5ª SEMANA DE PASCUA
Domingo
Entrada:
«Cantad al Señor un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas; revela a las
naciones su justicia. Aleluya» (Sal 97,1-2).
Colecta (compuesta
con textos del Gelasiano, Gregoriano y Sacramentario de Bérgamo): «Señor,
Tú que te has dignado redimirnos y has querido hacernos hijos tuyos;
míranos siempre con amor de Padre y haz que cuantos creemos en Cristo tu
Hijo, alcancemos la libertad verdadera y la herencia eterna».
Ofertorio: «¡Oh
Dios!, que por el admirable trueque de este sacrificio nos haces partícipes
de tu divinidad; concédenos que nuestra vida sea manifestación y testimonio
de esta verdad que conocemos».
Comunión: «Yo
soy la vid verdadera; vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo
en él, ése da fruto abundante. Aleluya» (Jn 15,1.5).
Postcomunión (del
Misal anterior , retocada con textos
del Veronense, Gelasiano y Gregoriano): «Ven Señor en ayuda de tu pueblo y,
ya que nos has iniciado en los misterios de tu Reino, haz que abandonemos
nuestra antigua vida de pecado y vivamos, ya desde ahora, la novedad de la
vida eterna».
Ciclo A
La Iglesia es toda ella un
misterioso templo de Dios, en el que Cristo, Piedra viva (1 Pe 2,4) ha sido
puesto por el Padre como cimiento. Sobre Él se construye el nuevo Pueblo de
Dios con piedras vivas y vivificadas por Cristo, que somos nosotros.
–Hechos 6,1-7: Escogieron a siete hombres llenos del Espíritu
Santo. Véase el sábado de la 2ª Semana de Pascua.
–1 Pe 2,4-9: Vosotros sois una raza elegida, un sacerdocio real.
Por nuestra unión con Cristo Sacerdote todos debemos sentirnos piedras
vivas de un inmenso templo viviente que glorifica a Dios y es signo de
salvación para todos los hombres. Orígenes afirma:
«Todos los que creemos en Cristo Jesús
somos llamados piedras vivas... Para que te prepares con mayor interés, tú
que me escuchas, a la construcción de este edificio, para que seas una de
las piedras próximas a los cimientos, debes saber que es Cristo mismo el
cimiento de este edificio que estamos describiendo. Así lo afirma el
Apóstol Pablo. Nadie puede poner otro cimiento distinto del que está
puesto, que es Jesucristo (1 Cor 3,11)»
(Hom. In Jesu Nave
9,1).
––Juan 14,1-6: Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Véase
comentario en el viernes 4ª semana.
Ciclo B
El cristianismo no es un club
de entusiastas admiradores de Cristo, ni un gremio de selectos, asociados y
mentalizados por una filosofía dimanante del Evangelio. La Iglesia es
fundamentalmente el misterio de nuestra incorporación personal y
comunitaria a la Persona viviente de Cristo Jesús. Incorporación interior y
profunda, mediante la vida de fe, de gracia y de caridad. Y también
incorporación garantizada externamente, mediante nuestra permanencia
visible a la propia Iglesia, una, santa, católica y apostólica. Lo que
Cristo instituyó para prolongar su obra de salvación hasta el fin de los
tiempos.
–Hechos 9,26-31: Les contó cómo había visto al Señor en el
camino. Pablo fue predestinado y elegido por Dios para realizar la obra
de Cristo. Y fue plenamente de Cristo, cuando quedó aceptado e incorporado
a su Iglesia jerárquica y visible, como garantía de comunión con los demás
cristianos. Comenta San Juan Crisóstomo:
«Los discípulos temían que los
judíos hicieran de Pablo un mártir, como habían hecho con Esteban. A pesar
de este temor le envían a predicar el Evangelio a su propia patria, donde
estará más seguro. Veis en esta conducta de los Apóstoles que Dios no lo
hace todo inmediatamente con su gracia y que con frecuencia deja actuar a
sus discípulos siguiendo la regla de la prudencia» (Homilía sobre los
Hechos, 21).
Con el Salmo 21 decimos: «El Señor es
mi alabanza en la gran asamblea. Cumpliré mis votos delante de sus fieles.
Los desvalidos comerán hasta saciarse. Alabarán al Señor los que lo buscan;
viva su Corazón por siempre. Lo recordarán y volverán al Señor, se
postrarán las familias de los pueblos. Ante Él se inclinarán los que bajan
al polvo. Me hará vivir para Él, mi descendencia le servirá, hablarán del
Señor a la generación futura...»
