Domingo, VIII semana

Job 1,1-22

Un hombre simple y honrado, que temía a Dios

San Gregorio Magno

Tratados morales sobre Job 1,2.36

Hay algunos cuya simplicidad llega hasta ignorar lo que es honrado. Esta simplicidad no es la simplicidad de la inocencia, ya que no los conduce a la virtud de la hon­radez; pues, en la medida en que no saben ser cautos por su honradez, su simplicidad deja de ser verdadera ino­cencia.

 De ahí que Pablo amonesta a los discípulos con estas palabras: Querría que fueseis listos para lo bueno y sim­ples para lo malo. Y dice también: Sed niños para lo malo, pero vuestra actitud sea de hombres hechos.

De ahí que la misma Verdad en persona manda a sus discípulos: Sed sagaces como serpientes y simples como palomas. Nos manda las dos cosas de manera inseparable, para que así la astucia de la serpiente complemente la simplicidad de la paloma y, a la inversa, la simplicidad de la paloma modere la astucia de la serpiente.

 Por esto, el Espíritu Santo hizo visible a los hombres su presencia, no sólo con figura de paloma, sino también de fuego. La paloma, en efecto, representa la simplicidad, y el fuego representa el celo. Y así se mostró bajo esta doble figura, para que todos los que están llenos de él practiquen la simplicidad de la mansedumbre, sin por eso dejar de inflamarse en el celo de la honradez contra las culpas de los que delinquen.

Simple y honrado, que temía a Dios y se apartaba del mal. Todo el que anhela la patria eterna vive con simpli­cidad y honradez: con simplicidad en sus obras, con hon­radez en su fe; con simplicidad en las buenas obras que realiza aquí abajo, con honradez por su intención que tien­de a las cosas de arriba. Hay algunos, en efecto, a quienes les falta simplicidad en las buenas obras que realizan, porque buscan no la retribución espiritual, sino el aplau­so de los hombres. Por esto, dice con razón uno de los libros sapienciales: Ay del hombre que va por dos cami­nos. Va por dos caminos el hombre pecador que, por una parte, realiza lo que es conforme a Dios, pero, por otra, busca con su intención un provecho mundano.

 Bien dice el libro de Job: Que temía a Dios y se apartaba del mal: porque la santa Iglesia de los elegidos inicia su camino de simplicidad y honradez por el temor, pero lo lleva a la perfección por el amor. Ella, en efecto, se aparta radicalmente del mal, cuando, por amor a Dios, empieza a detestar el pecado. Cuando practica el bien movida sólo por el temor, todavía no se ha apartado total mente del mal, ya que continúa pecando por el hecho de que querría pecar si pudiera hacerlo impunemente.

 Acertadamente, pues, se afirma de Job que temía a Dios y, al mismo tiempo, se apartaba del mal; porque, cuando el amor sigue al temor, queda eliminada incluso aquella parte de culpa que subsistía en nuestro interior, por nuestro mal deseo.

Lunes, VIII semana

Job 2,1-13

Si aceptamos de Dios los bienes, ¿no vamos a aceptar los males?

San Gregorio Magno

Tratados morales sobre Job 3,15-16

El apóstol Pablo, considerando en sí mismo las riquezas de la sabiduría interior y viendo al mismo tiempo que en lo exterior no es más que un cuerpo corruptible, dice: Este tesoro lo llevamos en vasijas de barro. En el bienaven­turado Job, la vasija de barro experimenta exteriormente las desgarraduras de sus úlceras, pero el tesoro interior permanece intacto. En lo exterior crujen sus heridas, pero del tesoro de sabiduría que nace sin cesar en su interior emanan estas palabras llenas de santas enseñanzas: Si aceptamos de Dios los bienes, ¿no vamos a aceptar los ma­les? Entendiendo por bienes los dones de Dios, tanto tem­porales como eternos, y por males las calamidades presen­tes acerca de las cuales dice el Señor por boca del profeta: Yo soy el Señor, y no hay otro; artífice de la luz, creador de las tinieblas, autor de la paz, creador de la desgracia.

