Domingo, XXVI semana

Filipenses 1,1-11

Estáis salvados por gracia

San Policarpo

Carta a los Filipenses 1,1-2,3

Policarpo y los presbíteros que están con él a la Iglesia Dios que vive como forastera en Filipos: Que la miseri­cordia y la paz, de parte de Dios todopoderoso y de Je­sucristo, nuestro salvador, os sean dadas con toda ple­nitud.

Sobremanera me he alegrado con vosotros, en nuestro Señor Jesucristo, al enterarme de que recibisteis a quie­nes son imágenes vivientes de la verdadera caridad y de que asististeis, como era conveniente, a quienes estaban cargados de cadenas dignas de los santos, verdaderas dia­demas de quienes han sido escogidos por nuestro Dios y Señor. Me he alegrado también al ver cómo la raíz vigorosa de vuestra fe, celebrada desde tiempos anti­guos, persevera hasta el día de hoy y produce abundan­tes frutos en nuestro Señor Jesucristo, quien, por nues­tros pecados, quiso salir al encuentro de la muerte, y Dios lo resucitó, rompiendo las ataduras de la muerte. No lo veis, y creéis en él con un gozo inefable y trans­figurado, gozo que muchos desean alcanzar, sabiendo como saben que estáis salvados por su gracia, y no se debe a las obras, sino a la voluntad de Dios en Cristo Jesús.

 Por eso, estad interiormente preparados y servid al Señor con temor y con verdad, abandonando la vana pala­brería y los errores del vulgo y creyendo en aquel que re­sucitó a nuestro Señor Jesucristo de entre los muertos y le dio gloria, colocándolo a su derecha; a él le fueron so­metidas todas las cosas, las del cielo y las de la tierra, y a él obedecen todos cuantos tienen vida, pues él ha de venir como juez de vivos y muertos, y Dios pedirá cuenta de su sangre a quienes no quieren creer en él.

 Aquel que lo resucitó de entre los muertos nos resuci­tará también a nosotros, si cumplimos su voluntad y ca­minamos según sus mandatos, amando lo que él amó y absteniéndonos de toda injusticia, de todo fraude, del amor al dinero, de la maldición y de los falsos testimonios, no devolviendo mal por mal, o insulto por insulto, ni golpe por golpe, ni maldición por maldición, sino recor­dando más bien aquellas palabras del Señor, que nos en­seña: No juzguéis, y no os juzgarán; perdonad, y seréis perdonados; compadeced, y seréis compadecidos. La medida que uséis la usarán con vosotros. Y: Dichosos los pobres y los perseguidos, porque de ellos es el reino de Dios.

Lunes, XXVI semana

Filipenses 1,12-26

Armémonos con las armas de la justicia

San Policarpo

Carta a los Filipenses 3,1-5,2

No es por propia iniciativa mía, hermanos, que os escribo estas cosas referentes a la justicia, sino que lo hago porque vosotros mismos me habéis incitado a ello. Porque ni yo ni persona alguna semejante a mí puede competir con la sabiduría del bienaventurado y glorioso apóstol Pablo, el cual, viviendo entre vosotros y hablando cara a cara con los hombres que vivían en aquel entonces en nuestra Iglesia, enseñó con exactitud y con fuerza la pa­labra de verdad y, después de su partida, os escribió una carta, que, si estudiáis con atención, os edificará en aque­lla fe, madre de todos nosotros, que va seguida de la es­peranza y precedida del amor a Dios, a Cristo y al pró­jimo. El que permanece en estas virtudes cumple los man­damientos de la justicia, porque quien posee la caridad está muy lejos de todo pecado.