–1 Juan 3,18-24: Éste es su mandamiento: que creamos y que nos
amemos. La garantía más profunda de nuestra sinceridad cristiana está
siempre en la autenticidad de nuestra fe, verificada en el amor, como
comunión de vida con el Corazón de Cristo, Amor avalado del Padre (Jn 3,
14). San Beda dice:
«Ni podemos amarnos unos a
otros con rectitud sin la fe en Cristo, ni podemos creer de verdad en el
nombre de Jesucristo sin amor fraterno... Que Dios sea tu casa y que tú
seas la casa de Dios; habita en Dios y que Dios habite en ti. Dios habita
en ti para apoyarte: tú habitas en Dios para no caer. Observa los
mandamientos, guarda la caridad» (Comentario a la 1 Jn).
–Juan 15,1-8: El que permanece en Mí y yo en él, ése da fruto.
La Iglesia no es sino la realización del misterio del Cristo total. Él,
Cabeza; nosotros, sus miembros. Él, la Vid; nosotros, los sarmientos
injertados en la cepa por la fe y la gracia que santifica. Comenta San
Cirilo de Alejandría:
«El Señor, para convencernos que es
necesario que nos adhiramos a Él por el amor, ponderó cuan grandes bienes
se derivan de nuestra unión con Él, comparándose a Sí mismo con la vid y
afirmando que los que están unidos a Él e injertados en su persona, vienen
a ser como sus sarmientos y, que, al participar del Espíritu de Cristo,
éste nos une con Él. La adhesión de quienes se vinculan a la vid consiste
en una adhesión de voluntad y de deseo; en cambio, la unión de la vid con
nosotros es una unión de amor y de inhabitación» (Comentario al
Evangelio de San Juan 10,2).
Ciclo C
El amor divino del Verbo
encarnado, muerto y resucitado para reconciliarnos con el Padre, es el
origen, la razón de ser, la misión permanente y la garantía suprema de la
Iglesia. El amor evangélico es la lección suprema que nos dejó el Corazón
Redentor de Jesucristo.
–Hechos 14,21-26: Contaron a la Iglesia lo que Dios había hecho
por medio de ellos. Urgido por la caridad de Cristo, Pablo proclama el
Misterio de la Redención Pascual, creando comunidades de fe y de amor entre
los gentiles, con su palabra y, sobre todo, con su vida. Oigamos a San Juan
Crisóstomo:
«Cristo nos ha dejado en la tierra
para que seamos faros que iluminen, doctores que enseñen, para que
cumplamos nuestro deber de levadura, para que nos comportemos como ángeles,
como anunciadores entre los hombres, para que seamos adultos entre los
menores, hombres espirituales entre los carnales, a fin de ganarlos; que
seamos simientes y demos numerosos frutos. Ni siquiera sería necesario
exponer la doctrina si nuestra vida fuese tan radiante, ni sería necesario
recurrir a las palabras si nuestras obras dieran tal testimonio. Ya no habría
ningún pagano si nos comportáramos como verdaderos cristianos» ( Homilía
primera sobre 1 Tim.).
–Con el Salmo 144
proclamamos: «El Señor es clemente y misericordioso...El Señor es
bueno con todos..»
–Juan 13,31-33.34-35: Os doy un mandamiento nuevo: que
os améis unos a otros. A criaturas nuevas, redimidas por Cristo,
corresponden conductas nuevas, avaladas por el mandamiento nuevo: la
caridad evangélica. Comenta San Agustín:
«Nuestro Señor Jesucristo declara
que da a sus discípulos un mandato nuevo de amarse unos a otros (Jn 13,34).
¿No había sido dado ya este precepto en la antigua ley de Dios (Lev 19,18)?
¿Por qué, pues, el Señor lo llama nuevo cuando conoce su antigüedad? ¿Tal
vez será nuevo porque despojándonos del hombre viejo nos ha revestido del
hombre nuevo? El hombre que oye, o mejor, el hombre que obedece, se
renueva, no por una cosa cualquiera, sino por la caridad, acerca de la
cual, para distinguirla del amor carnal, añade el Señor: “Como yo os he
amado”. Este amor nos renueva para
ser hombres nuevos, herederos del Nuevo Testamento y cantores del cántico
nuevo. Este amor, carísimos hermanos, renovó ya entonces a los justos de la
antigüedad, a los patriarcas y profetas, como renovó después a los
Apóstoles y es el que también ahora renueva a todas las gentes...» (Tratado
65,1 sobre el Evangelio de San Juan).