 Artífice de la luz, creador de las tinieblas, porque, cuando por las calamidades exteriores son creadas las ti­nieblas del sufrimiento, en lo interior se enciende la luz del conocimiento espiritual. Autor de la paz, creador de la desgracia, porque precisamente entonces se nos devuelve la paz con Dios, cuando las cosas creadas, que son buenas en sí, pero que no siempre son rectamente deseadas, se nos convierten en calamidades y causa de desgracia. Por el pecado perdemos la unión con Dios; es justo, por tan­to, que volvamos a la paz con él a través de las calami­dades; de este modo, cuando cualquier cosa creada, buena en sí misma, se nos convierte en causa de sufrimiento, ello nos sirve de corrección, para que volvamos humilde­mente al autor de la paz.

 Pero, en estas palabras de Job, con las que responde a las imprecaciones de su esposa, debemos considerar prin­cipalmente lo llenas que están de buen sentido. Dice, en efecto: Si aceptamos de Dios los bienes, ¿no vamos a aceptar los males? Es un gran consuelo en medio de la tribulación acordarnos, cuando llega la adversidad, de los dones recibidos de nuestro Creador. Si acude en seguida a nuestra mente el recuerdo reconfortante de los dones divinos, no nos dejaremos doblegar por el dolor. Por esto, dice la Escritura: En el día dichoso no te olvides de la desgracia, en el día desgraciado no te olvides de la dicha.

 En efecto, aquel que en el tiempo de los favores se olvida del temor de la calamidad cae en la arrogancia por su actual satisfacción. Y el que en el tiempo de la calamidad no se consuela con el recuerdo de los favores recibidos es llevado a la más completa desesperación por su estado mental.

 Hay que juntar, pues, lo uno y lo otro, para que se apo­yen mutuamente; así, el recuerdo de los favores templará el sufrimiento de la calamidad, y la previsión y temor de la calamidad moderará la alegría de los favores. Por esto, aquel santo varón, en medio de los sufrimientos causa­dos por sus calamidades, calmaba su mente angustiada por tantas heridas con el recuerdo de los favores pasados, diciendo: Si aceptamos de Dios los bienes, ¿no vamos a aceptar los males?

Martes, VIII semana

Job 3,1-26

A ti, Señor, me manifiesto tal como soy

San Agustín

Confesiones 10,1-2,2; 5,7

Conózcate a ti, Conocedor mío, conózcate a ti como tú me conoces. Fuerza de mi alma, entra en ella y ajústala a ti, para que la tengas y poseas sin mancha ni arruga.

Ésta es mi esperanza, por eso hablo; y en esta esperanza me gozo cuando rectamente me gozo. Las demás cosas de esta vida tanto menos se han de llorar cuanto más se las llora, y tanto más se han de deplorar cuanto menos se las deplora. He aquí que amaste la verdad, porque el que realiza la verdad se acerca a la luz. Yo quiero obrar según ella, delante de ti por esta mi confesión, y delante de muchos testigos por éste mi escrito.

Y ciertamente, Señor, a cuyos ojos está siempre desnudo el abismo de la conciencia humana, ¿qué podría haber oculto en mí, aunque yo no te lo quisiera confesar? Lo que haría sería esconderte a ti de mí, no a mí de ti. Pero ahora, que mi gemido es un testimonio de que tengo desagrado de mí, tú brillas y me llenas de contento, y eres amado y deseado por mí, hasta el punto de llegar a avergonzarme y desecharme a mí mismo y de elegirte sólo a ti, de manera que en adelante no podré ya complacerme si no es en ti, ni podré serte grato si no es por ti.

 Comoquiera, pues, que yo sea, Señor, manifiesto estoy ante ti. También he dicho ya el fruto que produce en mí esta confesión, porque no la hago con palabras y voces de carne, sino con palabras del alma y clamor de la mente, que son las que tus oídos conocen. Porque, cuando soy malo, confesarte a ti no es otra cosa que tomar disgusto de mí; y, cuando soy bueno, confesarte a ti no es otra cosa que no atribuirme eso a mí, porque tú, Señor, bendices al justo; pero antes de ello haces justo al impío. Así, pues, mi confesión en tu presencia, Dios mío, es a la vez callada y clamorosa: callada en cuanto que se hace sin ruido de palabras, pero clamorosa en cuanto al clamor con que clama el afecto.

  Tú eres, Señor, el que me juzgas; porque, aunque ninguno de los hombres conoce lo íntimo del hombre, sino el espíritu del hombre, que está dentro de él, con todo, hay algo en el hombre que ignora aun el mismo espíritu que habita dentro de él; pero tú, Señor, conoces todas sus cosas, porque tú lo has hecho. También yo, aunque en tu presencia me desprecie y me tenga por tierra y ceniza, sé algo de ti que ignoro de mí.

