3ª SEMANA DE PASCUA
Domingo
Entrada:
«Aclamad al Señor tierra entera, tocad en honor de su nombre, cantad himnos
a su gloria. Aleluya» (Sal 65,1-2).
Colecta (compuesta
con textos del Veronense, Gelasiano y Sacramentario de Bérgamo):
«Que tu pueblo, Señor, exulte siempre al verse renovado y rejuvenecido en
el espíritu; y que la alegría de haber recobrado la adopción filial afiance
su esperanza de resurrección gloriosamente».
Ofertorio (del
Misal anterior, retocada con textos de los Sacramentarios Gelasiano y de
Bérgamo): «Recibe, Señor, las ofrendas de su Iglesia exultante de gozo; y
pues en la resurrección de su Hijo nos diste motivo para tanta alegría,
concédenos participar de este gozo eterno».
Comunión: Año
A: «Los discípulos conocieron al Señor Jesús al partir el pan. Aleluya» (Lc
24,35). Año B: «Así estaba escrito:
el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su
nombre se predicará la conversión de los pecados a todos los pueblos.
Aleluya» (Lc 24,46-47). Año C: «Jesús dice a sus discípulos:
“Vamos, comed”. Y tomó el pan y se lo dio. Aleluya» (Jn 21,12-13).
Postcomunión (compuesta
con textos del Veronense, Gelasiano y Sacramentario de Bérgamo):
«Mira, Señor, con bondad a tu pueblo y, ya que has querido renovarlo con
estos sacramentos de vida eterna, concédele también la resurrección
gloriosa».
Ciclo A
La Iglesia en su liturgia nos sigue
mostrando su gozo por la resurrección del Señor, como lo tuvo la primitiva
comunidad cristiana, que tomó en serio todo el significado de esa
resurrección. También nosotros hemos de corresponder con una fe profunda y
vivificante.
–Hechos 2,14.22-28: No era posible que la muerte lo retuviera
bajo su dominio. Pedro fue el primero en proclamar ante el mundo el
hecho de la resurrección del Señor. Así lo hace hoy para nosotros en la
primera lectura de este Domingo.
–Y lo corrobora con textos del Salmo 15, que utiliza como
Salmo responso-rial: «Tengo siempre presente al Señor, con Él a mi
derecha no vacilaré. Por eso se me alegra el corazón, exulta mi lengua y mi
carne descansa serena, porque no me entregarás a la muerte ni dejarás a tu
fiel conocer la corrupción. Me has ensanchado el sendero de la Vida. Me
saciarás de gozo en tu presencia». San Juan Crisóstomo comenta:
«¡Admirad
la armonía que reina entre los Apóstoles! ¡Cómo ceden a Pedro la carga de
tomar la palabra en nombre de todos! Pedro eleva su voz y habla a la
muchedumbre con intrépida confianza. Tal es el coraje del hombre
instrumento del Espíritu Santo... Igual que un carbón encendido, lejos de
perder su ardor al caer sobre un montón de paja, encuentra allí la ocasión
de sacar su calor, así Pedro, en contacto con el Espíritu Santo que le
anima, extiende a su alrededor el fuego que le devora» (Homilía
sobre los Hechos 4).
–1 Pedro 1,17-21: Habéis sido redimidos con la sangre de
Cristo, el Cordero sin defecto. También es Pedro quien continúa
emplazándonos a vivir en serio el Misterio de la Resurrección del Señor,
como exigencia de vida nueva en cuantos hemos sido redimidos. Melitón de
Sardes adora el Misterio de la Pascua de Cristo:
«Este es el Cordero que
enmudecía y que fue inmolado; el mismo que nació de María, la hermosa
Cordera; el mismo que fue arrebatado del rebaño, empujado a la muerte,
inmolado al atardecer y sepultado por la noche; aquél que no fue
quebrantado en el leño, ni se descompuso en la tierra; el mismo que
resucitó de entre los muertos e hizo que el hombre surgiera desde lo más
hondo del sepulcro» (Homilía sobre la Pascua 71).
–Lucas 24,13-35: Lo reconocieron al partir el pan. Como en
Emaús, la presencia de Cristo rehace de nuevo la fe vacilante y
desconcertada de cuantos aún no han alcanzado a vivir la alegría
santificadora de la resurrección. San León Magno explica el profundo cambio
que experimentan los discípulos, en sus mentes y corazones:
«Durante estos días, el Señor
se juntó, como uno más, a los dos discípulos que iban de camino y les
reprendió por su resistencia en creer, a ellos que estaban temerosos y
turbados, para disipar en nosotros toda tiniebla de duda. Sus corazones,
por Él iluminados, recibieron la llama de la fe y se convirtieron de tibios
en ardientes, al abrirles el Señor el sentido de las Escrituras. En la
fracción del pan, cuando estaban sentados con Él a la mesa, se abrieron
también sus ojos, con lo cual tuvieron la dicha inmensa de poder contemplar
su naturaleza glorificada» (Sermón 73).
Nuestro reencuentro con Cristo
resucitado debe dar sentido evangélico a toda nuestra vida. En la medida en
que seamos conscientes de nuestra unión responsable con Cristo, el Señor,
estaremos en actitud de ser testigos de su obra redentora en medio de los
hombres, con nuestras palabras, pero sobre todo con nuestra vida.
