ANTÍFONA DE
ENTRADA Cfr. Ecli 36,18
Señor, concede la paz a los que esperan en ti, para que se compruebe
la veracidad de tus profetas. Escucha la oración de tu servidor y la de tu
pueblo Israel.
ACTO
PENITENCIAL
El Señor Jesús, que nos invita a la mesa de la Palabra y de la
Eucaristía, nos llama ahora a la conversión. Reconozcamos, pues, que somos
pecadores e invoquemos con esperanza la misericordia de Dios.
· Tú que nos ha
venido a condenar, sino a perdonar. Señor, ten piedad.
·
Tú que ofreces tu perdón a condición de que
también nosotros perdonemos. Cristo, ten piedad.
· Tú que
perdonas a quien mucho ama. Señor, ten piedad.
GLORIA
ORACIÓN
COLECTA
Míranos, Dios nuestro, creador y Señor del universo, y concédenos
servirte de todo corazón, para experimentar
los efectos de tu amor. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y
reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, y es Dios, por los siglos de
los siglos.
PRIMERA
LECTURA Ecli 27, 30—28,7
Lectura del libro del
Eclesiástico.
El rencor y la ira son abominables, y ambas cosas son patrimonio del
pecador. El hombre vengativo sufrirá la venganza del Señor, que llevará
cuenta exacta de todos sus pecados. Perdona el agravio a tu prójimo y
entonces, cuando ores, serán absueltos tus pecados. Si un hombre mantiene
su enojo contra otro, ¿cómo pretende que el Señor lo sane? No tiene piedad
de un hombre semejante a él ¡y se atreve a implorar por sus pecados! Él, un
simple mortal, guarda rencor: ¿quién le perdonará sus pecados? Acuérdate
del fin, y deja de odiar; piensa en la corrupción y en la muerte, y sé fiel
a los mandamientos; acuérdate de los mandamientos, y no guardes rencor a tu
prójimo; piensa en la Alianza del Altísimo, y pasa por alto la ofensa.
Palabra de Dios.
El autor del Eclesiástico es un “Sabio”
de mediados del siglo III antes de Cristo. Su contenido algunos lo
consideran como las enseñanzas del rey Salomón. Preanuncian el lenguaje de
perdón de Jesús que se lee en el evangelio de este domingo.
SALMO Sal
102, 1-4. 9-12
R. El Señor es
bondadoso y compasivo.
Bendice al Señor, alma mía, que todo mi ser bendiga a su santo Nombre;
bendice al Señor, alma mía, y nunca olvides sus beneficios. R.
Él perdona todas tus culpas y sana todas tus dolencias; rescata tu
vida del sepulcro, te corona de amor y de ternura. R.
No acusa de manera inapelable ni guarda rencor eternamente; no nos
trata según nuestros pecados ni nos paga conforme a nuestras culpas. R.
Cuanto se alza el cielo sobre la tierra, así de inmenso es su amor
por los que lo temen; cuanto dista el oriente del occidente, así aparta de
nosotros nuestros pecados. R.
SEGUNDA LECTURA Rom
14,7-9
En consonancia con el evangelio, la carta
a los Romanos expresa que la raíz del amor y del perdón está en Cristo.
Lectura de la carta del
Apóstol san Pablo a los cristianos de Roma.
Hermanos: Ninguno de nosotros vive para sí, ni tampoco muere para
sí. Si vivimos, vivimos para el Señor, y si morimos, morimos para el Señor:
tanto en la vida como en la muerte, pertenecemos al Señor. Porque Cristo
murió y volvió a la vida para ser Señor de los vivos y de los muertos.
Palabra de Dios.
ALELUYA Jn34
Aleluya. “Les doy un mandamiento nuevo: ámense los unos a los otros,
así como Yo los he amado”, dice el Señor. Aleluya.
EVANGELIO Mt
18,21-35
La venganza era una ley y el perdón resultaba inconcebible. En este
contexto, Jesús responde a Pedro enseñándole que Dios siempre está
dispuesto a perdonar... Se vale del “cuento” de los deudores. Esa deuda era
impagable y el acreedor tenía incluso derecho sobre la familia del deudor.
No obstante, escucha y perdona todo. ¿Hemos perdonado de verdad? o ¿Somos
incapaces de perdonar las deudas más insignificantes?
Evangelio de nuestro
Señor Jesucristo según san Mateo.
Se acercó Pedro y dijo a Jesús: “Señor, ¿cuántas veces tendré que
perdonar a mi hermano las ofensas que me haga? ¿Hasta siete veces?” Jesús
le respondió:
“No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete”. Por
eso, el Reino de los Cielos se parece a un rey que quiso arreglar las
cuentas con sus servidores. Comenzada la tarea, le presentaron a uno que
debía diez mil talentos. Como no podía pagar, el rey mandó que fuera
vendido junto con su mujer, sus hijos y todo lo que tenía, para saldar la
deuda. El servidor se arrojó a sus pies, diciéndole: “Dame un plazo y te
pagaré todo”. El rey se compadeció, lo dejó ir y, además, le perdonó la deuda.
