4ª SEMANA DE PASCUA
Domingo
Entrada: «La misericordia del Señor
llena la tierra, la palabra del Señor hizo el Cielo. Aleluya» (Sal 32,5-6).
Colecta: (textos
del Gelasiano, Gregoriano y Sacramentario de Bérgamo): «Dios Todopoderoso y
eterno, que has dado a tu Iglesia el gozo inmenso de la resurrección de
Jesucristo; concédenos también la alegría eterna del Reino de tus elegidos,
para que así el débil rebaño de tu Hijo tenga parte en la admirable
victoria de su Pastor».
Ofertorio (del
Misal anterior, retocada con textos del Gelasiano y del Gregoriano):
«Concédenos, Señor, darte gracias siempre por estos misterios pascuales,
para que esta actualización repetida de nuestra redención sea para nosotros
fuente de gozo incesante»
Comunión: «Ha
resucitado el Buen Pastor, que dio la vida por sus ovejas y se dignó morir
por su grey. Aleluya».
Postcomunión (del
Veronense, Gelasiano y Gregoriano): «Pastor bueno, vela con
solicitud sobre nosotros y haz que el rebaño adquirido por la sangre de tu
Hijo pueda gozar eternamente de las verdes praderas de tu Reino».
Ciclo A
En este Domingo pascual la Iglesia
nos presenta la figura inefable de Cristo, Buen Pastor, que nos lleva al
Padre, que da su vida por nosotros, que nos alimenta con los pastos
ubérrimos de su Palabra y de su Cuerpo y de su Sangre, que nos defiende del
lobo rapaz del demonio y de sus secuaces.
–Hechos 2,14.36-41: Dios lo ha hecho Señor y Mesías. Pedro
es siempre el Primer Pastor-Vicario de Cristo que nos llama a todos, por la
conversión y por la fe al redil de salvación que es la Iglesia.
Pedro les contestó: “Convertíos y
bautizaos todos en nombre de Jesucristo y recibiréis el Espíritu Santo“. El
Buen Pastor nos da al Espíritu Santo. San Basilio dice:
«De la misma manera que los cuerpos
transparentes y nítidos, al recibir los rayos de luz se vuelven
resplandecientes e irradian brillo, las almas que son llevadas e ilustradas
por el Espíritu Santo se vuelven también espirituales y llevan a los demás
la luz de la gracia. Del Espíritu Santo proviene el conocimiento de las
cosas futuras, el entendimiento de los misterios, la comprensión de las
verdades ocultas, la distribución de los dones, la ciudadanía celeste, la
conversación con los ángeles. De Él la alegría que nunca termina, la
perseverancia en Dios, la semejanza con Dios y, lo más sublime que puede
ser pensado, el hacerse Dios» (Del Espíritu Santo 9,23).
–Con el Salmo 22 decimos: «El Señor es mi Pastor nada me falta, en
verdes praderas me hace recostar...»
–1 Pedro 2,20-25: Habéis vuelto al Pastor y guardián de
vuestras vidas. Por el bautismo hemos sido incorporados al redil de
salvación que es la Iglesia de Cristo. Es en ella donde podremos vivir en
la autenticidad su amor de Buen Pastor que nos redime y santifica. San
Bernardo, tras repasar los padecimientos de Jesucristo, decía:
«Esto me sostiene en la
adversidad, me conserva humilde en la prosperidad y me hace andar con paso
firme y seguro en el regio sendero de la salvación, a través de los bienes
y males de la presente vida, librándome de los peligros que me amenazan a
diestra y siniestra» (Sermón 43,4 sobre el Cantar).
–Juan 10,1-10: Yo soy la puerta de las ovejas. Cristo
mismo, como Buen Pastor es el único que tiene el derecho a reunirnos en el
redil del Padre. Él es siempre la única puerta de salvación. Comenta San
Agustín:
«Escuchadle deciros tan
encarecidamente: “Yo soy el Buen Pastor, todos los demás, todos los
pastores buenos, son miembros míos”, porque no hay sino una sola Cabeza y
un solo Cuerpo: un solo Cristo. Sólo hay, por tanto ,un Cuerpo, un rebaño
único, formado por el Pastor de los pastores, bajo el cayado del Pastor
supremo. ¿No es esto lo que dice el Apóstol? “Porque lo mismo que, siendo
uno mismo el cuerpo, tiene muchos miembros, y todos los miembros del
cuerpo, con ser muchos, son un cuerpo único, así también Cristo” (1 Cor
12,12). Luego, si también Cristo es así y si tiene incorporados a Él todos
los pastores buenos, con razón no habla sino de uno solo al decir: “Yo soy
el Buen Pastor, Yo el único; todos los demás forman conmigo una sola
unidad. Quien apacienta fuera de Mí, apacienta contra Mí; quien conmigo no
recoge, desparrama”» (Sermón 138,5).