Lunes
Entrada: «Ha
resucitado el Buen Pastor, que dio la vida por sus ovejas y que se dignó
morir por su grey. Aleluya».
Colecta (del
Misal anterior, retocada con textos del Veronense, Gelasiano y Gregoriano):
«¡Oh Dios!, que unes los corazones de tus fieles en un mismo deseo; inspira
a tu pueblo el amor a tus preceptos y la esperanza en tus promesas, para
que, en medio de las vicisitudes del mundo, nuestros corazones estén firmes
en la verdadera alegría».
Ofertorio: «Que
nuestra oración, Señor, y nuestras ofrendas sean gratas en tu presencia,
para que así, purificados por tu gracia, podamos participar más dignamente
en los sacramentos de tu amor».
Comunión: «La
paz os dejo, mi paz os doy. No os la doy como la da el mundo –dice el
Señor–. Aleluya» (Jn 14,27).
Postcomunión:
«Dios todopoderoso y eterno, que en la resurrección de Jesucristo nos has
hecho renacer a la vida eterna; haz que los sacramentos pascuales den en
nosotros fruto abundante y que el alimento de salvación que acabamos de
recibir fortalezca nuestras vidas».
–Hechos 14,5-17: Os predicamos la Buena Noticia, para que
dejéis los dioses falsos y os convirtáis al Dios vivo. Tras unas nuevas
sediciones provocadas por los judíos de Iconio, los dos misioneros, Pablo y
Bernabé, llegan a Listra, en donde Pablo cura a un enfermo. La multitud los
toma por dioses y se aprestan a ofrecerles un sacrificio, de suerte que
tienen que protestar con vehemencia y proclamar que no hay más que un solo
Dios. La salvación de Cristo se nos anuncia y se nos hace realidad en la
Eucaristía. Tenemos que actualizarla en medio del mundo con el testimonio
de nuestra palabra y de nuestra vida. San Beda explica que:
«Así como el hombre cojo,
curado por Pedro y Juan en la puerta del Templo prefigura la salvación de
los judíos, también este tullido licaonio representa a los gentiles,
alejados de la religión de la ley y del Templo, pero recogidos ahora por la
predicación del Apóstol Pablo» (Comentario a los Hechos).
Los dos misioneros manifiestan
su verdadera obra. No buscan honores para sí, sino sólo para Dios y para
Jesucristo, el Señor, cuya doctrina, obra y vida ellos predican para la
salvación de todos los hombres: predican con su palabra y predican
también con su conducta.
–Los cristianos hemos heredado
de Israel el oficio de testimoniar y dar gloria a Dios. Y el primer
testimonio es que Cristo ha resucitado y ha sido glorificado. Por eso
proclamamos con el Salmo 113:
«No a nosotros, Señor, no a nosotros, sino a tu nombre da la gloria. Por tu
bondad, por tu lealtad. ¿Por qué han de decir las naciones: “Dónde está tu
Dios”? Nuestro Dios está en el cielo, lo que quiere lo hace. Sus ídolos, en
cambio, son plata y oro, hechura de manos humanas. Benditos seáis del Señor
que hizo el cielo y la tierra. El cielo pertenece al Señor, la tierra se la
ha dado a los hombres».
–Juan 14,21-26: El Paráclito, el Espíritu Santo, que
enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo. Jesús hace notar los lazos
vitales que le unirán con sus discípulos después de su glorificación, por
la inhabitación de la Santísima Trinidad en el alma del justo. Con el Espíritu Santo nos sentimos
confortados en nuestro interior de un modo inefable. San Gregorio Magno
habla de la necesaria acción del Espíritu Santo en el entendimiento de los
cristianos:
«El Espíritu se llama también Paráclito
–defensor–, porque a quienes se duelen de sus pecados cometidos, al
tiempo que les dispone para la esperanza del perdón, libera sus mentes de
la aflicción y de la tristeza. Por eso, con razón se hace esta promesa: “Él
os enseñará todas las cosas” (Jn 14,26). En efecto, si el Espíritu no actúa
en el corazón de los oyentes, resultan inútiles las palabras del que
enseña. Que nadie, pues, atribuya al hombre que instruye a los demás
aquello que desde la boca del maestro llega a la mente del que escucha,
pues si el Espíritu no actúa internamente, en vano trabaja con su lengua
aquél que está enseñando. Todos vosotros, en efecto, oís las palabras del
que os habla, pero no todos percibís de igual modo lo que significan» (Homilía
30,3 sobre los Evangelios).