 La codicia es la raíz de todos los males. Sabiendo, pues, que sin nada vinimos al mundo y sin nada nos ire­mos de él, armémonos con las armas de la justicia e ins­truyámonos primero a nosotros mismos a caminar según los mandamientos del Señor. Enseñad también a vuestras esposas a caminar en la fe que les fue dada, en la caridad y en la castidad; que aprendan a ser fieles y cariñosas con sus maridos, a amar castamente a todos y a educar a sus hijos en el temor de Dios. Que las viudas sean prudentes en la fe del Señor y que oren sin cesar por todos, apartándose de toda calumnia, maledicencia, falso testimonio, amor al dinero, y aleján­dose de todo mal. Que piensen que ellas son como el altar de Dios y que el Señor lo escudriña todo, pues nada se le oculta de nuestros pensamientos ni de nuestros sentimientos ni de los secretos más íntimos de nuestro corazón.

 Y, ya que sabemos que con Dios no se juega, nuestro deber es caminar de una manera digna de sus manda­mientos y de su voluntad. De una manera semejante, que los diáconos sean irreprochables ante la santidad de Dios, como ministros que son del Señor y de Cristo, no de los hombres: que no sean calumniadores ni dobles en sus pa­labras ni amantes del dinero, sino castos en todo, compa­sivos, caminando conforme a la verdad del Señor, que quiso ser el servidor de todos. Si le somos agradables en esta vida, recibiremos, como premio, la vida futura, tal como nos lo ha prometido el Señor al decirnos que nos resucitará de entre los muertos y que, si nuestra conducta es digna de él y conservamos la fe, reinaremos también con él.

Martes, XXVI semana

Filipenses 1,27-2,11

Cristo nos ha dejado un ejemplo en su propia persona

San Policarpo

Carta a los Fili­penses 6,1-8,2

Que los presbíteros tengan entrañas de misericordia y se muestren compasivos para con todos, tratando de traer al buen camino a los que se han extraviado; que visiten a los enfermos, que no descuiden a las viudas, a los huérfanos y a los pobres, antes bien, que procuren el bien ante Dios y ante los hombres; que se abstengan de toda ira, de toda acepción de personas, de todo juicio injusto; que vivan alejados del amor al dinero, que no se precipiten creyendo fácilmente que los otros han obrado mal, que no sean severos en sus juicios, teniendo presente que todos esta­mos inclinados al pecado.

 Si, pues, pedimos al Señor que perdone nuestras ofen­sas, también nosotros debemos perdonar a los que nos ofenden, ya que todos estamos bajo la mirada de nuestro Dios y Señor y todos compareceremos ante el tribunal de Dios, y cada uno dará cuenta a Dios de si mismo. Sir­vámosle, por tanto, con temor y con gran respeto, según nos mandaron tanto el mismo Señor como los apóstoles, que nos predicaron el Evangelio, y los profetas, quienes de antemano nos anunciaron la venida de nuestro Señor; busquemos con celo el bien, evitemos los escándalos, apar­témonos de los falsos hermanos y de aquellos que llevan hipócritamente el nombre del Señor y arrastran a los insensatos al error.

 Todo el que no reconoce que Jesucristo vino en la carne es del Anticristo, y el que no confiesa el testimonio de la cruz procede del diablo, y el que interpreta falsa­mente las sentencias del Señor según sus propias concu­piscencias y afirma que no hay resurrección ni juicio, ese tal es el primogénito de Satanás. Por consiguiente, abandonemos los vanos discursos y falsas doctrinas que muchos sustentan y volvamos a las enseñanzas que nos fueron transmitidas desde el principio; seamos sobrios para entregarnos a la oración, perseveremos constantes en los ayunos y supliquemos con ruegos al Dios que todo lo ve, a fin de que no nos deje caer en la tentación, por­que, como dijo el Señor, el espíritu es decidido, pero la carne es débil.

 Mantengámonos, pues, firmemente adheridos a nues­tra esperanza y a Jesucristo, prenda de nuestra justicia; él, cargado con nuestros pecados, subió al leño, y no cometió pecado ni encontraron engaño en su boca, y por nosotros, para que vivamos en él, lo soportó todo. Sea­mos imitadores de su paciencia y, si por causa de su nom­bre tenemos que sufrir, glorifiquémoslo; ya que éste fue el ejemplo que nos dejó en su propia persona, y esto es lo que nosotros hemos creído.