Y San Gregorio de Nisa dice al Buen
Pastor:
«¿Dónde pastoreas, Pastor Bueno, Tú
que cargas sobre tus hombros a toda la grey? Muéstrame el lugar de tu
reposo, guíame hasta el pasto nutritivo, llámame por mi nombre, para que yo
escuche tu voz y tu voz me dé la vida eterna» (Homilía 2 sobre el
Cantar).
Ciclo B
Cristo, el Buen Pastor, es el centro vital que
debe polarizar las vivencias de todas las almas integradas en su Iglesia.
Signos visibles de Cristo, Príncipe de pastores (1 Pe 5,4) son nuestros
pastores, puestos por Dios para regir nuestras almas en su Iglesia hasta
que vuelva.
–Hechos 4,8-12: Ningún otro puede salvar. Pedro, el Primer
Pastor-Vicario de Cristo en su Iglesia, inicia su misión de proclamar ante
el mundo que sólo en Cristo, Buen Pastor, es posible nuestra salvación. Cristo
es la piedra angular. En Él nos apoyamos y nos sostenemos todos. Es el gran
fundamento de nuestra fe, de toda nuestra vida cristiana.
–Decimos con el Salmo 117: «Dad gracias
al Señor, porque es bueno, porque es eterna su misericordia. Mejor es refugiarse
en el Señor que fiarse de los hombres; mejor es refugiarse en el Señor, que
fiarse de los jefes».
–1 Juan 3,1-2: Veremos a Dios tal cual es. Toda la
autoridad redentora de Cristo y de sus Vicarios o Pastores en la Iglesia,
se cifra en hacer visible la amorosa
paternidad de Dios sobre nosotros sus hijos. Comenta San Agustín:
«¿Qué mayor gracia pudo
hacernos Dios? Teniendo un Hijo único lo hizo Hijo del Hombre, para que el
hijo del hombre se hiciera hijo de Dios. Busca dónde está tu mérito; busca
de dónde procede, busca cuál es tu justicia; y verás que no puedes
encontrar otra cosa que no sea pura gracia de Dios» (Sermón
185),
También San Ambrosio lo dice:
«El que tiene el Espíritu de Dios
se convierte en hijo de Dios. Hasta tal punto es hijo de Dios que no recibe
un espíritu de servidumbre, sino el
espíritu de los hijos, de modo que el Espíritu Santo testimonia a
nuestro espíritu que nosotros somos hijos de Dios» (Carta 35,4).
–Juan 10,11-18: El Buen Pastor da la vida por sus ovejas.
La garantía de nuestra salvación está en el Corazón de Cristo Jesús que,
como Buen Pastor, dio su vida por sus ovejas. Nos amó y se entregó por
nosotros (Ef 2,4).
Véase el comentario al Evangelio en
el ciclo A.
Ciclo C
En este Domingo cuarto de Pascua se
centra nuestra atención y nuestra fe agradecida en la presencia misteriosa
del mismo Cristo Jesús, Pastor único y universal de nuestras almas. Cristo
ha prolongado esta cualidad suya en los Pastores de su Iglesia. Hemos de
descubrir a Cristo Jesús en el magisterio y en la autoridad de nuestros
legítimos Pastores, en comunión con el Romano Pontífice, Vicario de Cristo.
Hemos de vivir en la Iglesia el problema serio de las vocaciones
consagradas. La necesidad de que los elegidos de Dios para una dedicación
total al Evangelio, a la santidad y a la acción pastoral en la Iglesia
sepan responder fielmente y con generosidad total a este designio divino
sobre sus vidas.
–Hechos 13,14.43-52: Nos dedicamos a los gentiles. La
misión y la obra salvadora de Cristo, Buen Pastor, y la de quienes hacen
sus veces en la Iglesia, no pueden quedar limitadas por privilegios
raciales o religiosos. Es universal, por cuanto todos los hombres
necesitan, por igual, de Cristo Redentor. La Iglesia es universal y aunque
los judíos hubieran aceptado el mensaje salvífico del Evangelio, la Iglesia
se extendería por doquier. Comenta San Agustín:
«Admirable es el testimonio de San
Fructuoso, obispo. Como uno le dijera y le pidiera que se acordara de rogar
por él. El santo respondió: “Yo debo orar por la Iglesia católica,
extendida de Oriente a Occidente”. ¿Qué quiso decir el santo obispo con estas palabras? Lo
entendéis, sin duda, recordadlo ahora conmigo: “Yo debo orar por la Iglesia
Católica; si quieres que ore por ti, no te separes de aquélla por quien pido
en mi oración”» (Sermón 273).