Martes
Entrada:
«Alabad a nuestro Dios todos sus siervos, los que teméis, pequeños y
grandes, porque ya llega la victoria, el poder y el reino de nuestro Dios y
el mando de su Mesías. Aleluya» (Apoc 19,5; 12,10).
Colecta
(compuesta con textos del Gregoriano y del Sacramentario de Bérgamo):
«Señor, tú que en la resurrección de Jesucristo nos has engendrado de nuevo
para que renaciéramos a una vida eterna, fortifica la fe de tu pueblo y
afianza su esperanza, a fin de que nunca dudemos que llegará a realizarse
lo que nos tienes prometido».
Ofertorio: «Recibe,
Señor, las ofrendas de tu Iglesia exultante de gozo; y pues en la
resurrección de tu Hijo nos diste motivo de tanta alegría, concédenos
participar de este gozo eterno».
Comunión: «Si
hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él. Aleluya» (Rom
6,8).
Postcomunión: «Mira,
Señor, con bondad a tu pueblo, y ya que has querido renovarlo con estos
sacramentos de vida eterna, concédele también la resurrección gloriosa».
–Hechos 14,18-27: Contaron a la comunidad lo que Dios había
hecho por su medio. Unos judíos llegados de Antioquía y de Iconio
suscitan una persecución contra Pablo, que parte para Derbe y continúa su
misión evangelizadora exhortando a todos a perseverar en la fe, no obstante
los sufrimientos. Luego regresa a Antioquía, donde expone la obra que había
realizado en su viaje apostólico. Más que una obra humana es una obra de
Dios que ayuda a sus elegidos. Véase el domingo anterior ciclo C).
–Después de haber experimentado
los beneficios del Señor, también nosotros nos alegramos por el fruto
obtenido por Pablo y nos unimos a su acción de gracias y a proclamar la
gloria del Señor con el Salmo
144: «Que todas tus criaturas te den gracias, Señor, que te
bendigan tus fieles, que proclamen la gloria de tu reinado, que hablen de
tus hazañas. Explicando tus hazañas a los hombres, la gloria y majestad de
tu reinado. Tu reinado es un reinado perpetuo, tu gobierno va de edad en
edad. Pronuncie mi boca la alabanza del Señor, todo viviente bendiga su
santo nombre, por siempre jamás».
–Juan 14,27-31: Mi paz os doy. Jesús promete a los
suyos la paz; no la paz del mundo, siempre precaria, sino la suya propia.
Él se va, pero volverá junto a ellos. Esta venida no sólo tendrá lugar al
fin de los tiempos, sino que ya desde ahora empezarán a existir nuevos
lazos entre Él y los suyos, tras su paso de este mundo al Padre. Dice San
Beda:
«La verdadera, la única paz de
las almas en este mundo consiste en estar llenos del amor de Dios y
animados de la esperanza del cielo,
hasta el punto de considerar poca cosa los éxitos o reveses de este
mundo... Se equivoca quien se figura que podrá encontrar la paz en el
disfrute de los bienes de este mundo y en las riquezas. Las frecuentes
turbaciones de aquí abajo y el fin de este mundo deberían convencer a ese
hombre de que ha construido sobre arena los fundamentos de su paz» (Homilía
12 para la Vigilia de Pentecostés).
San Columbano comenta también
estas palabras de Cristo:
«“Os doy mi paz, os dejo mi
paz” (Jn 14,27). Pero, ¿para qué nos sirve saber que esta paz es buena, si no
la cuidamos? Lo que es muy bueno normalmente es muy frágil y los bienes
preciosos reclaman mayores cuidados y una vigilancia más esmerada. Muy
frágil es la paz que puede perderse por una palabra inconsiderada o por la
menor herida causada a un hermano. En efecto, nada agrada más a los hombres
que hablar fuera de propósito y ocuparse en lo que no les atañe, pronunciar
vanos discursos y criticar a los ausentes» (San Columbano Instrucción 11,1-4).
Y también San Pedro Crisólogo:
«La paz es madre del amor, vínculo
de la concordia e indicio manifiesto de la pureza de nuestra mente; ella
alcanza de Dios todo lo que quiere, ya que su petición es siempre eficaz.
Cristo, el Señor, nuestro rey, es quien nos manda conservar esa paz, ya que
Él ha dicho:“La paz os dejo, mi paz os doy”, lo que equivale a decir: Os
dejo en paz, y quiero encontraros en paz; lo que nos dio al marchar quiere
encontrarlo en todos cuando vuelva» (Sermón sobre la paz).