Miércoles, XXVI semana

Filipenses 2,12-30

Andemos en la fe y en la justicia

San Policarpo

Carta a los Filipenses 9,1-11,4

Os exhorto a todos a que obedezcáis a la palabra de la justicia y a que perseveréis en la paciencia; con vuestros propios ojos, en efecto, habéis contemplado una paciencia admirable no sólo en los bienaventurados Ignacio, Zósimo y Rufo, sino también en muchos otros que eran de vuestra comunidad, en el mismo Pablo y en los otros apóstoles; imitadlos, persuadidos de que todos ellos no corrieron en vano, sino que anduvieron en la fe y en la justicia y ahora están en el lugar que merecieron, cerca del Señor, con el cual padecieron. Porque ellos no amaron este mundo presente, sino a aquel que por nosotros murió y a quien Dios, también por nosotros, resucitó.

 Permaneced, pues, en estos sentimientos y seguid el ejemplo del Señor, firmes e inquebrantables en la fe, amando a los hermanos, queriéndoos unos a otros, unidos en la verdad, estando atentos unos al bien de los otros con la dulzura del Señor, no despreciando a nadie. Cuando podáis hacer bien a alguien, no os echéis atrás, porque la limosna libra de la muerte. Someteos unos a otros y pro­curad que vuestra conducta entre los gentiles sea buena; así verán con sus propios ojos que os portáis honradamen­te; entonces os podrán alabar y el nombre del Señor no será blasfemado a causa de vosotros. Porque, ¡ay de aquel por cuya causa ultrajan el nombre del Señor! Enseñad a todos la sobriedad y vivid también vosotros según ella.

 Me ha contristado sobremanera el caso de Valente, que había sido durante un tiempo presbítero de vuestra Igle­sia, y que ahora vive totalmente ajeno al ministerio que se le había confiado. Os exhorto también a que os absten­gáis del amor al dinero y a que seáis castos y veraces. Apartaos de todo mal. El que no es capaz de gobernarse a sí mismo en estas cosas ¿cómo podrá enseñarlas a los demás? Quien no se abstiene de la avaricia se verá mancillado también por la idolatría y será contado entre los paganos que desconocen el juicio del Señor. ¿Habéis olvidado que los santos juzgarán el universo, como dice san Pablo?

 No es que nada de esto haya observado y oído decir de vosotros, entre quienes trabajó el bienaventurado apóstol Pablo, quien os cita al principio de su carta. De vosotros, en efecto, se gloría ante todas las Iglesias, que entonces eran las únicas que conocían a Dios, mientras que nosotros todavía no lo habíamos conocido.

 Por ello, me he apenado mucho a causa de Valente y de su esposa; ¡ojalá el Señor les inspire un verdadero arrepentimiento! Con ellos debéis comportaros moderadamente: no los tratéis como a enemigos, al contrario, llamadlos de nuevo, como miembros sufrientes y extraviados, para salvar así el cuerpo entero de todos vosotros. Haciendo esto, os iréis edificando vosotros mismos.

Jueves, XXVI semana

Filipenses 3,1-16

Que Jesucristo os haga crecer en la fe y en la verdad

San Policarpo

Carta a los Filipenses 12,1-14

Estoy seguro de que estáis bien instruidos en las sagra­das Escrituras y de que nada de ellas se os oculta; a mí, en cambio, no me ha sido concedida esta gracia. Según lo que se dice en estas mismas Escrituras, si os indignáis, no lleguéis a pecar: que la puesta del sol no os sorprenda en vuestro enojo. Dichoso quien lo recuerde; yo creo que vosotros lo hacéis así.