–Con el Salmo 99 decimos: «Servid al Señor con alegría; entrad en
su presencia con vítores. Sabed que el Señor es Dios; que Él nos hizo y
somos suyos, su pueblo y ovejas de su rebaño. El Señor es bueno, su
misericordia es eterna, su fidelidad por todas las edades»
–Apocalipsis 7,9.14-17: El Cordero será su Pastor y los
conducirá hacia fuentes de aguas vivas. La Iglesia triunfante en los
cielos será el fruto de una comunidad de creyentes, elegida de toda nación,
raza o lengua, y santificada por la sangre universalmente redentora del
Cordero. La muchedumbre vestida de túnicas blancas, lavadas en la sangre
del Cordero no son únicamente los mártires de la persecución neroniana,
sino también todos los fieles purificados de sus pecados por el bautismo.
El sacramento del bautismo recibe de la sangre del Cordero, que es también
Pastor, la virtud de lavar y purificar las almas.
–Juan 10,27-30: Yo doy la vida eterna a mis ovejas. Fue
designio del Padre hacer de su Hijo encarnado el único Pastor para el único
Pueblo de elegidos para la salvación.
Véase el comentario al Evangelio en
el ciclo A.
Lunes
Entrada: «Cristo, una vez resucitado de
entre los muertos ya no muere más; la muerte ya no tiene dominio sobre Él.
Aleluya» (Rom 6,9).
Colecta (del
Misal anterior y ha sido retocada con textos del Gelasiano y del
Gregoriano): «Oh Dios, que por medio de la humillación de tu Hijo
levantaste a la Humanidad caída; concede a tus fieles la verdadera alegría,
para que quienes han sido librados de la esclavitud del pecado alcancen la
felicidad eterna».
Ofertorio: «Recibe, Señor, las
ofrendas de tu Iglesia exultante de gozo, y pues en la resurrección de tu
Hijo nos diste motivo de tanta alegría, concédenos participar de este gozo
eterno».
Comunión:
«Jesús se puso en medio de sus discípulos y les dijo: “Paz a vosotros”.
Aleluya» (Jn 20,19).
Postcomunión:
«Mira, Señor, con bondad a tu pueblo, y, ya que has querido renovarlo con
estos sacramentos de vida eterna, concédele también la resurrección
gloriosa».
–Hechos 11,1-18: También a los gentiles les ha concedido Dios
la salvación que lleva a la vida. Después de la milagrosa efusión del
Espíritu Santo sobre los convertidos no judíos de Cesarea, Pedro los
bautizó. Seguidamente sube a Jerusalén, donde cuenta su modo de proceder y
convence a todos, que glorifican a Dios por la llegada de los paganos a la
Iglesia. La acción del Espíritu Santo es expuesta por los Santos Padres de
modo diverso. Oigamos a San Cirilo de Jerusalén:
«Su actuación en el alma es suave y
apacible, su experiencia es agradable y placentera y su yugo es levísimo.
Su venida va precedida de los rayos brillantes de su luz y de su ciencia.
Viene con la bondad de genuino protector; pues viene a salvar, a curar, a
enseñar, a aconsejar, a fortalecer, a consolar, a iluminar, en primer lugar
la mente del que lo recibe y después, por las obras de éste, la mente de
los demás. Y del mismo modo que el que se hallaba en tinieblas, al sentir
el sol, recibe su luz en los ojos del cuerpo y contempla con toda claridad
lo que antes no veía, así también al que es hallado digno del don del
Espíritu Santo se le ilumina el alma y, levantado por encima de su razón
natural, ve lo que antes ignoraba» (Catequesis 16, sobre el
Espíritu Santo).
Algo semejante sucedió a aquellos
no judíos de Cesarea y que fue tan eficiente para la expansión de la
Iglesia y mentalización de los primeros cristianos judíos.
–Convertirse a Dios es abrirse a la
vida. Con el Salmo 41
cantamos y subrayamos nuestro carácter de peregrinos gozosos por caminar
hacia el que es Luz, Verdad y Vida: «Como busca la sierva corriente de
agua, así mi alma te busca a Ti, Dios mío. Mi alma tiene sed del Dios, del
Dios vivo. ¿Cuándo entraré a ver el rostro de Dios? Envía tu luz y tu
verdad: que ellas me guíen y me conduzcan hasta tu monte santo, hasta tu
morada. Que yo me acerque al altar de Dios, al Dios de mi alegría; que te
dé gracias al son de la cítara, Dios, Dios mío».