Ciertamente ahora te vemos confusamente en un espe­jo, aún no cara a cara; y así, mientras peregrino fuera de ti, me siento más presente a mí mismo que a ti; y sé que no puedo de ningún modo violar el misterio que te envuelve; en cambio, ignoro a qué tentaciones podré yo resistir y a cuáles no podré, estando solamente mi espe­ranza en que eres fiel y no permitirás que seamos tenta­dos más de lo que podamos soportar, antes con la ten­tación das también el éxito, para que podamos resistir.

 Confiese, pues, yo lo que sé de mí; confiese también lo que de mí ignoro; porque lo que sé de mí lo sé porque tú me iluminas, y lo que de mí ignoro no lo sabré hasta tanto que mis tinieblas se conviertan en mediodía ante tu presencia.

Miércoles, VIII semana

Job 7,1-21

Toda mi esperanza está puesta en tu gran misericordia

San Agustín

Confesiones 10,26,37—29,40

Señor, ¿dónde te hallé para conocerte –porque cierta­mente no estabas en mi memoria antes que te conocie­se–, dónde te hallé, pues, para conocerte, sino en ti mis­mo, lo cual estaba muy por encima de mis fuerzas? Pero esto fue independientemente de todo lugar, pues nos apar­tamos y nos acercamos, y, no obstante, esto se lleva a cabo sin importar el lugar. ¡Oh Verdad!, tú presides en todas partes a todos los que te consultan y, a un mismo tiempo, respondes a todos los que te interrogan sobre las cosas más diversas.

Tú respondes claramente, pero no todos te escuchan con claridad. Todos te consultan sobre lo que quieren, mas no todos oyen siempre lo que quieren. Optimo servi­dor tuyo es el que no atiende tanto a oír de ti lo que él quisiera, cuanto a querer aquello que de ti escuchare.

¡Tarde te amé, Hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Y tú estabas dentro de mí y yo afuera, y así por fuera te buscaba; y, deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no estaba contigo. Reteníanme lejos de ti aquellas cosas que, si no estuviesen en ti, no existirían. Me llamaste y clamaste, y quebrantaste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y curaste mi ceguera; exhalaste tu perfume y lo aspiré, y ahora te anhelo; gusté de ti, y ahora siento hambre y sed de ti; me tocaste, y deseé con ansia la paz que procede de ti.

 Cuando yo me adhiera a ti con todo mi ser, ya no habrá más dolor ni trabajo para mí, y mi vida será realmente viva, llena toda de ti. Tú, al que llenas de ti, lo elevas, mas, como yo aún no me he llenado de ti, soy todavía para mí mismo una carga. Contienden mis alegrías, dignas de ser lloradas, con mis tristezas, dignas de ser aplaudidas, y no sé de qué parte está la victoria.

¡Ay de mí, Señor! ¡Ten misericordia de mí! Contienden también mis tristezas malas con mis gozos buenos, y no sé a quién se ha de inclinar el triunfo. ¡Ay de mí, Señor! ¡Ten misericordia de mí! Yo no te oculto mis llagas. Tú eres médico, y yo estoy enfermo; tú eres misericordioso, y yo soy miserable.

 ¿Acaso no está el hombre en la tierra cumpliendo un servicio? ¿Quién hay que guste de las molestias y tra­bajos? Tú mandas tolerarlos, no amarlos. Nadie ama lo que tolera, aunque ame el tolerarlo. Porque, aunque goce en tolerarlo, más quisiera, sin embargo, que no hubiese qué tolerar. En las cosas adversas deseo las prósperas, en las cosas prósperas temo las adversas. ¿Qué lugar in­termedio hay entre estas cosas, en el que la vida humana no sea una lucha? ¡Ay de las prosperidades del mundo, pues están continuamente amenazadas por el temor de que sobrevenga la adversidad y se esfume la alegría! ¡Ay de las adversidades del mundo, una, dos y tres veces, pues están continuamente aguijoneadas por el deseo de la prosperidad, siendo dura la misma adversidad y ponien­do en peligro la paciencia! ¿Acaso no está el hombre en la tierra cumpliendo sin interrupción un servicio?