Miércoles
Entrada:
«Llena estaba mi boca de tu alabanza y de tu gloria todo el día. Te
aclamarán mis labios. Aleluya» (Sal 70,8.23).
Colecta (textos
del Gelasiano, del Gregoriano y del Sacramentario de Bérgamo): «¡Oh Dios!,
que amas la inocencia y la devuelves a quienes la han perdido; atrae hacia
ti el corazón de tus fieles, para que siempre vivan a la luz de tu verdad
los que han sido librados de las tinieblas del error».
Ofertorio:
«Concédenos, Señor, darte gracias siempre por medio de estos misterios
pascuales; y, ya que continúan en nosotros la obra de tu redención, sean
también fuente de gozo incesante».
Comunión:
«Resucitó el Señor e iluminó a quienes habíamos sido rescatados con su
sangre».
Postcomunión:
«Escucha, Señor, nuestras oraciones, para que este santo intercambio, en el
que has querido realizar nuestra redención, nos sostenga durante la vida
presente y nos dé las alegrías eternas».
–Hechos 15,1-6: Se decidió que subieran a Jerusalén a consultar
a los Apóstoles y a los presbíteros sobre la controversia. ¿Los gentiles
tenían que abrazar la ley judaica antes de convertirse al cristianismo? La
solución tiene que venir del cuerpo responsable de la Iglesia: los
Apóstoles y ancianos. Así nació el primer concilio de la Iglesia. La nota
jerárquica de la Iglesia se manifiesta desde sus orígenes. Juan Pablo I, en su alocución del 3 de
septiembre de 1978 cita estas palabras de San Efrén:
«Nos parece escuchar como
dirigidas a Nos, las palabras que, según San Efrén, Cristo dirigió a Pedro:
“Simón, mi Apóstol, yo te he constituido fundamento de la Santa Iglesia. Yo
te he llamado ya desde el principio Pedro, porque tú sostendrás todos los
edificios; tú eres el superintendente de todos los que edificarán la
Iglesia sobre la tierra...Tú eres el manantial de la fuente, de la que
emana mi doctrina; tú eres la cabeza de mis Apóstoles...Yo te he dado las
llaves de mi reino”».
–La resurrección de Jesús ha
fijado a nuestra vida una meta de esperanza. En Jerusalén está Pedro. Allí
se dirigen Pablo y Bernabé para que con los demás apóstoles y ancianos
determinen lo que se ha de hacer en la cuestión judaizante. Nosotros vamos
con ellos y cantamos el Salmo
121: «Qué alegría cuando me dijeron: vamos a la casa del
Señor. Ya están pisando nuestros pies tus umbrales, Jerusalén. Jerusalén
está fundada como ciudad bien compacta. Allá suben las tribus, las tribus
del Señor. Según la costumbre de Israel, a celebrar el nombre del Señor. En
ella están los tribunales de justicia, en el palacio de David». Todo esto
ha pasado a la Iglesia, a su jerarquía, a Pedro, cabeza del Colegio
apostólico.
–Juan 15,1-8: El que
permanezca en Mí ese dará fruto abundante. Comenta San Agustín:
«Y si el sarmiento da poco
fruto, el agricultor lo podará para que lo dé más abundante. Pero, si no
permanece unido a la vid, no podrá producir de suyo fruto alguno. Y puesto
que Cristo no podría ser la Vid si no fuese hombre, no podría comunicar
también esa virtud a los sarmientos si no fuera también Dios. Pero,
como nadie puede tener vida sin la
gracia, y sólo la muerte cae bajo el poder del libre albedrío, sigue
diciendo: “El que no permaneciere en Mí será echado fuera, como el
sarmiento y se secará, lo cogerán y lo arrojarán al fuego para que arda”
(Jn 15,6).
«Los sarmientos de la vid son
tanto más despreciables fuera de la vid, cuanto son más gloriosos unidos a
ella, y como dice el Señor por el profeta Ezequiel (15,5), cortados de la
vid, son enteramente inútiles al agricultor y no sirven para hacer con
ellos ninguna obra de arte. El sarmiento ha de estar en uno de estos dos
lugares: en la vid o en el fuego; si no está en la vid, estará en el fuego.
Permanece, pues, en la vid para librarte del fuego» (Tratado 81,3 sobre
el Evangelio de San Juan).
