La Iglesia católica distingue claramente tres clases de
cultos: el de LATRÍA o de adoración, el de DULÍA o de veneración, y el de
HIPERDULÍA (veneración llevada al extremo).
El CULTO DE LATRIA (adoración): Es exclusivo de Dios.
Sólo Dios puede ser adorado y sólo Cristo, Dios hecho hombre, es el
Salvador. El mismo Cristo nos lo dijo: "Adorarás al Señor tu Dios y
sólo a El darás culto".
El culto de latría al
Santísimo Sacramento tiene un hito importante al instituirse la fiesta del
Corpus Christi por Urbano IV, habiendo la Iglesia previamente
impuesto la obligación, por decisión del IV Concilio de Letrán
en 1215 de confesar y comulgar al menos una vez al año, en tiempo Pascual.
Ya en el año 1508, al crearse por Doña Teresa Enríquez de Alvarado (llamada
por Julio II la loca del Sacramento) la primera hermandad sacramental en el
templo romano de San Lorenzo in Dámaso para dar culto al Santísimo y llevar
el Viático a los enfermos y moribundos se extendió rápidamente este tipo de
Hermandades, y el culto al Santísimo se generalizó. En rigor, se puede
afirmar que esta piadosa dama es la fundadora de todas las Sacramentales,
ya que el Papa Julio II le concedió por Bula el privilegio de fundar estas
Hermandades por toda la
Cristiandad.
El CULTO DE DULIA (veneración): Es el propio debido a
los santos, personas que por su probada heroicidad en el ejercicio de las
virtudes cristianas la
Iglesia nos los pone como ejemplo a seguir subiéndolos a
los altares. Al patriarca bendito San José se le considera el primero de
los santos, dedicándosele un culto de protodulía.
San José es proclamado patrono universal de la Iglesia por Pío IX en
1870. Sin duda que en los orígenes del culto a los santos está la
influencia profunda y ejemplar de los mártires. De ellos celebramos su dies natalis, o sea, el día
en que nacen para la eternidad, día de su martirio.
Muy pronto (desde el S.
IV), el catálogo de los mártires se va incrementando y sus aniversarios se
van celebrando para recordarles y celebrar la Eucaristía. A
partir del S. V se componen los primeros martirologios, que son unas
relaciones de los santos. El primero conocido es el llamado jeronimiano,
posterior al año 431. Las reliquias de los santos empiezan a ser veneradas
y se construyen templos en los lugares donde sufrieron martirio así como se
instaura la costumbre de colocar sus reliquias debajo del altar. Más
adelante se suman los confesores, las vírgenes, los monjes y las personas
que el pueblo, por aclamación, consideran santos. No es hasta el año 993 en
que es canonizado el primer santo por el papa Juan XV (se trata de san
Ulrico, Obispo de Augsburgo) iniciándose desde
entonces una centralización vaticana en este asunto que culmina cuando
Sixto V crea en 1588 la
Congregación de Ritos.
Pablo VI dividió la Congregación de
Ritos en dos: la
Sagrada Congregación para el Culto Divino y la Sagrada Constitución
para la causa de los Santos, que tiene a su cargo actualmente los
expedientes para las beatificaciones y canonizaciones. No obstante, también
hoy en día el pueblo sigue dando aureola de santidad a personas a las que considera santas, como puede tratarse del papa Juan
XXIII, Juan Pablo II, o de la madre Teresa de Calcuta, adelantándose así a
los procesos canónicos.
Las celebraciones de
santos que la Iglesia
considera como muy importantes son la de San José, ya citada, la del
Bautista, la de Todos los Santos (solemnidad al igual que la anterior) y la
de los Apóstoles Pedro y Pablo, por ser la base del fundamento apostólico
de nuestra fe. La celebración de San José Obrero ha quedado como memoria
libre para las asociaciones cristianas de trabajadores.
Hoy en día, y aunque
"la teología progresista sea reticente a la veneración de los santos
porque distrae la adoración a Dios" (Carlos Ros: Santos del Pueblo),
vivimos en una época de cierto ascenso en el culto a los santos, que tuvo
su cenit en la Edad
Media, sin lugar a dudas. El Vaticano II determinó, en lo
referente al culto a los santos, lo siguiente: “Para que las fiestas de los
santos no prevalezcan sobre las fiestas que conmemoran los misterios
propios de la salvación, debe dejarse la celebración de muchas de éstas a
las Iglesias particulares, naciones o familias religiosas, extendiéndose a
toda la Iglesia
sólo aquellas que recuerdan a santos de importancia realmente universal”
(SC.111). Para seleccionar a estos santos de importancia universal se han
tenido en cuenta a los Doctores de la Iglesia, a Pontífices romanos, Mártires
romanos y no romanos y a santos no mártires.
El Martirologio Romano
es donde se hallan catalogados todos los santos que la Iglesia reconoce. El
nuevo Calendario universal de la
Iglesia ha quedado reducido a 158 santos, de los cuales
63 tienen memoria obligatoria y 95 memoria libre. Cierto es que, antes de
la reforma litúrgica, el número de fiestas de los santos era excesiva y
distraía en cierto modo a los fieles de la celebración del misterio
pascual. Hay que aclarar que lo anterior no quiere decir que sólo existan ese números de santos ni mucho menos pero sí que el
Calendario Universal sólo recoge aquellos santos de importancia universal
dejando el resto a las iglesias particulares.
El CULTO DE HIPERDULIA: Es exclusivo de la Virgen María y
nace como una necesidad de poner el culto a la Santísima Virgen
en un lugar privilegiado, por encima del debido a los santos y al límite de
la adoración, pero sin llegar a la latría. El Concilio de Éfeso marca una línea clave en el antes y el después en
el desarrollo del culto mariano.
Fue el Pontífice Pablo
VI quien, en la Marialis Cultus
ha reformado las fiestas dedicadas a la Virgen pasando a considerar como fiestas del
Señor tanto la
Anunciación como la Presentación
(Candelaria), mudando en cambio la fiesta de la Circuncisión del
Señor en la de la
Maternidad divina de María y suprimiendo algunas memorias
menores o devocionales.
Esta reforma de Pablo
VI (que fue tachada de "antimariana"
por sectores conservadores) y el enriquecimiento que supone la nueva
colección de las Misas de Santa María Virgen (Decreto de 15 de agosto de
1986) con su correspondiente leccionario de 1987 que contiene hasta 46
formularios de misas podemos considerarlo como la aportación de un Papa
mariano por excelencia como fue Juan Pablo II, que deja el culto a la Virgen en la actualidad
perfectamente establecido y en su justo lugar.
Pedro
Sergio Antonio Donoso Brant
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