“Tú, Señor, eres bueno e indulgente”

Reflexión desde el Salmo 85, 5-6. 9-10. 15-16

Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds


R. Tú, Señor, eres bueno e indulgente.

Tú, Señor, eres bueno e indulgente, rico en misericordia con aquellos que te invocan: ¡atiende, Señor, a mi plegaria, escucha la voz de mi súplica! R.

Todas las naciones que has creado vendrán a postrarse delante de ti, y glorificarán tu Nombre, Señor, porque Tú eres grande, Dios mío, y eres el único que hace maravillas. R.

Tú, Señor, Dios compasivo y bondadoso, lento para enojarte, rico en amor y fidelidad, vuelve hacia mí tu rostro y ten piedad de mí.

Este poema, es una suplica de quien confía su necesidades al Señor. Sus desahogos llevan el sello de la sencillez y de la humildad profunda. Sus frases están compuestas por recuerdos de otros salmos, con ruegos confiados al Señor, acciones de gracias y  testimonios de confianza donde se manifiesta una fe intacta y pura, que se abandona al Señor, que es un Dios compasivo y bondadoso, y rico en misericordia con los que le imploran.

El orante se dirige a Dios confiado en su amor, con frases que conocemos por otras composiciones, pero que expresan bien el estado de adhesión y de confiada súplica del devoto del Señor:Tú, Señor, eres bueno e indulgente, rico en misericordia con aquellos que te invocan”.  El suplicante se siente con derecho a procurarse la protección del que es el centro de su vida espiritual. Su misma vida de piedad es una causa suficiente para atraer su atención. Nos sucede a veces, que estamos angustiados por las contradicciones y nos sentimos profundamente abatido, y pedimos a Dios que nos levante el ánimo, en especial porque tenemos confianza de que es comprensivo y está más pronto a perdonar que a castigar; por eso no dudamos en que vamos a ser escuchado diciendo: ¡atiende, Señor, a mi plegaria, escucha la voz de mi súplica!

El salmista entona un himno de alabanza a Dios y declara manifiestamente su admiración por el Señor. Llevado de su entusiasmo por la grandeza de su Dios, invita a todas las gentes a reconocer su soberanía, ya que todos son obra suya: “Todas las naciones que has creado vendrán a postrarse delante de ti”, Por otra parte, su trascendencia es absoluta, y sólo Dios merece los honores de la divinidad. y glorificarán tu Nombre, Señor, porque Tú eres grande, Dios mío, y eres el único que hace maravillas”.

Para comprender mejor esta oración, incluyo los versos faltantes del salmo 85,  11, 12 y 13, donde el salmista reza: “Enséñame, Señor, tu camino, para que siga tu verdad; mantén mi corazón entero en el temor de tu nombre. Te alabaré de todo corazón, Dios mío; daré gloria a tu nombre por siempre, por tu gran piedad para conmigo, porque me salvaste del abismo profundo”. Supuesta esta grandeza única de Dios, el hombre de oración le pide a Dios que le muestre sus caminos — su voluntad — para no separarse en nada de El, de forma que su corazón permanezca centrado en torno a El y le siga con toda fidelidad. En su experiencia personal el que ora, ha sentido la mano del Altísimo, y por eso promete una alabanza constante al que ha liberado a su alma — su vida — de las oscuridades del abismo profundo; por tu gran piedad para conmigo, porque me salvaste del abismo profundo”. Es hermosa esta petición de poder conocer la voluntad de Dios, así como esta invocación para obtener el don de un “corazón entero”, como el de un niño, que sin doblez ni cálculos se abandona plenamente al Padre para avanzar por el camino de la vida.

El hombre piadoso sabe que tiene a su lado al Señor,  pues es siempre compasivo y está dispuesto a perdonar sus faltas: Tú, Señor, Dios compasivo y bondadoso, lento para enojarte, rico en amor y fidelidad” Por ello, con toda confianza suplica a Dios. Por ello puede estar seguro de su fidelidad. Y confiado en su magnanimidad, le pide un signo en que muestre su bondad en su favor: “vuelve hacia mí tu rostro y ten piedad de mí”.

En este Salmo se eleva un himno, en el que se mezclan sentimientos de gratitud con una profesión de fe en las obras de salvación que Dios realiza delante de los pueblos, por eso brota en los labios del fiel la alabanza a Dios misericordioso, que no permite que caiga en la desesperación y en la muerte, en el mal y en el pecado.

Y así aclamamos con confianza: Tú, Señor, eres bueno e indulgente.

Pedro Sergio

www.caminando-con-jesus.org

caminandoconjesus@vtr.net

Fuentes: Algunos comentarios están tomados de la Biblia de Nácar-Colunga y de la Catequesis de Juan Pablo II, Salmo 85, Audiencia general del Miércoles 23 de octubre de 2002

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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