Jueves
Entrada: «Cantemos al Señor,
sublime es su victoria. Mi fuerza y mi poder es el Señor; Él fue mi
salvación. Aleluya» (Ex 15,1-2)
Colecta (del
Gelasiano): «Señor Dios Todopoderoso, que, sin mérito alguno de nuestra
parte, nos has hecho pasar de la muerte a la vida y de la tristeza al gozo;
no pongas fin a tus dones, ni ceses de realizar tus maravillas en nosotros,
y concede a quienes ya hemos sido justificados por la fe la fuerza
necesaria para perseverar siempre en ella».
Ofertorio: «¡Oh
Dios!, que por el admirable trueque de este sacrificio nos haces partícipes
de tu divinidad; concédenos que nuestra vida sea manifestación y testimonio
de esta verdad que conocemos».
Comunión: «Cristo
murió por todos, para que los que viven ya no vivan para sí, sino para el
que murió y resucitó por ellos. Aleluya» (2 Cor 5,15).
Postcomunión: «Ven,
Señor, en ayuda de tu pueblo, y, ya que nos has iniciado en los misterios
de tu reino, haz que abandonemos nuestra antigua vida de pecado y vivamos,
ya desde ahora, la novedad de la vida eterna».
–Hechos 15,7-21: A mi parecer no hay que molestar a los gentiles
que se convierten. En el concilio de Jerusalén, Pedro y Santiago toman
la palabra en favor de los nuevos cristianos en relación con la ley
judaica: libertad plena ante la ley, pero evitar prácticas que resulten
demasiado chocantes a los judíos. En definitiva: moderación, caridad y
libertad. Nosotros aceptamos la gracia de Cristo, que nos comunica la
salvación y no un precepto legal. Orígenes comenta:
«Pienso que no pueden
explicarse las riquezas de estos inmensos acontecimientos si no es con
ayuda del mismo Espíritu que fue autor de ellas» (Homilía sobre el
Exodo 4,5).
Y San Efrén hace decir a San
Pedro:
«Todo lo que Dios nos ha
concedido mediante la fe y la ley,
lo ha concedido Cristo a los gentiles mediante la fe y sin la
observancia de la ley» (Sermón sobre los Hechos 2).
Fue un acontecimiento
importantísimo en la vida de la Iglesia, que mostró la excelencia, la
sublimidad y la eficacia de la obra redentora realizada por Jesucristo. Es
admirable cómo aquellos judíos tan extremadamente celosos de las prácticas
judaicas cambiaron radicalmente ante la obra salvadora de Cristo. Esto,
ciertamente, no se explica sin una gracia especialísima del mismo Cristo.
–El anuncio de las maravillas
que ha hecho Dios tiene una proyección universal. Está destinado a todos
los pueblos. A todos tiene que llegar ese anuncio. De ahí la vocación
misionera del cristiano: contar a todas las naciones las maravillas del
Señor. Por eso usamos el Salmo
95 para clamar: «Cantad al Señor un cántico nuevo, cantad
al Señor toda la tierra; cantad al Señor, bendecid su nombre. Proclamad día
tras día su victoria. Contad a los pueblos: “El Señor es Rey. Él afianzó el
orbe y no se moverá. Él gobierna a los pueblos rectamente”».
–Juan 15,9-11: Permaneced en mi amor para que vuestra alegría
llegue a plenitud. El lazo de amor que une al Padre con Cristo y sus
discípulos es la obediencia a los mandamientos de Cristo, fuente de la
perfecta alegría. Comenta San Agustín:
«Ahí tenéis la razón de la bondad
de nuestras obras. ¿De dónde había de venir esa bondad a nuestras obras
sino de la fe que obra por el amor? ¿Cómo podríamos nosotros amar si antes
no fuéramos amados? Ciertamente lo dice este mismo evangelista en su carta:
“Amemos a Dios porque Él nos amó primero... Permaneced en mi amor”. ¿De qué
modo? Escuchad lo que sigue: “Si observareis mis preceptos, permaneceréis
en mi amor”.
«¿Es el amor el que hace
observar los preceptos o es la observancia de los preceptos la que hace el
amor? Pero, ¿quién duda de que precede el amor? El que no ama no tiene
motivos para observar los preceptos. Luego, al decir: “Si guardareis mis
preceptos, permaneceréis en mi amor”, quiere indicar no la causa del amor,
sino cómo el amor se manifiesta. Como si dijere: “No os imaginéis que
permanecéis en mis amor si no guardáis mis preceptos; pero, si los
observareis, permaneceréis” en es decir, “se conocerá que permanecéis en mi
amor si guardáis mis mandatos” a fin de que nadie se engañe diciendo que le
ama si no guarda sus preceptos, porque en tanto le amamos en cuanto
guardamos sus mandamientos» (Tratado 82,2-3 sobre el Evangelio de San
Juan).