Ciclo B
Centramos nuestra atención en
Cristo muerto y resucitado. Los textos bíblicos y litúrgicos nos hablan de
Él. Esto nos ayuda a tomar conciencia de los frutos de conversión
santificadora que en nuestras vidas debió producir la Cuaresma. Esto es lo
que nos ayuda a vivir la vida del Resucitado, una vida nueva de constante
renovación espiritual. Esto no deben experimentarlo solamente los recién
bautizados, sino también todos los demás, porque la renovación pascual ha
de revivir en todos nosotros la responsabilidad de elegidos en Cristo y
para Cristo por la santidad pascual.
–Hechos 3,13-15.17-19: Matasteis al autor de la vida, pero Dios
lo resucitó de entre los muertos. Pedro inaugura la misión de la
Iglesia, proclamando valientemente la necesidad de la conversión para
responder al designio divino de salvarnos en Cristo Jesús, muerto y
resucitado por nosotros. Comenta San Juan Crisóstomo:
«San Pedro les dice que la
muerte de Cristo era consecuencia de la voluntad y decreto divinos. ¡Ved
este incomprensible y profundo designio de Dios! No es uno, son todos los
profetas a coro quienes habían anunciado este misterio. Pero, aunque los
judíos habían sido, sin saberlo, la causa de la muerte de Jesús, esta
muerte había sido determinada por la Sabiduría y la Voluntad de Dios,
sirviéndose de la malicia de los judíos para el cumplimiento de sus
designios. El Apóstol nos lo dice: “aunque los profetas hayan predicho esta muerte y vosotros la hayáis
hecho por ignorancia, no penséis estar enteramente excusados”. Pedro les
dice en tono suave: “Arrepentíos y convertíos”. ¿Con qué objeto? “Para que
sean borrados vuestros pecados. No sólo vuestro asesinato en el cual
interviene la ignorancia, sino todas las manchas de vuestra alma”» (Homilía
sobre los Hechos 9).
–Con el Salmo 4 proclamamos: «Haz
brillar sobre nosotros el resplandor de tu rostro. Escúchame cuando te
invoco, Dios mío, tú que en el aprieto me diste anchura, ten piedad de mí y
escucha mi oración. Sabedlo: El Señor hizo milagros en mi favor, y el Señor
me escuchará cuando lo invoque. Hay muchos que dicen: “¿Quién
nos hará ver la dicha, si la luz de tu rostro ha huido de nosotros”. En paz
me acuesto y enseguida me duermo, porque Tú sólo, Señor, me haces vivir
tranquilo».
–1 Juan 2,1-5: Él es víctima de propiciación por nuestros
pecados y por los del mundo entero. Si realmente el Misterio Pascual ha
prendido en nuestra vida, lo evidenciará nuestra renuncia real al pecado y
nuestra fidelidad amorosa a la Voluntad divina. Tal vez uno de los textos
más expresivos y valioso de la mediación e intercesión de Cristo ante el
Padre como Supremo Pontífice de nuestra fe lo encontremos en los escritos
de Santa Gertrudis:
«Vio la santa que el Hijo de
Dios decía ante el Padre: “¡Oh, Padre mío, único y coeterno y consustancial
Hijo! Conozco en mi insondable Sabiduría toda la extensión de la flaqueza
humana mucho mejor que esta misma criatura y que toda otra cualquiera. Por
eso me compadezco de mil maneras de esa flaqueza. En mi deseo de remediarla,
os ofrezco, santísimo Padre mío, la abstinencia de mi sagrada boca para
reparar con ella las palabras inútiles que ha dicho esta elegida”...» [Y
así va enumerando diversos ofrecimientos y reparación y sigue:]
“Finalmente, ofrezco, Padre amantísimo a Vuestra Majestad mi deífico
Corazón por todos los pecados que ella hubiere cometido”» (Legatus IV,17).
–Lucas 24,35-48: Así estaba escrito: El Mesías padecerá y
resucitará de entre los muertos al tercer día. La realidad de Cristo crucificado
compromete a toda la Iglesia en la misión de proclamar la necesidad de la
conversión a Cristo y a su Evangelio, para que los hombres puedan alcanzar
su salvación. Oigamos a San Ignacio de Antioquía:
«Pues yo sé y creo que
después de su resurrección Él existe en la carne. Y cuando vino a los que
estaban alrededor de Pedro, les dijo: “Tomad y tocadme y ved que no soy un
fantasma incorpóreo” (Lc 24,39). Y seguidamente lo tocaron y creyeron,
fundiéndose con su cuerpo y con su espíritu. Por ello despreciaron la
muerte y estuvieron por encima de la muerte. Después de la resurrección
comió y bebió con ellos como carnal, aunque espiritualmente estaba unido al
Padre» (Carta a los de Esmirna 3,1-3).
Ciclo C
En la celebración del
cincuentenario pascual hemos de recobrar nuestra conciencia de miembros
vivos de la Iglesia, como comunidad de testigos responsables de la
Resurrección y de la obra salvadora de Cristo en medio del mundo. La
liturgia de estos domingo nos ofrece como tema de
meditación el Misterio de la Iglesia, prolongación del Misterio de Cristo,
en el que hemos sido injertados por el bautismo.
–Hechos 5,27-32. 40-41: Testigos de esto somos nosotros y el
Espíritu Santo. Históricamente la Iglesia comenzó a existir como una
pequeña comunidad de testigos de Cristo, dispuestos a obedecer a Dios antes
que a los hombres. Comenta San Juan Crisóstomo:
«Dios ha permitido que
los Apóstoles fueran llevados a juicio para que sus perseguidores fueran
instruidos, si lo deseaban... Los Apóstoles no se irritan ante los jueces,
sino que les ruegan compasivamente, vierten lágrimas y sólo buscan el modo
de librarlos del error y de la cólera divina. Están convencidos de que no
hay peligro para quienes temen a Dios, sino para quienes no le temen y de
que es peor cometer injusticia que padecerla» (Homilía sobre los
Hechos 13).
