud moral que asegura en las dificultades la firmeza y la constancia en la búsqueda del bien. La templanza es la virtud moral que modera la atracción de los placeres y procura el equilibrio en el uso de los bienes creados.

Para saber más: CIC nn. 1803-1829

6.3.5   Escatología. El Credo cristiano —profesión de nuestra fe en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, y en su acción creadora, salvadora y santificadora— culmina en la proclamación de la resurrección de la carne y en la vida eterna. En la Biblia, el término «carne» designa al hombre en su condición de debilidad y de mortalidad. La fe en «la resurrección de la carne» se refiere a la certeza de que nuestra persona real, concreta, nuestra historia, nuestra identidad, no terminarán en el sepulcro, sino que serán llevadas a plenitud en la vida eterna.

El designio salvador de Dios sobre el hombre y el mundo es eterno, anterior a la Creación, y se ha manifestado en Cristo. Nosotros esperamos participar de su plenitud, que ya pregustamos y poseemos en forma de primicia y en esperanza. El contenido de la Escatología es Dios mismo, su posesión, su gozo. Nos ayuda a comprenderlo una conocida afirmación de von Balthasar: «Dios es, en cuanto alcanzado, el cielo; en cuanto perdido, el infierno; en cuanto examinador, el juicio; en cuanto purificador, el purgatorio [...] Y es todo esto [...] en su Hijo Jesucristo, que es la posibilidad de revelación de Dios y con ello el resumen de las cosas últimas».

Para saber más: CIC: nn. 998-1060

6.4   Eclesiología

6.4.1   Eclesiología fundamental. Jesús continúa su obra salvadora entre los hombres por medio de su Iglesia, que es la realización histórica del eterno proyecto salvador de Dios. Realidad tan rica y compleja que ninguna imagen la define totalmente: Pueblo de Dios, Esposa y Cuerpo de Cristo, Templo del Espíritu... Hace dos mil años, el Hijo de Dios se hizo carne en el vientre de María, hoy sigue haciéndose carne en su Iglesia, que prolonga su presencia visible entre los hombres. Tal como rezamos en el Credo, la Iglesia tiene cuatro características irrenunciables: es Una, Santa, Católica y Apostólica.

La Historia de la Iglesia estudia las formas concretas que ha asumido la institución eclesial a lo largo del tiempo, teniendo en cuenta que está compuesta –al mismo tiempo– por la gracia de Dios (que es su alma) y por hombres (por lo que a veces se ve herida por los errores y pecados de sus miembros). Como institución histórica, camina hasta el fin del mundo «entre los consuelos que recibe de Dios y las persecuciones que recibe del mundo», en palabras de san Agustín.

Para saber más: CIC nn. 731-945

6.4.2 Sacramentos. Son los medios que Dios nos regala para que podamos recibir su gracia, instituidos por Cristo y confiados a la Iglesia. Por medio de estos signos visibles, que realizan lo que significan, Dios mismo se comunica a los creyentes, capacitándoles para vivir conforme a su proyecto salvador. Fueron preparados por los ôt proféticos (palabra hebrea que se refiere a los signos que hacían los profetas y anticipaban el cumplimiento de lo que anunciaban. Se traduce por misterium en griego y sacramentum en latín) y por los gestos salvadores realizados por Jesús durante su vida terrena. Son siete: Bautismo, Confirmación, Eucaristía, Penitencia, Unción de los enfermos, Orden sacerdotal y Matrimonio.

Para saber más: CIC nn. 1113-1134 y 1210-1666

6.4.3 Liturgia. Las celebraciones de la Iglesia, por medio de las cuales los cristianos ofrecen culto a Dios y Dios santifica a los creyentes. Cristo nos ha salvado por el misterio pascual (su pasión, muerte, resurrección, glorificación y envío del Espíritu Santo). Él envió a sus apóstoles para anunciar el misterio de la salvación por medio de la predicación y para continuar su obra salvadora, que se actualiza en la liturgia y en los sacramentos.