Viernes
Entrada: «Digno
es el Cordero degollado de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la
fuerza, el honor, la gloria y la alabanza. Aleluya».
Colecta (compuesta
con textos del Gregoriano y del Sacramentario de Bérgamo): «Danos, Señor, una plena vivencia del
misterio pascual, para que la alegría que experimentamos en estas fiestas
sea siempre nuestra fuerza y nuestra salvación».
Ofertorio:
«Santifica, Señor, con tu bondad, estos dones, acepta la ofrenda de este
sacrificio espiritual y a nosotros transfórmanos en oblación perenne»
Comunión: «El
Crucificado resucitó de entre los muertos y nos rescató»
Postcomunión: «Después
de recibir los santos misterios, humildemente te pedimos, Señor, que esta
eucaristía, celebrada como memorial de tu Hijo, nos haga progresar en el
amor».
–Hechos 15,22-31: Hemos decidido el Espíritu Santo y nosotros,
no imponeros más cargas que las indispensables. Decreto final del
primer Concilio del cristianismo. Esto abrió una amplia perspectiva al
desarrollo de la misión apostólica. Se subraya la unión de caridad en la
primitiva Iglesia: «El Espíritu Santo y nosotros». La sagrada Eucaristía
produce y consagra esa unión y caridad, que es la auténtica ley del
Espíritu y lo verdaderamente indispensable en nuestra vida cristiana. San
Agustín expone así que la caridad es madre de la unidad:
«No están todos los
herejes por toda la tierra, pero hay herejes en toda la superficie de la
tierra. Hay una secta en África, otra herejía en Oriente, otra en Egipto,
otra en Mesopotamia. En países diversos hay diversas herejías, pero todas
tienen por madre la soberbia; como nuestra única Madre Católica engendró a
todos los fieles cristianos repartidos por el mundo. No es extraño, pues,
que la soberbia engendre división, mientras la caridad es madre de la
unidad (Sermón 46, sobre los Pastores).
–La vocación de los gentiles es
el cumplimiento del universalismo mesiánico. Por eso damos gracias a Dios
ante todos los pueblo y cantamos para Él ante las naciones con el Salmo 56: «Mi corazón está
firme, Dios mío, mi corazón está firme. Voy a cantar y a tocar. Despierta
gloria mía; despertad cítara y arpa, despertaré a la aurora. Te daré gracias
ante los pueblos, Señor, tocaré para Ti ante las naciones; por tu bondad
que es más grande que los cielos, por tu fidelidad que alcanza a las nubes.
Elévate sobre el cielo, Dios mío, y llene la tierra tu gloria».
–Juan 15,12-17: Esto os mando: que os améis unos a otros.
El mandamiento supremo de Cristo consiste en la caridad fraterna, que llega
hasta el don de la propia vida en favor de los seres amados. Jesús da a
conocer a los discípulos elegidos por Él mismo todo cuanto conoce del
Padre. La revelación del Padre no es otra cosa que Jesucristo y es
revelación por el amor, para el amor y en el amor. El amor de los
discípulos entre sí será el fundamento y la condición de la permanencia
gozosa en ellos de Jesús, después de su partida de este mundo. San Juan
Crisóstomo dice:
«El amor que tiene por motivo a
Cristo es firme, inquebrantable e indestructible. Nada, ni las calumnias,
ni los peligros, ni la muerte, ni cosa semejante será capaz de arrancarlo
del alma. Quien así ama, aun cuando tenga que sufrir cuanto se quiera, no
dejará nunca de amar si mira el motivo por el que ama. El que ama por ser
amado terminará con su amor apenas sufra algo desagradable..., pero quien está unido a Cristo jamás se
apartará de ese amor» (Homilía sobre San Mateo 60).
Y San Bernardo afirma:
«El amor basta por sí solo y
por causa de sí. Su premio y su mérito se identifican con él mismo. El amor
no requiere otro motivo fuera de él mismo, ni tampoco ningún provecho; su
fruto consiste en su misma práctica. Amo porque amo, amo para amar. Gran
cosa es el amor, con tal que se recurra a su principio y origen, con tal
que vuelva el amor a su fuente y sea una continua emanación de la
misma» (Sermón 83).
