1 de junio

San Justino

Mártir

Justino, filósofo y mártir, nació en Flavia Neápolis (Nablus), en Samaria, a comienzos del siglo II, de familia pagana. Con­vertido a la fe, escribió diversas obras en defensa del cristianis­mo; de entre ellas se conservan únicamente dos «Apologías» y el «Diálogo con Trifón». Abrió en Roma una escuela donde sostenía discusiones públicas. Fue martirizado con varios compañ­eros en tiempos de Marco Aurelio, hacia el año 165.

Sigo las verdaderas doctrinas de los cristianos

De las Actas del martirio de san Justino y compañeros

Apresados los santos, fueron conducidos ante el prefecto de Roma, de nombre Rústico. Llegados ante el tribunal, ­el prefecto Rústico dijo a Justino:

«Ante todo cree en los dioses y obedece a los emperadores».

Justino contestó:

«El hecho de que obedezcamos los preceptos de nuestro ­Salvador Jesucristo no puede ser objeto ni de acusación ­ni de detención».

Rústico replicó:

«¿Qué doctrinas profesas?»

Justino dijo:

«Me he esforzado por conocer todas las doctrinas, y sigo las verdaderas doctrinas de los cristianos aunque desagrade a aquellos que son presa de sus errores».

Rústico replicó:

«¿Estas doctrinas te agradan a ti, desgraciado?»

Justino contestó:

«Sí, porque profeso la verdadera doctrina siguiendo a los cristianos».

Rústico preguntó:

«¿Qué doctrinas son ésas?»

Justino contestó:

«Adoramos al Dios de los cristianos, que es uno, y creador y artífice de todo el universo, de las cosas visibles e invisibles; creemos en nuestro Señor Jesucristo como Hijo de Dios, anunciado por los profetas como el que había de venir al género humano, mensajero de salvación y maestro de insignes discípulos. Yo soy un hombre indigno para poder hablar adecuadamente de su infinita divinidad; reconozco que para hablar de él es necesaria la virtud profética, pues fue profetizado, como te dije, que éste de quien he hablado, es el Hijo de Dios. Yo sé que los profetas que vaticinaron su venida a los hombres recibían su inspiración del cielo».

Rústico preguntó:

«¿Luego tú eres cristiano?»

Justino respondió:

«Sí, soy cristiano».

El prefecto dijo a Justino:

«Escucha, tú que te las das de saber y conocer las verdaderas doctrinas; si después de azotado mando que te corten la cabeza, ¿crees que subirás al cielo?»

Justino contestó:

«Espero que entraré en la casa del Señor si soporto todo lo que tú dices; pues sé que a todos los que vivan rectamente les está reservada la recompensa divina hasta el fin de los siglos».

El prefecto Rústico preguntó:

«Así, pues, ¿te imaginas que cuando subas al cielo recib­irás la justa recompensa?»

Justino contestó:

«No me lo imagino, sino que lo sé y estoy cierto».

El prefecto Rústico dijo:

Vamos al asunto que nos interesa y nos apremia. Poneo­s de acuerdo y sacrificad a los dioses».

Justino respondió:

«Nadie, a no ser por un extravío de su razón, pasa de piedad a la impiedad».

Rústico replicó:

«Si no hacéis lo que os mandamos, seréis torturados sin misericordia».

Justino contestó:

Es nuestro deseo más ardiente el sufrir por amor de nuestro Señor Jesucristo, para ser salvados. Este sufrimiento nos dará la salvación y la confianza ante el tribunal ­de nuestro Señor y Salvador, que será universal y más terrible que éste».

Igualmente, los otros mártires dijeron:

«Haz lo que quieras; somos cristianos y no sacrificaremos a los ídolos».

El prefecto Rústico pronunció la sentencia, diciendo:

«Por no haber querido sacrificar a los dioses ni obede­cer la orden del emperador, que sean azotados y condu­cidos al suplicio, para sufrir la pena capital de acuerdo con las leyes».

Los santos mártires, glorificando a Dios, fueron conducidos al lugar acostumbrado; allí fueron decapitados y consumaron su martirio en la confesión de nuestro Señor Jesucristo.

Oración

Señor, tú que has enseñado a San Justino a encontrar en la locura de la cruz la incomparable sabiduría de Cristo, concédenos, por intercesión de tu mártir, la gracia de alejar los errores que nos cercan y de mantenernos firmes en la fe. Por nuestro Señor Jesucristo.

2 de junio

San Marcelino y san Pedro

Mártires

Nos ha dejado noticias de su muerte el papa san Dámaso, que las oyó de boca del mismo verdugo. El martirio tuvo lugar durante la persecución de Diocleciano [284-305]. Fueron decapitados en un bosque, pero sus cuerpos fueron trasladados y sepultados en el cementerio llamado Ad duas lauros, en la vía Labicana, donde después de la paz de Constantino se erigió una basílica.

Los que son compañeros de Cristo en el sufrir también lo son en el buen ánimo

De la exhortación al martirio, de Orígenes, presbítero

Si hemos pasado de la muerte a la vida, al pasar de la infidelidad a la fe, no nos extrañemos de que el mundo nos odie. Pues quien no ha pasado aún de la muerte a la vida, sino que permanece en la muerte, no puede amar a quienes salieron de las tinieblas y han entrado, por así decirlo, en esta mansión de la luz edificada con piedras vivas.

Jesús dio su vida por nosotros; demos también nuestra vida, no digo por él, sino por nosotros mismos y, me atrevería a decirlo, por aquellos que van a sentirse alentados por nuestro martirio.

Nos ha llegado, oh cristiano, el tiempo de gloriarnos. Pues dice la Escritura: Nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce constancia, la cons­tancia, virtud probada, la virtud, esperanza, y la esperanza n­o defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado.

Si los sufrimientos de Cristo rebosan sobre nosotros, gracias a Cristo rebosa en proporción nuestro ánimo; aceptemos, pues, con gran gozo los padecimientos de Cristo, y que se multipliquen en nosotros, si realmente apetecemos un abundante consuelo, como lo obtendrán todos aquellos que lloran. Pero este consuelo seguramente superará a los sufrimientos, ya que, si hubiera una exacta proporción, no estaría escrito: Si los sufrimientos de Cristo re­bosan sobre nosotros, rebosa en proporción nuestro ánimo.

Los que se hacen solidarios de Cristo en sus padecimien­tos participarán también, de acuerdo con su grado de participación, en sus consuelos. Tal es el pensamiento de Pablo, que afirma con toda confianza: Si sois compañeros en el sufrir, también lo sois en el buen ánimo.

Dice también Dios por el Profeta: En el tiempo de gracia te he respondido, en el día de salvación te he auxiliado. ¿Qué tiempo puede ofrecerse más aceptable que el momento en el que, por nuestra fe en Dios por Cristo, somos escoltados solemnemente al martirio, pero como triunfadores, no como vencidos?

Los mártires de Cristo, con su poder, derrotan a los principados y potestades y triunfan sobre ellos, para que, al ser solidarios de sus sufrimientos, tengan también parte en lo que él consiguió por medio de su fortaleza en los sufrimientos.

Por tanto, el día de salvación no es otro que aquél en que de este modo salís de este mundo.

Pero, os lo ruego: Para no poner en ridículo nuestro ministerio, nunca deis a nadie motivo de escándalo; al contrario, continuamente dad prueba de que sois ministros de Dios con lo mucho que pasáis, diciendo: Y ahora, Señor, ¿qué esperanza me queda? Tú eres mi confianza.

Oración

Señor, tú has hecho del glorioso testimonio de tus mártires san Marcelino y san Pedro nuestra protección y defensa; concédenos la gracia de seguir sus ejemplo y de vernos continuamente sostenidos por su intercesión. Por nuestro Señor Jesucristo.