Al salir, este servidor encontró a uno de sus compañeros que le debía cien
denarios y, tomándolo del cuello hasta ahogarlo, le dijo: “Págame lo que me
debes”. El otro se arrojó a sus pies y le suplicó:
“Dame un plazo y te pagaré la deuda”. Pero él no quiso, sino que lo
hizo poner en la cárcel hasta que pagara lo que debía. Los demás
servidores, al ver lo que había sucedido, se apenaron mucho y fueron a
contarlo a su señor. Este lo mandó llamar y le dijo: “Miserable! Me
suplicaste, y te perdoné la deuda. ¿No debías también tú tener compasión de
tu compañero, como yo me compadecí de ti?” E indignado, el rey lo entregó
en manos de los verdugos hasta que pagara todo lo que debía. Lo mismo hará
también mi Padre celestial con ustedes, si no perdonan de corazón a sus
hermanos”.
Palabra del Señor.
CREDO
ORACION DE
LOS FIELES
· Para que la
Iglesia brille por la práctica de la acogida y comprensión. Oremos.
·
Para que creamos que el perdón nos hace más
humanos. Oremos.
·
Para que seamos capaces de pedir perdón y generosos
para darlo. Oremos.
·
Para que desaparezca el espíritu de venganza y
violencia entre familias y pueblos enfrentados. Oremos.
· Para que en
nuestra comunidad parroquial podamos celebrar la reconciliación entre
personas y grupos desunidos. Oremos.
S. Que tu misericordia
convierta nuestro corazón y nos haga valientes para perdonar y humildes
para pedir perdón. Por Jesucristo nuestro Señor.
ORACIÓN SOBRE
LAS OFRENDAS
Escucha nuestras súplicas, Señor, y recibe con bondad la ofrenda de
tu pueblo, para que los dones presentados en honor de tu nombre sirvan para
la salvación de todos. Por Jesucristo, nuestro Señor.
ANTÍFONA DE
COMUNIÓN Cfr. Sal 38
¡Qué inapreciable es tu misericordia, Señor! Los hombres se refugian
a la sombra de tus alas.
ORACIÓN
DESPUÉS DE LA COMUNIÓN
Te rogamos, Dios nuestro, que el don celestial que hemos recibido
impregne nuestra alma y nuestro cuerpo, para que nuestras obras no
respondan a impulsos puramente humanos sino a la acción de este sacramento.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
|
"¿cuántas veces tendré que perdonar a mi hermano?”
Mt 18, 21-35
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant
1 ¿CUÁL DEBE DE SER LA ACTITUD CRISTIANA
ANTE LAS FALTAS REITERADAS DE NUESTRO PRÓJIMO Y DE NOSOTROS CON ELLOS?
El Evangelio de hoy, nos viene a tratar un tema importante en la
vida de todo cristiano, la caridad, la misericordia, la compasión, la
piedad, para ello, ¿Cuál debe de ser la actitud cristiana ante las faltas
reiteradas de nuestro prójimo y de nosotros con ellos?
La vida está llena de reincidencias en culpas perdonadas, entonces
¿a cuantas recaídas va a estar sometida la voluntad de perdonar? ¿Importa
el número?, ¿existe la actitud sincera de perdón ante Dios?
2 UN PADRE DIOS QUE ES DIOS DEL PERDÓN Y
LA MISERICORDIA
Lo que no podemos olvidar, es que tenemos un Padre Dios que es Dios del
perdón y la misericordia y que sabemos muy bien que perdona siempre a aquel
que se arrepiente de verdad. A nosotros se nos ha pedido parecernos a Él,
somos sus hijos. “Sean misericordiosos como vuestro Padre es
misericordioso” y no puede ser de otra manera. Es así como el mismo Jesús
nos ha pedido que debemos de perdonar “hasta setenta veces siete”, es
decir, siempre.
La parábola del Evangelio de Mateo (18 21, 35), nos presenta una
gran contradicción en ese hombre a quien le ha sido perdonada una deuda inmensa,
pero que no perdona a su colaborador una cantidad insignificante, llegando
incluso a meterle en la cárcel. En ese personaje estamos todos
representados cada vez que nos negamos a perdonar. En el fondo, las
dificultades para perdonar a los demás vienen de no ser conscientes de lo
que se nos ha dado y de lo que se nos ha perdonado. El que sabe que le ha
sido perdonada la vida está más predispuesto a perdonar a los demás.
3 PERDONAR COMPORTA, EN CIERTO SENTIDO,
PARTICIPAR DE LA PACIENCIA DIVINA DEL DIOS
Por tanto se trata de abrir las puertas de nuestro corazón al amor,
para ser más concreto, a la misericordia de Dios, y permitirle que reanime
lo que el pecado mata. Se puede decir que la fuerza del perdón es la
paciencia, entendida como esperanza, oración y empeño por la conversión
propia y del hermano. Perdonar comporta, en cierto sentido, participar de
la paciencia divina del Dios paciente, misericordioso, clemente y
compasivo: “Dios misericordioso y clemente, tardo a la cólera y rico en
amor y fidelidad, que mantiene su amor por millares, que perdona la
iniquidad, la rebeldía y el pecado,
(Éxodo 34,6). Es así, como la primera parte del perdón es tener
paciencia, aceptar las imperfecciones propias y ajenas, la segunda parte
radica en dar y en estar en actitud de disponibilidad, es decir darse y
ofrecerse con el ofensor.