El concilio Vaticano II afirma que la Liturgia, por ser obra de Cristo sacerdote y de su cuerpo que es la Iglesia, es la acción sagrada por excelencia cuya eficacia no la iguala ninguna otra acción de la Iglesia. No es la única actividad de la Iglesia (también son importantes las que tienen que ver con la evangelización y con el ejercicio de la caridad), pero es la cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia, y al mismo tiempo es la fuente de donde mana toda su fuerza.

Para saber más: CIC nn. 1077-1109

6.4.4 Mariología. María, Madre de Cristo y Madre de los cristianos, es el tipo perfecto y acabado de la Iglesia, que se conserva siempre virgen para Dios y da a luz a Cristo, ofreciéndolo como salvador al mundo. Al mismo tiempo es miembro de la misma y su realización plena. Imagen y comienzo de lo que seremos en la vida eterna. Desde el cielo continúa realizando su misión maternal con la Iglesia y con cada uno de los creyentes.

Para saber más: CIC nn. 963-975

6.4.5 Teología de los ministerios, de la vida consagrada y del laicado. Reflexión sobre los estados de vida que completa el tratado de Eclesiología. Todos los cristianos, por el hecho de serlo, forman parte de un pueblo profético, sacerdotal y real, en el que cada uno está llamado a realizar su vocación específica al servicio de la unidad de la Iglesia y de su única misión, que es común a todos.

Inicialmente, en la Iglesia no existía el concepto de “laico”. En el Nuevo Testamento se habla de discípulos, cristianos, creyentes, elegidos, santos, etc. Se resalta así lo comunitario y la dignidad común de todos. Al mismo tiempo, desde los comienzos hubo discípulos que tenían funciones ministeriales singulares (apóstoles, profetas, maestros, doctores, etc.). Todos se sabían discípulos de Jesús, partícipes de la común dignidad cristiana, aunque algunos tienen unas funciones específicas propias en el seno de la Iglesia: las de su ministerio. Con el pasar del tiempo, la comunidad eclesial se fue organizando de una forma cada vez más compleja. Algunos ministerios (como los hostiarios, subdiáconos, etc.) y formas de consagración (las órdenes militares, por ejemplo) surgieron para dar respuesta a unas necesidades concretas y han desaparecido con el pasar del tiempo. Lo que nunca puede desaparecer es la estructura ministerial de la Iglesia, que ha sido instituida por Cristo.

Para saber más: CIC nn. 871-933

7          TEOLOGÍA MORAL

Dios nos ha creado por amor y nos ha capacitado para amar. Él nos propone un estilo de vida, cuyo modelo plenamente realizado es Jesús. La moral cristiana se resume en el camino de seguimiento de Jesús, identificándonos con sus actitudes vitales, revistiéndonos de sus propios sentimientos, con la meta de llegar a ser “otros cristos”. Sin embargo, no podemos identificar la meta con el punto de partida o con el camino. Para alcanzar nuestro destino, partimos de una realidad de pecado e imperfección, por lo que es necesaria la paciencia y la perseverancia.

El primer objetivo de la Teología Moral es poner de relieve la grandeza y la belleza de la vocación cristiana: por gracia de Dios ya somos hijos suyos, ya hemos sido redimidos, ya podemos gustar anticipadamente la vida eterna. Desde el Antiguo Testamento queda claro que «el Señor no nos trata como merecen nuestros pecados ni nos paga de acuerdo con nuestras culpas. Pues como la altura del cielo sobre la tierra, así es su amor» (Sal 103,8ss). Dios quiere la vida para su criatura, no el castigo; quiere para ella la vida en su sentido más pleno: la comunicación, el amor, la plenitud del ser la participación en el gozo de la vida, en la gracia del ser: «¿Quiero yo acaso la muerte del impío, dice el Señor Dios, y no que se convierta de su mal camino y viva?» (Ez 18,23). De esta certeza es de donde dimana esa especie de estribillo que tantas veces se escucha en las páginas sagradas: «Su amor es eterno» (repetido en cada versículo del Sal 136. Se pueden ver también Sal 100,5; 106,1; 107,1; 118,1.4.29; 1Cr 16,34.41; Jr 33,11). En Jesucristo, que es «la imagen visible del Dios invisible» (Col 1,15), se ha revelado claramente «qué amor tan grande tiene el Padre» (1Jn 3,1), que entregando a su propio Hijo por nosotros: «El amor no consiste en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo para librarnos de nuestros pecados» (1Jn 4,10). En la entrega que el Padre ha hecho de su hijo y que el Hijo ha hecho de sí mismo, comprendemos hasta el fondo lo que es el amor: «En esto hemos conocido lo que es el amor: en que Él ha dado su vida por nosotros» (1Jn 3,16). La Moral cristiana consiste en comprender estos principios y en responder con el propio amor al amor de Dios. Pero el amor no es algo teórico, sino que tiene que demostrarse en las obras.