–Juan 10,1-10.11-18: Yo soy la puerta de las ovejas. El
Buen Pastor da la vida por sus ovejas. Ante los malos pastores Jesús se
presenta a sí mismo como el Pastor legítimo, que conoce a cada una de sus
ovejas y camina delante de ellas. Seguidamente aparece una segunda imagen:
Jesús es la puerta del aprisco, la única vía de acceso al Padre. Él es
el Buen Pastor que da la vida por sus ovejas; más aún, tiene el poder para
entregar su vida y recuperarla. Hay en este evangelio una alusión a la pasión
y resurrección. Pero también nos enseña la intimidad entre el Padre y el
Hijo y entre el Hijo y sus seguidores, así como el de la unidad de su
rebaño. San Agustín comenta:
«Aunque camine en medio de la
sombra de la muerte; aun cuando camine en medio de esta vida, la cual es
sombra de muerte no temeré los males, porque Tú, oh Señor, habitas en mi
corazón por la fe, y ahora estás conmigo a fin de que, después de morir,
también yo esté contigo. Tu vara y tu cayado me consolaron; tu doctrina,
como vara que guía el rebaño de ovejas y como cayado que conduce a los
hijos mayores que pasan de la vida animal a la espiritual, más bien me
consoló que me afligió, porque te acordaste de mí» (Comentario al Salmo
22,4).
Martes
Entrada: «Con alegría y regocijo demos
gloria a Dios, porque ha establecido su reinado el Señor, nuestro Dios
Todopoderoso. Aleluya» (Ap 19,7.6).
Colecta (del
Gregoriano): «Te pedimos, Señor Todopoderoso, que la celebración de
las fiestas de Cristo resucitado aumente en nosotros la alegría de sabernos
salvados».
Ofertorio:
«Concédenos, Señor, darte gracias siempre por medio de estos misterios
pascuales; y ya que continúan en nosotros la obra de tu redención, sean
también fuente de gozo incesante».
Comunión:
«Cristo tenía que padecer y resucitar de entre los muertos para entrar en
su gloria. Aleluya» (cf. Lc 24,46.26)
Postcomunión:
«Escucha, Señor, nuestras oraciones, para
que este santo intercambio, en el que has querido realizar nuestra
redención nos sostenga durante la vida presente y nos dé las alegrías
eternas».
–Hechos 11,19-26: Se pusieron también a hablar a los griegos,
anunciándoles al Señor Jesús. La Iglesia en Antioquía se muestra
decididamente inclinada a la evangelización de los paganos y logra la
conversión de un gran número de ellos. Bernabé, enviado de la Iglesia en
Jerusalén, se alegra y va en busca de San Pablo en Tarso. Llamados a
colaborar personalmente en la expansión de la Iglesia, nos reunimos en
asamblea eucarística para recibir la fuerza del Espíritu, que nos haga
proclamar universalmente, de palabra y de obra, la Buena Noticia del Señor.
Los predicadores de Antioquía son
cristianos corrientes, por eso comenta San Juan Crisóstomo:
«Observad cómo es la gracia la que
lo hace todo. Considerad también que esta obra se comienza por obreros
desconocidos y sólo cuando empieza a brillar, envían los Apóstoles a
Bernabé» (Homilía sobre los Hechos 25).
En Antioquía es donde por vez
primera los discípulos de Cristo se llamaron cristianos. Así lo expone San
Atanasio:
«Aunque los santos Apóstoles han
sido nuestros maestros y nos han entregado el Evangelio del Salvador, sin
embargo no hemos recibido de ellos nuestro nombre, sino que somos cristianos por Cristo y por Él se nos
llama de este modo» (Sermón primero contra los arrianos 2).
–Cantamos la maravillosa
propagación de la Buena Nueva de Cristo y de su Iglesia con el Salmo 86, que es un canto a la
Jerusalén terrenal, figura de la Iglesia: «Alabad al Señor todas las
naciones. El Señor ha cimentado a Sión sobre el monte santo, y prefiere sus
puertas a todas las moradas de Jacob. ¡Qué pregón tan glorioso para ti,
ciudad de Dios! Contaré a Egipto y a Babilonia entre mis fieles; filisteos,
tirios y etíopes han nacido allí. Se dirá de Sión: “Uno por uno todos han
nacido en ella; el Altísimo en persona la ha fundado”. El Señor escribirá
en el registros de los pueblos: “Este ha nacido allí”; y cantarán mientras
danzan: “Todas mis fuentes están en ti”».
–Juan 10,22-30: Yo y el Padre somos uno. Con ocasión de una
controversia con los incrédulos fariseos, Jesús vuelve a valerse de la
imagen del Pastor. El Padre es quien le ha dado los que creen en Él. El los
protege, puesto que el Padre y Él no son sino una sola cosa. A todos los
pastores que han apacentado el pueblo de Dios el Buen Pastor los aventaja
por la entrega voluntaria de su vida en favor de sus ovejas. Así lo dice
San Gregorio Magno:
«Por ello dice también el
Señor en el texto que comentamos: “Igual que el Padre me conoce y yo
conozco al Padre, yo doy mi vida por las ovejas” (Jn 10,15). Como si
dijera claramente: “La prueba de que conozco al Padre y el Padre me conoce
a Mí está en que entrego mi vida por mis ovejas, es decir, en caridad con
que muero por mis ovejas, pongo de manifiesto mi amor por el Padre”»
(Homilías sobre los Evangelios 14, 3).