Y más adelante dice:
«Es verdad que Jeremías fue
también azotado a causa de la Palabra de Dios y que Elías y otros profetas
se vieron amenazados, pero aquí los Apóstoles, como antes por los milagros,
manifestaron el poder de Dios. No se dice que no sufrieron, sino que el
sufrimiento les causó alegría. Lo podemos ver por la libertad que acto
seguido usaron: inmediatamente después de la flagelación se entregaron a la
predicación con admirable ardor» (Ibid. 14).
–Con el Salmo 29 decimos: «Te
ensalzaré, Señor, porque me has librado y no has dejado que mis enemigos se
rían de mí. Señor, sacaste mi vida del abismo, me hiciste revivir cuando
bajaba a la fosa. Tañed para el Señor, fieles suyos, dad gracias a su
nombre santo; su cólera dura por un instante, su bondad de por vida.
Escucha, Señor y ten piedad de mí, Señor, socórreme. Cambiaste mi luto en
danzas, Señor, Dios mío, te daré gracias por siempre».
–Apocalipsis 5,11-14: Digno es el Cordero degollado de
recibir el poder y la alabanza. Cristo, Cordero degollado en la Pasión,
ha quedado constituido, por la Resurrección, en Señor de la historia. La
Iglesia es el signo y el testigo de su obra entre los hombres. La escena
que nos describe San Juan es de una grandeza admirable. Cristo, el Cordero
que ha sido degollado, recibe juntamente con el Libro, el homenaje y el
dominio de toda la creación.
Es muy significativo que la
alabanza de toda la creación vaya dirigida a Dios y al Cordero
indivisiblemente unidos. San Juan junta las criaturas materiales con los
ángeles en la glorificación del Cordero redentor, a quien atribuyen la
bendición, el honor, la gloria y el imperio por los siglos. En esta
doxología de cuatro términos, que toda la creación dirige a Dios y al
Cordero, se descubre una clara alusión a las cuatro partes del universo:
cielo, tierra, mar y abismo, o las cuatros regiones del mundo: norte, sur,
este y oeste. Asociémonos nosotros a esa alabanza con toda nuestra vida.
–Juan 21,1-19: Jesús se acercó, tomó el pan y se lo dio; lo
mismo el pescado. Pedro sigue siendo el primer responsable del Amor y
de la presencia viva de Cristo en su Iglesia y entre los hombres. Sobre
esta piedra ha edificado el Señor su Iglesia. Comenta San Agustín este
milagro hecho por Cristo resucitado:
«Los discípulos se marcharon a pescar y en
toda la noche no cogieron nada. Pero el Señor se les apareció de mañana en
la orilla y les preguntó si tenían algo que comer, ellos le contestaron que
no. Entonces les dijo: “Echad las redes a la derecha y encontraréis” (Jn
21,6). Ved cuánto les otorgó gratuitamente el que aparentemente había
venido a comprar, les dio el producto del mar, creado por Él. ¡Gran milagro
sin duda! Echaron las redes al instante, y captaron tal cantidad de peces
que, debido a su número, no podían sacar las redes. Pero, si consideramos
quién es el autor de ese milagro, deja de causar admiración, pues había
hecho ya otros mayores. Pues para quien con anterioridad había resucitado
muertos, no era gran cosa el haber hecho que se pescaran aquellos peces» (Sermón
252,1).
Lunes
Entrada: «Ha
resucitado el Buen Pastor, que dio la vida por sus ovejas y se dignó morir
por su grey».
Colecta (del Misal
anterior, retocada con textos del Veranéense, Gelasiano y Gregoriano): «Oh
Dios, que muestras la luz de tu verdad a los que andan extraviados, para
que puedan volver al camino de la santidad; concede a todos los cristianos
rechazar lo que es indigno de este nombre y cumplir cuanto en él se
significa».
Ofertorio:
«Recibe, Señor, las ofrendas de tu Iglesia exultante de gozo; y pues en la
resurrección de tu Hijo nos diste motivo de tanta alegría, concédenos
participar de este gozo eterno».
Comunión: «La paz
os dejo, mi paz os doy. No os la doy como la da el mundo, dice el Señor.
Aleluya» (Jn 14,27)
Postcomunión: «Dios
todopoderoso y eterno, que en la resurrección de Jesucristo nos has hecho
renacer a la vida eterna; haz que los sacramentos pascuales den en nosotros
fruto abundante y que el alimento de salvación que acabamos de recibir
fortalezca nuestras vidas».
–Hechos 6,8-15: No lograban hacer frente a la sabiduría y al
Espíritu con que hablaba. La posición radical de Esteban en lo tocante
a la ley y al templo recrudecerá la persecución, en especial en contra de
los siete. Se van a repetir las mismas acusaciones que se emplearon contra
Jesús, en un claro paralelismo con su Pasión, demostrado hasta en el empleo
de las mismas palabras. Y de nuevo Dios va a demostrar su fuerza en los que
elige. Su rostro les parecerá como el de un ángel. Muchos comentaristas han
visto en esto una semejanza con Moisés al bajar del monte. Entre ellos San
Juan Crisóstomo, que dice:
«Era la gracia, era la
gloria de Moisés. Me parece que Dios le había revestido de este resplandor
porque quizá tenía algo que decir y para atemorizarlos con su propio
aspecto. Pues es posible, muy posible, que las figuras llenas de gracia
celestial sean amables a los ojos de los amigos y terribles ante los
adversarios» (Homilía sobre los Hechos 15).