Para saber más: CIC nn. 1699-1986 y 2052-2557

8          TEOLOGÍA ESPIRITUAL

A partir de las enseñanzas de la Biblia y del ejemplo y doctrina de los santos, estudia el dinamismo por el que el creyente asume personalmente los contenidos de la Revelación y de la Teología para desarrollar una vida cristiana en el Espíritu. Es la dimensión práctica de todas las demás materias, la que nos hace tomar conciencia de nuestra vocación y de los medios para realizarla: oración, identificación con Cristo, vida en el Espíritu, relación filial con el Padre, compromiso eclesial, estado de vida, etc.

San Pablo repite en sus cartas que, por el bautismo, se realiza en nosotros una verdadera recreación: «habéis sido lavados, santificados y justificados en el nombre de nuestro Señor Jesucristo y en el Espíritu de nuestro Dios» (1Cor 6,11). Ya se nos ha dado lo que un día esperamos alcanzar en plenitud: la filiación divina, la misma vida de su Hijo: «la señal de que ya sois hijos es que Dios ha enviado a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo» (Gal 4,6). Por eso insiste en que vivamos conforme a la dignidad que ya hemos recibido. Sus escritos son una continua invitación a vivir como hijos de Dios, guiados por el Espíritu, a apropiarnos de los sentimientos de Cristo, a revestirnos de la mente de Cristo: «Os pido que caminéis según el Espíritu... Si vivimos gracias al Espíritu, procedamos también según el Espíritu» (Gal 5,16-26). «No viváis como los no creyentes... Renovaos espiritualmente y revestíos del hombre nuevo... Sed, pues imitadores de Dios... a imitación de Cristo» (Ef 4,17-5, 2). «Tened los sentimientos que corresponden a quienes están unidos a Cristo Jesús» (Flp 2,5). «Despojaos del hombre viejo y de sus acciones, y revestíos del hombre nuevo que, en busca de una sabiduría cada vez mayor, se va renovando a imagen de su Creador» (Col 3,9-10). El hombre «viejo» o «carnal» es el que se deja guiar por sus instintos: deseos de posesión, egoísmo, violencia, venganza, etc. El hombre «nuevo» o «espiritual» es el que es capaz de actuar de una manera distinta, que no corresponde a nuestra naturaleza, sino que es don del Espíritu: el compartir, la generosidad, el perdón, la misericordia, etc. El hombre viejo es el que refleja la figura del primer Adán, el hombre nuevo es el que se parece a Jesucristo en sus sentimientos y en su actuar.

9          TEOLOGÍA PASTORAL

Prepara para anunciar el mensaje recibido, para evangelizar por medio del anuncio misionero, la catequesis, la predicación, etc. La actividad pastoral de la Iglesia no es responsabilidad exclusiva de los sacerdotes, sino de la Iglesia entera, ministros y fieles. Por eso, toda la Iglesia es responsable del ministerio pastoral y toda la Iglesia es objeto del estudio de la Teología Pastoral.

Íntimamente unidas a la Teología Pastoral se encuentran la Teología de la Misión, que se centra en el primer anuncio del evangelio a los no cristianos; y la Teología Ecuménica, que busca la unión de todos los creyentes en Cristo, para que se cumpla su deseo: «Que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos sean también uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado» (Jn 17,21).

Burriana, 6 noviembre de 2011.

 

P. Eduardo Sanz de Miguel, o.c.d.
C/ San Juan de la Cruz, 2

Apartado 96

12530-Burriana (Castellón)

P. EDO. SANZ DE MIGUEL, OCD.

 

 

Caminando con Jesús

Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds

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