Jesús, como Pastor y Cordero, es
objeto de especial atención en los inspirados versos de San Efrén:
«Oh
Hijo de Dios, Tú viniste al mundo
para atraer hacia Ti a la oveja racional.
Naciendo de la Virgen, te hiciste Cordero
y hacia Ti corrió la oveja descarriada,
porque oyó la voz de tu balido.
¡Oh Cordero que trajiste la santidad!
¡Oh Lactante, que eres el antiguo de día!
¡Oh Pastor y Lactante, cuán manso eres!»
(Himno a Santa María 10,16).
Miércoles
Entrada: «Te daré gracias entre las
naciones Señor; contaré tu fama a mis hermanos. Aleluya» (Sal 17,50;12,23).
Colecta (del
Gelasiano): «Señor, Tú que eres la vida de los fieles, la gloria de los
humildes y la felicidad de los santos, escucha nuestras súplicas, y sacia
con la abundancia de tus dones a los que tienen sed de tus promesas».
Ofertorio: «¡Oh
Dios!, que por el admirable trueque de este sacrificio nos haces partícipes
de tu divinidad; concédenos que nuestra vida sea manifestación y testimonio
de esta verdad que conocemos».
Comunión: «Dice
el Señor: “Yo os he escogido sacándoos del mundo y os he destinado para que
vayáis y deis fruto y vuestro fruto dure”. Aleluya» (cf. Jn
15,16.19).
Postcomunión: «Ven,
Señor, en ayuda de tu pueblo y, ya que nos has iniciado en los misterios de
tu Reino, haz que abandonemos nuestra antigua vida de pecado y vivamos, ya
desde ahora, la novedad de la vida eterna».
–Hechos 12,24-13,5: Apartadme a Bernabé y a Saulo. En Antioquía,
en el transcurso de una celebración litúrgica, el Espíritu Santo designa a
Saulo y a Bernabé para una gran empresa de evangelización dentro del mundo
gentil. De este modo, comienzan por Salamina, la isla de Chipre, el primer
viaje misionero del Apóstol de los gentiles. En la celebración eucarística,
congregados en torno al altar, experimentamos la actuación del Espíritu
Santo, que ha de impulsar y orientar nuestra vida de testimonio cristiano.
El Espíritu Santo deja oir su voz en la Iglesia de Cristo. Oigamos a
Nicetas de Remecían:
«¿Quién puede, pues, silenciar
aquella dignidad del Espíritu Santo? Pues los antiguos profetas clamaban:
“Esto dice el Señor” (Ez 22,28). En su venida Cristo aplicó esta expresión
a su persona diciendo: “Y yo os digo” (Mt 5,22,43). Y los nuevos
profetas ¿ qué clamaban? Como Agabo que profetiza y dice en los Hechos de
los Apóstoles: “Esto dice el Espíritu Santo” (21,11). Y el mismo Pablo en
la Carta a Timoteo: “El Espíritu Santo dice claramente” (1 Ti 4,1).
Y Pablo dice que él ha sido llamado por Dios Padre y por Cristo:
“Pablo, dice, apóstol no por los hombres, ni por medio de un hombre, sino
por medio de Jesucristo y Dios Padre ”(Gál 1,1). Y en los Hechos de los
Apóstoles se lee que fue segregado y enviado por el Espíritu Santo. En
efecto, así está escrito (13,2)» (El Espíritu Santo, 15).
–En Cristo nos ha bendecido Dios
con toda clase de bendiciones espirituales. Por eso, agradecidos, alabamos
al Señor con el Salmo 66: «El
Señor tenga piedad y nos bendiga, ilumine su rostro sobre nosotros: conozca
la tierra tus caminos, todos los pueblos tu salvación. Que canten de
alegría las naciones, porque riges el mundo con justicia, riges los pueblos
con rectitud, y gobiernas las naciones de la tierra. Oh Dios, que te alaben
los pueblos, que todos los pueblos te alaben. Que Dios nos bendiga; que le
teman hasta los confines del orbe».
–Juan 12,44-50: Yo he venido al mundo como Luz. Cristo,
Palabra del Padre, es la Luz del mundo que condena a los que viven las
tinieblas de la incredulidad. Amad a Cristo y desead la Luz que es Cristo.
Comenta San Agustín:
«No les dijo: “Vosotros sois la
luz, habéis venido al mundo para que quien crea en vosotros no permanezca
en las tinieblas”. Yo os aseguro que no leeréis esto en ningún lugar.