 Pero toda mi esperanza estriba sólo en tu muy grande misericordia.

Jueves, VIII semana

Job 11,1-20

La ley del Señor abarca muchos aspectos

San Gregorio Magno

Tratados morales sobre Job 10,7-8.10

La ley de Dios, de que se habla en este lugar, debe en­tenderse que es la caridad, por la cual podemos siempre leer en nuestro interior cuales son los preceptos de vida que hemos de practicar. Acerca de esta ley, dice aquel que es la misma Verdad: Éste es mi mandamiento: que os améis unos a otros. Acerca de ella dice san Pablo: Amar es cumplir la ley entera. Y también: Arrimad todos el hombro a las cargas de los otros, que con eso cumpli­réis la ley de Cristo. Lo que mejor define la ley de Cristo es la caridad, y esta caridad la practicamos de verdad cuando toleramos por amor las cargas de los hermanos.

 Pero esta ley abarca muchos aspectos, porque la cari­dad celosa y solícita incluye los actos de todas las virtu­des. Lo que empieza por sólo dos preceptos se extiende a innumerables facetas.

 Esta multiplicidad de aspectos de la ley es enumerada adecuadamente por Pablo, cuando dice: El amor es pa­ciente, afable; no tiene envidia; no presume ni se engríe; no es ambicioso ni egoísta; no se irrita, no lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad.

 El amor es paciente, porque tolera con ecuanimidad los males que se le infligen. Es afable porque devuelve generosamente bien por mal. No tiene envidia, porque, al no desear nada de este mundo, ignora lo que es la envidia por los éxitos terrenos. No presume, porque desea ansio­samente el premio de la retribución espiritual, y por esto no se vanagloría de los bienes exteriores. No se engríe, porque tiene por único objetivo el amor de Dios y del prójimo, y por esto ignora todo lo que se aparta del recto camino.

 No es ambicioso, porque, dedicado con ardor a su pro­vecho interior, no siente deseo alguno de las cosas ajenas y exteriores. No es egoísta, porque considera como aje­nas todas las cosas que posee aquí de modo transitorio, ya que sólo reconoce como propio aquello que ha de per­durar junto con él. No se irrita, porque, aunque sufra injurias, no se incita a sí mismo a la venganza, pues espe­ra un premio muy superior a sus sufrimientos. No lleva cuentas del mal, porque, afincada su mente en el amor de la pureza, arrancando de raíz toda clase de odio, su alma está libre de toda maquinación malsana.

 No se alegra de la injusticia, porque, anheloso única­mente del amor para con todos, no se alegra ni de la per­dición de sus mismos contrarios. Goza con la verdad, porque, amando a los demás como a sí mismo, al observar en los otros la rectitud, se alegra como si se tratara de su propio provecho. Vemos, pues, como esta ley de Dios abarca muchos aspectos.

Viernes, VIII semana

Job 12,1-25

El testigo interior

San Gregorio Magno

Tratados morales sobre Job 10,47-48

El que es el hazmerreír de su vecino, como lo soy yo, llamará a Dios, y éste lo escuchará. Muchas veces nuestra débil alma, cuando recibe por sus buenas acciones el ha­lago de los aplausos humanos, se desvía hacia los goces exteriores, posponiendo las apetencias espirituales, y se complace, con un abandono total, en las alabanzas que le llegan de fuera, encontrando así mayor placer en ser llamada dichosa que en serlo realmente. Y así, embe­lesada por las alabanzas que escucha, abandona lo que había comenzado. Y aquello que había de serle un mo­tivo de alabanza en Dios se le convierte en causa de sepa­ración de él.

Otras veces, por el contrario, la voluntad se mantiene firme en el bien obrar, y, sin embargo, sufre el ataque de las burlas de los hombres; hace cosas admirables, y re­cibe a cambio desprecios; de este modo, pudiendo salir fuera de sí misma por las alabanzas, al ser rechazada por la afrenta, vuelve a su interior, y allí se afinca más sólidamente en Dios, al no encontrar descanso fuera. Enton­ces pone toda su esperanza en el Creador y, frente al ataque de las burlas, implora solamente la ayuda del tes­tigo interior; así, el alma afligida, rechazada por el favor de los hombres, se acerca más a Dios; se refugia total­mente en la oración, y las dificultades que halla en lo exterior hacen que se dedique con más pureza a penetrar las cosas del espíritu.