–Acertadamente cantamos ahora
el Salmo 118, en
algunos de sus versos, pues encaja perfectamente en todo lo referente a San
Esteban. Una señal de que hemos resucitado con Cristo es nuestra vida
intachable. Renacidos en Cristo por el Espíritu, fortalecidos por el pan
que ha bajado del Cielo y permanece por siempre, cumplimos la voluntad del
Padre: «Dichoso el que camina con vida intachable. Aunque los nobles se
sientan a murmurar de mí, tu siervo medita tus leyes; tus preceptos son mi
delicia, tus decretos son mis consejeros. Te expliqué mi camino y me
escuchaste; enséñame tus leyes; instrúyeme en el camino de tus decretos, y
meditaré tus maravillas. Apártame del camino falso, y dame la gracia de tu
voluntad; escogí el camino verdadero, deseé tus mandamientos».
–Juan 6,22-29: Trabajad no por el alimento que perece, sino por
el alimento que perdura. Luego de la multiplicación de los panes, en su
ansia por el alimento terreno, la multitud busca a Jesús. Pero éste les
invita a saciarse con un ideal superior, aspirando a otro manjar que
perdura para siempre. Para recibir este alimento es menester realizar las
obras de Dios, es decir, creer en el Enviado. Comenta San Agustín:
«Jesús, a continuación del misterio o sacramento
milagroso, hace uso de la palabra, con la intención de alimentar, si es
posible, a los mismos que ya alimentó; de saciar con su palabra las
inteligencias de aquellos cuyo vientre había saciado con pan abundante,
pero es con la condición de que lo entiendan y, si no lo entienden, que se
recoja para que no perezcan ni las sobras siquiera... “Me buscabais por la
carne, no por el Espíritu”. ¡Cuántos hay que no buscan a Jesús sino para
que les haga beneficios temporales! Tiene uno un negocio y acude a la
mediación de los clérigos; es perseguido otro por alguien más poderoso que
él y se refugia en la iglesia. No faltan quienes piden que se les
recomiende a una persona ante la que tienen poco crédito.
«En fin, unos por unos motivos
y otros por otros, llenan todos los día la iglesia. Apenas se busca a Jesús
por Jesús... “Me buscabais por algo que no es lo que yo soy; buscadme a Mí
por mí mismo”. Ya insinúa ser Él este manjar, lo que se verá con más
claridad en lo que sigue...Yo creo que ya estaban esperando comer otra vez
pan y sentarse otra vez, y saciarse de nuevo. Pero Él había hablado de un
alimento que no perece, sino que permanece hasta la vida eterna. Es el
mismo lenguaje que había usado con la mujer aquella
samaritana... Entre diálogos la llevó hasta la bebida espiritual. Lo
mismo sucede aquí, lo mismo exactamente. Alimento es, pues, éste que no
perece, sino que permanece hasta la vida eterna» (Tratado 25,10-12 sobre
el Evangelio de San Juan).
Martes
Entrada:
«Alabad a nuestro Dios todos sus siervos y los que le teméis, pequeños y
grandes, porque ya llega la victoria, el poder y el mando de nuestro
Mesías. Aleluya» (APC 19,5;12,10).
Colecta (compuesta
con textos de los Sacramentarios
Gelasiano, Gregoriano y de Bérgamo): «Señor, tú que abres las
puertas de tu reino a los que han renacido del agua y del Espíritu.
Acrecienta la gracia que has dado a tus hijos, para que purificados del
pecado alcancen todas tus promesas».
Ofertorio:
«Recibe, Señor, las ofrendas de tu Iglesia exultante de gozo; y pues en la
resurrección de tu Hijo nos diste motivo de tanta alegría, concédenos
participar de este gozo eterno».
Comunión: «Si
hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con Él. Aleluya»
(ROM 6,8).
Postcomunión:
«Mira, Señor, con bondad a tu pueblo, y ya que has querido renovarnos con
estos sacramentos de vida eterna, concédele también la resurrección
gloriosa».
–Hechos 7,51-59: Señor Jesús, recibe mi espíritu. La
defensa de Esteban ante sus acusadores se transforma en una acusación, ante
la incredulidad de los jefes del pueblo, y le acarrea el martirio por medio
de la lapidación. Al morir Esteban ruega al Señor en términos similares a
los que Éste se dirigió al Padre desde la Cruz. Es el testimonio más
antiguo de una oración dirigida a Cristo en la gloria del Padre. La
celebración eucarística configura progresivamente nuestra vida cristiana a
la imagen ideal de Cristo. Al mismo tiempo nos hace testigos del Señor: nos
pone en contacto experiencial con la Palabra de Vida y nos empuja a una
actividad apostólica, fruto de la libertad del Espíritu. Comenta San Efrén:
«Es evidente que los que sufren por Cristo
gozan de la gloria de toda la Trinidad. Esteban vio al Padre y a Jesús
situado a su derecha, porque Jesús se aparece sólo a los suyos, como a los Apóstoles
después de la resurrección. Mientras el Campeón de la fe permanecía sin
ayuda en medio de los furiosos asesinos del Señor, llegado el momento de
coronar al primer mártir, vio al Señor, que sostenía una corona en la mano
derecha, como si se animara a vencer la muerte y para indicarle que Él
asiste interiormente a los que van a morir por su causa. Revela, por tanto,
lo que ve, es decir, los cielos abiertos, cerrados a Adán y vueltos a abrir
solamente a Cristo en el Jordán, pero abiertos también después de la Cruz a
todos los que conllevan el dolor de Cristo y en primer lugar a este hombre.