Candelas son todos los Santos. Pero la Luz aquella que les da la luz no
puede separarse de sí misma, porque es inconmutable. Creemos, pues, a las
candelas encendidas, como son los profetas y los apóstoles, pero de tal
modo les damos fe, que no creemos en la misma candela iluminada, sino que
por medio de ella creemos en aquella Luz que las ilumina, para que nosotros
seamos también iluminados, no por ellas, sino con ellas, por aquella Luz de
quien ellas reciben la suya.
«Y al decir que vino “para que todo
aquel que crea en Mí no permanezca en tinieblas”, claramente manifiesta que
a todos encontró envueltos en las tinieblas; pero para que no permanezcan
en las tinieblas en que fueron hallados deben creer en la Luz que vino al
mundo, porque por Ella fue hecho el mundo» (Tratado 54,4 sobre el
Evangelio de San Juan).
Jueves
Entrada: «Oh Dios, cuando salías al
frente de tu pueblo y acampabas con ellos y llevabas sus cargas, la tierra
tembló, el cielo destiló. Aleluya» (cf. Sal 67,8-9.20).
Colecta (textos
del Gelasiano y del Sacramentario de Bérgamo): «Oh Dios, que has restaurado
la naturaleza humana elevándola sobre su condición original, no olvides tus
inefables designios de amor y conserva, en quienes han renacido por el
Bautismo, los dones que tan generosamente han recibido».
Ofertorio: «Que
nuestra oración, Señor, y nuestras ofrendas sean gratas en tu presencia,
para que así, purificados por tu gracias, podamos participar más dignamente
en los sacramentos de tu amor».
Comunión:
«Sabed que estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo.
Aleluya» (Mt 18,20).
Postcomunión: «Dios
Todopoderoso y eterno, que en la resurrección de Jesucristo nos has hecho
renacer a la vida eterna; haz que los sacramentos pascuales den en nosotros
fruto abundante, y que el alimento de salvación que acabamos de recibir
fortalezca nuestras vidas».
–Hechos 13,13-25: Dios sacó de la descendencia de David un
salvador para Israel, Jesús. San Pablo presentó el mensaje cristiano en
la sinagoga de Antioquía de Pisidia, haciendo un resumen de la historia de
la salvación, desde la elección de Israel en Egipto hasta el rey David, de
cuya descendencia Dios suscitó como Salvador a Jesucristo. Se manifiesta la
continuidad de Israel y de la Iglesia y el carácter único e irrepetible de
Cristo, centro y clave de la historia. Por eso los Apóstoles exaltan tanto
la pertenencia a la Iglesia. Orígenes decía:
«Si alguno quiere salvarse, venga a esta
Casa, para que pueda conseguirlo. Ninguno se engañe a sí mismo: fuera de
esta Casa, esto es, fuera de la Iglesia, nadie se salva» (Homilía sobre
Jesús en la barca 5).
Y San Agustín llega a decir algo
increíble:
«Fuera de la Iglesia Católica se
puede encontrar todo menos la salvación. Se puede tener honor, se pueden
tener los sacramentos, se puede cantar aleluya, se puede responder amén, se
puede sostener el Evangelio, se puede tener fe en el Padre, en el Hijo y en
el Espíritu Santo, y predicarla, pero nunca, si no es en la Iglesia
Católica, se puede encontrar la salvación» (Sermón 6).
– El Señor ha sido fiel y del
linaje de David nos ha dado un Salvador. Jesús, hijo de David, tiene un
trono eterno, vence a los enemigos y extiende su poder a todo el mundo por
medio de su Iglesia. Él es el Ungido que recibe una descendencia perpetua:
los hijos de la Iglesia que se perpetuará en la Jerusalén celeste. Con el Salmo 88 cantamos la fidelidad
y la misericordia del Señor: «Cantaré eternamente la misericordia del
Señor. Anunciaré su fidelidad por todas las edades. Porque dije: “Tu misericordia
es un edificio eterno, más que el cielo has afianzado tu fidelidad”.
Encontré a David mi siervo y lo he ungido con óleo sagrado, para que esté
siempre con él y mi brazo lo haga valeroso. Mi fidelidad y misericordia lo
acompañarán, por mi nombre crecerá su poder. Él me invocará: “Tú eres mi
Padre, mi Dios, mi Roca salvadora”».
–Juan 13,16-20: El que recibe a mi enviado me recibe a Mí.
Después del lavatorio de los pies a sus discípulos, Jesús anuncia el
cumplimiento de las profecías en la traición de Judas. Seremos
bienaventurados si aprendemos esto: que no es el siervo mayor que su señor.