3 de junio

San Carlos Luanga y compañeros mártires

Entre los años 1885 y 1887 muchos cristianos de Uganda fueron condenados a muerte por el rey Muanga; algunos eran funcionarios de la corte o muy allegados a la persona del rey. Entre estos sobresalen Carlos Luanga y sus veintiún compa­ñeros que, firmes en la fe católica, fueron degollados o quemados ­por negarse a satisfacer los impuros deseos del monarca.

La gloria de los mártires, signo de regeneración

De la homilía pronunciada por el papa Pablo VI en la canonización de los mártires de Uganda

Estos mártires africanos vienen a añadir a este catálogo de vencedores, que es el martirologio, una página trági­ca y magnífica, verdaderamente digna de sumarse a aquellas maravillosas de la antigua África, que nosotros, modernos hombres de poca fe, creíamos que no podrían tener jamás adecuada continuación.

¿Quién podría suponer, por ejemplo, que a las emocionantísimas historias de los mártires escilitanos, de los cartagineses, de los mártires de la «blanca multitud» de Útica, de quienes san Agustín y Prudencio nos han dejado el recuerdo, de los mártires de Egipto, cuyo elogio ­trazó san Juan Crisóstomo, de los mártires de la persecuci­ón de los vándalos, hubieran venido a añadirse nuevos ­episodios no menos heroicos, no menos espléndidos, en nuestros días?

¿Quién podía prever que, a las grandes figuras históricas de los santos mártires y confesores africanos, como Cipriano, Felicidad y Perpetua, y al gran Agustín, habríamos de asociar un día los nombres queridos de Carlos Luanga y de Matías Mulumba Kalemba, con sus veinte compañeros? Y no queremos olvidar tampoco a aquellos otros que, perteneciendo a la confesión anglicana, afrontaron la muerte por el nombre de Cristo.

Estos mártires africanos abren una nueva época, quiera Dios que no sea de persecuciones y de luchas religiosas, sino de regeneración cristiana y civil.

El África, bañada por la sangre de estos mártires, los primeros de la nueva era –y Dios quiera que sean los últimos, pues tan precioso y tan grande fue su holocausto–, resurge libre y dueña de sí misma.

La tragedia que los devoró fue tan inaudita y expresiva, que ofrece elementos representativos suficientes para la formación moral de un pueblo nuevo, para la fundación de una nueva tradición espiritual, para simbolizar y promover el paso desde una civilización primitiva –no desprovista de magníficos valores humanos, pero contaminada y enferma, como esclava de sí misma– hacia una civilización abierta a las expresiones superiores del espíritu y a las formas superiores de la vida social.

Oración

Señor, Dios nuestro, tú haces que la sangre de los mártires se convierta en semilla de nuevos cristianos; concédenos que el campo de tu Iglesia, fecundo por la sangre de san Carlos Luanga y de sus compañeros, produzca continuamente, para gloria tuya, abundante cosecha de cristianos. Por nuestro Señor Jesucristo.

5 de junio

San Bonifacio

Obispo y mártir

Nació en Inglaterra hacia el 673; hizo su profesión religiosa el monasterio de Exeter. El año 719 marchó a Alemania a predicar la fe cristiana. Lo que hizo con notable éxito. Consagra­do obispo de Maguncia, fundó o instauró, con ayuda de varios compañeros, numerosas Iglesias en Baviera, Turingia y Franconia, congregó diversos concilios y promulgó leyes. Fue asesinado por unos paganos durante la evangelización de los frisones, el año 754, y su cuerpo fue sepultado en la abadía de Fulda.

Pastor solícito que vela sobre la grey de Cristo

De las cartas de san Bonifacio, obispo y mártir

La Iglesia, que es como una barca que navega por el mar de este mundo y que se ve sacudida por las diversas olas de las tentaciones, no ha de dejarse a la deriva, sino que debe ser gobernada.

En la primitiva Iglesia tenemos el ejemplo de Clemente y Cornelio y muchos otros en la ciudad de Roma, Cipria­no en Cartago, Atanasio en Alejandría, los cuales, bajo el reinado de los emperadores paganos, gobernaban la nave de Cristo, su amada esposa, que es la Iglesia, con sus enseñan­zas, con su protección, con sus trabajos y sufrimientos h­asta derramar su sangre.

Al pensar en éstos y otros semejantes, me estremezco y me asalta el temor y el terror, me cubre el espanto por mis pecados, y de buena gana abandonaría el gobierno de la Iglesia que me ha sido confiado, si para ello encontrara apoyo en el ejemplo de los Padres o en la sagrada Escritura.

Mas, puesto que las cosas son así y la verdad puede ser impugnada, pero no vencida ni engañada, nuestra mente fatigada se refugia en aquellas palabras de Salomón: Confía en el Señor con toda el alma, no te fíes de tu propia inteligencia; en todos tus caminos piensa en él, y él allanará tus sendas. Y en otro lugar: El nombre del Señor es un torreón de fortaleza: a él se acoge el honrado, y es inaccesible. Mantengámonos en la justicia y preparemos nuestras almas para la prueba; sepamos aguantar hasta el tiempo que Dios quiera y digámosle: Señor, tú has sido nuestro refugio de generación en generación.

Tengamos confianza en él, que es quien nos ha impuesto esta carga. Lo que no podamos llevar por nosotros mismos, llevémoslo con la fuerza de aquel que es todopoderoso y que ha dicho: Mi yugo es llevadero y mi carga ligera. Mantengámonos firmes en la lucha en el día del Señor, ya que han venido sobre nosotros días de angustias y aflicción. Muramos, si así lo quiere Dios, por las santas leyes de nuestros padres, para que merezcamos como ellos conseguir la herencia eterna.

No seamos perros mudos, no seamos centinelas silenciosos, no seamos mercenarios que huyen del lobo, sino pastores solícitos que vigilan sobre el rebaño de Cristo, anunciando el designio de Dios a los grandes y a los pequeños, a los ricos y a los pobres, a los hombres de toda condición y de toda edad, en la medida en que Dios nos dé fuerzas, a tiempo y a destiempo, tal como lo escribió san Gregorio en su libro de los pastores de la Iglesia.

Oración

Concédenos, Señor, la Intercesión de tu mártir san Bonifacio, para que podamos defender con valentía y con­firmar con nuestras obras la fe que él enseñó con su palabra y rubricó en el martirio con su sangre. Por nuestro Señor Jesucristo.

6 de junio

San Norberto

Obispo

Nació alrededor del año 1080 en Renania. Canónigo de la catedral de Colonia, una vez convertido de su vida mundana, se sujetó a la disciplina regular y fue ordenado sacerdote el año 1115. Se entregó al apostolado y a la predicación, princi­palmente en Francia y Alemania. Junto con un grupo de compañeros, puso los fundamentos de la Orden Premonstratense y fundó algunos monasterios. El año 1126 fue elegido arzobispo de Magdeburgo, dedicándose entonces a la reforma de la vida cristiana y logrando que la fe se propagase a las regiones veci­nas, que eran paganas. Murió el año 1134.

Grande entre los grandes y exiguo entre los pequeños

De la Vida de san Norberto, obispo

Norberto es contado, con toda razón, entre los que más eficazmente contribuyeron a la reforma gregoriana; él, en efecto, quiso antes que nada formar un clero entregado a una vida genuinamente evangélica y a la vez apostólica, casto y pobre, que aceptara «a la vez la vestidura y el ornato del hombre nuevo: lo primero en el hábito religioso, lo segundo en la dignidad de su sacerdocio», y que se preocupara de «seguir las enseñanzas de la sagrada Escritura y de tener a Cristo por guía». Acostumbraba recomendar a este clero tres cosas: «En el altar y en los divinos oficios, decoro; en el capítulo, enmienda de las desviaciones y negligencias; con respecto a los pobres, atenciones y hospitalidad».

A los sacerdotes, que en la comunidad hacían las veces de los apóstoles, les agregó tal multitud de fieles laicos y de mujeres, a imitación de la Iglesia primitiva, que muchos aseguraban que nadie, desde el tiempo de los apóstoles, había podido adquirir para Cristo, en tan breve espacio de tiempo y con la formación que él les daba, semejante cantidad de personas que procurasen seguir una vida de perfección.