El perdón de Dios es gratuito. Basta que uno se arrepienta de
verdad, también nuestro perdón ha de
ser gratuito. Pero prestemos atención a la parábola: ¿con qué derecho puede
acercarse a solicitar el perdón de Dios quien no está dispuesto a perdonar
a su hermano? El que no quiere perdonar al hermano ha dejado de vivir como
hijo; el que no está dispuesto a perdonar al otro está cerrado y es incapaz
de recibir el perdón de Dios.
4 SEÑOR, ¿CUÁNTAS VECES TENDRÉ QUE
PERDONAR A MI HERMANO?
Pedro, plantea la pregunta a Jesús: "Señor, ¿cuántas veces
tendré que perdonar a mi hermano las ofensas que me haga? ¿Hasta siete
veces?". Es un número simbólico y la pregunta de Pedro es
equivalente a saber si tiene que perdonar siempre.
¿Por qué poner límites?, la caridad, el amor no tiene límites, siete
es un número indefinido, Jesús le respondió: "No te digo hasta siete
veces, sino hasta setenta veces siete”, esto es, un rechazo de
plano a la limitación agregándole un número simbólico aún más indefinido.
5 SEAN MUTUAMENTE BUENOS Y COMPASIVOS,
PERDONÁNDOSE
Pablo nos recuerda: “Sean mutuamente buenos y compasivos,
perdonándose los unos a los otros, como Dios los perdonó en Cristo” (Ef
4,32). Esto es, los cristianos debemos perdonarnos siempre, no algunas
veces. Pero además Pablo nos dice: Sean mutuamente buenos, invitándonos a
tener actitud de buenos, humanos, caritativos, exentos de rencor y le
agrega compasivos, es decir piadosos y misericordiosos, porque cuando
pecamos u ofendemos y nos arrepentimos, nuestro corazón se colma de paz
cuando encontramos comprensión, del mismo modo, si vemos a alguien
arrepentido y que por ello sufre, lo natural es que nazca en nosotros
sentimientos de pena y lástima por la desgracia o por el sufrimiento de
nuestro hermano. Ese es el corazón que el Señor necesita para ser buenos y
compasivos. Es así como debemos perdonamos siempre y, como Dios nos perdona
a nosotros.
6 ES INDISPENSABLE EL PERDÓN.
Es así, como para que la caridad siempre este viva y reine entre
nosotros, es indispensable el perdón. ¿Pero de cualquier tipo de faltas?,
¿También las injurias? Jesús rechaza las limitaciones que quiso poner
Pedro, para destacar aún más la necesidad de perdonar y sin límites, nos
pide perdonar siempre de corazón. Lo mismo lo exige para el amor, cuando
uno ama, ama de verdad, de todo corazón, sin límite y siempre. Así es
nuestro Dios Padre con nosotros, así nos ha enseñado, y así debemos ser y
actuar, pero no solo perdonar a nuestro prójimo de corazón, además rogar
por él, desearle todo bien y hacer que llegue la paz, por sobre cualquier
dificultad.
7 "PÁGAME LO QUE ME DEBES".
Luego, para ilustrar mejor su enseñanza, Jesús no enseña una
parábola muy hermosa, de aquel servidor que debía diez mil talentos y que
se arroja a los pies de su rey diciéndole: "Dame un plazo y te
pagaré todo". El rey se compadece y lo deja ir y le perdona la
deuda, sin embargo al salir, este servidor encontró a uno de sus compañeros
que le debía cien denarios y, tomándolo del cuello hasta ahogarlo, le dijo:
"Págame
lo que me debes". El otro se arrojó a sus pies y le suplicó: "Dame
un plazo y te pagaré la deuda". Pero él no quiso y se comporta
si ninguna misericordia, al contrario lo encarceló hasta que pagara lo que
debía. A nosotros no llega al corazón esta parábola, porque nos damos
cuenta de la falta de generosidad de aquel que había recibido la
benevolencia y la comprensión y luego él se la niega a un hermano.
8 LO ENTREGÓ EN MANOS DE LOS VERDUGOS
HASTA QUE PAGARA TODO LO QUE DEBÍA.
Es así como luego al enterarse el rey lo mandó llamar y le dijo: "¡Miserable!"
e indignado, lo entregó en manos de los verdugos hasta que pagara todo lo
que debía. Esa es la gran diferencia que quiere destacar Jesús y nos pone
en contrastes la generosidad de Dios, que nos perdona grandes deudas,
contra la mezquindad de los hombres, el cual muchas veces ni siquiera
quiere perdonar pequeñísimas cosas. Y no deja de ser cierto la gran
diferencia de nuestros pecados contra Dios y la de algunos contra nosotros
que comete nuestro prójimo o nosotros contra ellos, por eso Jesús destaca
que el servidor debía diez mil y a él tan solo cien.