Y lo que hizo Cristo fue darles un ejemplo de humildad por caridad. Esto es
lo que todos hemos de practicar: la
humildad por caridad. Es lo que les dirá muy pronto como un precepto nuevo:
amar como Él ha amado. Lo que les dice en enseñanza sapiencial es lo que,
con el lavatorio de los pies, les enseña con una parábola en acción. Los
Apóstoles y todos los discípulos retendrán el espíritu de esta acción
concreta, practicándolo con otras obras cuando la necesidad lo reclame. Con
la humildad se relacionan todas las demás virtudes, pero de modo especial:
la alegría, la obediencia, la castidad, el deseo de recomenzar, etc. De ahí
procede una paz profunda, aun en medio de las debilidades y flaquezas.
Viernes
Entrada: «Con tu sangre, Señor, has
comprado para Dios hombres de toda tribu, lengua, pueblo y nación; has
hecho de ellos una dinastía sacerdotal que sirva a Dios. Aleluya» (Ap
5,9-10)
Colecta
(tomada del Misal Gótico): «Señor Dios, origen de nuestra libertad y
de nuestra salvación, escucha las súplicas de quienes te invocamos; y
puesto que nos has salvado por la sangre de tu Hijo, haz que vivamos
siempre de Ti y en Ti encontremos la felicidad eterna».
Ofertorio: «Acoge,
Señor, con bondad las ofrendas de tu pueblo, para que, bajo tu protección,
no pierda ninguno de tus bienes y descubra los que permanecen para
siempre».
Comunión:
«Cristo Nuestro Señor Jesús fue entregado por nuestros pecados y resucitado
para nuestra santificación. Aleluya» (Rom 4,25).
Postcomunión: «Dios
Todopoderoso, no ceses de proteger con amor a los que has salvado, para que
así, quienes hemos sido redimidos por la Pasión de tu Hijo, podamos
alegrarnos en su resurrección».
–Hechos 13,26-33: Dios ha cumplido la promesa resucitando a
Jesús. San Pablo evoca en Antioquía de Pisidia, la condena a muerte de
Jesús en Jerusalén y la subsiguiente resurrección de la que fueron testigos
los Apóstoles. Así se han cumplido las promesas hechas por Dios y las profecías.
El plan salvífico se lleva a cabo mediante el cumplimiento de las
Escrituras. Constantemente se están cumpliendo en nosotros el plan
salvífico de Dios, sobre todo con la celebración eucarística. De este modo
hemos de ser continuadores de los Apóstoles en la proclamación de este
mensaje de salvación.
San Juan Crisóstomo llama a las
Sagradas Escrituras «cartas enviadas por Dios a los hombres» (Homilía
sobre el Génesis, 2).
San Jerónimo exhortaba a un amigo
suyo con esta recomendación:
«Lea con mucha frecuencia las
divinas Escrituras; es más, nunca abandones la lectura sagrada» (Carta 52).
La Iglesia lee en la celebración de la Eucaristía las
Escrituras Sagradas tanto del Antiguo cuanto del Nuevo Testamento. Allí
encontramos las promesas, las profecías y su realización en Cristo Jesús,
como Él mismo lo dijo a sus discípulos y luego estos lo tuvieron presente
en la proclamación del mensaje salvífico.
–El Salmo 2 se refiere a la entronización de un rey de la
dinastía davídica. Es un Salmo mesiánico. La Iglesia lo ha referido a
Cristo. En Él se cumplen las promesas de Dios y las profecías, sobre todo
con su resurrección. Con este sentido lo cantamos nosotros: «Yo mismo he
establecido a mi rey, en Sión, mi monte santo. Voy a proclamar el decreto
del Señor. Él me ha dicho: “Tú eres mi Hijo, yo te he engendrado hoy.
Pídemelo: Te daré en herencia las naciones, en posesión los confines de la
tierra. Los gobernarás con cetro de hierro, los quebrarás como jarro de
loza”. Y ahora, reyes, sed sensatos, escarmentad los que regís la tierra.
Servid al Señor con temor».
–Juan 14,1-6: Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida.
Mientras Jesús está ausente, los discípulos han de defenderse de la
turbación y afirmar su fe en Dios y en Él mismo, puesto que llegará un día
en que volverá el Señor a colocarlos junto a Sí en la vida bienaventurada.
Cuando Jesús responde a Tomás, se da a conocer como Camino, Verdad y Vida.
Comenta San Agustín:
«Si lo amas, vete detrás de Él. Lo
amo, contestas, ¿por qué camino seguirlo? Si el Señor Dios tuyo te hubiera
dicho: “Yo soy la Verdad y la Vida”, tu deseo de la Verdad y tu amor a la
Vida te llevarían ciertamente a la búsqueda del camino que te pudiera
conducir a ellas y te dirías a ti mismo: “Magnífica cosa es la Verdad y
magnífica cosa es la Vida, si existiera el camino de llegar a ellas mi
alma”. ¿Buscas el camino? Oye lo primero que te dice: “Yo soy el
Camino”... Dice primero por dónde has de ir y luego adónde has de ir. En el
Señor del Padre está la Verdad y la Vida; vestido de nuestra carne es el
Camino» (Tratado 34,9 sobre el Evangelio de San Juan).