 Que Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, y el mis­mo Jesucristo, pontífice eterno e Hijo de Dios, os hagan crecer en la fe y en la verdad con toda dulzura y sin ira alguna, en paciencia y en longanimidad, en tolerancia y castidad; que él os dé parte en la herencia de los santos, y, con vosotros, a nosotros, así como a todos aquellos que están bajo el cielo y han de creer en nuestro Señor Jesucristo y en su Padre que lo resucitó de entre los muertos.

 Orad por todos los santos. Orad también por los reyes, por los que ejercen autoridad, por los príncipes y por los que os persiguen y os odian, y por los enemigos de la cruz; así vuestro fruto será manifiesto a todos, y vosotros seréis perfectos en él.

 Me escribisteis, tanto vosotros como Ignacio, pidiéndo­me que, si alguien va a Siria, lleve aquellas cartas que yo mismo os escribí; lo haré, ya sea yo personalmente, ya por medio de un legado, cuando encuentre una ocasión favorable.

 Como me lo habéis pedido, os enviamos las cartas de Ignacio, tanto las que nos escribió a nosotros como las otras suyas que teníamos en nuestro poder; os las manda­mos juntamente con esta carta, y podréis sin duda sacar de ellas gran provecho, pues están llenas de fe, de pacien­cia y de toda edificación en lo que se refiere a nuestro Señor. Comunicadnos, por vuestra parte, todo cuanto sepáis de cierto sobre Ignacio y sus compañeros.

 Os he escrito estas cosas por medio de Crescente, a quien siempre os recomendé y a quien ahora os recomien­do de nuevo. Entre nosotros se comporta de una manera irreprochable, y lo mismo, espero, hará entre vosotros. Os recomiendo también a su hermana para cuando venga a vosotros.

 Estad firmes en el Señor Jesucristo, y que su gracia esté con todos los vuestros. Amén.

Viernes, XXVI semana

Filipenses 3,17-4,9

Estad siempre alegres en el Señor

San Ambrosio

Tratado sobre la carta a los Filipenses

Como acabáis de escuchar en la lectura de hoy, amados hermanos, la misericordia divina, para bien de nuestras almas, nos llama a los goces de la felicidad eterna, me­diante aquellas palabras del Apóstol: Estad siempre ale­gres en el Señor. Las alegrías de este mundo conducen a la tristeza eterna, en cambio, las alegrías que son según la voluntad de Dios durarán siempre y conducirán a los go­ces eternos a quienes en ellas perseveren. Por ello, añade el Apóstol: Os lo repito, estad alegres.

 Se nos exhorta a que nuestra alegría, según Dios y se­gún el cumplimiento de sus mandatos, se acreciente cada día más y más, pues cuanto más nos esforcemos en este mundo por vivir entregados al cumplimiento de los man­datos divinos, tanto más felices seremos en la otra vida y tanto mayor será nuestra gloria ante Dios.

 Que vuestra mesura la conozca todo el mundo, es decir, que vuestra santidad de vida sea patente no sólo ante Dios, sino también ante los hombres; así seréis ejem­plo de modestia y sobriedad para todos los que en la tierra conviven con vosotros y vendréis a ser también como una imagen del bien obrar ante Dios y ante los hombres.

 El Señor está cerca. Nada os preocupe: el Señor está siempre cerca de los que lo invocan sinceramente, es de­cir, de los que acuden a él con fe recta, esperanza firme y caridad perfecta; él sabe, en efecto, lo que vosotros necesitáis ya antes de que se lo pidáis; él está siempre dis­puesto a venir en ayuda de las necesidades de quienes lo sirven fielmente. Por ello, no debemos preocuparnos des mesuradamente ante los males que pudieran sobrevenir nos, pues sabemos que Dios, nuestro defensor, no está lejos de nosotros, según aquello que se dice en el salmo: El Señor está cerca de los atribulados, salva a los abatidos. Aunque el justo sufra muchos males, de todos lo libra Señor. Si nosotros procuramos observar lo que él nos manda, él no tardará en darnos lo que prometió.