Cuando lo nombraron arzobispo, encomendó a sus hermanos de religión la evangelización de los vendos; además, se esforzó en la reforma del clero de su diócesis, a pesar de la turbación y conmoción que esto causó en el pueblo.

Finalmente, su principal preocupación fue consolidar y aumentar la armonía entre la Santa Sede y el Imperio, guardando, sin embargo, intacta la libertad en cuanto a los nombramientos eclesiásticos, lo que le valió estas palabras que le escribió el papa Inocencio segundo: «La Santa Sede se felicita de todo corazón de tener un hijo tan devoto como tú»; el emperador, por su parte, lo nombró gran canciller del Imperio.

Todo esto lo hizo movido por la fuerza que le daba su fe: «En Norberto –decían– destaca la fe, como en Bernardo de Claraval la caridad»; también se distinguió por la amabilidad de su trato, «ya que, grande entre los grandes ­y exiguo entre los pequeños, con todos se mostraba afable»; asimismo era notable su elocuencia: «Palabra Dios llena de fuego, que quemaba los vicios, estimulaba las virtudes, enriquecía con su sabiduría a las almas bien dispuestas», ya que su valiente predicación era fruto de una meditación asidua y contemplativa de las cosas divinas.

Oración

Señor, tú hiciste del obispo san Norberto un pastor admir­able de tu Iglesia por su espíritu de oración y su celo apostólico; te rogamos que, por su intercesión, tu pueblo encuentre siempre pastores ejemplares que lo conduzcan a la salvación. Por nuestro Señor Jesucristo.

9 de junio

San Efrén

Diácono y doctor de la Iglesia

Nació en Nísibe, de familia cristiana, hacia el año 306 Se ordenó de diácono y ejerció dicho ministerio en su patria y en Edesa, de cuya escuela teológica fue el iniciador. A pesar de su intensa vida ascética, desplegó una gran actividad como predi­cador y como autor de importantes obras, destinadas a la refutaci­ón de los errores de su tiempo. Murió el año 373.

Los designios divinos son figura del mundo espiritual

De los sermones de san Efrén, diácono

Señor, con la meridiana luz de tu sabiduría disipa las tinieblas nocturnas de nuestra mente, para que, iluminada, te sirva en la renovación de nuestra vida purificada. La salida del sol señala el comienzo de las obras de los mortales; prepara tú en nuestros corazones una mansión para aquel día que no tiene ocaso. Concédenos que en nuestra persona lleguemos a ver la vida resucitada y que nada aparte nuestras mentes de tus delicias. Imprime en nuestros corazones, por nuestra asidua búsqueda de ti, el sello de ese día sin fin que no comienza con el movimiento y el curso del sol.

A diario te abrazamos en tus sacramentos y te recibimos en nuestro cuerpo. Haznos dignos de sentir en nuestra persona la resurrección que esperamos. Con la gracia del bautismo hemos escondido tu tesoro en nuestros corazones; este mismo tesoro se acrecienta en la mesa de tus sacramentos; concédenos el gozo de tu gracia. Poseemos, Señor, en nuestra propia persona tu memorial tomado en la mesa espiritual; haz que lleguemos a poseerlo en toda su realidad en la renovación futura.

Que seamos capaces de comprender la belleza de nuestra condición mediante esa belleza espiritual que tu voluntad inmortal en las mismas criaturas mortales.

La crucifixión fue, Señor, el término de tu vida corporal; concédenos que nuestra mente quede también crucificada figuradamente en nuestra vida espiritual. Que tu resurrección, oh Jesús, preste su grandeza a nuestro hombre espiritual; que la contemplación de tus misterios nos sirva de espejo para conocerla.

Tus designios divinos, oh Salvador nuestro, son figura del mundo espiritual; concédenos la gracia de correr en él como corresponde al hombre espiritual.

No prives a nuestra mente de tu manifestación espiri­tual, ni apartes de nuestros miembros el calor de tu suavi­dad. La mortalidad latente en nuestro cuerpo nos lleva a la corrupción; que la difusión de tu amor espiritual repare sus efectos en nuestro corazón. Concédenos, Señor, llegar cuanto antes a nuestra ciudad y, al igual que Moisés desde la cumbre del monte, poseerla ya por tu revelación.

Oración

Señor, infunde en nuestros corazones el Espíritu Santo que con su inspiración impulsaba a tu diácono san Efrén a cantar con alegría tus misterios y a consagrar su vida a tu servicio. Por nuestro Señor Jesucristo.

11 de junio

San Bernabé

Apóstol

Nacido en la isla de Chipre, fue uno de los primeros fieles de Jerusalén, predicó en Antioquía y acompañó a Pablo en su primer viaje. Intervino en el Concilio de Jerusalén. Volvió a su patria, predicó el Evangelio y allí murió.

Vosotros sois la luz del mundo

De los tratados de san Cromacio, obispo, sobre el evangelio de san Mateo

Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte. Tampoco se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa. El Señor llamó a sus discípulos sal de la tierra, porque habían de condimentar con la sabiduría del cielo los corazones de los hombres, insípidos por obra del diablo. Ahora les llama también luz del mundo, porque, después de haber sido iluminados por el, que es la luz verdadera y eterna, se han convertido ellos mismos en luz que disipa las tinieblas.

Siendo él el sol de justicia, llama con razón a sus discípulos luz del mundo; a través de ellos, como brillantes rayos, difunde por el mundo entero la luz de su conocimiento. En efecto, los apóstoles, manifestando la luz de la verdad, alejaron del corazón de los hombres las tinieblas del error.

Iluminados por éstos, también nosotros nos hemos convertido en luz, según dice el Apóstol: En otro tiempo erais tinieblas, ahora sois luz en el Señor; caminad como hijos de la luz e hijos del día; no lo sois de la noche ni de las tinieblas.

Con razón dice san Juan en su carta: Dios es luz, y quien permanece en Dios está en la luz, como él está en la luz. Nuestra alegría de vernos libres de las tinieblas del error debe llevarnos a caminar como hijos de la luz. Por eso dice el Apóstol: Brilláis como lumbrera del mundo, ­mostrando una razón para vivir. Si no obramos así, es como si, con nuestra infidelidad, pusiéramos un velo que tapa y oscurece esta luz tan útil y necesaria, en perjuicio nuestro y de los demás. Ya sabemos que aquel que recibió un talento y prefirió esconderlo antes que negociar con él para conseguir la vida del cielo, sufrió el castigo justo.

Por eso la esplendorosa luz que se encendió para nuestra salvación debe lucir constantemente en nosotros. Tenemos la lámpara del mandato celeste y de la gracia espiritual, de la que dice David: Lámpara es tu palabra para mis pasos, luz en mi sendero. De ella dice también Salomón: El precepto de la ley es una lámpara.

Esta lámpara de la ley y de la fe no debe nunca ocultar­se, sino que debe siempre colocarse sobre el candelero de la Iglesia para la salvación de muchos; así podremos alegrarnos con la luz de su verdad y todos los creyentes serán iluminados.

Oración

Señor, tú mandaste que san Bernabé, varón lleno de fe y de Espíritu Santo, fuera designado para llevar a las naciones tu mensaje de salvación; concédenos, te rogamos, ­que el Evangelio de Cristo, que él anunció con tanta firmeza, sea siempre proclamado en la Iglesia con fidelidad, de palabra y de obra. Por nuestro Señor Jesucristo.

13 de junio

San Antonio de Padua

presbítero y doctor de la Iglesia

Nació en Lisboa a finales del siglo XII. Primero formó parte de los canónigos regulares de san Agustín, y, poco después de su ordenación sacerdotal, ingresó en la Orden de los frailes Menores­, con la intención de dedicarse a propagar la fe cristiana en África. Sin embargo, fue en Francia y en Italia donde ejerció con ­gran provecho sus dotes de predicador, convirtiendo a muchos herejes. Fue el primero que enseñó teología en su Orden. E­scribió varios sermones llenos de doctrina y de unción. Murió en Padua el año 1231.

