La presencia actual de
María en la liturgia católica ha quedado claramente definida
fundamentalmente por dos documentos: por un lado la Constitución
promulgada por el Vaticano II sobre la Iglesia denominada “Lumen Gentium”
fechada el 21 de noviembre de 1964 que dedica su capítulo VIII a la Santísima Virgen
María , Madre de Dios, en el Misterio de Cristo y de la Iglesia y por otro
lado la
Exhortación Apostólica "Marialis
Cultus" para la recta ordenación y
desarrollo del culto a la Santísima Virgen , dada por el papa Pablo VI
en Roma el 2 de febrero de 1974.
El papa Juan Pablo II
también ha contribuido a enriquecer el culto mariano con su Encíclica
"Redemptoris Mater"
de fecha 25 de marzo de 1987 y con las misas de la Virgen María que
en número de 46 han completado esta presencia de María en la liturgia
católica dejando el culto a la
Virgen claramente establecido y en su justo lugar. Estas
misas están especialmente dirigidas para la memoria sabatina y para los
santuarios marianos de la Cristiandad. La presencia del culto a la Virgen en la Iglesia católica se
deja ver:
EN EL AÑO LITÚRGICO: La Virgen no tiene ni
puede tener un ciclo propio dentro del año cristiano. La SC, documento para la
reforma de la
Sagrada Liturgia del Vaticano II nos dice en el apartado
103: "En la celebración de este círculo anual de los misterios de
Cristo, la santa Iglesia venera con amor especial a la BIENAVENTURADA MADRE
DE DIOS, la Virgen
María , unida con lazo indisoluble a la obra salvífica de su Hijo; en ella, la Iglesia admira y
ensalza el fruto más espléndido de la redención y contempla, como en la más
purísima imagen, lo que ella misma, toda entera, ansía y espera ser".
No obstante lo dicho
hay un tiempo litúrgico en el cual la presencia de María es muy clara: en
Adviento y Navidad. El Adviento es un tiempo especialmente mariano: se
celebra la Solemnidad
de la Inmaculada
el 8 de diciembre y ya en tiempos de Navidad la Solemnidad de la María, Madre de Dios el
1 de enero. La última semana del Adviento, en las ferias del diecisiete al
veinticuatro de diciembre es toda una eclosión de María que se refleja en
las lecturas y un momento especialmente apto para celebrar el culto a la Madre de Dios. La Cuaresma y el tiempo
pascual tienen en la liturgia actual escaso color mariano. Sin embargo, en
Semana Santa la presencia de la
Virgen al pie de la cruz se hace patente (he ahí a tu
hijo... he ahí a tu madre), así como en Pentecostés cuando los Apóstoles,
presididos por la Virgen,
reciben el Espíritu Santo.
CADA DÍA: Se la recuerda durante la misa en la Plegaria Eucarística,
que es el centro de la celebración, en algunos de los numerosos prefacios
marianos establecidos para las fiestas de la Virgen, en las
intercesiones cuando la
Iglesia hace memoria de los Santos y en el embolismo tras
el Padre Nuestro (si se dice “Líbranos, Señor, de todos los males...y por
la intercesión de la gloriosa siempre Virgen Maria...). También se la
recuerda en el Credo cuando lo hay ("y nació de santa María Virgen")
y en el acto penitencial (si se escoge la fórmula del Yo confieso en la
frase "por eso ruego a santa María, siempre Virgen").
La Liturgia de las Horas también recuerda diariamente a la Madre de Dios,
concluyendo el Oficio de Completas, último del día, siempre con una
antífona mariana de las que existen cinco formularios: Salve Regina; Sub tuum praesidium
(Bajo tu amparo nos acogemos); Alma Redemptoris Mater (Madre del Redentor) en Adviento y Navidad;
Regina caeli, laetare, alleluia (Reina del cielo, alégrate) en tiempo pascual
y Ave Regina caelorum (Salve, Reina de los
Cielos) en Cuaresma. Un lugar ciertamente privilegiado en esta Liturgia de
las Horas concluir cada día con el recuerdo a María.
CADA SEMANA: En la memoria libre de Santa María en Sábado, día en el cual se pueden decir una de las misas
de santa María Virgen. Desde la Edad Media se ha considerado el sábado como
día dedicado a la
Virgen. El fundamento de tal elección hay que buscarlo en
la tradición, que considera que el sábado, día en que Jesús permanece
muerto, es el día en que la Fe
y la Esperanza
de la Iglesia
estuvieron puestas en María como presidenta del Colegio Apostólico. Tiene
este día sus propias misas votivas.
Tradicionalmente el
pueblo cristiano ha tenido en el mes de mayo un recuerdo especialmente
ligado a la memoria de María, nacido de elementos de la piedad popular. Al
coincidir con el tiempo pascual hay que saber conjugar la presencia de
María con la Cristo,
ya que María es en definitiva el fruto más espléndido de la Pascua que nos trae
Jesús.
Pero a la Virgen se la recuerda
muy especialmente en sus celebraciones propias que son:
TRES SOLEMNIDADES: María Madre de Dios,
Inmaculada Concepción y Asunción
DOS FIESTAS: NATIVIDAD
Y VISITACIÓN
OCHO MEMORIAS: Nuestra Señora de los
Dolores, Nuestra Señora del Rosario, santa María Virgen Reina y la Presentación de
Nuestra Señora como memorias obligatorias y Nuestra Señora de Lourdes, el
Inmaculado Corazón de María, Nuestra Señora del Carmen y Nuestra Señora de la Merced como memorias
libres. Como creencias marianas la Iglesia ha proclamado cuatro dogmas que hacen
referencia a María como siempre Virgen (antes, durante y después del
parto), a María como Madre de Dios, a su Inmaculada Concepción y a su
gloriosa Asunción a los cielos en cuerpo y alma.
A estas festividades
habrá que sumarles las propias de cada nación, pueblo o comunidad
religiosa. El color litúrgico propio de las fiestas marianas es el blanco y
por especial privilegio de la
Santa Sede, en España e Hispanoamérica puede usarse el
azul en la Inmaculada
y en la fiesta de la
Medalla Milagrosa, así como la Orden franciscana. El
color dorado también puede emplearse en grandes solemnidades para resaltar
la importancia del día.
En lo que respecta a
los signos de reverencia que se tributan a la Virgen habría que decir
que la incensación a las imágenes marianas consiste en dos golpes dobles de
incensario. La inclinación de cabeza (reverencia simple) es lo más
apropiado ante sus imágenes. Recordamos que la genuflexión está reservada a
Jesús sacramentado y a la adoración de la Cruz el Viernes Santo.
En cualquier caso es
fundamental siempre tener en cuenta que el único culto que la Iglesia tributa a Dios
es el culto cristiano queriéndose decir con esto que el culto a la Virgen y el debido a
los Santos está siempre supeditado y en subordinación al culto que se
tributa a Cristo que es su punto necesario e imprescindible de referencia.
Sin el culto a Cristo lo demás no tiene sentido. Los cristianos adoramos a
un solo Dios, un solo Señor y reconocemos un solo bautismo.
Pedro
Sergio Antonio Donoso Brant
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