Observad que Esteban revela el motivo de la iluminación de su rostro, pues
estaba a punto de contemplar esta visión maravillosa. Por eso se mudó en la
apariencia de un ángel, a fin de que su testimonio fuera más fidedigno» (Sermón
sobre los Hechos 7).
–En tus manos encomiendo mi
espíritu. Palabra que en Cristo encuentran plenitud de sentido: el
abandono, el sufrimiento, la confianza, la liberación. Invitación a todos
los creyentes a una apertura total a Dios que revela los prodigios de su
misericordia protectora. Por eso empleamos el Salmo 3, en el que se insertan estas
palabras: «Señor, sé la Roca de mi refugio, un baluarte donde me
salve, Tú que eres mi Roca y mi baluarte, por tu nombre dirígeme y guíame.
A tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu; Tú el Dios leal, me librarás;
yo confío en el Señor. Tu misericordia sea mi gozo y mi alegría. Haz
brillar tu rostro sobre tu siervo, sálvame por tu misericordia. En el asilo
de tu presencia nos escondes de las conjuras humanas».
–Juan 6,30-35: No fue Moisés, sino que es mi Padre quien os da
el verdadero pan del cielo. Como en otros pasajes del Evangelio, Jesús
hace pasar a sus oyentes del sentido material al espiritual. De este modo
llegamos al culmen de la revelación de Jesús, cuando éste proclama: «Yo soy
el Pan de Vida». Comenta San Ambrosio:
«¿A qué fin pides, oh judío, que te conceda el
pan Aquél que lo da a todos, lo da a diario, lo da siempre? En ti mismo
está el recibir este pan: acércate a este pan y lo recibirás. De este pan
está dicho: “Todos los que se alejan de ti perecerán” (Sal 72,27). Si te
alejares de Él, perecerás. Si te acercares a Él, vivirás. Este es el pan de
la vida; así pues, el que come la vida no puede morir. Porque, ¿cómo morirá
aquél para quien el manjar es la vida? ¿Cómo desfallecerá el que tuviere
sustancia vital?
«Acercaos a Él y saciaos,
porque es pan. Acercaos a Él y bebed, porque es fuente. Acercaos a Él y seréis
iluminados (Sal 33,6), porque es luz (Jn 1,9). Acercaos a Él y sed libres,
porque donde está el Espíritu del Señor, allí está la libertad (2 Cor
3,17). Acercaos a Él y sed absueltos, porque es perdón de los pecados (Ef
1,7). ¿Preguntáis quién es éste? Oídle a Él mismo que dice: “Yo soy el Pan
de Vida; el que viene a Mí no tendrá hambre; y el que cree en Mí no pasará
nunca sed” (Jn 6,35). Le oísteis y le visteis y no le creísteis; por eso
estáis muertos; ahora siquiera, creed para que podáis vivir» (Exposición
sobre el Salmo 118,28).
Miércoles
Entrada:
«Llena estaba mi boca de tu alabanza y de tu gloria. Te aclamarán mis
labios, Señor. Aleluya» (Sal 70,8.23)
Colecta (compuesta
con textos de los Sacramentarios
Gelasiano, Gregoriano y de Bérgamo): «Ven Señor en ayuda de
tu familia, y a cuantos hemos recibido el don de la fe, concédenos tener
parte en la herencia eterna de tu Hijo resucitado».
Ofertorio: «Concédenos,
Señor, darte gracias siempre por medio de estos misterios pascuales; y ya
que continúan en nosotros la obra de tu redención sean también fuente de
gozo incesante»
Comunión: «El
Señor ha resucitado. Él nos ilumina a nosotros, los redimidos por su
sangre. Aleluya».
Postcomunión:
«Escucha, Señor, nuestras oraciones, para que la participación en los
sacramentos de nuestra redención nos sostenga durante la vida presente, y
nos dé las alegrías eternas».
–Hechos 8,1-8: Al ir de un lugar para otro iban difundiendo la
buena noticia. La violencia de la persecución contra el grupo de
Esteban –en la que tuvo parte activa Saulo– obligó a la dispersión de sus
miembros por Samaria, en donde de este modo se expandió el mensaje
cristiano. Felipe, uno de los siete, proclama la Palabra y obra curaciones.
En la celebración eucarística, reunidos en torno al altar del Señor,
proclamamos el mensaje personal que trae Cristo y recibimos la fuerza del
Espíritu, que confirma nuestra unidad eclesial y alienta nuestro testimonio
de vida cristiana.
San Juan Crisóstomo, en su Homilía
sobre los Hechos dice que los cristianos continúan la predicación, en
vez de des-cuidarla. Y San León Magno:
«La religión, fundada por el
misterio de la Cruz de Cristo, no puede ser destruida por ningún género de
maldad. No se disminuye la Iglesia por las persecuciones, antes al
contrario, se aumenta. El campo del Señor se viste entonces con una cosecha
más rica. Cuando los granos que caen mueren, nacen multiplicados» (Homilía
sobre los Santos Apóstoles Pedro y Pablo).