La palabra tiene fuerza cuando va acompañada de las obras

De los sermones de san Antonio de Padua, presbítero

El que está lleno del Espíritu Santo habla diversas lenguas. Estas diversas lenguas son los diversos testimo­nios que da de Cristo, como por ejemplo la humildad, la pobreza, la paciencia y la obediencia, que son las palabras con que hablamos cuando los demás pueden verlas reflejadas ­en nuestra conducta. La palabra tiene fuerza cuando va acompañada de las obras. Cesen, por favor, las palabras y sean las obras quienes hablen. Estamos repletos de palabras, pero vacíos de obras, y, por esto, el Señor nos maldice como maldijo aquella higuera en la que no halló fruto, sino hojas tan sólo. «La norma del predicador –dice san Gregorio– es poner por obra lo que predica».

En vano se esfuerza en propagar la doctrina cristiana el que la contradice con sus obras.

Pero los apóstoles hablaban según el Espíritu les sugería. ¡Dichoso el que habla según le sugiere el Espíritu Santo y no según su propio sentir! Porque hay algunos que hablan movidos por su propio espíritu, roban las palabras de los demás y las proponen como suyas, atribuyéndoselas a sí mismos. De estos tales y de otros semejantes dice el Señor por boca de Jeremías: Aquí estoy yo contra los profetas que se roban mis palabras uno a otro. Aquí estoy yo contra los profetas –oráculo del Señor– que manejan la lengua para echar oráculos. Aquí estoy yo contra los profetas de sueños falsos –oráculo del Señor–, que los cuentan para extraviar a mi pueblo, con sus embustes jactancias. Yo no los mandé ni los envié, por eso, son inútiles a mi pueblo –oráculo del Señor–.

Hablemos, pues, según nos sugiera el Espíritu Santo, pidiéndole con humildad y devoción que infunda en nosotros su gracia, para que completemos el significado quincuagenario del día de Pentecostés, mediante el perfeccionamiento de nuestros cinco sentidos y la observancia de los diez mandamientos, y para que nos llenemos de la ráfaga de viento de la contrición, de manera que, encendidos e iluminados por los sagrados esplendores, podamos llegar a la contemplación del Dios uno y trino.

Oración

Dios todopoderoso y eterno, tú que has dado a tu pueblo en la persona de san Antonio de Padua un predicador insigne y un intercesor poderoso, concédenos seguir fielmente los principios de la vida cristiana, para que merezcamos tenerte como protector en todas las adversidades. Por nuestro Señor Jesucristo.

15 de junio

Santa María Micaela del Santísimo Sacramento

Virgen

Santa María Micaela del Santísimo Sacramento nació en Madrid en 1809 y allí, al visitar el Hospital de san Juan de Dios, nació su vocación de consagrarse a la educación de la juventud inadaptada socialmente. El amor a Cristo en la eucaristía fue el alma de su obra. Fundó el Instituto de Adoratrices Esclavas del Santísimo Sacramento y de la Caridad. Murió en Valencia, víctima de su caridad, al atender a los enfermos de cólera, el 24 de agosto de 1865. Fue canonizada en 1934.

Nada hay comparable a la dicha de servir a Dios

De los escritos de santa María Micaela, virgen

El día de Pentecostés sentí una luz interior y comprendí que ­era Dios tan grande, tan poderoso, tan bueno, tan amante, tan misericordioso, que resolví no servir más que a un Señor que todo lo reúne para llenar mi corazón. Yo no puedo querer más que lo que quieras de mí, Dios mío, para tu mayor gloria.

No deseo nada, ni me siento apegada más que a Jesús sacramentado. Pensar que el Señor se quedó con nosotros me infunde un deseo de no separarme de él en la vida, si ser pudiera, y que todos le viesen y amen. Seamos locos de amor divino, y no hay qué temer.

Yo no sé que haya en el mundo mayor dicha que servir a Dios y ser su esclava, pero servirle amando las cruces como él hizo, y lo demás es nada, llevado por su amor.

Dichosos nuestros pecados, que dan a un Dios motivo para que ejerza tanta virtud, como resalta en Dios con el pecador. Éste es tanto más desgraciado cuanto no conoce el valor tan grande de esta alma suya por la que el derramó toda su sangre. ¿Y dudaremos nosotros arrostrar todos los trabajos del mundo por imitar en esto a Jesucristo? ¿Y se nos hará penoso y cuesta arriba dar la vida crédito, fortuna y cuanto poseemos sobre la tierra, por salvar una que tanto le costó al Señor, toda su sangre sacratísima y divina?

Yo sé que ni el viaje, ni el frío, ni el mal camino, lluvias, jaquecas, gastos, todo, me parece nada si se salva una, sí, una. Por un pecado que lleguemos a evitar, somos felices y le amaremos en pago.

Oración

Oh Dios, que amas a los hombres y concedes a todos tu perdón, suscita en nosotros un espíritu de generosidad y de amor que, alimentado y fortalecido por la eucaristía, a imitación de santa María Micaela, nos impulse a encontrarte en los más pobres y en los más necesitados de tu protección. Por nuestro Señor Jesucristo.

19 de junio

San Romualdo

Abad

Nació en Ravena, hacia la mitad del siglo X. Practicó la vida eremítica y, durante varios años, recorrió diversos lugares en busca de la soledad y fundando pequeños monasterios. Luchó denodadamente contra la relajación de costumbres de los monjes de su tiempo, mientras se esforzaba en adquirir la propia perfección. Murió hacia el año 1027.

Se negó a sí mismo para seguir a Cristo

De la vida de san Romualdo, escrita por san Pedro Damiani, obispo

Romualdo vivió tres años en la ciudad de Parenzo; durante el primero, construyó un monasterio y puso en él una comunidad con su abad; los otros dos, vivió recluido en él. Allí la bondad divina lo elevó a tan alto grado de perfección que, inspirado por el Espíritu Santo, predijo algunos sucesos futuros y llegó a la penetración de muchos misterios ocultos del antiguo y del nuevo Testamento.

Con frecuencia, era arrebatado a un grado tan elevado de contemplación que, deshecho todo él en lágrimas, abrasado por el ardor inefable del amor divino, exclamaba:

«Amado Jesús, mi dulce miel, deseo inefable, dulzura de los santos, encanto de los ángeles».

Y, otras cosas semejantes. Nosotros somos incapaces de expresar con palabras humanas todo lo que él profe­ría, movido por el gozo del Espíritu Santo.

Dondequiera que aquel santo varón se decidía a habitar, ante todo hacía en su celda un oratorio con su altar, y luego se encerraba allí, impidiendo toda entrada.

Después de haber vivido así en varios lugares, dándose c­uenta de que ya se acercaba su fin, volvió definitivamen­te al monasterio que había construido en Val de Cas­tro y allí, en espera cierta de su muerte cercana, se hizo edificar una celda con su oratorio, con el fin de recluirse en ella y guardar silencio hasta la muerte.

Una vez construido este lugar de receso, en el cual quiso él recluirse inmediatamente, su cuerpo empezó a experimentar unas molestias progresivas y una creciente debilidad, producida más por la decrepitud de sus muchos años que por enfermedad alguna.

Un día, esta debilidad comenzó a hacerse sentir con más fuerza y sus molestias alcanzaron un grado alarmante. Cuando el sol ya se ponía, mandó a los dos hermanos que estaban junto a él que salieran fuera, que cerraran tras sí la puerta de la celda y que volvieran a la madrugada para celebrar con él el Oficio matutino.