9 DIOS NO NOS PERDONARÁ, SI NOSOTROS NO
PERDONAMOS
Pero debemos tener muy en cuenta, que al final de este Evangelio,
Jesús nos dice “Lo mismo hará también mi Padre celestial con ustedes, si no
perdonan de corazón a sus hermanos". Esta deducción es muy clara, Dios
no nos perdonará, si nosotros no perdonamos. ¿Es justo esto?, lo que no es
justo es que nosotros pidamos perdón, Dios nos conceda misericordia
(Perdona nuestras deudas…), y nosotros no seamos capaces de perdonar
(...así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden)
Cristo Jesús viva en
sus corazones
Pedro Sergio Antonio
Donoso Brant
Domingo XXIV del Tiempo Ordinario Ciclo A
|
SAN
JUAN CRISOSTOMO
Autor:
JESUS MARTI BALLESTER
VERGEL
DE SANTOS
Oriente, fue durante los primeros
siglos de la Iglesia un vergel de santos. A esa tierra debemos doctores tan
eximios como Juan Crisóstomo, San Basilio y los célebres anacoretas del
desierto, San Pablo Ermitaño y San Antonio Abad, tan fecundos ellos, a
pesar de la diferencia entre la soledad de Egipto y las ciudades de
Antioquía y Constantinopla, donde se santificó y santificó a innumerables
almas el prodigioso predicador Crisóstomo.
SU FAMILIA
Nació en Antioquía el año 344, de
familia rica. Su padre ocupaba un cargo elevado en el ejército imperial de
Siria. Muerto muy joven, tuvo qué encargarse de la educación de Juan su
madre, viuda a los veinte años. El patriarca Flaviano de Antioquía le
ordenó sacerdote y le hizo su ayudante de confianza. Fallecido el patriarca
Nectario de Constantinopla, en 397, fue elegido el "Crisóstomo"
-"boca de oro"- para sucederle. Después de un decenio de
aflictivo pontificado, falleció en el destierro, en 400.
SU MADRE ANTUSA
Antusa -la madre de Juan
Crisóstomo- era un tipo de mujer fuerte, que hacía exclamar al retórico
sofista Libanio: "¡Dioses de Grecia, qué mujeres hay entre los
cristianos!". Libanio, pagano, maestro y amigo de Juliano el Apóstata,
había iniciado al joven en el cultivo de las letras y estaba orgulloso de
su aplicación. Pero el muchacho evadió su influencia, gracias a los
consejos de Antusa. Fue ella la que más velo para que su hijo adquiriese
una gran formación en las ciencias sagradas y en las virtudes.
CUATRO AÑOS EN UNA CUEVA
Tanto penetró el espíritu cristiano
en el corazón de Juan, que, en plena juventud, fallecida su madre, se
consagró a una vida de soledad. Se retiró a una cueva, donde vivió cuatro
años, entregado a la oración, a la meditación de las Escrituras y a los
ejercicios de austeridad. Su salud, empeoro. No estaba hecha para tal
vocación. Siguiendo el consejo de un viejo anacoreta, bajó nuevamente a la
ciudad. En aquella larga temporada de aislamiento había escrito algunos
libros espirituales, uno sobre la penitencia, en ellos se revelaba ya su
elocuencia y belleza de estilo y su sabiduría profunda. Por esto el
Obispo-Patriarca quiso elevarlo al sacerdocio y le confió enseguida
importantes predicaciones, aparte de otros asuntos.
NACE EL GRAN ORADOR
Desde los primeros momentos fue
admirado como un gran orador elegante y enérgico en la dicción, hondísimo
en los pensamientos, penetrador sutil de las máximas cristianas. Su auditorio
era toda la ciudad. La iglesia de Antioquía era pequeña para tan grandes
multitudes. Solía predicar sobre el Evangelio con el fin de mejorar las
costumbres e insistía mucho en las obras de misericordia, en la limosna, la
santificación de la familia, la educación de los hijos, la necesidad de la
oración y de los Sacramentos, la obligación de apartarse de los
espectáculos inmorales.
A LA SILLA DE CONSTANTINOPLA
Vacante unos años la silla
episcopal de Constantinopla, el emperador Arcadio le eligió para ocuparla
por su elocuencia y sabiduría. Mucho costó vencer la resistencia del
humilde sacerdote, y fue grande su disgusto por verse arrancado de su
ciudad nativa.
Trasladado a la metrópoli imperial,
la lujosa ciudad de Bizancio; la de los jardines y maravillosos palacios,
la de los grandes templos y las cúpulas de oro, la de las ciencias y las
artes, la placentera residencia de la corte, el nuevo Patriarca se ganó muy
pronto el afecto de sus sacerdotes, de las familias distinguidas y, el del
pueblo, por la amabilidad y deferencia con que trataba a todos y por la
santidad de su vivir. Se hizo el más sencillo de los ciudadanos. La
ejemplaridad de sus horas de oración, de sus penitencias y de sus limosnas
influyó en la reforma general de costumbres, en mayor grado que sus mismos
sermones.
PREDICADOR INFLUYENTE Y ENERGICO
La energía con que azotaba los
vicios y pecados, sin miedo a las iras de los poderosos, le valió la
antipatía de algunos elementos de la corte, que no cesaron de intrigar
contra él. Predicaba a todas horas. Pero no se contentaba con el entusiasmo
pasajero de los oyentes. Quería ver el fruto, las obras. No admitía una
respuesta sólo de palabras. No basta, dice, adornar el templo. ¿Qué te dirá
Dios si no te has preocupado de atender a tu hermano?