Sábado
Entrada: «Pueblo adquirido por Dios,
proclamad las hazañas del que os llamó a salir de la tiniebla y entrar en
su luz maravillosa. Aleluya» (1Pe 2,9).
Colecta (del Sacramentario
de Bérgamo): «Dios Todopoderoso y eterno, concédenos vivir siempre en
plenitud el Misterio Pascual para que, renacidos en el Bautismo, demos
frutos abundantes de vida cristiana y alcancemos finalmente las alegrías
eternas».
Ofertorio:
«Santifica, Señor, con tu bondad estos dones, acepta la ofrenda de este
sacrificio espiritual y a nosotros transfórmanos en oblación perenne».
Comunión:
«Padre, este es mi deseo: que los que me confiaste estén conmigo donde yo
estoy, y contemplen la gloria que me has dado. Aleluya» (Jn 17,24).
Postcomunión:
«Después de recibir los santos misterios, humildemente te pedimos, Señor,
que esta Eucaristía, celebrada como memorial de tu Hijo, nos haga progresar
en el amor».
–Hechos 13,44-52: Nos dedicamos a los gentiles. En vista de
la oposición suscitada por los judíos de Antioquía de Pisidia, Pablo
declara que, puesto que ellos lo rechazan, se dedicará a los gentiles. Ante
esto, los judíos declaran una persecución: Pablo y Bernabé son
expulsados y parten a Iconio. Aceptar con sencillez, humildad y generosidad
la Palabra de Dios, así quedaremos llenos de la alegría del Espíritu Santo,
camino hacia la vida eterna, no obstante las dificultades y la misma
persecución, pues, como dice San Agustín:
«El vendaval que sopla es el
demonio, quien se opone con todos sus recursos a que nos refugiemos en el
puerto. Pero es más poderoso el que intercede por nosotros, el que nos
conforta para que no temamos y nos arrojemos fuera del navío. Por muy
sacudido que parezca, sin embargo en él navegan no sólo los discípulos,
sino el mismo Cristo. Por esto, no te apartes de la nave y ruega a Dios.
Cuando fallen todos los medios, cuando el timón no funcione y las velas
rotas se conviertan en mayor peligro, cuando se haya perdido la esperanza
en la ayuda humana, piensa que sólo te resta rezar a Dios» (Sermón 63).
Y San Juan Crisóstomo anima
también:
«No desmayéis, pues, aunque se haya
dicho que os rodearán grandes peligros, porque no se extinguirá vuestro
fervor, antes al contrario, venceréis todas las dificultades» (Homilía
sobre San Mateo, 46).
–La
persecución hace que el Evangelio se extienda por otras partes y
así, al anuncio de la resurrección de Jesús, se difunde por doquier y todas
las naciones conocen la revelación de la victoria del Señor. Esto es lo que
motiva que la Iglesia cante y proclame la misericordia y la fidelidad del
Señor y lo hace ahora con el Salmo
97: «Cantaré al Señor un cántico nuevo, porque ha hecho
maravillas. Su diestra le ha dado la victoria, su santo brazo. El Señor da
a conocer su victoria, revela a las naciones su justicia; se acordó de su
misericordia y su fidelidad en favor de la casa de Israel –la Iglesia, el
alma cristiana–. Los confines de la tierra han contemplado la victoria de
nuestro Dios. Aclama al Señor, tierra entera, gritad, vitoread, tocad».
–Juan 14,7-14: Quien me ha visto a Mí ha visto a mi Padre.
Una pregunta del Apóstol Felipe ofrece a Jesús la ocasión propicia para dar
cuenta de su íntima unidad con el Padre: Quien ve a Cristo, ve al Padre y
el Padre habla y actúa en Cristo y los discípulos de Éste actuarán por Él,
resucitado, y su oración será escuchada. No quedan desamparados. Esta es la
fe y confianza de la Iglesia en medio de todas sus dificultades y
persecuciones. San Agustín comenta esta materia en sus Tratados 70 y 71
sobre el Evangelio de San Juan. He aquí un párrafo:
«Así, pues, prometió que Él mismo
haría aquellas obras mayores. No se alce el siervo sobre su Señor, ni el
discípulo sobre su Maestro. Dice que ellos harán obras mayores que las
suyas, pero haciéndolas Él en ellos y por ellos, y no ellos por sí mismos.
A Él se dirige la alabanza...Y ¿cuáles son esas obras mayores? ¿Acaso
que su sombra, al pasar, sanaba los enfermos? Pues es mayor milagro sanar
con la sombra que con el contacto de la fimbria de su vestido. Esto lo hizo
Él mismo; aquello por ellos, pero ambas cosas las hizo Él, pues es el gran
Mediador» (Tratado 71, 3)

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