Ellos salieron como de mala gana, intranquilos porque presentían su fin, y no se fueron en seguida a descansar sino que, preocupados por el temor de que muriera su maestro, se quedaron a escondidas cerca de la celda, en observación de aquel talento de tan valioso precio. Después de algún rato, su interés les indujo a escuchar atentamente y, al no percibir ningún movimiento de su cuerpo ni sonido alguno de su voz, seguros ya de lo que había sucedido, empujan la puerta, entran precipitadamente encienden una luz y encuentran el santo cadáver que yacía boca arriba, después que su alma había sido arrebatada al cielo. Aquella perla preciosa yacía entonces como despreciada, pero en realidad destinada en adelante a ser guardada con todos los honores en el erario del Rey supremo.

Oración

Oh Dios, que has renovado en tu Iglesia la vida eremítica por medio del abad san Romualdo, haz que, negándonos a nosotros mismos para seguir a Cristo, merezcamos llegar felizmente al reino de los cielos. Por nuestro Señor Jesucristo.

21 de junio

San Luis Gonzaga

Religioso

Nació el año 1568 cerca de Mantua, en Lombardía, hijo de los príncipes de Castiglione. Su madre lo educó cristianamente, y muy pronto dio indicios de su inclinación a la vida religiosa. Renunció en favor de su hermano al título de prín­cipe, que le correspondía por derecho de primogenitura, e ingres­ó en la Compañía de Jesús, en Roma. Cuidando enfermos en los hospitales, contrajo él mismo una enfermedad que lo llevó al sepulcro el año 1591.

Cantaré eternamente las misericordias del Señor

De una carta de san Luis Gonzaga, dirigida a su madre

Pido para ti, ilustre señora, que goces siempre de la gracia y del consuelo del Espíritu Santo. Al llegar tu carta, ­me encuentro todavía en esta región de los muertos. Pero un día u otro ha de llegar el momento de volar al cielo, para alabar al Dios eterno en la tierra de los que viven. Yo esperaba poco ha que habría realizado ya este viaje antes de ahora. Si la caridad consiste, como dice san Pablo, en estar alegres con los que ríen y llorar con que lloran, ha de ser inmensa tu alegría, madre ilustre, ­al pensar que Dios me llama a la verdadera alegría, que pronto poseeré con la seguridad de no perderla jamás.

Te he de confesar, ilustre señora, que, al sumergir mi pensamiento en la consideración de la divina bondad, que es como un mar sin fondo ni litoral, no me siento digno de su inmensidad, ya que él, a cambio de un trabajo tan breve y exiguo, me invita al descanso eterno y me llama desde el cielo a la suprema felicidad, que con tanta negligencia he buscado, y me promete el premio de unas lágrimas, que tan parcamente he derramado.

Considéralo una y otra vez, ilustre señora, y guárdate de menospreciar esta infinita benignidad de Dios, que es lo que harías si lloraras como muerto al que vive en la presencia de Dios y que, con su intercesión, puede a ayudarte en tus asuntos mucho más que cuando vivía en este mundo. Esta separación no será muy larga; volveremos a encontrarnos en el cielo, y todos juntos, unidos a nuestro Salvador, lo alabaremos con toda la fuerza de nuestro espíritu y cantaremos eternamente sus misericordias, gozando de una felicidad sin fin. Al morir, nos quita lo que antes nos había prestado, con el solo fin de guardarlo en un lugar más inmune y seguro, y para enriquecernos con unos bienes que superan nuestros deseos.

Todo esto lo digo solamente para expresar mi deseo de que tú, ilustre señora, así como los demás miembros de mi familia, consideréis mi partida de este mundo como un motivo de gozo, y para que no me falte tu bendición materna en el momento de atravesar este mar hasta llegar a la orilla en donde tengo puestas todas mis esperanzas. Así te escrito, porque estoy convencido de que ésta es la mejor manera de demostrarte el amor y respeto que te debo como hijo.

Oración

Señor Dios, dispensador de los dones celestiales, que has querido juntar en san Luis Gonzaga una admirable inocencia de vida y un austero espíritu de penitencia, concédenos, por su intercesión, que, si no hemos sabido imitarle en su vida inocente, sigamos fielmente sus ejemplos ­en la penitencia. Por nuestro Señor Jesucristo.

22 de junio

San Paulino de Nola

Obispo

Nació en Burdeos (Francia), el año 355. Siguió una carrera política llena de honores, se casó y tuvo un hijo. Deseando llevar una vida austera, recibió el bautismo y, renunciando a todos sus bienes, comenzó el año 393 a practicar la vida monásti­ca, estableciéndose en Nola, ciudad de la Campania. Or­denado obispo de aquella ciudad, promovió el culto de san Félix, ayudó a los peregrinos y alivió solícitamente las mise­rias de su tiempo. Compuso una serie de poemas, notables por la elegancia de su estilo. Murió el año 431.

Dios infunde su amor en los suyos por toda la tierra, por obra del Espíritu Santo

De las cartas de san Paulino de Nola, obispo

Ésta es la verdadera caridad, éste el amor perfecto, el que has demostrado tener para con nuestra pequeñez, señor verdaderamente santo y con razón bienaventurado y amable. En efecto, hemos recibido de manos de Juliano, uno de los de aquí, que volvía de Cartago, una carta tuya que nos revela tu santidad, tan elevada, que nos hace reconocer, más que conocer, tu caridad. Caridad que dimana de aquel que nos predestinó para sí desde el principio del mundo, en el cual fuimos hechos antes de nacer ya que él nos hizo y somos suyos, y él hizo también lo que tiene que existir en el futuro. Formados, pues, por su presciencia y por su acción, fuimos unidos, antes de conocernos, por los lazos de la caridad, en un mismo sentir y en la unidad de la fe o en la fe de la unidad, de modo que, antes de vernos corporalmente, nos conocemos ya por una especie de revelación interna.

Por eso, nos congratulamos y nos gloriamos en el Señor, porque él, siendo el mismo y único, infunde su amor en los suyos por toda la tierra, por obra del Espíritu Santo, que ha derramado sobre todos los hombres, alegrando con el correr de las acequias su ciudad, sobre cuyos habitantes te ha puesto con toda justicia en la Sede apostólica, como jefe espiritual con los príncipes de su pueblo, como también a mí, que ha querido que tuviera parte en tu mismo ministerio, levantándome de mi bajeza y del polvo en que estaba. Pero nos congratulamos más aún por el don que nos ha hecho el Señor de habitar en tu corazón y de habernos él introducido en tus entrañas, de manera que podemos gloriarnos con seguridad de tu amor, que nos has demostrado con tus servicios y obsequios, obligándonos con ello a corresponderte con un amor semejante.

Para que nada ignores acerca de mí, has de saber que yo fui por mucho tiempo un pecador y que, Si en otro tiempo fui sacado de las tinieblas y de la sombra de la muerte para respirar el hálito de vida y si puse la mano en el arado y tomé en mis manos la cruz del Señor, necesito, para perseverar hasta el fin, la ayuda de tus oraciones. Será un mérito más que añadir a los muchos que ya posees, si me ayudas a llevar mi carga. Porque el santo que ayuda al fatigado –y hablo así porque no me atrevo a llamarte hermano– será ensalzado como una gran ciudad.

En señal de unión, enviamos a tu santidad un pan, el cual es también signo de la unión indestructible de la santísima Trinidad. Tú lo convertirás en pan bendito si te dignas comerlo.

Oración

Señor, Dios nuestro, tú has querido enaltecer a tu obispo ­san Paulino de Nola por su celo pastoral y su amor a la pobreza; concede a cuantos celebramos hoy sus méritos imitar los ejemplos de su vida de caridad. Por nuestro Señor Jesucristo.

El mismo día 22 de junio

San Juan Fisher, Obispo,

y santo Tomás Moro

Mártires

Juan Fisher nació el año 1469; estudió teología en Cambridge (Inglaterra) y fue ordenado presbítero. Más tarde fue nombrado obispo de Rochester, cargo que ejerció con una vida llena de austeridad y de entrega pastoral, visitando con frecuencia a los fieles de su grey. También escribió diversas obras contra los errores de su tiempo.