 Con razón, pues, se afirma aquí: El que es el hazme­rreír de su vecino, como lo soy yo, llamará a Dios, y éste lo escuchará, porque los malvados, al reprobar a los bue­nos, demuestran con ello cuál es el testigo que buscan de sus actos. En cambio, el alma del hombre recto, al buscar en la oración el remedio a sus heridas, se hace tanto más acreedora a ser escuchada por Dios cuanto más rechazada se ve de la aprobación de los hombres.

 Hay que notar, empero, cuán acertadamente se añaden aquellas palabras: Como lo soy yo; porque hay algunos que son oprimidos por las burlas de los hombres y, sin embargo, no por eso Dios los escucha. Pues, cuando la burla tiene por objeto alguna acción culpable, entonces no es ciertamente ninguna fuente de mérito.

 El hombre honrado y cabal es el hazmerreír. Lo propio de la sabiduría de este mundo es ocultar con artificios lo que siente el corazón, velar con las palabras lo que uno piensa, presentar lo falso como verdadero, y lo verdadero como falso.

 La sabiduría de los hombres honrados, por el contra­rio, consiste en evitar la ostentación y el fingimiento, en manifestar con las palabras su interior, en amar lo verda­dero tal cual es, en evitar lo falso, en hacer el bien gratui­tamente, en tolerar el mal de buena gana, antes que ha­cerlo; en no quererse vengar de las injurias, en tener como ganancia los ultrajes sufridos por causa de la justicia. Pero esta honradez es el hazmerreír, porque los sabios de este mundo consideran una tontería la virtud de la inte­gridad. Ellos tienen por una necedad el obrar con recti­tud, y la sabiduría según la carne juzga una insensatez toda obra conforme a la verdad.

Sábado, VIII semana

Job 13,13 - 14,6

Job era figura de Cristo

San Zenón de Verona

Tratado 15,2

Job, en cuanto nos es dado a entender, hermanos muy amados, era figura de Cristo. Tratemos de penetrar en la verdad mediante la comparación entre ambos. Job fue de­clarado justo por Dios. Cristo es la misma justicia, de cuya fuente beben todos los bienaventurados; de él, en efecto, se ha dicho: Los iluminará un sol de justicia. Job fue lla­mado veraz. Pero la única verdad auténtica es el Señor, el cual dice en el Evangelio: Yo soy el camino y la verdad.

 Job era rico. Pero, ¿quién hay más rico que el Señor? Todos los ricos son siervos suyos, a él pertenece todo el orbe y toda la naturaleza, como afirma el salmo: Del Señor es la tierra y cuanto la llena, el orbe y todos sus habitantes. El diablo tentó tres veces a Job. De manera seme­jante, como nos explican los Evangelios, intentó por tres veces tentar al Señor. Job perdió sus bienes. También el Señor, por amor a nosotros, se privó de sus bienes celes­tiales y se hizo pobre, para enriquecernos a nosotros. El diablo, enfurecido, mató a los hijos de Job. Con parecido furor, el pueblo farisaico mató a los profetas, hijos del Señor. Job se vio manchado por la lepra. También el Se­ñor, al asumir carne humana, se vio manchado por la sordidez de los pecados de todo el género humano.

La mujer de Job quería inducirlo al pecado. También la sinagoga quería inducir al Señor a seguir las tradicio­nes corrompidas de los ancianos. Job fue insultado por sus amigos. También el Señor fue insultado por sus sacerdo­tes, los que debían darle culto. Job estaba sentado en un estercolero lleno de gusanos. También el Señor habitó en un verdadero estercolero, esto es, en el cieno de este mun­do y en medio de hombres agitados como gusanos por multitud de crímenes y pasiones.

 Job recobró la salud y la fortuna. También el Señor, al resucitar, otorgó a los que creen en él no sólo la salud, sino la inmortalidad, y recobró el dominio de toda la na­turaleza, como él mismo atestigua cuando dice: Todo me lo ha entregado mi Padre. Job engendró nuevos hijos en sustitución de los anteriores. También el Señor engendró a los santos apóstoles como hijos suyos, después de los profetas. Job, lleno de felicidad, descansó por fin en paz. Y el Señor permanece bendito para siempre, antes del tiempo y en el tiempo, y por los siglos de los siglos.