–La acción redentora de Cristo
despliega su poder salvador en nuestra vida: el cristiano recibe y proclama
esta salvación en la comunidad eclesial. Que toda la tierra aclame al Señor
que obra maravillas. Así lo proclamamos con el Salmo 65: «Aclama al Señor, tierra entera, tocad en
honor de su nombre, cantad himnos a su gloria; decid a Dios: “Qué terribles
son tus obras. Que se postre ante Ti la tierra entera, que toquen en tu
honor, que toquen para tu nombre”. Venid a ver las obras de Dios, sus
temibles proezas en favor de los hombres. Transformó el mar en tierra
firme, a pie atravesaron el río. Alegrémonos con Dios, que con su poder
gobierna eternamente».
–Juan 6,35-40: La voluntad de mi Padre es que todo el que ve al
Hijo tenga vida eterna. Tras haberse manifestado a Sí mismo como Pan de
vida, Jesús hace hincapié en la necesidad de la fe que conduce a la vida
eterna y a la futura resurrección. La vida eterna y la resurrección en el
último día son dos aplicaciones concretas del don de la Vida al creyente.
Pero no agotan todo el don de Cristo-Vida. San Agustín comenta este pasaje
evangélico:
«“No he venido a hacer mi
voluntad, sino la voluntad del que me envió”. Ésta es la mejor
recomendación de la humildad. La soberbia hace su voluntad, la humildad
hace la voluntad de Dios. Por eso, “al que se llega a Mí no lo arrojaré
fuera”. ¿Por qué? “No he venido a hacer mi voluntad sino la voluntad del
que me envió”. Yo he venido humilde, yo he venido a enseñar la humildad, yo
soy el maestro de la humildad. El que se llega a Mí se incorpora a Mí; el
que se llega a Mí será humilde, porque no hace su voluntad, sino la de
Dios.
«Esa es la causa de que no se
le arroje fuera; estaba arrojado fuera cuando era soberbio... Se entrega Él
mismo al que conserva la humildad y Él mismo lo recibe; y, en cambio, el
que no la conserva está distantísimo del Maestro de la humildad. “Que no se
pierda nada de lo que me dio”. No es, pues, voluntad de mi Padre que
perezca uno solo de estos pequeñuelos. De entre los que se engríen no
dejará de haber alguien que perezca; en cambio, de entre los humildes no se
dará el caso de perecer uno solo... El que se llega a Mí resucita ahora
hecho humilde, como uno de mis miembros; pero yo lo resucitaré también en
el día postrero según la carne» (Tratado 25,16 y 19 sobre el Evangelio
de San Juan).
Jueves
Entrada:
«Cantemos al Señor; sublime es su victoria. Mi fuerza y mi poder es el
Señor. Él fue mi salvación. Aleluya» (Ex 15,1-2).
Colecta (del
Gelasiano): «Dios Todopoderoso y eterno, que en estos días de Pascua nos
has revelado claramente tu amor y nos has permitido conocerlo con más
profundidad; concede a quienes has librado de las tinieblas del error
adherirse con firmeza a las enseñanzas de tu verdad».
Ofertorio: «¡Oh Dios! que por el admirable trueque de este
sacrificio nos haces partícipes de tu divinidad; concédenos que nuestra
vida sea manifestación y testimonio de esta verdad que conocemos».
Comunión:
«Cristo murió por todos, para que los que viven ya no vivan para sí, sino
para el que murió y resucitó por ellos.
Aleluya» (2 Cor 5,15).
Postcomunión: «Ven
Señor en ayuda de tu pueblo y, ya que nos has iniciado en los misterios de
tu reino, haz que abandonemos nuestra antigua vida de pecado y vivamos, ya
desde ahora, la novedad de la vida eterna».
–Hechos 8,26-40: Mira, agua. ¿Qué dificultad hay en que
me bautice? Felipe interpreta en favor de un peregrino llegado a
Jerusalén un pasaje del libro de Isaías acerca del Siervo de Yahvé,
mostrándole su cumplimiento en Jesucristo. El etíope recibe el bautismo y
Felipe prosigue su obra de evangelización hasta Cesarea. La expansión de la
Iglesia es obra del Espíritu Santo y se lleva a cabo mediante el anuncio de
la Buena Noticia de Jesús. Él es quien, con su muerte y su resurrección, ya
anunciada proféticamente, ha conseguido la salvación universal que es la
única fuente de alegría. La alegría del recién bautizado es lógica por las
muchas gracias que confiere el bautismo. San Juan Crisóstomo dice:
«Los nuevos bautizados son
libres, santos, justos, hijos de Dios, herederos del cielo, hermanos y
coherederos de Cristo, miembros de su Cuerpo, templos de Dios, instrumentos
del Espíritu Santo... Los que ayer estaban cautivos son hoy hombres libres
y ciudadanos de la Iglesia. Los que ayer estaban en la vergüenza del pecado
se encuentran ahora en la seguridad de la justicia; y no sólo libres sino
santos» (Catequesis bautismales 3,5).
Y San León Magno:
«El sacramento de la
regeneración nos ha hecho partícipes de estos admirables misterios, por
cuanto el mismo Espíritu, por cuya virtud fue Cristo engendrado, ha hecho
que también nosotros volvamos a nacer con un nuevo nacimiento espiritual» (Carta
31).
–El creyente puede testimoniar lo que
Dios ha hecho con él: le ha devuelto la vida. Por esto invita a todos los
pueblos a que bendigan al Dios que tan portentosamente le ha salvado y lo
hacemos con el Salmo 65:
«Bendecid, pueblo, a nuestro Dios, haced resonar sus alabanzas: Porque Él nos ha devuelto la vida y no dejó que
tropezaran nuestros pies. Fieles de Dios, venid a escuchar, os contaré lo
que ha hecho conmigo; a Él gritó mi boca y lo ensalzó mi lengua. Bendito
sea Dios, que no rechazó mi súplica, ni me retiró su favor».