Tomás Moro nació el año 1477, y completó sus estudios en Oxford; se casó y tuvo un hijo y tres hijas. Ocupó el cargo de Canciller del reino. Escribió varias obras sobre el arte de gobernar y en defensa de la religión.

Ambos, por haberse opuesto al rey Enrique VIII en la cuestión de su pretendida anulación de matrimonio, fueron decapitados el año 1535: Juan Fisher el día 22 de junio, Tomás ­Moro el día 6 de julio. El obispo Juan Fisher, mientras estaba en la cárcel, fue designado cardenal por el papa Pablo III.

Me pongo totalmente en manos de Dios con absoluta esperanza y confianza

De una carta de santo Tomás Moro, escrita en la cárcel a su hija Margarita

Aunque estoy bien convencido, mi querida Margarita, de que la maldad de mi vida pasada es tal que merecería que Dios me abandonase del todo, ni por un momento dejaré de confiar en su inmensa bondad. Hasta ahora, su gracia santísima me ha dado fuerzas para postergarlo todo: las riquezas, las ganancias y la misma vida, antes que prestar juramento en contra de mi conciencia; hasta ahora, ha inspirado al mismo rey la suficiente benignidad para que no pasara de privarme de la libertad (y, por cierto, que con esto solo su majestad me ha hecho un favor más grande, por el provecho espiritual que de ello espero sacar para mi alma, que con todos aquellos honores y bienes de que antes me había colmado). Por esto, espero confiadamente que la misma gracia divina continuará favoreciéndome, no permitiendo que el rey vaya más allá, o bien dándome la fuerza necesaria para sufrir lo que sea con paciencia, con fortaleza y de buen grado.

Esta mi paciencia, unida a los méritos de la dolorosísima pasión del Señor (infinitamente superior en todos los aspectos a todo lo que yo pueda sufrir), mitigará la pena que tenga que sufrir en el purgatorio y, gracias a su divina bondad, me conseguirá más tarde un aumento premio en el cielo.

No quiero, mi querida Margarita, desconfiar de la bondad de Dios, por más débil y frágil que me sienta. Más aún, si a causa del terror y el espanto viera que estoy ya a punto de ceder, me acordaré de san Pedro, cuando, por su poca fe, empezaba a hundirse por un solo golpe viento, y haré lo que él hizo. Gritaré a Cristo: Señor, sálvame. Espero que entonces él, tendiéndome la mano, me sujetará y no dejará que me hunda.

Y, si permitiera que mi semejanza con Pedro fuera aún más allá, de tal modo que llegara a la caída total y a jurar ­y perjurar (lo que Dios, por su misericordia, aparte lejos de mí, y haga que una tal caída redunde más bien en perjuicio que en provecho mío), aun en este caso es­pero que el Señor me dirija, como a Pedro, una mirada llena de misericordia y me levante de nuevo, para que vuelva a salir en defensa de la verdad y descargue así mi conciencia, y soporte con fortaleza el castigo y la vergüen­za de mi anterior negación.

Finalmente, mi querida Margarita, de lo que estoy cierto es de que Dios no me abandonará sin culpa mía. Por esto, me pongo totalmente en manos de Dios con absoluta esperanza y confianza. Si a causa de mis pecados permite mi perdición, por lo menos su justicia será alabada a causa de mi persona. Espero, sin embargo, y lo espero con toda certeza, que su bondad clementísima guardará fielmente mi alma y hará que sea su misericordia, ­más que su justicia, lo que se ponga en mí de relieve.

Ten, pues, buen ánimo, hija mía, y no te preocupes por mí, sea lo que sea que me pase en este mundo. Nada pue­de pasarme que Dios no quiera. Y todo lo que él quiere, por muy malo que nos parezca, es en realidad lo mejor.

Oración

Señor, tú has querido que el testimonio del martirio sea perfecta expresión de la fe; concédenos, te rogamos, por la intercesión de san Juan Fisher y de santo Tomás Moro, ratificar con una vida santa la fe que profesamos de palabra. Por nuestro Señor Jesucristo.

24 de junio

La Natividad de san Juan Bautista

La voz del que clama en el desierto

De los sermones de san Agustín, obispo

La Iglesia celebra el nacimiento de Juan como algo sa­grado y él es el único de los santos cuyo nacimiento se festeja; ­celebramos el nacimiento de Juan y el de Cristo. Ello no deja de tener su significado, y, si nuestras explicaciones no alcanzaran a estar a la altura de misterio tan elevado, no hemos de perdonar esfuerzo para profundizarlo­, y sacar provecho de él.

Juan nace de una anciana estéril; Cristo, de una joven v­irgen. El futuro padre de Juan no cree el anuncio de su nacimiento y se queda mudo; la Virgen cree el del nacimie­nto de Cristo y lo concibe por la fe. Esto es, en resume­n, lo que intentaremos penetrar y analizar; y, si el poco tiempo y las pocas facultades de que disponemos no nos permiten llegar hasta las profundidades de este mis­terio tan grande, mejor os adoctrinará aquel que habla en vuestro interior, aun en ausencia nuestra, aquel que es el objeto de vuestros piadosos pensamientos, aquel que habéis recibido en vuestro corazón y del cual habéis sido he­chos templo.

Juan viene a ser como la línea divisoria entre los dos Testamentos, el antiguo y el nuevo. Así lo atestigua el mismo Señor, cuando dice: La ley y los profetas llegaron hasta Juan. Por tanto, él es como la personificación de lo antiguo y el anuncio de lo nuevo. Porque personifica lo antiguo, nace de padres ancianos; porque personifica lo nuevo, es declarado profeta en el seno de su madre. Aún no ha nacido y, al venir la Virgen María, salta de gozo en las entrañas de su madre. Con ello queda ya señalada su  misión, aun antes de nacer; queda demostrado de quién es precursor, antes de que él lo vea. Estas cosas pertenecen al orden de lo divino y sobrepasan la capacidad de la humana pequeñez. Finalmente, nace, se le impone el nombre, queda expedita la lengua de su padre. Estos acontecimientos hay que entenderlos con toda la fuerza de su significado.

Zacarías calla y pierde el habla hasta que nace Juan, el precursor del Señor, y abre su boca. Este silencio de Zacarías significaba que, antes de la predicación de Cristo, el sentido de las profecías estaba en cierto modo latente, oculto, encerrado. Con el advenimiento de aquel a quien se referían estas profecías, todo se hace claro. El hecho de que en el nacimiento de Juan se abre la boca de Zacarías tiene el mismo significado que el rasgarse el velo al morir Cristo en la cruz. Si Juan se hubiera anunciado a sí mismo, la boca de Zacarías habría continuado muda. Si se desata su lengua es porque ha nacido aquel  que es la voz; en efecto, cuando Juan cumplía ya su misión de anunciar al Señor, le dijeron: ¿Tú quién eres? Y él respondió: Yo soy la voz que grita en el desierto. Juan era la voz; pero el Señor era la Palabra que en el principio ya existía. Juan era una voz pasajera, Cristo la palabra eterna desde el principio.

Oración

Oh Dios, que suscitaste a san Juan Bautista para que preparase a Cristo, el Señor, un pueblo bien dispuesto, concede a tu familia el don de la alegría espiritual y dirige la voluntad de tus hijos por el camino de la salvación y de la paz. Por nuestro Señor Jesucristo.

26 de junio

San Pelayo

Mártir

Pelayo (o Pelagio) es el mártir de la castidad en el umbral de la juventud. Nacido en Galicia, fue llevado a la cárcel de Córdoba con su tío Hermigio, obispo de Tuy. El califa se sintió atraído por su figura y, al no poder doblegar su virtud, lo hizo martirizar, a los catorce años de edad, el 26 de junio del año 925. Su cuerpo fue trasladado a León, y más tarde a Oviedo, donde se venera actualmente en el monasterio de benedictinos que lleva su nombre.