Sábado
Entrada: «Por el
bautismo fuisteis sepultados con Cristo y habéis resucitado con Él, porque
habéis creído en la fuerza de Dios que lo resucitó. Aleluya» (Col 2,12).
Colecta (compuesta
con textos del Gelasiano y del Gregoriano): «Señor, Dios
Todopoderoso, que por las aguas del bautismo nos has engendrado a la vida
eterna; ya que has querido hacernos capaces de la vida inmortal, no nos
niegues ahora tu ayuda para conseguir los bienes eternos».
Ofertorio:
«Acoge, Señor, con bondad las ofrendas de tu pueblo, para que, bajo tu
protección, no pierda ninguno de tus bienes y descubra los que permanecen
para siempre».
Comunión: «Padre,
por ellos ruego, para que todos sean uno en nosotros, y así crea el mundo
que tú me has enviado –dice el Señor».
Postcomunión: «Dios
todopoderoso, no ceses de proteger con amor a los que has salvado, para que
así, quienes hemos sido redimidos por la pasión de tu Hijo, podamos
alegrarnos en su resurrección».
–Hechos 16,1-10: En aquellos días Pablo fue a Derbe y luego a
Listra. San Pablo prosigue su obra misionera. Su afán es que todos los
hombres conozcan a Cristo, crean en Él y se salven. No hay impedimentos. El
se desvive por proclamar el mensaje evangélico a todos. San Juan Crisóstomo
dice que todos los cristianos han de participar en la evangelización de los
no creyentes:
«No puedes decir que te es imposible
atraer a los demás. Si eres verdadero cristiano, es imposible que esto
suceda. Si es cierto que no hay contradicción en la naturaleza, es también
verdad lo que nosotros afirmamos, pues esto se desprende de la misma
naturaleza del cristiano. Si afirmas que un cristiano no puede ser útil,
deshonras a Dios y lo calificas de mendaz. Le resulta más fácil a la luz
convertirse en tinieblas que al cristiano no irradiar. No declares nunca
una cosa imposible, cuando es precisamente lo contrario lo que es
imposible» (Homilía 20 sobre los Hechos).
«A esto hay que añadir que San
Pablo no halagaba, sino que presentaba el mensaje de Cristo en toda su
exactitud, centrado en la Cruz. Todas las verdades y todos los preceptos de
Cristo incluso los más exigentes fueron materia de su predicación. Lo
muestran sus Cartas. No quiere saber otra cosa que a Cristo y a Cristo
Crucificado, escándalo para unos e insensatez para otros» (Comentario a
los Hechos 5,7).
–Los viajes apostólicos de San
Pablo son una expresión práctica del deseo del autor del Salmo 99: «Que toda la tierra
aclame al Señor». También nosotros, con los mismos sentimientos del santo
Apóstol, empleamos las mismas palabras del salmista y decimos: «Aclamad al
Señor, tierra entera, servid al Señor con alegría, entrad en su presencia
con vítores. Sabed que el Señor es Dios; que Él nos hizo y somos suyos, su
pueblo y ovejas de su rebaño. El Señor es bueno, su misericordia es eterna,
su fidelidad por todas las edades».
–Juan 15,18-21: No sois del mundo, sino que yo os he escogido
sacándoos del mundo. La suerte de los discípulos de Cristo en este
mundo no será mejor que la de su Maestro: ellos también, como Cristo, serán
odiados y perseguidos por los hombres. Comenta San Agustín:
«Si queréis saber cómo se ama a sí mismo
el mundo de perdición que odia al mundo de redención, os diré que se ama
con un amor falso, no verdadero. Y si se ama con amor falso, en realidad se
odia: porque quien ama la maldad tiene odio a su propia alma... Pero se
dice que se ama porque ama la iniquidad que le hace inicuo; y se dice que a
la vez se odia, porque ama lo que es perjudicial. En sí mismo odia la
naturaleza y ama el vicio; ama lo que en él hizo su propia voluntad.
«Por lo cual se nos manda y se
nos prohibe amarlo. Se nos prohibe cuando dice: “No améis el mundo”; y se
nos manda en aquellas palabras: “Amad a vuestros enemigos”. Se nos prohibe, pues, amar en él lo que
él en sí mismo odia, esto es, la hechura de Dios y los múltiples consuelos
de su bondad. Se nos prohibe amar sus vicios y se nos manda amar su
naturaleza, ya que él ama sus vicios y odia su naturaleza. A fin de que
nosotros lo amemos y odiemos con rectitud, ya que él se ama y se odia con
perversidad» (Tratado 87,4 sobre el Evangelio de San Juan).

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