–Juan 6,44-52: Yo soy el Pan vivo que ha bajado del cielo.
El Pan de vida, que es Cristo, hay que comerlo ante todo con fe. Mas la
revelación avanza aún más cuando Jesús afirma que el pan que Él dará es su
propia carne, como sacrificio para la vida del mundo. Comenta San Agustín:
«El maná era signo de este pan, como lo era también el altar del Señor. Ambas
cosas eran signos sacramentales: como signos son distintos, más en la
realidad hay identidad... Pan vivo,
porque desciende del cielo. El maná también descendió del cielo; pero el
maná era sombra, éste la verdad... ¡Oh qué misterio de amor, y qué símbolo
de la unidad y qué vínculo de la caridad! Quien quiere vivir sabe donde
está su vida y sabe de dónde le viene la vida. Que se acerque y que crea, y
que se incorpore a este cuerpo, para que tenga participación de su
vida...» (Tratado 26,12 y 15 sobre el Evangelio de San Juan).
Y San Ambrosio:
«Cosa grande, ciertamente, y de
digna veneración, que lloviera sobre los judíos maná del cielo. Pero,
presta atención. ¿Qué es más: el maná del cielo o el Cuerpo de Cristo? Ciertamente
que el Cuerpo de Cristo, que es el Creador del cielo. Además, el que comió
el maná, murió; pero el que comiere el Cuerpo recibirá el perdón de sus
pecados y no morirá para siempre.
Luego, no en vano dices tú “Amén”, confesando ya en espíritu que recibes el
Cuerpo de Cristo... Lo que confiesa la lengua, sosténgalo el afecto» (Sobre
los Sacramentos 24-25).
Viernes
Entrada:
«Digno es el Cordero degollado de recibir el poder, la riqueza, la
sabiduría, la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza. Aleluya» (Apoc
5,12).
Colecta (compuesta
con textos del Gregoriano y del Sacramentario de Bérgamo): «Te
pedimos, Señor, que, ya que nos has dado la gracia de conocer la
resurrección de tu Hijo, nos concedas también que el Espíritu Santo, con su
amor, nos haga resucitar a una vida nueva».
Comunión: «El
Señor crucificado resucitó de entre los muertos y nos rescató. Aleluya».
Ofertorio:
«Santifica, Señor, con tu bondad estos dones, acepta la ofrenda de este
sacrificio espiritual y a nosotros transfórmanos en oblación perenne».
Postcomunión:
«Después de recibir los santos misterios, humildemente te pedimos, Señor,
que esta eucaristía, celebrada como memorial de tu Hijo, nos haga progresar
en el amor».
–Hechos 9,1-10: Este hombre es un instrumento elegido por Mí para
dar a conocer mi nombre a los pueblos. Saulo es llamado misteriosamente
por Dios a convertirse en uno de los grandes apóstoles de la religión de
Jesús a la que perseguía. La conversión de Saulo es una verdadera vocación
a ser primero discípulo de Cristo y luego un gran apóstol de su mensaje de
salvación. Esto es uno de los acontecimientos más grandes de la historia de
la Iglesia. Un instrumento elegido por Dios para ser el apóstol de todos
los siglos. Él murió, pero sus Cartas siguen proclamando ese mensaje
salvífico de Jesucristo. San Juan Crisóstomo dice del apóstol:
«Qué es el hombre, cuán grande
su nobleza y cuánta su capacidad de virtud lo podemos colegir sobre todo de
la persona de Pablo. Cada día se levantaba con una mayor elevación y fervor
de espíritu y, frente a los peligros que lo acechaban, era cada vez mayor
su empuje... En medio de las asechanzas de sus enemigos, habla en tono
triunfal de las victorias alcanzadas sobre los ataques de sus
perseguidores, y, habiendo sufrido en todas partes azotes, injurias y
maldiciones, como quien vuelve victorioso de la batalla, colmado de
trofeos, da gracias a Dios... Imbuido en estos sentimientos, se lanzaba a
las contradicciones e injurias, que le acarreaba su predicación con un
ardor superior al que nosotros empleamos en la consecución de los honores,
deseando la muerte más que nosotros la vida; la pobreza más que nosotros
las riqueza...
«Por esto mismo, lo único que
deseaba era agradar siempre a Dios y, lo que era para él más importante de
todo, gozaba del amor de Cristo; con esto se consideraba el más dichoso de
todos; sin esto le era indiferentes los poderosos y los príncipes; prefería
ser con este amor, el último de todos... Para él, el tormento más grande y
extraordinario era el verse privado de este amor; para él, su privación
significaba el infierno, el único sufrimiento, el suplicio infinito e
intolerable» (Homilía 2 sobre las alabanzas de Pablo).
–Por eso lo mejor que podemos
hacer es cantar con el Salmo 116:
«Alabad al Señor todas las naciones, celebradlo todos los pueblos. Firme es
su misericordia con nosotros, su fidelidad permanece por siempre».