EL ODIO DE LA EMPERATRIZ EUDOXIA
Sus predicaciones sobre el lujo
femenino y la ostentación de las grandes damas, provocaron el odio de la
propia Emperatriz, quien, aliada con herejes y viciosos, no descansó hasta
conseguir que Arcadio, firmase el decreto de su exilio. Fue despedido por
una muchedumbre enorme, que, aclamándolo con entusiasmo y con lágrimas,
convirtió la partida en verdadera victoria. El pueblo protestó del decreto
en las formas más enérgicas. La corte no durmió en paz; y a las pocas horas
castigaba el Señor a la capital del Imperio con un terremoto que produjo
graves desperfectos. La emperatriz -Eudoxia- alarmada ante el aviso del
Cielo, pidió enseguida el retorno del Patriarca.
A los pocos meses, la corte se
enemistaba de nuevo con el Crisóstomo, por no haber cedido a las
caprichosas exigencias imperiales y haber predicado, como siempre, la
verdad y la virtud. El emperador le prohibió todo acto episcopal y le
arrestó en su propia residencia. El pueblo iba a sublevarse para liberarle.
Pero él, para evitar la sangre que hubiera costado la sedición, se escapó,
en el año 404, camino del destierro. Estaba terminado su ministerio en
Bizancio. Constantinopla no lo verá más actuando. Pero cuando, después de
muerto, su cuerpo fue traído del Asia Menor para ser sepultado en aquella
capital de su Archidiócesis, toda la ciudad le tributó los más fervorosos
honores, para reparar la pasada injusticia
SU DOCTRINA SOBRE LA ORACION
Dice y escribe: "Nada
hay mejor que la oración y coloquio con Dios ....Me refiero a aquella
oración que no se hace por rutina, sino de corazón, que no queda
circunscrita a unos determinados momentos, sino que se prolonga sin cesar
día y noche". (Hom. 6 sobre la oración).
"La oración es luz del alma,
verdadero conocimiento de Dios, mediadora entre Dios y los hombres. Por
ella nuestro espíritu, elevado hasta el cielo, abraza a Dios con abrazos
inefables; por ella nuestro espíritu espera el cumplimiento de sus propios
anhelos y recibe unos bienes que superan todo lo natural y visible". (Hom.
6, sobre la oración).
"La oración no es el
efecto de una actitud exterior, sino que procede del corazón. No se reduce
a unas horas o momentos determinados, sino que está en continua actividad,
lo mismo de día que de noche. No hay que contentarse con orientar a Dios el
pensamiento cuando se dedica exclusivamente a la oración; sino que, aun
cuando se encuentre absorbida por otras preocupaciones (...) hay que
sembrarlas del deseo y el recuerdo de Dios". (Hom. 6 sobre la
oración).
"La oración viene a ser una
venerable mensajera nuestra ante Dios, alegra nuestro espíritu, aquieta
nuestro ánimo". (Hom. 6, sobre la oración).
"La oración es perfecta cuando
reúne la fe y la confesión; el leproso demostró su fe postrándose y confesó
su necesidad con sus palabras". (Hom. sobre
S. Mateo, 25).
"La luz para nosotros es la
inteligencia, que se muestra oscura o iluminada, según la cantidad de luz.
Si se descuida la oración, que alimenta la luz, la inteligencia bien pronto
se queda a oscuras". (Catena Áurea).
"Cuando digo a alguno: Ruega a
Dios, pídele, suplícale, me responde: ya pedí una vez, dos, tres, diez,
veinte veces, y nada he recibido. No ceses, hermano, hasta que hayas
recibido; la petición termina cuando se recibe lo pedido. Cesa cuando hayas
alcanzado; mejor aún, tampoco entonces ceses. Persevera todavía. Mientras
no recibas pide para conseguir, y cuando hayas conseguido da gracias".
(Hom, 10).
"Quien te redimió y te creó no
quiere que cesen tus oraciones, y desea que por la oración alcances lo que
su bondad quiere concederte. Nunca niega sus beneficios a quien los pide, y
anima a los que oran a que no se cansen de orar". (Catena Áurea).
"La necesidad nos obliga a
rogar por nosotros mismos, y la caridad fraterna a pedir por los demás. Es
más aceptable a Dios la oración recomendada por la caridad que la que es
impulsada por la necesidad". (Catena Áurea).
"Habiendo Dios dotado a los
demás animales de la velocidad en la carrera, o la rapidez en el vuelo, o
de uñas, o de dientes, o de cuernos, sólo al hombre lo dispuso de tal forma
que su fortaleza no podía ser otra que la del mismo Dios: y esto lo hizo
para que, obligado por la necesidad de su flaqueza, pida siempre a Dios
cuanto pueda necesitar". (Catena Áurea).