 En toda ocasión, en la oración y súplica con acción de gracias, vuestras peticiones sean presentadas a Dios, no sea que, afligidos por la tribulación, nuestras peticiones sean hechas –Dios no lo permita– con tristeza o estén mezcladas con murmuraciones; antes, por el contrario, oremos con paciencia y alegría, dando constantemente gracias a Dios por todo.

Sábado, XXVI semana

Filipenses 4,10-23

Combate bien el combate de la fe

San Gregorio de Nisa

Libro sobre la con­ducta cristiana

 El que es de Cristo es una criatura nueva; lo antiguo ha pasado. Sabemos que se llama nueva criatura a la inhabitación del Espíritu Santo en el corazón puro y sin mancha, libre de toda culpa, de toda maldad y de todo pecado. Pues, cuando la voluntad detesta el pecado y se entrega, según sus posibilidades, a la prosecución de las virtudes, vivien­do la misma vida del Espíritu, acoge en sí la gracia y queda totalmente renovada y restaurada. Por ello, se dice: Quitad la levadura vieja para ser una masa nueva; y también aquello otro: Celebremos la Pascua, no con levadura vie­ja, sino con los panes ázimos de la sinceridad y la verdad. Todo esto concuerda muy bien con lo que hemos dicho más arriba sobre la nueva criatura.

 Ahora bien, el enemigo de nuestra alma tiende muchas trampas ante nuestros pasos, y la naturaleza humana es, de por sí, demasiado débil para conseguir la victoria sobre este enemigo. Por ello, el Apóstol quiere que nos revistamos con armas celestiales: Abrochaos el cinturón e la verdad, por coraza poneos la justicia –dice–, bien calzados para estar dispuestos a anunciar el Evangelio de la paz. ¿Te das cuenta de cuántos son los instrumentos el salvación indicados por el Apóstol? Todos ellos nos ayudan a caminar por una única senda y nos conducen una sola meta. Con ellos se avanza fácilmente por aquel mino de vida que lleva al perfecto cumplimiento de los preceptos divinos. El mismo Apóstol dice también en otro lugar: Corramos en la carrera que nos toca, sin retirar­nos, fijos los ojos en el que inició y completa nuestra fe: Jesús.

Por ello, es necesario que quien desprecia las grandezas este mundo y renuncia a su gloria vana renuncie tam­bién a su propia vida. Renunciar a la propia vida significa no buscar nunca la propia voluntad, sino la voluntad de Dios y hacer del querer divino la norma única de la propia conducta; significa también renunciar al deseo de poseer cualquier cosa que no sea necesaria o común. Quien así obra se encontrará más libre y dispuesto para hacer lo que le manden los superiores, realizándolo pron­tamente con alegría y con esperanza, como corresponde a un servidor de Cristo, redimido para el bien de sus her­manos. Esto es precisamente lo que desea también el Señor, cuando dice: El que quiera ser grande y primero entre vosotros, que sea el último y esclavo de todos.

 Esta servicialidad hacia los hombres debe ser cierta­mente gratuita, y el que se consagra a ella debe sentirse sometido a todos y servir a los hermanos como si fuera deudor de cada uno de ellos. En efecto, es conveniente que quienes están al frente de sus hermanos se esfuercen más que los demás en trabajar por el bien ajeno, se mues­tren más sumisos que los súbditos y, a la manera de un siervo, gasten su vida en bien de los demás, pensando que los hermanos son en realidad como un tesoro que pertene­ce a Dios y que Dios ha colocado bajo su cuidado.

 Por ello, los superiores deben cuidar de los hermanos como si se tratara de unos tiernos niños a quienes los propios padres han puesto en manos de unos educadores. Si de esta manera vivís, llenos de afecto los unos para con los otros, si los súbditos cumplís con alegría los decretos y mandatos, y los maestros os entregáis con interés al per­feccionamiento de los hermanos, si procuráis teneros mu­tuamente el debido respeto, vuestra vida, ya en este mun­do, será semejante a la de los ángeles en el cielo.