La castidad sin la caridad no tiene valor

De las cartas de san Bernardo, abad

La castidad, la caridad y la humildad carecen externa­mente de relieve, pero no de belleza; y, ciertamente, no es poca su belleza, ya que llenan de gozo a la divina mirada. ­¿Qué hay más hermoso que la castidad, la cual purifica ­al que ha sido concebido de la corrupción, convierte en familiar de Dios al que es su enemigo y hace del hombre ­un ángel?

El hombre casto y el ángel son diferentes por su felici­dad, pero no por su virtud. Y, si bien la castidad del ángel e­s más feliz, sabemos que la del hombre es más esfor­zada. Sólo la castidad significa el estado de la gloria inmor­tal en este tiempo y lugar de mortalidad; sólo la castidad reivindica para sí, en medio de las solemnidades nupciales, el modo de vida de aquella dichosa región en la cual ni los hombres ni las mujeres se casarán, y permite, así en la tierra la experiencia de la vida celestial.

Sin embargo, aunque la castidad sobresalga de modo tan eminente, sin la caridad no tiene ni valor ni mérito. La castidad sin la caridad es una lámpara sin aceite; y, no obstante, como dice el sabio, qué hermosa es la generación casta, con caridad, con aquella caridad que, como escribe el Apóstol, brota del corazón limpio, de la buena conciencia y de la fe sincera.

Oración

Señor, Padre nuestro, que prometiste a los limpios de corazón la recompensa de ver tu rostro, concédenos tu gracia y tu fuerza, para que, a ejemplo de san Pelayo, mártir, antepongamos tu amor a las seducciones del mundo y guardemos el corazón limpio de todo pecado. Por nuestro Señor Jesucristo.

27 de junio

San Cirilo de Alejandría

Obispo y doctor de la Iglesia

Nació el año 370. Practicó la vida monacal. Una vez a ordenado presbítero, acompañó a su tío, obispo de Alejandría el año 412 le sucedió en el cargo. Combatió con energía las enseñanzas de Nestorio y fue la figura principal del Concilio de Éfeso. Escribió mucho y sabiamente con el fin de explicar y defender la fe católica. Murió el año 444.

Defensor de la maternidad divina de la Virgen María

De las cartas de san Cirilo de Alejandría, obispo

Me extraña, en gran manera, que haya alguien que tenga duda alguna de si la Santísima Virgen ha de ser llamada Madre de Dios. En efecto, si nuestro Señor Jesucristo es Dios, ¿por qué razón la Santísima Virgen, que lo dio a luz, no ha de ser llamada Madre de Dios? Esta es la fe que nos trasmitieron los discípulos del Señor, aunque no emplearan esta misma expresión. Así nos lo han enseñ­ado también los santos Padres.

Y, así, nuestro padre Atanasio, de ilustre memoria, en el libro que escribió sobre la santa y consubstancial Tri­nidad, en la disertación tercera, a cada paso da a la Santísim­a Virgen el título de Madre de Dios.

Siento la necesidad de citar aquí sus mismas palabras, que dicen así: «La finalidad y característica de la sagra­da Escritura, como tantas veces hemos advertido, consiste e­n afirmar de Cristo, nuestro salvador, estas dos cosas: ­que es Dios y que nunca ha dejado de serlo, él, que es el Verbo del Padre, su resplandor y su sabiduría; como también que él mismo, en estos últimos tiempos, se hizo hombre por nosotros, tomando un cuerpo de la Virgen María, Madre de Dios».

Y, un poco más adelante, dice también: «Han existido muchas personas santas e inmunes de todo pecado: Jeremía­s fue santificado en el vientre materno; y Juan Bautista, antes de nacer, al oír la voz de María, Madre de Dios, saltó lleno de gozo». Y estas palabras provienen de un hombre absolutamente digno de fe, del que podemos fiarnos con toda seguridad, ya que nunca dijo nada que no estuviera en consonancia con la sagrada Escritura.

Además, la Escritura inspirada por Dios afirma que el Verbo de Dios se hizo carne, esto es, que se unió a un cuerpo que poseía un alma racional. Por consiguiente, el Verbo de Dios asumió la descendencia de Abrahán y, fabricándose un cuerpo tomado de mujer, se hizo partícipe de la carne y de la sangre, de manera que ya no es Dios, sino que, por su unión con nuestra naturaleza, ha de ser considerado también hombre como nosotros.

Ciertamente el Emmanuel consta de estas dos cosas, la divinidad y la humanidad. Sin embargo, es un solo Señor ­Jesucristo, un solo verdadero Hijo por naturaleza, aunque es Dios y hombre a la vez; no un hombre divinizado­, igual a aquellos que por la gracia se hacen partíci­pes de la naturaleza divina, sino Dios verdadero, que, por nuestra salvación, se hizo visible en forma humana, como atestigua también Pablo con estas palabras: Cuando se cumplió el tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que estaban bajo la ley, para que recibiéramos el ser hijos por adopción.

Oración

Señor, tú que hiciste de tu obispo san Cirilo de Alejandría un defensor invicto de la maternidad divina de la Virgen María, concédenos a cuantos la proclamamos verdadera Madre de Dios llegar, por la encarnación de tu Hijo, a la salvación eterna. Por nuestro Señor Jesucristo.

28 de junio

San Ireneo

Obispo y mártir

Nació hacia el año 130 y fue educado en Esmirna; fue discípulo de san Policarpo, obispo de aquella ciudad. El año 177 era presbítero en Lyon (Francia), y poco después ocupó la sede episcopal de dicha ciudad. Escribió en defensa de la fe católica contra los errores de los gnósticos. Recibió la palma del martirio, según se cuenta, alrededor del año 200.

La gloria de Dios consiste en que el hombre viva, y la vida del hombre consiste en la visión de Dios

Del tratado de san Ireneo, obispo, contra las herejías

La claridad de Dios vivifica y, por tanto, los que ven a Dios reciben la vida. Por esto, aquel que supera nuestra capacidad, que es incomprensible, invisible, se hace visibl­e y comprensible para los hombres, se adapta a su capacidad, para dar vida a los que lo perciben y lo ven. Vivir sin vida es algo imposible, y la subsistencia de esta vida proviene de la participación de Dios, que consiste en ver a Dios y gozar de su bondad.

Los hombres, pues, verán a Dios y vivirán, ya que esta visión los hará inmortales, al hacer que lleguen hasta la posesión de Dios. Esto, como dije antes, lo anunciaban ya los profetas de un modo velado, a saber, que verán a Dios los que son portadores de su Espíritu y esperan continuamente su venida. Como dice Moisés en el Deuterono­mio: Aquel día veremos que puede Dios hablar a un hom­bre y seguir éste con vida.

Aquel que obra todo en todos es invisible e inefable en su ser y en su grandeza, con respecto a todos los seres creados por él, mas no por esto deja de ser conocido, porque ­todos sabemos, por medio de su Verbo, que es un solo Dios Padre, que lo abarca todo y que da el ser a todo; este conocimiento viene atestiguado por el evangelio, cuando dice: A Dios nadie lo ha visto jamás: el Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer.

Así, pues, el Hijo nos ha dado a conocer al Padre des­de el principio, ya que desde el principio está con el Padre; ­él, en efecto, ha manifestado al género humano el sentido de las visiones proféticas, de la distribución de los diversos carismas, con sus ministerios, y en qué con­siste la glorificación del Padre, y lo ha hecho de un modo c­onsecuente y ordenado, a su debido tiempo y con provecho; porque donde hay orden allí hay armonía, y donde hay armonía allí todo sucede a su debido tiempo, y donde todo sucede a su debido tiempo allí hay provecho.