LOS SEIS LIBROS SOBRE EL SACERDOCIO
Han sido mirados siempre como su
obra más sobresaliente, y que no dejan nada que añadir a los que han
tratado después esta materia. Dispuestos en forma de diálogo, nos ponen
delante las graves razones y fundamentos que tuvo el santo para huir de la
dignidad episcopal; y registra la perfección altísima que pide el estado
sacerdotal, y el gravísimo peso, que ponen sobre sus hombros, los que se
encargan del gobierno de las almas. Un día su gran amigo Basilio le visitó
y le comunicó que querían hacerles obispos. Ellos se oponían. Llegado al
día de la consagración. Sólo encontraron a Basilio. Juan había huido al
desierto. Allí escribió diálogo sobre el sacerdocio. Distribuía su tiempo
entre el estudio y la oración. Pero su voz, sublime no podía apagarse en el
desierto. El patriarca Flaviano lo reclamó y volvió a la ciudad. Sacerdote
y ayudante de su obispo, se entrega al ministerio de la palabra, y se
convierte en Juan Crisóstomo, el de la boca de oro. Predica a todas horas,
ataca los vicios, exhorta, aconseja, deslumbra con su palabra.
LOS DISCURSOS SOBRE LAS ESTATUAS
Estos discursos son un monumento de
oratoria como no hay otro igual en toda la Antigüedad. Fueron veinte
discursos que publicó en un momento delicado. El pueblo se amotinó contra
el emperador Teodosio. Teodosio pensaba castigarles duramente. El
Crisóstomo serenó los ánimos.
El año 397 es nombrado patriarca de
Constantinopla. Seguirá predicando contra las injusticias de la corte y de
los poderosos, lo mismo ahora en el Bósforo que antes en el Orontes. Los vicios
se encontraban con la protesta de su palabra, como un día harán Hildebrando
y Tomás Becket. Ante la debilidad del emperador Arcadio, se alzaba con todo
el poder el ambicioso Eutropio, convertido en cónsul. El que se le oponía
era eliminado, como el cónsul Primasio y su hijo. Quiso eliminar también a
la viuda, que invocó el derecho de asilo en la iglesia. Eutropio la
reclamó, pero se encontró frente a frente con el patriarca y tuvo que
retroceder. Cambiaron las cosas. El que había abolido el derecho de asilo
cayó en desgracia. La multitud quería asesinarlo. Acude al derecho de
asilo. Y ahora es Juan el que sale en su defensa, les calma y consigue el
perdón. La corte tornadiza, que tanto debía al Crisóstomo, ahora se vuelve
contra él, por dar gusto a los resentidos y por agradar al patriarca de
Alejandría, rival de Constantinopla. Juan no se asusta. No me importa la
muerte, grita. Mi vida es Cristo y una ganancia el morir. Fue desterrado.
Un temblor de tierra asustó a la supersticiosa emperatriz Eudosia, considerado
como un signo de la cólera divina. Le llaman y vuelve. El Bósforo se
iluminó para recibirle. Juan se pone en manos de Dios. Otra vez es
desterrado a la frontera de Armenia, por censurar los lujos y frivolidad de
la emperatriz. Sigue predicando en el destierro. Mantiene correspondencia
con todas las Iglesias del orbe. Al Papa Inocencio I le dice que su afecto
hacia él le consuela de todos los sufrimientos.
Muchos amigos he tenido sencillos,
y verdaderos, que entendieron, y guardan escrupulosamente las leyes de la
amistad; pero uno entre estos muchos ha sido, el que señalándose en amarme,
ha procurado dejarlos tan atrás, como estos dejaron a los que sólo tenían
conmigo una vulgar correspondencia. Era éste uno de aquéllos, que jamás se
apartó de mi lado; porque habiéndose aplicado a unos mismos estudios, y
tenido unos mismos maestros, era siempre una nuestra inclinación, y cuidado
en las ciencias a que nos aplicábamos, y no diferente el deseo de ambos,
porque procedía de unos mismos principios. Ni duró esto sólo aquel tiempo
que frecuentábamos las escuelas; continuó también, cuando habiéndolas
dejado, fue necesario deliberar sobre el estado más conveniente de vida que
debíamos abrazar; aun en este lance fueron muy conformes nuestros
sentimientos.
Fuera de éstas, había otras muchas
causas, por las que se conservaba entre nosotros invariable, y constante
esta uniformidad. Ninguno de los dos podía vanagloriarse sobre el otro por
la nobleza de su patria; ni a mí me sobraban conveniencias, ni él se veía acosado
de una extremada pobreza; sino que a la proporción de nuestros haberes
correspondía la uniformidad de nuestras voluntades; era igualmente honrada
nuestra familia. Finalmente, no había cosa que no conspirase a formar la
unión estrecha de nuestros ánimos.
Pero cuando llegó el tiempo de que
aquel hombre feliz abrazase el instituto monástico, y siguiese la verdadera
filosofía; ya desde entonces quedaron desiguales nuestros pesos: su balanza
se levantaba en alto, al paso que yo, enredado en los deseos del siglo,
hacia bajar la mía, y la violentaba a que quedase oprimida, cargándola de
pensamientos juveniles. Aun entonces permanecía entre nosotros, del mismo
modo que antes, una firme y constante amistad; pero debía interrumpirse
nuestro trato. ¿Cómo era posible que pudiésemos mantenerlo continuo, siendo
nuestras ocupaciones tan diversas?