–Juan 6,53-60: Mi carne es verdadera comida y mi sangre es
verdadera bebida. Respondiendo a la admiración de sus oyentes, Jesús
afirma con claridad: si uno quiere poseer la vida ha de comer su carne y
beber su sangre. El maná del desierto fue importante, pero mucho más lo es
el alimento eucarístico que da la vida eterna. Comenta San Agustín:
«Lo que buscan los hombres en la comida y
en la bebida es apagar el hambre y la sed, mas esto no lo logra de verdad
sino este alimento y bebida que a los que lo toman hace inmortales e
incorruptibles, en la sociedad misma de los santos, donde existe una paz y
unidad plena y perfectas... Comer
aquel manjar y beber aquella bebida es lo mismo que permanecer en Cristo y
tener a Jesucristo que permanece en sí mismo. Y, por eso, quien no
permanece en Cristo y en quien Cristo no permanece, es indudable que no
come ni bebe espiritualmente su cuerpo y su sangre, aunque materialmente y
visiblemente toque con sus dientes el sacramento del Cuerpo y de la Sangre
de Cristo: sino antes, por el contrario, come y bebe para su perdición el
sacramento de la realidad tan augusta, ya que, impuro y todo, se atreve a
acercarse a los sacramentos de Cristo, que nadie puede dignamente recibir
sino los limpios...» (Tratado 26 sobre el Evangelio de San Juan
17-18).
Sábado
Entrada: «Por
el Bautismo fuísteis sepultados con Cristo y habéis resucitado con Él,
porque habéis creido en la fuerza de Dios que lo resucitó. Aleluya» (Col
2,12).
Colecta (compuesta
con textos del Gelasiano y del Gregoriano): «Oh Dios, que has
renovado por las aguas del bautismo a los que creen en ti, concede tu ayuda
a los que han renacido en Cristo, para que venzan las insidias del Mal y
permanezcan siempre fieles a los dones que de Ti han recibido».
Ofertorio: «Acoge, Señor, con
bondad las ofrendas de tu pueblo, para que, bajo tu protección, no pierda
ninguno de tus bienes y descubra los que permanecen para siempre».
Comunión:
«Padre, por ellos ruego, para que todos sean uno en nosotros, y así crea el
mundo que tú me has enviado, dice el Señor. Aleluya» (Jn 17,20-21).
Postcomunión: «Dios
Todopoderoso, no ceses de proteger con amor a los que has salvado, para que
así, quienes hemos sido redimidos por la pasión de tu Hijo, podamos
alegrarnos en su resurrección».
–Hechos 9,31-42: La Iglesia se iba construyendo y se
multiplicaba animada por el Espíritu Santo. La actividad apostólica de
Pedro se desarrolla en un principio dentro de un período de paz para la
Iglesia. El Apóstol cura a un paralítico de Lidia y resucita a una mujer en
Jafa, provocando con ello nuevas conversiones. La asamblea eucarística
realiza y construye continuamente la comunidad de salvación, que es la Iglesia.
En ella encontramos la paz del Espíritu Santo y el aliento para una vida al
servicio del Señor y de los hermanos. San Cipriano comenta:
«En los Hechos de los Apóstoles
está claro que las limosnas no sólo ayudan al pobre. Habiendo enfermado y
muerto Tabita, que hacía muchas buenas obras y limosnas, fue llamado Pedro
y apenas se presentó, con toda diligencia de su caridad apostólica, le
rodearon las viudas con lágrimas y súplicas... rogando por la difunta más
con sus gestos que con sus palabras. Creyó Pedro que podría lograrse lo que
pedían de manera tan insistente y que no faltaría el auxilio de Cristo a
las súplicas de los pobres en quienes Él había sido vestido... No dejó, en
efecto, de prestar su auxilio a Pedro, al que había dicho en el Evangelio que
se concedería todo lo que se pidiera en su nombre. Por tal causa se
interrumpe la muerte y la mujer vuelve a la vida y con admiración de todos
se reanima, retornando a la luz del mundo el cuerpo resucitado. Tanto
pudieron las obras de misericordia, tanto poder ejercieron las obras
buenas» (Sobre las obras y limosnas 6).
–Con su resurrección Cristo ha
vencido a la muerte. Las cadenas que nos ataban han quedado definitivamente
rotas. Jesús nos ha salvado ¿Cómo pagar tan inmenso bien? La Santa Misa es
la acción de gracias más agradable al Padre. Con el Salmo 115 decimos: «¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho?
Alzaré la copa de la salvación, invocando su nombres.
Cumpliré al Señor mis votos en presencia de todo el pueblo. Mucho le cuesta
al Señor la muerte de su fieles. Señor, yo soy tu
siervo, siervo tuyo, hijo de tu esclava: Rompiste mis cadenas. Te ofreceré
un sacrificio de alabanza, invocando tu nombre, Señor».
–Juan 6,61-70: ¿A quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de
vida eterna. Algunos discípulos abandonan a Jesús ante sus llamativas
afirmaciones, pero Simón Pedro proclama su fe en Él, el Mesías, el Hijo de
Dios. Comenta San Agustín:
«¿Nos
alejas de Ti? Danos otros igual que Tú. ¿A quién
iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. Mirad cómo comprendió esto Pedro
con la ayuda de Dios y confortación del Espíritu Santo. ¿De dónde le viene
esta inteligencia sino de su fe? Tú tienes palabras de vida eterna. Porque
Tú das la vida eterna en el servicio de tu cuerpo y de tu sangre y nosotros
hemos creído y entendido. No entendimos y creímos, sino creímos y
entendimos. Creímos, pues, para llegar a comprender; porque si quisiéramos
entender primero y creer después, no nos hubiera sido posible entender sin
creer. ¿Qué es lo que hemos creído y qué lo que hemos entendido? Que Tú
eres el Cristo, el Hijo de Dios, es decir, que Tú eres la misma vida eterna
y que no comunicas en el servicio de carne y sangre sino lo que Tú eres» (Tratado
27,9 sobre el Evangelio de San Juan).

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