Por esto, el Verbo se ha constituido en distribuidor de la gracia del Padre en provecho de los hombres, en cuyo favor ha puesto por obra los inescrutables designios de Dios, mostrando a Dios a los hombres, presentando al hombre a Dios; salvaguardando la invisibilidad del Padre, para que el hombre tuviera siempre un concepto muy elevado de Dios y un objetivo hacia el cual tender, pero haciendo también visible a Dios para los hombres, realizando así los designios eternos del Padre, no fuera que el hombre, privado totalmente de Dios, dejara de existir porque la gloria de Dios consiste en que el hombre viva, y la vida del hombre consiste en la visión de Dios. En efecto, si la revelación de Dios a través de la creación es causa de vida para todos los seres que viven en la tierra, mucho más lo será la manifestación del Padre por medio del Verbo para los que ven a Dios.

Oración

Señor, Dios nuestro, que otorgaste a tu obispo san Ireneo la gracia de mantener incólume la doctrina y la paz de la Iglesia, concédenos, por su intercesión, renovarnos en fe y en caridad y trabajar sin descanso por la concordia y la unidad entre los hombres. Por nuestro Señor Jesucristo.

29 de junio

San Pedro y san Pablo

Apóstoles

Estos mártires, en su predicación, daban testimonio de lo que habían visto

De los sermones de San Agustín, obispo

El día de hoy es para nosotros sagrado, porque en él celebramos el martirio de los santos apóstoles Pedro y Pablo. No nos referimos, ciertamente, a unos mártires desconocidos. A toda la tierra alcanza su pregón y hasta los límites del orbe su lenguaje. Estos mártires, en su predicación, daban testimonio de lo que habían visto con un desinterés absoluto, dieron a conocer la verdad hasta morir por ella.

San Pedro, el primero de los apóstoles, que amaba ardientemente a Cristo, y que llegó a oír de él estas palabras: Ahora te digo yo: Tú eres Pedro. Él había dicho antes: Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo. Y Cristo le replicó: «Ahora te digo yo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia. Sobre esta piedra edificaré esta misma fe que profesas. Sobre esta afirmación que tú has hecho: Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo, edificaré mi Iglesia. Porque tú eres Pedro». «Pedro» es una palabra que se deriva de «piedra», y no al revés. «Pedro» viene de «piedra», del mismo modo que «cristiano» viene de «Cristo».

El Señor Jesús, antes de su pasión, como sabéis, eligió a sus discípulos, a los que dio el nombre de apóstoles. Entre ellos, Pedro fue el único que representó la totalidad de la Iglesia casi en todas partes. Por ello, en cuanto que él solo representaba en su persona a la totalidad de la Iglesia, pudo escuchar estas palabras: Te daré las llaves del reino de los cielos. Porque estas llaves las recibió no un hombre único, sino la Iglesia única. De ahí la excelencia de la persona de Pedro, en cuanto que él representaba la universalidad y la unidad de la Iglesia, cuando se le dijo: Yo te entrego, tratándose de algo que ha sido entregado a todos. Pues, para que sepáis que la Iglesia ha recibido las llaves del reino de los cielos, escuchad lo que el Señor dice en otro lugar a todos sus apóstoles: Recibid el Espíritu Santo. Y a continuación: A quienes les perdonéis los pecados les quedan perdonados; a quienes se los retengáis les quedan retenidos.

En este mismo sentido, el Señor, después de su resurrección, encomendó también a Pedro sus ovejas para que las apacentara. No es que él fuera el único de los discípulos que tuviera el encargo de apacentar las ovejas del Señor; es que Cristo, por el hecho de referirse a uno solo, quiso significar con ello la unidad de la Iglesia; y, si se dirige a Pedro con preferencia a los demás, es porque Pedro es el primero entre los apóstoles.

No te entristezcas, apóstol; responde una vez, respon­de dos, responde tres. Venza por tres veces tu profesión de amor, ya que por tres veces el temor venció tu presunción. Tres veces ha de ser desatado lo que por tres veces habías ligado. Desata por el amor lo que habías ligado por el temor.

A pesar de su debilidad, por primera, por segunda y por tercera vez encomendó el Señor sus ovejas a Pedro.

En un solo día celebramos el martirio de los dos apóstoles. Es que ambos eran en realidad una sola cosa aunque fueran martirizados en días diversos Primero lo fue Pedro, luego Pablo. Celebramos la fiesta del día de hoy, sagrado para nosotros por la sangre de los apóstole­s. Procuremos imitar su fe, su vida, sus trabajos, sus sufrimientos, su testimonio y su doctrina.

Oración

Señor, tú que nos llenas de santa alegría en la celebra­ción de la fiesta de san Pedro y san Pablo, haz que tu Iglesia se mantenga siempre fiel a las enseñanzas de aquellos que fueron fundamento de nuestra fe cristiana. Por nuestro Señor Jesucristo.

30 de junio

Santos protomártires de la Santa Iglesia Romana

En la primera persecución contra la Iglesia, desencadenada por el emperador Nerón, después del incendio de la ciudad de Roma en el año 64, muchos cristianos sufrieron la muerte en medio de atroces tormentos. Este hecho está atestiguado por el escritor pagano Tácito (Annales, 15, 44) y por Clemente, obispo de Roma, en su carta a los Corintios (caps. 5-6).

Habiendo sufrido por envidia, se han convertido en un magnífico ejemplo

De la carta de san Clemente I, papa, a los Corintios

Dejemos el ejemplo de los antiguos y vengamos a considerar los luchadores más cercanos a nosotros; expongamos los ejemplos de magnanimidad que han tenido lugar en nuestros tiempos. Aquellos que eran las máximas y más legítimas columnas de la Iglesia sufrieron persecución por emulación y por envidia y lucharon hasta la muerte.

Pongamos ante nuestros ojos a los santos apóstoles. A Pedro, que, por una hostil emulación, tuvo que soportar no una o dos, sino innumerables dificultades, hasta sufrir el martirio y llegar así a la posesión de la gloria merecida. Esta misma envidia y rivalidad dio a Pablo ocasión de alcanzar el premio debido a la paciencia: en repetidas ocasiones, fue encarcelado, obligado a huir, apedreado y, habiéndose convertido en mensajero de la palabra en el Oriente y en el Occidente, su fe se hizo patente a todos, ya que, después de haber enseñado a todo el mundo el camino de la justicia, habiendo llegado hasta el extremo Occidente, sufrió el martirio de parte de las autoridades y, de este modo, partió de este mundo hacia el lugar santo, dejándonos un ejemplo perfecto de paciencia.

A estos hombres, maestros de una vida santa, vino a agregarse una gran multitud de elegidos que, habiendo sufrido muchos suplicios y tormentos también por emulación, se han convertido para nosotros en un magnífico ejemplo. Por envidia fueron perseguidas muchas mujeres que, cual nuevas Danaides y Dirces, sufriendo graves y nefandos suplicios, corrieron hasta el fin la ardua carrera de la fe y, superando la fragilidad de su sexo, obtuvieron un premio memorable. La envidia de los perseguidores hizo que los ánimos de las esposas se retrajesen de sus maridos, trastornando así aquella afirmac­ión de nuestro padre Adán: ¡Ésta si que es hueso de mis huesos y carne de mi carne! La emulación y la rivalidad destruyó grandes ciudades e hizo desaparecer totalmente poblaciones numerosas.

Todo esto, carísimos, os lo escribimos no sólo para recordaros vuestra obligación, sino también para recordarnos la nuestra, ya que todos nos hallamos en la misma ­palestra y tenemos que luchar el mismo combate. Por esto, debemos abandonar las preocupaciones inútiles y vanas y poner toda nuestra atención en la gloriosa y venerable regla de nuestra tradición, para que veamos qué es lo que complace y agrada a nuestro Hacedor.

Fijémonos atentamente en la sangre de Cristo y démonos ­cuenta de cuán valiosa es a los ojos de Dios y Padre ­suyo, ya que, derramada por nuestra salvación, ofreció todo el mundo la gracia de la conversión

Oración

Señor, Dios nuestro, que santificaste los comienzos de la Iglesia romana con la sangre abundante de los mártires, concédenos que su valentía en el combate nos infunda el espíritu de fortaleza y la santa alegría de la victoria. Por nuestro Señor Jesucristo.