Pero luego que comencé yo también,
poco a poco, a sacar la cabeza de entre las tempestades de la vida, me
recibió en esta ocasión con los brazos abiertos; pero ni aun así pudimos
conservar nuestra primera igualdad: porque habiéndome prevenido en el
tiempo, y manifestado un ardor de ánimo increíble, se levantaba todavía
sobre mí, llegando a tocar un punto de elevación muy grande.
Sin embargo, siendo él de una
índole muy buena, y haciendo gran aprecio de mi amistad, abandonó la
compañía de todos los otros, por pasar en la mía todo el tiempo. Esto es lo
que ya mucho tiempo antes vivamente había deseado, pero por mi desidia,
como dije, habían quedado burlados sus deseos. ¿Cómo podía yo, asistiendo
continuamente a los tribunales, y andando a caza de diversiones en el
teatro, tener gusto en conversar familiarmente con aquél, cuyo pensamiento
estaba fijo sobre los libros, y que no se dejaba ver jamás en público? De
aquí es, que habiendo estado hasta entonces separados, luego que me admitió
al mismo género, y método de vida, sin perder un instante de tiempo, me
descubrió aquel deseo, que muy anticipadamente había concebido: y no
apartándose de mi lado ni una brevísima parte del día, me exhortaba sin
cesar, a que dejando cada uno su casa particular, eligiésemos una
habitación común. Llegó a persuadirme, y quedamos determinados a hacerlo.
LA OPOSICION CARÑOSA DE SU MADRE
Pero los continuos halagos de mi
madre, fueron causa de que yo no le concediese esta gracia; mejor diré, que
no recibiese de él este beneficio. Luego que ésta llegó a entender el
camino que yo quería tomar, asiéndome de la mano, me introdujo en un cuarto
retirado de la casa, y haciéndome sentar junto a la cama, en donde me había
dado a luz, prorrumpió en un mar de lágrimas, y añadiendo palabras, que
movían más que su llanto, comenzó a lamentarse de esta suerte: «Hijo mío,
dijo, no me fue permitido disfrutar largamente las virtudes de tu padre,
porque Dios así lo dispuso; a los dolores que yo tuve cuando te di a luz,
sucedió su muerte, dejándote a ti huérfano y a mí viuda antes de tiempo y
entre los males y trabajos de una viudez, que sólo pueden comprender las
que los han experimentado.
JUSTIFICA A SU MADRE
¿Qué palabras pueden bastar para
explicar aquella tempestad, y turbación que sufre una mujer joven, cuando
apenas salida de la casa de su padre, y sin experiencia alguna de las
cosas, repentinamente se halla en medio de un dolor insoportable, y se ve
obligada a entrar en pensamientos superiores a su sexo, y a su edad? Porque
debe, según yo pienso, atender a corregir el descuido de los domésticos,
observando sus malos procederes, haciendo frente a las asechanzas de los
parientes, y soportando con generosidad de ánimo las molestias de aquéllos
que administran los intereses del público, y su dureza en exigir los
tributos. Y si el que ha muerto deja sucesión, si es femenina, aun así,
deja un cuidado no pequeño a la madre; pero libre de gasto, y de temores:
mas si es varonil, cada día la aumenta nuevos sobresaltos, y mayores
cuidados. Deja a un lado el consumo de dinero que se necesita hacer, si
desea que tenga una educación correspondiente a su estado. Con todo,
ninguna de estas cosas han podido inducirme a que yo abrazase un segundo
matrimonio, y que introdujese otro esposo en la casa de tu padre; sino que
he permanecido en esta tempestad, y torbellino, y no he rehusado el
trabajoso ardor de la viudez, asistida principalmente de la gracia del
Señor. Ni contribuyó poco para esto el gran consuelo que recibía, viendo
continuamente tu semblante, en donde registraba vivamente copiada la imagen
de tu difunto padre. De aquí es, que siendo tú niño, y que no sabías aun
articular las palabras, que es cuando más gusto reciben los padres de los
hijos, yo tenía en ti un grandísimo consuelo.
Ni tú podrás decirme, o culparme
con verdad, que aunque generosamente haya soportado la viudez, no obstante
por las incomodidades de ésta, te he disminuido el patrimonio, como sé que
ha sucedido a muchos, que han tenido la desgracia de quedar huérfanos como
tú. Pues yo te he conservado intacto todo lo que era tuyo; ni he perdonado
a gastos en todo lo que pertenecía a tu decoro, gastando de lo que era mío,
y de lo que tenía cuando salí de la casa de mi padre.
Ni te persuadas que te digo esto
por sacarte los colores a la cara: solamente te pido por todo esto una
gracia; y es, que no me envuelvas en una segunda viudez, despertándome un
dolor, que está ya enteramente adormecido; sino que esperes mi muerte, que
tal vez ya no tardará. Se puede esperar que los jóvenes lleguen a una larga
vejez, pero nosotros, que hemos comenzado ya a envejecer, solo podemos
esperar la muerte. Luego que me hayas enterrado, y puesto mis huesos junto
a los de tu padre, puedes emprender largas peregrinaciones; entra en el mar
que quisieres, pues no tendrás alguno que te lo impida; pero mientras que
yo respiro, sufre el vivir en mi compañía. No quieras temerariamente, y sin
consejo ofender a Dios, poniéndome en tan grandes trabajos, sin que de mi
parte hayas tenido motivo para ello. Y si tú puedes culparme de que yo te
arrastro a los cuidados de la vida, y de que te obligo a atender a tus
cosas, niégate enhorabuena a las leyes de la naturaleza, a la educación que
te he dado, a la compañía, y a todos los otros motivos: huye de mí, como de
un enemigo que te pone asechanzas. Pero si no omito diligencia, para que te
sea más fácil, y llevadero el camino de esta vida, ya que no otro respeto,
a lo menos este lazo te detenga junto a mí. Pues aunque tú digas ser
infinitos aquéllos que te aman; ninguno podrá hacer que goces de una
libertad como ésta; porque ninguno hay que estime tu decoro como yo.
Éstas, y otras cosas me dijo mi
madre, y yo se las repetí a aquel generoso varón, que no sólo no se movió
de semejante discurso, sino que insistió con mayor tesón en su primera
resolución e instancia.
EL RUMOR DE LA PROMOCION EPISCOPAL
DE JUAN Y BASILIO
Hallándonos, pues, en estos
términos, e instándome él continuamente a que condescendiese con sus
súplicas, pero sin acabar yo de resolverme, nos confundió un rumor que se
esparció por la ciudad de que seríamos promovidos a la dignidad episcopal.
Cuando yo oí semejante voz, quedé
sorprendido de temor, y perplejidad: de temor porque no me obligasen a
abrazar contra mi voluntad aquel estado; y de perplejidad, porque no
acababa de entender cómo pudo venir al pensamiento de aquellos varones el
resolver una cosa como ésta de mi persona; pues volviendo a mirar sobre mí
mismo, no encontraba en mí cosa que fuese digna de tal honor.
Aquel joven valeroso, vino a
buscarme a solas; me dio parte de las voces que corrían y creyendo que yo
las ignorase, me rogaba que en esta ocasión, como en todas las
antecedentes, se viese que nuestras acciones y deliberaciones eran unas;
que él por su parte estaba dispuesto a seguir con prontitud de ánimo,
cualquier camino que yo le mostrase; ya conviniese rehusar, ya abrazar
aquel estado.
¿COMO PRIVAR A LA IGLESIA DE AQUEL
GENEROSO PASTOR?
Viendo, pues, una resolución tan
noble, y creyendo que podría causar no pequeño daño a todo el común de la
Iglesia, si por mi debilidad privaba al rebaño de Jesucristo de un joven
tan bueno y tan útil para el gobierno de los hombres, no le descubrí lo que
sentía de estas cosas; aunque hasta entonces, jamás había podido sufrir el
ocultarle alguno de mis sentimientos. Y añadiéndole ser muy conveniente
dejar para otro tiempo el resolver sobre este negocio, y que confiase, que
si llegaba el caso de abrazar aquel estado, yo le acompañaría en la
determinación.
CRISOSTOMO SE OCULTO
Pero no pasó mucho tiempo, cuando
llegó allí el que nos había de ordenar: yo me oculté, y él fue conducido a
recibir el yugo, esperando, por lo que yo le había prometido, que sin
dificultad lo seguiría, o que tal vez era él el que me seguía, pues algunos
de los que se hallaban presentes, viéndole inquieto por esta especie
de violencia, lo engañaron diciendo que era cosa indigna, que aquél a quien
todos tenían por atrevido, hubiese cedido con tanta sumisión al juicio de
los Padres; y que él, que era más modesto y prudente, se mostrase soberbio
y amigo de vanagloria, rehusando, repugnando, y contradiciendo.
Habiendo cedido a estas razones,
luego que supo que yo me había ocultado, fue a buscarme; y entrando en mi
cuarto con semblante muy triste, se sienta junto a mí, pero impedido por la
angustia, no podía manifestar con las palabras la violencia que padecía;
luego que abría los labios la opresión interna le enmudecía.
Pero cuando llegó el tiempo de que
aquel hombre feliz abrazase el instituto monástico, y siguiese la verdadera
filosofía; ya desde entonces quedaron desiguales nuestros pesos: su balanza
se levantaba en alto, al paso que yo, enredado en los deseos del siglo,
hacia bajar la mía, y la violentaba a que quedase oprimida, cargándola de pensamientos
juveniles. Aun entonces permanecía entre nosotros, del mismo modo que
antes, una firme y constante amistad; pero debía interrumpirse nuestro
trato. ¿Cómo era posible que pudiésemos mantenerlo continuo, siendo
nuestras ocupaciones tan diversas?
EN LA PAZ
Cuando iba a ser trasladado a la costa oriental del Mar
Negro, al pie del Cáucaso, al llegar a una ermita de Comano, enfermó y
agotado expiró. Ha sido llamado el teólogo de la Eucaristía y el mejor
intérprete de San Pablo. Sus restos reposaron en Constantinopla.
Actualmente se hallan en Roma, en la basílica de San Pedro del Vaticano.
|